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domingo, 31 de octubre de 2010

PEQUEÑA SERENATA HIPÓCRITA: CLARÍN SOBRE EL GOBIERNO DE CRISTINA FERNÁNDEZ

Eduardo Van der Kooy fue, alguna vez, un buen periodista. En una época ya ida se distinguió por su tratamiento de los temas, que iba más allá de las superficialidades que se estilan en la profesión en esta época. Eduardo Van der Kooy es hoy un publicista al servicio de un grupo económico. No nos corresponde hacer un juicio de valor sobre su persona, pues el alma de los mortales suele ser insondable. Pero si estamos en condiciones de decir que es una persona que demuestra un gran amor por el dinero y mucho desinterés por la búsqueda de la verdad.

Eduardo Van der Kooy se desempeña en la actualidad como editorialista político del diario CLARÍN. En calidad de tal es el encargado de escribir la columna política que aparecen en dicho diario los domingos. ¿Qué es un editorialista político? Alguien que debe realizar la ardua tarea de pensar cómo las personas tienen que interpretar los hechos que suceden a su alrededor, no vaya a darse el caso que estas mismas personas decidan forjarse una opinión propia sobre este mundo insensato. Es por ello que Eduardo Van der Kooy escribe esos editoriales. No se trata, por cierto, de un oficio demasiado exigente en los tiempos que corren, pues la mayor parte de las ideas que tiene que divulgar ya vienen cocinadas y predigeridas en la gerencia del multimedios CLARÍN. Nada queda librado al azar.

Eduardo Van der Kooy, en cumplimiento de sus funciones, escribió la columna política del día de la fecha del mencionado periódico, titulada "Los días que pueden venir sin Kirchner". Para ahorrarnos el trabajo de reproducir pasajes extensos de dicho texto, incluimos aquí el link desde donde se puede bajar el artículo completo: http://www.clarin.com/opinion/dias-pueden-venir-Kirchner_0_363563695.html

Eduardo Van der Kooy se enfrentó a un problema cuando comenzó a escribir la columna. Dado el enorme apoyo popular que recibió el kirchnerismo durante los funerales de Néstor Kirchner (1950-2010), no era posible arremeter directamente contra el gobierno de Cristina Fernández (n. 1953). Como todos sabemos, no hay nada que promueva más la mentira y la hipocresía que la masividad misma de los medios de comunicación. Eduardo Van der Kooy no puede expresar libremente lo que piensa del kirchnerismo y se ve obligado a apelar a una duplicidad digna de un cortesano renacentista.

Eduardo Van der Kooy resueve su problema apelando a la ambigüedad y a las medias palabras. En el fondo, sabe que tiene tiempo y que debe ir socavando lentamente el apoyo que recibió Cristina Fernández en estos días, evitando caer en la confrontación directa. Desde la muerte de Néstor Kirchner, CLARÍN parece haber decidido que la mejor estrategia consiste en bajar el nivel de confrontación e intentar presentar la imagen de un gobierno debilitado, para así arribar a una negociación. En el mediando plazo, 2011 mediante, CLARÍN aspira a volver a la situación anterior al comienzo de la ofensiva del kirchnerismo en favor de la Ley de Medios.

Tres son las movidas que nuestro ex periodista devenido en publicista realiza en el artículo que estamos analizando. En primer lugar, advierte en varias oportunidades sobre la carencia de un jefe del Partido Justicialista (PJ) luego del fallecimiento de Kirchner. Eduardo Van der Kooy hace alusión a la historia del PJ, a su necesidad de un liderazgo fuerte en todas las etapas de su historia, y concluye que "el peronismo no está habituado a funcionar, con cierto orden, sin la existencia de un jefe nítido. Kirchner era reconocido como tal." Por supuesto, Eduardo Van der Kooy se enfrenta a la cuestión de que la presidenta todavía sigue en funciones. Es por esto que establece una distinción entre el poder que tiene Cristina Fernández y la autoridad que tenía Néstor Kirchner. En pocas palabras, Cristina Fernández es una presidenta débil, sin la autoridad de su marido, que tiene que enfrentar a un PJ descabezado. Por supuesto, Eduardo Van der Kooy olvida el detalle de la magnitud de la movilización popular de los últimos días, la cual constituyó un gesto de apoyo al gobierno que no era esperado por ninguno de los integrantes de este. Pero un publicista no está para examinar detenidamente la realidad, sino para darle un formato más o menos periodístico a la línea que viene bajada desde los dueños de los medios.

En segundo lugar está la advertencia contra las tentaciones de "profundizar el modelo". Eduardo Van der Kooy sostiene que, puesto que Cristina Fernández es una presidenta débil, que tiene poder pero no autoridad y que carece de un partido que le responda sólidamente, tiene que evitar llevar adelante una política que continúe las iniciativas tomadas a partir de la derrota en las elecciones legislativas de 2009. En otras palabras, CLARÍN le dice a Cristina Fernández: a partir de ahora sólo les queda negociar, ya no pueden ir más adelante, carecen de la suficiente fuerza política para ello. Negocien, y tal vez nosotros estemos dispuestos a ceder algo. Así, al referirse a la afirmación de Aníbal Domingo Fernández (n. 1957), Jefe de Gabinete del Gobierno nacional, de que "la Presidenta está decidida a profundizar el modelo", Eduardo Van der Kooy responde que "si esas palabras tuvieran el mismo sentido que en su ocasión le dio Kirchner, no cabría esperar tiempos de tranquilidad y armonía en el país." Lisa y llanamente una advertencia. Cualquier semejanza con el "periodismo independiente" (o simplemente con el periodismo a secas) es mera casualidad. Ahora bien, el kirchnerismo no es un gobierno revolucionario. Tampoco ha llevado adelante un reformismo consecuente. Si ha impulsado algunas medidas (como la estatización de las AFJP y la Ley de Medios) que han generado el nerviosismo en vastos sectores de nuestra hipersensible clase dominante.

En Argentina, es la burguesía la clase social que tiene más desarrollada, por lejos, su conciencia de clase. Buena conocedora de la historia de nuestro país, sabe que tiene que cerrar el paso a cualquier intento de fortalecer el Estado y de que este se encuentre en buenas relaciones con los sindicatos. No se trata,. por cierto, de que los empresarios argentinos teman una revolución. Nada más alejado de esto. Pero su avidez por las ganancias es proverbial y no están dispuestos a ceder ni un peso en concepto de impuestos al Estado sin entablar una dura lucha. De esto se trata, en definitiva, el capitalismo. Es por eso que salen a marcarle la cancha a Cristina Fernández. La experiencia de la historia reciente de nuestro país muestra que no es una advertencia hueca. Basta recordar que en 2008 los empresarios del campo cortaron rutas y desabastecieron de alimentos a las ciudades para frenar un aumento de las retenciones a las importaciones.

Lo dicho en el párrafo anterior se conecta directamente con el tercer punto del artículo. Eduardo Van der Kooy se preocupa por indicar que el poder de Hugo Moyano (n. 1944), titular de la Confederación General del Trabajo (CGT) está debilitado. Así, escribe que "legisladores y gobernadores del PJ suponen que el protagonismo creciente de Moyano ensanchará la brecha con sectores sociales necesarios para el 2011". Con toda su enorme ambigüedad, el pasaje citado expresa una idea clara. Desde el punto de vista de los empresarios, Moyano tiene que ser reemplazado por alguien más proclive a la negociación, alguien que no salga con ideas raras como la participación en las ganancias de las empresas. Otra vez queda clara aquí la enorme avidez de ganancias de nuestros empresarios. Moyano no es ningún revolucionario y ha construido su poder con las mismas herramientas que casi todos los dirigentes sindicales. Pero molesta en tanto que, aceptando su papel de socio menor en el banquete de los empresarios, insiste en exigir siempre una tajada un poco mayor que la que le corresponde según los dueños del capital. Aquí no se trata de defender a Moyano, sino advertir sobre el verdadero interés de los empresarios, de los cuales CLARÍN hace de vocero a través del publicista Eduardo Van der Kooy. Los sindicalistas tienen que aceptar su rol subordinado, conformarse con los negocios que les tiran los empresarios y garantizar que la negrada (perdón, los trabajadores) no exija "demasiado". Ni hablar de eliminar la tercerización, la precarización, el sistema de ART y otras tantas herencias de la flexibilización laboral de los '90. Al empresariado no le molestan la patota sindical, la falta de democracia, la imposibilidad de presentar listas alternativas a las conducciones de los sindicatos. Ellos tienen claro que en la fábrica y en la oficina impera la dictadura de los dueños. Para ellos se trata, simplemente, de que los dirigentes sindicales no sean demasiado "codiciosos".

Para terminar. La preocupación por la pretendida "profundización del modelo" esconde, en definitiva, la preocupación por el creciente poder que tienen los sindicatos en un contexto marcado por una disminución de la tasa de desocupación, y por la aparición de una nueva militancia que no reconoce los "sacrosantos valores" del neoliberalismo. Además, tanto la ofensiva contra el monopolio de los dueños de los medios de comunicación como la sanción del matrimonio igualitario demostraron que las posiciones de las clases dominantes no son tan inexpugnables como había instalado el consenso neoliberal en los '90. Todo ello general preocupación entre todas "aquellas empresas a las que les interesa el país", y es por eso que quieren terminar cuanto antes con el kirchnerismo. No porque sea revolucionario, sino porque modificó los ejes de la discusión política en Argentina, corriéndolos de los límites corrientes en los '90. Para las clases dominantes se trata de construir un nuevo consenso, que impida "desbordes" y "tentaciones distribucionistas". Esa es la tarea de publicistas como Eduardo Van der Kooy.

Buenos Aires, domingo 31 de octubre de 2010

COMENTARIOS A "PREFACIO: TEORÍA CRÍTICA Y SIGNIFICADO DE LA ESPERANZA", DE PETER MCLAREN

El texto que comentamos sirve de introducción a una compilación de artículos de Henry Armand Giroux (n. 1943), Los profesores como intelectuales [1º edición: 1988] (Barcelona, Paidós, 1987). (1).

Peter McLaren (n. 1948) esboza una especie de sinopsis de la trayectoria intelectual de Giroux, que incluye tanto las obras principales de este autor como también los principales autores que ejercieron influencia sobre su obra.

Para organizar estas notas voy a dividirlas en dos apartados: a) consideraciones generales sobre el conjunto de la obra de Giroux; b) periodización de dicha obra, distinguiendo entre un primer período influido por el marxismo y las teorías de la reproducción social, y una segunda etapa marcada por el influjo de las teorías de los estudios culturales.

A] CARACTERIZACIÓN DE LA OBRA DE GIROUX.

Ante todo, McLaren comienza abriendo el paraguas, "lo que sigue no es sino un ensayo sumamente modero para esclarecer algunos aspectos generales de la obra de Giroux" (p. 11).

Dos características dan el tono a la producción teórica de Giroux, que van más allá de sus afirmaciones puntuales sobre tal o cual cuestión: 1) Giroux se rehúsa a cristalizar una versión canónica de su teoría. McLaren lo expresa así: "su constante alejamiento de los rígidos parámetros de la certeza doctrinaria. Su rechazo a permitir que su obra se convierta en tributaria de cualquier forma de ortodoxia (...) sus esfuerzos por fecundar sus ideas con puntos de vista procedentes de otros ámbitos teóricos han provocado un ininterrumpido refinamiento de sus intereses intelectuales y políticos y, en último término, un punto de vista renovado e integrado." (p. 21). "...resulta especialmente difícil situar la obra de Giroux dentro de una escuela concreta de pensamiento, por la sencilla razón de que raramente toca el mismo tema sin redimensionar sus límites y enriquecerlo con nuevos matices y puntos de vista." (p. 21); 2) su "pasión por la justicia y la igualdad", su apasionamiento que choca con las virtudes de "distanciamiento" y "tranquilidad" propugnados por los académicos. Según McLaren, esta características proviene de sus experiencias juveniles en el barrio obrero de Rhode Island en que se crió. Sólo gracias a una beca para jugar básquet pudo ingresar en la Universidad.

B] PERIODIZACIÓN DE LA OBRA DE GIROUX.

McLaren sostiene que pueden distinguirse dos grandes etapas en la producción teórica de Giroux, a saber:

a) Sus ensayos sobre clase social e instrucción escolar, escritos a finales de la década del '70. Se advierte en ellos la influencia de William Pinar, Jean Anyon y Michael Apple (n. 1942). En un primer momento, Giroux fue tributario de un cierto determinismo causal y de un marxismo economicista; luego, su perspectiva se tornó más compleja al recibir la influencia de la nueva sociología del conocimiento, a través de autores como Michael Young (1915-2002) y Basil Bernstein (1924-2000); las obras de Raymond Williams (1921-1988); los trabajos sobre subculturas juveniles de Stuart Hall (n. 1932), Richard Johnson, Paul Willis y otros miembros del Center for Contemporary Cultural Studies de la Universidad de Birmingham; sus lecturas de Antonio Gramsci(1891-1937), Paulo Freire (1921-1997), los autores de la escuela de Frankfurt. Las obras clave del período son Ideology, Culture and the Process of Schooling (Filadelfia, 1981), y Theory and Resistance in Education (1983).

Giroux partió de una posición reproductivista (la educación capitalista tiene que reproducir las condiciones materiales y morales de la sociedad capitalista), que fue modificando en la medida en que comenzó a familiarizarse con los estudios culturales: "el concepto de cultura tuvo que politizarse para salir del estrecho campo de categorías como el arte, la poesía, el teatro y la literatura, y el refundirse teóricamente como ámbito de contestación ideológica y material. Esta reformulación de la cultura contribuyó también a que Giroux rechazase el punto de vista marxista clásico, que contemplaba la cultura como un simple reflejo de la base económica (...) Los intentos de establecer una correspondencia cuasi especular entre la economía y el currículo fallaron, en opinión de Giroux, al no poder explicar la asimilación de diversos elementos culturales e ideológicos en nuestras escuelas y en la sociedad en general." (p.16).

En Theory and Resistance impugnó la concepción de la reproducción social y cultural propuesta por Samuel Bowles (n. 1939) y Herbert Gintis (n. 1940) en Schooling in Capitalist America (1976). Las escuelas son algo más que simples lugares de reproducción social y cultural; las escuelas no se definen exclusivamente ni por la lógica de la dominación ni por la del capital; los profesores son algo más que simples peones de la clase dominante. Cultura, poder e ideología actúan de formas variadas para formar tanto las subjetividades de los estudiantes como para mantener la separación jerárquica entre grupos dominantes y grupos subordinados. Los individuos no son: a) ni reflejos de una naturaleza humana y ahistórica; b) ni víctimas pasivas atrapadas en la red de las formaciones ideológicas (como sostenía Louis Althusser). Por el contrario, "son capaces de utilizar el conocimiento crítico para alterar el curso de los acontecimientos históricos. Para Giroux, los individuos son al mismo tiempo productores y producto de la historia." (p. 17).

La incomprensión del concepto de cultura en la doctrina marxista tradicional impide "una comprensión clara de cómo se produce, se vehicula [sic], se legitima y se recusa el sentido en las escuelas y en otras instituciones educativas." (p. 17). Si bien la esfera económica y las relaciones de producción son importantes, el eje del análisis debe pasar por los conceptos de cultura y poder para explicar las estructuras históricas de dominación y lucha (p. 17). La Pedagogía Crítica se convierte en consejera de la Desesperanza y se deja de lado o se subestima la lucha antihegemónica en el campo de la cultura escolar (p. 17).

b) Su interés por el tema de la acción y la resistencia estudiantil caracteriza la segunda etapa de la producción teórica de Giroux, que se inicia a comienzos de la década del '80. Recibe la influencia de Stanley Aronovitz (n. 1933), Anthony Giddens (n. 1938) y Paul Willis (etnógrafo, autor de Learning to Labour).

Los educadores críticos tienen que centrar su atención en el proceso de resistencia que se verifica en las escuelas: "existen espacios y tensiones dentro de las situaciones escolares que ofrecen a los estudiantes la posibilidad de resistencia. Reconociendo la primacía del capital y de las desiguales relaciones de poder como elementos determinantes de la opresión, Giroux insiste en que aquéllos no eliminan completamente la posibilidad de contestación ni la lucha que transforma las situaciones." (p. 17). En esta concepción, las escuelas son concebidas como "lugares de la lucha y de posibilidad" (p.18), no como máquinas reproductoras. "La categoría de resistencia no pretende servir de simple complemento a la insistencia mecáncia en la reproducción social y cultural, sino que representa una reconstrucción teórica de cómo están situadas, investidas y construidas las subjetividades como parte del complejo mundo de la regulación moral y política." (p. 18).

Giroux desarrolla un concepto propio de ideología, muy diferente al de Louis Althusser (1918-1990) en "Ideología y aparatos ideológicos del Estado". Así, la ideología es pensada como "una movilización de sentido cuyos efectos pueden verse en la manera en que los individuos van clasificándose a través de las contradicciones y complejidades de la vida de cada día. (...) es (...) una forma de experiencia, construida como tal activamente y perteneciente en lo fundamental al orden de lo vivencial, que está en conexión con los modos en que se entrecruzan sentido y poder en el mundo social. La ideología se deja traslucir por medio de imágenes, gestos y expresiones lingüísticas, relacionadas no sólo con cómo y qué se piensa, sino también con cómo y qué se siente y se desea." (p. 18). De este modo se puede comprender el papel de la ideología en la producción de subjetividades dentro de los dominios privado y público. La experiencia encierra posibilidades transformadoras: los profesores tienen que lograr que el conocimiento del aula sea relevante para los estudiantes, para ligarlo así con su experiencia vital. Los profesores tienen que lograr que la experiencia de los estudiante se se convierta en algo relevante y crítico (p. 19). El conocimiento y la experiencia tienen que ser emancipadores, permitiendo que los estudiantes desarrollen la imaginación social y el coraje cívico para intervenir en su autoformación. (p. 19).

Junto a Stanley Aronovitz, Giroux desarrolló el concepto de escuela como "esfera pública democrática" (p. 19). (2). El argumento es el siguiente: 1) las escuelas, como las organizaciones políticas, las iglesias y los movimientos sociales, promueven la instautación de los principios democráticos y de prácticas sociales por medio del debate, el diálogo y el intercambio de opiniones. (p. 19); 2) la democracia se define en el nivel de las formaciones sociales, comunidades políticas y prácticas sociales que son reguladas por los principios de justicia social, igualdad y diversidad. (p. 19). La tarea de los educadores críticos consiste en formular un "lenguaje público para educadores" que permita reconstruir la vida pública en función de la lucha colectiva y del interés social. (p. 20). (3).

En Education Under Siege (escrito en colaboración con Aronovitz; 1985) Giroux comienza a apropiarse de la obra de Michel Foucault, sobre todo de la concepción del conocimiento como poder. Giroux modifica la concepción tradicional de intelectual. El conocimiento deja de ser pensado como algo objetivo y neutral, y es incorporado a las relaciones de poder, que producen tanto el poder mismo como los individuos que se benefician con él. Los grupos dominantes convierten determinadas formas de conocimiento en "regímenes de verdad". Los docentes tienen que discutir dichos regímenes. ¿De qué manera? Asumiendo un rol de intelectuales transformativos (4), que emprenden una práctica de transformación arremetiendo contra los conocimientos "neutrales" (p. 20). El intelectual deja de ser sinónimo de individuo elitista, excéntrico y dedicado a la manipulación de ideas. (p. 20). Rechaza, por tanto, la neutralidad del científico defendida por el mundo académico; al contrario, Giroux ve a su obra como un proyecto político en marcha. (p. 21). Niega, por tanto, la distinción entre el rol de intelectual público y el del profesor universitario. (p. 21).

Finalmente, McLaren describe así la concepción que tiene Giroux de la pedagogía: "la pedagogía es sobre todo una praxis política y ética, así como una construcción condicionada social e históricamente; la pedagogía no debe limitar su campo de acción a las aulas, sino que está comprometida en todas aquellas estructuras que pretenden influir en la producción y construcción de significado, es decir, en el modo en que se producen y en el tipo de conocimiento y de identidades sociales producidas dentro de un medio de conjuntos particulares de relaciones sociales. La pedagogía no tiene que ver únicamente con las prácticas de la enseñanza, sino que implica también un reconocimiento de la política cultural que sirve de soporte a tales prácticas." (p. 122).

De un modo muy discreto, McLaren apunta algunas diferencias teóricas con Giroux: "hay en ellos [en los escritos de Giroux] puntos sobre los que se puede y se debería suscitar un debate, para impugnarlos si el caso lo requiere, como exigencia de todo proceso permanente de diálogo." (p. 12-13); "el hecho de que Giroux no haya eliminado [de los escritos reunidos en el volumen al que pertenece el texto de McLaren que estamos comentando] algunas incoherencia, en modo alguno les resta importancia como desafío para profesores e investigadores que tratan de comprender las complejas interacciones entre la enseñanza, la construcción de la identidad, el desarrollo de las relaciones sociales democráticas y el desafío de la transformación social." (p.22). Pero no ahonda en este terreno.

Buenos Aires, domingo 31 de octubre de 2010

NOTAS:

(1) El texto de McLaren se encuentra en las páginas 11-24 de dicha obra. Hay que decir que Giroux y McLaren forman parte de la denominada Pedagogía Crítica, y que McLaren es amigo de Giroux.
(2) En la obra Education Under Siege (1985).
(3) El lenguaje no sólo refleja la realidad social, sino que también es constitutivo de lo real. (p. 20).
(4) El concepto de intelectual transformativo fue utilizado por primera vez por Aronovitz y Giroux en Education Under Siege (1985).

jueves, 28 de octubre de 2010

NÉSTOR KIRCHNER (1950-2010)

El 27 de octubre falleció el ex presidente Néstor Kirchner (1950-2010). En esta nota me propongo hacer una serie de consideraciones sobre el papel que jugó en la política argentina, así como también acerca del contenido del denominado kirchnerismo.

En primer lugar, resulta sencillo y previsible afirmar que el kirchnerismo, que accedió al gobierno en 2003 más por obra del azar que de las propios méritos, se mostró incapaz para modificar sustancialmente la estructura del poder en la Argentina. La dictadura militar de 1976-1983, las sucesivas "agachadas" del alfonsinismo y la década neoliberal e individualista del menemismo, construyeron un mapa del poder con límites bien definidos e infranqueables. Así, por ejemplo, en la Argentina democrática se pueden discutir y aprobar el divorcio y el matrimonio igualitario, pero resulta imposible siquiera pensar en eliminar la precarización y la flexibilización laborales, el trabajo esclavo en los talleres textiles, imponerles impuestos a los empresarios del campo, etc., etc. La caída del gobierno de Fernando De la Rúa (n. 1937) en diciembre de 2001 abrió grietas en la estructura de poder, pero esta demostró rápidamente su capacidad de resistencia. En resumen, a partir de 1976, los trabajadores y demás sectores populares pudieron ganar algunos partidos, pero el campeonato quedó siempre en manos del mismo equipo.

En este contexto, y ungido por el presidente no electo en las urnas Eduardo Alberto Duhalde (n. 1941), Néstor Kirchner su período presidencial en 2003. Toda su presidencia fue un proceso de construcción de una estructura de poder propia, que le permitiera independizarse de la tutela del duhaldismo y los demás sectores del peronismo que lo habían llevado a la presidencia. Para ello, Kirchner tomó nota de las crisis experimentada por el neoliberalismo en Argentina en 2001-2002, y decidió que su gobierno se diferenciaría, desde lo discursivo, de sus predecesores. La adopción formal de los Derechos Humanos (léase reiniciación de los juzgamientos a los genocidas de la dictadura), su rechazo del neoliberalismo y su negativa a reprimir a las movilizaciones populares, fueron los instrumentos que utilizó para diferenciarse. En este sentido, puede decirse que el mayor mérito de Néstor Kirchner consistió en haber comprendido que en la Argentina post 2001 era imposible seguir gobernando como en los '90. El ascenso de su popularidad y el triunfo de Cristina Fernández (n. 1953) en las elecciones presidenciales de 2007 fueron los frutos de esta política.

Néstor Kirchner no puede ser considerado un revolucionario. Su reformismo era muy tibio y siempre estaba subordinado a su objetivo principal, que era la conservación del gobierno. Su política económica no era neoliberal, pero no iba más allá de un keynesianismo moderado. Durante su presidencia, llevó adelante una construcción política que privilegiaba la "mesa chica" por sobre la construcción de una militancia y la movilización popular. Pero, así y todo, su opción por este reformismo era consecuente y no se quedaba en las palabras. Néstor Kirchner, a diferencia del resto de los políticos de los partidos mayoritarios, comprendió que sólo a través de los hechos podría hacerse un lugar en la política argentina.

La victoria de Cristiana Fernández en las elecciones de 2007 fue el espaldarazo que consolidó el poder que había ido construyendo Néstor Kirchner en 2003-2007. Siendo considerado como un cuasi advenedizo al comienzo de su presidencia, puesto que no era uno de los "niños mimados" ni del empresariado ni de los formadores de opinión pública, Kirchner consiguió despegarse del duhaldismo y cultivar una imagen progresista. Es cierto que no modificó las relaciones laborales instauradas en los '90 vía flexibilización, que los sojeros y demás empresarios ganaron fortunas bajo su gobierno y que su política de pago en efectivo de la deuda externa le habían evitado conflictos con los organismos financieros internacionales. Pero, y en esto Kirchner se distinguió de los demás presidentes constitucionales del período iniciado en 1983, mostró una habilidad excepcional para captar el hartazgo de gran parte de la población con las políticas y los modos del neoliberalismo.

En un país en que la izquierda era casi mala palabra antes de 2001, Néstor Kirchner apostó a reivindicar discursivamente las banderas de transformación social enarboladas en los '70 y a transformar a las Madres de Plaza de Mayo en un símbolo de su gobierno. En este sentido, el gesto de bajar el retrato del dictador Jorge Rafael Videla (n. 1925) ejemplifica a la perfección esta característica del kirchnerismo.

Es cierto que en la coyuntura económica de 2003-2007, Kirchner no tuvo que enfrascarse en ninguna confrontación con los actores económicos sociales de peso. Sus gestos progresistas no perjudicaban las ganancias de los empresarios, por más que estos últimos no se sintieran del todo cómodos con el discurso presidencial. Hacia 2007 parecía que Kirchner había conseguido cierta autonomía en lo que respecta a los ya mencionados límites que el capital había impuesto a la política argentina desde 1983.

La larga lucha con el empresariado del campo en 2008 (motivada por el intento de hacer aprobar por el Congreso la Resolución 125, que facultaba al gobierno a establecer aranceles móviles a las exportaciones de productos agrícolas) mostró a las claras la fragilidad de la construcción política del kirchnerismo y la vigencia de dichos límites de la actividad política. Kirchner se había lanzado a una empresa que creía sencilla y fracasó estrepitosamente, a tal punto que el gobierno de su esposa parecía condenado a un final adelantado. La derrota en las elecciones legislativas del año siguiente pareció confirmar que el kirchnerismo había entrado en decadencia.

Aquí corresponde decir que, frente a la crisis gravísima en que se hallaba el gobierno de Cristina Fernández, Néstor Kirchner desplegó las cualidades que lo diferenciaban del resto de los políticos argentinos. Otro en su lugar habría pactado con los empresarios agrarios y se habría retornado poco a poco a una política económica neoliberal. Sin embargo, batido en la lucha en torno a la 125 y derrotado en las elecciones legislativas de 2009, logró recuperar la iniciativa política apelando a un discurso y a una serie de iniciativas políticas sin precedentes en la Argentina post 1983. No se trata de que Néstor Kirchner se haya convertido en un revolucionario, pero su afán por conservar el poder (y su convicción de que los poderosos del campo jamás le iban a perdonar su intentos de cobrarles más impuestos a través de la 125) lo obligó a traspasar ciertos límites que parecían infranqueables para el político argentino promedio.

En el 2008 se esperaba que el kirchnerismo, luego del voto "no positivo" del inefable Julio César Cleto Cobos (n. 1955), buscara un compromiso con las fuerzas que lo habían derrotado. Sin embargo, y esto es mérito de Néstor Kirchner, el gobierno se radicalizó, tanto en el lenguaje como en algunas de las medidas adoptadas. Con lucidez, Kirchner comprendió que "le habían bajado el pulgar", y que su única esperanza de conservar el gobierno era pasar al ataque. Así, logró superar la "ofensiva destituyente" liderada por los empresarios de la Mesa de Enlace y retomar el control de la política argentina. A este respecto, la discusión acerca de si Kirchner era "izquierdista", "progresista" o meramente oportunista, carece de sentido político. Néstor Kirchner era un personaje complejo con una enorme ambición de poder. No obstante esto, fue precisamente este político quien impulsó un proceso que, con todas sus contradicciones, llego a "poner nerviosos" a algunos de los pilares de la estructura del poder en la Argentina.

Ley de Medios y enfrentamiento con el grupo Clarín, eliminación del sistema de AFJP, asignación universal por hijo, ley de matrimonio igualitario, fueron algunas de las iniciativas que obligaron a discutir cuestiones que habían quedado fuera del debate político en el periodo anterior. Por otra parte, la construcción de una militancia propia a partir de la derrota de la 125, obligó a Kirchner a radicalizar aún más su discurso. Sobre el final de su vida, y con grandes vacilaciones, Néstor Kirchner comprendió que sólo mediante la movilización popular podía garantizar su permanencia en el poder.

Néstor Kirchner ha muerto. Es muy pronto para hacer conjeturas acerca de la suerte de su proyecto político, encarnado ahora en Cristina Fernández. Sin embargo, podemos adelantar una opinión, que tendrá que pasar la prueba de los hechos. Cualquier intento de retorno a las políticas económicas neoliberales y a la "mano dura" contra las movilizaciones populares, tropezará con una gran resistencia. Más allá de sus intenciones, más allá de su ideología, Néstor Kirchner marcó un antes y un después en la política argentina, sobre todo porque trajo al debate algunas cuestiones fundamentales de las que estaba prohibido hablar y también porque mostró que los límites impuestos a la política podían llegar a ser atravesados. No es poca cosa, por cierto. Fue, en todo sentido, el político más notable desde la restauración del régimen democrático en 1983. Como suele suceder, los procesos históricos terminan por transfigurar a sus propios protagonistas.

Buenos Aires, jueves 28 de octubre de 2010










martes, 26 de octubre de 2010

UNA MISA POR EL "DIÁLOGO": JORGE TRIACA IN MEMORIAM

Se hace tan difícil mantener la serenidad al escribir, cuando la hipocresía es tan evidente que sólo la indignación es refugio para mantener la cordura...

Los hechos. El viernes 22 de octubre se celebró una misa en memoria del ciudadano Jorge Triaca (1930?-2008) en la Catedral de Buenos Aires, oficiada por el ciudadano Jorge Mario Bergoglio (n. 1936), quien en sus ratos de ocio se desempeña como arzobispo de Buenos Aires. Del simpático evento participaron numerosos sindicalistas y ciudadano Héctor Méndez, titular de la UIA (Unión Industrial Argentina), así como también algunas figurillas del mundo político y aledaños. Durante la misa, Bergoglio afirmó que "estamos en tiempos en que la crispación campea la conducta de los hombres. Necesitamos humildad, mansedumbre, paciencia (...) Jorge no se cansaba de escuchar, de componer. Su objetivo era siempre consensuar." "Jesús nos enseña la virtud de saber escuchar. Y si uno no está de acuerdo, decírselo, pero sin llegar a los gritos o a los insultos."

El empresario Méndez, por su parte, sostuvo que "Jorge fue un hombre de diálogo, y estoy convencido de que ese es el único camino, en tiempos en los que parece que vamos para el lado contrario".

Ahora bien, ¿Quién era el finado, este santo varón bendecido con la posesión de tantas virtudes?

Un resumen muy breve arroja lo siguiente. Jorge Triaca sí sabía escuchar, pero siempre a los empresarios y nunca a los trabajadores. Durante la dictadura militar de 1976-1983 fue el máximo exponente de la llamada CGT Azopardo, la entidad gremial más proclive al "diálogo" (casi escribo "colaboración") con la humanitaria dictadura, que se estaba encargando de mandar al reino de dios a las almas de miles de trabajadores que no habían entendido todavía las virtudes del diálogo y del consenso. Dirigente del sindicato de los trabajadores del plástico, fue proverbial su habilidad para los negocios, a punto tal que se hacía muy difícil establecer si era un sindicalista devenido empresario o un empresario con algunas veleidades sindicalistas. Jorge había entendido en la dura escuela de la dictadura que el dinero es la puerta que abre todos los diálogos y que la compañía de los empresarios era mucho más redituable que la de los trabajadores. Mucho antes de que la década del '90 nos regalara una multitud de sindicalistas orgullosos de su faceta empresaria, Triaca había marcado el contenido del verdadero diálogo entre el capital y el trabajo: a cambio de dinero, prebendas y el reconocimiento de los dueños del capital, los sindicalistas como Triaca se comprometían a facilitar la implementación de las medidas de flexibilización laboral requeridas por los economistas neoliberales. Desocupación, subocupación, precarización y tercerización fueron los resultados de la estrategia impulsada por economistas neoliberales, empresarios a quienes les interesaba el país y sindicalistas urgidos por hacer dinero fácil. Uso de patotas para amedrentar a opositores, connivencia con la patronal, los gobiernos y los jueces, ataques furiosos contra toda forma de democracia sindical fueron las constantes del accionar de los sindicalistas como Jorge. En la década menemista Jorge coronó su larga carrera de servicios al capital al desempeñarse como ministro de Trabajo (1989-1992) del presidente ciudadano Carlos Saúl Menem (n. 1930), período en el que se implementaron al máximo las políticas de flexibilización, mientras la desocupación y la actuación de sindicalistas que habían aprendido en la escuela de Jorge debilitaban cualquier intento de reacción obrera.

Este es, pues, el hombre del que se alaba su capacidad de diálogo, su habilidad para componer posiciones sin llegar al insultos. En verdad, los ciudadanos Bergoglio y Méndez dijeron mucho más de lo que pretendían. ¿Qué significa políticamente este elogio del diálogo, formulado dos días después del asesinato de Marcelo Ferreyra a manos de la patota de la Unión Ferroviaria? Significa que los empresarios, avalados por la Iglesia, plantean que los sindicatos deben subordinarse plenamente a los intereses del capital, tal como hizo toda su vida Triaca. Lisa y llanamente eso. Si los sindicalistas quieren una mayor cuota de poder, que se conviertan en empresarios. Este es el único "diálogo" posible según los empresarios y el señor ciudadano arzobispo Bergoglio. Todo expresado, como no podía ser de otra manera, en un lenguaje timorato e hipócrita, como no podía ser menos tratándose de tan virtuosos personajes.

Nos guste o no, estos son los límites reales de la política en Argentina. Trascenderlos, ir más allá para plantear otras cuestiones mucho más interesantes para los sectores populares, implica organizarse y prepararse para luchar contra los defensores del diálogo. Así sea, pues Jorge nos ha enseñado cabalmente cómo no debe actuar un militante obrero. Amén.

Buenos Aires, miércoles 27 de octubre de 2010

NOTAS:

La información de la misa celebrada en la catedral de Buenos Aires está tomada de LA NACIÓN, edición del sábado 23 de octubre de 2010.



domingo, 24 de octubre de 2010

SINDICALISTAS VIOLENTOS Y EMPRESARIOS PACIFISTAS

En el puesto de diarios de la esquina la revista NOTICIAS grita desde la tapa "El poder violento" (1). Foto de Hugo Moyano, secretario general de la CGT, quien hace una semana promovió desde un acto en la cancha de River el proyecto de ley de participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas. Debajo de la foto, una líneas haciendo alusión a las patotas sindicales y al estilo violento de Moyano. Por último, una pregunta: ¿Se puede gobernar con este hombre?...

Me alejo caminando en la mañana y pienso. El sol de la primavera invita a meditar en la bondad de las personas que habitan este país tan bendecido en recursos naturales y en personas amantes del prójimo. El miércoles pasado Mariano Ferreyra fue asesinado por una patota de la Unión Ferroviaria. A continuación, periodistas valientes, políticos preocupados por el bien común, conductores de televisión íntegros, salieron en defensa de los desvalidos frente al ataque de los "violentos". En estos días he visto a "toda la gente buena" comprometerse a fondo en la lucha contra la intolerancia y la prepotencia. "Somos un país civilizado, estas cosas no deben ocurrir más". "Los sindicalistas son patoteros que no entienden la convivencia civilizada". "¿Para qué necesitamos de estos sindicalistas que, con sus prácticas violentas, generan un clima desfavorable a la inversión de los capitales que hacen grande al país?". Etc.

El tiempo es oro y no resulta saludable el pensar demasiado, pues esto altera las funciones intestinales. El Mal es el sindicalismo y el Bien está encarnado en todos los hombres de buena voluntad que habitan el suelo argentino, incluyendo a políticos preocupados por el bien común y a empresarios generosos. La solución es simple. Nada de complejidades. El Bien vence al Mal. Los empresarios generosos tienen que tener las manos libres para poner en su lugar a los sindicalistas patoteros. Los políticos preocupados por el bien común se ocuparán de liberar a los empresarios de la pesada carga de los sindicalistas. Parafraseando el titular de NOTICIAS: no se puede gobernar con los "violentos".

Todo es tan sencillo...

Encuentro a Wilson, el sociólogo uruguayo, enojado y mal dormido. Sin saludarme, me lanza esta frase a la cara: "Lenin decía que en política es más importante saber a quién beneficia algo, que quien lo realiza". Luego, emite unos insultos que no corresponde reproducir. Parece calmarse y dice:

"El asesinato de Ferreyra le importa un carajo a la gente de pro en este país. Ahora resulta que los empresarios que, para aumentar sus ganancias, pasaron listas de delegados y militantes obreros a los milicos para hacerlos desaparecer, que jugaron con la inversión y con la fuga de capitales para voltear gobiernos, que se beneficiaron con la desocupación para impulsar el «trabaje y no joda, que afuera hay diez esperando ocupar su puesto», que almorzaban en el country con los sindicalistas para arreglar el despido de los delegados que no se vendían y otras tantas cosas que es largo enumerar, estos mismos empresarios se quejan de la violencia sindical. Sin patotas sindicales no hubieran ganado lo que ganaron en estos años, tanto con los Kirchner, como con Duhalde, con De la Rúa, con Menem, con Alfonsín. No hay empresarios sin patota. Quien crea otra cosa está mirando a Mirtha Legrand en la televisión. Los empresarios son tan patoteros como los sindicalistas, con la salvedad de que ocupan el puesto de dueños del negocio, en tanto que los sindicalistas juegan el papel de socios menores."

Empieza a caminar para irse. Pero se detiene a los pocos paso y me vuelve a hablar: "Todos saben que a Cristina no le sirve de nada matar a un militante del PO. A Moyano tampoco. ¿Quién se beneficia con el asesinato de Mariano Ferreyra? Hay que usar la cabeza y no las posaderas para pensar. Los sindicalistas son socios de los empresarios. Pero no tienen una relación fácil. Ambas partes son codiciosas. Los sindicalistas saben que en una situación donde hay menos desocupación crece su poder en la negociación. Su propuesta de participación en las ganancias de las empresas va en esa dirección. Los empresarios están que trinan porque, aunque necesitan a los sindicalistas para frenar a los «loquitos zurdos», no quieren perder un mango de sus ganancias. Entonces, cuando mataron a Ferreyra, los empresarios saltaron de alegría. Ahora tienen un hermoso argumento para pegarle a los sindicalistas sin tener que hablar de participación en las ganancias. Codicia, Mayo, codicia. En esto se resume todo."

Wilson se va. Yo sigo caminando. Al caminar se ven los detalles de las puertas de las casas, el musgo que crece en las hendiduras de las baldosas, los dibujos de las gotas de aceite en el agua estancada en un charco. Desde el auto, no se ven...

Buenos Aires, domingo 24 de octubre de 2010

NOTAS:
(1) Para la tapa de la revista NOTICIAS, ver el siguiente link: http://www.revista-noticias.com.ar/tapas/1765.jpg

viernes, 22 de octubre de 2010

REFLEXIONES SOBRE EL ASESINATO DE MARIANO FERREYRA

Anteayer, Mariano Ferreyra, 23 años, estudiante, militante del Partido Obrero, fue asesinado por una patota que responde a la dirección de la Unión Ferroviaria, sindicato liderado por José Pedraza. En el episodio, al que hay que calificar directamente de emboscada efectuada por hombres armados contra un grupo de manifestantes inermes, otras dos personas resultaron heridas de bala, una de ellas de gravedad. No es este el lugar para analizar la cuestión de los responsables directos, si hubo o no "zona liberada" de parte de la policía (tanto de la Bonaerense como de la Federal), etc., etc. y una larga fila de etcéteras. En cambio, creo que es más conveniente realizar algunas reflexiones tendientes a ubicar los hechos en el contexto general de la situación de los trabajadores en Argentina.

Ferreyra fue asesinado por su participación en una movilización de los trabajadores tercerizados del Ferrocarril Roca, que exigían su reincorporación a la empresa. ¿En qué consiste la tercerización? En que una empresa deja de cubrir una parte del proceso productivo (o de los servicios que ofrece) con trabajadores "propios", y acuerda con otra empresa que esta última sea la que lleve adelante dichas tareas. Como es de público conocimiento, todo redunda en un achicamiento de los costos de las empresas y en un deterioro de las condiciones laborales de los trabajadores. En este sentido, la tercerización forma parte de la flexibilización laboral implantada durante la década de 1990. La condición del trabajador de las empresas que prestan los servicios tercerizados suele ser peor que la de los trabajadores de las empresas que requieren la tercerización de servicios. Toda la situación se resume en una sola palabra: MIEDO. La tercerización general miedo al despido, miedo a la baja de los salarios, miedo a no tener obra social, miedo ante todo lo humano y lo divino. Es justamente en una sociedad capitalista en la que no debe subestimarse el papel que juega el miedo en el disciplinamiento y la domesticación de las personas.

La movilización de la que participó Ferreyra encarna el principal instrumento con el que los trabajadores han respondido históricamente al miedo: la ORGANIZACIÓN. Cuando los trabajadores dejan de mirar a sus compañeros como rivales en la cola para conseguir un puesto de trabajo y pasan a considerarlos como...compañeros, como personas que padecen los mismos problemas, los empresarios sufren su primera derrota. Organizarse significa perder el miedo a los mecanismos impersonales del capital, y es por eso que nada preocupa tanto a los capitalistas como la organización de los trabajadores. De ahí su odio atávico hacia los sindicatos, más allá de que hagan buenos negocios con ellos y de que los utilicen para cerrarle el camino a los que quieren modificar de raíz el sistema capitalista. Los empresarios, cuya instinto de clase está hiperdesarrollado, detestan todo aquello que huela a organización de los trabajadores.

La patota que asesinó a Ferreyra y atacó a sus compañeros sabía lo que hacía. No se trata de un acto de violencia irracional. Atacar a los trabajadores que se organizan, sembrar el miedo, es jugar para el lado de los que quieren que los obreros sean máquinas útiles para producir ganancias. En estos días, los grandes medios de comunicación hablaron de la burocracia sindical, de las patotas al servicio de los sindicatos, de los dirigentes que se enriquecen a costa de los trabajadores. Sin embargo, nada han dicho sobre la flexibilización laboral, sobre la tercerización como práctica común de los empleadores, sobre la precarización de las condiciones laborales, que son la fuente de las ganancias de los empresarios y las herramientas que crean un clima de "seguridad" para el capital. Frente a estos hechos, hasta CLARÍN, en plena guerra contra el gobierno, puede pretender sacar de "progresista" entrevistando a militantes del PO y criticando la falta de democracia en los sindicatos. Pero está condenado, por su posición de clase, a no decir una palabra sobre esas condiciones sociales que permiten (y precisan de) la existencia de patotas.

La reactivación económica argentina, desde 2002 en adelante, se ha llevado adelante sin modificar las relaciones de poder en el ámbito laboral. Luego de varios años de fuerte crecimiento, la legislación laboral sigue siendo la heredada de la flexibilización de los '90, una parte importante de los trabajadores están precarizados y/o realizan sus labores "en negro", y no se han registrado avances en la democratización de las organizaciones sindicales. Esta estructura de poder en la fábrica, en la oficina, en los comercios, en cada puesto de trabajo, es el núcleo duro de la desigualdad en Argentina y constituye la base de sustentación de los "monopolios". Más allá de lo discursivo, el gobierno de los Kirchner no ha podido dar pasos para modificar esta situación.

Los líderes de la oposición" no tienen, por su parte, ningún interés en modificar el núcleo duro del poder en la Argentina. Por el contrario, su discurso propone tanto la aplicación de la "mano dura" a las movilizaciones populares como el avance sobre los sindicatos, con el objetivo de recortarles cualquier atribución que entorpezca el libre funcionamiento del capital. Su política puede definirse como un retorno a un neoliberalismo rancio, que de llevarse a la práctica conduciría a un aumento de la precarización, la tercerización y el trabajo "en negro". En pocas palabras, la "oposición" se apoya en el miedo como principal elemento de persuasión política.

El asesinato de Mariano Ferreyra un punto de inflexión en la política argentina. El gobierno de los Kirchner está obligado, así sea por consideraciones de sobrevivencia política, a impulsar la investigación de los hechos hasta sus últimas consecuencias. Su declamado progresismo está en juego en esta cuestión. Si la investigación se diluye y no se llega hasta los responsables de haber organizado la emboscada, la "oposición" habrá ganado puntos sin actuar. En las condiciones actuales, un avance de la "oposición" significa una derrota para los trabajadores y los sectores populares, en la medida en que todos los dirigentes de las principales fuerzas opositoras suscriben el programa del viejo neoliberalismo. Como demostración de la verdad de esta afirmación basta recordar el rechazo histérico que generó entre los medios empresariales y los políticos de la "oposición" la iniciativa del titular de la CGT, Hugo Moyano, respecto a la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas.

En política, y esto es todavía más válido cuando se trata de política hecha desde y en favor de los sectores populares, lo único que cuenta es la organización. Sólo por medio de la organización la lucha se vuelve efectiva y puede transformar esta realidad en que vivimos. Sólo por medio de la organización de los trabajadores es posible revertir la precarización, la tercerización y la flexibilización laboral. En el límite, la unión de los trabajadores es la que permite pensar en la posibilidad de una realidad diferente, en la que el poder deje de estar en manos de los empresarios. Para lograr esta unión es preciso vencer el miedo, trabajar con paciencia y tener en claro que las derechos son duraderos en la medida en que se conquistan por la propia lucha y no cuando se obtienen por una concesión graciosa del gobierno de turno. Sólo de este modo podremos estar a la altura de Mariano Ferreyra, que fue consecuente hasta el final con sus ideas.

Buenos Aires, viernes 22 de octubre de 2010

lunes, 18 de octubre de 2010

COMENTARIOS A "EL DERECHO A LA PEREZA", DE PAUL LAFARGUE (II)

En segundo lugar, Lafargue se dedica a demostrar que el progreso técnico se transforma en un eslabón más en la cadena que somete al trabajador. Hay que detenerse en este punto pues constituye una de las muestras más evidentes de la mencionada "insensatez" del capitalismo. Ante todo, hay que empezar por recordar lo evidente. El progreso tecnológico implica un ahorro de fuerza de trabajo humana; en otras palabras, las máquinas reemplazan trabajo realizado directamente por las personas. El desarrollo de la técnica crea, entonces, las condiciones para que las personas se liberen progresivamente del trabajo físico. Sin embargo, la paradoja del capitalismo radica en que se trata de una forma de sociedad que incentiva como ninguna el desarrollo tecnológico, pero este progreso no va acompañado de un descenso ni de la intensidad del trabajo para los trabajadores, ni de una reducción de la jornada laboral acorde con la magnitud de la productividad. Lafargue afirma: "la pasión ciega, perversa y homicida del trabajo transforma la máquina liberadora en un instrumento de servidumbre de los hombres libres: su productividad los empobrece." (p. 204). "A medida que la máquinas se perfecciona y quita el trabajo del hombre con una rapidez y una precisión constantemente crecientes, el obrero, en vez de prolongar su descanso en la misma proporción, redobla su actividad como si quisiera rivalizar con la máquina." (p. 204).

En el marco de un proceso laboral en el que impera la propiedad privada de los medios de producción, la tecnología se transforma cada vez más en un dispositivo de alienación. ¿Cómo podría esperarse que la tecnología represente un alivio para los trabajadores cuando el objetivo de la producción es el valor de cambio y no el valor de uso? Si el trabajo produce mercancías, el goce y el placer de las personas son atendidos sólo en la medida en que puedan venderse y comprase. A ningún empresario en su sano juicio le interesa que la tecnología mejore la condición de los trabajadores; la tecnología sirve como herramienta para someter a los trabajadores y enfrentar a la competencia.

Lafargue señala que "para potenciar la productividad humana, en necesario reducir las horas de trabajo y multiplicar los días de pago y feriados" (p. 211); "para obligar a los capitalistas a perfeccionar sus máquinas de madera y de hierro, es necesario elevar los salarios y disminuir las horas de trabajo de las máquinas de carne y hueso." (p- 211). La organización del trabajo basada en la propiedad privada impone el antagonismo entre empresarios y trabajadores; de ahí que las máquinas aparezcan como un rival de los trabajadores, y que el desarrollo tecnológico sea promovido en la medida en que el costo de introducir tecnología sea inferior al coste de producir con fuerza de trabajo humana. Lafargue indica que el capitalismo no fomenta el desarrollo tecnológico porque actúe como un "progresista" nato, sino que hacer eso le conviene en su lucha contra los trabajadores. Esto sirve para desmitificar la imagen de sentido común del empresario como un elemento "progresista" y "racional" en la sociedad. Independientemente de que el desarrollo tecnológico también obedece a los vaivenes de la lucha entre capitalistas (competencia), hay que insistir en que la introducción de tecnología responde a las necesidades de la lucha del empresario contra los trabajadores. En el marco del trabajo alienado, la tecnología obedece a la lógica del capital.

En tercer lugar, y puesto que el eje del proceso económico radica en el valor de cambio, el sentido común dominante considera que la laboriosidad, la sobriedad y la obediencia son las virtudes cardinales del trabajador. En una sociedad en que la Joda (así, con mayúscula) representa el Bien, el objetivo último de los "ganadores" (los que han sabido hacer dinero), se pide a los trabajadores que sean sobrios, responsables y, en lo posible, que no jodan con pedidos de aumentos de salarios y otras cosas que suelen reclamar; en otras palabras, los trabajadores tienen que ser una encarnación de la "cultura del trabajo" y entender que el trabajo es la esencia misma de la personalidad humana (o, por lo menos, de la personalidad de los trabajadores). Lafargue emplea la ironía y reparte palos tanto a empresarios como a trabajadores con el fin de mostrar todo la hipocresía y el absurdo de esta concepción. Así, la sobriedad que se pide a los trabajadores tiene su contrapartida en la presión constante sobre la burguesía para que compre mercancías producidas en cantidad creciente. "La abstinencia a que la que se condena a la clase productiva obliga a los burgueses a dedicarse al sobreconsumo de los productos que ella produce en forma desordenada. (p. 205). "Para cumplir su doble función social de no productor y de sobreconsumidor, el burgués debió no solamente violentar sus gustos modestos, perder sus hábitos laboriosos de hace dos siglos y entregarse al lujo desenfrenado a las indigestiones trufadas y a los libertinajes sifilíticos, sino también sustraer al trabajo productivo una masa enorme de hombres a fin de procurarse ayudantes." (p. 206).

Dado que la base del poder de la burguesía reside en la apropiación del plusvalor, y que este plusvalor sólo se realiza al venderse la mercancía, la compra y consumo de mercancías se transforma en el imperativo categórico de la burguesía y de los sectores sociales que participan de su dominación. La clase dominante de la sociedad capitalista se ve dominada, a su vez, por las cosas (las mercancías). Así, mientras que la clase trabajadora está encadenada a la "cultura del trabajo", la burguesia se halla sometida a la "cultura del consumo". La existencia humana pasa a estar regulada en su totalidad por las necesidades de la reproducción se capital.

Como se desprende del análisis anterior, el capitalismo, que ha llevado el desarrollo de la técnica a niveles nunca vistos en la historia, y que ha conseguido que la humanidad disponga por primera vez en su existencia de más bienes de los que necesita, se ha convertido en la forma de dominación más omnipotente de la historia. Como bien lo demuestra Lafargue, son los propios trabajadores lo que exigen trabajar más (p. 201, 202), aun cuando sea ese mismo trabajo el que debilita constantemente su posición frente a los empresarios. La "cultura del trabajo" es la expresión naturalizada e internalizada del sometimiento y de la esclavitud de los trabajadores, la expresión políticamente correcta de la explotación de los obreros por los empresarios, la forma elegante de manifestar su (de los trabajadores) renuncia a una vida dedicada al goce y a la expansión de sus capacidades.

En el plano teórico más general, las cuestiones tratadas por Lafargue son manifestaciones del carácter alienado que asume el trabajo en la sociedad capitalista, cuestión que Marx analizó con maestría en los Manuscritos de 1844. En este punto hay que ubicar la categoría de valor de uso y su subordinación al valor de cambio en el capitalismo. Que el objetivo primordial del proceso de trabajo sea el valor de cambio tiene consecuencias fundamentales para la sociedad; así, las personas pasan a ser meros soportes de las operaciones necesarias para la reproducción del capital. Las relaciones sociales, que son relaciones entre personas, pasan a ser vistas como relaciones entre cosas; las personas mismas son cosificadas y se transforman en mercancías.

El valor de uso, que, como dijimos anteriormente, es la propiedad que poseen las cosas de satisfacer determinadas necesidades humanas, queda relegado a un puesto secundario en la producción capitalista. Es, por supuesto, una condición necesaria para que las mercancías sean vendibles (no puede venderse algo que no satisfaga alguna necesidad), pero su papel no va mucho más allá. Como sucede con la primacía del valor de cambio, esta subordinación al valor de uso también tiene importantes consecuencias sociales. Si la producción tuviera como eje el valor de uso, la satisfacción de necesidades pasaría a ser el centro del proceso productivo. El goce de los individuos, y no la lógica de reproducción del capital, constituiría la norma que guiaría el desarrollo del aparato productivo. No se trata aquí de establecer una distinción abstracta entre necesidades "naturales" (hegemonía del valor de uso) y necesidades "artificiales" (hegemonía del valor de cambio), pues ello implicaría partir de una concepción esencialista de la naturaleza humana (postulando una esencia inmutable de la que se derivarían ciertas necesidades naturales). Fijar la atención en la categoría de valor de usos supone, en cambio, enfatizar el hecho de que en la sociedad capitalista la satisfacción de necesidades está regida por la lógica del valor de cambio y no por las personas. En este contexto, pensar en la posibilidad misma de un capitalismo "sustentable", de un capitalismo "amigable", resulta grotesco.

En cuarto lugar, Lafargue fustiga duramente a los trabajadores por haber aceptado la "locura" del trabajo. En este punto, nuestro autor rechaza toda "adoración " populista de los trabajadores y critica su adhesión a la insensatez consistente en trabajar cada vez más. No se trata, por cierto, de una recriminación "paternalista" propia de un intelectual "superado; tampoco de una manifestación de desprecio hacia la "estupidez" del proletariado. Lafargue, que es militante y teórico a la vez, busca provocar la reacción de los interpelados. Al revés de nuestros académicos que se sienten cómodos frente a la ausencia de todo debate, Lafargue precisa de la discusión. Su modelo no es el becario del CONICET, sino el militante revolucionario. Sólo si se tiene en cuenta esto pueden entenderse plenamente tanto sus argumentos como forma elegida para exponerlos.

Para concluir, hay que decir unas palabras sobre el camino que propone Lafargue para superar la "cultura del trabajo". Ante todo, hay que comenzar por notar que Lafargue no atribuye los efectos devastadores de la "cultura del trabajo" a una maldición de la naturaleza o a el capricho divino. Estos efectos son el resultado de una determinada forma de organización del proceso de producción. Cualquier intento de modificar la situación existente debe tener en cuenta, por tanto, dicha forma de organización. Además, hay que tener en cuenta que el desarrollo de la tecnología en el capitalismo crea, POR PRIMERA VEZ EN LA HISTORIA, la posibilidad de reducir la jornada de trabajo a una mínima expresión sin afectar la productividad. Puede decirse que hoy, mucho más que en tiempos de Lafargue, el capitalismo ha proporcionado las herramientas para que TODAS las personas puedan desarrollarse plenamente y gozar de la existencia.

Frente a un marxismo supuestamente "puritano", Lafargue se erige en defensor de la reorganización del proceso de trabajo para garantizar el derecho al goce de todos los individuos. Así, "para que tome conciencia de su fuerza, el proletariado debe aplastar con sus pies los prejuicios de la moral cristiana, económica y librepensadora; debe retornar a sus instintos naturales, proclamar los Derechos de la Pereza, mil veces más nobles y más sagrados que los tísicos Derechos del Hombre, proclamados por los abogados metafísicos de la revolución burguesa; que se limite a trabajar no más de tres horas por día, a holgazanear y comer el resto del día y de la noche." (p. 203).

La reivindicación de una jornada laboral de 3 horas resulta interesante, más allá de la cifra en sí, porque alerta contra una tendencia predominante en los movimientos revolucionarios de tipo soviético a privilegiar un enfoque "productivista" por sobre todas las demás consideraciones. No se trata de negar la necesidad de producir, sino de acentuar la cuestión de que, en un régimen socialista viable, la producción tiene que estar al servicio de la satisfacción de las necesidades de las personas. En definitiva, hacer del valor de uso el centro alrededor del cual gire todo el sistema productivo. En palabras de Lafargue, "a fin de encontrar trabajo para todos los improductivos de la sociedad actual, a fin de dejar la maquinaria industrial desarrollarse indefinidamente, la clase obrera deberá, como la burguesía, violentar sus gustos ascéticos, y desarrollar indefinidamente sus capacidades de consumo. En vez de comer por día una o dos onzas de carne dura como el cuero - cuando la come -, comerá sabrosos bifes de una o dos libras, en vez de beber moderadamente un vino malo, más católico que el papa, beberá bordeaux y borgoña, en grandes y profundas copas, sin bautismo industrial, y dejará el agua a los animales." (p. 212).

Buenos Aires, lunes 18 de octubre de 2010

domingo, 17 de octubre de 2010

COMENTARIOS A "EL DERECHO A LA PEREZA", DE PAUL LAFARGUE (I)

En el comienzo del primer capítulo del Libro Primero de El Capital (1867), Karl Marx (1818-1883) formula la distinción entre valor de uso y valor de cambio. El primer concepto alude a la capacidad que posee un bien o servicio para satisfacer necesidades de las personas; el uso es, por tanto, la utilización de la cosa por el individuo para realizar su goce. (1). El segundo concepto, en cambio, designa a la capacidad que posee una mercancía (bien o servicio) de ser cambiada en el mercado por otras mercancías; a diferencia del valor de uso, el valor de cambio presupone necesariamente la existencia del mercado. (2). En El capital, si bien reconoce que es el sustrato material del valor de cambio (3), Marx no desarrolla la concepción del valor de uso.

El proceso de trabajo, en su forma capitalista, está centrado en el valor de cambio (más exactamente, en la producción de plusvalor). Para el capitalista, el objetivo del proceso productivo es la producción de mercancías que puedan venderse en el mercado. En el fondo, no le interesa qué mercancía produce, sólo le importa qué se venda. Toda su "responsabilidad social" concluye allí.

La hegemonía del valor de cambio engendra la paradoja de que el capitalismo, lejos de tener presente las necesidades de los individuos, impone a las personas sus propias necesidades, en la forma de la creación de la compulsión a la compra de todo tipo de mercancías. No es la satisfacción de las personas la que guía el rumbo del proceso productivo, sino el goce y la satisfacción del capital a través de la producción de cantidades crecientes de plusvalor. En el capitalismo desarrollado se da el caso curioso de que los individuos tienen que estar permanente insatisfechos para que el capital pueda gozar con el plusvalor. En un correlato de la teoría del fetichismo de las mercancías, la esfera del goce se desplaza desde las personas hacia las cosas (el capital).

Aunque Marx no dedica su atención a la problemática del valor de uso, El capital proporciona una indicación para entender la relación entre la hegemonía del valor de cambio y el papel secundario asumido por el valor de uso. La clave para comprender por qué las cosas son las que gozan en el capitalismo se encuentra en la forma en que está organizado el proceso de trabajo. Es en este punto que El derecho a la pereza cobra una enorme actualidad.

Paul Lafargue (1842-1911) (4) fue un militante socialista francés, una de las figuras más importantes de la generación de marxistas que se formó en contacto directo con Marx y Friedrich Engels (1820-1895). Estaba casado con Laura Marx (1845-1911) y realizó una tarea infatigable de difusión de las ideas marxistas, a través de numerosos textos, muchos de ellos presentados en el formato folleto. Como buen militante, su interés por las cuestiones teóricas estaba soldado con la preocupación por transformar la realidad, y esto debe ser tenido en cuenta al momento de abordar la lectura de sus obras.

El derecho a la pereza fue redactado en 1880 y publicado por partes en el periódico socialista francés L'ÉGALITÉ. Posteriormente, y estando preso por "favorecer y propugnar la muerte y el pillaje", Lafargue revisó el folleto y preparó su edición definitiva en 1883. En un tiempo en el que el mayor riesgo que corre un intelectual académico es el de perecer de alguna indigestión, no está mal discutir los argumentos de un texto que fue trabajado por su autor en la cárcel, siendo este autor un militante que tenía claro que la búsqueda de conocimiento no debía ser separada del compromiso político.

En la lectura que voy a proponer de El derecho a la pereza es fundamental tener presente la categoría de valor de uso. Mediante el empleo de la misma, es posible desarmar el sentido común capitalista acerca del trabajo y comprender bajo qué condiciones pueden emanciparse las personas de la dominación del trabajo alienado y convertirse en dueños de su propio destino.

¿En qué consiste el sentido común sobre el trabajo? Básicamente, en la creencia en que el trabajo es bueno en sí mismo, y que constituye el camino que debe elegir el individuo para mejorar en tanto persona. En otras palabras, el trabajo nos hace mejores pues nos permite superarnos, al obligarnos a ser responsables. Frente a los innegables males de nuestra época, el sentido común capitalista suele proponer como solución el retorno a la "cultura del trabajo". El trabajo divide, pues, a las personas en dos grandes grupos: los trabajadores, serios y responsables, a los que les corresponde por mérito ascender en la escala social; los "vagos" los que "no quieren trabajar!, que quedan fuera del mundo del trabajo por su propia indolencia. El trabajo proporciona al sentido común de la burguesía unas herramientas insustituibles para discriminar entre réprobos y elegidos; el éxito, que en nuestra sociedad se mide por la cantidad de dinero acumulado, es presentado como un resultado del esfuerzo en el trabajo. En este simpático cuentito para personas que creen que el sentido de la vida se resume en los catálogos de Frávega o Garbarino, las diferencias sociales son el resultado del esfuerzo diferencial de los individuos. Los que ganan lo hacen porque pusieron lo que hay que poner, esto es, esfuerzo y trabajo. Los que pierden merecen su suerte, porque no se esforzaron lo suficiente.

La visión del sentido común tiene la ventaja de la sencillez, la cual se ve reforzada por el hecho de que asume el punto de vista individualista. Es el trabajo del propio individuo, su propio esfuerzo, el responsable del lugar que ocupa esa persona en la sociedad. No hay que preocuparse por las estructuras, las clases sociales o la dinámica del capitalismo. Sólo es preciso concentrarse en los motivos de cada individuo para trabajar duro.

De yapa, la concepción del sentido común goza de la valoración positiva que ese mismo sentido común le otorga al trabajo. Es, si se permite la expresión, una concepción "más respetable". ¿Quién podría oponerse al trabajo? Sólo alguien que quiere vivir a costa de los demás, o alguien que es "vago" por naturaleza.

Lafargue desarma la concepción del sentido común mediante el despliegue de una serie de operaciones conceptuales. En primer lugar, saca al trabajo del ámbito abstracto e individualista en que lo sitúa el sentido común, y lo ubica en el contexto general de la sociedad capitalista. sí, mientras que el sentido común suele presentar al trabajo como una actividad realizada por el trabajador para su propio beneficio, Lafargue considera al trabajo en su carácter capitalista, como actividad condicionada y formateada en el sentido de las necesidades de reproducción del capital. Esto permite evitar muchos equívocos. Así, por ejemplo, cuando se habla de "cultura del trabajo" debe tenerse en cuenta que se está hablando de "cultura del trabajo capitalista".

Lafargue escribe: "Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de las naciones donde domina la civilización capitalista (...) Esta locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda por el trabajo, llevado hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de sus hijos. (...) En la sociedad capitalista, el trabajo es la causa de toda degeneración intelectual, de toda deformación orgánica." (p. 195). "Nuestra época es, dicen, el siglo del trabajo; es, en efecto el siglo del dolor, de la miseria y de la corrupción." (p. 198).

Así, frente al sentido común convencional, que sostiene que el trabajo es la fuente de todas las virtudes, Lafargue patea el tablero y afirma que, por el contrario, el trabajo es fuente de degradación. Frente al sentido común que dice que el trabajo es creador de riqueza, Lafargue sostiene que el trabajo es creador de miseria. ¿Cómo es posible que la actividad que genera efectivamente la riqueza de la sociedad capitalista se transmute en su opuesto? La respuesta a este interrogante se encuentra en la organización capitalista del proceso productivo.

En el capitalismo, el objetivo del proceso de trabajo es la producción de plusvalor, esto es, trabajo no pagado al trabajador y que es apropiado por el capitalista en virtud de su propiedad privada de los medios de producción. El valor de uso (la satisfacción de las necesidades de las personas) ocupa un lugar subordinado frente al valor de cambio. La hegemonía de este último permite explicar que la inmensa productividad del trabajo no desemboque en un aumento del ocio de los trabajadores, sino en una intensificación del ritmo de trabajo. Puesto que el trabajador no controla el proceso, su opinión no es considerada al momento de decidir qué, cómo y cuánto producir. Si la productividad del trabajo aumenta, es necesario producir cada vez más para así generar una masa mayor de plusvalor.

Lafargue expresa así el imperativo de la producción capitalista: "Trabajen, trabajen, proletarios, para aumentar la riqueza social y sus miserias individuales; trabajen, trabajen, trabajen, para que , volviéndose más pobres, tengan más razones para trabajar y ser miserables. Tal es la ley inexorable de la producción capitalista." (p. 201). Sólo a partir de la hegemonía del valor de cambio puede entenderse la búsqueda desesperada por producir cada vez más mercancías en un mundo que ya está saturado de mercancía de todo tipo de color y de pelaje. En este punto cobra todo su sentido la afirmación de Lafargue de que el trabajo engendra "miseria" y "corrupción". La productividad del trabajo hace que el trabajador sea cada vez más miserable frente a una masa siempre creciente de mercancías que no puede poseer; la corrupción invade todos los resquicios de la sociedad puesto que todo el proceso productivo está regido por el valor de cambio y, por ende, todo tiene su precio.

De este modo, Lafargue transforma a la "cultura del trabajo" en una pesadilla grotesca, en la que las personas actúan guiadas por un impulso insensato a producir cada vez más. Claro que esta "insensatez" no es otra cosa que la lógica misma de la producción capitalista.

Buenos Aires, domingo 16 de octubre de 2010

NOTAS:

En todas las citas de El Capital utilizo la edición preparada por Pedro Scaron para Siglo XXI Editores (1º edición, 1975). En mi caso dispongo de un ejemplar de la 21º edición, publicada en México D. F. por la citada editorial. La traducción, advertencia y notas corresponden al citado Scaron. Para indicar la página correspondiente de la edición Siglo XXI procedo de la siguiente manera:I corresponde al número de Libro de la obra (recordar que El Capital está constituido por cuatro libros); 1 al número de volumen de la edición Siglo XXI (esta edición publicó los tres primeros libros en 8 volúmenes); 6 hace referencia al número de página de la edición Siglo XXI.

En este comentario utilizo la traducción de El derecho a la pereza realizada por María Celia Cotarelo y que se encuentra incluida en Sartelli, Eduardo. (2005). Contra la cultura del trabajo: Una crítica marxista del sentido de la vida en la sociedad capitalista. Buenos Aires: Ediciones Razón y Revolución. (pp. 193-221). Este volumen reúne, además, un conjunto de trabajos que tienen por objeto comentar y/o desarrollar aspectos del texto de Lafargue.

(1) "La utilidad de una cosa hace de ella un valor de uso. (...) El valor de uso se efectiviza únicamente en el uso o en el consumo. Los valores de uso constituyen el contenido material de la riqueza, sea cual fuere la forma social de ésta." (Marx, El capital, I, 1: 44)

(2) "En primer lugar, el valor de cambio se presenta como relación cuantitativa, proporción en que se intercambian valores de uso de una clase por valores de uso de otra clase (...) salta a la vista que es precisamente la abstracción de sus valores de uso lo que caracteriza a la relación de intercambio entre las mercancías. (...) En cuanto valores de uso, las mercancías son, ante todo, diferentes en cuanta a la cualidad; como valores de cambio, sólo pueden diferir por su cantidad, y no contienen, por consiguiente, ni un solo átomo de valor de uso." (Marx, El capital, I, 1: 45-46).

(3) "...ninguna cosa puede ser valor si no es un objeto para el uso. Si es inútil, también será inútil el trabajo contenido en ella; no se contaría como trabajo y no constituirá valor alguno." (Marx, El capital, I, 1: 50-51).

(4) Para los datos biográficos y un comentario de los principales trabajos de Lafargue, así como también una valoración general de su obra y actuación, puede consultarse el trabajo de Sartelli, "Trabajo y subversión: Paul Lafargue y la crítica marxista de la sociedad burguesa", incluido en Sartelli, Eduardo. (2005). Contra la cultura del trabajo: Una crítica marxista del sentido de la vida en la sociedad capitalista. Buenos Aires: Ediciones Razón y Revolución. (pp. 11-96).