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martes, 28 de septiembre de 2021

CRISIS, ¿QUÉ CRISIS?



En Argentina hablar de crisis es tan común como charlar sobre el estado del tiempo (¡Qué calor!, ¿lloverá mañana?) o discutir sobre fútbol (¿Messi es mejor que Maradona?). Convivimos con la crisis desde nuestro nacimiento (por lo menos este es el caso de los nacidos después de 1974) y por ello la sentimos como una compañera inseparable. Pero acostumbrarse a la crisis no es lo mismo que conocer sus causas y comprender su dinámica. En este punto vienen en nuestro auxilio las tan cascoteadas ciencias sociales. El politólogo argentino Guillermo O’Donnell (1936-2011) aborda el problema de la crisis política en el apartado 5 de la Introducción a su obra El Estado burocrático autoritario 1966-1973. (1) Escuchemos con atención sus palabras.

O’Donnell parte de la base de que hablar de crisis “es demasiado genérico”. Es preciso, por tanto, distinguir distintos niveles de intensidad en la crisis. Para ello elabora la siguiente tipología:

1. Crisis de gobierno

Se caracteriza por “desfiles de altos funcionarios, incluso presidentes, obligados a dejar sus cargos antes de los lapsos institucionalmente previstos.” (p. 47). Su importancia no debe ser minimizada, pues va acompañada de cambios erráticos en las políticas públicas y de la sensación de que no es posible estabilizar ningún poder público. En consecuencia, “el poder que el aparato estatal parece encarnar ante la sociedad pierde la autoridad emanada de una faz majestuosa, para mostrarse como un ámbito expuesto a los tirones de los grupos.” (p. 48).

2. Crisis de régimen

El rasgo que la define es la presencia de grupos que no sólo procuran cambiar el personal del gobierno, sino que también plantean “la pretensión de instaurar divergentes criterios de representación y canales de acceso a esos roles” (p. 48). Como en el caso 1, no debe ser despreciada, pues da cuenta de la existencia de desacuerdos potencialmente “explosivos” entre las élites.

1 y 2 se despliegan en la superficie de la arena política, no afectan “el mantenimiento de una férrea dominación en la textura celular de la sociedad” (p. 48).

3. Crisis de expansión de la arena política

Es más profunda que las anteriores (y puede superponerse a éstas). Constituye un tipo caracterizado por el hecho de que “grupos, partidos, movimientos y/o personal gubernamental realizan interpelaciones a clases o sectores sociales apuntados a establecer identidades colectivas conflictivas con las de los participantes ya establecidos en la arena política.” (p. 48). Una interpelación exitosa (por ejemplo, la invocación al trabajador asalariado en tanto clase en alguna forma más moderna de Estado) supone un desafío importante para el Estado y el régimen, que se ven obligados a emprender sustanciales transformaciones. No obstante, no implica necesariamente “que se hayan producido cambios paralelos en el plano celular de la dominación social; tampoco implican necesariamente el colapso de un régimen o gobierno” (p. 48). Genera una fuerte preocupación en la clase dominante, pues la interpelación a sectores excluidos del esquema político vigente puede escapar a su control.

4. Crisis de acumulación

“Ella resulta de acciones de clases subordinadas que, se enlacen o no con las crisis ya discutidas [1, 2 y 3], son percibidas por las clases dominantes como obstaculizando sistemáticamente un funcionamiento de la economía, y una tasa y regularidad de acumulación de capital, definidas por éstas como satisfactorias” (p. 48-49). 

Este tipo de crisis reviste mayor gravedad para las clases dominantes, ante todo porque supone un desafío de parte de las clases subordinadas. Si bien no implica necesariamente poner en juego la dominación celular, “puede tocar intereses (y temores) más fundamentales que [los casos de crisis 1, 2 y 3] (…). Esto por dos razones fundamentales. Una porque parece demostrar que con sus demandas las clases subordinadas están desbordando los límites objetivos de economía y sociedad y que, por lo tanto, de alguna manera – que puede variar entre enfatizar la cooptación o la coacción -, aquellas tienen que ser «puestas en su lugar». La segunda es que el diagnóstico de una reiterada obstrucción a la acumulación de capital tiende a ser definido como una situación que – sin perjuicio de que no sean esas las intenciones de sus actores directos ni las de quienes los expresan en los grandes escenarios de la política -, tiende a mediano o largo plazo a afectar la viabilidad de la sociedad capitalista, entorpecida en el nudo central de su funcionamiento económico. De esto también suele derivar la conclusión de que es necesario «poner en su lugar» a las clases subordinadas. Vemos ahí que, aunque la primera manifestación de esta crisis sea económica, su diagnóstico por las clases dominantes y los caminos de solución que éstas entrevén, tienden a trasladarla al plano de la política, para desde allí producir una más o menos drástica – pero siempre importante – recomposición de la relación de fuerzas dada.” (p. 49).

5. Crisis de dominación celular (o social)

Presenta las siguientes características: “Es una crisis del fundamento de la sociedad (incluyendo al Estado), de las relaciones sociales que constituyen a las clases y sus formas de articulación. Esto es, se trata de la aparición de comportamientos y abstenciones de clases subordinadas que ya no se ajustan, regular y habitualmente, a la reproducción de las relaciones sociales centrales en una sociedad qua capitalista. Rebeldía, subversión, desorden, indisciplina laboral, son términos que mentan situaciones en las que aparece amenazada la continuidad de prácticas y actitudes, antes descontadas como «naturales», de clases y sectores subordinados. Esto puede aparecer en la caducidad de ciertas pautas de deferencia hacia el «superior» social, en diversas formas expresivas (incluso artísticas) «inusuales», en cuestionamientos de la autoridad habitual en ámbitos como la familia y la escuela, y – caracterizando específicamente esta crisis – como una impugnación del mando en el lugar de trabajo. Esto implica no dar ya por irrefutable la pretensión de la burguesía de decidir la organización del proceso de trabajo, apropiarse el excedente económico generado y resolver el destino de dicho excedente. (…) Estas situaciones (…) implican por lo menos dos cosas: que se ha aflojado el control ideológico y que está fallando la coerción (sanciones económicas o, sencillamente, coacción física) que debería cancelar el «desorden» resultante. En otras palabras, indica un Estado que está fallando en la efectivización de su garantía para la vigencia y reproducción de fundamentales relaciones sociales. En su mayor intensidad, cuando se pone en cuestión el papel social del capitalista y del empresario, esta crisis amenaza la liquidación del orden – capitalista – existente. Por eso ésta es también la crisis política suprema: crisis del Estado pero no sólo, ni tanto, del Estado como aparato sino en su aspecto fundante del sistema social de dominación del que es parte. Esta crisis es la crisis del Estado en la sociedad, que por supuesto repercute al nivel de sus instituciones. Pero es sólo como crisis de la garantía política de la dominación social que puede ser entendida en toda su hondura.” (p. 49-50).

O’Donnell agrega: “los comportamientos e intenciones manifiestas de – al menos – los segmentos más activos y vocales de las clases subordinadas y de quienes invocan su representación política, apuntan a lo que más puede amenazar a la burguesía y al Estado, en tanto éste es el Estado de y en una sociedad capitalista: la supresión de la burguesía en tanto clase y, por lo tanto, del sistema de dominación que su propia condición de burguesía entraña.” (p. 50).

O’Donnell distingue, además, dos variantes más que pueden derivar en una crisis de dominación social:

6) La crisis de dominación social puede y tiende a combinarse en el mediano plazo con la crisis de gobierno, de régimen y de acumulación. “Es decir, la combinación de la primera – que por sí misma se limita a los intersticios celulares de la sociedad – con partidos y /o personal gubernamental que, engarzándose con aquel sacudimiento celular, proponen desde los grandes escenarios políticos nuevos criterios de representación y nuevos sujetos políticos dominantes para la instauración de un nuevo orden social, no ya la recomposición del dado.” (p. 50).

7) Otra posibilidad (que puede darse o no en conjunto con 6): “intentos armados de despojar a las instituciones estatales de su supremacía de poder coactivo sobre el territorio que delimitan.” (p. 51). Si bien puede darse con independencia de las otras crisis, su posibilidad de éxito tiende a aumentar cuando va de la mano con una crisis de dominación social.

Luego de esbozar su tipología, O’Donnell sostiene a continuación que “cada crisis admite diversas combinaciones con las demás, aunque algunas de ellas tienen mayor probabilidad de ligarse con otras” (p. 51), y proporciona una serie de ejemplos a partir de la historia de los países que estudia en su libro (Argentina, Brasil, Chile y Uruguay).

La crisis de gobierno (nivel 1) fue característica de la historia política de América Latina; en muy pocos casos se extendió a los otros niveles. Las crisis de régimen (nivel 2) y de expansión de la arena política (nivel 3) marcaron la liquidación de la dominación oligárquica y condujeron a un orden social centrado en la dominación de la burguesía. La crisis de acumulación (nivel 4), no combinada con movimientos o partidos orientados a un cambio de la sociedad capitalista, fue específica del pretorianismo argentino hasta 1966. La crisis de dominación social (nivel 5) fue un componente decisivo para la implantación de Estados burocráticos autoritarios en Chile, Argentina y Uruguay en la década de 1970. La situación chilena previa a 1973 puede caracterizarse como nivel 6, en tanto que Argentina y Uruguay (previos a los golpes militares de 1976 y 1973, respectivamente) se encontraban en nivel 7.

O’Donnell examina la diferente percepción de los niveles de la crisis por los sectores dominantes: “Los niveles 1, 2 y 3 pueden ser percibidos por las clases y sectores dominantes como una anormalidad que sería bueno corregir. Y esto no necesariamente. En cambio, los restantes niveles de crisis son percibidos como una amenaza que, si no es eliminada, más tarde o más temprano liquidará su propia condición de dominantes.” (p. 51-52). En la mencionada percepción debe tenerse en cuenta que: “Cada una de las crisis que he delineado admite diversos grados de intensidad y puede combinarse con otras. Esos grados de intensidad y diversas combinaciones de dichas crisis nos permiten entender con más precisión la también variante intensidad de la reacción de las clases dominantes, y de no pocos sectores medios, que subyace a la implantación de diversos Estados burocrático autoritarios y a la represión a partir de ello aplicada.” (p. 52).

A partir de lo expuesto, O’Donnell puede avanzar hacia el concepto de crisis de hegemonía. Dado que ésta implica una impugnación de la dominación capitalista, queda fuera de la incumbencia de los niveles 1, 2, 3 y 4: “Parece que los niveles 1, 2 y 3 son más bien una «insuficiencia» de lo político-estatal que no alcanza a funcionar, en algunos de sus planos institucionales, de manera congruente con la apariencia majestuosa y estable que ayuda hacer del Estado el organizador y garante de las relaciones sociales, o que no puede absorber fácilmente nuevos actores e interpelaciones políticas. Pero esto no implica que la dominación celular esté puesta en cuestión. Esta puede seguir vigente, incluso en términos de un amplio control ideológico y de que el aparato estatal siga prestando, efectiva y eficientemente, su garantía de coacción a aquellas relaciones sociales. Por eso es erróneo confundir crisis de gobierno o de régimen con una crisis de hegemonía. Por su lado, una crisis de acumulación (nivel 4) conlleva un importante peso de demandas económicas y de mayor autonomía de sus organizaciones, por parte de las clases subordinadas cuya «exageración» en esas demandas tiende a ser percibida por las dominantes como el principal factor causal de aquella crisis. Pero por sí misma ella también se coloca, incluso por el economicismo de esas demandas, dentro de los parámetros capitalistas de la sociedad.” (p. 53-54).

Los niveles 1, 2, 3 y 4 no ponen en cuestión ni el carácter capitalista de la sociedad, ni la naturaleza de clase del Estado (esto es, su función de garante de las relaciones sociales capitalistas). Por eso no constituyen una crisis de la dominación capitalista. “En cambio, la crisis de nivel 5, ya sea que se combine o no con los planos 6 y 7, es propiamente una crisis de hegemonía. Ésta no sólo implica un difundido entorpecimiento de los patrones «normales» de reproducción cotidiana de la sociedad (específicamente de las relaciones capitalistas de producción). También entraña, como característica que la define como crisis de dominación social o celular (o, equivalentemente, de hegemonía), cuestionar sustanciales componentes de aquellas relaciones: el sujeto social – la burguesía – que se apropia del excedente económico, la naturalidad y equidad de la relación que constituye en tal a la burguesía y, en el microcosmos de la empresa, la pretensión de aquella de dirigir el proceso de trabajo.” (p. 55).

O’Donnell remarca que la crisis de hegemonía es también una crisis del Estado: “Esta [la crisis de hegemonía] pone en juego directamente la relación entre clases y, a través de ella, como temor más o menos inminente de la burguesía, su propia existencia en tanto tal. (…) es en este tipo de situación que el componente específico de lucha de clases aparece como un crucial componente de la situación global. (…) la crisis de la hegemonía de la dominación social es también la crisis del Estado. Pero, no es sólo, ni tanto, la crisis del Estado como aparato institucional. Es la crisis del Estado en su dimensión fundante y originaria: crisis del Estado en la sociedad. Es el «fracaso» del Estado como aspecto garante y organizador de las relaciones sociales fundamentales en una sociedad capitalista. Son ellas las que pasan a ser impugnadas en un proceso complejo y multidimensional que muestra – por lo menos – el tambaleo de la garantía coactiva y la atenuación de los encubrimientos ideológicos que, durante crisis menos profundas, permiten la cotidiana reproducción de aquellas relaciones y, con ellas, de la sociedad que se articula alrededor de ese eje. Crisis de la dominación social, de la dominación celular, de hegemonía y del Estado en la sociedad son, por lo tanto, términos equivalentes.” (p. 54-55).

Por tanto, sólo la crisis de hegemonía pone en cuestión la dominación capitalista. Cabe agregar que no se produce un ascenso mecánico de la crisis (es decir, pasaje del nivel 1 al nivel 2, de éste al nivel 3, y así sucesivamente). Cada crisis se verifica en el marco de una determinada estructura y una coyuntura específica, y su estudio debe ser abordado a partir de estos rasgos específicos y no por medio de recetas universales.


Villa del Parque, martes 28 de septiembre de 2021


NOTAS:

(1)  O’Donnell, Guillermo. (2009). [1° edición: 1982]. El Estado burocrático autoritario: Triunfos, derrotas y crisis. Buenos Aires: Prometeo Libros.

lunes, 31 de agosto de 2015

LAS ELECCIONES EN TUCUMÁN Y LA CUESTIÓN DE LA DEMOCRACIA POLÍTICA

En los análisis políticos del trotskismo argentino juega un papel central la noción de crisis política, que suele ser equiparada al agotamiento del capitalismo y su imposibilidad por ofrecer concesiones a los trabajadores y demás sectores populares. La crítica a fondo de esta posición requiere un trabajo extenso, que no estamos en condiciones de realizar en este momento. Sin embargo, y dada la urgencia política de la cuestión (formular un diagnóstico equivocado implica elaborar una línea política errada), es conveniente desarrollar las consecuencias que tiene la mencionada noción en la caracterización del papel del Estado en la coyuntura actual.

Los recientes sucesos de Tucumán ofrecen la oportunidad de realizar el análisis mencionado en el párrafo anterior. Como es sabido, las elecciones celebradas en esa provincia el pasado 23 de agosto (que dieron el triunfo al candidato kirchnerista a la gobernación de la provincia, Manzur) estuvieron teñidas por denuncias de fraude y diversos hechos violentos (varios militantes del Partido Obrero fueron detenidos – al momento de escribir estas líneas siguen presos – por defender las urnas en uno de los lugares de votación). Además, el 24 de agosto la policía tucumana reprimió ferozmente una manifestación en la plaza central de la capital de la provincia.

Marcelo Ramal, uno de los principales dirigentes del Partido Obrero, se refirió así a lo acaecido en Tucumán: “Lo que puso de manifiesto Tucumán excede por mucho a una «crisis de representación». Es el agotamiento del propio Estado, como lo plantea la propuesta de Manifiesto que discute la mesa del Frente de Izquierda. La democracia política solamente puede ser lograda por un gobierno de los trabajadores.” (Prensa Obrera, 27/08/2015).

Ramal dice expresamente que lo ocurrido no es una “crisis de representación”, esto es, el cortocircuito entre los partidos burgueses y sus votantes (el fraude expresa esta crisis, porque indica que los partidos tienen que recurrir a procedimientos ilegales para atribuirse el voto de los ciudadanos). Va mucho más allá y sostiene que es el Estado quien está “agotado”.

¿Qué debemos entender por “agotamiento del Estado?

Antes de responder la pregunta es necesario tener en claro cuáles son las funciones del Estado en una sociedad capitalista. En primer lugar, el Estado ejerce la representación de los intereses del conjunto de la clase capitalista, más allá de que en tal o cual momento determinado esté controlado por alguna/s fracción/es de la misma. Frente a las tendencia de cada capitalista individual de privilegiar sus intereses particulares por sobre los del conjunto de su clase, el Estado se yergue como el capitalista colectivo, que pone límites al egoísmo individual y estabiliza el sistema en su conjunto. El ejercicio de esta función hace que el Estado deba enfrentarse a fracciones de la burguesía para preservar la reproducción del sistema; al hacer esto, refuerza su propia legitimidad, porque aparece como el representante de los intereses del conjunto de la sociedad. En segundo lugar, el Estado es el instrumento de dominación que permite la explotación de los trabajadores por la clase dominante; sin Estado no hay apropiación del plusvalor por la clase capitalista. Para cumplir esta función, el Estado emplea no sólo la violencia, sino el otorgamiento de concesiones y la producción de una ideología que fomenta la fragmentación de las luchas de los trabajadores (de hecho, en condiciones normales de dominación capitalista, la violencia es un recurso secundario). En síntesis, en ambas funciones el Estado se desempeña como el capitalista colectivo: en el primer caso, enfrentando a las distintas fracciones de la burguesía; en el segundo caso, haciendo frente a los trabajadores y demás sectores populares.

Si tomamos literalmente la afirmación de Ramal, el “agotamiento del Estado” significa que éste se halla imposibilitado de cumplir con las dos funciones mencionadas en el párrafo anterior. Nada de eso ha ocurrido. El Estado conserva su función de regular la economía en interés del conjunto de la clase dominante. En este punto, Ramal debería mostrar de qué manera los distintos episodios de fraude electoral mellan esta función, pero no emprende esta tarea en su artículo. El Estado conserva también su capacidad de controlar, mediante la represión, las concesiones y la ideología, a la clase trabajadora. Una aclaración. Esta capacidad de control tiene por objetivo evitar que la clase obrera cuestione la propiedad privada de los medios de producción (la cuestión de la que no se habla bajo el capitalismo). Ahora bien, aun aceptando que los trabajadores tucumanos se hubieran volcado masivamente a las calles para repudiar el fraude y exigir la convocatoria de nuevas elecciones, ¿en qué medida esto demuestra el agotamiento de la capacidad del Estado para controlarlos? De hecho, quienes canalizan el reclamo por el fraude electoral son políticos que representan a la burguesía (la UCR y el PRO). Ramal confunde una impugnación al personal que ejerce el gobierno en Tucumán (¿es preciso aclarar que el actual gobernador – Alperovich – y el candidato “vencedor” en las elecciones – Manzur – representan lo más podrido de la burguesía argentina?) y a los mecanismos de selección del mismo (las elecciones fraudulentas) con la puesta en discusión de las reglas (capitalistas) del juego político.

Ramal también afirma que “la democracia política solamente puede ser lograda por un gobierno de los trabajadores”. Tal como está formulada, la afirmación es radicalmente falsa. La democracia política es uno de los mecanismos de dominación de la burguesía, pues implica separar al ciudadano (que ejerce su derecho de voto cada n años o n meses) del trabajador que es explotado en la producción (¿se vota en la fábrica, en la oficina, en la casa de comercio?). La democracia política establece el límite entre lo que podemos elegir (quién será la cara visible del gobierno de la burguesía) y aquello que debemos aceptar sin remedio (la explotación capitalista). Desde el punto de vista de los trabajadores, la democracia tiene sentido en la medida en que sea abolida la propiedad privada de los medios de producción y se elimine así la separación entre el ciudadano y el trabajador. Esto no puede ser logrado de ninguna manera bajo el capitalismo. En todo caso, la lucha en Tucumán es por lograr condiciones transparentes para el ejercicio del sufragio. De ningún modo vamos a negar que eso sea importante para los trabajadores, pero hay que tener presente en todo momento que el sufragio “transparente” puede lograrse bajo las condiciones del capitalismo; de ahí que los políticos burgueses (muchos de los seguidores del candidato opositor Cano, militaron hasta cinco minutos atrás con el prócer Alperovich) sean quienes están en mejores condiciones para canalizar las movilizaciones del pueblo tucumano.

Por último, al terminar de escribir estas líneas José Kobak, dirigente del Partido Obrero, y Santiago y Alejandro Navarro, militantes del Polo Obrero, se encuentran detenidos por defender las urnas de votación en la localidad de Los Ralos (Tucumán). Además de exigir su libertad, queda claro cuál es el carácter de nuestra democracia: mientras que Alperovich y su clan se dedicaron alegremente a hacerse ricos, los militantes populares terminan presos por defender la democracia.



Villa del Parque, lunes 31 de agosto de 2015

viernes, 28 de agosto de 2015

LA CONTRIBUCIÓN DE GUILLERMO O’DONNELL A LA TIPOLOGÍA DE LAS CRISIS POLÍTICAS

El uso (más bien el abuso) de la noción de crisis política por la izquierda argentina en su vertiente trotskista ha terminado por desnaturalizar el concepto, que sirve para designar casi cualquier hecho de la vida política del país. Así, a la renuncia de un ministro se le cuelga la etiqueta de “crisis política”. ¿La oposición bloqueó un proyecto del Poder Ejecutivo en el Congreso? “Crisis política”; ¿paro de transportes? “Crisis política”. El inconveniente no es el uso frecuente del concepto; la dificultad radica en su aplicación a una gama amplísima de situaciones. El problema desborda el terreno de la teoría y se transforma en una cuestión de práctica política. El empleo del término va asociado a la idea de que la crisis política es una expresión de la descomposición del sistema capitalista, y que, por tanto, dicha crisis abre la posibilidad de una salida socialista. De más está decir que la revolución nunca llega y siempre queda postergada para la siguiente crisis. Por eso, si se pretende reconstruir el marxismo en tanto teoría revolucionaria de la sociedad, es preciso someter a crítica esta forma de ver las cosas, que produce un gran desgaste entre los militantes y que provoca el descrédito de la teoría entre los trabajadores.

A continuación presento el primero de los borradores de un trabajo dedicado a discutir esta forma de concebir la crisis política. En una primera etapa, me dedicaré a recopilar materiales sobre la noción de crisis política. En una segunda etapa, presentaré el argumento de la “crisis política” tal como aparece en PRENSA OBRERA, órgano del Partido Obrero. Elegí dicho partido pues considero que es quien ha llevado el abuso del concepto a su más alta expresión; si bien la aclaración que sigue debiera ser innecesaria, las condiciones del debate en el seno de la izquierda argentina requieren indicar expresamente que el propósito de la crítica es constructivo, pues precisar los alcances y usos del concepto puede ser de alguna utilidad para la construcción de una alternativa política revolucionaria. Finalmente, en una tercera etapa me dedicaré a reformular el concepto, teniendo en cuenta tanto las tesis de los clásicos como las condiciones de la coyuntura política argentina.


Guillermo O’Donnell (1936-2011) abordó el problema de la crisis política en el apartado 5 de la Introducción a su obra El Estado burocrático autoritario 1966-1973. (1)

O’Donnell parte de la base de que hablar de crisis “es demasiado genérico”. De allí la necesidad de distinguir distintos niveles de intensidad en la crisis. Nuestro autor emplea la siguiente tipología:

1. Crisis de gobierno.

Se caracteriza por “desfiles de altos funcionarios, incluso presidentes, obligados dejar sus cargos antes de los lapsos institucionalmente previstos.” (p. 47). Su importancia no debe ser minimizada, pues va acompañada de cambios erráticos en las políticas públicas y de la sensación de que no es posible estabilizar ningún poder público. En consecuencia, “el poder que el aparato estatal parece encarnar ante la sociedad pierde la autoridad emanada de una faz majestuosa, para mostrarse como un ámbito expuesto a los tirones de los grupos.” (p. 48).

2. Crisis de régimen.

El rasgo que la define es la presencia de grupos que no sólo procuran cambiar el personal del gobierno, sino que también plantean “la pretensión de instaurar divergentes criterios de representación y canales de acceso a esos roles” (p. 48). Como en el caso 1, no debe ser despreciada, pues da cuenta de la existencia de desacuerdos potencialmente “explosivos” entre las élites.

1 y 2 se despliegan en la superficie de la arena política, no afectan “el mantenimiento de una férrea dominación en la textura celular de la sociedad” (p. 48).

3. Crisis de expansión de la arena política.

Más profunda que las anteriores (y que puede superponerse a éstas). Es un tipo caracterizado por el hecho de que “grupos, partidos, movimientos y/o personal gubernamental realizan interpelaciones a clases o sectores sociales apuntados a establecer identidades colectivas conflictivas con las de los participantes ya establecidos en la arena política.” (p. 48). Una interpelación exitosa (por ejemplo, la invocación al trabajador asalariado en tanto clase en alguna forma más moderna de Estado) supone un desafío importante para el Estado y el régimen, que se ven obligados a emprender sustanciales transformaciones. No obstante, no implica necesariamente “que se hayan producido cambios paralelos en el plano celular de la dominación social; tampoco implican necesariamente el colapso de un régimen o gobierno” (p. 48). Genera una fuerte preocupación en la clase dominante, pues la interpelación a sectores excluidos del esquema político vigente puede escapar a su control.

4. Crisis de acumulación.

“Ella resulta de acciones de clases subordinadas que, se enlacen o no con las crisis ya discutidas [1, 2 y 3], son percibidas por las clases dominantes como obstaculizando sistemáticamente un funcionamiento de la economía, y una tasa y regularidad de acumulación de capital, definidas por éstas como satisfactorias” (p. 48-49). Este tipo de crisis reviste mayor gravedad para las clases dominantes, ante todo porque suponen un desafío de parte de las clases subordinadas. Si bien esta crisis no necesariamente implica poner en juego la dominación celular, “puede tocar intereses (y temores) más fundamentales que [los casos de crisis 1, 2 y 3] (…). Esto por dos razones fundamentales. Una porque parece demostrar que con sus demandas las clases subordinadas están desbordando los límites objetivos de economía y sociedad y que, por lo tanto, de alguna manera – que puede variar entre enfatizar la cooptación o la coacción -, aquellas tienen que ser «puestas en su lugar». La segunda es que el diagnóstico de una reiterada obstrucción a la acumulación de capital tiende a ser definido como una situación que – sin perjuicio de que no sean esas las intenciones de sus actores directos ni las de quienes los expresan en los grandes escenarios de la política -, tiende a mediano o largo plazo a afectar la viabilidad de la sociedad capitalista, entorpecida en el nudo central de su funcionamiento económico. De esto también suele derivar la conclusión de que es necesario «poner en su lugar» a las clases subordinadas. Vemos ahí que, aunque la primera manifestación de esta crisis sea económica, su diagnóstico por las clases dominantes y los caminos de solución que éstas entrevén, tienden a trasladarla al plano de la política, para desde allí producir una más o menos drástica – pero siempre importante – recomposición de la relación de fuerzas dada.” (p. 49).

5. Crisis de dominación celular (o social).

Presenta las siguientes características: “Es una crisis del fundamento de la sociedad (incluyendo al Estado), de las relaciones sociales que constituyen a las clases y sus formas de articulación. Esto es, se trata de la aparición de comportamientos y abstenciones de clases subordinadas que ya no se ajustan, regular y habitualmente, a la reproducción de las relaciones sociales centrales en una sociedad qua capitalista. Rebeldía, subversión, desorden, indisciplina laboral, sin términos que mentan situaciones en las que aparece amenazada la continuidad de prácticas y actitudes, antes descontadas como «naturales», de clases y sectores subordinados. Esto puede aparecer en la caducidad de ciertas pautas de deferencia hacia el «superior» social, en diversas formas expresivas (incluso artísticas) «inusuales», en cuestionamientos de la autoridad habitual en ámbitos como la familia y la escuela, y – caracterizando específicamente esta crisis – como una impugnación del mando en el lugar de trabajo. Esto implica no dar ya por irrefutable la pretensión de la burguesía de decidir la organización del proceso de trabajo, apropiarse el excedente económico generado y resolver el destino de dicho excedente. (…) Estas situaciones (…) implican por lo menos dos cosas: que se ha aflojado el control ideológico y que está fallando la coerción (sanciones económicas o, sencillamente, coacción física) que debería cancelar el «desorden» resultante. En otras palabras, indica un Estado que está fallando en la efectivización de su garantía para la vigencia y reproducción de fundamentales relaciones sociales. En su mayor intensidad, cuando se pone en cuestión el papel social del capitalista y del empresario, esta crisis amenaza la liquidación del orden – capitalista – existente. Por eso ésta es también la crisis política suprema: crisis del Estado pero no sólo, ni tanto, del Estado como aparato sino en su aspecto fundante del sistema social de dominación del que es parte. Esta crisis es la crisis del Estado en la sociedad, que por supuesto repercute al nivel de sus instituciones. Pero es sólo como crisis de la garantía política de la dominación social que puede ser entendida en toda su hondura.” (p. 49-50).

O’Donnell agrega: “los comportamientos e intenciones manifiestas de – al menos – los segmentos más activos y vocales de las clases subordinadas y de quienes invocan su representación política, apuntan a lo que más puede amenazar a la burguesía y al Estado, en tanto éste es el Estado de y en una sociedad capitalista: la supresión de la burguesía en tanto clase y, por lo tanto, del sistema de dominación que su propia condición de burguesía entraña.” (p. 50).

O’Donnell distingue, además, dos variantes más que pueden derivar en una crisis de dominación social:

6) La crisis de dominación social puede y tiende a combinarse en el mediano plazo con la crisis de gobierno, de régimen y de acumulación. “Es decir, la combinación de la primera – que por sí misma se limita a los intersticios celulares de la sociedad – con partidos y /o personal gubernamental que, engarzándose con aquel sacudimiento celular, proponen desde los grandes escenarios políticos nuevos criterios de representación y nuevos sujetos políticos dominantes para la instauración de un nuevo orden social, no ya la recomposición del dado.” (p. 50).

7) Otra posibilidad (que puede darse o no en conjunto con 6): “intentos armados de despojar a las instituciones estatales de su supremacía de poder coactivo sobre el territorio que delimitan.” (p. 51). Si bien puede darse con independencia de las otras crisis, su posibilidad de éxito tiende a aumentar cuando va de la mano con una crisis de dominación social.


Luego de esbozar su tipología, O’Donnell sostiene a continuación que “cada crisis admite diversas combinaciones con las demás, aunque algunas de ellas tienen mayor probabilidad de ligarse con otras” (p. 51), y proporciona una serie de ejemplos a partir de la historia de los países que estudia en su libro (Argentina, Brasil, Chile y Uruguay).

La crisis de gobierno (nivel 1) fue característica de la historia política de América Latina; en muy pocos casos se extendió a los otros niveles. Las crisis de régimen (nivel 2) y de expansión de la arena política (nivel 3) marcaron la liquidación de la dominación oligárquica y condujeron a un orden social centrado en la dominación de la burguesía. La crisis de acumulación (nivel 4), no combinada con movimientos o partidos orientados a un cambio de la sociedad capitalista, fue específica del pretorianismo argentino hasta 1966. La crisis de dominación social (nivel 5) fue un componente decisivo para la implantación de Estados burocrático autoritarios en Chile, Argentina y Uruguay en la década de 1970. La situación chilena previa a 1973 puede caracterizarse como nivel 6, en tanto que Argentina y Uruguay (previos a los golpes militares de 1976 y 1973, respectivamente) se encontraban en nivel 7.
O’Donnell examina la diferente percepción de los niveles de la crisis por los sectores dominantes: “Los niveles 1, 2 y 3 pueden ser percibidos por las clases y sectores dominantes como una anormalidad que sería bueno corregir. Y esto no necesariamente. En cambio, los restantes niveles de crisis son percibidos como una amenaza que, si no es eliminada, más tarde o más temprano liquidara su propia condición de dominantes.” (p. 51-52). En la mencionada percepción debe tenerse en cuenta que: “Cada una de las crisis que he delineado admite diversos grados de intensidad y puede combinarse con otras. Esos grados de intensidad y diversas combinaciones de dichas crisis nos permiten entender con más precisión la también variante intensidad de la reacción de las clases dominantes, y de no pocos sectores medios, que subyace a la implantación de diversos Estados burocrático autoritarios y a la represión a partir de ello aplicada.” (p. 52).

A partir de lo expuesto, O’Donnell puede avanzar hacia el concepto de crisis de hegemonía. Dado que ésta implica una impugnación de la dominación capitalista, queda fuera de la incumbencia de los niveles 1, 2, 3 y 4: “Parece que los niveles 1, 2 y 3 son más bien una «insuficiencia» de lo político-estatal que no alcanza a funcionar, en algunos de sus planos institucionales, de manera congruente con la apariencia majestuosa y estable que ayuda hacer del Estado el organizador y garante de las relaciones sociales, o que no puede absorber fácilmente nuevos actores e interpelaciones políticas. Pero esto no implica que la dominación celular esté puesta en cuestión. Esta puede seguir vigente, incluso en términos de un amplio control ideológico y de que el aparato estatal siga prestando, efectiva y eficientemente, su garantía de coacción a aquellas relaciones sociales. Por eso es erróneo confundir crisis de gobierno o de régimen con una crisis de hegemonía. Por su lado, una crisis de acumulación (nivel 4) conlleva un importante peso de demandas económicas y de mayor autonomía de sus organizaciones, por parte de las clases subordinadas cuya «exageración» en esas demandas tiende a ser percibida por las dominantes como el principal factor causal de aquella crisis. Pero por sí misma ella también se coloca, incluso por el economicismo de esas demandas, dentro de los parámetros capitalistas de la sociedad.” (p. 53-54).

Los niveles 1, 2, 3 y 4 no ponen en cuestión ni el carácter capitalista de la sociedad, ni la naturaleza de clase del Estado (esto es, su función de garante de las relaciones sociales capitalistas). Por eso no constituyen una crisis de la dominación capitalista. “En cambio, la crisis de nivel 5, ya sea que se combine o no con los planos 6 y 7, es propiamente una crisis de hegemonía. Ésta no sólo implica un difundido entorpecimiento de los patrones «normales» de reproducción cotidiana de la sociedad (específicamente de las relaciones capitalistas de producción). También entraña, como característica que la define como crisis de dominación social o celular (o, equivalentemente, de hegemonía), cuestionar sustanciales componentes de aquellas relaciones: el sujeto social – la burguesía – que se apropia del excedente económico, la naturalidad y equidad de la relación que constituye en tal a la burguesía y, en el microcosmos de la empresa, la pretensión de aquella de dirigir el proceso de trabajo.” (p. 55).

O’Donnell remarca que la crisis de hegemonía es también una crisis del Estado: “Esta [la crisis de hegemonía] pone en juego directamente la relación entre clases y, a través de ella, como temor más o menos inminente de la burguesía, su propia existencia en tanto tal. (…) es en este tipo de situación que el componente específico de lucha de clases aparece como un crucial componente de la situación global. (…) la crisis de la hegemonía de la dominación social es también la crisis del Estado. Pero, no es sólo, ni tanto, la crisis del Estado como aparato institucional. Es la crisis del Estado en su dimensión fundante y originaria: crisis del Estado en la sociedad. Es el «fracaso» del Estado como aspecto garante y organizador de las relaciones sociales fundamentales en una sociedad capitalista. Son ellas las que pasan a ser impugnadas en un proceso complejo y multidimensional que muestra – por lo menos – el tambaleo de la garantía coactiva y la atenuación de los encubrimientos ideológicos que, durante crisis menos profundas, permiten la cotidiana reproducción de aquellas relaciones y, con ellas, de la sociedad que se articula alrededor de ese eje. Crisis de la dominación social, de la dominación celular, de hegemonía y del Estado en la sociedad son, por lo tanto, términos equivalentes.” (p. 54-55).
Por tanto, sólo la crisis de hegemonía pone en cuestión la dominación capitalista. Cabe agregar que no se produce un ascenso mecánico de la crisis (es decir, pasaje del nivel 1 al nivel 2, de éste al nivel 3, y así sucesivamente). Cada crisis se verifica en el marco de una determinada estructura y una coyuntura específica, y su estudio debe ser abordado a partir estos rasgos específico y no a partir de recetas universales.


Viernes 28 de agosto de 2015


NOTAS:


(1)  O’Donnell, Guillermo. (2009). [1° edición: 1982]. El Estado burocrático autoritario: Triunfos, derrotas y crisis. Buenos Aires: Prometeo Libros.