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miércoles, 11 de julio de 2018

FICHA: BOBBIO, NORBERTO. “EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA” (1983)




Se trata de un texto basado en la conferencia pronunciada por Norberto Bobbio (1909-2004) en el Palacio de las Cortes de Madrid, en noviembre de 1983. Luego, corregida y aumentada, sirvió para la disertación introductoria presentada por el politólogo italiano en el Congreso Internacional “Ya empezó el futuro”, celebrado en Locarno en mayo de 1984.

A continuación presento al lector mi ficha de lectura, basada en la siguiente edición: Bobbio, Norberto. (1986). El futuro de la democracia. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. (pp. 13-31). Traducción española de José F. Fernández Santillán.

[Antes de comenzar la ficha propiamente dicha, considero necesario escribir unas palabras sobre el punto de vista adoptado por Bobbio para estudiar la democracia. En este sentido, es característica la escisión entre “lo político” y “lo económico”. Bobbio considera que la democracia moderna tiene origen en las mentes de algunos filósofos políticos y que su éxito o fracaso debe medirse en función de esas ideas. No explora, en cambio, la relación entre el desarrollo del modo de producción capitalista y la expansión de la democracia. Al respecto, considero mucho más fructífero el camino esbozado por Marx, a partir de la constatación de que en el capitalismo la dominación está basada en la coerción económica y tiene un carácter impersonal. Bobbio, al escindir lo económico y lo político, hace suya la distinción entre Sociedad Civil y Sociedad Política, cuyo análisis fue realizado por Marx en su célebre artículo “Sobre la cuestión judía” (1844). Si se considera a lo político y a lo económico como aspectos de una misma totalidad, estamos obligados a reformular la evaluación de Bobbio acerca de los “fracasos” de la democracia.]


Bobbio comienza su discurso afirmando que no sabe cuál puede ser el futuro de la democracia. Su objetivo es otro: “En esta disertación mi intención es pura y simplemente la de hacer alguna observación sobre el estado actual de los regímenes democráticos (…) Tanto mejor si de estas observaciones se pueda extrapolar una tendencia en el desarrollo (o involución) de estos regímenes, y por tanto intentar algún pronóstico cauteloso sobre su futuro.” (p. 13).

Para llevar adelante su cometido, el autor se ve obligado a establecer una definición mínima de la democracia. Comienza por lo básico: “Todo grupo social tiene necesidad de tomar decisiones obligatorias para todos los miembros del grupo con el objeto de mirar por la propia sobrevivencia, tanto en el interior como en el exterior.” (p. 14). Ahora bien, esta toma de decisiones se realiza en forma democrática cuando está “caracterizada por un conjunto de reglas (primarias o fundamentales) que establecen quién está autorizado para tomar las decisiones colectivas y bajo qué procedimientos.” (p. 14). Precisamente la existencia de este conjunto de reglas separa a las formas democráticas de las formas autocráticas de toma de decisiones. Bobbio fundamenta la importancia de las reglas argumentando que las decisiones siempre son tomadas por individuos, nunca por el colectivo en su conjunto.

La definición mínima de democracia incluye tres elementos:

1)    En cuanto a los sujetos que toman las decisiones colectivas, un régimen democrático se caracteriza porque el número elevado de personas que tienen esa atribución. Nunca son todos (por ejemplo, no votan los menores de edad).

2)    En cuanto a la modalidad de la decisión, “la regla fundamental de la democracia es la regla de la mayoría, o sea, la regla con base en la cual se consideran decisiones colectivas y, por tanto, obligatorias para todo el grupo, las decisiones aprobadas al menos por la mayoría de quienes deben de tomar la decisión.” (p. 14).

3)    Existencia de alternativas reales (y la posibilidad efectiva de seleccionar una u otra) para quienes estén llamados a decidir o a elegir a quiénes deberán decidir. Para que esto sea posible es preciso que existe un Estado de Derecho, cuya base con los derechos de libertad de opinión, de expresión de la propia opinión, de reunión, de asociación, etc. “Las normas constitucionales que atribuyen estos derechos no son propiamente reglas del juego: son reglas preliminares que permiten el desarrollo del juego.” (p. 15). Estos derechos son la base del Estado liberal. [Esta forma de Estado se caracteriza por la existencia de esos derechos fundamentales.]

Bobbio plante así la relación entre democracia y liberalismo: “El Estado liberal y el Estado democrático son interdependientes en dos formas: 1) en la línea que va del liberalismo a la democracia, en el sentido de que son necesarias ciertas libertades para el correcto ejercicio del poder democrático; 2) en la línea opuesta, la que va de la democracia al liberalismo, en el sentido de que es indispensable el poder democrático para garantizar la existencia y la persistencia de las libertades fundamentales.” (p. 15). Sostiene que Estado liberal y Estado democrático cuando caen, caen juntos. (p. 16).

A continuación, pasa a ocuparse de la democracia actual. Para hacerlo, elige el camino de confrontar una lista de seis “falsas promesas” del pensamiento democrático y liberal (aquello que nació con fines “nobles y elevados”) con la “cruda realidad”.

I] El nacimiento de una sociedad pluralista (p. 17-18)

Este punto se refiere a la distribución del poder.

La democracia moderna tiene origen en una concepción individualista de la sociedad, que reemplazó a la concepción orgánica dominante en la Antigüedad y en la Edad Media. Esta concepción individualista se formó a partir de tres aportes: a) contractualismo de los siglos XVII y XVIII; b) el nacimiento de la economía política (Adam Smith); c) la filosofía utilitarista (Bentham, Mill).

A partir de la hipótesis del individuo soberano, “la doctrina democrática había ideado un Estado sin cuerpos intermedios, característicos de la sociedad corporativa de las ciudades medievales y del Estado estamental o de órdenes anteriores a la afirmación de las monarquías absolutas, una sociedad política en la que, entre el pueblo soberano, compuesto por muchos individuos (un voto por cabeza) y sus representantes, no existiesen las sociedades particulares criticadas por Rousseau y privadas de autoridad por la Ley Le Chapelier (abrogada en Francia solamente en 1887).” [1]

La democracia actual, por el contrario, se centra en las grandes organizaciones, no en los individuos. “No son los individuos sino los grupos los protagonistas de la vida política en una sociedad democrática, en la que ya no hay un solo soberano, ni el pueblo o la nación, compuesto por individuos que adquirieron el Derecho de participar directa o indirectamente en el gobierno, el pueblo como unidad ideal (o mística), sino el pueblo dividido objetivamente en grupos contrapuestos, en competencia entre ellos, con su autonomía relativa con respecto al gobierno central (autonomía que los individuos específicos perdieron y que jamás han recuperado más que en un modelo ideal de gobierno democrático que siempre ha sido refutado por los hechos).” (p. 18). El modelo de sociedad democrática era una sociedad monista, con un solo centro de poder. La sociedad democrática actual tiene varios centros de poder [la poliarquía de Dahl], es pluralista. (p. 18).

II] La reivindicación de los intereses (p. 18-20)

Este punto se refiere a la representación.

El ideal de la democracia moderna está “caracterizada por la representación política, es decir, por una forma de representación en la que el representante, al haber sido llamado a velar por los intereses de la nación, no puede ser sometido a un mandato obligatorio. El principio en el que se basa la representación política es exactamente la antítesis de aquél en el que se fundamenta la representación de los intereses, en la que el representante, al tener que velar por los intereses particulares del representado, está sometido a un mandato obligatorio (precisamente el del contrato del Derecho privado que prevé, la revocación por exceso de mandato).” (p. 18). En síntesis, mandato libre del representante, prohibición del mandato imperativo.

Ahora bien, en la democracia actual no se respetan ni el mandato libre ni la representación política. Esto se debe a la estructura pluralista del poder mencionada en el punto anterior. Bobbio es claro: “Quien representa intereses particulares tiene siempre un mandato imperativo.” (p. 19). Ejemplo: régimen neocorporativo en la mayoría de las democracias europeas (Estado garante de acuerdos entre las partes de la sociedad – cámaras empresarias y sindicatos -).

III] Persistencia de las oligarquías (p. 20-21)

La tercera promesa era la derrota del poder oligárquico. En otras palabras, se buscaba la libertad como autonomía = desaparición de la distinción entre quien gobierna y quien es gobernado. La democracia actual muestra un camino completamente diferente. “La democracia representativa, que es la única forma de democracia existente y practicable, es en sí misma la renuncia al principio de la libertad como autonomía.” (p. 20). Joseph Schumpeter (1883-1950) vio esto con claridad: “la característica de un gobierno democrático no es la ausencia de élites sino la presencia de muchas élites que compiten entre ellas por la conquista del "'voto popular.” (p. 21).

IV] El espacio limitado (p. 21-22)

Bobbio aborda la cuestión de la multitud de espacios significativos que permanecen ajenos a la forma democrática de gobierno. Se trata de “espacios en los que se ejerce un poder que toma decisiones obligatorias para un completo grupo social.” (21). Ejemplo: los dos grandes bloques de poder que existen en lo alto de las sociedades avanzadas, la empresa y el aparato administrativo.

La democracia moderna “nació como método de legitimación y de control de las decisiones políticas en sentido estricto, o de «gobierno» propiamente dicho, tanto nacional como local, donde el individuo es tomado en consideración en su papel general de ciudadano y no en la multiplicidad de sus papeles específicos de feligrés de una iglesia, de trabajador, de estudiante, de soldado, de consumidor, de enfermo, etc. Después de la conquista del sufragio universal, si todavía se puede hablar de una ampliación del proceso de democratización, dicha ampliación se debería manifestar, no tanto en el paso de la democracia representativa a la democracia directa, como se suele considerar, cuanto en el paso de la democracia política a la democracia social, no tanto en la respuesta a la pregunta ¿quién vota? como en la contestación a la interrogante ¿dónde vota?” (p. 21). [Marx trabajó esta cuestión en su artículo “La cuestión judía”. Es importante volver a ese trabajo para comprender las bases de la distinción entre Sociedad Civil y Sociedad Política, entre espacio privado y espacio público, que constituye una de las bases de la dominación de la burguesía. Hay que tener presente que la dominación de la burguesía se sustenta en relaciones impersonales – la coerción económica – y que esa dominación requiere del reconocimiento del ámbito de las relaciones económicas como un ámbito privado.]

V] El poder invisible (p. 22-24)

La democracia moderna nació con el objetivo de eliminar el “poder invisible” (Bobbio remite al caso italiano de la mafia), es decir, toda forma de poder realizada a espaldas de la publicidad. En este punto, el fracaso de las democracias reales es tan ostensible como en el caso de la promesa de la eliminación del poder oligárquico. “Más que de una falsa promesa en este caso se trataría de una tendencia contraria a las premisas: la tendencia ya no hacia el máximo control del poder por parte de los ciudadanos, sino, por el contrario, hacia el máximo control de los súbditos por parte del poder.” (p. 24).

VI] El ciudadano no educado (p. 24-26)

La democracia moderna se construyó bajo el supuesto de que la práctica democrática es la mejor escuela para educar a los ciudadanos. John Stuart Mill (1806-1873) planteó que la democracia requiere ciudadanos activos, no pasivos. “Esto lo llevaba a proponer la ampliación del sufragio a las clases populares con base en el argumento de que uno de los remedios contra la tiranía de la mayoría está precisamente en el hacer partícipes en las elecciones — además de a las clases pudientes que siempre constituyen una minoría de la población y tienden por naturaleza a mirar por sus propios intereses— a las clases populares. Decía: la participación en el voto tiene un gran valor educativo; mediante la discusión política el obrero, cuyo trabajo es repetitivo en el estrecho horizonte de la fábrica, logra comprender la relación entre los acontecimientos lejanos y su interés personal, y establecer vínculos con ciudadanos diferentes de aquellos con los que trata cotidianamente y volverse un miembro consciente de una comunidad.” (p. 25). En el debate sobre elitismo y pluralismo, desarrollado en la Ciencia Política estadounidense en las décadas de 1950 y 1960, se desarrolló la distinción entre la cultura de los súbditos, orientada hacia los output del sistema (los beneficios que los electores esperan obtener del sistema político), y la cultura participante, centrada en los input (propio de los electores que se identifican con la articulación de las demandas y la formación de las decisiones).

En la realidad, prima la apatía hacia la política. Bobbio sugiere que cada vez más ciudadanos se guían por los output (los favores que esperan conseguir a cambio de sus votos).



Bobbio se dedica a examinar los motivos por los que las promesas de la democracia no pudieron ser cumplidas. Llegado a este punto, sugiere que la sociedad actual es más compleja que la que dio origen a la democracia clásica. “Las promesas no fueron cumplidas debido a los obstáculos que no fueron previstos o que sobrevinieron luego de las «transformaciones» (…) de la sociedad civil.” (p. 26).

Analiza tres transformaciones:

1] El gobierno de los técnicos (p. 26-27)

La cuestión es la siguiente: “conforme las sociedades pasaron de una economía familiar a una economía de mercado, y de una economía de mercado a una economía protegida, regulada, planificada, aumentaron los problemas políticos que requirieron capacidad técnica. Los problemas técnicos necesitan de expertos, de un conjunto cada vez más grande de personal especializado.” (p. 26).  Bobbio plantea el problema con precisión: “La tecnocracia y la democracia son antitéticas: si el protagonista de la sociedad industrial es el experto, entonces quien lleva el papel principal en dicha sociedad no puede ser el ciudadano común y corriente. La democracia se basa en la hipótesis de que todos pueden tomar decisiones sobre todo; por el contrario, la tecnocracia pretende que los que tomen las decisiones sean los pocos que entienden de tales asuntos.” (p. 26-27)


2] El aumento del aparato (p. 27-28)

El aumento de la capacidad de control del Estado sobre la sociedad conllevó “el crecimiento continuo del aparato burocrático, de un aparato de poder ordenado jerárquicamente, del vértice a la base, y en consecuencia diametralmente opuesto al sistema de poder democrático. Si consideramos el sistema político como una pirámide bajo el supuesto de que en una sociedad existan diversos grados de poder, en la sociedad democrática el poder fluye de la base al vértice; en una sociedad burocrática, por el contrario, se mueve del vértice a la base.” (p. 27). Ahora bien, Bobbio apunta que la relación entre Estado democrático y Estado burocrático es estrecha; a medida que se amplió la base del primero y el voto se extendió a los trabajadores, éstos comenzaron a reclamar más derechos, y la satisfacción de los mismos requirió de la expansión de una burocracia encargada de la gestión. Por eso, la exigencia actual de limitación del aparato burocrático del Estado [neoliberalismo], esconde la intención de terminar con el Estado Benefactor.

3] El escaso rendimiento (p. 28).

La cuestión es la siguiente: “primero el Estado liberal y después su ampliación, el Estado democrático, han contribuido a emancipar la sociedad civil del sistema político. Este proceso de emancipación ha hecho que la sociedad civil se haya vuelto cada vez más una fuente inagotable de demandas al gobierno, el cual para cumplir correctamente sus funciones debe responder adecuadamente pero, ¿cómo puede el gobierno responder si las peticiones que provienen de una sociedad libre y emancipada cada vez son más numerosas, cada vez más inalcanzables, cada vez más costosas?” (p. 28). En un régimen autocrático, el Estado restringe la demanda de exigencias de la sociedad civil; en cambio, en democracia las demandas son numerosas y continuas, en tanto que la respuesta a éstas es difícil.



Bobbio termina la disertación afirmando que, a pesar de las promesas incumplidas y de los obstáculos imprevistos, el régimen democrático no fue reemplazado por el autocrático, y que las democracias se fortalecieron luego de la finalización de la Segunda Guerra Mundial (1945). El autor se refiere al contenido mínimo de la democracia, desarrollado al principio de la disertación. También hace la constatación de que no hubo guerras entre Estados democráticos en el período posterior a 1945.

Por último, Bobbio enumera los ideales de la democracia: 1) ideal de la tolerancia; 2) ideal de la no violencia; 3) ideal de la gradual renovación de la sociedad mediante el libre debate de ideas (ejemplo: “únicamente la democracia permite la formación y la expansión de las revoluciones silenciosas, como ha sido en estas últimas décadas la transformación de la relación entre los sexos, que es quizá la mayor revolución de nuestro tiempo.” – p. 31-); 4) ideal de la fraternidad.



Villa del Parque, miércoles 11 de julio de 2018



NOTAS:

[1] Bobbio pasa por alto un hecho significativo. La Ley Le Chapelier, sancionada en 1791 (plena Revolución Francesa), instauraba la libertad de empresa y prohibía todo tipo de asociaciones sindicales. Lejos de ser expresión de una teoría abstracta, constituía una herramienta concreta de la burguesía francesa en su lucha contra los trabajadores.




miércoles, 1 de agosto de 2012

FICHA DE LECTURA: NORBERTO BOBBIO, LIBERALISMO Y DEMOCRACIA (1985)




Liberalismo y democracia es una obra del politólogo italiano Norberto Bobbio (1909-2004). Fue publicada originalmente en 1985 en idioma italiano (Milán, Franco Angeli Libri). El libro fue traducido al español por José F. Fernández Santillán y editado en 1989 por el Fondo de Cultura Económica en su colección Breviarios. Para redactar esta ficha de lectura se utilizó la 6° reimpresión de la 1° edición española (México D. F., Fondo de Cultura Económica, 2000). Todas las citas del texto corresponden a dicha edición.

El libro está dedicado a presentar las relaciones entre liberalismo y democracia (p. 7). No es preciso señalar la importancia del tema, sobre todo en una época en que las derrotas del movimiento obrero han generado la convicción de que el socialismo es un albur. Ahora bien, el tratamiento de la temática en la obra es abstracto, porque Bobbio deja constantemente de lado al capitalismo, que es la forma de organización social en que se desarrollan tanto el liberalismo como la democracia. Al hacer esto, vacía de contenido a la política, reduciendo las luchas políticas a meras confrontaciones de ideas. 

La concepción de Bobbio acerca del proceso histórico, expresada en la siguiente cita, permite caracterizar la abstracción mencionada en el párrafo anterior:

“…el curso histórico camina de un estado inicial de servidumbre a estados sucesivos de conquista de espacios de libertad por parte de los sujetos, mediante un proceso de liberación gradual…” (p 15).

De este modo, las Revoluciones Burguesas, que marcaron el pasaje del poder político desde la nobleza hacia la burguesía, son vistas como parte de un proceso secular de conquista de la libertad. Ni una palabra sobra sobre el contenido social de esa libertad. Es por ello que termina cayendo en un fetichismo de la política, esto es, separando el ámbito de la sociedad política del resto de la sociedad y omitiendo el carácter político de las relaciones de producción. Bobbio no va más allá de algunas referencias a los aspectos estrictamente políticos de las Revoluciones Inglesa (p. 55-56) y Francesa. En la obra los aspectos fundamentales del capitalismo suelen son tratados al nivel de la anécdota.

Para entender el sentido de nuestra crítica general al planteo de Bobbio hay que precisar algunas cuestiones. El capitalismo presenta dos características que redefinieron radicalmente el ámbito de lo político: a) los trabajadores sufren una “doble liberación”: son despojados de los medios de producción, pero también son emancipados de toda forma de dependencia personal (esclavitud, servidumbre); b) la dominación social del empresario capitalista se basa en su control del proceso de trabajo, gracias a la propiedad privada de los instrumentos de producción. La conjunción de ambas características hizo que la coerción económica (el sometimiento de las personas a la lógica del capital por medio de la presión de la economía – el que no gana dinero no come -) se convirtiera en la principal herramienta de dominación de la clase capitalista. Dicho de otro modo, el empresario consigue que todos los días los trabajadores concurran a sus lugares de trabajo a ser explotados, sin necesidad del látigo o la pistola en la cabeza. Como consecuencia, cambia el rol y la naturaleza del Estado en relación a las sociedades precapitalistas. Surge la escisión entre la sociedad política (el Estado) y la sociedad burguesa, porque la segunda cuenta con mecanismos para garantizar el ejercicio de la dominación sobre la clase trabajadora y, en principio, sólo debe recurrir a la coerción extraeconómica (la violencia física) del Estado cuando los sectores populares rechazan las reglas de juego imperantes.

Si se dejan de lado las cuestiones enunciadas en el párrafo anterior, el liberalismo y la democracia moderna se convierten en fenómenos unilaterales, que pierden conexión con la vida cotidiana de la mayoría de la población de las sociedades capitalistas. Las limitaciones señaladas hacen que Bobbio se encierre en la historia de las ideas entendida del modo unilateral que ya hemos mencionado. Además, el tratamiento de la historia de las ideas por Bobbio es muy recortado, a punto tal que en toda la obra apenas se dedica muy poco espacio al pensamiento socialista sobre la democracia. Bobbio, a quien no puede negarse inteligencia, dice a la pasada algunas cosas importantes, pero carece de una visión adecuada para enmarcar al liberalismo y a la democracia.

Bobbio caracteriza al liberalismo como una determinada concepción del Estado (p. 7), la cual postula la necesidad de limitar las funciones y poderes estatales (p. 7, 17 y ss., 99). Es una consecuencia del desarrollo del individualismo (cap. II); el autor apunta con razón que “sin individualismo no hay liberalismo” (p. 16). Por supuesto, Bobbio no conecta el surgimiento del individualismo con la paulatina expansión de la economía mercantil (productores privados que producen para el mercado); el individualismo es, según nuestro autor, una consecuencia del proceso histórico que va de la “servidumbre” a la “libertad”, y en el plano de las ideas tiene su correlato en el abandono del organicismo y la adopción del contractualismo como explicación de la sociedad y el Estado. 

El individualismo es concebido, por tanto, como el resultado de la confrontación entre servidumbre y libertad, entendidos como principios generales desgajados de las condiciones sociales que les dan sustento. En el mundo real, el individualismo se desarrolló a partir de la generalización de la producción mercantil en los siglos XVI y XVII; al producir para el mercado como productores privados recíprocamente indiferentes, los individuos pasaron a verse a sí mismos como el centro del universo, y la comunidad pasó a ser algo secundario. El contractualismo expresó en el campo de la filosofía política la ideología de la burguesía, la clase de propietarios privados que progresivamente iba transformando el dinero en capital, y que dependía del plusvalor extraído a los trabajadores en el proceso de producción. Su poder social emanaba de la propiedad del capital, y no de la sangre o de dios. El iusnaturalismo servía a sus necesidades políticas porque iba dirigido contra los fundamentos del poder tradicional. Como era de esperarse, Bobbio omite toda mención a estos procesos.

A diferencia de las clases dominantes de las sociedades precapitalistas, la burguesía no basa su dominio exclusivamente en el control del Estado. Su poder social reside en la propiedad privada de los medios de producción, y su interés principal pasa porque esa propiedad sea vista como asunto privado y no como una cuestión política. La burguesía es la primera clase dominante de la historia que promovió la separación entre lo público y lo privado. Este es el contexto para entender el desarrollo del liberalismo. Nuevamente, nuestro autor evita referirse a estas cuestiones.

A continuación de su definición de liberalismo, Bobbio dedica los capítulos III y IV a esbozar los límites que el liberalismo pretende imponer al Estado y al concepto de libertad propio del liberalismo. Es significativo el concepto de libertad negativa (p. 41), pues concibe a la libertad separada de todas las condiciones materiales que hacen posible su ejercicio, y la entiende únicamente como libertad individual (la clase obrera no es libre de dejar de trabajar para los capitalistas). En este punto se percibe con claridad el papel del individualismo como base filosófica del liberalismo. 

En el capítulo V el autor valora positivamente el individualismo. El antagonismo aquí mentado no es otra cosa que la competencia entre propietarios privados (hay que recordar que es a través de la competencia que se aplica la ley del valor en el capitalismo); por su parte, la exaltación de la variedad ensalzada por el autor alude a que se consideran valiosas las diferencias de clase. Todo ello cobijado bajo la noción de “libertad individual”. (p. 29).

Bobbio define a la democracia como una forma de gobierno, en la que el poder reside en la mayoría (p. 7). Para profundizar en la definición utiliza el conocido debate de principios del siglo XIX sobre la libertad de los antiguos y la de los modernos (capítulos I y VI). A pesar de mantenerse en la abstracción (sería fecundo retomar la tradición aristotélica sobre las formas de gobierno – donde se privilegia el contenido de clase de las formas de gobierno por sobre el número de personas que ejercer el gobierno -), Bobbio da en la tecla en el siguiente pasaje: 

“Si por democracia moderna se entiende la democracia representativa, y si a la democracia representativa es inherente a la desvinculación del representante de la nación del individuo representado y de sus intereses particulares, la democracia moderna presupone la atomización de la nación y su recomposición en un nivel más alto y restringido, como lo es la asamblea parlamentaria. Pero este proceso de atomización es el mismo proceso del que nació la concepción del Estado liberal, cuyo fundamento debe buscarse, como se ha dicho, en la afirmación de los derechos naturales e inviolables del individuo.” (p. 38).

La base económica del proceso de atomización está dada por la separación del productor directo de los medios de producción (piénsese en la ruptura de los vínculos con la tierra, por ejemplo). La clase dominante se recompone (en el sentido de intereses generales) en el Parlamento, en el Estado. Los trabajadores deben superar la atomización política y económica.

El autor se mueve siempre dentro de los límites del individualismo burgués, que propone un tratamiento unilateral del individuo (sólo es considerado en tanto individuo poseedor). Esto es especialmente visible en la manera en que aborda la cuestión de la relación entre democracia e igualdad (capítulo VII, pero también el VIII). Bobbio llega a afirmar que “la libertad e igualdad son valores antitéticos” (p. 41). Nuestro autor puede llegar a esa conclusión porque tiene como punto de partida al individuo burgués (el propietario privado), quien constituye la culminación del desarrollo de la humanidad. Individuo y comunidad son antitéticos, pues el individuo sólo puede desarrollarse plenamente en el plano privado.

Luego de ocuparse de definir los conceptos de liberalismo y democracia, Bobbio se ocupa en el resto del libro de describir a grandes rasgos la evolución de ambas corrientes de pensamiento entre los siglos XIX y XX (aunque su atención se concentra, sobre todo, en el siglo XIX). El capítulo IX (El individualismo y el organicismo) sirve de engarce entre las dos partes de la obra. En dicho capítulo, plantea que la democracia y el liberalismo tienen en común el individualismo: 

“…el liberalismo y la democracia (…) tienen un punto de partida en común: el individuo; los dos reposan en una concepción individualista de la sociedad.” (p. 49).

Así, casi sin querer, el autor revela el límite infranqueable de la democracia moderna: el respeto al individuo burgués, que no es otra cosa que el respeto a la propiedad privada que constituye a ese individuo.

En los capítulos X-XIII Bobbio tomas las figuras de Tocqueville (1805-1859) y Stuart Mill (1806-1873) para describir, respectivamente, las trayectorias del liberalismo y de la democracia. Cabe insistir en que es llamativa la ausencia de referencias a la lucha del movimiento obrero y de los socialistas por la democracia. Sólo en el capítulo XV trabaja la relación entre socialismo y democracia. Marca la existencia de una antítesis completa entre liberalismo y socialismo (p. 88) y plantea claramente las raíces de la diferencia entre ambos: 

“La manzana de discordia es la libertad económica que presupone la defensa a ultranza de la propiedad privada. Por cuantas definiciones se puedan dar del socialismo del siglo pasado (…), por lo menos hay un criterio constante y determinante para distinguir una doctrina socialista de todas las demás: la crítica de la propiedad privada como fuente principal de «desigualdad entre los hombres» (…) y su eliminación total o parcial como proyecto de la sociedad futura. La mayor parte de los escritores socialistas y de los movimientos que se inspiraron en ellos han identificado el liberalismo, con razón o sin ella – mas ciertamente en el plano histórico con razón – con la defensa de la libertad económica y por consiguiente de la propiedad individual como única garantía de la libertad económica, entendida a su vez como presupuesto necesario para el desarrollo real de todas las demás libertades. Bajo una concepción clasista de la historia, que el movimiento socialista heredó de la historiografía burguesa, según la cual el principal sujeto histórico son las clases y el desarrollo histórico se produce con el paso del dominio de una clase al de otra.” (p. 89).

Bobbio afirma que entre democracia y socialismo existió una relación de complementariedad:

“…desde su origen la relación entre el socialismo y la democracia más bien fue de complementariedad (…) Para reforzar el nexo de compatibilidad, más aún de complementariedad, entre el socialismo y la democracia, se sostuvieron dos tesis: ante todo, el proceso de democratización habría inevitablemente producido o por lo menos habría favorecido el advenimiento de una sociedad socialista, basada en la transformación del instituto de la propiedad y en la colectivización al menos de los principales medios de producción; en segundo lugar, sólo la llegada de la sociedad socialista habría reforzado y ampliado la participación política y por tanto hecho posible la realización plena de la democracia (…) Con base en estas dos tesis, la indisolubilidad entre la democracia y el socialismo fue demostrada, por parte de las principales corrientes del socialismo, como condición necesaria para el advenimiento de la sociedad socialista; por parte de las corrientes democráticas, como condición del desarrollo de la misma democracia.” (p. 90-91). 

Según nuestro autor, fueron las experiencias totalitarias del siglo XX las que aproximaron la democracia al liberalismo.

En el capítulo XVI, y a partir del examen de Anarquía, Estado y utopía (1984), de Robert Nozick (1938-2002), hace un análisis perspicaz del neoliberalismo:

“En cuanto a la determinación de los derechos individuales que el Estado debe proteger, la teoría de Nozick está genéricamente basada en algunos principios del derecho privado, según la cual el individuo tiene el derecho de poseer lo que ha adquirido justamente (o principio de justicia en la adquisición) y lo que ha adquirido justamente del propietario anterior (principio de justicia en la transferencia). Cualquiera otra tarea que el Estado asuma es injusta porque interfiere indebidamente en la vida y en la libertad de los individuos. (…) La doctrina de Nozick plantea más problemas que los que resuelve: está basada completamente en la aceptación de la doctrina jurídica de los títulos de adquisición originaria y derivada de la propiedad, de la que el autor no da la más mínima explicación.” (p. 102).

En el capítulo XVII expone la tesis de Samuel P. Huntington (1927-2008) acerca de la democracia, expuesta en el trabajo colectivo La crisis de la democracia. Informe sobre la gobernabilidad de la democracia a la Comisión Trilateral (1975). Hay que recordar que Huntington, teórico político al servicio del Departamento de Estado, elaboró en su obra una justificación de los golpes de Estado que asolaron América Latina durante la década de 1970. Bobbio enuncia aquí los límites de las democracias modernas: 

“Todas las democracias reales, no la ideal de Rousseau, nacieron limitadas, en el sentido ya aclarado de que las decisiones que toman las mayorías no pueden afectar las materias que se refieren a los derechos de libertad llamados precisamente «inviolables». Y esto sucedió desde el inicio. (…) Una vez más, el contraste entre el liberalismo y la democracia se resuelve en la aceptación por parte de la doctrina liberal de la democracia como método o como conjunto de reglas del juego, pero al mismo tiempo en el establecimiento de límites dentro de los cuales pueden ser usadas estas reglas.” (p. 107-108).

Por supuesto, Bobbio tiende a oscurecer que esos derechos “inviolables”  se resumen en el derecho de propiedad, núcleo en torno al cual se estructura el poder en la sociedad capitalista. Aunque los académicos, los políticos y los periodistas prefieran hablar de otras cosas más atractivas.

Buenos Aires, miércoles 1 de agosto de 2012