Vistas de página en total

Mostrando entradas con la etiqueta Estado. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Estado. Mostrar todas las entradas

martes, 25 de agosto de 2020

DERECHOS HUMANOS, SOCIEDAD Y ESTADO CURSO 2020 – CLASE N° 10

 

“Es menester ser príncipe para conocer la naturaleza de los pueblos,

pero ser del pueblo para conocer a fondo la de los pueblos.”

Maquiavelo (1469-1527), filósofo y político italiano.

 


Bienvenidas y bienvenidos a la décima clase del curso.

En la clase anterior expuse los lineamientos principales del Príncipe de Maquiavelo (1469-1527) [1]. En especial, destaqué la preocupación por la construcción de un Estado nacional italiano y el reconocimiento del pueblo como actor político fundamental. Éstos constituyen los dos núcleos de la argumentación del político y filósofo italiano. Sin embargo, la obra contiene mucho más. Maquiavelo elaboró algunos de los fundamentos de la Ciencia política moderna. En el transcurso de esta clase veremos ese tema y otros más. Con ello concluiremos nuestra breve revisión del Príncipe.

Sin más prólogo vayamos directamente a la clase.


Aristóteles (384-322 a. C.) esbozó unos objetivos y un método para la filosofía política en su obra Política. [2] Sin embargo, corresponde a Maquiavelo el mérito de fundar la CP en el sentido moderno del término. De hecho, aunque suene algo exagerado (y probablemente lo sea), Maquiavelo es el primer científico social moderno, adelantándose a los primeros economistas, cuya obra data del siglo XVIII.

Para desarrollar lo anterior es preciso pegar otro salto en nuestra lectura “rayuelesca” de la obra. Hay que ir al capítulo XXV.

Un lector apresurado puede interpretar que El Príncipe es una colección de enseñanzas sobre cómo debe comportarse el gobernante, ya sea para adquirir el poder, ya sea para conservarlo. Desde esta perspectiva, el libro es un manual práctico, que no pretende ir más allá. Sin embargo, El Príncipe posee la cualidad de ser engañosamente simple. Detrás de la superficie hay una compleja concepción del funcionamiento de la política y la sociedad. En la clase anterior hemos visto cómo Maquiavelo pone el acento en el conflicto al momento de analizar la política. Dicho de otro modo, la política es lucha por el poder, entablada entre las clases y grupos de cada sociedad. Detrás de las ambiciones de los individuos particulares (y Maquiavelo cuenta muchas historias de estos individuos a lo largo de la obra), está la lucha entre los sectores que se disputan el poder para mantener y/o modificar su posición social.

Ahora bien, si la política va más allá de las ambiciones individuales y se apoya en una determinada organización de la sociedad [3], entonces es posible construir una ciencia de la política, que permita, en el límite, encauzar el curso de los acontecimientos, de las luchas políticas. En otras palabras, la política no es puro azar ni pura voluntad.

“No me es ajeno que muchos han sido y son de la opinión de que las cosas del mundo estén gobernadas por la fortuna y por Dios, al punto que los seres humanos, con toda su prudencia, no están en grado de corregirlas, o mejor, ni siquiera tienen remedio alguno. De ahí podrían deducir que no hay por qué poner demasiado empeño en cambiarlas, sino mejor dejar que nos gobierne el azar. Las grandes mutaciones que se han visto y que se ven a diario, más allá de toda conjetura humana, han dado más crédito a esa opinión en nuestra época.” (p. 83).

Así comienza el capítulo XXV. El punto es crucial si tenemos en cuenta nuestra lectura del capítulo XXVI, donde Maquiavelo plantea la necesidad de construir un Estado que sea capaz de liberar a Italia de la dominación extranjera. Si la opinión a la que se refiere en el párrafo precedente es correcta, la única solución posible para el problema italiano es encomendarse a la voluntad de dios o de un príncipe audaz y valeroso. Si todo es “fortuna” (azar, golpes de voluntad) no hay CP posible (ni tampoco, por supuesto, ninguna ciencia social).

Pero Maquiavelo muestra que existe cierta regularidad en las acciones humanas y que, por tanto, es posible hacer CP, la cual proporcionará los elementos necesarios para transformar la realidad existente. Es notable la sencillez con que expresa esta idea:

“Pensando yo en eso de vez en cuando, en parte me he inclinado hacia esa opinión [la que afirma que nos gobierna el azar]. Con todo, y a fin de preservar nuestro libre albedrío, juzgo que quizá sea cierto que la fortuna sea árbitro de la mitad de nuestro obrar, pero que el gobierno de la otra mitad, o casi, lo deja para nosotros. Se me asemeja a uno de esos ríos torrenciales que, al enfurecerse, inundan los llanos, asuelan los árboles y edificios, arrancan tierra de esta parte y la llevan a aquélla: todos huyen a su vista, cada uno cede a su ímpetu sin que pueda refrenarlo lo más mínimo. Pero aunque sea esa su índole, ello no obsta para que, en los momentos de calma, los hombres no puedan precaverse mediante malecones y diques de forma que en las próximas crecidas, las aguas discurrirían por un canal o su ímpetu no sería ni tan desenfrenada ni tan perjudicial.” (p. 83).

La política es lucha por el control del Estado. Pero esa lucha no es ni absolutamente imprevisible (puro azar y/o voluntad) ni absolutamente previsible (pura determinación por la economía, por ejemplo). La política se rige por leyes y por el azar. Esta forma de pensar la política y la sociedad nos aleja tanto del determinismo mecánico como del voluntarismo. Y, lo que es más importante todavía, permite construir una ciencia de la política (y de la sociedad).

En rigor, la fortuna se potencia cuando no existe fuerza organizada capaz de contrarrestarla y/o mitigar sus efectos:

“Algo similar pasa con la fortuna: ésta muestra su potencia cuando no hay fuerza organizada que se le oponga y por lo tanto vuelve sus ímpetus hacia donde sabe que no se hicieron ni diques ni malecones para contenerla.” (p. 83). [4]

Ahora bien, eso que las personas llamamos “fortuna” no es mero azar. Lo fortuito expresa el desconocimiento de los factores que confluyen en un suceso determinado. Por ejemplo, la debilidad de Italia frente a España y Francia a comienzos del siglo XVI no es únicamente el producto de la intervención del azar. Maquiavelo sostiene que cada época histórica tiene determinadas características que se imponen a los individuos.

“Vemos que al perseguir sus fines respectivos, la gloria y las riquezas, las personas se comportan de distinto modo: uno con precaución, el otro impetuosamente; uno con paciencia, el otro al contrario; y cada uno, con esos diversos procedimientos, los puede obtener. También se ve que de dos personas precavidas, una logra su objetivo y la otra no; y, análogamente, a dos prosperar igualmente siguiendo métodos diversos, siendo el uno precavido y el otro impetuoso. Ello se debe a la calidad de los tiempos, que está en consonancia con su proceder.” (p. 84; el resaltado es mío – AM-). [5]

Luego de afirmar que la acción del azar puede ser contrarrestada, Maquiavelo demuestra también que la sola voluntad no alcanza. De manera que, para alcanzar el éxito en las acciones, es preciso estudiar la realidad de cada época. La sola voluntad de modificar las circunstancias es insuficiente; ningún método utilizado en el pasado garantiza el triunfo en el futuro; sólo el estudio de cada sociedad, de cada coyuntura, permite elaborar planes y cursos de acción eficaces. En otras palabras, Maquiavelo está fundamentando la necesidad de construir una CP.

La acción humana es juguete del azar en la medida en que no se conoce el marco en que se realiza esa acción; a su vez, el azar aparece como azar, valga la redundancia, porque se ignora la existencia de regularidades y continuidades en las sociedades. El político, si quiere triunfar en su carrera, debe complementar la acción con el estudio.

“Concluyo que, al mutar la fortuna y seguir las personas apegadas a su modo de proceder, prosperan mientras ambos concuerdan, y fracasan cuando no.” (p. 85).

Es preciso destacar otro elemento en el análisis anterior: el cambio. La realidad no permanece inmutable. Todo lo contrario, las cosas cambian; los imperios surgen y decaen; los Estados se derrumban y aparecen otros nuevos. Esta es otra razón para estudiar la realidad, pues es necesario adaptarse a las nuevas circunstancias. Y es precisamente el cambio el que hace que los métodos y las prácticas que resultaron exitosas en un momento dado pierdan su eficacia.

Maquiavelo puso en práctica su teoría sobre la necesidad de estudiar los hechos políticos y encontrar en ellos regularidades. En especial, dedicó la atención a los Estados nacionales (Francia, España) que habían demostrado su capacidad para dominar vastos territorios. El interés de Maquiavelo por los asuntos militares es producto tanto de su experiencia política en la República de Florencia como de sus reflexiones sobre las causas de la debilidad italiana. Esto lo llevó a comprender que el elemento central del Estado era el ejército, que le permitía ejercer el monopolio de la violencia en un territorio determinado y asegurar así la dominación de una clase social, así como también evitar las invasiones extranjeras. [6]

La preocupación de Maquiavelo por los problemas bélicos es casi obsesiva y se expresa sobre todo en los capítulos XII y XIII, si bien atraviesa todo el Príncipe. En el principio del primero de los capítulos mencionados indica expresamente que va a ocuparse de los asuntos militares. Allí se encuentra el núcleo del Estado en todas sus expresiones: el monopolio de la violencia. Éste fue el instrumento para terminar con la fragmentación política feudal y, luego, la herramienta para asegurar la dominación de la burguesía en la nueva sociedad capitalista. Pero no nos adelantemos ni le hagamos decir a Maquiavelo cosas que van más allá de su tiempo.

Maquiavelo critica el uso de soldados mercenarios por parte de los Estados en los que se hallaba dividida la península. [7] Los resultados estaban a la vista: los mercenarios ponían poco empeño en combatir y mucho en regatear las condiciones de su contrato, para obtener un mejor pago por sus servicios.

“Las [tropas] mercenarias y auxiliares son inútiles y peligrosas, y si alguien mantiene su Estado apoyándose en tropas mercenarias, jamás se hallará estable ni seguro a causa de su desunión, ambición, indisciplina e infidelidad; de su arrogancia con los aliados y cobardía frente a los enemigos; sin temor de Dios, ni lealtad a los hombres, tanto se difiere la caída, cuanto se difiere el ataque; en la paz te expolian ellas; en la guerra, los enemigos.” (p. 40).

Un Estado será independiente si posee un ejército propio. No hay otro camino.

“La experiencia nos muestra a príncipes solos y a repúblicas armadas llevar a cabo acciones notabilísimas, y a las tropas mercenarias nunca hacer otra cosa sino daño; y que más difícilmente cae una república armada con sus propias armas bajo el dominio de uno de sus ciudadanos, que otra armada con tropas ajenas.” (p. 41).

La misma crítica vale para las tropas auxiliares, es decir, cuando un Estado pide al apoyo militar de otro. [8] No hay otro remedio, si se quiere obtener y conservar la independencia, que el mencionado más arriba: construir un ejército de ciudadanos.

“Un príncipe prudente, por tanto, siempre ha rehuido tales armas [tropas mercenarios y auxiliares], prefiriendo las suyas propias; ha preferido mejor perder con las suyas que ganar con las de otro, considerando falsa la victoria obtenida con armas ajenas.” (p. 46). [9]

Por todo esto, una vez concluida la crítica del uso de tropas mercenarias y auxiliares, Maquiavelo dedica el capítulo XIV a examinar el modo en que el príncipe debe ocuparse de la organización de un ejército propio. Tal como hemos dicho, la cuestión tenía una importancia fundamental en la Italia de principios del siglo XVI: sin un ejército nacional era imposible la independencia del país. Pero el tema es importante, además, a los fines de nuestro estudio: la violencia, el monopolio de ella, es el núcleo de todo Estado. El Estado, toda organización estatal, es una herramienta de dominación, y ésta es imposible sin contar con un ejército.

En la próxima clase examinaremos la obra del otro gran teórico del Estado moderno, el filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679).

Muchas gracias por su atención.

 

Villa del Parque,  domingo 23 de agosto de 2020


ABREVIATURAS:

CP = Ciencia política.


NOTAS:

[1] Para elaborar la clase trabajé con la siguiente edición: Maquiavelo, N. (2011). El príncipe. En El príncipe. El arte de la guerra. Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Vida de Castruccio Castracani. Discursos sobre la situación de Florencia. (pp. 1-89). Madrid, España: Gredos. Traducción de Antonio Hermosa Andújar. Todas las citas que incluyo en la clase pertenecen a esta edición.

[2] No es este el lugar para discutir las diferencias entre la filosofía política y la CP moderna. No basta con señalar que la segunda incorpora el método científico del que carece la primera (entendiendo por método científico el desarrollado por las ciencias naturales desde el siglo XVI, y cuyas expresiones más conocidas son el experimente y la medición). Aristóteles realizó, junto a sus discípulos, un trabajo monumental de compilación de datos sobre las organizaciones políticas de las polis griegas y algunos Estados no-griegos; de la mencionada compilación ha llegado hasta nosotros la obra La constitución de Atenas, cuya autoría se atribuye a Aristóteles. Si bien el filósofo griego no empleó números en sus obras (por lo menos en el sentido en que lo hace la ciencia moderna), es innegable que utilizó ampliamente la observación y la comparación para elaborar su teoría política. En todo caso, cabe decir que en la filosofía política juega un papel central la cuestión de los juicios de valor, algo que es mediatizado en la CP moderna. En la clase de hoy intentaré mostrar cómo Maquiavelo sentó las bases de la CP (y cuáles son los fundamentos de la misma).

[3] Organización social que determina cierta distribución del poder entre las clases y grupos sociales. Por ejemplo, en la sociedad medieval, los campesinos se hallaban sometidos a los señores feudales y, por ende, carecían de poder político (de control sobre el Estado).

[4] Maquiavelo indica que Italia es débil precisamente por no haber sabido organizarse para enfrentar los cambios de la fortuna, a diferencia de lo hecho por España y Francia (agrega también a Alemania). Esto se relaciona directamente con el planteo del capítulo XXVI, la necesidad de constituir un Estado nacional en Italia.

[5] “De aquí igualmente lo diverso del resultado, pues si alguien se conduce con precaución y paciencia, y los tiempos y las cosas mutan, se hunden, pues no varía su modo de obrar. Y no hay persona tan prudente capaz de adaptarse a ello, sea porque no puede desviarse de aquello hacia lo que lo inclina su naturaleza, o sea porque al haber progresado siempre por una misma vía no se persuade de desviarse de ella. Así, el hombre precavido, al llegar el momento de volverse impetuoso, no sabe hacerlo, por lo que va a la ruina; en cambio, si se cambiase de naturaleza con los tiempos y las cosas, no cambiaría su fortuna.” (p. 84).

[6] “Afirmo que, en mi opinión, están capacitados para defenderse por sí mismos quienes, por abundancia de hombres o dinero, pueden formar un ejército apropiado y sostener combate abierto con cualquiera que desee atacarlos.” (p. 35). Más adelante, en el comienzo del capítulo XII: “Y de los fundamentos de todos los Estados, tanto nuevos como antiguos o mixtos, los principales son las buenas leyes y las buenas armas. Y puesto que no puede haber buenas leyes donde no hay buenas armas, y donde hay buenas armas, las leyes son por cierto buenas, omitiré aquí hablar de leyes para hacerlo sólo de las armas.” (p. 40).

[7] “No creo que se necesite de muchas energías para persuadir de eso, puesto que la actual ruina de Italia no tiene más que haberse fundado durante muchos años en armas mercenarias.” (p. 41).

[8] “Dichas tropas pueden ser buenas y útiles en sí mismas, pero para quien las solicita son casi siempre nocivas, pues una derrota te hunde, una victoria te hace su prisionero.” (p. 45).

[9] “En conclusión, si no dispone de armas propias, ningún principado está seguro, o mejor, depende por completo de la fortuna al carecer de virtud que en circunstancias adversas lo defienda.” (p. 47).


lunes, 2 de septiembre de 2019

ROUSSEAU Y LA DISTINCIÓN ENTRE SOBERANO Y GOBIERNO



“Cuanto menos relación tengan las voluntades con la voluntad general,
(…) las costumbres con las leyes, más debe aumentar la fuerza represiva.”
Jean-Jacques Rousseau, Del Contrato social (1762)

Rousseau dedicó el Libro II de CS al examen del poder legislativo (del soberano). El Libro III, por su parte, está centrado en el análisis del poder ejecutivo y, en especial, el tema de las formas de gobierno. Sin embargo, el tratamiento de la cuestión excede dicha temática, y nuestro autor aborda una variedad de cuestiones conexas tales como la problemática del gobierno en general, la relación entre forma de gobierno y las condiciones de un país determinado, etc. Por razones de espacio, el Libro III ha sido fraccionado en varias fichas; en la confección de cada una de ellas nos hemos limitado a seguir la división de temas propuesta por el autor.
Nota general:
En la redacción utilicé abreviaturas, cuya lista se encuentra más abajo. Además, puse entre corchetes mis comentarios al texto.
Nota bibliográfica:
Trabajé con la traducción española de Mauro Armiño, incluida en: Rousseau, J.-J. (2000). Del Contrato social. Discurso sobre las ciencias y las artes. Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Madrid: Alianza. El Libro tercero se encuentra en pp. 81-127.
Abreviaturas:
CS = Del Contrato social.

Del gobierno en general
Rousseau dedica todo el capítulo I del Libro III a la descripción del gobierno en general.
El cuerpo político está compuesto por el poder legislativo, compuesto por el conjunto de los ciudadanos y que constituye la voluntad del cuerpo; y el poder ejecutivo, conformado por el cuerpo de funcionarios encargado de hacer cumplir la voluntad del legislativo, que constituye la fuerza de dicho cuerpo. 
El poder legislativo pertenece al pueblo, porque las leyes sólo pueden emanar de la totalidad de los ciudadanos. El poder ejecutivo, en cambio, está conformado por una parte de los ciudadanos, pues sus actos son particulares, no generales como es el caso de las leyes.
¿Qué es el gobierno?
“Un cuerpo intermediario establecido entre los súbditos y el soberano para su mutua correspondencia, encargado de la ejecución de las leyes, y del mantenimiento de la libertad, tanto civil como política.” (p. 82).
Los miembros del ejecutivo se llaman magistrados o reyes, y el conjunto de ellos es el Príncipe. Rousseau se preocupa en dejar en claro que el poder ejecutivo:
“no es más que una comisión, un empleo en el cual, simples oficiales del soberano, ejercen en su nombre el poder de que los ha hecho depositarios, y que él puede limitar, modificar y recuperar cuando le plazca, por ser incompatible la enajenación de tal derecho con la naturaleza del cuerpo social y contraria al fin de la asociación.” (p. 82).
[La soberanía reside en el pueblo. Si el poder ejecutivo asumiera funciones de soberano, estaría usurpando algo que es patrimonio exclusivo del conjunto del pueblo. Dicha usurpación derivaría en que el gobierno pasaría a representar los intereses particulares de quienes lo detentan y/o de los grupos de poder existentes en la sociedad. Rousseau insiste una y otra vez en defender la idea de que la representación anula la libertad de los ciudadanos.]
Rousseau distingue entre el soberano (el conjunto de los ciudadanos), el gobierno (el cuerpo específico de funcionarios) y el Estado (la totalidad de la organización). Su preocupación principal consiste en el establecimiento del equilibrio entre los componentes del Estado, pues “si el soberano quiere gobernar, o si el magistrado quiere dar leyes, o si los súbditos rehúsan obedecer, el desorden sucede a la regla, la fuerza y la voluntad no obran ya de concierto, y el Estado, disuelto, cae así en el despotismo o en la anarquía.” (p. 83). El equilibro es fundamental, habida cuenta, además, que “los ciudadanos (…) son soberanos por un lado [en tanto miembros del poder legislativo] y súbdito por otro [en tanto miembros del Estado sometidos a la voluntad general y obedientes a los actos de los funcionarios] (p. 83).
Rousseau adelante una idea (que luego desarrollará en el capítulo VIII del presente Libro). Sostiene que no “hay más que un gobierno bueno posible en cada Estado. Pero como mil acontecimientos pueden cambiar las relaciones de un pueblo, no sólo diferentes gobiernos pueden ser buenos para diversos pueblos, sino para el mismo pueblo en diferentes épocas.” (p. 83; el resaltado es mío – AM-]
[Así como Aristóteles examinó la relación entre la composición social de una polis y las formas específicas que adquirían a partir de ella la oligarquía o la democracia, Rousseau llega a la conclusión de que no existe la forma de gobierno perfecta, sino que son las relaciones de un pueblo las que condicionan las características de la forma de gobierno.]
Ilustra mediante el ejemplo del aumento de población la cuestión de las diversas relaciones que pueden darse entre el soberano y el Estado. El aumento de la población reduce el peso del sufragio de cada ciudadano en la toma de decisiones, mientras que el Estado mantiene y, aún, aumenta su poder: “cuanto más se agranda el Estado, más disminuye la libertad.” (p. 84).
[Rousseau se ubica en la perspectiva de la libertad y la autonomía de cada ciudadano. Si ambas son sacrificadas al aumento del poder del Estado, la libertad termina por ser una ficción. Nuestro autor tiene presente en todo momento que el Estado es un mecanismo de opresión.]
En palabras de Rousseau,
“Cuanto menos relación tengan las voluntades con la voluntad general, es decir, las costumbres con las leyes, más debe aumentar la fuerza represiva. Por tanto, para ser bueno, el gobierno debe ser relativamente más fuerte a medida que el pueblo sea más numeroso.” (p. 84).
[El Estado, cuyo objetivo es preservar la propiedad privada (ver al respecto el análisis de Rousseau en el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, Segunda parte), tiene por función la represión y debe incrementarla a medida que hay más personas a las que debe controlar y reprimir. ]
El desarrollo del Estado obliga al soberano a tomar medidas para contener al gobierno.
“Al dar el agrandamiento del Estado más tentaciones y medios de abusar de su poder a los depositarios de la autoridad pública, cuanto más fuerza deba tener el gobierno para contener al pueblo, más deberá tener a su vez el soberano para contener al gobierno. No hablo aquí de una fuerza absoluta, sino de una fuerza relativa de las diversas partes del Estado.” (p. 84).
De lo anterior, Rousseau concluye que el aumento de la población es uno de los factores que demuestra “que no hay constitución de gobierno única y absoluta, sino que puede haber tantos gobiernos diferentes en naturaleza como Estados diferentes en extensión.” (p. 85). Se preocupa en aclarar que esos diferentes gobiernos no se derivan mecánicamente del cambio en el número de habitantes: “las relaciones de que hablo no se miden sólo por el número de seres humanos, sino en general por la cantidad de acción, que se combina por multitudes de causas (…) la precisión geométrica no tiene cabida en las cantidades morales.” (p. 85; el resaltado es mío – AM-).
[El argumento de Rousseau es comprensible; sin embargo, su insistencia en utilizar analogías geométricas complica la exposición, sobre todo para los lectores que carecen de conocimientos matemáticos.]
La siguiente ficha estará dedicada a la cuestión de la formas de gobierno (capítulos II-VII del Libro III).

Parque Avellaneda, lunes 2 de septiembre de 2019

domingo, 26 de junio de 2016

MARX, DEFENSOR DE LA LIBERTAD FRENTE AL ESTADO


“La Comuna [de Paris] no fue una revolución tendiente a transferir
el poder del Estado de una fracción de la clase dominante a otra, sino
una revolución para romper esa horrible máquina de dominación de clase.”
Karl Marx, La guerra civil en Francia, primer borrador.


Delacroix, La libertad guiando al pueblo

El título del presente ensayo puede prestarse a confusión. Sobre todo para quienes identifican la causa del socialismo con la expansión de las actividades del Estado o depositan en éste las esperanzas de transformación social. No hace falta profundizar demasiado para comprender las razones de esta posible confusión.

La izquierda del siglo XX, en sus vertientes revolucionaria y reformista, fue estatista. Salvo honrosas excepciones, sus representantes consideraron al Estado como la solución para los problemas de la sociedad capitalista, ya sea como herramienta para construir el socialismo, ya sea como instrumento para limar los aspectos más “nocivos” del capitalismo. Si bien el estatismo fue defendido arguyendo razones de Realpolitik, en diversas oportunidades se recurrió a la autoridad de los clásicos. El objetivo de este ensayo es mostrar la incompatibilidad entre el estatismo de la izquierda y las posiciones de Marx sobre el Estado. Para ello recurriré al análisis de la Crítica del programa de Gotha (1875). (1)

La Crítica es un texto clave para comprender la teoría del Estado del autor de El Capital. Dicha teoría está marcada por la experiencia de la Comuna de París (1871) y por las reflexiones sobre el Estado y la política esbozadas en El capital. Dado que la posición de Marx acerca del Estado es poco conocida y/o tergiversada escandalosamente, es oportuno retomar la lectura directa de esta obra, sobre todo en tiempos en los que el Estado se ha convertido en un fetiche de los partidos y movimientos “progresistas” en América Latina, así como también de los partidos revolucionarios.

La Crítica está compuesta por un conjunto de textos (todos ellos escritos por Marx y Engels en 1875), reunidos por Engels en 1891 para su publicación en la revista teórica de la socialdemocracia alemana, DIE NEUE ZEIT. En esta serie de artículos voy a concentrarme en el más importante de ellos, las Glosas marginales al programa del Partido Obrero Alemán, escrito por Marx entre abril y mayo de 1875. Marx discute el programa resultante de la unificación de las distintas corrientes del socialismo alemán, y desarrolla allí sus tesis sobre el Estado y la actitud que deben tener los socialistas frente a él.

En líneas generales, el socialismo del siglo XIX fue refractario al Estado. Los distintos socialismos, o bien caracterizaron al Estado como instrumento de opresión (marxistas, anarquistas), o bien bregaron por el desarrollo de instituciones socialistas al margen del Estado (por ejemplo, las cooperativas en Inglaterra, las colonias de Cabet, los falansterios de Fourier, etc.). Esto contrasta con el socialismo del siglo XX que, como dije, fue mayoritariamente estatista. Así, en vez de debilitar la influencia estatal, tanto los comunistas como los socialdemócratas procuraron fortalecer el aparato estatal. Al revés de sus predecesores del siglo XIX, muchos socialistas del siglo XX identificaron socialismo con propiedad estatal de los medios de producción.

El progresismo latinoamericano de principios del siglo XXI retomó la concepción de los socialistas del siglo pasado, con el agregado sustancial de que ahora el capitalismo ha sido aceptado como la única forma viable de organización de la economía. Relegado el socialismo al reino de las utopías, sólo queda la realidad concreta del capitalismo. Pero como el capitalismo genera desigualdad y eso no se puede ocultar, nuestros progresistas apelan al Estado como mecanismo para garantizar la “igualdad” y/o la “equidad” en la sociedad. En este marco, el Estado, instrumento de opresión, es elevado a la condición de herramienta de “liberación”. El kirchnerismo, el PT brasileño, el Frente Amplio en Uruguay, Correa en Ecuador, Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, son otras tantas variantes de este progresismo. Más allá de sus diferencias (que no puedo tratar aquí), todos ellos tienen en común la aceptación de la propiedad capitalista y la apelación al fortalecimiento del Estado como medio para enfrentar al “neoliberalismo”. Como la negación del carácter opresor del Estado conlleva la de la lucha de clases (pues el carácter opresor del Estado consiste en que sirve a una clase en su lucha contra la otra), es lógico que los progresistas puedan cortejar sin pudor a la burguesía “nacional” y al capital internacional. Como quiera que sea, nada de esto conduce a la emancipación de los trabajadores y los demás sectores populares. La crisis de este progresismo requiere un análisis minucioso de la concepción del Estado mencionada más arriba.

La Glosas marginales sirven para recuperar lo mejor de la tradición socialista del siglo XIX y para discutir desde la teoría las concepciones progresistas acerca del Estado. El hecho de no estar viviendo un período de crisis revolucionaria de ningún modo exime de la responsabilidad de combatir desde una posición de clase las concepciones dominantes sobre el Estado. En esta tarea es fundamental la recuperación crítica de la teoría y la práctica socialistas de los siglos XIX y XX. La tarea es todavía más urgente si se tiene en cuenta que todavía vivimos en un mundo signado por las derrotas del movimiento obrero en las décadas del ’70, del ’80 y del ’90 del siglo XX. Las variantes más radicales del progresismo latinoamericano, aun cuando se hagan llamar “socialistas”, naturalizan al capitalismo en la medida en que no cuestionan la propiedad privada y que, a lo sumo, proponen la propiedad mixta en algunos sectores de la economía. La revolución está lejos, es verdad. Pero más lejos estará si se insiste en hacer del Estado el instrumento de liberación y si no se cuestiona la propiedad privada. Pensar sinceramente que el capitalismo es la única forma posible de organización económica de la sociedad moderna es un acto valorable de honestidad intelectual; en cambio, es deshonesto y profundamente destructivo desde el punto de vista de una política revolucionaria afirmar que el Estado capitalista puede conducir al socialismo. Y es todavía peor si se denomina “socialismo” a esta concepción.

Como intentaré demostrar en este ensayo, la reflexión de Marx en sus Glosas marginales apunta hacia el futuro y no a un pasado perimido. Marx es un clásico porque interpela a nuestro presente y porque parte de la tesis de que toda ciencia es política. 

Marx parte del reconocimiento de la relación estrecha entre el Estado y la sociedad capitalista; sin la segunda, la existencia misma del Estado moderno sería imposible: 

“…los distintos Estados de los distintos países civilizados, pese a la abigarrada diversidad de sus formas, tienen de común el que todos ellos se asientan sobre las bases de la moderna sociedad burguesa, aunque ésta se halle en unos sitios más desarrollada que en otros, en el sentido capitalista.” (p. 342).

Estado moderno y sociedad burguesa son las dos caras de la misma moneda. La complejidad del aparato estatal bajo el capitalismo es la contracara de la división del trabajo de la producción mercantil. La igualdad de los ciudadanos es la forma política de la igualdad de las mercancías en el mercado. La existencia misma del Estado, como esfera diferente de la sociedad burguesa, requiere de la presencia de esta última. El Estado puede crear la igualdad jurídica precisamente porque existe la desigualdad de las condiciones de existencia de las distintas clases sociales. 

El desarrollo incesante de la maquinaria estatal bajo el capitalismo conduce, además, a una creciente autonomía del Estado respecto a la sociedad:

“por «Estado» se entiende, en realidad, la máquina de gobierno, o el Estado en cuanto, por efecto de la división del trabajo, forma un organismo propio, separado de la sociedad.” (p. 343).

Esta autonomía relativa obedece no sólo al proceso de división del trabajo, sino también a su condición de órgano encargado de la representación de los intereses comunes de la burguesía. (2) Para cumplir con eficacia dicha función debe mantenerse relativamente alejada de cada una de las fracciones de la clase dominante; siempre una de ellas ejerce el rol predominante en la hegemonía burguesa, pero ese predominio debe aparecer oscurecido para dotar de mayor legitimidad a la dominación.

La mencionada autonomía relativa crea el ambiente propicio para que el aparato estatal pase a ejercer un dominio creciente sobre la sociedad.

“La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella” (p. 341).

Es significativo que Marx considere que la libertad es imposible si el Estado ejerce su control sobre la sociedad. En este sentido, su reflexión sobre la expansión de las funciones estatales resulta de enorme interés, sobre todo porque, como hemos afirmado, muchos socialistas del siglo XX pensaron que el Estado era la panacea para todos los problemas de la sociedad. Marx, a partir de la experiencia de la Comuna de París, llegó a la convicción de que el socialismo era imposible si no se modificaba radicalmente la estructura estatal, heredada del capitalismo. En su pensamiento, transformación del Estado (por ejemplo, eliminación de su aparato represivo) y abolición de la propiedad privada de los medios de producción van juntos.

El rasgo fundamental del Estado en general es su carácter opresor, su papel de instrumento privilegiado para el ejercicio de la dominación de clase. El Estado detenta el monopolio de la violencia legítima (3) con el objetivo de mantener la estructura de poder existente en la sociedad. Lejos de ser autónomo, el Estado se encuentra limitado en su “capacidad creadora” por las luchas de clases, por los resultados de éstas. Además, el Estado moderno es el Estado capitalista, es decir, tiene por objetivo el mantenimiento de la explotación del trabajo por el capital.

El Estado capitalista, por tanto, no representa (ni puede representar jamás), el “interés general”. En una sociedad dividida en clases con intereses antagónicos, el “interés general” no puede ser otra cosa que el interés de la clase dominante. Dicho en otros términos, la forma en que en cada sociedad concreta se expresa el “interés general” constituye la manifestación de la hegemonía (en el sentido gramsciano del término) de la clase dominante. En la sociedad capitalista, la burguesía es la clase dominante porque tiene la propiedad privada de los medios de producción.

Lo expuesto en los dos párrafos anteriores sirve para continuar la lectura de las Glosas marginales de Marx. Su crítica al proyecto de programa del socialismo alemán debe leerse en este marco conceptual.

Los socialistas alemanes habían incluido en el proyecto la aspiración a constituir un “Estado libre”. Hay que recordar que el Estado alemán en 1875 era muy diferente a un Estado moderno. El juicio de Marx es lapidario:

“Un Estado que no es más que un despotismo militar de armazón burocrático y blindaje policíaco, guarnecido de formas parlamentarias, revuelto con ingredientes feudales e influenciado ya por la burguesía.” (p. 343).

El Imperio alemán no era, por cierto, nada comparable a una “república democrática”. En consonancia con esta realidad, los socialistas alemanes incluían en el proyecto una serie de reivindicaciones democráticas: “sufragio universal, legislación directa, derecho popular, milicia del pueblo.” (p. 342).

El socialismo alemán ponía el acento en la transformación del Estado. La lucha democrática reemplazaba a la lucha socialista. Subyacía la tesis de la separación entre el ámbito político (eje de las preocupaciones inmediatas de los socialistas) y el ámbito económico (el proceso de producción, cuya transformación socialista quedaba relegada a una etapa posterior). Una consecuencia de esta separación era la creencia en las virtudes del Estado para transformar la realidad. En otras palabras, el Estado era el camino privilegiado para conquistar la democracia y el socialismo. Como la adopción de la vía estatal implicaba la aceptación de las reglas de juego impuestas por el Estado, la revolución quedaba descartada, en la práctica, del menú de opciones del socialismo.

En este punto comienza la crítica de Marx al proyecto. Mucho tiempo atrás, en su artículo “Sobre la cuestión judía”, había sometido a discusión los límites de la “emancipación política” (la Revolución Burguesa). (4) En dicho artículo, la argumentación marxista todavía se desenvolvía en un marco más filosófico que político. En las Glosas marginales, la crítica de Marx se sitúa en la lucha de clases, partiendo del carácter de clase del Estado.

“La misión del obrero, que se ha librado de la estrecha mentalidad del humilde súbdito, no es, en modo alguno, hacer «libre» al Estado. En el Imperio alemán el «Estado» es casi tan «libre» como en Rusia.” (p. 341).

Cuando Marx dice que el Estado alemán es “libre”, está afirmando que constituye un órgano separado de la sociedad y que ejerce la dominación sobre ella. El Estado en tanto organización, desarrolla fines que le son propios y que le llevan a ejercer cada vez mayor presión sobre la sociedad. De modo que defender la consigna de un Estado “libre”, como lo hacían los socialistas alemanes, significaba  en las condiciones de Alemania un reconocimiento a la dominación del Estado libre sobre la sociedad. Constituía el surgimiento en las filas socialistas de la tendencia a “adorar” al Estado, a convertirlo en remedio para todos los males. Y la naturaleza de ese remedio pasaba por las relaciones burocráticas de “ordeno y ejecuta”, no por el establecimiento de relaciones horizontales, democráticas. En esta concepción, la libertad era una concesión del Estado, no un derecho del ser humano.

Marx plantea un punto de vista diametralmente opuesto:

“La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano complemente subordinado a ella.” (p. 341).

A contrapelo de la opinión habitual, el “estatista” Marx sostiene que el socialismo pasa por la liberación de la sociedad respecto a la tutela del Estado.

“El Partido Obrero Alemán – al menos si hace suyo este programa – demuestra cómo las ideas del socialismo no le calan siquiera la piel, ya que, en vez de tomar a la sociedad existente (y por lo mismo podemos decir de cualquier sociedad en el futuro) como base del Estado existente (o del futuro, para una sociedad futura), considera más bien al Estado como un ser independiente, con sus propios «fundamentos espirituales, morales y liberales».” (p. 341).

Los socialistas alemanes, en vez de partir de la sociedad capitalista y del Estado engendrado por ella, parten de un Estado separado de la sociedad, que nace y flota en el vacío. La crítica a esta última concepción es de rigurosa actualidad.

El progresismo sostiene la tesis de que el Estado, justamente por ser independiente de la sociedad, puede remediar los problemas sociales. La “justicia social” es posible en la medida en que se postule la existencia de un juez imparcial respecto a los antagonismos de las clases sociales. Ese juez es el Estado. El Estado toma nota de las diferencias entre ricos y pobres, y busca un equilibrio más justo. El marxismo parte de la lucha de clases, del reconocimiento de la explotación capitalista. El progresismo concibe las relaciones entre clases en términos de justicia. La explotación deja de ser un fenómeno económico y pasa a ser pensada como abuso, como transgresión a las normas de la justicia eterna. En suma, el capitalismo es elevado a la categoría de fenómeno natural.

La actualidad de las Glosas marginales radica en que Marx asume una posición realista en la teoría del Estado. El realismo proviene de su posición de clase, que le hace concebir al Estado como un aparato destinado a la opresión de clase. Este punto de partida le permite escapar tanto del progresismo como del utopismo, que hacen del Estado un ente que flota por encima de las miserias humanas. Pero el reconocimiento del carácter capitalista del Estado representa el comienzo del análisis, no el cierre del mismo. Marx observa la creciente concentración de poder en el Estado (concentración que va de la mano, precisamente, con el desarrollo del capitalismo y de la división del trabajo) y señala que éste es cada vez más un parásito que oprime a la sociedad. De ahí el énfasis de la reflexión marxista en la necesidad de que el Estado se subordine a la sociedad. A diferencia del liberalismo, que convierte al Estado en una mal en sí mismo, en una abstracción metafísica, el realista Marx prefiere estudiar los mecanismos concretos por los que el Estado domina a la sociedad en el capitalismo.

Capitalismo y desarrollo del carácter parasitario del Estado son las dos caras de la misma moneda.


Villa del Parque, domingo 26 de junio de 2016


NOTAS:

(1)  Para redactar este comentario utilicé la traducción española incluida en: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1983). Obras escogidas. Moscú: Progreso. (pp. 329-346).
(2)  “El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa.” (Marx, Karl y Engels, Friedrich, Manifiesto del Partido Comunista, Buenos Aires, Anteo, 1986, p. 37).
(3)  Max Weber, de quien no puede decirse que fuese marxista, sostiene la misma opinión: “«Todo Estado está fundado en la violencia», dijo Trotsky en Brest-Litowsk. Objetivamente esto es cierto. (…) Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (…) reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima.” (Weber, Max, El político y el científico, Madrid, Alianza, 1986, pág. 83.
(4) “La emancipación política es la reducción del hombre, de una parte, a miembro de la sociedad burguesa, al individuo egoísta independiente y, de otra, al ciudadano del Estado, a la persona moral.” (Marx, Marx, “Sobre la cuestión judía”, en Marx, Karl, Escritos de juventud sobre el derecho. Textos 1837-1847, Barcelona, Anthropos, p. 197.

domingo, 29 de mayo de 2016

FICHA: HELD, DAVID. (1995). LA DEMOCRACIA Y EL ORDEN GLOBAL. CAP. 2




Noticia bibliográfica:

Para la redacción de esta ficha utilicé la traducción española de Sebastián Mazzuca: Held, David. (1997). La democracia y el orden global: Del Estado moderno al gobierno cosmopolita. Barcelona: Paidós Ibérica. La ficha está limitada al cap. 2 de la obra: La emergencia de la soberanía y el Estado moderno (pp.53-70). Agradezco la colaboración de mi compañera Pez López, quien me facilitó sus notas de lecturas.

Título original: Democracy and the Global Order. From the modern State to the Cosmopolitan Governance.  Publicado por primera vez en 1995 por Polity Press.

Advertencia: Los textos que se encuentran entre corchetes se refieren a comentarios que exceden los límites del texto.



El tema de este capítulo: la formación del Estado moderno.

El contexto: las divisiones políticas y los conflictos religiosos que siguieron al derrumbe del mundo medieval.

El concepto fundamental: la soberanía, que “organizó la emergencia del Estado moderno y enmarcó el desarrollo de la democracia y los procesos que propiciaron su consolidación” (p. 53) (Ver más abajo la definición del concepto de soberanía, tomada de p. 61).

El punto central de referencia: la construcción del Estado moderno en Europa.



Sección 2.1. De la autoridad dividida al Estado centralizado (pp. 54-60)

Durante los siglos VIII-XIV el feudalismo rigió en Europa. Sus características: “en general se distinguió por una red de obligaciones y vínculos ensamblados, con sistemas de gobierno fragmentados en varias partes pequeñas y autónomas. (…) El poder político era local y personalizado (…) ningún gobernante o Estado era soberano en el sentido de detentar la supremacía sobre un territorio y una población dados. (…) Dentro de ese sistema de poder, las tensiones proliferaban y la guerra era un acontecimiento corriente.” (p. 54-55).

La economía medieval estaba dominada por la agricultura. La lucha por el excedente agrícola era la base de la creación de poder político. Sin embargo, varias ciudades generaron una economía mercantil y gozaron de gobiernos independientes (los ejemplos más célebres fueron Florencia, Venecia y Siena). Pero la pauta de gobierno medieval estuvo dada por la Cristiandad, que constituyó un proyecto de constituir una unidad política que superara la fragmentación. Sus expresiones fueron el Papado y el Sacro Imperio Romano (este último perduró, con altibajos y formas diversas, entre los siglos VIII y XIX). La confrontación entre Papado (autoridad espiritual) y Sacro Imperio Romano (poder terrenal) fue uno de los factores que impidió la constitución de un Estado fuerte. (1)

“Sólo cuando la Cristiandad occidental fue desafiada, especialmente por los conflictos que siguieron a la emergencia de los Estados nacionales y la Reforma, entonces tomó cuerpo la idea del Estado moderno, y se creó el terreno para el desarrollo de una nueva forma de identidad política – la identidad nacional.” (p. 56).

Alrededor del 1300: Crisis del feudalismo. En el plano político se suceden las tentativas de constituir unidades políticas más fuertes (centralizadas), en el marco de los problemas económicos estructurales (Held menciona la baja productividad agrícola del feudalismo).
Siglos XV-XVIII. Dos formas de régimen político en Europa:

A] Monarquía absoluta (Francia, Prusia, Austria, España, Rusia, etc.).

B] Repúblicas y monarquías constitucionales (Inglaterra, Holanda, etc.). (2)

Absolutismo: “forma de Estado basada en la absorción de las unidades políticas más pequeñas y débiles en estructuras políticas más grandes y fuertes; la capacidad necesaria para gobernar sobre un área territorial unificada; un sistema y un orden legales efectivos y vigentes a lo largo de todo el territorio; la conformación de un gobierno «más unitario, calculable y efectivo», ejercido por una cabeza soberana única; el desarrollo de una cantidad relativamente pequeña de Estados que protagonizan una lucha por el poder plagada de riesgos, competitiva y de resultados inciertos (…) estos cambios marcan un sustancial aumento de la «autoridad pública» desde arriba. (…) los gobernantes absolutistas sostenían que sólo ellos contaban con el derecho legítimo de tomar decisiones referidas a los asuntos del Estado.” (p. 57).

El monarca absoluto afirmaba ser la autoridad última en todas las áreas del derecho humano. Esta autoridad le era conferida por derecho divino (p. 58).

Poder soberano o soberanía: “nuevo sistema de gobierno, cada vez más centralizado y asentado en el derecho al poder supremo y absoluto.” (p. 58).

Se constituyó un aparato administrativo, formado por las primeras expresiones de un ejército y una burocracia permanentes y profesionales. “Estos «prototipos» hicieron crecer la participación del Estado en la promoción y la regulación de una cantidad de actividades hasta entonces desconocido. Este giro hacia la integración vertical del poder político supuso una alianza entre la monarquía y ciertos grupos sociales clave, especialmente la nobleza, que buscó consolidar una infraestructura con las capacidades militares y extractivas necesarias para hacer frente a los nuevos centros urbanos de poder y riqueza y a un campesinado cada vez más independiente.” (p. 58).

Desarrollos del absolutismo (p. 58):

a)    Creciente coincidencia de los límites territoriales con un sistema de gobierno uniforme;

b)    Creación de nuevos mecanismos de elaboración y ejecución de las leyes;

c)    Centralización del poder administrativo;

d)    Alteración y extensión de los controles fiscales;

e)    Formalización de las relaciones entre Estados mediante el desarrollo de la diplomacia;

f)     Ejército permanente.

Así, “el absolutismo contribuyó a poner en marcha el proceso de construcción del Estado que comenzó a reducir las diferencias sociales, económicas y culturales dentro de los Estados y expandió las variaciones entre ellos.” (p. 58).

“El absolutismo y el sistema interestatal que su emergencia puso en marcha, constituyen las fuentes próximas del Estado moderno. Al condensar y concentrar el poder político en sus propias manos, y al promover la creación de un sistema de gobierno central, el absolutismo allanó el camino de un sistema de poder secular y nacional.” (p. 59).

Held también destaca la importancia de la Reforma en el desarrollo de la idea de Estado moderno, pues aquélla desarmó la concepción teocrática del Estado al obligar a separar los poderes del Estado del derecho de los súbditos de abrazar una fe particular.

“Fue cuando los derechos y deberes políticos rompieron su estrecho vínculo con la tradición religiosa y los derechos de propiedad cuando se pudo imponer la idea de un orden político impersonal y soberano – una estructura de poder político impersonal y soberano.-. De forma similar, fue cuando los seres humanos dejaron de ser concebidos como sujetos sólo aptos para rendir obediencia a Dios, un emperador o un monarca, cuando pudo comenzar a tomar cuerpo la noción de que ellos, como «individuos», «personas», o «un pueblo», eran capaces de desempeñarse como ciudadanos activos de un nuevo orden político – ciudadanos de un Estado -.” (p. 60).


Sección 2.2. El Estado moderno y el discurso de la soberanía (pp. 60-70).

El núcleo del concepto de Estado moderno es la noción de “un orden impersonal legal o constitucional, delimitando una estructura común de autoridad, que define la naturaleza y forma del control y la administración de una comunidad determinada.” (p. 60). (3)

El Estado moderno fue anunciado por sus ideólogos como un “nueva forma de poder público, separada tanto del gobernado como del gobernante, que constituiría el punto de referencia político supremo dentro de una comunidad y un territorio específicos. Y fue una idea construida (…) con el claro propósito de negar al pueblo el derecho de determinar su propia identidad política con independencia de su soberano (fueran sus motivos seculares o religiosos) y, a la vez, de privar al soberano del derecho de actuar con impunidad contra la población. De resultas de ello, el Estado llegó a ser definido como un fenómeno independiente de los súbditos y de los gobernantes, dotado de atributos particulares y distintivos.” (p. 60-61). De ahí que se concibiera al Estado como “persona artificial” (p. 61). Esta persona podía ser entendida como sujeto de soberanía = “una estructura determinada de leyes e instituciones con una vida y estabilidad propias.” (p. 61).

La idea de soberanía es inseparable de la idea de Estado moderno. Surgió en el marco de la disputa entre Iglesia, Estado y comunidad que se dio a finales de la Edad Media. Ofreció una vía alternativa para pensar la legitimidad de las reclamaciones de poder. Así, “la teoría de la soberanía se fue conformando como una teoría de las posibilidades y las condiciones del ejercicio legítimo del poder político. La teoría se abocó a dos preocupaciones sobresalientes; una referida al lugar adecuado para que residiera la soberanía política; y la otra referida a la forma y los límites apropiados  - el alcance legítimo – de la acción estatal. Se convirtió, de ese modo, en la teoría del poder y la autoridad legítimos” (p. 61).

Soberanía estatal (pp. 62-65)

Analiza el pensamiento de Jean Bodin (pp. 62-63). Bodin formuló la primera definición moderna de soberanía: “dentro de todo Estado o comunidad política debe existir un cuerpo soberano determinado cuyos poderes sean reconocidos por la comunidad como la base legítima o válida de la autoridad.” (p. 62). La soberanía “es la característica definitoria o constitutiva del poder del Estado. (…) el soberano es la cabeza legítima del Estado en virtud de su cargo, no de su persona. Un gobernante ejerce su poder gracias a la posesión de la soberanía, que es un «don» temporal y no un atributo personal.” (p. 62). “La soberanía puede ser ilimitada, pero el soberano está sujeto, en el campo de la moral y la religión, a las leyes de Dios, la naturaleza y la costumbre.” (p. 63).

Sin embargo, fue Hobbes quien primero concibió la naturaleza del poder público como un tipo especial de institución (un “hombre artificial”). El argumento está desarrollado en el cap. 13 de su obra Leviatán; donde se sostiene que los seres humanos viven inicialmente en estado de naturaleza (sin sociedad ni Estado), donde se encuentran en “guerra de todos contra todos”. Para asegurar su vida, deciden ceder sus derechos de defensa a una única autoridad poderosa (el Estado – Leviatán -), quien impondrá la paz. “Los súbditos del soberano tendrán la obligación de obedecer al soberano; pues el cargo de «soberano» es el producto de su acuerdo, y la «soberanía» es la cualidad de la función pactada y no de la persona que la ocupa.” (p. 64). Hobbes proporción la justificación más acabada del poder estatal; “su preocupación eran las condiciones de un orden político libre de rivalidades y disturbios internos – un orden que pudiera hacer frente a las pugnas religiosas y los intereses facciosos” (p. 65).

Soberanía popular (pp. 65-69).

John Locke (1632-1704) formuló una teoría alternativa a la soberanía estatal. Su Segundo tratado sobre el gobierno civil (1690) estuvo dirigido a fundamentar la legitimidad de la Revolución de 1688 (que implicó un golpe de Estado que reemplazó al rey legítimo por otro monarca). Para ello desarrolló una perspectiva según la cual “la formación de un aparato gubernamental no implica la transferencia de todos los derechos de los súbditos al domino político." (p. 65).

Lo esencial del argumento de Locke: “la autoridad política es transferida por los individuos al gobierno, con el propósito de que promueva los fines de los gobernados; y si estos fines no son adecuadamente representados, el juez último es el pueblo – los ciudadanos -, que pueden destituir a sus delegados y, si es necesario, cambiar la forma de gobierno. Las reglas de gobierno y su legitimidad descansan en el «consenso» de los individuos.” (p. 66).
Los puntos fundamentales de la teoría política de Locke: “que el poder supremo era un derecho inalienable del pueblo; que la supremacía gubernamental era una supremacía delegada en base a la confianza; que el gobierno gozaba de plena autoridad política siempre y cuando mantuviera esa confianza; y que esta legitimidad del gobierno o el derecho de gobernar podía caducar si el pueblo lo juzgaba necesario o apropiado, esto es, si los derechos de los individuos y los «fines de la sociedad» eran sistemáticamente ofendidos.” (p 67).

La teoría de Locke presentaba un problema crucial: no delimitaba con precisión el poder del pueblo y los poderes del Estado. Hay una tensión entre la soberanía del pueblo y el gobierno (la institución con la capacidad de elaborar y ejecutar la ley). (p. 67).

Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) defendió la tesis de la soberanía popular: “una concepción coherente del poder político requiere un reconocimiento explícito y formal de que la soberanía se origina en el pueblo y allí debe permanecer. Desde su perspectiva, la soberanía no puede ser representada o alienada.” (p. 67). Sostuvo que “los ciudadanos sólo pueden ser obligados a obedecer el sistema de leyes y regulaciones que ellos mismos han sancionado guiados por la voluntad general.” (p. 68).

Distinción: Voluntad general = “la suma de los juicios acerca del bien común” vs. Voluntad de todos = “el mero agregado de los caprichos personales y los deseos individuales” (p. 68).

Rousseau era partidario del involucramiento de los ciudadanos en los asuntos de gobierno, como forma de lograr que éstos fueran producto de la “voluntad general”. Tenía en mente el gobierno por medio de la asamblea de todos los ciudadanos. (p. 68).

Held afirma que tanto Hobbes como Rousseau “proyectaron modelos del poder político con implicaciones potencialmente tiránicas. Hobbes situó al Estado en una posición prácticamente todopoderosa con respecto a la comunidad; aunque las actividades del soberano estaban al principio circunscriptas por la obligación de mantener la seguridad del pueblo, los derechos del pueblo al autogobierno fueron completamente alienados y la comunidad quedó sin contrapesos efectivos contra el gobierno de los «dioses mortales». Hobbes definió agudamente la idea del Estado moderno, pero la relación de esta idea con el pueblo, que es la relación entre los poderes del Estado y los poderes del pueblo, fue resuelta subordinando el segundo al primero. En última instancia, el Estado predominaba en todas las esferas (…) Rousseau, en contraste, situó a la comunidad (o a la mayoría de ella) en una posición de dominio sobre los ciudadanos individuales.” (p. 69) “Rousseau socavó la distinción entre Estado y comunidad, el gobierno y el pueblo, pero en una dirección opuesta a la que tomó Hobbes. El Estado fue reducido a una «comisión»; «lo público» absorbió todos los elementos del cuerpo político.” (p. 69).


Villa del Parque, domingo 29 de mayo de 2016


NOTAS:

(1)  “El poder secular real del imperio estaba constantemente limitado por las complejas estructuras de poder de la Europa feudal por un lado, y por la Iglesia católica por el otro. La Iglesia misma era el principal poder rival de las redes feudales y urbanas. A lo largo de la Edad Media, buscó sistemáticamente situar a la autoridad espiritual sobre la secular, y transferir la fuente de autoridad y sabiduría de los representantes mundanos a los extraterrenos. La cosmovisión cristina reemplazó los principios terrenales de la lógica de la acción política por los teológicos” (p. 55).

(2)  En el capítulo 2 Held se concentra en el examen de la forma A y no de la B.


(3)  Held menciona a Jean Bodin (1530-1596) y a Thomas Hobbes (1588-1679) como ideólogos del nuevo orden político. (p. 60).