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martes, 26 de julio de 2022

RICARDO Y LOS DIFERENTES TIPOS DE TRABAJO

 



“El trabajo es el fundamento del valor y (...)

la cantidad relativa del mismo determina casi

exclusivamente el valor relativo de las cosas.”

David Ricardo

 

David Ricardo (1772-1823) investigó la economía política en los albores de la primera Revolución Industrial. Gracias a él tenemos, entre otras cosas, la crítica de Karl Marx (1818-1883) a la ciencia económica moderna (`moderna’ significa en este caso las primeras décadas del siglo XIX), plasmada en El capital (1867), la mejor descripción del funcionamiento del modo de producción capitalista escrita hasta la fecha. 

Ricardo es autor de Principios de economía política (Principles of Political Economy and Taxation; 1° edición: 1817). Esta obra constituye, junto con An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations (1776) de Adam Smith (1723-1790), el aporte más significativo de la economía política clásica a la ciencia económica. Desde el punto de vista bibliográfico, los Principles de Ricardo se encuentran divididos en XXXII capítulos. El capítulo I, titulado “Del valor”, se halla subdividido, a su vez, en siete secciones. La Sección II de ese capítulo está dedicada a examinar el problema de las distintas clases de trabajo y su papel en la determinación del valor en cambio de la mercancía. [1]

Noticia para bibliófilos:

Para la redacción de la ficha utilicé la traducción española de E. Hazera: Ricardo, D. (1985). Principios de economía política. Madrid, España: SARPE.


Teoría del valor trabajo, ok. Pero, ¿qué trabajo?

Adam Smith fue el primero en establecer que el trabajo es la fuente del valor de las mercancías. Ricardo retoma la idea smithiana y enuncia la siguiente ley del valor

Si la cantidad de trabajo empleada en las cosas regula su valor en cambio [2], cada incremento de la misma debe aumentar el valor del artículo a que se aplique, y, del mismo modo, toda disminución debe reducirlo.” (p. 29) [3]

Ahora bien, así planteada la teoría del valor trabajo presenta una serie de dificultades. La primera de ellas consiste en un problema que es a la vez teórico y práctico. En la sociedad hay multitud de trabajos diferentes, hecho que resulta de la constante extensión de la división del trabajo, algo ya advertido por Smith. Las profesiones, los oficios, las labores, se especializan cada vez más. Por ende, surge la dificultad de cómo comparar un día de trabajo de una ocupación con un día de trabajo de otra ocupación. ¿Cómo establecer la equivalencia entre la hora de trabajo de un ingeniero y la hora de trabajo de un programador de software? , ¿cómo determinar la relación entre la hora de trabajo de un maestro y la hora de trabajo de un recolector de residuos? La cuestión es crucial para la teoría del valor trabajo, pues si los trabajos de las diferentes ocupaciones y oficios son incomparables, la teoría resulta falsa.

Ricardo sostiene que el mercado realiza la comparación entre los diferentes trabajos. La acción de comparar se lleva a cabo tomando en cuenta dos variables: a) la habilidad relativa del trabajador; b) la intensidad media del trabajo ejecutado. Que el actor central sea el mercado da cuenta, en el lenguaje del economista inglés, del hecho de que la economía es un proceso social y no individual. Así, yo puedo pretender cobrar por una hora de mi trabajo (consistente en dar clases de sociología) el triple de la hora de trabajo de un conductor de grúas de precisión utilizadas en la construcción de puentes, pero mi pretensión se estrellará contra el dictamen del mercado. 

Ricardo desarrolla un poco más la cuestión de la determinación del valor relativo de los trabajos, incorporando más variables. De este modo, para establecer la equivalencia entre los distintos trabajos deben tomarse en cuenta: 1) destreza; 2) habilidad; 3) tiempo necesario para aprender el oficio (p. 36). Sin embargo, la enumeración resulta incompleta, pues en ella faltan al menos dos elementos: 4) la habilidad y la destreza de la fuerza de trabajo tienen que comer todos los días, es decir, los medios de subsistencia requeridos por el trabajador; 5) la fuerza de trabajo tiene que reproducirse, para que el proceso de trabajo continúe en la generación siguiente, o sea, los medios de subsistencia necesarios para el mantenimiento de la familia del trabajador o trabajadora.

En base a lo anterior, se puede esbozar una primera definición del salario [4]: éste es el valor en cambio de un oficio, profesión, etc. 

 

Digresión epistemológica

Ricardo indica al pasar que estudia los “efectos de las variaciones del valor relativo de las cosas y no de su valor absoluto” (p. 36). Esta frase tiene importancia epistemológica, pues las variaciones del valor relativo (los precios) pueden observarse y ser mensurados. La teoría del valor arranca, pues, de observaciones objetivas y las explica a partir de los cambios (también observables y objetivos) en la cantidad de trabajo necesario para producir las cosas. Precisamente por esto es una teoría objetiva del valor. Pero resulta significativo notar que la teoría tiene un límite: no dice nada del valor absoluto (por lo menos en esta ocasión). En parte, esto último se explica porque el valor es una relación, no una esencia. ¿En qué consiste la diferencia entre relación y esencia? Ya tendremos oportunidad de desarrollar esto más adelante. 

 

Villa del Parque, martes 26 de julio de 2022


Notas

[1] La Sección II se encuentra en pp. 35-36 de la edición mencionada en la noticia para bibliófilos.

[2] Ricardo utiliza el término valor en cambio para referirse al valor mercantil.

[3] Ver también, al comienzo de la Sección II, la frase que sirve de epígrafe a esta ficha.

[4] Ricardo aborda la cuestión de los salarios en el capítulo V (pp. 87-99).

martes, 12 de julio de 2022

ARGUMENTOS HOBBESIANOS PARA AMAR AL LEVIATÁN O, POR LO MENOS, JUSTIFICAR SU EXISTENCIA

 

Coloso, pintura atribuida a Francisco de Goya


 "Si pudiéramos imaginar una gran multitud de individuos, 

concordes con la observancia de la justicia y de otras leyes de naturaleza, 

pero sin un poder común para mantenerlos a raya, 

podríamos suponer igualmente que todo el género humano hiciera lo mismo, 

y entonces no existiría ni sería preciso que existiera ningún gobierno civil 

o Estado, en absoluto, porque la paz existiría sin sujeción alguna."

Thomas Hobbes


En el Leviatán, la obra maestra del filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679), se encuentran algunos capítulos especialmente importantes desde el punto de vista de la ciencia de la sociedad. Ellos son el XIII, donde se describen las características del estado de naturaleza, el cual precede a la vida en sociedad, y el XVII, en el que se presentan las causas de la creación del Estado, así como la manera en que esa creación se lleva a cabo. Ambos capítulos, que por sí solos justifican la inclusión de Hobbes en cualquier antología del pensamiento político, ya fueron reseñados y comentados en este blog. Pero el trabajo quedaría incompleto si no procedemos a examinar el capítulo XVIII, que da un cierre al tema de la cuestión del surgimiento del Estado abordada en el capítulo que lo precede en la obra.

Antes de empezar es preciso contentar a los amantes de las noticias bibliográficas. Todas las citas del Leviatán fueron tomadas de la siguiente edición: Hobbes, T. (1998). [1°edición: 1651]: Leviatán o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil. México, D. F.: Fondo de Cultura Económica. 618 p. (Sección de Obras de Política y Derecho). Traducción de Manuel Sánchez Sarto.


Cumplidas las formalidades, ya podemos comenzar con el análisis del capítulo XVIII, cuyo título es “De los Derechos de los Soberanos por Institución”. [1]

Hobbes inauguró una corriente de pensamiento político conocida como contractualismo, cuya característica definitoria consiste en postular un estado presocial (el famoso estado de naturaleza), del que se sale mediante la realización de un pacto o contrato (de ahí el nombre de la corriente). A Hobbes no le importa si existió históricamente el estado de naturaleza, pues éste es más que nada un recurso lógico, que permite a nuestro autor modelar los rasgos del Estado. Para ser precisos, hay que decir que en la base de la argumentación hobbesiana se encuentra la noción de naturaleza humana. O sea, la serie argumental es la siguiente: naturaleza (o esencia) humana - estado de naturaleza - contrato o pacto - Leviatán (Estado). En entradas anteriores ya desarrollamos los primeros tres puntos de la serie argumental y, además, indicamos que la nota característica del Estado es el recurso al terror para lograr la paz. Nuestro filósofo no es afecto a lo políticamente correcto y prefiere mostrarnos la desnudez del Estado.

La necesidad del Estado se deriva de la situación de guerra de todos contra todos, propia del estado de naturaleza. El mismo egoísmo que provoca la confrontación entre los seres humanos propone el remedio para superarla: surge así en cada individuo la decisión de ceder a un tercero su derecho al autogobierno. De este modo cobra vida el Leviatán, cuya potencia inflige terror a las personas y las convence de respetar las reglas que impone.

Ahora bien, el Estado utiliza el terror para imponer la paz. Con ese objetivo concentra el poder para someter a los súbditos. Por ende, existe una asimetría brutal entre el poder estatal y el poder de los ciudadanos; simplemente no hay equivalencia entre uno y otro. Pero el gran poder del Estado tiene su contracara; los súbditos pueden considerar que la asimetría mencionada les proporciona más desventajas que utilidades. 

A primera vista, salir de la guerra de todos contra todos para pasar a la opresión estatal no parece ser un buen negocio.

Hobbes resuelve el problema mediante dos argumentos. El primero involucra la cuestión de la representación y es desarrollado al comienzo del capítulo. El segundo consiste en la comparación de la vida de las personas en estado de naturaleza y la vida bajo el poder del Leviatán, y se encuentra al final del capítulo. Dado que el segundo argumento remite a los fines del Estado y que, por tanto, toca la raíz de la cuestión, es preciso comenzar por éste a los fines de la claridad de la exposición, a pesar de que proceder así implica invertir la estructura del capítulo.

Como es su costumbre, Hobbes va al hueso:

“Puede objetarse aquí que la condición de los súbditos es muy miserable, puesto que están sujetos a los caprichos y otras irregulares pasiones de aquel o aquellos cuyas manos tienen tan ilimitado poder.” (p. 150)

La objeción es plausible dada la asimetría de poder entre el Leviatán y los súbditos. Y es todavía más pertinente si se acepta la concepción hobbesiana de la naturaleza humana: los seres humanos son egoístas por naturaleza y luchan entre sí por tres motivos, a saber, competencia, desconfianza, gloria. [2] Pues, si cada individuo procura someter a los demás, ¿qué no haría uno - o varios de ellos - colocado en una posición de poder? 

Parece ser que hemos salido del terror de la guerra de todos contra todos para sumergirnos en el terror del despotismo estatal.

Hobbes responde al problema de la asimetría Estado-súbdito mediante otra asimetría: el terror de la guerra de todos contra todos frente al terror estatal. El primero es la peor situación imaginable para los seres humanos, pues “existe continuo temor y peligro de muerte violenta; y la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve” (p. 103). En el estado de naturaleza impera “esa disoluta condición de los hombres desenfrenados, sin sujeción a leyes y a un poder coercitivo que trabe sus manos, apartándoles de la rapiña y de la venganza” (p. 150). Ese estado puede compararse a “la miseria y calamidades que acompañan a una guerra civil” (p. 150). 

Todos estos horrores son consecuencia de la ausencia de un “poder coercitivo” que ponga freno a la acción de las pasiones propias de la naturaleza humana.

Nuestro filósofo es taxativo:

“Las leyes de naturaleza (...) [en suma, la ley que dice haz a los otros lo que quieras que otros hagan para tí] son, por sí mismas, cuando no existe el temor a un determinado poder que motive su observancia, contrarias a nuestras pasiones, las cuales nos inducen a la parcialidad, al orgullo, a la venganza y a cosas semejantes. Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno.” (p. 137)

Por todo esto, el terror de la guerra de todos contra todos es inconmensurable. En consecuencia, el terror que impone el Leviatán es necesario, pues sin la existencia de un poder coercitivo la vida humana no es otra cosa que miedo e incertidumbre. 

El poder estatal provoca “incomodidades” a las personas, pero son insignificantes frente a los efectos de la guerra de todos contra todos. Este es, palabras más palabras menos, el argumento hobbesiano.

La historia nos enseña las atrocidades cometidas por los Estados. Está fuera de discusión la inigualable capacidad estatal para infligir daño y provocar sufrimiento. Pero Hobbes nos propone ampliar la perspectiva e indagar las causas de la existencia del Estado, pues el Leviatán existe con independencia de lo que pensemos de él. Su razonamiento es sencillo, pero apunta al núcleo de la cuestión: la necesidad de reglas para vivir en sociedad y, derivada de ella, la necesidad de un poder que haga cumplir esas reglas.

Tal como se indicó más arriba, Hobbes desarrolla otro argumento para resolver el problema de la justificación del Estado. Según esta otra argumentación, el Leviatán es instituido por la voluntad de cada uno de los individuos, expresada en el pacto. No es una imposición; su institución expresa la autonomía del individuo. Si bien Hobbes apenas menciona al pueblo (algo lógico, puesto que su postura es individualista metodológica), puede afirmarse que el Leviatán surge de la voluntad popular (entendida aquí como la agregación de cada uno de los individuos que firma el pacto). [3] Por ende, cada una de las leyes establecidas por el Estado debe ser considerada como la expresión de la voluntad de cada individuo pactante.

“Cada uno de ellos, tanto los que han votado en pro como los que han votado en contra [de la creación del Leviatán], debe autorizar todas las acciones y juicios de ese hombre o asamblea de hombres, lo mismo que si fueran suyos propios, al objeto de vivir apaciblemente entre sí y de ser protegidos contra otros hombres.” (p. 142)

El terror de que se sirve el Estado para imponer la paz es, por tanto, la manifestación de las voluntades de los individuos. Esta es una diferencia radical respecto a la situación del estado de naturaleza.

Hobbes profundiza el camino abierto por Maquiavelo (1469-1527) en El príncipe [4]. El pueblo es la fuente de la soberanía; el Leviatán es la representación del pueblo. Por esto el terror estatal expresa la voluntad del pueblo de poner fin a la guerra de todos contra todos.

Los dos argumentos que acabamos de exponer le sirven a Hobbes para justificar la necesidad del Estado. Ellos no agotan la variedad de temas desarrollados en el capítulo XVIII, pues allí se abordan dos cuestiones más: i) la soberanía y la representación; ii) los derechos y atributos del Estado. Pero aquí termina la ficha. Ya habrá oportunidad para tratar ambas cuestiones.

 

Villa del Parque, martes 12 de julio de 2022


NOTAS

[1] Se encuentra en pp. 142-150 de la edición mencionada.

[2] Hobbes escribió en el capítulo XIII: “Así hallamos en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia. Primera, la competencia; segunda, la desconfianza; tercera, la gloria.” (p. 102).

[3] El pasaje clave es el siguiente: “De esta institución de un Estado derivan todos los derechos y facultades de aquel o de aquellos a quienes se confiere el poder soberano por el consentimiento del pueblo reunido.” (p. 142)

[4] Ver al respecto el capítulo 9 de El príncipe.



martes, 5 de julio de 2022

LA TEORÍA DEL VALOR DE DAVID RICARDO: FICHA SOBRE LA SECCIÓN I DE LOS PRINCIPIOS DE ECONOMÍA POLÍTICA


David Ricardo


 “De las ideas vagas que se tienen acerca de la palabra valor

proceden principalmente tantos errores y tantas diferencias

de opinión como se han manifestado en esta ciencia.”

David Ricardo


El epígrafe de esta ficha está tomado del capítulo I de los Principios de economía política (Principles of Political Economy and Taxation; 1° edición: 1817), magnum opus del economista David Ricardo (1772-1823). Su nombre está entrelazado al de Adam Smith (1723-1790) en la fundación de la economía política moderna. En 1799 Ricardo leyó An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations (1° edición: 1776; conocida en español como La riqueza de las naciones), la obra más importante de Smith en el campo de la ciencia económica. A partir de ese momento, Ricardo, un hábil hombre de negocios, se volcó al estudio de la economía política y, a la postre, produjo una revolución en el campo de la nueva ciencia. La influencia de Smith está presente en los Principios de economía política, a punto tal que Ricardo critica y dialoga constantemente con Smith. Esto último es especialmente notorio en el capítulo I de la obra, dedicado a examinar el tema del valor.

La presente ficha está dedicada a la Sección I del capítulo primero de la obra. [1] Desde el punto de vista temático, esta Sección aborda las siguientes cuestiones: a) la dualidad del valor de la mercancía, es decir, valor de uso y valor de cambio; b) las dos fuentes del valor de la mercancía, esto es, la escasez y la cantidad de trabajo necesario; c) la medida del valor; d) la ley del valor. Dichas cuestiones son abordadas en la ficha en el orden indicado aquí.

Noticia para bibliófilos:

Para la redacción de la ficha utilicé la traducción española de E. Hazera: Ricardo, D. (1985). Principios de economía política. Madrid, España: SARPE.


§1. Dualidad del valor de la mercancía [2]

Ricardo toma de Smith la idea de que el valor tiene dos significados diferentes: valor de uso o utilidad; valor en cambio. Sin embargo, Ricardo prefiere usar los términos utilidad y valor.

La utilidad es la propiedad de las cosas [3] de “contribuir a nuestra satisfacción” (p. 28). [4] Agrega que no es medida del valor, “pero es absolutamente esencial al mismo” (p. 27), pues sin utilidad [si no satisfacen necesidades humanas] las cosas no tienen valor. 

§2. Las dos fuentes del valor de la mercancía

Ricardo señala que hay dos fuentes del valor: la escasez y la cantidad de trabajo necesario para producir una mercancía. En sus palabras: “Poseyendo utilidad, las cosas derivan su valor en cambio de dos causas: de su escasez y de la cantidad de trabajo necesario para obtenerlas.” (p. 28)

¿A qué se refiere con escasez? 

Hay cosas como las estatuas, las pinturas, los libros y manuscritos antiguos, los vinos de una cosecha determinada, etc, que poseen la particularidad de que

“Ningún trabajo puede aumentar su cantidad, y por consiguiente, su valor no puede ser reducido aumentando la oferta. (...) su valor es enteramente independiente de la cantidad de trabajo necesario para producirlas, y varía según el grado de riqueza y las inclinaciones de los que deseen poseerlas.” (p. 28)

Sin embargo, constituyen una parte muy pequeña de las cosas que se cambian en el mercado. Ello lleva a Ricardo a examinar la fuente del valor de la inmensa mayoría de las mercancías: la cantidad de trabajo necesario para obtenerlas.

La mayoría de las mercancías se obtienen por medio del trabajo. Por lo tanto, “pueden ser multiplicadas (...) casi sin límite alguno, si estamos dispuestos a emplear el trabajo necesario para obtenerlas” (p. 28).

Dado que las mercancías producidas por el trabajo son la abrumadora mayoría de las mercancías que se venden en el mercado, Ricardo se refiere siempre a ellas cuando trata el valor en cambio: 

“Al hablar de las cosas, de su valor en cambio y de las leyes que regulan sus precios respectivos, nos referimos siempre a aquellas cuya cantidad puede ser aumentada por el esfuerzo de la industria humana y en cuya producción la competencia actúa sin restricciones.” (p. 28)

Hablando en términos modernos, el objeto de estudio de la economía política es el valor y la fuente del valor es el trabajo. La escasez desempeña un papel marginal y la utilidad es el soporte del valor, en el sentido de que la mercancía debe satisfacer alguna necesidad humana.

§3. La medida del valor

Establecido lo anterior, Ricardo se concentra en la cuestión de la medida del valor. Esa medida es la cantidad de trabajo necesaria, la cual se mide por el tiempo (aunque no hace mención de éste en la Sección I.

En el resto de la Sección I discute las otras medidas del valor propuestas por Adam Smith: a) el trigo [5]; b) el trabajo, esto es, la cantidad de la que se puede disponer en el mercado o, más sencillamente, el salario. [6]

§4. La ley del valor

Ricardo la enuncia así:

“Si la cantidad de trabajo empleada en las cosas regula su valor en cambio, cada incremento de la misma debe aumentar el valor del artículo a que se aplique, y, del mismo modo, toda disminución debe reducirlo.” (p. 29)

Para finalizar esta ficha, cabe señalar la sencillez y precisión del lenguaje utilizado por Ricardo. 


Villa del Parque, martes 5 de julio de 2022


Notas

[1] Los Principles de Ricardo se encuentran divididos en XXXII capítulos. El capítulo I, titulado “Del valor”, se halla subdividido, a su vez, en siete secciones. La Sección I de ese capítulo está dedicada a determinar en qué consiste el valor de una cosa y ocupa las pp. 27-34 de la edición empleada para esta ficha.

[2] En los títulos de los parágrafos de la ficha utilicé términos semejantes a los empleados por Karl Marx (1818-1883) en el capítulo I de El capital (1867). Así, por ejemplo, Marx titula el primer apartado de ese capítulo como “Los dos factores de las mercancías: valor de uso y valor”. Se trata de mostrar la deuda enorme de Marx con Ricardo.

[3] Bajo el término “cosas” se incluyen también los servicios.

[4] Además, hay cosas extremadamente útiles como el aire y el agua que caso no tienen o que carecen de valor en cambio (p. 27).

[5] Ricardo critica el uso del trigo como medida del valor en el parágrafo 8 (p. 30).

[6] Ricardo indica que la tesis del trabajo como medida del valor también fue postulada por Thomas Malthus (1766-1834). La discusión del empleo del trabajo como medida se encuentra en los parágrafos 9-12 (pp. 30-34).