Vistas de página en total

Mostrando entradas con la etiqueta Locke John. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Locke John. Mostrar todas las entradas

lunes, 25 de septiembre de 2023

EL LIBERALISMO CONTRA LA AUTORREGULACIÓN DEL MERCADO: COMENTARIOS SOBRE LOCKE

 

Ariel Mayo (UNSAM / ISP Joaquín V. González)

 

Francisco de Goya, El sueño de la razón produce monstruos


 

“Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras,

sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno.”

Thomas Hobbes, Leviatán (1651)

 

John Locke (1632-1704) puso las bases del liberalismo en su obra Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil (1690)[i]. Dada la importancia que tienen en la actualidad los políticos y los partidos que se reivindican liberales, resulta útil revisitar los planteos lockeanos, para comprender las continuidades y las rupturas entre el liberalismo de nuestros días y el liberalismo clásico.

Como dispongo de poco espacio, comenzaré haciendo un resumen de los postulados fundamentales del Segundo Tratado. Locke afirma que existe un estado previo a la existencia de la sociedad y el Estado, al que denomina estado de naturaleza, conformado por individuos que viven sin lazos sociales que limiten sus acciones. La sociedad no existe naturalmente; por el contrario, para existir requiere de un acto de voluntad de las personas, quienes deben tomar la decisión de abandonar el estado de naturaleza. Pero esa decisión no es algo obvio para quienes viven en el estado presocial, pues allí gozan de la libertad y la propiedad. En efecto, en el estado de naturaleza, las personas crean su propiedad privada mediante el trabajo, transformando y apropiándose los objetos con su esfuerzo físico y mental; incluso, toman la decisión de conceder al oro y a la plata un valor superior a su utilidad y, así, permitir la compra de bienes en cantidades superiores a las necesidades del comprador, abriendo la puerta para la distribución desigual de la riqueza[ii]. En pocas palabras, en el estado de naturaleza hay propiedad privada, dinero, compra y venta de mercancías, desigualdad de fortuna entre los individuos: es una economía mercantil en estado puro. ¡Y todo ello sin tener que pagar impuestos ni verse sometidos a las regulaciones estatales! Es el Edén de los propietarios.

En este punto cabe preguntarse: si en el estado de naturaleza los individuos gozan de la propiedad que forjan con su trabajo y son libres de hacer lo que les plazca, ¿por qué optan por abandonar ese estado idílico y formar una sociedad? En otros términos, ¿los seres humanos no pueden autorregularse sin necesidad del poder estatal?

Ahora bien, puesto que el estado de naturaleza no es otra cosa que una economía mercantil pura, la pregunta precedente puede reformularse así: ¿el mercado puede autorregularse?

Aquí llegamos al núcleo del problema. El liberalismo clásico (Locke) responde negativamente a la pregunta formulada en el párrafo anterior. Muchos liberales actuales, en cambio, afirman que la respuesta es afirmativa y por eso cargan contra el Estado, al que achacan la responsabilidad de todo los males pasados, presentes y futuros. La cuestión excede el marco de la filosofía política (y también el de la economía), y se convierte en un problema político, cuya importancia salta a la vista.

Este ensayo se divide en dos partes: en la primera se esbozan las razones por las que se pasa del estado de naturaleza a la sociedad política, según lo expuesto por Locke; en la segunda se desarrollan algunas consideraciones acerca de los errores de la tesis de la autorregulación del mercado.


Las razones para salir del estado de naturaleza, o de la inevitabilidad del Estado para la economía de mercado:

Locke discute la posibilidad de que los seres humanos se autorregulen en el capítulo 9 (De los fines de la sociedad política y del gobierno). Su presentación de la cuestión es clara y precisa:

“Si en el estado de naturaleza la libertad de un hombre es tan grande como hemos dicho; si él es el señor absoluto de su propia persona y de sus posesiones en igual medida que puede serlo el más poderoso; y si no es súbdito de nadie, ¿por qué decide mermar su libertad? ¿Por qué renuncia a su imperio y se somete al dominio y control de otro poder?” (p. 134)

La respuesta cae como un mazazo sobre la tesis de la autorregulación: en el estado de naturaleza predomina la incertidumbre; nadie está seguro de que su propiedad no le sea arrebatada por otra persona; la libertad se convierte en miedo.

“Aunque en el estado de naturaleza tiene el hombre todos esos derechos, está, sin embargo, expuesto constantemente a la incertidumbre y a la amenaza de ser invadido por otros. Pues, como en el estado de naturaleza todos son reyes lo mismo que él, cada hombre es igual a los demás; y como la mayor parte de ellos no observa estrictamente la equidad y la justicia, el disfrute de la propiedad que un hombre tiene en un estado así es sumamente inseguro.” (p. 134).

O sea, el estado de máxima libertad se convierte en el estado de máxima incertidumbre. La paradoja se comprende si se tiene en cuenta que los individuos que viven en el estado de naturaleza se comportan como propietarios privados que llevan sus mercancías al mercado y, por ende, compiten entre sí para obtener mayores beneficios. El estado de naturaleza es, repito, una economía de mercado ideal. Por eso Locke concibe la naturaleza humana como la naturaleza del productor de mercancías: es la naturaleza de un individuo egoísta (sólo piensa en sí mismo y ve a las demás personas como medios para alcanzar sus fines mercantiles) y competitivo[iii]. En cada individuo prima la búsqueda del propio beneficio, por ende es imposible que se impongan las leyes de la naturaleza, es decir, aquellas surgidas de la razón y que llaman a respetar la vida, la libertad y la igualdad de todos los seres humanos. Casi nadie (siendo generosos) respeta “la equidad y la justicia”.

Para que la propiedad privada, la libertad y el mercado puedan subsistir se vuelve imprescindible la creación de una institución capaz de regular a los individuos y poner un límite a la lucha entre ellos. Ese límite es el Estado (la sociedad política):

El grandes y principal fin que lleva a los hombres a unirse en Estados y ponerse bajo un gobierno es la preservación de la propiedad, cosa que no podían hacer en el estado de naturaleza, por faltar en él muchas cosas” (p. 135; el resaltado es mío – AM-).

Locke es taxativo: en el estado de naturaleza no se preserva la propiedad privada, que es el núcleo de la sociedad burguesa. Los seres humanos no pueden autorregular sus relaciones sociales, ni de proporcionar, por ende, las seguridades necesarias para el funcionamiento normal de la economía de mercado.

Tres carencias del estado de naturaleza impiden que pueda garantizar la preservación de la propiedad privada: a) la ausencia de una ley establecida, fija y conocida por todas las personas; 2) la falta de “un juez público e imparcial, con autoridad para resolver los pleitos que surjan entre los hombres, según una ley establecida” (p. 135); 3) la falta de un poder que respalde y empodere a las sentencias de ese juez.

El Edén de los propietarios se convierte en la pesadilla de los propietarios y éstos se pechan por salir de ese estado y constituir la sociedad política:

“Así, la humanidad, a pesar de todos los privilegios que conlleva el estado de naturaleza, padece una condición de enfermedad mientras se encuentra en tal estado; y por eso se inclina a entrar en sociedad cuanto antes (…) Pues los inconvenientes a los que están allí expuestos (inconvenientes que provienen del poder que tiene cada hombre para castigar las transgresiones de los otros) los llevan a buscar protección bajo las leyes establecidas del gobierno, a fin de procurar la conservación de su propiedad.” (p. 136).

La propiedad privada necesita del Estado para subsistir. Para Locke no hay nada más que decir sobre esta cuestión.


La utopía de la autorregulación del mercado:

Si bien Locke no tiene nada más para decirnos acerca de las razones del pasaje del estado de naturaleza a la sociedad política, nosotros estamos obligados a seguir adelante para desarrollar el argumento contra la tesis de la autorregulación de la economía de mercado. Dicha tesis aparece, aunque matizada (al fin y al cabo se reconoce la existencia y la necesidad del Estado, pues de lo contrario se caería en el disparate), en los manuales de economía que se leen en las universidades

Tal como se indicó, el estado de naturaleza es el Edén de los propietarios, una economía mercantil pura. Allí los propietarios individuales utilizan dinero y acumulan riquezas mediante el trabajo y el uso del oro y la plata. No pagan impuestos, pues no hay Estado. En esa economía idealizada sólo hay individuos, pues precisamente la economía mercantil disuelve los grupos sociales. En el imperio de la mercancía no hay espacio para la solidaridad entre los seres humanos.

Pero ese Edén se desvanece rápidamente dado que los seres humanos son incapaces de autorregularse debido a las peculiaridades de su naturaleza, pues son seres egoístas que siguen su propio interés y que no pueden regularse sin intervención externa. En otras palabras, economía mercantil y Estado constituyen un par inseparable. Las tres carencias mencionadas por Locke son otros tantos indicadores de la incapacidad de la economía mercantil para regularse a sí misma y, en definitiva, para preservar lo más sagrado del capitalismo: la propiedad privada.

Del análisis de Locke se concluye que la utopía liberal de la autorregulación de la economía de mercado es inviable, pues esta no puede constituir ninguna comunidad estable ni garantizar la seguridad de la institución esencial del capitalismo: la propiedad privada. De ahí que el Estado venga a establecer la unidad necesaria para que los individuos propietarios no caigan a la guerra de todos contra todos. La exposición lockeana de los motivos por los que los individuos deciden abandonar el estado de naturaleza muestra con claridad la mencionada inviabilidad.

“Pero aunque los hombres, al entrar en sociedad, renuncian a la igualdad, a la libertad y al poder ejecutivo que tenían en el estado de naturaleza (…), esa renuncia es hecha por cada uno con la exclusiva intención de preservarse a sí mismo y a preservar su libertad y su propiedad de una manera mejor (…) Y por eso, el poder de la sociedad o legislativo constituido por ellos, no puede suponerse que vaya más allá de lo que pide el poder común, sino que ha de obligarse a asegurar la propiedad de cada uno, protegiéndolos a todos contra aquellas tres deficiencias (…) que hacían del estado de naturaleza una situación insegura y difícil.” (pp. 137-138)

Locke elabora, desde el liberalismo, una refutación radical del argumento que afirma que el mercado puede autorregularse. La economía de mercado llevada a su estado puro se desintegra a sí misma. Asoma, pues, el Leviatán…

 

 

Balvanera, lunes 25 de septiembre de 2023


NOTAS:

[i] Para la redacción de este ensayó utilicé la traducción española de Carlos Mellizo: Locke, J. (2000). Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil: Un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del Gobierno Civil. Madrid: Alianza. 238 p. (El libro de bolsillo, Área de conocimiento: Humanidades; 4415). La primera edición de la obra se publicó con autor anónimo en 1689, si bien en la portada figura la fecha 1690: Two Treatises of Government In the Former, The False Principles, and Foundation of Sir Robert Filmer, and His Followers, Are Detected and Overthrown. The Latter Is an Essay Concerning The True Original, Extent, and End of Civil Government. Londres: Awnsham Churchill.

[ii] Ver el desarrollo de este argumento en el cap. 5 del Segundo Tratado.

[iii] El contexto social e histórica modela la conciencia, pone los moldes – los límites – de lo que puede llegar a pensar el individuo. Una vez más (tal como pensaba Marx) el ser social determina la conciencia. Por eso, dos filósofos tan distintos como Hobbes y Locke, imaginan una naturaleza humana semejante, cuyo rasgo central es el egoísmo y que se plasma en individuos egoístas que ven a los otras personas como competidores). Esa naturaleza no es otra cosa que la idealización de las relaciones sociales propias de una economía mercantil.

viernes, 17 de julio de 2020

INTRODUCCIÓN A LA SOCIOLOGÍA CURSO 2020 – CLASE N° 7

“José Montiel no era tan rico como parecía, pero
había sido capaz de todo para llegar a serlo.”
Gabriel García Márquez (1927-2014), escritor colombiano.

Bienvenidas y bienvenidos a la séptima clase del curso.
Luego de un recorrido inicial por las características principales de nuestra forma de organización social, el capitalismo, y de una brevísima descripción de sus orígenes (el proceso de acumulación originaria), llegó el momento de adentrarnos en el estudio de la teoría social moderna, que no es otra cosa que la teoría del capitalismo. A ella dedicaremos el resto de la materia. Pero aquí también corresponde comenzar con los orígenes, para llegar desde allí al presente.
La teoría social moderna tiene un antecedente fundamental: la filosofía política. Ésta fue la forma que asumió la reflexión sobre los problemas de la sociedad y del Estado desde el surgimiento mismo de las sociedades divididas en clases sociales (por ejemplo, nobleza terrateniente y campesinado). Algunos de los exponentes más destacados de la filosofía política fueron Platón (427-347 a. C.) y Aristóteles (384-322 a. C.). No vamos a hablar de ellos en este curso, pues su producción teórica gira en torno a las sociedades precapitalistas. De ahí que pasemos directamente a los filósofos políticos de la Modernidad, entendiendo por ésta al período iniciado alrededor del siglo XVI y cuya característica fundamental es el desarrollo gradual de la economía capitalista.
No disponemos del tiempo necesario para realizar una revisión pormenorizada de la filosofía política de la Modernidad. [2] Nos limitaremos, pues, a un ejemplo: el filósofo John Locke (1632-1704), considerado el fundador del liberalismo político. Posteriormente, revisaremos la obra de Adam Smith (1723-1790), el fundador de la economía política moderna.
Como digo siempre, son bienvenidas todas las consultas, sugerencias, quejas y demases.
Pasemos pues a la clase propiamente dicha.

Como afirmamos recién, John Locke es uno de los fundadores del liberalismo político. Pero esto nos dice demasiado poco. Es preciso ubicar a Locke en el contexto de su época, así como también precisar su ubicación en el campo de la filosofía política.
Tal como hemos visto en clases anteriores, Inglaterra experimentó profundos cambios sociales en el siglo XVI. Una parte de la nobleza comenzó adoptó comportamientos mercantiles y desplazó a los campesinos de las tierras, reemplazándolos por ovejas, cuya lana se exportaba a Flandes. Thomas More (1478-1535) describió este proceso en su obra Utopía. Karl Marx (1818-1883), por su parte, denominó acumulación originaria a la separación entre los productores directos (los campesinos) y los medios de producción (la tierra). De un modo paulatino, fue surgiendo una clase de personas, la burguesía, que acaparó la propiedad de los medios de producción, en tanto que otra clase de personas, el proletariado o clase trabajadora, fue despojada de dichos medios y obligada, por tanto, a vender su fuerza de trabajo en el mercado. Para mediados del siglo XVII la burguesía acumuló el suficiente poder como para enfrentarse victoriosamente al rey, en la revolución inglesa de la década de 1640, liderada por Oliver Cromwell (1599-1658). Se trató de una revolución burguesa, es decir, un tipo de revolución en la que la burguesía conquistó el poder político, desplazando del mismo a la nobleza y/o a la monarquía.
A su vez, el siglo XVII estuvo marcado por la aparición de una nueva corriente en filosofía política, conocida como contractualismo. Los filósofos contractualistas sostenían que la sociedad era una creación artificial, y que existía una etapa previa a la vida en sociedad, a la que denominaban estado de naturaleza. Los seres humanos salían de dicho estado por medio de un pacto o contrato, que establecía la sociedad política (el Estado). El contractualismo, al destacar el carácter artificial (en el sentido de no natural) de las instituciones sociales y políticas, contradecía la noción del carácter eminentemente social de los seres humanos, enunciada por primera vez por Aristóteles.
Locke expresa las ideas de la burguesía inglesa de fines del siglo XVII, que debió realizar una segunda revolución (conocida como la “Revolución Gloriosa” de 1688), que consistió en un golpe de mano contra el monarca reinante y su reemplazo por una nuevo, más proclive a reconocer el poder político de la burguesía.
Su obra Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil (1690) [3] es, a la vez, una justificación de la “Revolución Gloriosa” de 1688 y una defensa de los principios fundamentales del liberalismo. Pero hay algo más, que resulta fundamental para nuestro curso. El capítulo 5 de la obra, dedicado a la propiedad, constituye una pieza central en el armado de la concepción política del liberalismo, al considerar a la propiedad como un derecho natural, anterior a la sociedad política. No hay que olvidar que la sociedad capitalista gira en torno a la propiedad privada de los medios de producción. Locke  está justificando, pues, el pilar fundamental de la sociedad moderna.
Para justificar la existencia de la propiedad, sostiene que la misma tiene origen en el trabajo. Como el trabajo es imprescindible para la existencia humana, la propiedad es natural a la existencia de los individuos mismos. Además, Locke procura explicar la existencia de riqueza en manos de algunos individuos, recurriendo para ello a la asignación convencional de un valor a los metales preciosos. De ese modo, quienes posean a aquellos pueden adquirir cosas en una cantidad mayor de la que precisan para vivir.
El argumento de Locke puede exponerse así. En el origen de los tiempos, existía la propiedad común:
“Dios, que ha dado en común el mundo a los hombres, también les ha dado la razón, a fin de que hagan uso de ella para conseguir mayor beneficio de la vida, y mayores ventajas. La tierra y todo lo que hay en ella le fueron dados al hombre para soporte y comodidad de su existencia. (…) todos los frutos que la tierra produce naturalmente, así como las bestias que de ellos se alimentan, pertenecen a la humanidad comunitariamente, al ser productos espontáneos de la naturaleza”. (p. 56).
La propiedad común es, sin embargo, una propiedad abstracta, pues la naturaleza no se deja apropiar sin ejercer alguna acción sobre ella. En otras palabras, los frutos que la tierra produce naturalmente y los animales que se alimentan de ellos sólo pueden ser apropiados por los seres humanos si interviene una actividad que opera como mediadora entre ellos y la naturaleza. Locke plantea así la cuestión:
“Aunque nadie tiene originalmente un exclusivo dominio privado sobre ninguna de estas cosas [los frutos y los animales] tal y como son dadas en el estado natural, ocurre, sin embargo, que, como dichos bienes están ahí para uso de los hombres, tiene que haber necesariamente algún medio de apropiárselos antes de que puedan ser utilizados de algún modo o resulten beneficiosos para algún hombre en particular. El fruto o la carne de venado que alimentan al indio salvaje, el cual no ha oído hablar de cotos de caza y es todavía un usuario de la tierra en común con los demás, tienen que ser suyos; y tan suyos, es decir, tan parte de sí mismo, que ningún otro podrá tener derecho a ellos antes de que su propietario haya derivado de ellos algún beneficio que dé sustento a su vida.” (p. 56).
La actividad que vuelve concreta a la propiedad común, y la convierte al mismo tiempo en propiedad privada, es el trabajo. El párrafo claro es el siguiente:
“Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores pertenecen en común a todos los hombres, cada hombre tiene, sin embargo, una propiedad que pertenece a su propia persona; y a esa propiedad nadie tiene derecho, excepto él mismo. El trabajo de su cuerpo y la labor producida por sus manos podemos decir que son suyos. Cualquier cosa que él saca del estado en que la naturaleza la produjo y la dejó, y la modifica con su labor y añade a ella algo que es de sí mismo, es, por consiguiente, propiedad suya. Pues al sacarla del estado común en el que la naturaleza la había puesto, agrega a ella algo con su trabajo, y ello hace que no tengan ya derecho a ella los demás hombres.” (p. 56-57).
Sin la intervención del trabajo, así más no sea éste el ejercicio de la fuerza necesaria para arrancar una manzana del árbol, es imposible obtener nada de la naturaleza, por más que ella haya sido otorgada en propiedad común a los hombres. Como las personas requieren de la naturaleza para satisfacer sus necesidades, el trabajo es condición ineludible de la existencia humana. En este punto, cobra fuerza el argumento lockeano, pues al sostener que la propiedad privada tiene su origen en el trabajo, se concluye que la propiedad también es una condición permanente de la existencia humana.
El trabajo es el creador de la propiedad. Por tanto, el trabajador es el primer propietario privado de la historia:
“El trabajo, al ser indudablemente propiedad del trabajador, da como resultado que ningún hombre, excepto él, tenga derecho a lo que ha sido añadido a la cosa en cuestión, al menos cuando queden todavía suficientes bienes comunes para los demás.” (p. 57).
Locke introduce una restricción para la propiedad surgida del trabajo. El trabajador sólo puede apropiarse aquello que efectivamente pueda consumir. Si excede dicho límite, desperdicia los frutos de la tierra, pues éstos se echan a perder, y perjudica así a sus congéneres, que no pueden disfrutarlos.
“La misma ley de la naturaleza que mediante este procedimiento nos da la propiedad, también pone límites a esa propiedad. (…) Todo lo que uno pueda usar para ventaja de su vida antes de que se eche a perder será aquello de lo que esté permitido apropiarse mediantes su trabajo. Mas todo aquello que excede lo utilizable será de otros. Dios no creó ninguna cosa para que el hombre la dejara echarse a perder o para destruirla.” (p. 59).
La propiedad de la tierra se adquiere también por medio del trabajo.
“Toda porción de tierra que un hombre labre, plante, mejore, cultive y haga que produzca frutos para su uso será propiedad suya. (…) Este derecho suyo no quedará invalidado diciendo que todos los demás tienen también un derecho igual a la tierra en cuestión y que, por lo tanto, él no puede apropiársela, no puede cercarla sin el consentimiento de todos los demás comuneros, es decir, del resto de la humanidad. Dios, cuando dio el mundo comunitariamente a todo el género humano, también le dio al hombre el mandato de trabajar; y la penuria de su condición requería esto de él. Dios, y su propia razón, ordenaron al hombre que sometiera la tierra, esto es, que la mejorara para beneficio de su vida, agregándole algo que fuese suyo, es decir, su trabajo. Por lo tanto, aquel que obedeciendo el mandato de Dios sometió, labró y sembró una parcela de la tierra añadió a ella algo que era de su propiedad y a lo que ningún otro tenía derecho ni podía arrebatar sin cometer injuria.” (p. 60).
Locke responde así a una cuestión de política práctica: durante la Revolución Inglesa de la década de 1640, los diggers defendieron la propiedad común de la tierra y fueron duramente reprimidos. La Revolución Gloriosa consolidó el poder político de la burguesía, y la base de este poder era la propiedad privada, siendo la propiedad de la tierra el núcleo de toda propiedad. Es por ello que Locke dedica tanta atención al problema de justificar la propiedad privada de la tierra. En un país en el que abundaba la gran propiedad en manos de parásitos (me refiero aquí a los lores), es irónico que Locke afirme que la apropiación privada de la tierra tiene origen en el trabajo del productor directo. Pero el argumento tiene sentido si se tiene presente que, al principio del libro que estamos analizando, había postulado la propiedad en común de la tierra y de los frutos y animales que ella produce. Era preciso encontrar un medio para justificar la apropiación privada de aquello que era originalmente de propiedad común, y ese medio es el trabajo.
Ahora bien, también la propiedad privada de la tierra está sometida a la condición que rige para sus frutos y para los animales que se nutren de éstos: nadie puede apropiarse de más tierra de la que precisa para satisfacer sus necesidades.
“Esta apropiación de alguna parcela de tierra, lograda mediante el trabajo empleado en mejorarla, no implicó prejuicio alguno contra los demás hombres. Pues todavía quedaban muchas y buenas tierras, en cantidad mayor de la que los que aún no poseían terrenos podían usar. De manera que, efectivamente, el que se apropiaba una parcela de tierra no les estaba dejando menos a los otros; pues quien deja al otro tanto como a éste le es posible usar, es lo mismo que si no le estuviera quitando nada en absoluto.” (p. 61).
O sea, la propiedad privada de la tierra es aceptada en la medida en que no afecta la posibilidad del prójimo de hacerse también de tierra en propiedad. Y todo esto es legitimado por el trabajo sobre la tierra, que crea la propiedad para el trabajador. El problema, y Locke lo abordará más adelante, consiste en explicar: a) cómo surgió la propiedad privada de los terratenientes ingleses, que poseen muchas más tierras que las que pueden adquirir mediante su trabajo; b) cómo se justifica la apropiación privada de todas las tierras en Gran Bretaña, pues la misma deja afuera de la propiedad a muchos nativos de las islas británicas.
Pero el trabajo no sólo es creador de propiedad privada. También es creador del valor. Mucho antes que los fisiócratas y que Adam Smith, Locke afirma el hecho fundamental de la ciencia económica: 
“Es el trabajo lo que introduce la diferencia de valor en todas las cosas. Que cada uno considere la diferencia que hay entre un acre de tierra en el que se ha plantado tabaco o azúcar, trigo o cebada y otro acre de esa misma tierra dejado como terreno comunal, sin labranza alguna; veremos, entonces, que la mejora introducida por el trabajo es lo que añade a la tierra cultivada la mayor parte de su valor.” (p. 67).
Locke aplica esta noción a la tierra misma:
“Es (…) el trabajo lo que pone en la tierra la gran parte de su valor; sin trabajo, la tierra apenas vale nada. Y es también al trabajo a lo que debemos la mayor parte de los productos de la tierra que nos son útiles. Pues lo que hace que la paja, el grano y el pan producidos por aquel acre de trigo [se refiere a un acre de trigo cultivado en Inglaterra, en contraposición a un mismo acre en territorio indígena en América] sean más valiosos que lo que pueda producir naturalmente un acre de tierra sin cultivar es enteramente un efecto del trabajo.” (p. 69).
Es el trabajo y no la tierra la que genera valor. Esto es así porque el trabajo constituye el mediador eterno entre nosotros y la naturaleza. Locke rompe así con el pensamiento feudal, que consideraba a la tierra como lo más valioso. 
Además de tomar nota de la centralidad del trabajo en la generación del valor, Locke también percibe la importancia de la división del trabajo. El párrafo que sigue puede considerarse como clásico:
“Porque no son sólo el esfuerzo de quien empuñó el arado, ni el trabajo de quien trilló y cosechó el trigo, ni el sudor del panadero las únicas cosas que hemos de tener en cuenta al valorar el pan que nos comemos, sino que también debemos incluir el trabajo de quienes domesticaron a los bueyes que sacaron y transportaron el hierro y las piedras; el de quienes fabricaron la reja del arado y dieron forma a la rueda del molino y el de quienes construyeron el horno o cualquiera de los utensilios, que son numerosísimos, empleados desde el momento en que fue sembrada la semilla hasta que el pan fue hecho. Todo debe añadirse a la cuenta del trabajo y ha de considerarse como efecto suyo.” (p. 69-70).
La valoración positiva del trabajo se contrapone al desdén de la concepción clásica (por ejemplo, Platón) hacia el mismo. Locke realiza en el plano de la filosofía política una ruptura semejante a la llevada a cabo por la física de los siglos XVI y XVII. La relevancia que le atribuye al trabajo es análoga al papel que juega el experimento en la nueva física. 
Menciona al pasar algunas consecuencias del papel que atribuye al trabajo en la sociedad moderna.
En primer lugar, la razón es concebida en términos instrumentales: 
“Dios, que ha dado en común el mundo a los hombres, también les ha dado la razón, a fin de que hagan uso de ella para conseguir mayor beneficio de la vida, y mayores ventajas.” (p. 56).
En segundo lugar, el hombre pasa a ser el homo oeconomicus, concentrado en adquirir una propiedad y en maximizar sus ganancias.
“Dios (…) ha dado el mundo para que el hombre trabajador y racional lo use; y es el trabajo lo que da derecho a la propiedad, y no los delirios y la avaricia de los revoltosos y los pendencieros.” (p. 61).
En tercer lugar, el Estado debe dedicarse al crecimiento de la riqueza, mediante el desarrollo de la capacidad productiva del trabajo:
“[Es] preferible tener muchos hombres a tener vastos dominios; el aumento de tierras y el derecho de emplearlas es el gran arte del príncipe; (…) un príncipe que sea prudente y que, mediante leyes que garanticen la libertad, proteja el trabajo honesto de la humanidad y dé a los súbditos incentivo para ello, oponiéndose al poder opresivo y a las limitaciones de partido, pronto se convertirá en alguien demasiado fuerte como para que sus vecinos puedan competir con él.” (p. 69).
Pero Locke no se limita a sostener que el trabajo genera la propiedad privada. Si sólo hiciera esto, su defensa del orden burgués quedaría trunca, pues el desarrollo de la economía mercantil implica la acumulación diferencial de riqueza o, dicho en otros términos, la diferencia creciente de riqueza entre las distintas clases sociales. En este caso, su problema consiste en encontrar un elemento, diferente del trabajo, que permita acumular tierra y otras cosas en grandes cantidades, independizándose así de los límites de la acumulación por el propio trabajo.
El dinero es la respuesta propuesta por Locke a la acumulación desigual de riqueza en la sociedad.
“El oro, la plata y los diamantes son cosas que han recibido su valor del mero capricho o de un acuerdo mutuo; pero son de menos utilidad para las verdaderas necesidades de la vida. (…) de estos objetos durables [los metales preciosos] podía acumular tantos como quisiese, pues lo que rebasaba los límites de su justa propiedad no consistía en la cantidad de cosas poseídas, sino en dejar que se echaran a perder, sin usarlas, las que estaban en su poder. (…) Así fue como se introdujo el uso del dinero: una cosa que los hombres podían conservar sin que se pudriera, y que, por mutuo consentimiento, podían cambiar por productos verdaderamente útiles para la vida, pero de naturaleza corruptible. (…) Y así como los diferentes grados de laboriosidad permitían que los hombres adquiriesen posesiones en proporciones diferentes, así también la invención del dinero les dio la oportunidad de seguir conservando dichas posesiones y de aumentarlas.” (p. 72-73).
El trabajo es el creador de propiedad privada, pero pone severas limitaciones a la misma. No se puede apropiar aquello que no puede ser consumido por el apropiador. Está claro que la burguesía no puede surgir de este modo. Locke introduce pues la cuestión de los metales preciosos, cuyo valor es establecido por convención y que, justamente por ser “inútiles” para el sostenimiento de la propia existencia, pueden ser acumulados sin perjudicar la propiedad comunal de los demás. Pero nos pide, a la vez, que aceptemos que esos bienes especiales sirven para acumular bienes perecederos y tierras. En otras palabras, es la propia voluntad de las personas la que crea tanto la riqueza como la riqueza.

“Ahora bien, como el oro y la plata, al ser poco útiles para la vida de un hombre en comparación con la utilidad del alimento, del vestido y de los medios de transporte, adquieren su valor, únicamente, por el consentimiento de los hombres, siendo el trabajo lo que, en gran parte, constituye la medida de dicho valor, es claro que los hombres han acordado que la posesión de la tierra sea desproporcionada y desigual. Pues mediante tácito y voluntario consentimiento, han descubierto el modo en que un hombre puede poseer más tierra de la que es capaz de usar, recibiendo oro y plata a cambio de la tierra sobrante; oro y plata pueden ser acumulados sin causar daño a nadie (…) Esta distribución desigual de las cosas según la cual las posesiones privadas son desiguales ha sido posible al margen de las reglas de la sociedad y sin contrato alguno; y ello se ha logrado, simplemente, asignando un valor al oro y a la plata, y acordando tácitamente la puesta en uso del dinero”. (p. 74).
La propiedad privada y su distribución desigual se originan en el estado de naturaleza. Son anteriores a la sociedad y al Estado. Ningún elemento de violencia entra en constitución. En este sentido, Locke formula la versión burguesa del origen del capital. Mucho tiempo después, en 1867, Marx sometería a una crítica implacable a dicha versión en El Capital, en el capítulo 24 del Libro Primero (la acumulación originaria).
En la próxima clase expondremos los principios sobre los que se fundamenta la obra de Adam Smith. Les envié el materia por correo electrónico.
Muchas gracias por su atención.

Villa del Parque, viernes 17 de julio de 2020

NOTAS:
[1] Los interesados en un panorama sintético de la filosofía política pueden consultar: Mayo, A. (2005). La Ideología del conocimiento. Buenos Aires, Argentina: Jorge Baudino. (Cap. 1).
[2] En este punto, pido paciencia a quienes quieran profundizar en el conocimiento de la filosofía política. Si logramos pasar este año tan excepcional, el año próximo haremos una revisión general de la filosofía política en el curso Derechos Humanos, Sociedad y Estado, materia del 2° año de la carrera.
[3] Todas las citas de la obra han sido tomadas de la traducción de Carlos Mellizo: Locke, J. (2000). Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil: Un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del Gobierno Civil. Madrid: Alianza.

jueves, 27 de junio de 2013

ESTADO Y PROPIEDAD PRIVADA EN EL LIBERALISMO CLÁSICO: APUNTES SOBRE UN TEXTO DE LOCKE




“…el grande y principal fin que lleva a los hombres
 a unirse en Estados y a ponerse bajo un gobierno
es la preservación de su propiedad.”
John Locke (1632-1704)

Nota bibliográfica:
Para la redacción de estas notas se ha utilizado la traducción española de Carlos Mellizo: Locke, John. (2000). Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil: Un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del Gobierno Civil. Madrid: Alianza. Salvo indicación en contrario, todas las citas corresponden a esta traducción. Me limité a trabajar con los capítulos 8 y 9 de la obra.

La concepción del Estado desarrollada por Locke en el Segundo Tratado cobra sentido si se tienen en cuenta dos cuestiones: a) la obra es un libro de combate, escrito para justificar el orden político emanado de la Revolución Gloriosa de 1688, que consolidó la dominación de la aristocracia burguesa y de la burguesía aristocrática en Inglaterra; b) el punto de vista individualista metodológico del autor, según el cual el individuo es la clave para explicar la sociedad.

En el Segundo Tratado confluyen la defensa de la Revolución Burguesa y el desarrollo del individualismo como fundamento de la ideología política de la clase burguesa. 

Parafraseando a la Biblia, en el principio era el estado de Naturaleza (EN a partir de aquí). Se trata de un estado anterior a la sociedad, en el que los individuos viven libres de toda sujeción social o estatal. Tal como plantea en el capítulo 5 de la obra, la propiedad surge en el EN a partir del trabajo. Los individuos que viven en estado de naturaleza son libres, iguales e independientes. 

No corresponde discutir aquí la historicidad del EN. Basta decir que adoptamos la tesis de que se trata de una ficción dirigida a exponer con mayor claridad el punto de vista individualista acerca de la sociedad, pues a partir de postular la existencia de dicho estado es posible aislar las características de la naturaleza humana y plantear la manera en que ellas influyen en el surgimiento y las características de la sociedad. 

El tratamiento del EN por Locke difiere del llevado a cabo por Thomas Hobbes (1588-1679) en el Leviatán. Mientras que para el segundo se trata de un estado de guerra de todos contra todos, en el que es imposible la existencia de la propiedad, para Locke se trata de un estado de libertad e igualdad, donde florece la propiedad a partir del trabajo. El EN según Locke es una especie de paraíso de la burguesía. Sin embargo, el EN es inestable y más tarde o más temprano obliga a la constitución de una sociedad política.

“Así, la humanidad, a pesar de todos los privilegios que conlleva el estado de naturaleza, padece una condición de enfermedad mientras se encuentra en tal estado; y por eso se inclina a entrar en sociedad cuanto antes. Por eso sucede que son muy pocas las veces que encontramos grupos de hombres que viven continuamente en estado semejante.” (p. 136).

¿Cuáles son las causas que impiden la continuidad del EN?

Locke responde a esta pregunta en el capítulo 9 de la obra. En primer lugar, esboza una respuesta general a la cuestión:

“…aunque en el estado de naturaleza tiene el hombre todos esos derechos, está, sin embargo, expuesto constantemente a la incertidumbre y a la amenaza de ser invadido por otros. Pues como en el estado de naturaleza todos son reyes lo mismo que él, cada hombre es igual a los demás; y como la mayor parte de ellos no observa estrictamente la equidad y la justicia, el disfrute de la propiedad que un hombre tiene en un estado así es sumamente peligroso. Esto lo lleva a querer abandonar una condición en la que, aunque él es libre, tienen lugar miedos y peligros constantes…” (p. 134).

El buen burgués que vive en EN, “el hombre trabajador y racional” que construye su propiedad con su propio trabajo, siente que el piso se mueve bajo sus pies. La libertad y la igualdad de que disfruta en el EN se muestran demasiado frágiles, su independencia se viste de precariedad. Todo ello porque los individuos no observan ni la equidad ni la justicia. Nuestro individualista metodológico descubre bien pronto que el individuo separado de la sociedad es muy difícil de manejar y que es preciso situarlo cuanto antes en un contexto social. 

Locke menciona, además, tres problemas específicos del EN: a) la ausencia de “una ley establecida, fija y conocida” (p. 135); b) la inexistencia de “un juez público e imparcial, con autoridad para resolver los pleitos que surjan entre los hombres, según la ley establecida” (p. 135); c) la falta de un “poder que respalde y dé fuerza a la sentencia cuando ésta es justa, a fin de que se ejecute debidamente”. (p. 135).

Todos los problemas mentados en el párrafo precedente remiten a la propiedad privada, el tema que provoca los desvelos de Locke. La propiedad privada, originada en el propio trabajo, se vuelve una pesadilla en el EN, pues no existe un Estado capaz de defenderla frente a “los delirios y la avaricia de los revoltosos y los pendencieros” (p. 61). La tan alabada independencia y libertad del EN es dejada de lado porque hay que asegurar como sea el propio patrimonio. El liberalismo se muestra, en sus mismos orígenes, como lo que es: una ideología de la clase propietaria en la sociedad capitalista.

Locke concibe a la propiedad como algo que va mucho más allá de la mera posesión de cosas. Aclara expresamente que da el nombre de propiedad a las vidas, libertades y posesiones de las personas. La vida y la libertad son inseparables de la propiedad. Locke formula aquí la esencia de la sociedad capitalista: la propiedad es la llave para gozar de los frutos del trabajo social; el no propietario se encuentra fuera de la sociedad y su vida y su libertad son abstractas, carecen de concreción, en la medida en que no se apoyen en la propiedad.

El Estado (la sociedad política) viene a calmar la ansiedad del buen burgués que vive en EN. Huelga decir que el Estado tiene por objetivo fundamental la protección de la propiedad privada:

“…el grande y principal fin que lleva a los hombres a unirse en Estados y ponerse bajo un gobierno es la preservación de su propiedad, cosa que no podían hacer en el estado de naturaleza…” (p. 135).

Pero el burgués desconfía también del Estado. Al fin y al cabo, la experiencia política inglesa le había mostrado que los reyes eran propensos a meter mano en la propiedad privada a través, por ejemplo, de los impuestos. El escenario político posterior a la Revolución Gloriosa exigía limitar la potestad del Estado sobre la propiedad privada. En este sentido, Locke está obligado a construir una argumentación diferente a la de Hobbes, para quien es el Estado quien crea a la propiedad.

Aquí es donde entra a jugar, nuevamente, el individualismo metodológico de Locke. Ya indicamos que los individuos son libres e iguales en el EN. Por tanto, sólo pueden salir de este estado mediante su consentimiento:

“Al ser los hombres (…) todos libres por naturaleza, iguales e independientes, ninguno puede ser sacado de esa condición y puesto bajo el poder político de otro sin su propio consentimiento.” (p. 111).

Así como en el capítulo 5 de la obra la desigualdad en la propiedad no obedece a la violencia sino al consentimiento de las personas, que resuelven darle un valor determinado al oro y la plata, también la creación del Estado está desprovista de violencia. Son las personas, en pleno ejercicio de su libertad e igualdad, que resuelven erigir un Estado, una sociedad política:

“El único modo en que alguien se priva a sí mismo de su libertad natural y se somete a las ataduras de la sociedad civil  es mediante un acuerdo con otros hombres, según el cual todos se unen formando una comunidad, a fin de convivir los unos con los otros de una manera confortable, segura y pacífica, disfrutando sin riesgo de sus propiedades respectivas y mejor protegidos frente a quienes no forman parte de dicha comunidad.” (p. 111).

Cabe comentar que el EN, presentado inicialmente como una apoteosis de la libertad y la igualdad, se muestra muy mezquino en sus resultados, pues el buen burgués se pecha por dar el consentimiento a la constitución de un Estado. Pero nuestro burgués está en sus cabales. A su naturaleza egoísta sólo le interesa la propiedad. Él sabe de sobra que, sin propiedad, la vida es puro cuento. De la argumentación de Locke se desprende con claridad que la comunidad que se constituye mediante el contrato es la comunidad de los propietarios; los no propietarios, mal que les pese a los filántropos, quedan fuera del ordenamiento social racional. 

El contrato, una institución central en la circulación de las mercancías, se convierte en factor decisivo para la constitución de la sociedad política:

“En rigor, nada puede hacer de un hombre un súbdito, excepto una positiva declaración, y una promesa y acuerdo expresos. Esto es lo que pienso acerca del origen de las sociedades políticas y del consentimiento que hace a una persona miembro de un Estado.” (p. 133).
La entronización del contrato como factor primordial en el surgimiento del orden político cristaliza la ruptura con la filosofía política clásica. La sociedad deja de ser la forma de vida natural de los seres humanos y se transforma en un ente artificial, creado por la voluntad de los individuos expresada en el contrato.

“…el comienzo de la sociedad política depende del consentimiento de los individuos, los cuales se juntan y acuerdan formar una sociedad; (…) cuando están así incorporados, establecen el tipo de gobierno que les parece más adecuado.” (p. 119).

Como era de esperarse, los individuos que acuerdan formar una sociedad política tienen como principal objetivo la defensa de la propiedad. 

Transformada la sociedad en una construcción artificial, desgajado el individuo del marco social en el que se constituye como persona, santificada la indiferencia recíproca de las personas como un valor en sí mismo, reemplazada la violencia por el consentimiento, todo queda despejado para la marcha sin tropiezos del orden burgués. Pero las cosas suelen ser más complicadas en el mundo real…

Villa del Parque, jueves 27 de junio de 2013

martes, 4 de junio de 2013

LOCKE, LA PROPIEDAD PRIVADA Y EL TRABAJO EN LOS ORÍGENES DEL LIBERALISMO





“…oro y plata pueden ser acumulados sin causar daño a nadie.”

John Locke (1632-1704)

Nota bibliográfica:

Para la redacción de estas notas se ha utilizado la traducción española de Carlos Mellizo: Locke, John. (2000). Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil: Un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del Gobierno Civil. Madrid: Alianza. Salvo indicación en contrario, todas las citas corresponden a esta traducción.


Síntesis:
John Locke (1632-1704) es uno de los fundadores del liberalismo político. Su obra Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil (1690) es, a la vez, una justificación de la Revolución “Gloriosa” de 1688 y una defensa de los principios fundamentales del liberalismo. El capítulo 5 de la obra, dedicado a la propiedad, constituye una pieza central en el armado de la concepción política del liberalismo, al considerar a la propiedad como un derecho natural, anterior a la sociedad política. Para justificar la existencia de la propiedad, sostiene que la misma tiene origen en el trabajo. Como el trabajo es imprescindible para la existencia humana, la propiedad es natural a la existencia de los individuos mismos. Además, Locke procura explicar la existencia de riqueza en manos de algunos individuos, recurriendo para ello a la asignación convencional de un valor a los metales preciosos. De ese modo, quienes posean a aquellos pueden adquirir cosas en una cantidad mayor de la que precisan para vivir.

El trabajo como origen y fuente de la propiedad privada:

En los párrafos siguientes se hará una somera exposición del argumento de Locke.

En el origen, la propiedad común:

“Dios, que ha dado en común el mundo a los hombres, también les ha dado la razón, a fin de que hagan uso de ella para conseguir mayor beneficio de la vida, y mayores ventajas. La tierra y todo lo que hay en ella le fueron dados al hombre para soporte y comodidad de su existencia. (…) todos los frutos que la tierra produce naturalmente, así como las bestias que de ellos se alimentan, pertenecen a la humanidad comunitariamente, al ser productos espontáneos de la naturaleza”. (p. 56).

La propiedad común es, sin embargo, una propiedad abstracta, pues la naturaleza no se deja apropiar sin ejercer alguna acción sobre ella. En otras palabras, los frutos que la tierra produce naturalmente y los animales que se alimentan de ellos sólo pueden ser apropiados por los seres humanos si interviene una actividad que opera como mediadora entre ellos y la naturaleza. Locke plantea la cuestión así:

“Aunque nadie tiene originalmente un exclusivo dominio privado sobre ninguna de estas cosas [los frutos y los animales] tal y como son dadas en el estado natural, ocurre, sin embargo, que, como dichos bienes están ahí para uso de los hombres, tiene que haber necesariamente algún medio de apropiárselos antes de que puedan ser utilizados de algún modo o resulten beneficiosos para algún hombre en particular. El fruto o la carne de venado que alimentan al indio salvaje, el cual no ha oído hablar de cotos de caza y es todavía un usuario de la tierra en común con los demás, tienen que ser suyos; y tan suyos, es decir, tan parte de sí mismo, que ningún otro podrá tener derecho a ellos antes de que su propietario haya derivado de ellos algún beneficio que dé sustento a su vida.” (p. 56).

La actividad que vuelve concreta a la propiedad común, y la convierte al mismo tiempo en propiedad privada, es el trabajo. El párrafo claro es el siguiente:

“Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores pertenecen en común a todos los hombres, cada hombre tiene, sin embargo, una propiedad que pertenece a su propia persona; y a esa propiedad nadie tiene derecho, excepto él mismo. El trabajo de su cuerpo y la labor producida por sus manos podemos decir que son suyos. Cualquier cosa que él saca del estado en que la naturaleza la produjo y la dejó, y la modifica con su labor y añade a ella algo que es de sí mismo, es, por consiguiente, propiedad suya. Pues al sacarla del estado común en el que la naturaleza la había puesto, agrega a ella algo con su trabajo, y ello hace que no tengan ya derecho a ella los demás hombres.” (p. 56-57).

Sin la intervención del trabajo, así más no sea éste el ejercicio de la fuerza necesaria para arrancar una manzana del árbol, es imposible obtener nada de la naturaleza, por más que ella haya sido otorgada en propiedad común a los hombres. Como las personas requieren de la naturaleza para satisfacer sus necesidades, el trabajo es condición ineludible de la existencia humana. En este punto, cobra fuerza el argumento lockeano, pues al sostener que la propiedad privada tiene su origen en el trabajo, se concluye que la propiedad también es una condición permanente de la existencia humana.

El trabajo es el creador de la propiedad. Por tanto, el trabajador es el primer propietario privado de la historia:

“El trabajo, al ser indudablemente propiedad del trabajador, da como resultado que ningún hombre, excepto él, tenga derecho a lo que ha sido añadido a la cosa en cuestión, al menos cuando queden todavía suficientes bienes comunes para los demás.” (p. 57).

Locke introduce una restricción para la propiedad surgida del trabajo. El trabajador sólo puede apropiarse aquello que efectivamente pueda consumir. Si excede dicho límite, desperdicia los frutos de la tierra, pues éstos se echan a perder, y perjudica así a sus congéneres, que no pueden disfrutarlos.

“La misma ley de la naturaleza que mediante este procedimiento nos da la propiedad, también pone límites a esa propiedad. (…) Todo lo que uno pueda usar para ventaja de su vida antes de que se eche a perder será aquello de lo que esté permitido apropiarse mediantes su trabajo. Mas todo aquello que excede lo utilizable será de otros. Dios no creó ninguna cosa para que el hombre la dejara echarse a perder o para destruirla.” (p. 59).

La propiedad de la tierra se adquiere también por medio del trabajo.

“Toda porción de tierra que un hombre labre, plante, mejore, cultive y haga que produzca frutos para su uso será propiedad suya. (…) Este derecho suyo no quedará invalidado diciendo que todos los demás tienen también un derecho igual a la tierra en cuestión y que, por lo tanto, él no puede apropiársela, no puede cercarla sin el consentimiento de todos los demás comuneros, es decir, del resto de la humanidad. Dios, cuando dio el mundo comunitariamente a todo el género humano, también le dio al hombre el mandato de trabajar; y la penuria de su condición requería esto de él. Dios, y su propia razón, ordenaron al hombre que sometiera la tierra, esto es, que la mejorara para beneficio de su vida, agregándole algo que fuese suyo, es decir, su trabajo. Por lo tanto, aquel que obedeciendo el mandato de Dios sometió, labró y sembró una parcela de la tierra añadió a ella algo que era de su propiedad y a lo que ningún otro tenía derecho ni podía arrebatar sin cometer injuria.” (p. 60).

Locke responde así a una cuestión de política práctica: durante la Revolución Inglesa de la década de 1640, los diggers defendieron la propiedad común de la tierra y fueron duramente reprimidos. La Revolución Gloriosa consolidó el poder político de la burguesía, y la base de este poder era la propiedad privada, siendo la propiedad de la tierra el núcleo de toda propiedad. Es por ello que Locke dedica tanta atención al problema de justificar la propiedad privada de la tierra. En un país en el que abundaba la gran propiedad en manos de parásitos (me refiero aquí a los lores), es irónico que Locke afirme que la apropiación privada de la tierra tiene origen en el trabajo del productor directo. Pero el argumento tiene sentido si se tiene presente que, al principio del libro que estamos analizando, había postulado la propiedad en común de la tierra y de los frutos y animales que ella produce. Era preciso encontrar un medio para justificar la apropiación privada de aquello que era originalmente de propiedad común, y ese medio es el trabajo. Ahora bien, también la propiedad privada de la tierra está sometida a la condición que rige para sus frutos y para los animales que se nutren de éstos: nadie puede apropiarse de más tierra de la que precisa para satisfacer sus necesidades.

“Esta apropiación de alguna parcela de tierra, lograda mediante el trabajo empleado en mejorarla, no implicó prejuicio alguno contra los demás hombres. Pues todavía quedaban muchas y buenas tierras, en cantidad mayor de la que los que aún no poseían terrenos podían usar. De manera que, efectivamente, el que se apropiaba una parcela de tierra no les estaba dejando menos a los otros; pues quien deja al otro tanto como a éste le es posible usar, es lo mismo que si no le estuviera quitando nada en absoluto.” (p. 61).

O sea, la propiedad privada de la tierra es aceptada en la medida en que no afecta la posibilidad del prójimo de hacerse también de tierra en propiedad. Y todo esto es legitimado por el trabajo sobre la tierra, que crea la propiedad para el trabajador. El problema, y Locke lo abordará más adelante, consiste en explicar: a) cómo surgió la propiedad privada de los terratenientes ingleses, que poseen muchas más tierras que las que pueden adquirir mediante su trabajo; b) cómo se justifica la apropiación privada de todas las tierras en Gran Bretaña, pues la misma deja afuera de la propiedad a muchos nativos de las islas británicas.

Pero el trabajo no sólo es creador de propiedad privada. También es creador del valor. Mucho antes que los fisiócratas y que Adam Smith, Locke afirma el hecho fundamental de la ciencia económica: 

“Es el trabajo lo que introduce la diferencia de valor en todas las cosas. Que cada uno considere la diferencia que hay entre un acre de tierra en el que se ha plantado tabaco o azúcar, trigo o cebada y otro acre de esa misma tierra dejado como terreno comunal, sin labranza alguna; veremos, entonces, que la mejora introducida por el trabajo es lo que añade a la tierra cultivada la mayor parte de su valor.” (p. 67).

Locke aplica esta noción a la tierra misma:

“Es (…) el trabajo lo que pone en la tierra la gran parte de su valor; sin trabajo, la tierra apenas vale nada. Y es también al trabajo a lo que debemos la mayor parte de los productos de la tierra que nos son útiles. Pues lo que hace que la paja, el grano y el pan producidos por aquel acre de trigo [se refiere a un acre de trigo cultivado en Inglaterra, en contraposición a un mismo acre en territorio indígena en América] sean más valiosos que lo que pueda producir naturalmente un acre de tierra sin cultivar es enteramente un efecto del trabajo.” (p. 69).

Es el trabajo y no la tierra la que genera valor. Esto es así porque el trabajo constituye el mediador eterno entre nosotros y la naturaleza. Locke rompe así con el pensamiento feudal, que consideraba a la tierra como lo más valioso. 

Además de tomar nota de la centralidad del trabajo en la generación del valor, Locke también percibe la importancia de la división del trabajo. El párrafo que sigue puede considerarse como clásico:

“Porque no son sólo el esfuerzo de quien empuñó el arado, ni el trabajo de quien trilló y cosechó el trigo, ni el sudor del panadero las únicas cosas que hemos de tener en cuenta al valorar el pan que nos comemos, sino que también debemos incluir el trabajo de quienes domesticaron a los bueyes que sacaron y transportaron el hierro y las piedras; el de quienes fabricaron la reja del arado y dieron forma a la rueda del molino y el de quienes construyeron el horno o cualquiera de los utensilios, que son numerosísimos, empleados desde el momento en que fue sembrada la semilla hasta que el pan fue hecho. Todo debe añadirse a la cuenta del trabajo y ha de considerarse como efecto suyo.” (p. 69-70).

La valoración positiva del trabajo se contrapone al desdén de la concepción clásica (por ejemplo, Platón) hacia el mismo. Locke realiza en el plano de la filosofía política una ruptura semejante a la llevada a cabo por la física de los siglos XVI y XVII. La relevancia que le atribuye al trabajo es análoga al papel que juega el experimento en la nueva física. 

Menciona al pasar algunas consecuencias del papel que atribuye al trabajo en la sociedad moderna.

En primer lugar, la razón es concebida en términos instrumentales: 

“Dios, que ha dado en común el mundo a los hombres, también les ha dado la razón, a fin de que hagan uso de ella para conseguir mayor beneficio de la vida, y mayores ventajas.” (p. 56).

En segundo lugar, el hombre pasa a ser el homo oeconomicus, concentrado en adquirir una propiedad y en maximizar sus ganancias.

“Dios (…) ha dado el mundo para que el hombre trabajador y racional lo use; y es el trabajo lo que da derecho a la propiedad, y no los delirios y la avaricia de los revoltosos y los pendencieros.” (p. 61).

En tercer lugar, el Estado debe dedicarse al crecimiento de la riqueza, mediante el desarrollo de la capacidad productiva del trabajo:

“[Es] preferible tener muchos hombres a tener vastos dominios; el aumento de tierras y el derecho de emplearlas es el gran arte del príncipe; (…) un príncipe que sea prudente y que, mediante leyes que garanticen la libertad, proteja el trabajo honesto de la humanidad y dé a los súbditos incentivo para ello, oponiéndose al poder opresivo y a las limitaciones de partido, pronto se convertirá en alguien demasiado fuerte como para que sus vecinos puedan competir con él.” (p. 69).

Pero Locke no se limita a sostener que el trabajo genera la propiedad privada. Si sólo hiciera esto, su defensa del orden burgués quedaría trunca, pues el desarrollo de la economía mercantil implica la acumulación diferencial de riqueza o, dicho en otros términos, la diferencia creciente de riqueza entre las distintas clases sociales. En este caso, su problema consiste en encontrar un elemento, diferente del trabajo, que permita acumular tierra y otras cosas en grandes cantidades, independizándose así de los límites de la acumulación por el propio trabajo.

El dinero es la respuesta propuesta por Locke a la acumulación desigual de riqueza en la sociedad.

“El oro, la plata y los diamantes son cosas que han recibido su valor del mero capricho o de un acuerdo mutuo; pero son de menos utilidad para las verdaderas necesidades de la vida. (…) de estos objetos durables [los metales preciosos] podía acumular tantos como quisiese, pues lo que rebasaba los límites de su justa propiedad no consistía en la cantidad de cosas poseídas, sino en dejar que se echaran a perder, sin usarlas, las que estaban en su poder. (…) Así fue como se introdujo el uso del dinero: una cosa que los hombres podían conservar sin que se pudriera, y que, por mutuo consentimiento, podían cambiar por productos verdaderamente útiles para la vida, pero de naturaleza corruptible. (…) Y así como los diferentes grados de laboriosidad permitían que los hombres adquiriesen posesiones en proporciones diferentes, así también la invención del dinero les dio la oportunidad de seguir conservando dichas posesiones y de aumentarlas.” (p. 72-73).

El trabajo es el creador de propiedad privada, pero pone severas limitaciones a la misma. No se puede apropiar aquello que no puede ser consumido por el apropiador. Está claro que la burguesía no puede surgir de este modo. Locke introduce pues la cuestión de los metales preciosos, cuyo valor es establecido por convención y que, justamente por ser “inútiles” para el sostenimiento de la propia existencia, pueden ser acumulados sin perjudicar la propiedad comunal de los demás. Pero nos pide, a la vez, que aceptemos que esos bienes especiales sirven para acumular bienes perecederos y tierras. En otras palabras, es la propia voluntad de las personas la que crea tanto la riqueza como la riqueza.

“Ahora bien, como el oro y la plata, al ser poco útiles para la vida de un hombre en comparación con la utilidad del alimento, del vestido y de los medios de transporte, adquieren su valor, únicamente, por el consentimiento de los hombres, siendo el trabajo lo que, en gran parte, constituye la medida de dicho valor, es claro que los hombres han acordado que la posesión de la tierra sea desproporcionada y desigual. Pues mediante tácito y voluntario consentimiento, han descubierto el modo en que un hombre puede poseer más tierra de la que es capaz de usar, recibiendo oro y plata a cambio de la tierra sobrante; oro y plata pueden ser acumulados sin causar daño a nadie (…) Esta distribución desigual de las cosas según la cual las posesiones privadas son desiguales ha sido posible al margen de las reglas de la sociedad y sin contrato alguno; y ello se ha logrado, simplemente, asignando un valor al oro y a la plata, y acordando tácitamente la puesta en uso del dinero”. (p. 74).

La propiedad privada y su distribución desigual se originan en el estado de naturaleza. Son anteriores a la sociedad y al Estado. Ningún elemento de violencia entra en constitución. En este sentido, Locke formula la versión burguesa del origen del capital. Mucho tiempo después, en 1867, Marx sometería a una crítica implacable a dicha versión en El Capital.

Villa del Parque, martes 4 de junio de 2013