Vistas de página en total

Mostrando entradas con la etiqueta Crítica del Programa de Gotha. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Crítica del Programa de Gotha. Mostrar todas las entradas

miércoles, 1 de enero de 2014

LA CRÍTICA DE MARX AL CONCEPTO DE IGUALDAD: APUNTES SOBRE LAS GLOSAS MARGINALES AL PROGRAMA DE GOTHA




El mundo está dominado por los estereotipos y los clichés. Los estereotipos consisten en atribuir un conjunto de características a un grupo social determinado; los clichés, por su parte, son afirmaciones consideradas como propias de un estereotipo determinado. El mecanismo de construcción de los estereotipos es sencillo. Se asocia a una persona o a un grupo una determinada característica y/o comportamiento, y a partir de allí el matrimonio entre comportamiento y  personaje es hasta que la muerte los separa. Hace ya mucho tiempo que la teoría sociológica demostró que el proceso de generación de estereotipos no es aleatorio, sino que obedece a causas sociales, derivadas de la distribución del poder en la sociedad. No obstante, el dominio al que hice referencia al comienzo de este párrafo se mantiene incólume.

Desde el punto de vista del conocimiento de lo social, los estereotipos ahorran el trabajo de informarse y pensar. Constituyen una de las manifestaciones más concretas del poder de la ideología. Como en la sociedad existen diversas ideologías, y puesto que estas ideologías se encuentran entre sí en una relación de desigualdad, los estereotipos nos ofrecen una ilustración de los rasgos centrales de la ideología dominante. En otras palabras, los estereotipos más difundidos expresan la visión del mundo de la clase dominante o la forma en que las clases subordinadas decodifican dicha visión.

En este ensayo no me propongo formular una teoría de los estereotipos. El objetivo es mucho más limitado. Consiste en ilustrar, mediante un ejemplo, la función de los clichés. Para ello me remitiré al tratamiento de la noción de igualdad en la obra de Marx, Crítica del Programa de Gotha. (1).

El cliché sostiene que Marx (y por extensión todo militante socialista) era un fanático de la igualdad. Por ende, su propuesta política gira en torno a la igualación de los seres humanos, hasta llegar a convertirlos en una especie de copias idénticas desprovistas de iniciativa propia. La diversidad y la diferencia de opiniones, preferencias y gustos serían, siempre según el Marx cliché, manifestaciones del pensamiento burgués, impropias del proletariado. De este modo, el marxismo queda reducido a una teoría tosca, que atenta contra la libertad.

La concepción de Marx en lo referente a la cuestión de la igualdad se encuentra en las antípodas de lo que dice el cliché. En la Crítica, para horror de los amantes de los lugares comunes, aparece defendiendo el derecho desigual frente a la noción de igualdad. Veamos el argumento completo.

El proyecto de programa criticado por Marx sostenía lo siguiente:

“1. El trabajo es la fuente de toda riqueza y de toda cultura, y como el trabajo útil sólo es posible dentro de la sociedad y a través de ella, todos los miembros de la sociedad tienen igual derecho a percibir el fruto íntegro del trabajo.” (p. 329).

“3. La emancipación del trabajo exige que los medios de trabajo se eleven a patrimonio común de la sociedad y que todo el trabajo sea regulado colectivamente, con un reparto equitativo del fruto del trabajo.” (p. 331).

Marx somete estos dos puntos a una discusión minuciosa. En primer término, pone en cuestión el significado de la noción de “equidad”.

            “¿Qué es «reparto equitativo»?

¿No afirman los burgueses que el reparto actual es «equitativo»? ¿Y no es éste, en efecto, el único reparto «equitativo» que cabe, sobre la base del modo actual de producción? ¿Acaso las relaciones económicas son reguladas por los conceptos jurídicos de las relaciones económicas? ¿No se forjan también los sectarios socialistas las más variadas ideas acerca del reparto «equitativo»?” (p. 332).

La noción jurídica de igualdad aparece subordinada a las relaciones de producción. La igualdad jurídica se da, por tanto, en el marco de determinadas condiciones económicas, que establecen los límites de esa igualdad. Pretender instalar la igualdad social a partir del derecho, sin tomar en consideración dichas condiciones, equivale a construir castillos en la arena. (2).

Los progresistas se caracterizan por criticar las injusticias sociales, tales como la pobreza, el hambre, la creciente destrucción de la naturaleza, etc. Su indignación es sincera y muchas veces conduce a la acción militante. Sin embargo, consideran que estas injusticias son producto del egoísmo de las personas y no de la organización social capitalista. El capitalismo debe ser perfeccionado para evitar o mitigar las consecuencias del egoísmo. Por supuesto, existen numerosas variantes del progresismo, algunas más radicales que otras, pero todas tienen en común la convicción de que es imposible un sistema social alternativo al capitalismo. Para la temática abordada en este trabajo resulta especialmente interesante un grupo de progresistas, quienes piensan que el problema de la sociedad está en las leyes. Por ello, atacan la igualdad jurídica existente en el capitalismo con el argumento de que es formal y no real. Para volver concreta a la igualdad, abogan por la sanción de leyes que promuevan la reducción de la desigualdad material, en el convencimiento de que por este camino puede llegarse a una sociedad en la que rijan a la vez la economía mercantil y la igualdad en las posibilidades. En este punto corresponde retomar el análisis de Marx.

Al criticar de este modo al derecho burgués, los progresistas pasan por alto que dicha igualdad se corresponde con las relaciones económicas capitalistas; decretar la igualdad, o pretender avanzar hacia la igualdad con medidas jurídicas que mantienen intocado el régimen de producción capitalista, lleva a una acumulación de contradicciones. Tomemos, por ejemplo, el caso de la emancipación de la mujer. La legislación actual asegura la plena igualdad entre los hombres y las mujeres..., en la medida en que son propietarios. Si una mujer es obrera, sirvienta, jornalera, difícilmente tenga las mismas oportunidades que las mujeres de la alta burguesía o las profesionales. Una hija de obreros asiste, por regla general a peores colegios que una hija de profesionales, acumula menos relaciones (o, como diría Bourdieu, menos capital simbólico), se ve obligada a entrar al mercado laboral a una edad más temprana que las chicas de clase media. Todo ello en medio de la plena vigencia de la igualdad jurídica.  Para gozar plenamente de los derechos es preciso tener dinero, el equivalente universal que puede ser cambiado por cualquier mercancía. Pero aún teniendo dinero, la emancipación de una persona se realiza a costa del cercenamiento de la libertad de otras. Por ejemplo, .una mujer profesional o empresaria puede gozar plenamente de los derechos que le garantiza el derecho burgués; sin embargo, para poder concretar plenamente su emancipación es preciso que alguien haga por ella las tareas del hogar (por más progresista que es el mundo actual, los quehaceres hogareños siguen a cargo, fundamentalmente, de las mujeres). Esa tarea queda a cargo de otra mujer, contratada muchas veces en condiciones de precariedad; dicha mujer, luego de limpiar, cocinar y planchar en la casa de la mujer emancipada, debe ir a realizar las mismas tareas a su hogar. ¡Bonita emancipación, que requiere del sobretrabajo de otras personas!

El derecho no construye a piacere las relaciones sociales; por el contrario, expresa el carácter contradictorio y complejo de dichas relaciones. El derecho es el resultado de la lucha entre las clases y grupos sociales, no el producto de la reflexión de los juristas y/o los legisladores.

“Para saber lo que aquí hay que entender por la frase de «reparto equitativo», tenemos que cotejar este párrafo con el primero. El párrafo que glosamos supone una sociedad en la cual los «medios de trabajo son patrimonio común y todo el trabajo se regula colectivamente», mientras que en el párrafo primero vemos que «todos los miembros de la sociedad tienen igual derecho a percibir el fruto íntegro del trabajo».

¿«Todos los miembros de la sociedad»? ¿También los que no trabajan? ¿Dónde se queda, entonces, el «fruto íntegro del trabajo»? ¿O sólo los miembros de la sociedad que trabajan? ¿Dónde dejamos, entonces, el «derecho igual» de todos los miembros de la sociedad?

Sin embargo, lo de «todos los miembros de la sociedad» y el «derecho igual» no son, manifiestamente, más que frases. Lo esencial del asunto está en que, en esta sociedad comunista, todo obrero debe obtener el «fruto íntegro del trabajo» lassalleano.” (p. 332).

Transcribí los pasajes anteriores para que el lector pueda juzgar en detalle la forma en que Marx se burlaba de los lugares comunes de la izquierda progresista de su época y a la liviandad con que ésta planteaba sus consignas. La referencia de Marx “a los que no trabajan” sirve para hacer notas las inconsistencias del “derecho igual”.  Su afirmación de que las consignas planteadas en el proyecto no son más que “frases” debe interpretarse como una crítica general a estos progresistas, quienes formulaban sus reivindicaciones sin analizar previamente las condiciones de la producción capitalista.

A continuación, Marx pone la formulación abstracta del programa en la tierra de los hechos económicos. El “fruto del trabajo” es el producto social global. Antes de poder realizar el reparto del mismo, es preciso deducir de producto lo siguiente: 1) una parte para reponer los medios de producción consumidos; 2) una porción destinada a inversión, es decir, a ampliar la producción (imprescindible tanto para satisfacer las necesidades del crecimiento de la población como para dotar de más bienes a la población existente); 3) un fondo de reserva para compensar el efecto de accidentes, catástrofes, etc.

Luego de las deducciones mencionadas, lo que resta del producto constituye la parte destinada a servir de medios de consumo. Sin embargo, todavía no es posible iniciar el reparto individual, pues de dicha parte hay que deducir: 1) los gastos generales de administración; 2) la parte destinada a la satisfacción colectiva de las necesidades (por ejemplo: escuelas, hospitales, etc.); 3) los fondos para las personas no capacitadas para el trabajo.

Sólo a partir de aquí se puede efectuar la distribución del producto “parcial” (ya hemos visto que no puede tratarse del producto “íntegro” del trabajo) entre los productores individuales. Marx demuestra a continuación, tomando el caso de una sociedad recién salida del capitalismo (a ella se refiere el punto 3 del proyecto de programa citado más arriba), que el derecho igual preconizado por los socialistas alemanes se transforma en su contrario. Veamos el argumento en toda su extensión.

“De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base sino de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede. Congruentemente con esto, en ella el productor individual obtiene de la sociedad – después de hechas las obligadas deducciones – exactamente lo que le ha dado. Lo que el productor ha dado a la sociedad es su cuota individual de trabajo. Así, por ejemplo, la jornada social de trabajo se compone de la suma de las horas de trabajo individual; el tiempo individual de trabajo de cada productor por separado es la parte de la jornada social de trabajo que él aporta en su participación en ella. La sociedad le entrega un bono consignando que ha rendido tal o cual cantidad de trabajo (después de descontar lo que ha trabajado para el fondo común), y con este bono saca de los depósitos sociales de medios de consumo la parte equivalente a la cantidad de trabajo que ha rendido. La misma cuota de trabajo que ha dado a la sociedad bajo una forma, la recibe de ésta bajo otra forma distinta.

Aquí reina, evidentemente, el mismo principio que regula el intercambio de mercancías, por cuanto éste es el intercambio de equivalentes. Han variado la forma y el contenido, porque bajo las nuevas condiciones nadie puede dar sino su trabajo, y porque, por otra parte, ahora nada puede pasar a ser propiedad del individuo, fuera de los medios individuales de consumo. Pero, en lo que se refiere a la distribución de éstos entre los distintos productores, rige el mismo principio que en el intercambio de mercancías equivalentes: se cambia una cantidad de trabajo, bajo una forma, por otra cantidad igual de trabajo, bajo otra forma distinta.” (p. 333-334).

Una breve interrupción en el argumento de Marx. El lector atento habrá notado que Marx refuta al pasar otro de los clichés que los críticos le atribuyen al pensamiento socialista. Éstos sostienen que el socialismo se propone abolir toda propiedad (o la propiedad en general). Marx repite algo que aparece en todos sus textos: el socialismo consiste en la propiedad colectiva de los medios de producción, pero debe mantener la propiedad privada de los medios individuales de consumo. Más allá de las afirmaciones de los críticos malintencionados, en ningún momento Marx propuso la abolición de la propiedad privada de los calzoncillos o de los ejemplares de la Biblia.

A continuación, Marx plantea la cuestión en términos del derecho:

“Por eso, el derecho igual sigue siendo aquí, en principio, el derecho burgués, aunque ahora el principio y la práctica ya no se tiran de los pelos, mientras que en el régimen de intercambio de mercancías no se da más que como término medio, y no en los casos individuales.

A pesar de este progreso este derecho igual sigue llevando implícita una limitación burguesa. El derecho de los productores es proporcional al trabajo que han rendido; la igualdad, aquí, consiste en que se mide por el mismo rasero: por el trabajo.” (p. 334).

Interrumpo otra vez la argumentación de Marx para enfatizar la relación que éste establece entre el derecho igual y el derecho burgués, a partir de la constatación de que el derecho igual se manifiesta, ante todo, en el intercambio de las mercancías. Simplificando con fines didácticos la cuestión, en el mercado se intercambian las mercancías por su precio, medido en el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción.

“Pero unos individuos son superiores física o intelectualmente a otros y rinden, pues, en el mismo tiempo, más trabajo, o pueden trabajar más tiempo; y el trabajo, para servir de medida, tiene que determinarse en cuanto a duración o intensidad; de otro modo, deja de ser una medida. Este derecho igual es un derecho desigual para trabajo desigual. No reconoce ninguna distinción de clase, porque aquí cada individuo no es más que un obrero como los demás; pero reconoce, tácitamente, como otros tantos privilegios naturales, las desiguales aptitudes de los individuos, y, por consiguiente, la desigual capacidad de rendimiento. En el fondo, es, por tanto, como todo derecho, el derecho de la desigualdad. El derecho sólo puede consistir, por naturaleza, en la aplicación de una medida igual; pero los individuos desiguales (y no serían distintos individuos si no fuesen desiguales) sólo pueden medirse por la misma medida siempre y cuando que se les mire solamente en un aspecto determinado; por ejemplo, en el caso concreto, sólo en cuanto obrero, y no se vea en ellos ninguna otra cosa, es decir, se prescinda de todo lo demás. Prosigamos: unos obreros están casados y otros no; unos tienen más hijos que otros, etc., etc. A igual rendimiento y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, unos obtienen de hecho más que otros, unos son más ricos que otros, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual.” (p. 334-335; el resaltado es mío).

Marx parte del reconocimiento de que los seres humanos somos desiguales. Esto significa que tenemos distintas habilidades, preferencias, gustos. El derecho burgués, en la medida en que está dirigido a plasmar la igualdad, sólo puede igualar en la medida en que toma un aspecto unilateral de la personalidad de los individuos; la igualación se logra, pues, mediante una operación de negación de la diversidad existente entre los individuos. De modo que colocar el “derecho igual” como el eje de las reivindicaciones del socialismo implica adoptar el punto de vista de la burguesía, que construye una igualdad formal (unilateral), pasando por encima de la multiplicidad de facetas de la individualidad de la persona. Como puede observarse, el pensamiento de Marx se encuentra, en esta cuestión, a años luz de las toscas exposiciones que formulan algunos de sus críticos.

Marx tenía en mente una forma de organización social capaz de garantizar el desarrollo pleno del individuo. En su crítica de la economía política planteó que la división del trabajo capitalista conduce a una personalidad unilateral, empobrecida, despojada de la posibilidad misma de seguir distintos caminos de expansión de sus capacidades. En ningún momento hizo un reclamo de originalidad en esta cuestión, pues autores como Adam Smith también habían alertado sobre los peligros de la división del trabajo para la personalidad del individuo. Pero Marx fue más allá de la advertencia. Sostuvo que la unilateralidad generada por la división del trabajo no es una maldición divina ni un efecto colateral e inevitable del progreso (al estilo de la consideración de la burocracia en la obra de Max Weber). Es el resultado de determinadas relaciones de producción, históricas y, por tanto, transitorias.

“En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades!” (p. 335).

El comunismo para Marx debía ser la forma de organización social capaz de asegurar el desarrollo pleno de la individualidad, donde cada persona podría dar riendo suelta a sus preferencias y habilidades sin tener que pagar el precio de la miseria y/o la persecución. En vez de aplastar la individualidad, el comunismo marxista busca potenciar al máximo dicha individualidad. A diferencia del pensamiento liberal, Marx considera que esa potenciación de la persona sólo es posible en un marco colectivo, es decir, requiere para su plena realización que en el individuo se encuentre plenamente integrado en la comunidad, que vea en ella una parte indisoluble de su persona.

Villa Jardín, miércoles 1 de enero de 2014

NOTAS:

(1) En este ensayo utilicé la siguiente traducción española: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1981). Obras escogidas. Moscú: Progreso. (pp. 325-353). La obra está constituida por una serie de manuscritos y cartas en los que Marx y Engels discuten con la dirección del Partido Socialdemócrata Alemán. Los socialistas alemanes estaban divididos en dos corrientes: una de ellas, liderada por August Bebel (1840-1913) y Wilhelm Liebknecht (1826-1900), se encontraba cercana a los planteos de Marx; la otra reunía a los seguidores de Ferdinand Lassalle (1825-1864). Lassalle, además de ser un personaje pintoresco, abogaba por la colaboración entre el movimiento obrero y el Estado prusiano para obtener mejoras en la condición de los trabajadores. Lassalle y sus seguidores (Lassalle murió muy joven en un duelo) preferían negociar con el Estado y conseguir concesiones antes que desarrollar un movimiento obrero políticamente autónomo. Hay que decir, para complicar un poco las cosas,  que Lassalle cumplió un papel significativo en el desarrollo del movimiento obrero alemán luego de la derrota de 1848-1849. En 1875 ambos grupos del socialismo alemán, marxistas y lassalleanos, emprendieron negociaciones tendientes a la unificación. En este marco, los marxistas elaboraron un proyecto de programa para el partido unificado; en el documento estaban contempladas muchas de las posiciones de los lassalleanos. Marx, quien no participó ni de las negociaciones ni de la redacción del proyecto, se indignó ante lo que consideró una claudicación inconcebible e inútil frente a los lassalleanos.


(2) En la Crítica, Marx formula la siguiente observación sobre el derecho: “El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado.” (p. 335).

jueves, 19 de diciembre de 2013

MARX Y EL ESTADO: APUNTES SOBRE SU CONCEPCIÓN DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA EN LA CRÍTICA DEL PROGRAMA DE GOTHA

Es casi un lugar común del mundo académico identificar al pensamiento de Karl Marx (1818-1883) con el estatismo. Así, se afirma una y otra vez que Marx consideraba que el Estado era el remedio para los males sociales. Los defensores de esta afirmación se basan para sustentar su afirmación en las diversas experiencias del llamado “socialismo real”, desde la difunta Unión Soviética en adelante. Al hacerlo, pasan por alto un pequeño detalle: la Revolución Rusa se produjo en 1917, mientras que Marx falleció en 1883. Independientemente de la valoración que se haga de los “socialismos reales”, es poco serio achacarle a una persona que murió bastante antes de la Revolución Rusa la responsabilidad por los mismos. En este punto, la concepción académica se da de la mano con la lucha de clases, en el sentido de que representa un apoyo para quienes quieren transformar al pensamiento de Marx en una teoría fácilmente desechable y al socialismo en una utopía.

Ahora bien, una cosa es lo los demás dicen de alguien y otra cosa es lo que ese “alguien” piensa y hace realmente. En el caso de Marx no es tan difícil acceder a sus ideas, puesto que ha escrito un par de obras, las cuales se han traducido a un par de lenguas de alcance más o menos universal. El obstáculo epistemológico, para usar la expresión de Gaston Bachelard (1884-1962), radica aquí en la dificultad para abrir alguna obra de Marx y leer lo que dice efectivamente sobre el Estado. Pero las cosas más sencillas suelen ser las menos practicadas en nuestro sabio mundo académico. Como indiqué más arriba, la causa de la actitud de los intelectuales académicos debe buscarse en la lucha de clases. En un mundo dominado por la precarización laboral, la competencia incesante y el temor a perder el puesto de trabajo, no está bueno morder la mano del que te da de comer. De ahí el rechazo generalizado a tomar en serio al marxismo. Es verdad, por cierto, que el marxismo puede convertirse en una actividad lucrativa, pero para ello hay que pagar el precio de abjurar de la lucha de clases y del carácter de clase del Estado. De ese modo, la teoría de Marx pierde todo contacto con la realidad (recordemos, por ejemplo, que Marx quería que el lector por antonomasia de El capital fuesen los obreros) y se convierte en otro de los animales exóticos con los que juegan los intelectuales académicos.

El conjunto de escritos de Marx y Engels conocido genéricamente como Crítica del Programa de Gotha (1) es una buena puerta de entrada a su concepción sobre el Estado y la política. En otro momento tuve la oportunidad de presentar algunos aspectos de dicha obra, escrita con posterioridad a la Comuna de París (1871), esa experiencia crucial para el movimiento obrero europeo. Ahora tomaré de dicho texto la cuestión de la educación pública, como muestra de la concepción de Marx sobre el Estado.

Antes de exponer la posición de Marx es preciso decir que la obra mencionada está constituida por una serie de manuscritos y cartas en los que Marx y Engels discuten con la dirección del Partido Socialdemócrata Alemán. Los socialistas alemanes estaban divididos en dos corrientes: una de ellas, liderada por August Bebel (1840-1913) y Wilhelm Liebknecht (1826-1900), se encontraba cercana a los planteos de Marx; la otra reunía a los seguidores de Ferdinand Lassalle (1825-1864). Lassalle (2), además de ser un personaje pintoresco, abogaba por la colaboración entre el movimiento obrero y el Estado prusiano para obtener mejoras en la condición de los trabajadores. Lassalle y sus seguidores (Lassalle murió muy joven en un duelo) preferían negociar con el Estado y conseguir concesiones antes que desarrollar un movimiento obrero políticamente autónomo. Hay que decir, para complicar un poco las cosas,  que Lassalle cumplió un papel significativo en el desarrollo del movimiento obrero alemán luego de la derrota de 1848-1849. En 1875 ambos grupos del socialismo alemán, marxistas y lassalleanos, emprendieron negociaciones tendientes a la unificación (3). En este marco, los marxistas elaboraron un proyecto de programa para el partido unificado; en el documento estaban contempladas muchas de las posiciones de los lassalleanos. Marx, quien no participó ni de las negociaciones ni de la redacción del proyecto, se indignó ante lo que consideró una claudicación inconcebible e inútil frente a los lassalleanos.

La bronca de Marx se explica si se tiene en cuenta su caracterización del Estado como instrumento de dominación, como aparato destinado al sojuzgamiento de las clases explotadas. Lejos de ser un apologista del Estado, Marx remarcó en todo momento la necesidad de la organización autónoma de los trabajadores, partiendo de la certeza de que la “emancipación de los trabajadores sólo podría ser obra de los trabajadores mismos”. Además, la experiencia de la Comuna de París lo convenció de que la clase obrera no podía servirse del Estado burgués para lograr su liberación. En 1871, cuando redactó La guerra civil en Francia, Marx había llegado a la conclusión de que el Estado moderno no sólo era un órgano de opresión de clase, sino que también oprimía al conjunto de la sociedad. La centralización del capital en manos de un número cada vez más reducido de capitalistas iba de la mano con la centralización política a cargo de un Estado capaz de ejercer un control cada vez más profundo sobre el conjunto de la sociedad.

La indignación de Marx respecto al proyecto de los socialistas alemanes no era, por tanto, producto de la casualidad. En este sentido, la discusión en torno a la educación pública no es más que un corolario de la concepción general de Marx acerca del Estado.

El sentido común, tanto el académico como el político, supone que Marx era un partidario acérrimo de la educación a cargo del Estado. Sin embargo, la Crítica del Programa de Gotha dice algo diferente a lo esperado.

El proyecto de los socialistas alemanes decía lo siguiente respecto a la educación:

“1. Educación popular general e igual a cargo del Estado. Asistencia obligatoria para todos. Instrucción gratuita.” (p. 343).

Las medidas exigidas parecen irreprochables desde el punto de vista del progresismo, que sostiene que la sociedad progresa paso a paso (al estilo del filósofo futbolero argentino “Mostaza” Merlo), yendo desde lo conseguido hacia lo que queda por hacer. Pero Marx no era progresista en este sentido. Su punto de vista era del de la lucha de clases, no el de la evolución gradual. Por eso lee las consignas de los socialistas alemanes a partir de la lente del reconocimiento del doble papel del Estado como órgano de dominación de clase y como parásito del conjunto de la sociedad. Al hacerlo, cambia el sentido de la propuesta de los socialistas alemanes. Veamos cuál es su respuesta.

En el principio, la lucha de clases:

“¿Educación popular igual? ¿Qué se entiende por esto? ¿Se cree que en la sociedad actual (que es la de que se trata), la educación puede ser igual para todas las clases? ¿O lo que se exige es que también las clases altas sean obligadas por la fuerza a conformarse con la modesta educación que da la escuela pública, la única incompatible con la situación económica, no sólo del obrero asalariado, sino también del campesino?”

Con su realismo implacable Marx fustiga la idea de que la educación puede aportar igualdad a una sociedad basada en la desigualdad. Y no se trata por cierto de una desigualdad abstracta. El niño que nace en alguna de las innumerables barriadas populares de la Argentina es completamente desigual al niño que ve la luz en alguno de los numerosos barrios cerrados que florecieron en las últimas décadas, tanto con el neoliberalismo como con el modelo “nacional y popular”. Sus oportunidades son radicalmente distintas porque pertenecen a clases sociales distintas. Decir que la educación puede zanjar este abismo de desigualdad equivale a hacer lo que Thomas More (1478-1535) criticaba a la clase dominante de su época:

“Permiten que estas gentes crezcan de la peor manera posible y sistemáticamente corrompidos desde su más tempranos años. Al final, cuando crecen  y cometen los delitos que estaban obviamente destinados a cometer desde que eran niños, los castigan. En otras palabras, ¡crean ladrones y después les imponen una pena por robar! (p. 73; el resaltado es mío) (4).

Por el contrario, la educación en una sociedad capitalista es desigual. El empresario recibe una educación diferente a la del obrero. ¿Puede ser de otro modo? Es claro que no, pues la distribución desigual de los medios de producción exige una distribución desigual de los saberes. En estas condiciones, abogar por la igualdad en la educación sin cuestionar las bases del orden capitalista es, en el mejor de los casos, una ingenuidad casi pueril. Guste o no, la realidad de las clases sociales se impone tanto a los educadores como a los políticos progresistas.

En las condiciones del capitalismo, la defensa de la igualdad por el Estado da origen a hechos curiosos. Marx indica uno de ellos:

“El que en algunos Estados de este último país [Estados Unidos] sean «gratuitos» también los centros de instrucción media, sólo significa, en realidad, que allí a las clases altas se les pagan sus gastos de educación a costa del fondo de los impuestos generales.” (p. 344).

De modo que la educación gratuita, esa panacea del progresismo de todos los tiempos y lugares, se convierte en las condiciones del capitalismo en algo bien diferente a las intenciones de sus defensores. Marx apunta aquí a la educación media, reservada en su época a las capas medias y a la clase dominante. Lo mismo podría decirse, en las condiciones de la Argentina actual, respecto de la educación universitaria. Mientras que sólo algunos individuos de la clase trabajadora pueden acceder a ese nivel educativo, las clases medias y los sectores dominantes se ven favorecidos por la gratuidad de la educación.

Pero Marx va más allá de señalar el carácter de clase de la educación bajo el capitalismo.

“Eso de «educación popular a cargo del Estado» es absolutamente inadmisible. ¡Una cosa es determinar, por medio de una ley general, los recursos de las escuelas públicas, las condiciones de capacidad del personal docente, las materias de enseñanza, etc., y velar por el cumplimiento de estas prescripciones legales mediante inspectores del Estado, como se hace en los Estados Unidos, y otra cosa completamente distinta, es nombrar al Estado educador del pueblo! Lejos de esto, lo que hay que hacer es sustraer la escuela a toda influencia por parte del Gobierno y de la Iglesia.” (p. 344; el resaltado es mío).

Como tantas otras veces, Marx dice todo lo contrario de lo políticamente correcto. Para él, poner la educación en manos del Estado implica, siempre en las condiciones del capitalismo, fortalecer no sólo la dominación de la burguesía sino también el control del Estado sobre el conjunto de la sociedad. Apostar por el Estado como herramienta de liberación supone reforzar la dominación del capital, con el plus de que a esa dominación se le agrega la dominación de los burócratas. Muchas veces se pierde de vista que el proyecto político de Marx, anudado en torno a la organización política autónoma de la clase obrera, va dirigido a la emancipación del conjunto de la sociedad y no sólo de los trabajadores. En ese proyecto, la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y la transformación radical del Estado son los pilares fundamentales. Esta última transformación es concebida como el empoderamiento de la sociedad, como la asunción por parte de la misma de las funciones administrativas que en la actualidad se encuentran a cargo del Estado. A diferencia de los liberales, Marx sostiene que esto solamente es posible eliminando la propiedad privada en beneficio de un régimen de propiedad comunitaria (¡no estatal!). A diferencia de los progresistas, Marx afirma que esto solamente es posible transformando radicalmente al Estado burgués (eliminando en una primera etapa el aparato represivo), hasta lograr su extinción.

Lejos de ser un defensor del fortalecimiento del Estado, Marx comprendió, como ningún otro pensador del siglo XIX, la naturaleza de clase del Estado y su creciente poder sobre la sociedad.


Villa del Parque, jueves 19 de diciembre de 2013

NOTAS: 
                                              
(1) He utilizado la siguiente traducción española: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1981). Obras escogidas. Moscú: Progreso. (pp. 325-353).

(2) Para la vida y obra de Lassalle, puede consultarse a modo de introducción: Cole, G. D. H. (1980). Historia del pensamiento socialista: II. Marxismo y anarquismo, 1850-1890. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. (pp. 75-89).

(3) Para las negociaciones entre ambas corrientes del socialismo alemán, puede consultarse Cole, G. H. D. (1980: 230-239).


(4) More, Thomas. (2007). Utopía. Buenos Aires: Losada. (Traducción española de María Guillermina Nicolini).

jueves, 31 de octubre de 2013

LA TEORÍA DEL ESTADO DEL MARX MADURO: APUNTES SOBRE LA CRÍTICA DEL PROGRAMA DE GOTHA (II)

“La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima
de la sociedad en un órgano complemente subordinado a ella.”
Karl Marx

El rasgo fundamental del Estado en general es su carácter opresor, su papel de instrumento privilegiado para el ejercicio de la dominación de clase. El Estado detenta el monopolio de la violencia legítima (1) para mantener la estructura de poder existente en la sociedad. Lejos de ser autónomo, el Estado se encuentra limitado en su “capacidad creadora” por las luchas de clases, por los resultados de éstas. Además, el Estado moderno es el Estado capitalista, es decir, tiene por objetivo el mantenimiento de la explotación del trabajo por el capital.

El Estado capitalista, por tanto, no representa, ni puede representar jamás, el “interés general”. En una sociedad dividida en clases con intereses antagónicos (guste o no guste, esto es el capitalismo), el “interés general” no puede ser otra cosa que el interés de la clase dominante. Dicho en otros términos, la forma en que en cada sociedad concreta se expresa el “interés general” constituye la manifestación de la hegemonía (en sentido gramsciano) de la clase dominante. En la sociedad capitalista, la burguesía es la clase dominante porque tiene la propiedad privada de los medios de producción.

Lo expuesto en los dos párrafos anteriores sirve para continuar la lectura de las Glosas marginales de Marx. Su crítica del proyecto de programa del socialismo alemán debe leerse en este marco conceptual.

Los socialistas alemanes habían incluido en el proyecto la aspiración a constituir un “Estado libre”. Hay que recordar que el Estado alemán en 1875 era muy diferente a un Estado moderno. Al respecto, el juicio de Marx es lapidario:

“Un Estado no es más que un despotismo militar de armazón burocrático y blindaje policíaco, guarnecido de formas parlamentarias, revuelto con ingredientes feudales e influenciado ya por la burguesía.” (p. 343).

El Imperio alemán no era, por cierto, nada comparable a una “república democrática”. En consonancia con esta realidad, los socialistas alemanes incluían en el proyecto una serie de reivindicaciones democráticas: “sufragio universal, legislación directa, derecho popular, milicia del pueblo.” (p. 342).

En síntesis, el socialismo alemán ponía el acento en la transformación del Estado. La lucha democrática reemplazaba a la lucha socialista. Subyacía la tesis de la separación entre el ámbito político (eje de las preocupaciones inmediatas de los socialistas) y el ámbito económico (el proceso de producción, cuya transformación socialista quedaba relegada a una etapa posterior). Una consecuencia de esta separación era la creencia en las virtudes del Estado para transformar la realidad. En otras palabras, el Estado era el camino privilegiado para conquistar la democracia y el socialismo. Como la adopción de la vía estatal implicaba la aceptación de las reglas de juego impuestas por el Estado, la revolución quedaba, en los hechos, descartada del menú de opciones del socialismo.

En este punto comienza la crítica de Marx al proyecto. Mucho tiempo atrás, en su artículo “Sobre la cuestión judía”, había sometido a discusión los límites de la “emancipación política” (la Revolución Burguesa). En dicho artículo, la argumentación marxista todavía se desenvolvía en un marco más filosófico que político. En las “Glosas marginales”, la crítica de Marx se sitúa en la lucha de clases, partiendo del carácter de clase del Estado.

“La misión del obrero, que se ha librado de la estrecha mentalidad del humilde súbdito, no es, en modo alguno, hacer «libre» al Estado. En el Imperio alemán el «Estado» es casi tan «libre» como en Rusia.” (p. 341).

Cuando Marx dice que el Estado alemán es “libre” está afirmando que constituye un órgano separado de la sociedad y que ejerce su dominación sobre ella. El Estado, en tanto organización, desarrolla fines que le son propios, y que le llevan a ejercer cada vez mayor presión sobre la sociedad. De modo que defender, como lo hacían los socialistas alemanes, la consigna de un Estado “libre”, representaba, en las condiciones de Alemania, un reconocimiento a la dominación del Estado libre sobre la sociedad. Constituía el surgimiento en las filas del socialismo de la tendencia a “adorar” al Estado, a convertirlo en remedio para todos los males. Y la naturaleza de ese remedio pasa por las relaciones burocráticas de “ordeno y ejecuta”, no por el establecimiento de relaciones horizontales, democráticas. En esta concepción, la libertad era una concesión del Estado, no un derecho del ser humano.
Marx plantea un punto de vista diametralmente opuesto:

“La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano complemente subordinado a ella.” (p. 341).

A contrapelo de la opinión habitual, el “estatista” Marx sostiene que el socialismo pasa por la liberación de la sociedad respecto a la tutela del Estado.

“El Partido Obrero Alemán – al menos si hace suyo este programa – demuestra cómo las ideas del socialismo no le calan siquiera la piel, ya que, en vez de tomar a la sociedad existente (y por lo mismo podemos decir de cualquier sociedad en el futuro) como base del Estado existente (o del futuro, para una sociedad futura), considera más bien al Estado como un ser independiente, con sus propios «fundamentos espirituales, morales y liberales».” (p. 341).

O sea que los socialistas alemanes, en vez de partir de la sociedad capitalista y del Estado engendrado por ella, parten de un Estado separado de la sociedad, que nace y flota en el vacío. La crítica a esta última concepción es de rigurosa actualidad.

El progresismo en general, el kirchnerismo en particular, sostiene la tesis de que el Estado, justamente por ser independiente de la sociedad, puede remediar los problemas sociales. La “justicia social” es posible en la medida en que se postule la existencia de un juez imparcial respecto a los antagonismos de las clases sociales. Ese juez es el Estado. El Estado toma nota de las diferencias entre ricos y pobres, y busca un equilibrio más justo. Mientras que el marxismo parte de la lucha de clases, del reconocimiento de la explotación capitalista; el progresismo concibe las relaciones entre clases en términos de justicia. La explotación deja de ser un fenómeno económico y social, y pasa a ser pensada como abuso, como transgresión a las normas de la justicia eterna. En suma, el capitalismo es elevado a la categoría de fenómeno natural.

La actualidad de las “Glosas marginales” radica en que Marx asume una posición realista en la teoría del Estado. El realismo proviene de su posición de clase, que le hace concebir al Estado como un aparato destinado a la opresión de clase. Este punto de partida le permite escapar tanto del progresismo como del utopismo, que hacen del Estado un ente que flota por encima de las miserias humanas. Pero el reconocimiento del carácter capitalista del Estado representa el comienzo del análisis, no el cierre del mismo. Marx observa la creciente concentración de poder en el Estado (concentración que va de la mano, precisamente, con el desarrollo del capitalismo y de la división del trabajo) y señala que éste es cada vez más un parásito que oprime a la sociedad. De ahí el énfasis de la reflexión marxista en la necesidad de que el Estado se subordine a la sociedad. A diferencia del liberalismo, que convierte al Estado en una mal en sí mismo, en una abstracción metafísica, el realista Marx prefiere estudiar los mecanismos concretos por los que el Estado domina a la sociedad en el capitalismo.

Capitalismo y desarrollo del carácter parasitario del Estado son las dos caras de la misma moneda.

Villa del Parque, jueves 31 de octubre de 2013

NOTAS:

Para redactar este comentario utilicé la traducción española incluida en: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1983). Obras escogidas. Moscú: Progreso. (pp. 329-346).


(1) Max Weber, de quien no puede decirse que es marxista, sostiene la misma opinión: “«Todo Estado está fundado en la violencia», dijo Trotsky en Brest-Litowsk. Objetivamente esto es cierto. (…) Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (…) reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima.” (Weber, Max, El político y el científico, Madrid, Alianza, 1986, pág. 83.