"Y
el representante de la Primera Junta
en
el ejército del Alto Perú
se
preguntó, noche tras noche, día tras día,
para
qué sirve mirar lo que no se puede cambiar."
Andrés Rivera, "La
revolución es un sueño eterno"
Bienvenidas y bienvenidos a la segunda clase del
curso.
Las condiciones de la cursada siguen siendo
excepcionales. Sé que este no es el mejor formato ni las mejores condiciones,
pero haremos lo que se pueda. Por eso, antes de comenzar la clase, quiero
insistir en la necesidad de que consulten, pregunten, protesten y me digan todo
lo que quieran decir. Usen el correo electrónico y las vías de comunicación que
vaya habilitando. Un docente que da clases sin tomar en cuenta lo que piensan
los estudiantes es un docente que tiene que colgar los botines y dedicarse a
otra cosa.
En el encuentro de hoy trabajaremos la Utopía [1], del filósofo social, jurista
y político inglés Thomas More (1478-1535). [2] El objetivo es comenzar a
analizar el proceso de transición de las
sociedades precapitalistas (en este caso, la sociedad feudal) a la sociedad capitalista. Además,
comenzaremos a examinar el modo en que la teoría
social procesó dicha transformación. En base a lo expuesto en la clase
anterior, abordaremos dicha transformación tomando como punto de partida al proceso de trabajo.
Vayamos despacio. Comencemos la clase propiamente
dicha.
Nuestra forma de vivir, nuestras costumbres y creencias,
no existieron siempre. Esta afirmación nos mete de lleno en el tema de la clase
de hoy, pues nos obliga a reflexionar sobre la historia de nuestra sociedad.
Pero, ¿nuestra sociedad tiene historia? La
pregunta parece trivial, pues nos inculcaron nociones de historia desde el
jardín de infantes (San Martín, el Cabildo, la Independencia). No obstante,
nuestra experiencia cotidiana apunta a otra cosa, no a la historia: hacemos las
mismas cosas todos los días. Los que tenemos trabajo, salimos todas las mañanas
rumbo al laburo, tomamos el transporte público (tren, bondi, subte), soportamos
la experiencia de viajar hacinados, llegamos al trabajo, cumplimos nuestra
jornada, volvemos a casa pasando otra experiencia “deliciosa” en el transporte,
cenamos, dormimos. Y al día siguiente vuelta a empezar. Cuando no trabajamos,
los días que tenemos franco o los feriados, cumplimos otras rutinas. Y así
durante años, décadas. Los acontecimientos que rompen la rutina son escasos y,
bien mirados, también rutinarios. No voy a insistir en el tema, ni deprimirme ni
deprimirlo. Se trata de mostrar cuán alejada se encuentra nuestra vida de la
experiencia histórica.
Ahora bien, ¿qué es eso de la experiencia
histórica?
La experiencia de la historia es la experiencia
del cambio, entendido como la transformación de las condiciones de vida, de los
hábitos, de las ideas y representaciones. En términos de lo que se dijo recién,
podemos pensar al cambio histórico como la instauración de nuevas rutinas.
Por ejemplo. Muchos de ustedes probablemente
residan en alguna de las localidades del Gran Buenos Aires. Pues bien, hace un
siglo la región que recibe esa denominación era campo, en el que se
encontraban, dispersos, algunos pueblitos. La situación comenzó a cambiar en la
década del ’30 del siglo pasado, momento en que se inició el proceso de
industrialización por sustitución de exportaciones. Se instalaron fábricas en
el área metropolitana de Buenos Aires. Miles de personas del interior llegaron
cada año a instalarse en la zona para conseguir un trabajo mejor al que tenían
en sus provincias, en las que la agricultura familiar se hallaba en crisis. Con
el correr del tiempo se formó el Gran Buenos Aires, el área más poblada del
país. Desapareció el campo. Casi no queda terreno donde no se haya construido.
Pero para quien vive en la zona y tiene veinte, treinta años, el Gran Buenos
Aires siempre existió. No tiene experiencia de lo anterior. Mucho menos conoce
las transformaciones sociales implicadas en este proceso.
El ejemplo anterior describe un proceso local de
cambio. Pero hay formas mucho más dramáticas de transformación, en el sentido
de que consisten en la transformación de la forma de vida de las personas, en
la modificación de su manera de actuar y de representarse el mundo en que
viven. Ése es el caso del pasaje del feudalismo al capitalismo.
El feudalismo era una forma de organización social
en la que todo el trabajo era realizado por los campesinos y los artesanos.
Ellos producían todo lo que necesitaban los integrantes de la sociedad para
satisfacer sus necesidades. Eran los productores. Pero la mayor parte de lo
producido (vamos a concentrarnos aquí en el trabajo agrícola, para no complicar
excesivamente la cuestión) era apropiado por los señores feudales, quienes
poseían el monopolio del poder político y del uso legítimo de la violencia.
Esta gente sustraía el excedente de la producción de los campesinos mediante
tributos, impuestos, rentas, etc. El campesino que no quería pagar el tributo
era encarcelado o ejecutado. La violencia estaba en la base del poder de la
nobleza feudal. [1]
El feudalismo fue la forma de organización social
más extendida en Europa occidental durante, por lo menos, mil años. [2] No
obstante su larga duración, hoy no tenemos feudalismo. Parafraseando a Karl Marx
(1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895), “todo lo sólido se desvanece en el
aire”. [3] Como éste no es un curso de historia, no nos corresponde examinar en
detalle el proceso histórico, sumamente complejo, que determinó el pasaje a
otra forma de organización social, el capitalismo. Nuestro tarea es otra:
analizar los cambios en el proceso de trabajo, pues en la clase pasada llegamos
a la conclusión de que el mencionado proceso proporciona la clave para entender
el carácter de una sociedad y, en este caso, de la transformación de las RS.
A comienzos del siglo XVI Inglaterra era una
sociedad feudal. La forma de gobierno era la monarquía, la clase dominante era
la nobleza (una de cuyas fracciones estaba conformada por la Iglesia), los
trabajadores eran los campesinos y los artesanos. Para esa época Europa estaba
experimentando los efectos de un desarrollo comercial sin precedentes. No sólo
crecía el intercambio comercial entre las distintas regiones, sino que también se
incorporaban nuevos continentes al tráfico mercantil. Tal es el caso de
América, “descubierta” por el navegante italiano, al servicio de la corona
española, Cristóbal Colón (1451-1506) en 1492, o el Lejano Oriente, adonde
llegó el navegante portugués Vasco da Gama (c. 1460-1524). El mundo se volvía
más grande para los comerciantes europeos, quienes veían incrementarse los
mercados y las ganancias.
El aumento de los intercambios comerciales
promovió la producción de mercancías en varias regiones de Europa. Una
mercancía es algo que se fabrica para vender en el mercado. Ahora bien, el
aumento del comercio generó la avidez por más mercancías. Ello tuvo por efecto
una mayor demanda de materias primas. Más y más regiones de Europa se fueron
incorporando a la producción de mercancías. Si en los siglos anteriores los
señores feudales se limitaban a exigir a los campesinos el pago de tributos, en
el siglo XVI comenzaron a pedir el pago en dinero y no en especie o en trabajo.
El dinero se volvió imprescindible para comprar las mercancías que requerían
para mantener su nivel de vida. Algunos señores feudales fueron más allá.
Tomaron nota de la demanda de materias primas y comenzaron a dedicarse a la
producción de éstas, pues les producía mayores ganancias que la simple
apropiación del excedente campesino. En otras palabras, se fue conformando un
grupo de señores feudales con mentalidad mercantil.
Volvamos a Inglaterra. A las características que
mencionamos hace un rato, cabe agregar una más: en términos económicos,
Inglaterra era un país subdesarrollado (perdonen el uso del anacronismo) a
comienzos del siglo XVI. Esto significa que compraba a otros países los bienes
manufacturados que necesitaba. Por ejemplo, importaba de Flandes las telas y
tejidos con que se vestían los nobles y los comerciantes y artesanos
enriquecidos de las ciudades. En este momento, algunos señores feudales vieron
una oportunidad de obtener grandes ganancias.
¿En qué
consistía esta oportunidad? En producir la materia prima que requerían los
comerciantes y fabricantes textiles de Flandes: lana. [] Como es sabido, la lana se obtiene de las
ovejas. Pero el campo inglés estaba poblado de campesinos que se dedicaban a la
agricultura. Para producir lana era necesario sacarlos de en medio y llenar los
campos de ovejas, cuidadas por unos pocos pastores. Esta es la historia que
cuenta More en Utopía.
Unas palabras sobre More. Su caso es excepcional
en varios sentidos. En primer lugar, pertenecía a la clase dominante. Estudió
abogacía, ejerció la profesión y fue ministro del rey Enrique VIII (1491-1547
quien, entre otras cosas, decidió la separación de la iglesia de Inglaterra de
la tutela del Papa. En este suceso More demostró tener convicciones fuertes,
pues se negó a jurar al rey como jefe de la nueva iglesia y pagó con su vida
esa desobediencia. En segundo lugar, ese miembro del Estado inglés, ese
ministro del rey, fue capaz de ver el sufrimiento de los campesinos ingleses y
escribir uno de las críticas más lúcidas de la propiedad privada. ¿Se imaginan
a alguno de nuestros políticos y/o empresarios diciendo “somos unos parásitos
que vivimos de oprimir a los trabajadores”? La respuesta es que ni de
casualidad se nos ocurre pensar eso. Bueno, eso fue lo que hizo More con su Utopía. Estamos, pues, frente a una
pequeña maravilla.
Sé que ustedes están cursando muchas materias a la
vez. Dicho sin tapujos, el ritmo de cursada en el Joaquín es insensato y conspira
contra el aprendizaje. Pero les recomiendo que, si están interesados en
comprender el funcionamiento de nuestra sociedad, lean completa la Utopía.
Ahora tienen el Libro Primero como lectura obligatoria y no vamos a ir más
allá. Sin embargo, es bueno que vayan conformando una biblioteca de libros
imprescindibles, esos que utilizarán toda la vida. En mi opinión, que no tiene
que ser la de ustedes, la Utopía es
uno de esos libros.
La Utopía encuadra
perfectamente en la categoría de las obras que denominamos clásicas y que, a la
vez, pueden ser consideradas clásicos de la sociología (o de la teoría social).
Es cierto que la sociología, en el sentido moderno del término, no existía en
el siglo XVI. Pero una de las cualidades que determinan el carácter clásico de
una obra consiste, justamente, en la dificultad para ubicarla dentro de una
disciplina o un campo de estudio determinado. Los clásicos desbordan los
límites establecidos por el sentido común, las convenciones académicas y lo
políticamente correcto. Esta es una de las razones que hacen que un clásico
posea una actualidad permanente.
La Utopía no es un
tratado sociológico; tampoco puede ser considerada como una obra precursora de
la sociología. Ubicarla en esta categoría implicaría adoptar una visión lineal
de la historia, según la cual las acciones de las personas forman parte de un
plan maestro conducente a un fin determinado (por ejemplo, la construcción de
una sociología “científica”). Además, calificarla de obra precursora supone
domesticar a Utopía, convertirla en algo familiar, que no sale de
los límites del sentido común de nuestra sociedad. Equivaldría, en definitiva,
a convertirla en una especie de antepasado de nuestros trabajos académicos;
aburridos, porque ya se sabe desde el principio cuáles son sus límites;
inofensivos, porque jamás cuestionan la distribución del poder en nuestra
sociedad.
Utopía es, a la vez, una formidable y apasionada denuncia de la situación
social en la Inglaterra de principios del siglo XVI, y un brillante intento de
dar con las causas de esa situación. Todo ello con las categorías de pensamiento
vigentes en la época. More es un hombre de su tiempo, pero es un hombre que
contempla la realidad más allá de las apariencias o de lo que le vedado ver a
su clase; es por eso que suena actual a pesar de la distancia temporal.
Utopía está estructurada en torno al encuentro entre More y un personaje
imaginario, el navegante Rafael Hitlodeo, quien llegó a la isla de Utopía en
uno de sus viajes por el continente americano. La obra consta de dos libros. En
el primero (el que tienen como lectura obligatoria), More entabla un diálogo
con Hitlodeo. Moro, admirado por la sabiduría de Hitlodeo, pregunta a éste el
porqué no ha puesto su saber al servicio de algún monarca; Hitlodeo, al
responder, somete a una crítica implacable a la situación social en Inglaterra.
En el Libro segundo, en cambio, Moro describe la sociedad de los utópicos (y,
por contraste, continúa la crítica de la sociedad inglesa).
Es imposible abarcar todos los temas
tratados en Utopía. Hay, no obstante, un hilo conductor que da
sentido al conjunto de la obra. Es la crítica al proceso social desencadenado
por la expulsión de los campesinos de sus tierras, a partir de la pretensión de
los señores feudales de convertirlas en terrenos de pastoreo para las ovejas.
Dicho proceso debe ser ubicado en el contexto más general de desarrollo de la
producción mercantil y constituye un hito importante en la conversión de la
aristocracia feudal en una burguesía ávida de ganancias.
More describe así la expulsión de los
campesinos:
“Las ovejas. Estas plácidas criaturas que solían necesitar muy poca
comida han desarrollado por lo visto un apetito incontenible y se han
transformado en comedores de hombres. Campos, casas, ciudades, todo cae en sus
gargantas. Para ser más claro, en aquellos lugares del reino donde la mejor
lana se produce, y por esto la más cara, los nobles y caballeros, para no
mencionar a algunos santos abades, han comenzado a sentirse insatisfechos con
los ingresos que sus predecesores obtenían de sus dominios. Ya no están más
contentos con llevar vidas ociosas y confortables que no hacen ningún bien a la
sociedad, sino que deben causarle daño activamente reservando toda la tierra
que puedan para pastura, dejando nada para el cultivo. Están derribando las
viviendas y demoliendo pueblos enteros, excepto, por supuesto, las iglesias,
las que conservan como establos para ovejas. Pareciéndoles poca la tierra
desperdiciada en guaridas y cotos de caza, estas amables almas han comenzado a
destruir todo rastro de vida humana y a convertir cada pedazo de tierra
cultivable en un desierto.” (p. 69-70).
More registra aquí el cambio de
comportamiento de muchos miembros de la nobleza, que pasaron a depender cada
vez más de ingresos monetarios obtenidos de actividades mercantiles, tales como
la venta de lana a la industria textil de Flandes. La mutación de esta parte de
la nobleza inglesa generó, andando el tiempo, la primer burguesía moderna de la
historia, caracterizada por una mixtura peculiar entre ideología aristocrática
y burguesa. More no indaga las causas de esta mutación, pero toma nota de ella
y, a la vez, lo hace sometiendo a la nobleza a una crítica implacable. Para
More, la nobleza es una clase que perjudica al Estado, pues se comporta como un
parásito que, en el mejor de los casos, vive de la sociedad pero no le hace
“ningún bien”, y en el peor de los casos (de eso se trata aquí), le causan
daño.
La acción de los nobles tiene un
efecto directo sobre los campesinos:
“¿Qué es lo que ocurre entonces? Cada codicioso individuo abusa de su
tierra natal como un tumor maligno, absorbiendo campo tras campo, rodeando
miles de acres con una única cerca. El resultado es que cientos de campesinos
quedan expulsados. Son engañados, despojados de su propiedad por la fuerza o
sistemáticamente maltratados hasta que finalmente se ven obligados a vender.
Cualquiera sea la manera en que se lo haga allá van las pobres criaturas,
hombres y mujeres, esposos y esposas, viudas y huérfanos, madres con hijos
pequeños, junto con todos sus empleados, cuyo gran número no es signo de
riqueza sino de que sencillamente no se puede hacer trabajar un campo sin
suficiente mano de obra. Deben partir de los hogares que conocen tan bien y no
tienen ningún lugar adónde ir. Todo su mobiliario no vale gran cosa, aunque
pudieran esperar una oferta adecuada. Pero no pueden, y así obtienen un mínimo
precio. Durante el tiempo en que deambulan por un bocado este poco dinero se
acaba, y entonces, ¿qué otra cosa pueden hacer más que robar y ser luego
ahorcados? Obviamente también podrían convertirse en vagabundos y mendigos,
pero aún así serían pasibles de ser arrestados por vagancia y encarcelados por
haraganes aunque no haya en realidad nadie que les dé un trabajo no importa
cuánto quieran tener uno.” (p. 70).
More presenta así el drama de los
campesinos expulsados de sus tierras. Este proceso, iniciado a principios del
siglo XVI, fue la primera manifestación de la expropiación de los productores,
imprescindible para lograr la escisión entre el productor y los medios de
producción, que es una de las condiciones necesarias para el desarrollo del
capitalismo. Se trató, además, de una de las primeras expresiones de la
migración secular desde la ciudad hacia el campo. Pero el caso descripto por
More es especialmente terrible, pues los campesinos expulsados no encontraban
trabajo en las ciudades, dado que todavía no había comenzado el desarrollo de
la manufactura en Inglaterra. En otras palabras, no tenían dónde conseguir
trabajo. En este punto, el texto de More alcanza el nivel de la denuncia,
manifestando una enorme compasión por la suerte de los campesinos y una no
menos enorme indignación por el comportamiento de la nobleza.
“El trabajo agrícola es lo que saben hacer [los campesinos], y donde no
hay tierra arable no hay trabajo que pueda hacerse. Por otra parte, sólo es
necesario un pastor de ovejas o de vacas para apacentar animales en un área que
necesitaría muchos brazos para estar apta para la producción de cereales. Por
la misma razón los cereales se han vuelto tan valorados en muchos distritos. El
precio de la lana también ha aumentado excesivamente y los tejedores más pobres
no pueden comprarla, lo cual implica más gente sin trabajo. (…) Y no importa
cuántas ovejas pueda haber, los precios no disminuirán, ya que el mercado de
ovinos es hoy, si no un estricto monopolio, lo cual implica un solo vendedor,
cuanto menos un oligopolio. Quiero decir que está casi enteramente bajo el
control de unos pocos hombres ricos, quienes no necesitan vender a menos que
tengan ganas de hacerlo y nunca parecen tener ganas a menos que puedan obtener
el precio que quieran. (…) Los hombres ricos de los que hablo nunca se han
molestado en criar ovejas o vacas ellos mismos. Simplemente le compran a otros
huesudos especímenes a bajo precio, los engordan en sus propias pasturas y los
revenden con grandes ganancias. (…) Así, unos pocos avaros han convertido una
de las ventajas naturales más grandes de Inglaterra en un desastre nacional, ya
que es el elevado precio de los víveres lo que obliga a los empleadores a
despedir a tantos de sus sirvientes, lo que inevitablemente significa
transformarlos en mendigos o ladrones…” (p. 72).
La acumulación de riqueza en pocas
manos y la generalización de la pobreza entre los campesinos aparecen ligadas
en la descripción de Moro. En este marco, la delincuencia y la mendicidad son
tratados como problemas sociales, no como fenómenos morales o que merecen una
condenación moral. La conducta mercantil de la aristocracia feudal cierra los
caminos para que los trabajadores (los campesinos expulsados de sus tierras)
puedan ganarse la vida “honradamente”.
En un párrafo digno de una antología,
Moro expresa lo siguiente:
“…no tienen derecho a jactarse de la justicia impartida a los ladrones
porque es una justicia más aparente que real o socialmente deseable. Permiten
que estas gentes crezcan de la peor manera posible y sistemáticamente
corrompidos desde sus más tempranos años. Al final, cuando crecen y cometen los
delitos que estaban obviamente destinados a cometer desde que eran niños, los
castigan. En otras palabras, ¡crean ladrones y después les imponen una
pena por robar!” (p. 73; el resaltado es mío).
Esta forma de tratar la delincuencia,
poniéndola en el contexto de una totalidad (la sociedad inglesa) que se
encuentra en proceso de transformación a partir de la modificación de la
conducta económica de una parte de su elite (los nobles que cercan sus
tierras), puede ser considerada como un modelo de análisis social. Es una de
las tantas razones que hacen de Utopía un clásico. No creo
necesario argumentar acerca de la actualidad que posee esta manera de encarar
la cuestión.
El significado de la obra ha quedado
ligado a la acepción actual del término utopía, asociado a un modelo de
sociedad irrealizable e inalcanzable, útil para efectuar una crítica
sentimental de la sociedad existente, pero completamente inoperante al momento
de proponer una alternativa a lo existente. No obstante, la Utopía no
cuadra con el significado habitual del término. More no se queda en el plano de
la mera denuncia, sino que también plantea soluciones al problema de la
expulsión de los campesinos.
En Utopía encontramos
dos tipos de respuestas al problema. Una de ellas, a la que podríamos denominar
como enfoque estatal (o reformista, si se me permite el anacronismo) del
problema, porque lo aborda desde la óptica del gobierno y de las soluciones
posibles dentro del ámbito de éste, es presentada así:
“Hagan una ley para que cualquiera que sea responsable por la
destrucción de una granja o aldea deba reconstruirla él mismo o de lo contrario
cederla a alguien que desee hacerlo. Eviten que los ricos acaparen los mercados
y establezcan virtuales monopolios. Reduzcan la cantidad de gente que es mantenida
sin trabajar. Revivan la agricultura y la industria de la lana para que haya
suficiente trabajo honesto y útil para el gran ejército de desempleados, dentro
del cual incluyo no sólo a los actuales ladrones, sino a los servidores vagos y
ociosos que están prontos a convertirse en ladrones.” (p. 72-73).
Pero More es radicalmente escéptico
respecto a la capacidad del Estado inglés (y de las monarquías europeas en
general) para dar respuesta satisfactoria al problema. A este respecto, las
contestaciones de Hitlodeo a los argumentos de More acerca de la conveniencia
de poner la sabiduría al servicio de la monarquía, expresan la desconfianza
irreductible del autor sobre las intenciones de los reyes y las cortes.
“Con respecto al método de trabajo «indirecto» [] del que hablabas
[Hitlodeo responde así a Moro, con quien estaba dialogando] y con el cual
habría de intentar que si las cosas no pueden convertirse en buenas, al menos
lleguen a ser lo menos malas posibles, no entiendo qué significa. En la corte
no puede uno guardar sus opiniones para sí o meramente consentir los delitos
que otros cometen. Debes apoyar abiertamente políticas deplorables y suscribir
resoluciones igualmente monstruosas. Mostrar el necesario entusiasmo hacia una
ley execrable, de lo contrario ser catalogado como un espía o hasta un traidor.
Además, ¿qué oportunidad habría para hacer algo bien trabajando con semejantes
colegas? Nunca podrás reformarlos y es mucho más probable que ellos te
corrompan, no importa qué personaje admirable seas. Asociándote con ellos
perderías tu integridad o se la usaría para cubrir su maldad y su estupidez.
¡Estos serían los resultados de tu método indirecto! Hay una bellísima imagen
en Platón que explica por qué una persona sensible se aleja de la
política: ve a la gente apurada en las calles empapándose bajo la lluvia. No
puede persuadirla para que entren y se pongan a resguardo. Sabe que si saliera
se mojaría igual. Permanece por lo tanto adentro y no pudiendo hacer nada
contra la necedad ajena se conforma a sí mismo con el pensamiento: «Bueno, por
lo menos yo estoy a cubierto».” (p. 93-94).
Pero More concibe una segunda
respuesta, distinta de la reformista, a la cuestión de la crisis social. Esta
propuesta implica un salto respecto a la forma habitual de resolver los
problemas sociales: para eliminar la pobreza y la delincuencia es preciso abolir
la propiedad privada.
En palabras de More:
“No creo que se pueda obtener verdadera justicia o prosperidad
mientras exista la propiedad privada y todo sea juzgado en términos de
dinero, a menos que consideres justo que la peor especie de personas tengan las
mejores condiciones de vida o puedas denominar próspero a un país en el que
toda la riqueza es propiedad de una pequeñísima minoría de personas, las que
aun así no son del todo felices, mientras el resto es sencillamente miserable.”
(p. 94; el resaltado es mío).
O, en el mismo sentido:
“En otras palabras, estoy convencido de que jamás obtendrán una
justa distribución de los bienes o una organización satisfactoria de la vida
humana hasta que no sea abolida la propiedad privada en su conjunto.
Mientras exista, la gran mayoría de la raza humana, y su mejor parte, seguirá
trabajando bajo el peso de la pobreza, la fatiga y las preocupaciones. No digo
que este peso no pueda ser aligerado, pero nunca lo sacarán del todo de encima
de sus espaldas. Podrán, sin duda, fijar un límite legal a la cantidad de
dinero o tierras que un individuo pueda poseer. Podrán mediante una adecuada
legislación mantener un equilibrio de poder entre el rey y sus súbditos;
declarar ilegal comprar o tan sólo solicitar un cargo público e innecesarios
para un funcionario los gastos de representación, evitándose así que luego
trate de recuperar sus expendios por medio del fraude y la extorsión – de lo
contrario es la riqueza y no la competencia lo que se vuele condición esencial
en estos puesto -. Por cierto que leyes de este tipo pueden aliviar los
síntomas, así como un enfermo crónico obtiene alivio con la atención médica
constante. Pero no hay esperanza de curación si permanece la propiedad
privada.” (p. 95; el resaltado es mío).
En el contexto de la economía
mercantil en desarrollo, la única salida posible a la crisis era, según More,
la abolición de la propiedad privada. Es cierto que no se trataba de una
solución novedosa. Platón (), el filósofo griego cuyo nombre aparece varias
veces en la obra, había propuesto la abolición de la propiedad privada entre
los gobernantes filósofos, argumentando que de este modo ninguno de ellos
antepondría sus intereses particulares a los intereses de la comunidad.
Como quiera que sea, el enfoque
adoptado por More es mucho más radical que el de sus predecesores. La propiedad
privada no es condenada en términos morales, sino que aparece articulada a una
determinada forma de organización social, la cual genera pobreza y
delincuencia. More percibe que propiedad privada está asociada inevitablemente
a una forma determinada de organizar el trabajo. Por tanto, abolición de la
propiedad privada y reorganización del proceso productivo son medidas que van
de la mano. La sociedad no es, pues, un conjunto de instituciones separadas
entre sí, sino que se encuentra estructurada en torno a la propiedad privada y
el trabajo.
El tema de la
propiedad privada es un tópico habitual de la filosofía político, desde Platón
en adelante. Lo novedoso del enfoque de More es la relación entre propiedad
privada y organización del proceso de trabajo. La Utopía se convierte
así en una indagación realista del proceso social en su conjunto. En otras
palabras, mediante su lectura podemos captar en qué consiste la mirada
sociológica de los fenómenos sociales.
Vayamos despacio,
todavía nos falta mucho camino por recorrer. En la próxima clase vamos a ver la
cuestión del proceso de trabajo en las sociedades precapitalistas. Para ello
tienen que leer el capítulo 1 de Ideología del conocimiento, que enviaré por
correo electrónico.
Villa del Parque, viernes 8 de mayo de 2020
ABREVIATURAS:
SH = Seres humanos / RS =
Relaciones sociales.
NOTAS:
[1] Moro escribió el texto original en latín y en ese idioma
apareció la primera edición, publicada en 1516 en Lovaina. Posteriormente
vieron la luz las ediciones de París (1517) y de Basilea (1518; edición
considerada definitiva). Para la redacción de esta clase me serví de la traducción
española de María Guillermina Nicolini: Moro, Tomás. (2007). Utopía. Buenos Aires:
Losada. Salvo indicación en contrario, a esta edición pertenecen todas las
citas realizadas. Ustedes tienen una versión del Libro Primero que
difiere de la utilizada por mí. En otras palabras, se trata de ediciones diferentes.
Esto carece de importancia, pues nuestro objetivo es comprender el argumento de
More, su descripción de las transformaciones sociales experimentadas por la
Inglaterra del Siglo XVI y su crítica de la propiedad privada, y no un estudio
filológico sobre el significado de cada término.
[2] Utilizo la grafía inglesa del nombre del autor. Sin embargo, pueden
decirle Tomás Moro con total confianza. De hecho, muchas ediciones de la Utopía proceden así.
[3] En la próxima clase estudiaremos con más
detenimiento el proceso de trabajo en la sociedad feudal (y, más en general, en
las sociedades precapitalistas). Por el momento vamos a conformarnos con esta
presentación harto esquemática.
[4] No vamos a referirnos aquí a la existencia de
feudalismo en otras regiones del planeta, pues sería irnos por las ramas.
Quienes estén interesados en profundizar la cuestión pueden consultar el texto
que trabajaremos la próxima clase: Mayo, A. (2005). La ideología del conocimiento. Buenos Aires: Jorge Baudino. (Cap.
1).
[5]
La frase se encuentra en el Manifiesto
Comunista (1848), texto que veremos más adelante en la materia.
[6]
Flandes es una región que forma parte del actual territorio de Bélgica.
[7] More describe el método del trabajo
“indirecto” en la corte: “Si no puedes erradicar ideas erróneas o manejar
vicios arraigados con la eficacia que te gustaría, no es razón para darle la
espalda a la vida pública en su conjunto. No abandonarías un barco en una
tormenta sólo porque no puedes controlar los vientos. Por otra parte, no tiene
sentido tratar de introducir ideas enteramente nuevas, las cuales obviamente no
tendrán peso alguno en las personas que tienen prejuicios en contra. Debes
trabajar de forma indirecta. Manejar todo con el mayor tacto de que seas capaz,
y aquello que no puede corregir, tratar de que esté lo menos equivocado
posible. No serán perfectas las cosas hasta que el hombre sea perfecto y no
espero que lo sea hasta dentro de algunos años.” (p. 91-92). En estos pasajes,
More parece hacer un balance, pesimista por cierto, de su actuación como alto
funcionario del rey Enrique VIII. A través de Hitlodeo, critica ácidamente las
razones con las que podía justificar esa actuación.
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