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domingo, 29 de julio de 2018

NORBERT ELIAS Y LA CRÍTICA SOCIOLÓGICA DE LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA DE POPPER: NOTAS DE LECTURA





Norbert Elias (1897-1990) fue un sociólogo alemán cuya obra no requiere mayor presentación. Se destacó en el campo de la sociología histórica y es autor de El proceso de la civilización (1939), una de las obras maestras de la sociología del siglo XX. Elias escribió una crítica de la obra de Karl Popper (1902-1994), La lógica de la investigación (1934; 1959). Se trata del artículo “¿Ciencias o ciencias?”, publicado originalmente en 1985, bajo el título “Wissenschaft oder Wissenschaften? Beitrag zu einer Diskussion mit wirklichkeitsblinden”, en ZEITSCHRIFT FÜR SOZIOLOGIE, vol. 14, cuaderno 4, agosto de 1985, pp. 268-281.

A continuación, transcribo mis notas de lectura, que pueden ser de alguna utilidad para el lector interesado en la epistemología de las ciencias sociales. Utilicé la traducción española de Vera Weiler, profesora de la Universidad Nacional de Colombia, incluida en la compilación: Elias, Norbert, La civilización de los padres y otros ensayos, pp. 369-405.


Elias comienza marcando las características del debate. La discusión sobre el status de la ciencia tiene características diferentes si se la encara desde el método científico o desde la filosofía de la ciencia. Si se enfoca la cuestión desde este último punto de vista, “las tesis propias sobre la ciencia no requieren de comprobación empírica, es decir la confrontación con investigaciones acerca de la estructura y función real de las ciencias con miras a su legitimación.” (p. 369). Para legitimar una propuesta teórica, los filósofos de la ciencia remiten a la autoridad de alguna figura (como Popper, por ejemplo). En rigor, la filosofía de la ciencia no es una ciencia, “sino una metaciencia” (p. 370).

Ahora bien, ¿cómo se protege esta metaciencia contra el peligro de una “especulación arbitraria”? Sus defensores lo hacen mediante el uso reiterados de “determinados términos clave que, según parece, son entendidos como instancia última” (p. 370). Un ejemplo de esto: ‘eso es así por razones lógicas’. El interés de Elias por dilucidar qué entienden los filósofos por ‘lógica’ es resultado del papel que Popper le asigna a ésta.

Popper no se refiere a la lógica formal, que se ocupa de “símbolos de relaciones puras”. Ahora bien, “como objetos de investigación (…) las ciencias no son relaciones puras, es decir, anónimas. Su naturaleza es distinta a la de los objetos de la matemática o de la lógica formal.” (p. 371).

Elias considera que la noción de ‘lógica’ empleada por Popper permite caracterizar a éste como “un descendiente tardío del a priori kantiano.” (p. 371). [1] Popper adhiere a una idea de la metafísica trascendental, que consiste en afirmar que el pensamiento de las personas está atado a leyes cuasi – naturales, que existen como condiciones no aprendidas, previas a toda experiencia.

La lógica de la investigación gira en torno a cuatro tesis fundamentales, que Elias expresa así:

1)    “Hay una lógica cuyas leyes anteceden a toda ciencia como su condición última y de modo independiente a todo conocimiento adquirido mediante la experiencia, es decir a priori.” (p. 372). Si queremos conocer cómo ocurre la investigación científica y cómo debe llevarse a cabo, es necesario remitirse a esta lógica.

2)    “De estas premisas lógicas resulta que sólo puede haber un único tipo de ciencia cuya versión ejemplar es la física clásica, es decir, una ciencia universal.” (p. 372).

3)    “De estas premisas lógicas se deduce además que el método de la investigación científica debe estar en el centro de toda teoría de la ciencia. (…) el a priori lógico determina que no exista sino un único método de investigación científica; es un método universal, no importa la diversidad de los objetos de la investigación científica, ni tampoco los problemas por resolver.” (p. 372).

4)    “De estas premisas lógicas resulta además que un método totalmente determinado, un método cuantificador, extraído también de la física, es el único al que se le puede atribuir el rango de método.” (p. 372). El empleo de este método permite distinguir ciencia de pseudociencia.

Elias indica que considera falsas a las cuatro tesis de Popper. Por razones de espacio, se concentra en la discusión de la primera de ellas. El argumento de Elias se sintetiza así: “Los seres humanos aprenden (…) a hablar y a pensar de modo lógico, es decir, a hacerlo de forma clara y coherente en el sentido de su sociedad, puesto que de esto depende su capacidad de comunicarse con otros. Y si no lo aprenden, entonces tampoco lo pueden hacer. (…) No existe el más mínimo indicio de límites prefijados, es decir, en principio innatos, para la capacidad humana de adecuar plenamente a la realidad los símbolos auditivos, visuales o táctiles, que le sirven como medios de comunicación y orientación. No se puede demostrar por vía puramente lógica que sólo existe un único tipo de ciencia, sin que importe cuán diversos sean los ámbitos de los objetos de la investigación.” (p. 373).

Elias considera que las ciencias tienen como tarea “resolver problemas antes no resueltos, y que tal vez eran insolubles para los hombres. En otras palabras, se trata de realizar descubrimientos verificables y de generar conocimiento nuevo, más acorde con las realidades; hay que extender el acervo de los símbolos a ámbitos de objetos nuevos para los cuales antes no había símbolos adecuados, capaces de generar consenso en torno suyo. El método científico no es sino un medio para este fin.” (p. 374). Desde este punto de vista, transformar al método en un fetiche o hacer girar la teoría de la ciencia en torno a la teoría del método (la metodología) es “una equivocación fatal”.

“Las ciencias del hombre, de acuerdo con la peculiaridad del ámbito de su objeto, como también con la naturaleza de sus problemas, necesitan sus propios métodos de investigación.” (p. 374).

El autor rechaza la concepción que sostiene que las ciencias sociales deben seguir el método de la física, tal como proponen Popper y sus discípulos. Esta es una “pretensión monopólica es un anacronismo que proviene de una época en que la física, gracias a sus descubrimientos, atraía la atención y en la que la ciencia equivalía a la ciencia natural.” (p. 375).


A continuación, el autor aclara la cuestión que da título al artículo. En el siglo XVII (y, tal vez, en el XVIII) podía hablarse de ciencia en singular: se trataba de la física. En el siglo XX esto es un anacronismo. En la actualidad existen tres grandes áreas de ciencias: las ciencias físicas, las ciencias naturales y las ciencias sociales.

Hoy resulta pertinente la pregunta por las razones de la diversidad de las ciencias. Elias da aquí su respuesta, que se diferencia de la doctrina popperiana de ciencia.

“Para esclarecer las diferencias entre las ciencias resulta indispensable centrar la atención en las diferencias en la estructura de los objetos de conocimiento.” (p. 376). Esto se contrapone con la metafísica nominalista del círculo popperiano, cuyos representantes ignoran las diferencias de hecho que existen entre los objetos (por ejemplo, entre la estructura de los átomos y la de las sociedades humanas).

Hay que tener presente que existe una “gran evolución”, que va desde los átomos hasta los tejidos y más allá. [2] “Cuanto más se asciende en la escala evolutiva de los ámbitos de los objetos, tanto más disminuye la posibilidad de explicar suficientemente el funcionamiento y comportamiento de la unidad respectiva más altamente organizada a partir de las particularidades de sus unidades parciales investigadas por separado; tanto más se ven enfrentados los científicos a la tarea de explicarlas a partir de la organización de sus unidades parciales, es decir, de la configuración que constituyen entre ellas; a partir pues del modo en que se coordinan entre sí y en que dependen unas de otras.” (p. 378-379).

Popper presenta su teoría de la ciencia como derivada por día deductiva. Por eso no se propone en ningún momento “comprobar su modelo filosófico de la ciencia mediante la confrontación con la institución social de las ciencias mismas en proceso de desarrollo.” (p. 381). [Popper deja de lado la historia al momento de formular esa teoría de la ciencia. Este abandono de la historia es una de las bases de los defectos de la Concepción Heredada – Círculo de Viena + Popper.]

El modelo estándar de la gran evolución sirve para refutar el postulado de una ciencia universal y de un método universal del trabajo de la investigación científica. “Lo que se puede observa realmente es que el método de la investigación científica cambia de modo específico en relación con la diversidad de los campos que son su objeto y lo mismo ocurre con los problemas que se plantean.” (p. 383). En definitiva, “la investigación de ámbitos de objetos diversos implica diferencias en el método del procedimiento científico.” (p. 384).

El modelo estándar de gran evolución revela tres hechos importantes para la emancipación de la sociología [y de las demás ciencias sociales] de la tutela de los modelos de ciencia físicos y biológicos, así como para la autonomía relativa de las diversas áreas de la ciencia: a) el concepto de objeto de la teoría clásica del conocimiento resulta demasiado indiferenciado, pues objetos de distintos niveles de la evolución se distinguen entre sí de manera específica; b) figuras de niveles de evolución previos forman unidades parciales de los objetos de niveles de organización superiores; c) los objetos de un nivel de evolución y organización superior pueden ser conocidos mediante la investigación humana, pero nunca por completo por vía puramente analítica (el estudio de tales unidades parciales aisladas).

Ejemplo: “Las sociedades humanas no se componen sino de individuos singulares. Y, no obstante, para la investigación científica de las sociedades humanas no basta con el estudio del comportamiento y la experiencia de los individuos particulares en estado de aislamiento. Pues sin un conocimiento preciso de su integración como miembros de grupos, es decir, de su posición como miembros de una familia, de una tribu o de un Estado, su experiencia y su comportamiento como individuos particulares tampoco pueden ser suficientemente diagnosticados y explicados de manera científica.” (p. 386).

Elias concluye este punto afirmando que ni la sociología puede reducirse a la biología, ni la biología a la física.

El autor responde a la cuestión del prestigio de la física: “El alto prestigio de la física y de sus representantes no se basa en el método, sino en los descubrimientos de los físicos, en la solución convincente de problemas antes no resueltos, en una palabra, en sus múltiples aportes a la ampliación del conocimiento humano congruente con la realidad y, con por tanto, aplicable en la práctica.” (p. 387). Frente a esto, “una de las principales carencias de las ciencias humanas, pero en particular de la sociología, es precisamente esa capacidad de lograr descubrimientos comprobables y capaces de suscitar consensos, que muy frecuentemente tienen relevancia mucho más allá de los límites estrechos del área especializada.” (p. 388).

El método propuesto por Popper y sus discípulos parte del supuesto del investigador individual que construye de modo autosuficiente y completamente por sí solo la investigación. Elias parte de otro supuesto: cada científico es un eslabón “en la cadena de las generaciones científicas y, en un sentido más amplio, de las generaciones sociales. No inician su trabajo con la cabeza vacía, y sus hipótesis no las sacan del aire, al estilo de los magos. Tampoco comienzan con unas observaciones particulares para extraer de ellas unas leyes generales.” (p. 388-389). De este modo, ni la deducción ni la inducción juegan un papel relevante en la discusión sobre las ciencias, pues “todo investigador comienza su trabajo con una buena cantidad de conocimientos teóricos, empíricos y prácticos aprendidos de otros.” (p. 389).


El final del artículo está dedicado a la revisión de las teorías del conocimiento de Popper y sus partidarios, de los individualistas metodológicos. En especial, Elias aborda la cuestión de las premisas ontológicas de estas corrientes.

El autor opina que Popper es el último filósofo que procuró mantener la tradición de la metafísica trascendental, inaugurada por Descartes (1596-1650) y prolongada por Kant (1724-1804). Esta corriente se apoya en dos supuestos: 1) su objetivo es explicar “cómo puede un hombre – solamente a partir de su propio esfuerzo y sin remitirse a un conocimiento que ha aprendido de otros hombres, es decir, sin relación con el respectivo estado del desarrollo social del fondo de conocimiento común de los seres humanos, de manera totalmente aislada – adquirir un conocimiento del mundo que le corresponda, tal como éste es realmente.” (p. 394). En otras palabras, como el sujeto de conocimiento puede obtener por sí solo conocimiento de un objeto; 2) existe un tabique divisorio entre la imagen que forma una persona sobre los objetos, y los objetos mismos “fuera de ella”, tal como son “en sí”. “Atribuyeron al pensamiento o a la razón una legalidad propia, en cierto modo innata y en todo caso dada por naturaleza.” (p. 394).

Elias señala que ya en la Crítica de la razón pura (1781), Kant quedó atrapado en el solipsismo “yo sólo en este mundo”. La forma de escapar de la trampa es reconocer que cada uno de nosotres (este nosotres incluye a los científicos) aprendió de otras personas “las formas de las relaciones específicas de la conciencia, supuestamente dadas a priori, como los conceptos del lenguaje corriente en la sociedad. (…) Pero Kant estaba atado a una forma de pensar que lo inducía a tratar al hombre individual como un caso especial de una ley general. Es decir, visto de más cerca, lo trataba como un objeto natural, siguiendo el modelo de la física; de este modo, la conciencia individual constituía para él un caso especial de lo que llamaba «conciencia en general”. Para él, la razón individual, en realidad codeterminada por la experiencia y el conocimiento aprendido, estaba acuñada por la «razón pura» universal, proveniente de la naturaleza humana, cuya legalidad natural propia supuestamente antecedía a toda experiencia, a todo conocimiento aprendido.” (p. 396).

Popper sigue en la línea de Descartes y Kant, pero reemplazó el concepto cartesiano de pensamiento y el concepto kantiano de la razón por el de lógica. (p. 398).

Villa del Parque, domingo 29 de julio de 2018

NOTAS:
[1] Ver al final de este trabajo, donde Elias traza la relación entre la metafísica trascendental de Descartes y Kant, y la lógica de la investigación científica de Popper.
[2] Se trata de un modelo estándar de la gran evolución, que sirve de referencia a una teoría sociológica de las ciencias. Dicha evolución comprende los siguientes niveles, en orden ascendente: partículas subatómicas, átomos, moléculas simples y complejas, seres vivos unicelulares, seres vivos multicelulares, seres humanos. “Para una teoría de las ciencias resulta decisivo saber que, en el curso plenamente continuo de la evolución, el ascenso nunca previsible a un nivel respectivamente superior, es decir, a un nivel de integración más complejo y más diferenciado, lleva a nuevas estructuras y nuevos modos de funcionamiento.” (p. 382).

jueves, 18 de diciembre de 2014

MARX Y EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO

Las columna de Hércules...


Tradicionalmente, la filosofía de la ciencia se concentró en el campo de las ciencias naturales y descuidó a las ciencias sociales. Sin temor a equivocarse, puede afirmarse que las grandes filosofías de la ciencia del siglo XX (tanto el Círculo de Viena, el falsacionismo de Popper, la teoría de las revoluciones científicas de Kuhn, etc, etc.), dijeron poco y nada sobre las ciencias de la sociedad. No es este el lugar para dar cuenta de las razones del sesgo de la filosofía de la ciencia del siglo pasado. Creo preferible abordar otra cuestión, a mi juicio más importante: el tratamiento por los propios teóricos sociales del problema del conocimiento en ciencias sociales.

No constituye una novedad decir que todos los grandes exponentes de la teoría social moderna reflexionaron sobre el carácter y las condiciones del conocimiento de lo social. Si nos concentramos en los clásicos (entendiendo por tales a la Sociología Clásica y a Marx), observamos que, a la vez que construían los edificios contrapuestos de la sociología moderna y del marxismo, daban cuenta de los caminos para obtener conocimiento y de la validez del mismo. En otras palabras, la teoría social moderna se dio su propia “filosofía de la ciencia”. Sin entrar a discutir las razones de esto, es posible afirmar que, dado que las ciencias sociales se encontraron siempre en inferioridad de condiciones frente a las ciencias de la naturaleza, los teóricos sociales se vieron obligados a justificar a cada paso la validez de sus teorías de la sociedad, con el objeto de evitar que fueran consideradas meras opiniones (en el Río de la Plata diríamos “charlas de café”).

Dado que este blog mantiene una orientación marxista, dejaré por el momento de lado a los sociólogos clásicos (Comte, Spencer, Durkheim y Weber), y dedicaré este artículo a comentar brevemente la posición de Karl Marx respecto al problema del conocimiento. Para hacer esto recurriré al Libro Tercero de El Capital. Allí, casi al comienzo de la Sección Séptima (“Los réditos y sus fuentes”), encontramos la siguiente frase:

“…toda ciencia sería superflua si la forma de manifestación y la esencia de las cosas coincidiesen directamente” (p. 1041) (1)

En la expresión citada se encuentra contenida toda la riqueza del enfoque de Marx en el campo de la teoría del conocimiento de la sociedad. Para su plena comprensión es preciso efectuar algunas aclaraciones.

En primero lugar, el lenguaje marxista coquetea aquí con la filosofía hegeliana (la distinción entre forma y esencia, un tópico que arraiga en toda la tradición filosófica occidental). Ahora bien, no debe presuponerse la preeminencia de la esencia sobre la forma, es decir, que la esencia determina el contenido de algo y que la forma es simplemente una cáscara ocasional que contiene a esa esencia. Al contrario, el enfoque hegeliano supone que la forma tiene tanta importancia como la esencia o, mejor dicho, que ambas forman una totalidad inseparable (salvo para los fines analíticos). Dicho de otro modo, la esencia modifica a la forma, pero la segunda también lo propio con la primera. Por ejemplo, en la teoría marxista el Estado es concebido como un órgano de dominación al servicio de las clases que detentan el poder en cada sociedad. Esta es la esencia del Estado. En su forma capitalista, el Estado pone en un segundo plano la utilización de la violencia directa sobre las clases explotadas, y tiende a desarrollar regímenes democráticos. Si nos concentramos en la forma, da la impresión de que el Estado ha dejado de ser un órgano de dominación (y alguien puede llegar a marearse y pensar que se trata de un Estado que nos representa a todos); si nos concentramos en la esencia, se pierde lo específico del Estado capitalista, que es la construcción de un espacio de vigencia de las libertades formales y de la ciudadanía (espacio que garantiza mejor que una dictadura política la explotación capitalista). Es claro que si escindimos forma y esencia, o si postulamos la superioridad de un polo sobre otro, perdemos de vista lo específico del Estado capitalista.

En segundo lugar, el pasaje transcripto debe leerse en conexión con el tratamiento del fetichismo de la mercancía, elaborado en el capítulo 1 del Libro Primero de El Capital (2). Marx esboza allí su teoría de la cosificación de las relaciones sociales en el capitalismo. Según Marx, las categorías económicas (como el capital, el dinero, etc.), creación de los seres humanos en el curso de su actividad, se independizan de sus creadores y terminan por dominarlos. Así, las personas dejan de tener entidad propia y pasan a ser “portadoras” de las relaciones económicas. Por ejemplo, el empresario no es otra cosa que el portador individual de la lógica del capital. Estas relaciones cosificadas no son una ilusión que se disipa con la proclamación de la verdad por los filósofos o los militantes políticos, sino que constituyen la realidad misma del capitalismo; la ilusión, si se quiere seguir empleando el término, adquiere el carácter de realidad dura y concreta. Uno puede desgañitarse proclamando que el dinero es sólo un papel, pero la posesión o no de ese papel hace la diferencia entre comer o no comer. Según lo expuesto en la teoría del fetichismo de la mercancía, las relaciones sociales cosificadas funcionan como una apariencia real. Son apariencia y, a la vez, realidad. Pero se trata de una realidad aparente.

La ciencia no es nada más ni nada menos que la construcción del conocimiento de aquello que está detrás de esa realidad aparente. Si la realidad fuera evidente, si no existiera la distinción esbozada entre realidad aparente (apariencia) y realidad, la ciencia sería innecesaria. El capital constituye la tentativa más formidable jamás realizada para develar la realidad profunda que se encuentra detrás de las apariencias en la sociedad capitalista.  En este sentido, la insistencia de Marx acerca de la necesidad de seguir la “conexión interna” entre los fenómenos económicos no es otra cosa que la expresión de la insuficiencia del mundo de las apariencias (del mercado, del nivel de la circulación de mercancías) como elemento para comprender al capitalismo

La filosofía de la ciencia del siglo XX está llena de cuestionamientos al positivismo, entendido como un empirismo burdo que niega la existencia de un contexto teórico que modela nuestro conocimiento del mundo. Resulta cuanto menos “curioso” la poca importancia que dichos filósofos conceden a la crítica marxista del conocimiento, en la que se encuentran una serie de indicaciones brillantes para superar críticamente al empirismo o, expresado en términos afines a Marx, al viejo materialismo basado en los sentidos.

Villa del Parque, miércoles 17 de diciembre de 2014


NOTAS:

(1)  Marx, Karl. (2004). El capital. Libro tercero: El proceso global de la producción capitalista. México D. F.: Siglo XXI. (Traducción española de León Mames, con revisión y notas de Pedro Scaron).


(2)  Marx, Karl. (1996). El capital. Libro primero: El proceso de producción de capital. México D. F.: Siglo XXI. (Traducción española de Pedro Scaron).

domingo, 12 de enero de 2014

NOTAS PARA UNA CRÍTICA DEL EMPIRISMO: EL INDUCTIVISMO SEGÚN CHALMERS




Cualquiera sea la orientación ideológica que guíe la reflexión en el campo de la filosofía de la ciencia, la cuestión del empirismo es fundamental. Más allá de que sea imposible sostener hoy  una posición empirista al estilo del viejo positivismo, el empirismo, entendido como la aseveración de que el conocimiento científico (cualquier conocimiento en general) tiene que pasar por la prueba de la experiencia para mostrar su veracidad, sigue siendoel punto de partida correcto para encarar la producción de conocimiento.

A continuación van una serie de notas y comentarios al texto de Chalmers, ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? (1). La obra es un clásico entre los textos introductorios para los cursos de filosofía de la ciencia o de epistemología.

En estas notas me dediqué a los tres primeros capítulos de la obra, en los que se presenta la posición inductivista y el principio de inducción, para luego someter a discusión sus supuestos en el capítulo 3.

Chalmers resume la posición inductivista ingenua respecto a la ciencia:

“El conocimiento científico es conocimiento probado. Las teorías científicas se derivan, de algún modo riguroso, de los hechos de la experiencia adquiridos mediante la observación y la experimentación. La ciencia se basa en lo que podemos ver, oír, tocar, etc. Las opiniones y preferencias personales no tienen cabida en la ciencia. La ciencia es objetiva. El conocimiento científico es conocimiento fiable porque es conocimiento objetivamente probado.” (p. 11).

En resumidas cuentas, para el inductivista:

            “La experimentación [es] la fuente del conocimiento.” (p. 11).

La ciencia comienza con la observación. El conocimiento científico no es otra cosa que la elaboración de enunciados generales (leyes científicas) a partir de enunciados singulares (enunciados observacionales).

Para el inductivismo, el problema fundamental de la filosofía de la ciencia es:

“¿Por qué medios se pueden obtener de los enunciados singulares, que resultan de la observación, los enunciados generales que constituyen el conocimiento científico? (...) La respuesta inductivista es que, suponiendo que se den ciertas condiciones, es lícito generalizar, a partir de una lista finita de enunciados observacionales singulares, una ley universal.” (p. 14).

El pasaje de los enunciados singulares a los enunciados universales requiere de las siguientes condiciones:

1) El número de enunciados observacionales que constituyen la base de una generalización debe ser grande.

2) Las observaciones se deben repetir en una amplia variedad de condiciones.

3) Ningún enunciado observacional aceptado debe entrar en contradicción con la ley universal derivada.

El inductivismo se expresa en el principio de inducción:

“Si en una amplia variedad de condiciones se observa una gran cantidad de A y si todos los A observados poseen sin excepción la propiedad B, entonces todos los A tienen la propiedad B.” (p. 16).

Los inductivistas están convencidos del carácter lineal del progreso científico:

“El crecimiento de la ciencia es continuo, siempre hacia adelante y en ascenso, a medida que aumenta el fondo de datos observacionales.” (p. 16).

Puesto que nuestra capacidad de observación, ya sea por medio de los sentidos o de los instrumentos de medición, se desarrolla a través de la técnica, la cantidad de observaciones disponibles está en constante aumento. Esto nos permite formular cada vez más y mejores generalizaciones (leyes científicas). En el fondo de esta concepción subyace la idea de que los sentidos y los instrumentos son “neutrales”. En otras palabras, nuestras observaciones no están “contaminadas” por ningún prejuicio (o prenoción) previo.

La ciencia inductivista funciona así:
                          
a) El punto de partida son los hechos adquiridos a través de la inducción (enunciados observacionales – singulares).

b) Mediante el uso de la inducción, se pasa a la formulación de leyes y teorías (enunciados generales).

c) Por medio de la deducción, se derivan predicciones y explicaciones.

Todo es proceso es, siempre según el inductivismo, garantía de objetividad:

“La objetividad de la ciencia inductivista se deriva del hecho de que tanto la observación como el razonamiento son objetivos en sí mismos. (…) No se permite que se inmiscuya ningún elemento personal, subjetivo. (…) La fiabilidad de la ciencia se sigue de las afirmaciones del inductivista acerca de la observación y la inducción. Los enunciados observacionales que forman la base de la ciencia son seguros y fiables porque su verdad se puede determinar haciendo uso directo de los sentidos.” (p. 23-24).

En el capítulo 2, Chalmers presenta el problema de la inducción.

¿Cómo puede justificarse el principio de la inducción?

1) Apelando a la lógica. Una argumentación inductiva puede contener premisas verdaderas y conclusión falsa. Pero esto contradice la noción de razonamiento válido, que afirma que la validez de un razonamiento está dada porque su forma impide que pueda darse el caso de premisas verdaderas y conclusión falsa. Los razonamientos válidos se caracterizan, precisamente, por conservar la verdad de las premisas en la conclusión. Por tanto, la inducción no puede justificarse sobre bases lógicas.

2) Apelando a la experiencia. Sin embargo, y como lo demostró David Hume, utilizar la experiencia para justificar la inducción implica caer en una argumentación circular, puesto que se estaría justificando la inducción a partir de otra inducción (el principio de inducción funcionó en n casos, por tanto, está justificado), la que, a su vez, debería ser también justificada por medio de otra inducción.

Además de estos problemas, el principio de inducción tropieza con:

“La vaguedad y equivocidad de la exigencia de que se realice un «gran número de observaciones en una «amplia variedad» de circunstancias.” (p. 30).

Como no pueden recurrir ni a la lógica ni a la experiencia para justificar el principio de inducción, los inductivistas se refugian en el terreno de la probabilidad:

“Aunque no se puede garantizar que las generalizaciones a las que se ha llegado mediante inducciones lícitas sean perfectamente verdaderas, son probablemente verdaderas. (…) El conocimiento científico no es conocimiento probado, pero representa un conocimiento que es probablemente verdadero.” (p. 32).

De este modo, se construye una versión probabilista del principio de inducción:

“Si en una amplia variedad de condiciones se ha observado un gran número de A y si todos estos A observados poseen sin excepción la propiedad B, entonces probablemente todos los A poseen la propiedad B.” (p. 32).

Pero la probabilidad también conduce a un callejón sin salida. La teoría de la probabilidad postula que la probabilidad de cualquier enunciados universal que haga afirmaciones acerca del mundo es igual a 0, no importa el número de observaciones realizadas.

Hay, por tanto, tres respuestas al problema de la inducción:

1) Escepticismo frente a la ciencia. Hume llegó a la conclusión de que la ciencia no se puede justificar de un modo racional. (p. 35).

2) La evidencia del principio de inducción. Esto implica dejar de lado la experiencia y considerar que la inducción se justifica porque las cosas son así y no pueden ser de otra manera. Para Chalmers, es inaceptable, pues

“Lo que consideramos evidente depende y tiene demasiado que ver con nuestra educación, nuestros prejuicios y nuestra cultura para ser una base fiable de lo que es razonable.” (p. 35).

3) Negar que la ciencia se base en la inducción. Este fue el camino elegido por Popper.

El capítulo 3 está dedicado a la crítica del inductivismo, apoyándose en la tesis de que la observación depende de la teoría.

El inductivismo ingenuo se basa en dos supuestos acerca de la observación:

a) La ciencia comienza con la observación;

b) La observación proporciona una base segura a partir de la cual se puede derivar el conocimiento.

“La ciencia no comienza con los enunciados observacionales, porque una teoría de algún tiempo precede siempre a todos los enunciados observacionales, y los enunciados observacionales no constituyen una base firme de sobre la que puede descansar el conocimiento científico, porque son falibles. (…) Lo que ven los observadores, las experiencias subjetivas que tienen cuando ven un objeto, no está determinado únicamente por las imágenes formadas en sus retinas sino que depende también de la experiencia, el conocimiento, las expectativas y el estado interno del observador.” (p. 44).

El párrafo anterior no debe llevarnos a creer que Chalmers niega la realidad del mundo físico:

Yo acepto, y presupongo a través de todo este libro, que existe un solo y único mundo físico independiente de los observadores.” (p. 46).

El inductivismo rechaza la crítica anterior, afirmando que:

“La sólida base sobre la que se construyen las leyes y teorías que constituyen la ciencia está formada por enunciados observacionales públicos, y no por las experiencias subjetivas privadas de los observadores individuales.” (p. 46).

Pero Chalmers observa que los enunciados observacionales no son neutrales:

“Los enunciados observacionales se hacen siempre en el lenguaje de alguna teoría y serán tan precisos como lo sea el marco conceptual o teórico que utilizan (…) Las teorías precisas, claramente formuladas, constituyen un requisito previo de unos enunciados observacionales precisos. En este sentido, las teorías preceden a la observación.” (p. 48).

“Para establecer la validez de un enunciado observacional (...) es necesario apelar a la teoría y cuanto más firmemente se haya de establecer la validez, mayor será el conocimiento teórico que se emplee.” (p. 50).

La teoría guía la observación y la experimentación:

“Las observaciones y los experimentos se efectúan para comprobar o aclarar alguna teoría, y sólo se deben registrar las observaciones que se consideran relevantes para esa tarea.” (p. 54).

Para responder a las objeciones, se desarrolló un inductivismo sofisticado, que se establece una separación entre modo de descubrimiento (el modo en que se descubre y concibe por primera vez una teoría) y modo de justificación (el modo en que se justifica dicha teoría y, también, como se valoran sus méritos). De esta manera, el inductivismo puede prescindir de la afirmación que sostiene que la ciencia debe comenzar con la observación imparcial y sin prejuicios.

“El descubrimiento y la cuestión del origen de las nuevas teorías son materias que quedan excluidas de la filosofía de la ciencia.” (p. 55).

Para los inductivistas sofisticados, la pregunta es: los conocimientos obtenidos, ¿corresponden a un conocimiento científico lícito o no? (p. 55).

Frente a la postura del inductivismo sofisticado, Chalmers plantea que

“es esencial entender la ciencia como un conjunto de conocimientos que se desarrollan históricamente y que sólo se puede apreciar correctamente una teoría si se presta la debida atención a su contexto histórico.” (p. 56).

Villa del Parque, domingo 12 de enero de 2014

NOTAS:

(1) Utilicé la siguiente edición: Chalmers, Alan F. (2002). ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Buenos Aires: Siglo XXI. Traducción española de Eulalia Pérez Sedeño, Pilar López Máñez y José A. Padilla Villate.

lunes, 6 de enero de 2014

BACHELARD Y LA CRÍTICA DEL EMPIRISMO: LA FORMACIÓN DEL ESPÍRITU CIENTÍFICO (1938)




NOTA BIBLIOGRÁFICA:

En esta ficha utilicé la traducción española de José Babini (1897-1984): Bachelard, Gaston. (1988). [1° edición: 1938]. La formación del espíritu científico. México D. F.: Siglo XXI.


FICHA:

La obra (1), contemporánea del libro fundamental de Popper (Logik der Forschung, 1935), constituye una crítica feroz al “empirismo pasivo y registrador”, al que opone el “empirismo activo y pensado” (p. 114). En esta dirección, una de las tesis principales del libro establece la “supremacía del conocimiento abstracto y científico sobre el conocimiento teórico e intuitivo” (p. 125).

Bachelard se propone el estudio del “conocimiento empírico” (p. 17), “el conocimiento del mundo objetivo” (p. 26). Quedan afuera el “conocimiento matemático” (p. 17) y las ciencias sociales.

La obra tiene la siguiente estructura: en el capítulo 1 desarrolla el concepto de obstáculo epistemológico (retomado posteriormente por el sociólogo Pierre Bourdieu). En los capítulos siguientes describe distintos obstáculos epistemológicos (por ejemplo, la experiencia básica, el conocimiento general, etc.).

En las Palabras Preliminares (p. 7-9) esboza una periodización del desarrollo del “espíritu científico”:

a) Estado precientífico (Antigüedad clásica, Renacimiento, siglos XVI-XVIII.

b) Estado científico (Siglos XIX y comienzos del XX).

c) Nuevo espíritu científico: surge en 1905 con la teoría de la relatividad.

En un nivel más general, y fuera de “toda correspondencia histórica”, Bachelard explica que dicha periodización se corresponde al pasaje por tres estadios diferentes: “en su formación individual, un espíritu científico pasaría necesariamente por los tres estados siguientes” (p. 11):

a) Estado concreto: “el espíritu se recrea con las primeras imágenes del fenómeno” (p. 11).

b) Estado concreto – abstracto: experiencia más esquema geométrico. El espíritu adopta una abstracción “representada por una intuición sensible” (p. 11).

c) Estado abstracto: el espíritu rompe con la “intuición del espacio real”, la “experiencia inmediata” y la “realidad básica, siempre impura, siempre informe” (p. 11).

La noción de obstáculo epistemológico aparece en el capítulo I (p. 15-26). Bachelard no alude a “obstáculos externos”, ni a defectos de los sentidos o del espíritu humano. Se trata de obstáculos que forman parte del “acto mismo de conocer”. Son causas de inercia, de estancamiento. (p. 15).

El capítulo II (p. 27-65) trabaja la experiencia básica como obstáculo epistemológico.

“Es la experiencia colocada por delante y por encima de la crítica que, esta sí, es necesariamente un elemento integrante del espíritu científico” (p. 27).

En la experiencia básica “la crítica no ha obrado explícitamente”. Por tanto, “no puede ser un objeto seguro” (p. 27). Bachelard se opone aquí al sensualismo, a la concepción del dato “claro, limpio, seguro, constante” (p. 27).

Frente a esta forma de pensar la experiencia, opone la tesis de que “el espíritu científico debe formarse en contra de la Naturaleza” (p. 27) (2); “para que un hecho sea definido y precisado, es necesario un mínimo de interpretación” (p. 52).

Bachelard no se sirve del concepto de ideología. Sin embargo, véase la siguiente referencia a la Histoire Naturelle de Buffon:

“…las partes de la obra de Buffon donde el objeto no se indica naturalmente al observador, para reconocer la influencia de los conceptos científicos nucleados inconscientemente (…) los retratos de los animales bajo el signo de una falsa jerarquía biológica, están cargados con rasgos impuestos por la fantasía inconsciente del narrador. El león es el rey de los animales, porque conviene a un partidario del orden que todos los seres, aun las bestias, tengan un rey. El caballo sigue siendo noble en su servidumbre, porque Buffon, en sus funciones sociales, quiere seguir siendo un gran señor.” (p. 54).

Mientras que la ciencia premoderna sostenía la creencia en el saber absoluto,

“la doctrina filosófica que afirma la ciencia como esencialmente inacabada es de inspiración moderna. Y es también moderno, ese tipo de pensamiento en expectativa, de pensamiento que se desarrolla partiendo de hipótesis consideradas mucho tiempo como presuntas y que se mantienen siempre revocables.” (p. 57).

Bachelard enfatiza el papel de las experiencias del físico norteamericano Albert Michelson (1852-1931) en el origen del concepto de ciencia relativista, pues el fracaso de éste en mostrar la inamovilidad del éter obligó a las ciencias a modificar sus principios fundamentales. (p. 58).

El capítulo III (p. 66-86) está referido al conocimiento general como obstáculo epistemológico.

La filosofía tiene la “ciencia de la generalidad”:

“Esta ciencia de lo general, es siempre una detención de la experiencia, un fracaso del empirismo inventivo.” (p. 66).

En este punto realiza una referencia a las ciencias sociales, pues afirma que el esfuerzo por brindar definiciones preliminares es potente en la sociología del siglo XX. (p. 68).

El problema con el conocimiento general radica en que

“estas leyes generales bloquean actualmente al pensamiento. Pues ellas contestan en bloc, o mejor, ellas contestan sin que se las interrogue.” (p. 68).

“Cuanto más corto es el proceso de identificación tanto más pobre es de pensamiento experimental.” (p. 68).

“En el entorno de un conocimiento demasiado general, la zona de lo desconocido no se concreta en problemas precisos.” (p. 69).

En este capítulo, el autor hace algunas observaciones sobre la relación entre la matemática y la realidad:

“La matemática misma de los fenómenos está jerarquizada y no es siempre la primera forma matemática la buena, no es siempre la primera forma la que es verdaderamente formativa.” (p. 69).

Aborda luego la cuestión de las tablas (de grados o del método de las variaciones concomitantes), basadas en el registro automático de los datos de los sentidos. Bachelard argumenta que la tabla de presencia ignora las anomalías, las perturbaciones y la física contemporánea “trabaja casi únicamente en la zona de las perturbaciones” (p. 70).

“…la idea de tabla, que parece ser una de las ideas constitutivas del empirismo clásico, funda un conocimiento completamente estático que tarde o temprano traba a la investigación científica.” (p. 69-70).

El autor formula una crítica al empirismo de Bacon, a punto tal que llega a hablar de “la influencia nefasta del baconismo” (p. 71).

Ahora bien, en el capítulo 1 afirma que tanto la “atracción de lo singular” como la “atracción de lo universal” constituyen obstáculos epistemológicos. Entonces, cabe preguntarse cuál es la fuente del dinamismo del espíritu científico. La respuesta de Bachelard es la siguiente:

“La riqueza de un concepto científico se mide por su poder de deformación (…) Para poder englobar nuevas pruebas experimentales, será menester entonces deformar los conceptos primitivos, estudiar las condiciones de aplicación de esos conceptos y sobre todo incorporar las condiciones de aplicación de un concepto en el sentido mismo del concepto (…) carácter dominante del nuevo racionalismo que corresponde a una sólida unión entre la experiencia y la razón. La división clásica que separaba la teoría de sus aplicaciones ignoraba esta necesidad de incorporar las condiciones de aplicación en la esencia misma de la teoría.” (p. 73).

De este modo, los conceptos científicos son construidos,

“…el concepto científico que corresponde a un fenómeno particular es el agrupamiento de las aproximaciones sucesivas bien ordenadas.” (p. 73).

“…la ciencia realiza sus objetos, sin encontrarlos jamás hechos (…) Un concepto se ha tornado científico en la proporción en que se ha tornado técnico, en la medida en que es acompañado por una técnica de realización.” (p. 79).

Bachelard dice que se ubica entre realistas y nominalistas, entre positivistas y formalistas. En este punto, puede establecer una comparación con el caso de Marx, quien rechazaba al viejo materialismo y al viejo empirismo, y les oponía la filosofía de la praxis, donde el conocimiento es presentado como una producción.

Bachelard sintetiza el contenido de este capítulo en este pasaje:

“Un conocimiento que carezca de precisión, o mejor, un conocimiento que no esté dado con sus condiciones de determinación precisa no es un conocimiento científico. Un conocimiento general es casi fatalmente un conocimiento vago.” (p. 86).

El capítulo IV (p. 87-98) analiza un ejemplo de obstáculo epistemológico verbal: la esponja.

Este obstáculo consiste en:

“explicación verbal por referencia a un sustantivo cargado de epítetos, sustituto de una sustancia rica en poderes (…) una sola imagen, hasta una sola palabra, constituye toda la explicación.” (p. 87).

Aborda la cuestión del papel de las metáforas en la ciencia:

“Seducen a la razón. Son imágenes particulares y lejanas que insensiblemente se convierten en esquemas generales. Un psicoanálisis del conocimiento objetivo debe pues aplicarse a decolorar, sino a borrar, estas imágenes ingenuas. Cuando la abstracción haya pasado por ahí, ya habrá tiempo para ilustrar los esquemas racionales.” (p. 93).

Así como en el capítulo anterior realizó una crítica a Bacon, Bachelard enfila ahora sus armas contra Descartes, diciendo que “la duda general es más fácil que la duda particular.” (p. 94).

El capítulo V (p. 99-114) está dedicado al conocimiento unitario y pragmático como obstáculo epistemológico.

“…la ciencia contemporánea se instruye sobre sistemas aislados, sobre unidades parcelarias. Ella sabe mantener sistemas aislados.” (p. 108).

El pragmatismo es definido como:

“Todo pragmatismo, por el mero hecho de ser un pensamiento mutilado, lleva fatalmente a la exageración. El hombre no sabe limitar lo útil. Lo útil por su valorización, se capitaliza sin cesar.” (p. 109).

El capítulo VI (p. 115-153) presenta el sustancialismo de lo oculto, el sustancialismo de lo íntimo y el sustancialismo de la cualidad evidente. Todos ellos son obstáculos epistemológicos.

El capítulo VII (p. 154-175) está dedicado al psicoanálisis del realista.

El libro de Bachelard tiene dos defectos: 1) el lenguaje utilizado es confuso (espíritu, alma, psicoanálisis, etc.), en el sentido de que permiten un fácil deslizamiento al terreno del idealismo y del individualismo metodológico; 2) el punto de partida es el individuo (v.gr, el “espíritu científico”). La ciencia se desarrolla por medio de rupturas individuales. La idea de obstáculo epistemológico es fértil, pero debe ser desembarazada de connotaciones idealistas e individualistas.

Las limitaciones del punto de partida del autor se perciben en el análisis de las piedras preciosas que se halla en el capítulo VII. Allí se observa que Bachelard tiene dificultades para concebir al conocimiento científico como un fenómeno social. Prefiere, en cambio, pensarlo como un problema individual, que exige un psicoanálisis para eliminar los errores. Nótese que al abordar el problema de las piedras preciosas no hace una “sociología” del realista, sino un “psicoanálisis”.

Villa del Parque, lunes 6 de enero de 2014

NOTAS:

(1) Título original: La formation de l’esprit scientifique: Contribution à une psychoanalyse de la connosaince objective. La 1° edición fue publicada por Vrien en 1938.


(2) Afirma que “comprendemos la Naturaleza resistiéndole” (p. 27). Cfr. con el análisis del fetichismo de la mercancía por Marx. La economía política es ciencia en la medida en que se considera a las formas aparenciales como la realidad (naturalización de las mismas). Si, en cambio, se las toma como formas que ocultan las relaciones reales (como la expresión superficial de las mismas), las categorías de la economía política son un obstáculo epistemológico al conocimiento científico. El concepto de obstáculo epistemológico parece aplicable especialmente en las ciencias sociales.