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martes, 29 de marzo de 2022

DESCARTES, O EL ENTUSIASMO DE LA RAZÓN: APUNTES SOBRE EL DISCURSO DEL MÉTODO



 

“No basta tener un buen entendimiento, 

sino que lo principal es aplicarlo bien”.

René Descartes


René Descartes (1596-1650) es uno de los filósofos más importantes de la Modernidad. El conocimiento de sus obras, en especial las dedicadas al método, puede ser considerado como una propedéutica indispensable para toda persona interesada en dedicarse a la ciencia de la sociedad. Esta afirmación, lanzada sin mayor preámbulo, resulta abstracta. Para demostrar su validez no encuentro mejor camino que pasar a comentar el trabajo más conocido del filósofo francés, haciendo hincapié en algunas cuestiones que interesan especialmente a los científicos sociales.

Discurso del método no requiere presentación. [1] A lo sumo, pueden formularse unas pocas referencias para poner en contexto al lector. En este sentido, hay dos cuestiones que no pueden soslayarse: a) la crisis del pensamiento medieval [2], producto del efecto combinado de desarrollo de la economía mercantil, el surgimiento de los Estados nacionales y la Revolución Científica de los siglos XVI y XVII; b) el clima de miedo y persecución generado por la Contrarreforma y el juicio al físico y astrónomo italiano Galileo Galilei (1564-1642).

Descartes trabajó en elaborar una respuesta a la crisis de la filosofía medieval. Esa respuesta fue el racionalismo; sus resultados (aplicación del método al estudio de la Naturaleza) y se plasmaron en un manuscrito que iba a ser publicado. Pero el proceso a Galileo cambió radicalmente las cosas. Descartes tuvo miedo y optó por un silencio prudente. [3]

Pero el poder de la Iglesia tenía límites. Descartes decidió salir del closet y presentar las conclusiones de su labor. Lo hizo por medio de una obra sobre el método. Vistas las cosas desde la distancia fue una excelente decisión. El manuscrito sobre el mundo envejeció rápido debido al progreso científico; el método, en cambio, mantuvo su frescura porque expresó con nitidez el corte con la antigua forma de pensar.

El Discurso es el grito de juventud de la razón, donde esta manifiesta una confianza ilimitada en su poder para conocer y transformar el mundo. [4] A pesar del miedo a la censura (y la consiguiente prudencia cartesiana), la obra constituye el elogio de la razón, que es puesta por encima de cualquier otro instrumento conocido, hasta tal punto que ella se atreve a concebir el funcionamiento del mundo despojado de la intervención divina. [5]

La estructura de la obra es sencilla. Descartes narra las peripecias de su viaje de descubrimiento, para luego describir las características del método hallado y algunas aplicaciones del mismo. [6]

La bibliografía sobre el método cartesiano es inmensa; por ello es innecesario desarrollar aquí lo expuesto infinitamente mejor por otros. Basta con indicar un par de cosas. 

En primer lugar, la crisis del pensamiento medieval ocasionó una profunda desconfianza hacia los caminos para llegar a la verdad; la autoridad de los libros sagrados y de los autores reconocidos perdió fuerza y, a la vez, se exaltó la observación, lo empírico. Pero Descartes notó que los sentidos podían engañarnos y que el conocimiento empírico presentaba fallas. De ahí su búsqueda de un conocimiento cierto, del no que no podía dudarse, la cual lo condujo a la conclusión célebre: “Je pense, donc je suis” [7], idea núcleo del racionalismo.

En segundo lugar, transforma la debilidad en fortaleza y eleva a la duda al lugar de principio fundamental del método para llegar a la verdad. El cambio respecto al pensamiento medieval es notorio; mientras que los medievales postulaban la fe para alcanzar la verdad, Descartes recomienda dudar de todo y poner a prueba lo sabido hasta llegar a demostrar que es indudablemente cierto. De este modo lleva al proceso de secularización iniciado en el siglo XV a su conclusión lógica. No importa que luego intente probar la existencia de Dios o defienda el dualismo cuerpo-alma; la duda, convertida en sistema, socava los cimientos de la ideología medieval. 

El uso de la duda como herramienta metodológica abrió las puertas para la construcción de una ciencia de la sociedad libre de las ataduras religiosas. Sin embargo, abrir la puerta no implica necesariamente entrar. En la práctica Descartes fue extremadamente renuente a aplicar su método a las cuestiones sociales y políticas. 

Ahora bien, el nuevo método no tenía por objetivo la búsqueda de la verdad en sentido abstracto. Si bien Descartes enaltece repetidamente los goces que provoca encontrar la verdad, su propósito no es la contemplación de lo hallado. En este punto se observa otra de las rupturas con el pensamiento medieval. Para los modernos, el conocimiento es una herramienta para mejorar las condiciones materiales de la vida humana; por ejemplo, Descartes confía en poder encontrar los medios para preservar la salud y prolongar la existencia de las personas. En pocas palabras, el conocimiento está ligado a la acción. [8]

Por último, el Discurso presenta otro aspecto interesante para la ciencia de la sociedad. El racionalismo no fue la primera tentativa de resolución de la crisis de la filosofía medieval; el empirismo primereó en la formulación de un método para obtener nuevo conocimiento. Los empiristas, con su defensa de la validez de los sentidos para conseguir un saber verdadero, parecían haber descubierto la respuesta a todas las dificultades. ¿Cómo dudar de lo que ven nuestros ojos, de lo que escuchan nuestros oídos, etc.? Sin embargo, Descartes se atrevió a dudar y demostró que el empirismo es incapaz de garantizar una certeza infalible. 

Mostrar los límites del empirismo no equivale a rechazar el conocimiento empírico; nada de eso. Significa desacralizar lo existente, pues lo asequible a los sentidos es el último bastión de lo sagrado, dado que reviste la fortaleza de lo que podemos ver y tocar, de lo que no exige esfuerzo para ser conocido. El rey y la Iglesia existen, pero eso no garantiza que sean infalibles. Dudar de lo empírico es un paso necesario para construir la ciencia de la sociedad, liberándola de la adoración de lo que existe. Descartes dio ese paso y, sin quererlo, despejó el terreno para edificar la ciencia de la sociedad.


Villa del Parque, martes 29 de marzo de 2022



NOTAS:

[1] La obra, cuyo título original es Discours de la méthode, pour bien concluire sa raison et chercher la vérité dans les sciences, plus La Dioptrique, Les Météores, La Géométrie qui sont des Essais de cette Méthode, se publicó por primera vez en Leyden en 1637, sin indicación de autor. Contra la costumbre de la época, la obra vio la luz en francés, algo que Descartes justificó así al final de la obra: “Y si escribo en francés, que es la lengua de mi país, más bien que en latín, que es la de mis preceptores, es porque espero que quienes sólo se sirven de su razón natural toda pura, juzgarán mejor de mis opiniones que quienes no creen más que en los libros antiguos. Y respecto de aquellos que unen el buen sentido al estudio, que son los únicos que deseo por jueces, estoy seguro de que no serán tan parciales en favor del latín que se nieguen a escuchar mis razones por el hecho de que las explique en lengua vulgar.” (p. 118).

Para la redacción de esta ficha utilicé la traducción española de José Rovira Armengol (1903-1970): Descartes, R. [1° edición: 1637]. (1977). Discurso del método. Buenos Aires, Argentina: Losada. 120 p. (Biblioteca clásica y contemporánea; 284). La edición incluye una introducción redactada por el filósofo argentino Francisco Romero (1891-1962), titulada “Descartes y el Discurso del método” (pp. 7-24) y una orientación bibliográfica (p. 25)

[2] Utilizo el término “pensamiento medieval” y no “filosofía medieval” para destacar que la crisis abarcó el conjunto del pensamiento, tanto el de los eruditos e intelectuales, como el del resto de las personas.

[3] El tratado titulado  El Mundo, o Tratado de la luz (en francés: Le Monde / Traité du monde et de la lumière) fue redactado por Descartes entre 1629 y 1633. Pretendía reunir en una única obra el conjunto de la filosofía cartesiana, así como también su física y su biología. El autor desistió de publicarlo cuando tuvo noticia del proceso seguido a Galileo. El Mundo sólo vio la luz de manera póstuma, siendo publicado de manera completa en 1677.

[4] La razón es definida como “la potencia de juzgar bien y distinguir lo verdadero de lo falso” y “es por naturaleza igual entre todos las personas” (p. 28) [El traductor escribe “los hombres”, me permití modificar ligeramente el texto - AM-]

[5] El pasaje crucial se encuentra en la Quinta parte del Discurso, dedicada a la naturaleza: “Yo no quería inferir de todo eso que este mundo haya sido creado del modo que yo proponía, pues es mucho más verosímil que desde el principio lo hiciera Dios tal como debía ser. Pero es seguro - y opinión comúnmente aceptada entre los teólogos - que la acción mediante la cual él lo conserva, es exactamente la misma mediante la cual lo creó; de suerte que aunque al principio no le hubiera dado otra forma que la del caos, con tal de que, habiendo establecido las leyes de la naturaleza, le prestara todo su concurso para obrar como ella tiene por costumbre, puede creerse sin menoscabo del milagro de la creación que por esto sólo todas las cosas que son puramente materiales habrían podido con el tiempo llegar a ser en ella tal como nosotros las vemos actualmente. Y su naturaleza es mucho más fácil de concebir cuando se las ve nacer poco a poco de esta suerte que cuando solamente se las considera ya hechas del todo.” (p. 82; el resaltado es mío - AM-). 

[6] Descartes dividió el discurso en seis partes. En la primera “se hallarán diversas consideraciones acerca de las ciencias”. En la segunda, “las principales reglas del método”. En la tercera, las reglas de la moral obtenidas a partir del método. En la cuarta, la prueba de la existencia de Dios y del alma humana, “que son los fundamentos de la metafísica”. En la quinta se encuentra “el orden de las cuestiones de física”. En la sexta indica las cosas requeridas para desarrollar la investigación de la naturaleza (p. 27)

[7] Cogito, ergo sum, en latín. Puede traducirse al español como Yo pienso, luego soy

[8] “Es posible llegar a conocimientos que sean muy útiles para la vida, y que, en lugar de esa filosofía especulativa que se enseña en las escuelas es posible encontrar una práctica mediante la cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, el agua, el aire, los astros, los cielos y todos los demás cuerpos que nos rodean, tan distintamente como conocemos los diversos oficios de nuestros artesanos, los podríamos emplear del mismo modo para todos los usos que se prestan y convertirnos así en una especie de dueños y poseedores de la naturaleza. Lo cual no es sólo de desear para la invención de una infinidad de artificios que harían que sin esfuerzo alguno se disfrutara de los frutos de la tierra y de todas las comodidades que en ella se encuentran, sino principalmente también para la conservación de la salud, que sin duda en el primer bien y fundamento de todos los demás bienes de esta vida.” (p. 101)


martes, 8 de marzo de 2022

MAQUIAVELO Y LA FUNDAMENTACIÓN DE LA CIENCIA DE LA SOCIEDAD

 



“Lo mismo ocurre en los negocios del estado; 

cuando se prevén los peligros (..) pronto se conjuran; 

pero sí, desconociéndolos, se los deja crecer 

de modo que nadie los advierta, son irremediables.”

Maquiavelo


Maquiavelo (1469-1527) puede ser considerado como el primer científico social. [1] Algunas de las razones que justifican esta afirmación serán desarrolladas en la presente ficha. Pero antes de comenzar con el desarrollo de la argumentación es preciso aclarar un malentendido. La manera de abordar la problemática social llevada adelante por el florentino desconcierta a quienes están acostumbrados a un modelo de ciencia social plasmada en el actual sistema académico, una de cuyas características destacadas es la separación entre teoría y práctica. Maquiavelo, en cambio, no concibe la ciencia separada de la práctica; así, en El príncipe rehuye el distanciamiento entre el momento de la reflexión sobre los hechos políticos y el momento de la acción, dado que los concibe como una unidad. En la concepción maquiavélica, el saber político debe servir para que el príncipe conquiste y/o conserve el poder, por eso la obra mencionada adopta la forma de consejos dirigidos al gobernante, ilustrados con ejemplos de la historia.

Una aclaración más. A lo largo de esta ficha empleo indistintamente los términos ciencia política, ciencia de la política, ciencia de la sociedad. Si bien este no es el lugar para desarrollar la cuestión, hay que decir que dicho empleo se corresponde con una concepción que defiende la unidad del estudio de la sociedad y rechaza su división en compartimentos separados (sociología, economía, ciencia política, etc., etc.). En este sentido, Maquiavelo esboza los primeros lineamientos de una ciencia de la política que es, ante todo, ciencia de la sociedad, y ello se observa especialmente en el capítulo 25 de El príncipe, a cuyo análisis está dedicada la ficha. 

Noticia bibliográfica

Para la redacción de esta ficha utilicé la traducción española de Luis A. Arocena: Machiavelli, N. (1955). El príncipe. Madrid, España: Universidad de Puerto Rico y Revista de Occidente. 621 p. (Biblioteca de Cultura Básica). El capítulo 25, titulado “De lo que influye la fortuna en las cosas humanas y del modo de contrarrestarla” se encuentra en las pp. 444-448.


  1. El problema de la relación determinación-voluntad en el período del surgimiento de los Estados nacionales: la necesidad de una ciencia de la política

La aparición del Estado nacional requirió la creación de una nueva ciencia de la política. Maquiavelo, quien por esas paradojas de la historia vivió en un país que no logró unificarse políticamente hasta el último tercio del siglo XIX, emprendió la tarea de sentar las bases de esa ciencia. Para ello, desembarazó el análisis político de la influencia de la religión y de la moral. Para el florentino, el objetivo de la política en tanto actividad práctica es la conquista (y mantenimiento) del poder [2]; frente a este propósito, toda otra consideración resulta secundaria. Desde su perspectiva, la creación de Estados nacionales (Francia, España, Inglaterra) era un paso necesario, pues fortalecía el poder estatal al superar la fragmentación imperante durante el período medieval; sin un Estado fuerte, el objetivo primordial de la política se volvía difícil de mantener, dado que un poder débil es frágil e inestable. Conquistar el poder no alcanza, es preciso mantenerse en él y ello resulta más sencillo en un Estado nacional que en una ciudad-Estado como Florencia.

En Maquiavelo la concepción de una nueva ciencia política es el producto de la conciencia de una ausencia que impacta dolorosamente: la falta de un Estado nacional dejaba a Italia a merced de las invasiones de sus poderosos vecinos (España, Francia) [3].  En este sentido, y aunque la obra puede considerarse también como un manual para conquistar y conservar el poder, El príncipe tiene el objetivo primordial de contribuir a la constitución de un Estado nacional italiano, capaz de sostener la independencia del país.

Maquiavelo dedica el capítulo 25 del Príncipe al abordaje del problema de la relación entre determinación (que puede ser económica, social, política, etc.) y la voluntad (la acción consciente de los individuos). Pocas cuestiones son tan centrales para las ciencias sociales como ésta. Ante todo, porque si todo es azar resulta imposible hacer ciencia, pues el conocimiento científico comienza por la identificación de regularidades, de hechos y comportamientos que se repiten. Si todo es azar no hay ciencia posible. 

Pero eso no es todo. A la inversa, si todo está determinado no nos queda nada por hacer, pues nada puede cambiarse. Estamos librados, por así decirlo, a la voluntad de Dios. En este escenario tampoco es posible hacer ciencia, salvo que la entendamos como teología, como indagación de la voluntad de Dios. Ahora bien, si dejamos de lado el azar y la determinación, todavía queda una tercera cuestión: si la voluntad lo puede todo nos encontramos obligados nuevamente a reconocer la imposibilidad de la ciencia, dado que las regularidades y las leyes (si existen) pueden ser anuladas en todo momento y lugar por la acción de la voluntad.

La construcción de una ciencia de la sociedad exige la resolución del problema de la relación entre determinación y voluntad. Es por eso que todos los precursores y fundadores de las ciencias sociales se vieron obligados a abordar la cuestión. En verdad, puede afirmarse que toda reflexión sobre la sociedad arranca de la pregunta ¿qué podemos hacer? Esta consideración práctica lleva a preguntarse por los límites de nuestra voluntad y, por ende, a interrogarnos por el modo en que la sociedad (o la familia, el grupo, etc.) pone esos límites. [4]

Pero ni la bronca ni la voluntad alcanzan para construir un Estado fuerte. Hace falta el conocimiento de los medios para llegar al poder y para conservarlo. Sin ese saber la reflexión sobre la política se diluye en abstracciones sin importancia política. Maquiavelo comprendió por amarga experiencia que los políticos no persiguen ni el bien común ni la consecución de principios morales; su actividad está regida por el propósito de conquistar el poder. La incomodidad que aún hoy provoca el florentino es consecuencia de su abordaje científico de los objetivos y prácticas de la política, a la que despoja de vestiduras morales. [5]

El primer paso en  la construcción de la ciencia política consistió en adoptar una actitud mental diferente ante los fenómenos políticos. Maquiavelo desacralizó y desmoralizó a la ciencia política: separó el análisis de los hechos de la religión y la moral. Dejó de lado las justificaciones de los actores políticos y se concentró en el contenido de sus acciones. Comprendió que la política es, sobre todo, una práctica centrada en el poder y que, por tanto, la política no puede desligarse de esa práctica sin perder solidez. Maquiavelo, contemporáneo de Thomas More (1478-1535), fue tan ácido como éste en la crítica de las costumbres de la época, pero evitó cuidadosamente el caer en la utopía. El realismo maquiavélico expresó la aparición del espíritu científico moderno, que irrumpió en el terreno sagrado de la política.

Sin embargo, la adopción de una nueva actitud mental no garantizaba tener el camino despejado en la construcción de la ciencia política. Había que resolver, aunque fuese de manera provisoria, multitud de problemas. La dilucidación de la relación entre determinación y voluntad era una de las mayores dificultades a afrontar. La Iglesia, por ejemplo, defendía la tesis de que los hechos políticos se hallaban dominados por la omnipotencia divina. Aclarar el contenido de la relación equivalía a desbrozar el terreno para una concepción terrenal, científica, de lo político. Esta es la tarea que Maquiavelo llevó adelante en el capítulo 25.


2.                  El papel de la fortuna

Maquiavelo comienza por distinguir los términos del problema, y ello lo lleva a afrontar una dificultad adicional: la creación de un lenguaje provisto de conceptos adecuados para describir científicamente los hechos políticos. Hay que tener presente, además, que la ciencia de la política no podía distanciarse de los hechos, so pena de caer en el pecado de la abstracción ineficaz.

La palabra fortuna designa el azar, lo contingente que, por tanto,  no puede preverse:

“No ignoro que muchos han creído y creen todavía que las cosas de este mundo las dirigen la fortuna y Dios, sin ser dado a la prudencia de los hombres hacer que varíen, ni haber para ellos remedio alguno; de suerte que, siendo inútil preocuparse por lo que ha de suceder, lo mejor es abandonarse a la suerte.” (p. 444)

Lo distintivo de la fortuna es que obra sin tomar en cuenta a las personas. Frente a ella no somos nada o, mejor dicho, somos juguetes de sus caprichos. Los seres humanos nada podemos contra ella; únicamente nos queda someternos y aceptar nuestro destino. En este punto no importa si se trata de la fortuna (el azar) propiamente dicho o de Dios, pues los designios de este último son inescrutables.

Maquiavelo observa que la creencia en la omnipotencia de la fortuna se ve alimentada por los cambios económicos, sociales y políticos que se sucedían a comienzos del siglo XVI. [6] Esta creencia se fortaleció en los siglos siguientes en la medida en que se consolidaron las relaciones sociales capitalistas, pues esta forma de organización social se caracteriza por la revolución permanente de las condiciones de vida. De este modo, una sociedad en la que impera el cambio tiende a volverse devota de la fortuna, aun cuando ese cambio vaya de la mano con el desarrollo de las ciencias y de la tecnología. La velocidad y la extensión del cambio hacen que las personas se sientan impotentes frente a él, y busquen refugio en las teorías conspirativas, en la astrología y en las religiones. Al mismo tiempo, la creencia en la fortuna obstaculiza la posibilidad del surgimiento y crecimiento de la ciencia de la sociedad, por los motivos que ya han sido explicados.

Maquiavelo no niega la existencia de la fortuna; todo lo contrario, ella es inseparable de los asuntos humanos. En rigor, si todo fuese previsible, la ciencia política sería inútil, dado que bastaría con tomar nota de lo que ocurre. Por lo tanto, Maquiavelo descubre que para hacer ciencia es preciso optar por una solución intermedia: 

“Creo que de la fortuna depende la mitad de nuestras acciones, pero que nos deja a nosotros dirigir la otra mitad, o casi.” (p. 444).

La ciencia política debe ser, en la concepción de Maquiavelo, la mediadora entre la fortuna y los seres humanos, cumpliendo el papel de voluntad previsora, algo que desarrollaremos en el siguiente apartado.


3.                  La virtud como saber previsor

La condición de posibilidad de la ciencia es la existencia de un espacio más o menos amplio de indeterminación. La vida social no es puro azar ni se halla completamente determinada; en cada coyuntura, las personas y los grupos sociales deben elegir entre varias alternativas. En otras palabras, estamos obligados a actuar sin saber de antemano el resultado de nuestras acciones. 

De manera que nos encontramos forzados a elegir entre caminos alternativos. Se requiere entonces de una ciencia de la política que permita delimitar los alcances y los riesgos de las opciones posibles en cada coyuntura. Maquiavelo concibe a esa ciencia como previsión, como herramienta que aminore las consecuencias de aquello que está determinado y, en definitiva, como construcción de una nueva determinación, cuya peculiaridad estará dada por ser el producto de la voluntad consciente de los seres humanos. Maquiavelo lo explica por medio de un ejemplo:

“Comparo aquélla [la fortuna] con un río de rápida corriente que, cuando sale de madre, inunda la llanura, derriba árboles y casas, arranca terrenos de su sitio y los lleva a otro. Del ímpetu de sus aguas huye todo el  mundo, pero esto no impide que al volver a su cauce, los hombres construyan diques y canales para precaver, en otras crecidas, las inundaciones y los estragos.” (p. 445).

La nueva ciencia de la sociedad debe proporcionar las indicaciones para construir los diques y canales que contengan los embates de la fortuna. Maquiavelo no puede ser más claro: la elaboración de esa ciencia comienza en el reconocimiento de la capacidad humana para forjar una realidad diferente. Maquiavelo se anticipa dos siglos a la tesis central del pensamiento político de la Ilustración. 

Maquiavelo denomina virtud al saber que permite prever los acontecimientos. Esa virtud no es otra cosa que la ciencia política, y sus dos condiciones de posibilidad son: a) la existencia de una zona de indeterminación (los hechos no están determinados ciento por ciento); b) la capacidad humana de modificar la realidad. Pero Maquiavelo carece de instrumentos suficientes y no puede ir más allá de formular ciertas reglas muy generales, ilustradas con ejemplos de la política de su época.

Sin embargo, y a pesar de la mencionada carencia de herramientas, Maquiavelo logra ir más allá en su fundamentación de la ciencia política. La idea de que la fortuna [la determinación] regula una parte de los asuntos humanos y que, por tanto, hay siempre  una zona de incertidumbre, tiene un corolario: las regularidades y las leyes que las explican no se dan ni en todos los casos ni son válidas para todas las épocas y lugares. Aunque como ciencia la política debe aspirar a buscar lo común en la multiplicidad de acciones y situaciones, no puede separarse mucho de la coyuntura. Ello la obliga a tomar en cuenta las variaciones incesantes. Nada en la sociedad permanece igual a sí mismo. En consecuencia, dejar de lado el cambio supone renunciar a hacer ciencia.


4.                  Cambia, todo cambia

Maquiavelo dedica el resto del capítulo 25 a enfatizar el papel del cambio en la política práctica (y, por ende, la importancia de tomarlo en cuenta al momento de construir la ciencia política).

El cambio de las circunstancias y de los actores vuelve ineficaces las técnicas utilizadas con éxito en el pasado. En este sentido, un príncipe que se aferre a la política que lo llevó al éxito probablemente termine fracasando.

En la sociedad nada permanece igual a sí mismo, y esto es especialmente notorio en política, donde múltiples actores se disputan el poder. Las alianzas, las separaciones, la acción de los factores externos, etc., están a la orden del día. El tiempo pasa, las cosas cambian, los políticos declinan.

“En mi sentir propera todo el que procede conforme a la condición de los tiempos, y se pierde el que hace lo contrario.” (p. 445).

Una vez que reconoce la centralidad del cambio, la ciencia política debe abocarse al estudio de “la condición de los tiempos”. Este es el principal objetivo de la virtud. Por el momento, Maquiavelo se dedica a defender la idea de que el político tiene que amoldarse al cambio de los tiempos.

“De aquí nace, como he dicho, que dos, obrando de distinto modo, logren igual fin, y de dos que hagan lo mismo, uno consiga su propósito y el otro no, porque hay tiempos en que las precauciones y la prudencia son buenas; y al príncipe que usa de ellas le aprovechan, pero si los tiempos cambian y él no varía de conducta, se arruina.” (p. 446)

Debido a lo anterior, el éxito en política es muchas veces la vía segura al fracaso, si no se toma en cuenta la modificación de las circunstancias. La razón que explica esta paradoja consiste en la eficacia de los medios utilizados (vgr. calma, impetuosidad, etc.) depende de “la condición de los tiempos”. Por este camino llegamos a una constatación fundamental: la eficacia de un medio depende de la coyuntura, no hay medios esencialmente eficaces o ineficaces. Más en general, no existen las esencias, existen las relaciones.

Maquiavelo concluye afirmando: 

“Variando la fortuna, y empeñados los hombres en no cambiar de conducta, prosperan mientras los tiempos están de acuerdo con ésta, y, en falta de dicha conformidad, se arruinan.” (p. 447)

La afirmación precedente señala el punto de llegada de las reflexiones maquiavélicas en lo que hace al problema de la relación entre fortuna y virtud. Si bien en El príncipe se encuentran otros aportes significativos para la construcción de una ciencia de la sociedad, lo expuesto en el capítulo 25 despeja el camino para esa construcción.

 

Villa del Parque, martes 8 de marzo de 2022


NOTAS

[1] El sociólogo argentino Juan Carlos Portantiero (1934-2007) caracteriza la contribución de Maquiavelo al desarrollo de la ciencia de la sociedad: “El punto de ruptura de esa tradición [de la filosofía política], que permitirá progresivamente la constitución autónoma del conjunto de las hoy llamadas ciencias sociales, se halla en el Renacimiento. El precursor reconocido para este nuevo continente del conocimiento será Nicolás Maquiavelo (1469-1527), cuya obra marca la liberación, para la reflexión sobre la política, de sus condicionantes teológicas o filosóficas. Lo que podríamos llamar ciencia política, esto es, teoría del gobierno y de las relaciones entre el gobierno y la sociedad, es el primer campo secularizado del saber que habrá de irse constituyendo dentro del orden más vasto de las ciencias sociales. Campo en el que coexisten al lado de las prescripciones de lo científico -aún balbuceante- las sutilezas del "arte", es decir, los cánones para la acción que permitan diferenciar al "buen" del "mal" gobierno.” (Portantiero, J. C., La sociología clásica: Durkheim y Weber. Estudio preliminar)

[2] Al decir poder me refiero al Estado, al gobierno. 

[3] La rabia de Maquiavelo ante la indefensión de Italia se plasma con vehemencia en el último capítulo del Príncipe (el número 26, titulado “Exhortación para librar a Italia de los bárbaros”). Allí escribió lo siguiente: “para aquilatar el valor de un genio italiano era indispensable que Italia llegase a la triste situación en que hoy se encuentra, siendo más esclava que los hebreos, más sirva que los persas, estando más dispersos sus habitantes que los atenienses; sin jefe, sin organización, batida, saqueada, destrozada, pisoteada, sufriendo toda clase de calamidades.” (Maquiavelo, El príncipe, op. cit., p. 456)

[4] Algunos pueden afirmar que no existen límites para nuestra voluntad. Si bien corresponde debatir esta afirmación y refutarla cuidadosamente, por el momento cabe decir que es más una expresión patológica que una proposición seria.

[5] El escritor italiano Traiano Boccalini (1556-1613), en su obra Ragguagli di Parnaso (1612-1613) le hace decir a Maquiavelo: “Yo no comprendo por qué se me quiere condenar no habiendo yo hecho otra cosa que describir la conducta y las acciones de los príncipes tal cual se narran en todas las historias: si ellos no son castigados por lo que hacen, ¿debo yo ser condenado a las llamas por haber descrito sus acciones?” (Boccalini, citado en Maquiavelo, op. cit., p. 374)

[6] “En nuestra época han acreditado esta opinión [que la fortuna dirige los asuntos humanos] los grandes cambios que se han visto y se ven todos los días, superiores a toda humana previsión.” (Maquiavelo, op. cit., p. 444)