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martes, 26 de octubre de 2021

CLÁSICOS RIOPLATENSES: TORRE, J. C. INTERPRETANDO (UNA VEZ MÁS) LOS ORÍGENES DEL PERONISMO (1989)

 



"Como nuestro libre arbitrio no se ha extinguido,

creo que de la fortuna depende la mitad de

nuestras acciones, pero que nos deja a nosotros

dirigir la otra mitad, o casi.”

Maquiavelo, El príncipe


A modo de introducción

El sociólogo argentino Juan Carlos Torre (Bahía Blanca, 1940) es autor de varios trabajos sobre la historia del movimiento peronista; entre ellos destaca el libro La vieja guardia sindical y Perón: Sobre los orígenes del peronismo (Buenos Aires, Sudamericana, 1990), de lectura imprescindible para todos los interesados en conocer los orígenes del peronismo. 

Entre la vasta producción de Torre se encuentra el artículo “Interpretando (una vez más) los orígenes del peronismo” (Desarrollo Económico, 1989, vol. 28, núm. 112, pp. 525-548) [1], donde ofrece un panorama del estado de la cuestión que, a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación, continúa  siendo útil como introducción al estudio del comienzo del movimiento liderado por Juan Perón (1895-1974).

Ficha

La introducción del artículo (pp. 157-162) presenta las dos explicaciones alternativas acerca del problema en cuestión. En primer lugar, la tesis  del sociólogo Gino Germani (1911-1979), según la cual los nuevos trabajadores, recién llegados del interior a la ciudad de Buenos Aires y empleados en la industria, se identificaron “con un liderazgo externo al mundo de trabajo” (p. 159) [2] Este argumento, elaborado por un antiperonista, coincidía con la versión desarrollada por los propios peronistas, quienes afirmaban que los trabajadores venidos del interior “desempeñaron el papel de fuerza regeneradora”, correspondiéndole a Perón los roles de intérprete y líder. En segundo lugar, la explicación expuesta por los sociólogos Miguel Murmis (n. 1933) y Juan Carlos Portantiero (1934-2007) [3], quienes plantearon que la vieja guardia sindical (dirigentes y militantes de larga actuación en el movimiento obrero) desempeñó un rol clave en el ascenso de Perón. Según estos autores:

“la respuesta positiva de los antiguos militantes a la gestión de Perón no podría ser vista como tributaria de un fenómeno de anomia colectiva o de un síndrome clientelista; más bien (...) fue el resultado de una deliberación racional, que opuso las desventajas del orden social y política anterior a las oportunidades nuevas que un orden también nuevo ofrecía.” (p. 159)

Torre elogia el aporte de Murmis y Portantiero porque permitió dejar de lado la distinción entre vieja y nueva clase obrera. Pero indica que posee un defecto: pone el acento en la racionalidad de los trabajadores y deja de lado la dimensión de constitución de nuevas identidades colectivas populares

“En su esfuerzo [de Murmis y Portantiero] por exorcizar la hipótesis del irracionalismo obrero, desplazan el foco del análisis del campo de la política - donde se plantea la cuestión del tipo de vínculo entre las masas y Perón - y dirigen su mirada hacia el campo de la lucha social en el que se articula el interés de clase.” (p. 160)

El punto de partida de Torre es el reconocimiento de la existencia de una conciencia política heterónoma entre los trabajadores, expresada en la adhesión al general Perón. Por ello es preciso ampliar la noción de la racionalidad de la clase: ya no se trata de mera búsqueda de utilidades, sino de reforzamiento de la cohesión y solidaridad de las masas obreras. El marco para comprender cómo la referencia a Perón sirve para cohesionar a la clase está dado por el estado de marginalidad política de los trabajadores en la década de 1930 y la modalidad de su acceso a la ciudadanía en 1943-1946.

El golpe de 1930 produjo la restauración conservadora y modificó el funcionamiento del sistema político, que: 

“Cesa de ser el vehículo de la presión de los sectores medios y populares y es confinado a un papel crecientemente marginal, mientras que el estado deviene el canal directo de las influencias del bloque económico dominante.” (p. 163)

Entre 1930-1943 la gran burguesía agraria capitalista (reunión de la oligarquía tradicional y la clase de los empresarios modernos) desempeñó “el papel económico dirigente junto con una gestión política volcada a la reproducción de su predominio político y sus privilegios” (p. 163). Esta situación fue rota por el golpe de 1943 y las ambiciones políticas de Perón. La coyuntura 1943-1946 

“aparece como el marco de un proceso de cambio político que rompe las fronteras de ese orden excluyente, incorporando a las fuerzas populares consolidadas durante el impulso modernizador.” (p. 163)

La Argentina de la década de 1930 puede ser analizada por medio del esquema de la modernización: la creciente diversificación y complejidad de las actividades económicas requiere la reacomodación de las instituciones políticas y sociales. Esas transformaciones fortalecieron el mundo del trabajo, pero los trabajadores quedaron fuera de los frutos del crecimiento y sin un incremento de la influencia sindical. El hecho distintivo de la coyuntura 1943-1946 consiste en la quiebra de la deferencia tradicional de los trabajadores hacia la clase dominante y representó la ruptura de la marginalidad política de la clase obrera.

La otra dimensión para el análisis de los años ‘30 es la de los conflictos de clase

“A medida que la sustitución de importaciones desplaza el dinamismo del desarrollo hacia adentro, se va gestando el espacio para la confrontación entre trabajadores y empresarios en el terreno de la producción. Sin embargo, la persistencia de formas de organización y de autoridad tradicionales en las empresas, así como la falta de protección legal, obstaculizan las negociaciones y afirman el arbitrio patronal. La militancia obrera, que no puede imponer su reconocimiento en las empresas, se orienta fuera de ellas y toma la forma de huelgas dirigidas a atraer la atención de los funcionarios gubernamentales para su causa. Pero esa voluntad de insertarse en los mecanismos del patronazgo estatal raramente encuentra el eco esperado, y la desidia y la represión suelen ser las respuestas más frecuentes.” (p. 166)

Torre relaciona así las dos dimensiones de análisis: 

“Estamos en presencia de una sociedad que (...) cambia y se moderniza, pero que al mismo tiempo es una sociedad ya dominada por las realidades y los problemas de una economía industrial. Esto implica que, paralelamente a las demandas de participación que entraña la puesta en movimiento de los estratos populares, los conflictos de clase se desarrollan, aunque se manifiestan en forma indirecta. Para decirlo en términos de la acción social: estamos ante la formación de un movimiento social mixto, en el que coexisten tanto la dimensión de la modernización y la integración política, como la dimensión de las relaciones de clase y los conflictos en el campo del trabajo.” (p. 167)

El concepto de movimiento nacional-popular resulta inadecuado para comprender la confluencia de las dos dimensiones mencionadas. En las condiciones argentinas, el componente de clase se deriva del hecho de que el sujeto de las demandas de participación es el proletariado antiguo y nuevo. 

“Es, pues, la doble vertiente de la exclusión del orden político y de la inserción en el núcleo dinámico del desarrollo la que interviene para dar su complejidad y su fuerza al movimiento popular y obrero.” (p. 168)

Pero no se trata únicamente de la conformación de la clase trabajadora argentina. En la coyuntura de 1943-1946, los trabajadores se enfrentaron a un bloque en el poder en el que se complementaban el papel dirigente-empresario y el papel político y culturalmente conservador. 

La confluencia de las dimensiones se da en el nivel político. Por un lado se da la crisis de participación (la exclusión de los trabajadores del sistema político); por el otro, la limitada institucionalización de las relaciones del trabajo, a punto tal que puede decirse que a fines de los ‘30 el acceso de los sectores populares y obreros a la ciudadanía industrial ocupa un lugar importante en la agenda de la sociedad argentina. 

Torre dedica dos apartados a examinar los obstáculos a la emergencia de un nuevo movimiento social (pp. 168-174). La restauración conservadora bloqueó el acceso de los trabajadores y sectores populares al Estado y obturó el avance de la sindicalización. Además, la elite interna obrera tuvo dificultades para encauzar la afluencia de nuevos trabajadores a las ciudades. 

“Resumiendo los datos de la escena histórica tenemos, entonces, el germen de un nuevo movimiento social que no alcanza a constituirse, trabado por las restricciones de una dominación arcaizante y un sistema político cerrado. En una coyuntura en la que el espacio para la intervención de las fuerzas de base está casi congelado, el centro de gravedad se desplaza hacia arriba, hacia las elites dirigentes. Es allí, en el nivel del estado, donde se juega, sea el reforzamiento del orden excluyente, sea la reversión de las antiguas barreras y la extensión de la participación social y política. Arribamos así a las vísperas del golpe de 1943.” (p. 174)

Torre utiliza la conceptualización del sociólogo francés Alain Touraine (n. 1925) [4] para analizar la coyuntura abierta por el golpe de 1943. Argentina no era una sociedad reformista, donde la incorporación de nuevas fuerzas se daba a través de las instituciones políticas; por el contrario, era una sociedad en la que estaba clausurado el camino de las reformas por un aparato de dominación y control autoritario. En estas condiciones, 

es la intervención del estado, orientada por una elite de nuevo tipo, la que mediante el recurso a una acción de ruptura puede debilitar las interdicciones sociales y desbloquear el sistema político para, de un mismo golpe, abrir las puertas a la participación de los sectores populares. Aquí, la constitución del movimiento popular no preexiste sino que es posterior a la iniciativa transformadora del agente estatal; ello habrá de traducirse en la subordinación de ese movimiento, por falta de una expresión política propia, respecto de las orientaciones de la nueva elite dirigente en el poder.” (p. 175)

Esta última situación se configuró a partir de 1944, con el ascenso de la política de apertura social del núcleo militar que rodeaba a Perón. Esa política tenía dos vertientes: 1) la modernización de las relaciones laborales por decreto; 2) la liberación de las energías del mundo del trabajo, traducida en la expansión de los sindicatos.

La política de reforma social formaba parte de un proyecto más amplio, cuyo objetivo era resolver la crisis de participación y fortalecer al aparato estatal. En otras palabras: 

“Ampliación de las bases de la comunidad política, consolidación de la autonomía del estado: he aquí los contornos del proyecto que se propone levantar un verdadero estado nacional en el lugar ocupado por el estado parcial de la restauración conservadora.” (p. 176)

Pero el proyecto de Perón tropezó con serias dificultades. Ante todo, las clases dominantes no se sentían amenazadas por los trabajadores; por ello desoyeron los llamados del coronel. Los partidos políticos tradicionales se negaron a darle apoyo a la aventura política de Perón. Además, la política de apertura social generó la movilización de los trabajadores y el ascenso de las luchas reivindicativas. De este modo, Perón desató la lucha de clases que afirmaba venir a conjurar: 

“El proyecto del estado trasciende el terreno de la producción para acelerar la crisis de la deferencia que la vieja sociedad jerárquica acostumbraba a esperar de sus estratos más bajos. [En consecuencia, aceleró] la descomposición de un modelo hegemónico global y el desencadenamiento de un estado de movilización social generalizado.” (p. 177)

El bloque en el poder pasó a confrontar abiertamente con Perón en 1945; las clases medias acompañaron ese desafío, pues se sentían amenazadas por el ascenso de las masas. En síntesis, se conjugaron la oposición de clase y la resistencia cultural 

Torre adopta la definición de Touraine: a partir de 1943 se desarrolló un proceso de democratización por vía estatal. Pero la experiencia de la clase obrera argentina, muy anterior a 1943, afectó seriamente el proyecto de la elite militar dirigida por Perón. 

“La intervención disruptiva de la elite militar, al quebrar esas barreras, abrió el campo a una fuerza obrera previamente formada en el marco de la industrialización de la década del treinta. Esto nos coloca delante de una doble realidad: si las características de su incorporación política nos obligan a hablar de la heteronomía popular, no es menos cierto que, paralelamente a esa acción política subordinada a las orientaciones del estado, es también una acción de clase la que se organiza y pasa a animar los conflictos de la sociedad argentina.” (p. 181-182)

Lo anterior nos lleva al papel central de la coyuntura de 1945 en la conformación de las características del peronismo (y del movimiento obrero posterior a esa fecha). En el período 1943-1944 el proyecto de intervencionismo social liderado por Perón había conseguido hacer pie en el movimiento obrero; a pesar de que sus alcances reformistas eran inicialmente modestos y de la reticencia de la vieja guardia sindical, la movilización popular iba en aumento; sin embargo, el Estado mantenía el control. Pero las cosas cambiaron en 1945: Perón no logró el apoyo de los empresarios ni consiguió bases de sustentación entre los partidos tradicionales; por el contrario, se enfrentó a la cerrada oposición de la gran burguesía, las clases medias y los partidos. En ese marco, Perón sólo contaba con la clase obrera. Lo que siguió fue un proceso de radicalización, que culminó en la movilización del 17 de octubre de 1945. 

“El 17 de Octubre instala en el centro de la escena la presencia de esa nueva fuente de legitimidad conjurada desde las alturas del poder, la de la voluntad popular de las masas. (...) entre Perón y la vieja guardia sindical se entabla una competencia por ocupar esa posición simbólica, por hablar en su nombre y apropiarse de la representatividad que emana de ella.” (p. 184)

En la campaña electoral de 1946 se dieron dos confrontaciones: por un lado, la que enfrentó a Perón contra la Unión Democrática (la unión de todos los partidos tradicionales); por el otro, la que se dirimió entre Perón y el Partido Laborista. Este último, conformado por la vieja guardia sindical apoyaba la candidatura del líder, pero bregaba por la autonomía de la clase trabajadora. El triunfo electoral del peronismo en las elecciones de febrero de 1946 precipitó el desenlace: la vieja guardia fue desplazada por dirigentes adeptos a Perón y el Partido Laborista fue disuelto. Sin embargo, el lugar alcanzado por la clase obrera gracias a su intervención en la coyuntura de 1945 no pudo ser recortado por Perón. 

“El triunfo del liderazgo de Perón es, paradójicamente, la instancia en la que el estado queda expuesto a la acción de los trabajadores sindicalizados y se convierte en un instrumento más de su participación social y política. El conjunto de derechos y garantías al trabajo incorporados a las instituciones públicas, la penetración del sindicalismo en el aparato estatal, todo ello aleja a Perón de su proyecto inicial, además de introducir límites ciertos a sus políticas, particularmente en el terreno económico. La tentativa de constitución de un estado nacional termina dando lugar a un estado que es - como lo era el de la restauración conservadora, si bien con un signo algo diferente - también un estado representativo, la congruencia de sus políticas con las demandas de un universo definido de intereses sociales habrá de debilitar su legitimidad política.” (p. 188)

Esa presencia de la movilización obrera obligará a Perón a renegociar de modo constante su hegemonía sobre las masas obreras, “y esto lleva al régimen a recrear periódicamente sus condiciones de origen” (p. 188). 

En conclusión, 

Estado, movimiento e ideología estarán marcados, pues, por el sobredimensionamiento del lugar político de los trabajadores, resultante de la gestación y el desenlace de la coyuntura en la que el peronismo llega al poder.” (p. 188)


Comentarios

No cabe duda que el texto de Torre provee una serie de elementos imprescindibles para la comprensión del peronismo. Sin embargo, hay que puntualizar varios problemas e insuficiencias en la argumentación del autor.

En primer lugar, en la apreciación de la situación del movimiento obrero en 1943-1945 deja de lado el problema de la inexistencia de unidad entre las diferentes corrientes. Autores como Hiroshi Matsushita (n. 1941) describieron las profundas diferencias al interior de la vieja guardia sindical. [5] Desde el golpe de mano de diciembre de 1935, cuando socialistas y comunistas desplazaron de la dirección de la CGT a los sindicalistas, la división había sido constante. En vísperas del golpe militar de junio de 1943 el mapa de la fragmentación era el siguiente: CGT N° 1 (dirigida por Domenech, socialista); CGT N° 2 (encabezada por Pérez Leirós, que agrupaba a socialistas y comunistas); FORA (anarquistas); USA (sindicalistas). Por tanto, hablar de vieja guardia sindical se presta a confusión, pues da idea de una homogeneidad que no era tal.

En segundo lugar, la desunión en el terreno de las organizaciones iba de la mano con la ausencia de homogeneidad ideológica en las filas de la vieja guardia sindical. Matsushita describe las transformaciones en la ideología de los trabajadores en la década del ‘30, las que pueden resumirse en dos hechos: 1) nacionalismo; 2) abandono de la prescindencia política. En este sentido, la mención a la clase oscurece la cuestión de los cambios ideológicos, que conducen al abandono de una posición clasista (entendida como la defensa de la autonomía política de la clase trabajadora). Además, estos cambios no pueden ser atribuidos a la incorporación de nuevos trabajadores provenientes del interior del país. La evolución del viejo sindicalismo revolucionario demuestra que el abandono de las posiciones clasistas venía de muy antiguo.

En tercer lugar, hay que matizar las ideas de Torre sobre el Partido Laborista en base a lo expuesto en los dos puntos precedentes. En 1945-1946, el movimiento obrero no defendía posiciones clasistas en el sentido indicado más arriba. Luchaba por reivindicaciones económicas y por el reconocimiento pleno de los sindicatos como interlocutores de los empresarios y del Estado. El Partido Laborista expresa la voluntad de las direcciones sindicales de mantener su margen de maniobra en la mesa de negociaciones. No había margen para un partido autónomo de la clase obrera, siquiera con objetivos reformistas. Esto le facilitó las cosas a Perón.

En cuarto lugar, las menciones al proyecto reformista encarnado en una nueva elite estatal sobredimensionan la supuesta coherencia de ese proyecto. En los hechos, las constantes luchas por el poder en el seno del gobierno militar (especialmente agudas en 1943-1944) muestran la debilidad de esa coherencia.

En quinto lugar, la ambición de poder de Perón aparece oscurecida en un análisis demasiado racional. Si, como dice Torre, la coyuntura de 1945 [6] marcó el final (temporario) de la dirección estatal del proceso de reforma, la ambición de Perón pasó a ser un factor fundamental. Esa ambición facilitó el abandono de todo prejuicio ideológico. Sólo así pudo expresar Perón las aspiraciones (reivindicaciones económicas) de la clase obrera.



Villa del Parque, martes 26 de octubre de 2021


NOTAS

[1] Para la elaboración de este texto se utilizó la siguiente edición: Torre, J. C. (2012). Interpretando (una vez más) los orígenes del peronismo. En Ensayos sobre movimiento obrero y peronismo. (pp. 157-188). Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.

[2] Torre menciona el libro de Germani, G. (1962). Política y sociedad en una época de transición. Buenos Aires, Argentina: Paidós.

[3] Murmis, M. y Portantiero, J. C. (1971). Estudios sobre los orígenes del peronismo. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI. 

[4] Touraine, A. (1976). Las sociedades dependientes. México D. F.: Siglo XXI.

[5] Matsushita, H. [1° edición: 1983]. (2014). Movimiento obrero argentino 1930-1945: Sus proyecciones en los orígenes del peronismo. Buenos Aires, Argentina: RyR. (Biblioteca Militante. Colección Historia Argentina; 8).

[6] Para un análisis pormenorizado del período 1943-1946 consultar: Campo, H. del. [1° edición: 1983]. (2005). Sindicalismo y peronismo: Los comienzos de un vínculo perdurable. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI Editores Argentina. (Historia y cultura).

viernes, 15 de enero de 2021

RESEÑA: TORRE, J. C. LA VIEJA GUARDIA SINDICAL Y PERÓN




Ficha biográfica:

Juan Carlos Torre (n. 1940), sociólogo e historiador argentino, es autor de varios trabajos fundamentales sobre la historia del peronismo. Entre ellos se destaca La vieja guardia sindical y Perón: Sobre los orígenes del peronismo (1988), producto de una investigación iniciada en 1972 en el Instituto Torcuato Di Tella y terminada en 1982, tiempo signado por la derrota del proyecto político de Perón en 1973-1976, por la dictadura militar y por el exilio del autor en EE. UU., Francia, Brasil y Gran Bretaña. En enero de 1983 la investigación fue presentada como tesis de doctorado en la Ecole des Hautes Etudes de Paris, bajo la supervisión del sociólogo francés Alain Touraine (n. 1925). [1]

domingo, 30 de septiembre de 2018

TORRE, JUAN CARLOS LOS SINDICATOS EN EL GOBIERNO 1973-1976 (1983): CAP. 3

Juan Carlos Torre (n. 1940), sociólogo e historiador argentino, es autor de varios trabajos fundamentales sobre la historia del peronismo y el movimiento obrero argentino. Entre ellos se destacan Los sindicatos en el gobierno 1973-1976 (1983) y La vieja guardia sindical y Perón: Sobre los orígenes del peronismo (1988).  Esta ficha es la segunda de una serie dedicada a presentar extractos y notas de lectura de la primera de dichas obras. En épocas de crisis es imprescindible pensar la realidad como un proceso, cuyas raíces se encuentran en la historia. Por cierto, esta afirmación no tiene nada de novedoso, pero conviene recordarla, sobre todo cuando se milita en organizaciones que intentan ser revolucionarias.
La ficha está dedicada al capítulo 2 de la obra, titulado “Los sindicatos ante el gobierno peronista: Mayo 1973 – Septiembre 1973” (pp.41-66). El núcleo del capítulo aborda la cuestión de los cambios ocurridos en el movimiento obrero a partir de la radicación del capital transnacional en la industria y su relación con el ascenso de las luchas obreras en 1969-1973. Resulta especialmente recomendable el tercer apartado, donde Torre analiza la rebeldía obrera en el periodo subsiguiente al Cordobazo (1969).

Por último, trabajé con la siguiente edición de la obra: Torre, Juan Carlos. (1989). Los sindicatos en el gobierno 1973-1976. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina. Las secciones en que se divide la ficha corresponden a los distintos apartados del texto.

1.    El reencuentro de Perón y los jefes sindicales (pp. 67-104)

13 junio 1973 = Héctor Cámpora (1909-1980) renuncia a la presidencia. Perón (1895-1974) le bajó el pulgar, pues estaba decidido a retomar el poder, terminando con las restricciones que le había impuesto para llegar a la presidencia la dictadura de Lanusse (1918-1996). Cámpora confundió la táctica del viejo caudillo, que se sirvió de las movilizaciones juveniles y populares para derrotar a los militares, con un aggiornamento del movimiento peronista. Los actores que se beneficiaron con la caída de Cámpora fueron la dirigencia sindical y el círculo íntimo del líder peronista.

23 septiembre 1973 = Victoria de la fórmula Juan Domingo PerónIsabel Martínez de Perón (n. 1931) en las elecciones presidenciales. Obtienen el 62% de los votos. La campaña electoral contó con la participación principal de las organizaciones sindicales, cuyo principal exponente era Lorenzo Miguel (1927-2002), secretario general de la UOM. Hubo aquí una diferencia notable con la anterior campaña electoral, que había llevado a Cámpora al triunfo.

25 septiembre 1973 = Asesinato de José Rucci (1924-1973), secretario general de la CGT desde 1970. Rucci, originalmente secretario de la Seccional San Nicolás de la UOM, llegó a la dirección de la central obrera debido a que ninguno de los poderosos líderes sindicales contaba con los votos suficientes. Carente de fuerza real, Rucci se alió con Perón y fue su “soldado en la CGT”. El líder peronista encontró en Rucci el aliado para controlar a la dirigencia sindical.
2 octubre 1973 = Perón concurre al edificio de la CGT: “el movimiento sindical es la columna vertebral del peronismo” [El resaltado es mío – AM-]. Concluye su discurso con una exhortación a combatir la infiltración marxista en el movimiento obrero.

2.    Perón reafirma el Pacto Social (pp. 71-75)

La dirigencia sindical, acompañada por el frondizismo que había apoyado la llegada de Perón a la presidencia, promovió la supresión del Pacto Social, firmado el 8 de junio, y una política dirigida a un incremento de salarios por encima de lo establecido por dicho acuerdo. Perón ratificó el Pacto.

Noviembre de 1973 = Reformas a la Ley 14.455 (Asociaciones Profesionales). Esta ley había sido sancionada por Frondizi (1908-1995), como parte del acuerdo con el peronismo que lo llevó a la presidencia. Las reformas a la ley fueron redactadas por el ministro de Trabajo, Ricardo Otero (1922-1992), y tenían el objetivo de asegurar el apoyo de los sindicatos a la nueva presidencia de Perón.

Los objetivos de las reformas eran incrementar la centralización de las organizaciones sindicales y blindar la fortaleza jurídica que protegía a sus dirigentes:

“Entre las innovaciones más significativas se contaban, por un lado, aquéllas que perseguían la centralización sindical disponiendo que no podía existir más de un sindicato por rama de actividad o ilegalizando los sindicatos de empresa, facultando a las entidades de nivel superior a intervenir sumariamente a sus filiales y otorgando al sindicato la capacidad de poner fin al mandato de los delegados de fábrica. Por otro lado, las jerarquías sindicales eran beneficiadas mediante la ampliación de su mandato de 2 a 4 años, extendiendo el plazo para la convocatoria de las asambleas de rendición de cuentas de 1 a 2 años y equiparando sus fueros sindicales a las inmunidades garantidas a los parlamentarios.” (p. 74-75).

[De este modo, la dirigencia sindical se cobraba el apoyo a Perón durante la campaña electoral y el apoyo al Pacto Social. Quedaba habilitada para avanzar sobre las rebeldías obreras a nivel fábrica y sobre las seccionales de sindicatos que se mostraban díscolas con la dirección central de los sindicatos. Perón, por su parte, articulaba ese apoyo a la burocracia sindical con su política de suprimir al ala izquierda del movimiento peronista. No se trataba sólo de las “formaciones especiales” (v gr., Montoneros); el líder del peronismo necesitaba liquidar en el sentido literal a todos aquellos que impulsaban una “Argentina Socialista”. Perón, como en 1945, seguía siendo un enemigo acérrimo del socialismo y la revolución.]

3.    El Pacto Social puesto a prueba (pp. 75-83)

Los primeros seis meses de gobierno peronista presentaron indicadores económicos alentadores. Algunos datos de 1973: las exportaciones fueron de 3260 millones de U$S; el superávit comercial fue de 704 millones de U$S; el PBI creció 6,1%; el costo de vida aumentó un 37% entre enero y mayo, un 2,8% en junio; 4% entre julio y diciembre. El éxito en el control de la inflación hizo que Gelbard (1917-1977) lanzara la meta de “inflación cero” para 1974, justo en vísperas de la crisis mundial desatada por el aumento de los precios del petróleo.

El impacto de la crisis desatada por las medidas de la OPEP se hizo sentir en el último trimestre de 1973: durante ese período, los términos del intercambio comercial cayeron un 20%; el valor de los insumos importados era en diciembre de ese año un 25% más alto que en junio del mismo año. Las empresas con alto componente importado en su producción vieron reducidas sus ganancias.

Octubre 1973 = Convocada por el ministro Gelbard, comienza a reunirse la Comisión de Precios, Salarios y Nivel de Vida, integrada por las tres partes que habían firmado el 8 de junio el Pacto Social. Los funcionarios estatales comenzaron a recopilar información de las empresas sobre los mayores costos productivos, el nivel aspirado de ganancias, los incrementos de precios solicitados. Pero muchas de estas empresas comenzaron a violar los controles de precios, vendiendo con un sobreprecio recolectado en moneda negra. Los dirigentes sindicales interpretaron que el objetivo de los empresarios era mantener su tasa de ganancia. Esto complicaba la posición de estos dirigentes en sus sindicatos, pues el aumento salarial de junio había sido muy inferior a las expectativas obreras: “Los compromisos adquiridos con la política de ingresos los habían privado de la posibilidad de «monetarizar» el descontento popular y de reconquistar, de este modo, cierta credibilidad frente a sus bases. Por consiguiente, cualquier actitud que asociara a la CGT con una decisión unilateralmente favorable a las demandas empresarias no haría más que ampliar el espacio en el que crecía, sin cesar el movimiento de contestación anti-burocrático.” (p. 78).

30 noviembre 1973 = Reunión de la Comisión de Precios, Salarios y Nivel de Vida. Se decide que los empresarios remitan sus balances a la CGT, para que ésta evaluara si los aumentos de los insumos importados podían ser absorbidos o no por las empresas. La CGT triunfaba donde habían fracasado el movimiento europeo de los países europeos. Torre señala que la central obrera carecía de un cuerpo estable de asesores económicos capaz de analizar la evolución económica y de producir la información necesaria para la discusión de las políticas gubernamentales. Torre explica así la mencionada carencia: 

“Los dirigentes de la CGT se reclutaban entre cuadros sindicales formados  la tradición reivindicacionista del sindicalismo argentino, una tradición centrada en la defensa del nivel de vida obrero y extraña a toda tentativa más global de intervención sobre las modalidades del desarrollo económico. (…) los sindicatos llevaban a cabo sus luchas con independencia de sus eventuales consecuencias sobre la marcha de la economía, atrincherados en la contestación de las políticas gubernamentales pero sin avanzar, paralelamente, una política alternativa de consumos e inversiones. Para una retórica reivindicativa que, generalmente, no iba más allá de oponer las condiciones de vida de los trabajadores a la fortuna de los patrones, contar con una plataforma sindical elaborada y con los recursos técnicos que ayudaran a fundamentarla nunca había sido una exigencia prioritaria.” (p. 80).

La CGT quedó facultada para revisar los balances de las empresas, pero nunca llegó a implementarse en la práctica.

En este punto, Torre hace una observación válida para todas las políticas de concertación social:

“Si se analiza la lógica de la política concertada se advierte que, una vez debatidos y firmados los acuerdos, los sindicatos habían comprometido todo su poder institucional, mientras que los empresarios sólo habían condicionado parcialmente su gestión económica. Al acordar la suspensión de las negociaciones colectivas por dos años, la CGT había obligado a los sindicatos a congelar, por igual lapso, el uso del único poder de control económico que institucionalmente les era reconocido, el de afectar el comportamiento de los salarios. Los empresarios, por su parte, no habían resignado, sin embargo, el control sobre una serie de variables económicas cruciales para el desenvolvimiento del plan económico. Ellos contaban con la posibilidad de decidir si habrían de invertir o no, si habrían de interrumpir o incrementar la producción, esto es, contaban con una capacidad de maniobra frente a las disposiciones de la política de ingresos muy superior a la que tenían los sindicatos.” (p. 81; el resaltado es mío – AM-).

La burguesía recibió con cautela el programa económico peronista. Esta actitud se tradujo en una retracción de la inversión privada. No obstante, la política económica fuertemente expansiva del gobierno ocultó la debilidad de la inversión. [Se estaba armando la crisis que estalló en 1974.]

“El formidable impulso que (…) recibía la demanda interna no podía sino amenazar el balance económico, dada la creciente rigidez de la oferta de bienes provocada por el acercamiento de la economía al pleno empleo. El momento crítico llegó, sin embargo, anticipadamente, por las consecuencias de los mayores costos de los insumos importados.” (p. 82).

Los empresarios respondieron a la caída de sus ganancias disminuyendo la oferta (reducción de la producción y/o derivación de las mercancías al mercado negro). El gobierno autorizó trasladar a los precios los mayores costos de los insumos importados; la CGT se opuso y Gelbard debió adoptar otra solución: el gobierno absorbió el aumento de los insumos importados aplicando un tipo de cambio preferencial para los importadores, financiado con las reservas de divisas acumuladas en 1973.

Torre concluye:

“Los tres meses de debates [de la Comisión de Precios, Salarios y Nivel de Vida] sirvieron para poner de manifiesto que, si bien por falta de competencia técnica la CGT no tenía capacidad de iniciativa en las decisiones, contaba, en cambio, con el poder de presión política suficiente como para afectar, en una fase posterior, el proceso decisorio.” (p. 83; el resaltado es mío – AM-).

[El problema no es la carencia de capacidad técnica, sino la ausencia de una política autónoma de la burguesía. En un contexto de crisis, los sindicatos no pueden hacer otra cosa que defender sus posiciones y minimizar los daños. Por supuesto, esto en la medida en que consideren que su rol bajo el capitalismo consiste en la defensa del precio de venta de la fuerza de trabajo. Para hacer otra cosa es preciso cuestionar la relación asalariada misma, esto es, la propiedad privada de los medios de producción. Dicho sea de paso, la propiedad privada es la base del poder de los capitalistas expresado en la potestad de invertir.]

4.    Sobre la dinámica de los conflictos laborales (pp. 83-95)

Entre octubre de 1973 y febrero de 1974 continuaron los conflictos laborales. Los motivos más frecuentes fueron: las condiciones de trabajo y la reincorporación de los activistas cesantes. Torre describe algunos de los conflictos, con el objetivo de mostrar su dinámica:

a)  Philips (empresa de artefactos eléctricos, Buenos Aires, noviembre de 1973). Los trabajadores reclaman reducción de la jornada de trabajo, elevación del premio de producción y solución a los problemas de salubridad. La comisión interna desoyó los reclamos y los trabajadores eligieron una nueva comisión interna provisoria, compuestas por dos delegados por sección.
b)    General Motors (fábrica de automotores, Barracas, Buenos Aires, sector de montaje de vehículos especiales – camiones-, junio-noviembre de 1973). La gerencia anunció en junio su decisión de pasar a un nuevo y mayor nivel de producción (de 71 vehículos por turno a 80). Los trabajadores se niegan, no cumplen los nuevos ritmos de producción. Escalada: colaboración de tareas, no hacen horas extras, paros parciales en forma intermitente. La rebelión se traslada al control de los niveles de producción. Fijación por los trabajadores de nuevos topes máximos. Despidos. El Ministerio de Trabajo dictó la conciliación obligatoria. Se comprueba que el nuevo ritmo de producción no es posible de aplicar. Victoria obrera después de las derrotas de 1962, 1964, 1966, 1969 y 1971.
c)  Terrabusi (fábrica de galletitas y productos alimenticios, noviembre de 1973). Una asamblea de trabajadores presentó un petitorio demandando: a) aumento salarial del 30%; b) confirmación del personal obrero en situación inestable; c) presencia de un médico durante los tres turnos de trabajo; d) trato más humano de parte de los capataces. La gerencia respondió con 30 despidos. Los obreros ocuparon la planta. Los trabajadores acusan a la dirigencia del Sindicato de la Alimentación de connivencia con la gerencia. El Ministerio dicta la conciliación obligatoria: fin de la ocupación de la planta.
d)    Molinos Río de la Plata (empresa de productos alimenticios del Grupo Bunge y Born, Avellaneda, Gran Buenos Aires, junio-agosto de 1973). El 15 de junio los trabajadores, al margen de los delegados y del sindicato aceitero, presentan a la empresa un pliego de reivindicaciones: a) mejoramiento de las medidas de seguridad en el trabajo; b) reconocimiento de la insalubridad en ciertas tareas; c) instalación de un comedor; d) apertura de un consultorio médico en la planta. Ocupan la planta, realizan una asamblea y obligan a renunciar a los delegados sindicales. En agosto nueva ocupación de la planta, al no haberse cumplido las reivindicaciones exigidas. Interviene el Ministerio de Trabajo, que ordena a la planta atender los reclamos obreros. En enero de 1974, nueva ocupación exigiendo poner en marcha los reclamos.
e)    Astarsa (astillero más importante de zona norte de Gran Buenos Aires, junio-julio de 1973). A raíz de un accidente laboral que se cobró la vida de un operario, los trabajadores, autoconvocados en asamblea, exigen la renuncia del equipo de seguridad laboral. También procuran unificar la representación sindical en la empresa, dividida entre el Sindicato de Obreros de Industria Naval y la UOM. La planta es ocupada con retención de los directivos como rehenes. La situación dura varios días, los trabajadores triunfan y renuncia el equipo de seguridad de la empresa, responsable de la muerte de un trabajador en un accidente laboral.
f)   Acindar (empresa líder en la producción siderúrgica, Villa Constitución, marzo de 1974).Despido de 4 miembros de la comisión interna y 7 delegados a raíz de un conflicto por las condiciones de trabajo. Una asamblea obrera resuelve la ocupación de la planta. Reclaman: reincorporación de despedidos, normalización de la seccional local de la UOM, mejoramiento de las condiciones de salubridad y seguridad en el trabajo. Frente al intento de la UOM de avanzar sobre la comisión interna, prácticamente todos los trabajadores iniciaron una huelga en solidaridad con los laburantes de Acindar. Luego de 9 días de ocupación de la planta, la empresa dejó de lado los despidos, la UOM llamó a elecciones y los nuevos dirigentes de Villa Constitución y Acindar asumieron la dirección de la seccional.

A través del estudio de la dinámica de los conflictos en el período analizado, Torre concluye que los rasgos dominantes de la movilización obrera en 1969-1973 se propagaron a Buenos Aires y GBA: “el cuestionamiento de las prerrogativas de la gerencia, el recurso a la acción directa, la formación de liderazgos alternativos al sindicato oficial.” (p. 89).

Torre examina las características de estos conflictos. En primer lugar, “las demandas obreras referidas al ambiente y las normas de trabajo en la empresa no tenían (…) un carácter novedoso. (…) entre 1946 y 1955, y paralelamente a la redistribución del ingreso y al reforzamiento de los órganos contractuales en el mercado de trabajo, los obreros obtuvieron bajo el peronismo una gravitación inédita de las comisiones internas a lo largo de la industria y la reglamentación de las condiciones de trabajo por convenio. Se dio así la experiencia, históricamente infrecuente, de una clase trabajadora joven todavía en formación, como era aquella que afluía a las fábricas y talleres en los años cuarenta, que llegaba a ocupar posiciones de control sobre el lugar de trabajo realmente excepcionales. De hecho, la vitalidad del movimiento laboral durante aquellos años reposó centralmente sobre las instituciones de control obrero existentes a nivel de las empresas. Los sindicatos y la CGT no siempre lograron sustraerse a las imposiciones de la política gubernamental, pero las comisiones internas garantizaron a las bases obreras una presencia permanente en el ámbito de trabajo y condicionaron severamente el ejercicio de funciones de la gerencia.” (p. 89-90; el resaltado es mío – AM-). Hacia las postrimerías del gobierno de Perón, los empresarios intentaron recortar el poder de las comisiones internas. El tema se debatió en el Congreso de la Productividad (1954), no se llegó a ningún resultado. Tanto la dictadura de Aramburu como el gobierno de Frondizi avanzaron sobre las comisiones internas, que entraron desde 1958 en “una fase de lenta e irreversible decadencia.” (p. 91).

El debilitamiento de las comisiones internas, el papel protagónico de los sindicatos hasta 1966, confluyeron en que al momento de producirse el nuevo ascenso obrero en 1969, las estructuras sindicales a nivel empresa no estuvieran preparadas para canalizar las luchas:

“Carecían [las comisiones internas] de los reflejos apropiados para ponerse al frente de una movilización que rebasaba la orientación clientelística que caracterizara su gestión hasta entonces. La pérdida del poder de control había, en efecto, confinado a los delegados obreros a la atención de reclamos individuales, a conseguir favores menudos a través de contactos informales con la gerencia. Cuando la dinámica de la acción obrera se desplace a la empresa, su capacidad para reacomodarse  y excluirse de esa trama de compromisos y sobornos, para percibir lo que estaba ocurriendo y articular las demandas de sus bases será, generalmente, nula y terminará, ellos también, cuestionados. El recurso a formas de acción directa por parte de los trabajadores, como las ocupaciones de planta, no fue (…) la expresión de una falta de tradición industrial y sindical. Tradujo, más bien, la brecha de credibilidad abierta entre los trabajadores y representantes a lo largo de un período en el que las prácticas regulares de negociación habían desaparecido de la empresa.” (p. 91-92).

Torre enfatiza la importancia de la movilización obrera como fuente adicional de radicalización de los conflictos. Muchas luchas se produjeron en fábricas que habían permanecido “en calma” durante varios años. Los conflictos analizados muestran

“que las demandas explícitas avanzadas por los trabajadores eran, generalmente, el vehículo de un descontento que iba más allá de las razones circunstanciales invocadas en un caso y otro, para recibir su fuerza del malestar, al mismo tiempo, indefinido y profundo, que había ido acumulándose en los lugares de trabajo. De allí la facilidad con que los trabajadores pasaban de reivindicar en el plano de las condiciones de trabajo a cuestionar las relaciones de autoridad en las empresas. No forzaríamos la realidad si afirmáramos que las fábricas vivieron durante estos años en estado de rebeldía.” (p. 92-93; el resaltado es mío – AM-).

El estado de rebeldía obrero es descripto así:

“Las sanciones decididas por la gerencia, que en el pasado habían servido para aislar a los activistas y desarticular los movimientos reivindicativos, ahora galvanizaban la ofensiva obrera y aceleraban la agudización de los conflictos. Si antes los portavoces de los trabajadores que surgían en las huelgas de fábrica terminaban, a menudo, aceptando los despidos, cobrando la indemnización y abandonando la lucha, en esta nueva coyuntura eran rodeados por la solidaridad del colectivo obrero y resistían la dimisión. En las disputas concernientes a las normas de trabajo fue común que los trabajadores decidieran poner en práctica por su cuenta sus propios criterios sobre las tareas en litigio, colocando a la gerencia ante el hecho consumado. El retiro de colaboración y la insubordinación a los supervisores devinieron prácticas corrientes, mientras la producción se desenvolvía bajo la amenaza permanente de ser paralizada frente a cualquier incidente. El monto de protesta no negociable que se había ido formando en las empresas convirtió a los compromisos en armisticios siempre precarios, prontos a quebrarse y a reabrir la vía nuevamente a una escalada de medidas de fuerza. La tendencia de los conflictos fue, así, a durar, realimentados por el contrapunto entre la intransigencia de los trabajadores y las respuestas autoritarias a las que apelaban los empresarios en defensa de sus prerrogativas.” (p. 93).

Respecto a la relación entre el conflicto obrero y la izquierda en este período:

“La ola de huelgas tuvo una magnitud muy superior a la gravitación que estaban en condiciones de ejercer las corrientes políticas radicalizadas, tanto del peronismo como las constituidas por grupos de inspiración socialista. En realidad, la convergencia entre la movilización obrera y los núcleos políticos de izquierda, cuando se dio, no fue inmediata. El proceso de acercamiento siguió dos etapas bien diferenciadas. En la primera, la propia dinámica de los conflictos generaba activistas y líderes de base que se destacaban de la masa obrera y encabezaban la confrontación con la gerencia y, en general, también con la comisión interna y el sindicato. En la segunda, los nuevos líderes, una vez establecidos, procuraban alguna forma de inserción política.” (p. 93-94). “Las relaciones entre la movilización obrera y los núcleos políticos de la izquierda durante 1973 y mediados de 1974 descansaron, básicamente, sobre dos planos principales. En primer lugar, los grupos de izquierda contribuyeron a llamar la atención de la opinión pública sobre las demandas obreras a través de una intensa agitación propagandística. En segundo lugar, proveyeron a muchos de los nuevos líderes de base una identificación política más amplia y bajo su inspiración comenzaron a proliferar nuevas agrupaciones sindicales en las empresas. Lo importante a destacar es que tales relaciones no tuvieron efectos sobre la dinámica interna de los conflictos. En otras palabras, durante este período, los trabajadores a través de la asamblea general de empresa, tuvieron en sus manos el control sobre el desarrollo de los conflictos.” (p. 94-95).

Por ende, los conflictos comenzaron sin apoyo externo. En muchos casos tenían por objetivo revitalizar los órganos de representación de base.
“Mientras que la lucha por el reconocimiento [de los nuevos órganos y/o dirigentes de base] estuvo empeñada, la asamblea general  de empresa actuó como una estructura sindical paralela encargada de formular las reivindicaciones y de adoptar las medidas de fuerza.” (p. 94).

5.    La renegociación del Pacto Social (pp. 95-100)

El Pacto Social firmado en junio de 1973 estableció que al cabo de un año de vigencia se realizarían estudios para establecer si se había producido una pérdida del poder adquisitivo del salario. Los dirigentes sindicales, presionados por los bases que conseguían aumentos salariales a través de artificios tales como la reclasificación de tareas o el aumento de los premios de producción, no podían esperar tanto.

20 febrero 1974 = Perón anunció la decisión oficial de convocar a la CGT y a la CGE para que, junto con el Ministerio de Economía, comenzaran a estudiar los reajustes al Pacto Social. Desde junio de 1973 y hasta febrero de 1974, los salarios reales habían caído un 7%. Sin embargo, eran un 18% más altos que en mayo de 1973. Para marzo, estaba clara la necesidad de una renegociación anticipada del Pacto Social.

21 febrero 1974 = Comienzan las negociaciones entre la CGT, la CGE y el Ministerio de Trabajo.

26 marzo 1974 = Gelbard y Adelino Romero (m. 1974), secretario de la CGT, reconocieron ante los periodistas que las negociaciones estaban estancadas. Los sindicatos presentaron dos exigencias: a) la restitución del valor perdido por el salario; b) el avance de los asalariados en el ingreso nacional. Para el gobierno, el problema consistía en cómo conciliar ambas demandas con el mantenimiento de una tasa aceptable de rentabilidad para las empresas.

27 marzo 1974 = Se oficializan los nuevos acuerdos, producto del arbitraje de Perón en el conflicto entre Capital y Trabajo. El sector laboral recibió un aumento salarial del 13% a partir del 1 de abril, compuesto por un 9% para mantener el poder adquisitivo; 2,5% en concepto de retribución por el incremento de la productividad media; 1,5% para cumplir con el objetivo de una distribución más igualitaria del ingreso. De los tres ítems, sólo el primero podía ser trasladado a los precios. Los empresarios eran autorizados a aumentar los precios, en un monto a establecer por el Ministerio de Economía de acuerdo a sus estudios sobre la estructura de costos y la rentabilidad de las empresas; también tendrían acceso a un crédito más barato por la rebaja de las tasas de interés. El Estado resolvió dejar de subsidiar la compra de insumos importados; aumentó las tarifas de los servicios públicos y el precio del combustible. EL CRONISTA COMERCIAL publicó un cálculo que establecía la recuperación neta de los ingresos del trabajo entre un 5 y un 6% (p. 99-100). Es decir, en el corto plazo el ajuste salarial mejoraba los ingresos de los trabajadores y producía una nueva caída en la rentabilidad de las empresas. Esto, más los nuevos niveles de precios aprobados a fines de abril, que asignaban a las empresas un margen de beneficios por debajo del reclamado por los empresarios. Vía libre a la sistemática transgresión por éstos del Pacto Social.

6.    La soledad de Perón (pp. 100-104)

Desde principios de 1974, Perón había optado por lanzar una ofensiva contra el ala izquierdista del peronismo: 20 de enero, remoción del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Bidegain (1905-1994); 22 de febrero, allanamiento de las oficinas de la Juventud Peronista; 28 de febrero, destitución por la fuerza del gobernador de la provincia de Córdoba, Obregón Cano (1917-2016).

Marzo y junio 1974 = Promedio mensual de conflictos más altos de los tres años de gobierno peronista. De ellos, el porcentaje más alto correspondía a los que exigían mejoras salariales. La mayoría de ellos obtuvieron aumentos superiores a los pactados por la CGT; todos ellos eran ilegales, en la medida en que iban contra el Pacto Social. Los empresarios preferían conceder esos aumentos y luego trasladarlos a precios. Así, el costo de vida, que entre enero-marzo creció un 2,8%, se elevó entre abril y mayo un 7,7%. En los primeros días de junio, una delegación sindical visitó a Perón para reclamar una reacción presidencial frente al creciente descalabro económico.

12 junio 1974 = Discurso de Perón. Amaga con renunciar si no se cumple el Pacto Social.

1 julio 1974 = Muerte de Perón. Una de sus últimas medidas fue adelantar el pago del aguinaldo. La medida no tuvo efecto en revertir la paulatina caída del salario real.


Villa del Parque, domingo 30 de septiembre de 2018