Eduardo Van der Kooy fue, alguna vez, un buen periodista. En una época ya ida se distinguió por su tratamiento de los temas, que iba más allá de las superficialidades que se estilan en la profesión en esta época. Eduardo Van der Kooy es hoy un publicista al servicio de un grupo económico. No nos corresponde hacer un juicio de valor sobre su persona, pues el alma de los mortales suele ser insondable. Pero si estamos en condiciones de decir que es una persona que demuestra un gran amor por el dinero y mucho desinterés por la búsqueda de la verdad.
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domingo, 31 de octubre de 2010
PEQUEÑA SERENATA HIPÓCRITA: CLARÍN SOBRE EL GOBIERNO DE CRISTINA FERNÁNDEZ
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domingo, 12 de septiembre de 2010
PAPEL PRENSA, FIBERTEL Y LA CUESTIÓN DE LA PROPIEDAD (II)
(Segunda entrega de las notas preparadas para una conferencia en el Centro Cultural Tinku, sábado 4 de septiembre de 2010.)
Luego de las consideraciones hechas en la nota anterior, cabe decir que la discusión en torno a Papel Prensa y Fibertel carece de verdadero sentido político si no se aborda la problemática de la relación entre los medios de comunicación y la dominación capitalista. Aquí sólo puedo hacer algunas consideraciones preliminares que exigen la realización de estudios posteriores para poder ser verificadas. La articulación entre la lógica del capital y los medios de comunicación se da en torno a dos dimensiones principales:
a) el espacio de legitimación de la hegemonía política de la clase capitalista. En este sentido, los medios actúan como intelectuales orgánicos de los empresarios, no tanto por su capacidad para organizar a la propia clase dominante, sino a través de su trabajo constante para lograr la fragmentación y dispersión de los sectores populares. Su tarea es, en este aspecto, mucho más negativa que positiva.
Los medios marcan la agenda de los temas que son percibidos como normales y posibles, y los separan rigurosamente del terreno de los «sueños»y de los «disparates». Así, por ejemplo, los medios ponen en el escenario la discusión sobre el 82% móvil, pero dejan de lado el debate en torno al porqué las personas que construyeron la riqueza del país están condenadas a sobrevivir con una jubilación, en tanto que los empresarios que alcanzaron la tercera edad pueden seguir disfrutando de los mismos placeres que durante su vida "activa".
b) el espacio de legitimación de la hegemonía social de la clase capitalista. Aquí su papel es todavía más importante que el que juegan en la dimensión de la hegemonía política. Para entender esto hay que volver otra vez al hecho del carácter capitalista del sistema productivo argentino. En una economía capitalista la productividad del trabajo es muy superior a las necesidades de los seres humanos. En otras palabras, se produce mucho más de lo necesario para satisfacer las necesidades básicas de las personas. Ahora bien, en una economía capitalista los empresarios sólo pueden apropiarse de la ganancia una vez que han logrado vender sus mercancías. Sin ventas no hay ganancias. De este modo, el capitalista se ve obligado a controlar tanto lo que pasa en la fábrica (dictadura fabril) como lo que sucede en el mercado (marketing). Es más, está obligado a arbitrar los medios para que las personas dediquen porciones cada vez más grandes de su "tiempo libre" a la compra de mercancías. (1) . Le guste o no, debe avanzar más allá de la jornada laboral e intentar abarcar todos los momentos de la vida de las personas. La existencia humana en su conjunto pasa a estar sometida a las necesidades de realización (venta) de la mercancía. Si algo no puede comprarse o venderse pasa a ser "sospechoso", "raro", "especial".
En este contexto se comprende la función de hegemonía social que desempeñan los medios de comunicación en una sociedad capitalista como la argentina. Su tarea primordial consiste en instalar la idea de que la vida humana tiene que girar en torno a la compra de mercancías. Esto es mucho más que la publicidad de todo tipo de mercancías, sin negar por cierto la importancia de esta "noble" actividad. Es la creación de la propensión a comprar, la construcción de los límites de la propia experiencia vital en torno al espacio de la mercancía. Los temas, los modelos, el lenguaje, pasan a ser los del individuo comprador. En este sentido, las secciones de los diarios y de los programas de televisión aparentemente más alejadas de la política son, al contrario, las más profundamente políticas.
Establecidas las funciones de hegemonía política y social que desempeñan los medios de comunicación de masas en una sociedad capitalista moderna, puedo abordar la cuestión de la pelea en torno a Papel Prensa y Fibertel. En primer lugar, hay que decir que está en discusión algo mucho más profundo que el monopolio del Grupo Clarín o la estabilidad del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Quedarnos en este nivel de análisis supondría aceptar pasivamente los límites de la discusión política tal como la plantean los sectores dominantes. En el marco de una lucha política entre el Grupo Clarín y el Gobierno Nacional se ha puesto en el centro del debate, sin que esto sea una intención querida por los principales actores en conflicto, la cuestión de la propiedad de los medios de comunicación. En este sentido, puede decirse que el debate en torno a Papel Prensa adquiere una relevancia política fundamental. Veamos esto con atención.
La transferencia de la parte principal de la propiedad de Papel Prensa a Clarín y La Nación en el año 1977 no puede considerarse de ningún modo como un hecho casual. En este punto, que la transferencia de las acciones de la familia Graiver a Clarín y La Nación haya sido facilitada y acelerada por medio de la aplicación de torturas a cargo de los grupos de tareas de la dictadura o que haya sido el producto de una transacción comercial normal, no tiene tanta importancia como el hecho de que, en el marco de un gobierno dictatorial que estaba interesada en controlar todas las formas de expresión de ideas, la proyectada principal fuente productora de papel nacional para periódicos y libros, haya quedado en manos de tres periódicos como Clarín, La Nación y La Razón. Basta revisar los titulares y los editoriales de estos diarios durante toda la época de la dictadura para comprobar que actuaron en todo momento como cómplices e impulsores del proyecto de país implementado por la dictadura militar. Esto es un hecho político fundamental, y frente a él poco pueden decir los periodistas a sueldo de los grupos Clarín y La Nación. En este sentido, la "aceptación" del traspaso de acciones por la dictadura es consecuente con la política del gobierno militar, tendiente a asegurar todos los procesos del poder político, económico y social en la Argentina. De hecho, el mayor mérito de la acción del gobierno de Cristina Fernández consiste en haber puesto en el centro de la escena la cuestión misma del traspaso y del momento en que se efectuó.
Hay que volver a insistir en el argumento desarrollado en los párrafos anteriores. Los medios de comunicación en una sociedad capitalista se han transformado en una de las fuentes principales de hegemonía política y social. Es por esto que la dictadura militar, embarcada en un proceso de reestructuración brutal de las relaciones entre las clases sociales en la Argentina (cuyo objetivo principal era la eliminación de las bases objetivas para cualquier proyecto político que tuviera intenciones de llevar adelante algún proceso de redistribución de ingresos). Ahora bien, lo interesante es que los gobiernos democráticos que sucedieron a la dictadura no tocaron las bases de la concentración de los medios de comunicación. Al contrario (y esto especialmente en la década de 1990), tendieron a promoverla dando el visto bueno a la conformación de grupos multimedios, de los cuales el Grupo Clarín es el ejemplo más destacado. Si se está de acuerdo con este argumento, se comprende el porqué no puede presentarse la acción actual del Gobierno Nacional como una arremetida contra la libertad de prensa o la libertad de expresión. En verdad, en ningún momento los grupos monopólicos en los medios de comunicación han favorecido la concreción real del derecho a la libre expresión. Afirmar la contrario implica desconocer el papel que han cumplido los grupos multimedios en la consolidación de todos los proyectos económico-sociales favorables a la hegemonía del capital concentrado.
Buenos Aires, domingo 12 de septiembre de 2010
[Continuará]
NOTAS:
(1) Es por esto que constituye un error caracterizar a la sociedad capitalista como una "sociedad de consumo". En el límite, al capitalista le importa poco que los compradores consuman lo que compran; lo que le interesa primordialmente es que compren...
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martes, 7 de septiembre de 2010
PAPEL PRENSA, FIBERTEL Y LA CUESTIÓN DE LA PROPIEDAD
(Primera entrega de las notas preparadas para una conferencia en el Centro Cultural Tinku, sábado 4 de septiembre de 2010.)
Para empezar, quiero expresar mi intención de correrme del eje jurídico de la discusión en torno a las decisión del Gobierno Nacional sobre la licencia de Fibertel para operar en el mercado de servicios de Internet, y sobre la medida de llevar ante la Justicia la investigación sobre la venta de una parte de las acciones de Papel Prensa a Clarín y La Nación. Dos razones me mueven a ello. Primero, carezco de conocimientos necesarios para decir algo satisfactorio en términos jurídicos. Segundo, y esto es mucho más relevante que lo anterior, la cuestión de Papel Prensa y de Fibertel es principalmente política, en el sentido pleno del término. De hecho, el debate en estas últimas dos semanas ha girado en torno a la política y no al derecho.
Ahora bien, para entender en profundidad el significado político de la lucha en torno a Papel Prensa (desde ya tengo que decir que considero que el caso Fibertel es secundario, y que la trascendencia que le han dado los Grupos Clarín y La Nación se deriva, en buena medida, de la elevada conciencia de clase que poseen sus directivos) hay que comenzar haciendo algunas aclaraciones, lo que nos llevará, en apariencia, bastante lejos del tema principal. Desde ya pido disculpas si me extiendo en demasía.
En primer lugar, hay que partir de la constatación de un hecho que ha quedado en buena medida oculto en el debate. Argentina es una sociedad capitalista, lo cual implica que un sector de la población concentra la propiedad de los medios de producción, en tanto que la mayoría de las personas carecen de dicha propiedad. Del carácter capitalista de la sociedad argentina se derivan una serie de consecuencias interesantes desde el punto de vista político. Ante todo, la diferencia en cuanto a la propiedad de los medios de producción genera una diferencia fundamental de poder al interior de la sociedad. Así, quienes cuentan con los medios de producción pueden tomar decisiones sobre aspectos fundamentales de la vida de las personas; así, los empresarios deciden qué se va a producir en las empresas, cómo y en qué cantidad, sin necesidad de consultar a los trabajadores, valiéndose para ello de su derecho de propiedad. Por otro lado, los desposeídos de medios de producción se ven obligados a vender su fuerza de trabajo en el mercado para así ganar un salario y poder comprar las mercancías con las que satisfacer sus necesidades. Esto ocurre así porque los medios de producción permiten controlar las condiciones de producción de la existencia de las personas. Sin ellos, el ser humano es incapaz de reproducir su vida. De ahí que la no propiedad de los medios de producción coloca a las personas en una situación de carencia plena, y las vuelve permeables a todas las formas de dependencia. De este modo, y a diferencia de otras formas de sociedad, en el capitalismo opera la coerción económica, es decir, la falta de propiedad de los medios de producción obliga a las personas a aceptar las condiciones que dictan los empresarios so pena de caer en la indigencia. Solo esta situación permite explicar que las mayoría de las personas pasen la mayor parte de sus vidas en el trabajo, haciendo cosas que no quieren y sintiéndose profundamente ajenas al mismo.
En segundo lugar, las diferencias en cuanto a la propiedad de los medios de producción se traducen en diferencias importantes en la estructura política de la sociedad. Para expresarlo de manera esquemática, nuestra sociedad se halla dividida en dos grandes compartimentos estancos, profundamente separados entre sí en apariencia. De un lado, está la producción tal como se verifica en las fábricas, oficinas, etc.; en ella impera la dictadura del empresario, quien dice a los trabajadores qué, cómo y cuánto producir sin hacer ni una votación ni una consulta. De otro lado, se encuentra el mercado, al que definiré como el lugar en el que se encuentran los compradores y vendedores de todo tipo de mercancías (incluidas las personas mismas en tanto mercancías). A diferencia de lo que ocurre en la fábrica, en el mercado las personas son libres e iguales en términos jurídicos; en el mercado laboral, en el que los trajadores ofrecen su capacidad y habilidad para trabajar, y los empresarios acuden para comprar el derecho a usar de esa capacidad durante un tiempo determinado, ambos actores sociales se encuentran en condiciones de iguadad jurídica. Un trabajador, por ejemplo, puede demandar al empresario por incumplimiento de contrato, justamente porque el trabajador es un sujeto jurídico pleno, cuyo estatus es muy diferente al del esclavo, quien no se pertenece a sí mismo. La dualidad entre la dictadura a nivel fábrica, y la libertad jurídica a nivel mercado es una de las características distintivas del capitalismo, y tiene consecuencias politicas significativas.
En tercer lugar, la acción omnipresente de la coerción económica (que se manifiesta no sólo entre los trabajadores, sino también entre los capitalistas -vía competencia -.) y la existencia del mercado como instancia social en la que todas las mercancías (incluidas las personas) son iguales (es decir, todas ellas son iguales en el sentido de que una cantidad de valor se cambia por otra cantidad igual de valor de cambio, haciendo abstracción de las diferencias existentes entre la mercancía en tanto valor de uso), genera la posibilidad misma de la dualidad entre el nivel de la economía y el nivel de la política. En el capitalismo, poder económico y poder político pueden estar formalmente escindidos. Así, los empresarios dictan sus leyes al interior de la fábrica y de la oficina, en tanto que el Estado formula las leyes que rigen todos los demás aspectos de la sociedad. Aquí hay que insistir en el hecho de que es la coerción económica la que permite a los empresarios independizarse hasta cierto punto del Estado, pues los trabajadores, desposeídos de medios de producción van a trabajar coaccionados por la necesidad de obtener un salario para vivir. En condiciones normales, los capitalistas no precisan de la violencia para obligar a trabajar a los trabajadores. En este sentido, y sin desmerecer las luchas por las libertades y los derechos, puede decirse que fueron los empresarios quienes se "independizaron" del poder político y no a la inversa.
En cuarto lugar, en una sociedad capitalista el Estado no puede se otra cosa que un Estado capitalista. Como esto se presta a malentendidos, es necesario explicar en detalle este punto. El capitalismo se basa en la propiedad privada de los medios de producción; por tanto, cualquier forma de organización política que se dé en los marcos de una sociedad capitalista, está obligada a respetar la propiedad privada de los medios de producción. Este es el límite último del sistema, y no puede ser traspasado a menos que se produzca una transformación radical de la sociedad. Esta verdad elemental está ausente, generalmente, en los debates sobre la política capitalista, y su olvido puede llevar a pensar que en un régimen democrático todo es posible. En un sentido opuesto, la insistencia en el carácter capitalista del Estado puede derivar en visiones instrumentalistas, que hacen del Estado una mera herramienta de los distintos bandos capitalistas. Ambas concepciones, aparentemente antagónicas, expresan una misma manera de ver la realidad y se complementan. En el punto siguiente examino esta cuestión.
En quinto lugar, la separación relativa entre economía y política genera el espacio de posibilidad para la emergencia de la democracia como forma de gobierno. Como dije anteriormente, la gestión de la fuerza de trabajo es muy diferente en el capitalismo que en las sociedades anteriores. La igualdad jurídica entre empresarios y trabajadores se manifiesta en la figura del trabajador formalmente libre, que posee la condición de ciudadano que elige a sus gobernantes. En un sentido, pude decirse que el proceso de constitución del trabajador libre y ciudadano, que atraviesa los siglos XIX y XX, fue funcional a las necesidades de la reproducción del capital, pues la preocupación por comprar barato los insumos del proceso productivo y por evitar el desperdicio de los mismos durante el proceso de trabajo, se ve satisfecha con trabajadores libres (por tanto, responsables). Sin embargo, y con ser correcta de modo parcial, esta concepción olvida que la libertad y la ciudadanía de los trabajadores fueron el resultado de duras luchas sociales y no de un efecto de la benevolencia o el interés de los empresarios. En el capitalismo, como en toda sociedad de clase, los trabajadores no aceptan resignadamente su condición. No existe ningún estado natural de sumisión. Por el contrario, la historia muestra que tanto la libertad como el sometimiento deben ser conquistados por las clases interesadas. En este sentido, la implementación de la coerción económica como la principal herramienta del poder de los empresarios constituye un logro significativo en el desarrollo de las técnicas de sometimiento, pues promueve tanto la internalización de la dominación como la sensación de impersonalidad d ela misma dominación. Pero, al mismo tiempo, conlleva problemas inéditos para la burguesía, pues los trabajadores pueden, en teoría, ocupar los cargos de gobierno en tanto ciudadanos. Como quiera que sea, la relación entre capitalismo y democracia es mucho más frágil que la que surge de las apariencias. Ahora bien, es esta situación la que no puede ser percibida por los argumentos mencionados en el cuarto punto de esta enumeración.
Finalmente, y esto se desprende de todo el argumento que desarrollé hasta aquí, el Estado capitalista y la forma democrática de gobierno no son un mero instrumento que cumple las demandas de la clase empresaria. Constituyen un espacio de lucha de clases, en el que se dirime la confrontación entre la hegemonía de los grupos dominantes y las tentativas contrahegemónicas de los trabajadores. Esto no significa que la instancia democrática suprima el carácter capitalista del Estado, sino que lo obliga a volver más complejas las formas por las que se asegura la puesta en práctica de la hegemonía empresaria. De todos modos, y esto no debe perderse de vista, el mecanismo fundamental de la dominación capitalista radica en la coerción económica y en la internalización de las disposiciones a la sumisión de los trabajadores.
[Continuará]
Buenos Aires, 7 de septiembre de 2010
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