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viernes, 26 de marzo de 2021

LA CUESTIÓN DE LA DURABILIDAD DE LOS REGÍMENES DEMOCRÁTICOS: APUNTES SOBRE PRZEWOSKI



FICHA BIBLIOGRÁFICA:

Przeworski, A., Álvarez, M., Cheibub, J. A., Limonge, F. (1996). Las condiciones económicas e institucionales de la durabilidad de las democracias. En Ágora, (3), pp. 67-86. Traducción de Sebastián Mazzuco.

Adam Przeworski es un politólogo estadounidense de origen polaco, nacido en Varsovia en 1940. Es profesor en la Universidad de New York. Especialista en las relaciones entre democracia, capitalismo y desarrollo económico.


Las décadas de 1980 y 1990 estuvieron marcadas en la ciencia política por la temática de la democracia. No fue casualidad. Tanto los procesos de transición a la democracia de los países latinoamericanos como los procesos de los países del bloque acapararon la atención de los politólogos. Todos ellos implicaron la instauración de democracias capitalistas o, dicho de otro modo, ninguno de ellos representó un camino alternativo al capitalismo. Vistos desde una perspectiva general, pueden ser considerados como una de las consecuencias del fin del periodo de revoluciones iniciado en 1917.

La investigación que estamos comentando partió de la pregunta por las condiciones que hacen posible la duración de la democracia. Muchos regímenes democráticos estaban dando sus primeros pasos a finales del siglo XX; otros implicaban la restauración de las prácticas de la democracia capitalista, interrumpidas por golpes de Estado.

Los autores entienden por democracia

“un régimen en el cual la ocupación de los cargos gubernamentales es el resultado de elecciones competitivas. Sólo si la oposición tiene permitido ganar, competir, ganar y ocupar cargos, el régimen es democrático”. (p. 83)

La definición anterior incluye dos aclaraciones. Por un lado, los cargos esenciales para que podamos hablar de un régimen democrático son el de jefe del ejecutivo y los asientos del cuerpo legislativo efectivo; por otra parte, la competencia implica que la oposición tiene chances de ganar los cargos de gobierno como consecuencia de elecciones.

La democracia tiene su contrapartida en la dictadura, que es todo régimen en el que la posibilidad de que la oposición gane las elecciones y acceda al poder es “dudosa” (p. 68)

Los autores se propusieron refutar dos afirmaciones, predominantes en el ambiente intelectual estadounidense: (1) las dictaduras son más capaces de impulsar el desarrollo económico en los países pobres; (2) una vez que los países están desarrollados, los regímenes dictatoriales dejan su lugar a las democracias.

Respecto a (1), la evidencia económica existente “no basta para descubrir ningún efecto económico claro del tipo de régimen” (p. 68). En base a ello puede afirmarse que las dictaduras no tienen mayores probabilidades que las democracias de activar el desarrollo económico. En este sentido, los casos de Corea del Sur y de Taiwán son excepcionales: se trata de los únicos países que pasaron de un ingreso per cápita de menos de 1000 dólares en 1950 a un ingreso superior a los 5000 dólares en 1990. En el resto de los casos, las dictaduras no promovieron el desarrollo en los países pobres. [1]

Respecto a (2), la evidencia empírica muestra que las transiciones a la democracia mantienen una relación aleatoria con el nivel de desarrollo. Dicho más claro, ninguna transición a la democracia puede ser predicha con sólo atender al grado del desarrollo del país en cuestión.

Por lo tanto,

“Dado que las dictaduras pobres no tienen más probabilidades de desarrollarse que las democracias pobres y puesto que las dictaduras desarrolladas no tienen más probabilidades que las pobres de convertirse en democracias, las dictaduras no representan ninguna ventaja si se trata de lograr la meta doble de desarrollo y democracia. Para fortalecer a las democracias, deberíamos fortalecer a las democracias, no apoyar a las dictaduras.” (pp. 69-70).

El “nosotros” de la afirmación anterior designa a quien tiene el poder efectivo de llevar adelante ese “apoyo”; los autores le hablan, para usar una expresión popular, a los dueños del circo, no a los payasos. Pero no se trata del tema de estas notas…

Una vez despachado el problema de la transición de la dictadura a la democracia, los autores abordan la cuestión de los factores que permiten la perduración de los regímenes democráticos. En este sentido, analizan el papel jugado por los siguientes factores: democracia, prosperidad, crecimiento con moderada inflación, desigualdad en descenso, un clima internacional favorable e instituciones parlamentarias.

a) Democracia: aunque resulte tautológico es necesaria la existencia de un régimen democrático para que la democracia perdure. Esto ya ha sido examinado más arriba.

b) Prosperidad: “el nivel de desarrollo económico de un país tiene un efecto muy fuerte sobre las posibilidades de supervivencia de su democracia” (p. 70)

Mientras que politólogos como Samuel P. Huntington y Guillermo O’Donnell afirman que las democracias se desestabilizan cuando experimentan un rápido proceso de desarrollo económico, los autores sostienen que “no hay un nivel de ingresos en el cual las democracias sean más frágiles que cuando eran más pobres” (p.70). La evidencia recogida en su investigación muestra que las democracias establecidas en países con un ingreso anual per cápita de más de 6000 dólares son “inexpugnables”, a punto tal que plantean que “una vez instalada en un país desarrollado, la democracia se mantiene más allá de cómo se desempeñe y de todas las condiciones externas a las que esté expuesta” (p. 71).

c) Desempeño económico: mientras que en los países desarrollados la prosperidad es condición suficiente para la persistencia de la democracia, en los países pobres la situación es más problemática. Si las democracias no logran garantizar el crecimiento económico, su supervivencia se vuelve muy difícil pues son en extremo vulnerables a las crisis económicas. De modo que el desempeño económico se vuelve una cuestión crucial en las democracias pobres; en ellos, el crecimiento con inflación moderada son necesarios para la persistencia de los regímenes democráticos

d) Desigualdad de ingresos: la escasez de los datos dificulta la realización de comparaciones útiles. En este terreno, únicamente puede afirmarse con seguridad que

“es mucho más probable que la democracia sobreviva en países donde la desigualdad de ingresos disminuye a lo largo del tiempo (…) la gente espera que la democracia reduzca la desigualdad de ingresos, y las democracias que lo hacen tienen mayores probabilidades de sobrevivir.” (p. 73)

e) Clima internacional: el énfasis puesto hasta aquí en los factores económicos no debe hacer olvidar que existen otros factores significativos para la durabilidad de la democracia. Los autores postulan que el clima internacional predice la supervivencia de los regímenes democráticos mejor que los factores económicos. Si existen muchas democracias, es altamente probable que una democracia dada se mantenga al año siguiente; si hay una proliferación de dictaduras, esa probabilidad se acota.

f) Aprendizaje político: al contrario de lo que se dice habitualmente, la existencia de una tradición democrática no garantiza la sobrevivencia de la democracia en los países que experimentan la transición a ese régimen desde la dictadura. Los autores indican que suele olvidarse que, al lado de la mencionada tradición, existe la memoria del derrocamiento de la democracia (y que esa experiencia genera un aprendizaje sólido entre quienes se oponen a las instituciones democráticas).

g) El efecto de las instituciones: existen diversos tipos de democracia. La distinción entre ellos puede establecerse en función de criterios tales como los sistemas de representación, los modos en que se dividen y supervisan los poderes, los métodos que organizan los intereses, los derechos y deberes asociados a la ciudadanía.

Los autores adoptan un único criterio de clasificación de los sistemas institucionales democráticos: el que distingue al parlamentarismo del presidencialismo. Se denomina sistema parlamentarista al régimen político que se caracteriza porque la asamblea legislativa puede expulsar al gobierno; el sistema presidencialista, en cambio, eso no es posible.

En este punto, los autores se proponen poner a prueba la hipótesis del politólogo Juan Linz, quien indica que las democracias parlamentaristas son más resistentes que las presidencialistas. Luego de examinar los datos disponibles, concluyen:

La supervivencia de las democracias depende efectivamente de sus sistemas institucionales. Los regímenes parlamentaristas duran más, mucho más que los presidencialistas. Las instituciones electorales que fomentan la formación de mayorías aumentan las probabilidades de supervivencia de los presidencialismos: los sistemas presidencialistas que padecen deadlocks legislativos son particularmente débiles. Ambos sistemas son vulnerables al mal desempeño económico, pero las democracias presidencialistas, incluso cuando su economía crece, tienen menos probabilidades de sobrevivir que los sistemas parlamentarios con una economía en contracción. La evidencia de que la democracia parlamentarista vive por más tiempo y bajo un mayor espectro de condiciones que la democracia presidencialista parece, en consecuencia, incontrovertible.” (p. 79; el resaltado es mío – AM-)

A partir de la investigación realizada, los autores concluyen que su “descubrimiento central es la importancia de los factores económicos en la sustentabilidad de las democracias”. En otras palabras, “una vez instalada en un país rico, la democracia tiene mayores probabilidades de sobrevivir”. (p. 81)

El crecimiento económico resulta indispensable para la supervivencia de las democracias, a punto tal que los autores llegan a afirmar que la democracia tiene más probabilidades de sobrevivir en una economía en expansión con ingresos de 1000 dólares anuales per cápita, que en una economía en contracción con ingresos de entre 1000 y 4000 dólares anuales per cápita.

“En suma, el secreto de la durabilidad democrática parece hallarse en el desarrollo económico; reside en una economía que crece, no bajo una dictadura – como la teoría dominante en los ’60 supusiera -, sino dentro de un régimen democrático basado en instituciones parlamentaristas.” (p. 83)

  

Villa del Parque, viernes 26 de marzo de 2021


NOTAS:

[1] Los autores consideran “inicialmente pobres” a los países con menos de 2000 dólares de ingreso anual per cápita.

miércoles, 24 de marzo de 2021

LA AMÉRICA COLONIAL ESPAÑOLA EN VÍSPERAS DE LA INDEPENDENCIA: APUNTES SOBRE UN LIBRO DE ZANATTA

Potosí (actual Bolivia) y sus iglesias

 

Con esta ficha inauguramos una serie dedicada a obras de historia en general, e historia latinoamericana en particular. Se trata de proporcionar materiales que resulten útiles para los estudiantes de ciencias sociales.

El primer texto de la serie es el capítulo 1 de la obra Historia de América Latina: De la Colonia al siglo XXI, del historiador italiano Loris Zanatta (n. 1943), especialista en América Latina y en el peronismo. Zanatta es profesor de Historia de América Latina en la Universidad de Bologna (Italia).

Para la elaboración de la ficha utilicé la siguiente edición:  Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI. 288 p. (Biblioteca Básica de Historia). Traducción de Alfredo Grieco y Bavio y Guillermo David. Todas las citas textuales pertenecen a esta edición. Por último, mis comentarios personales van entre corchetes.


CAP. 1: EL PATRIMONIO ESPIRITUAL DE LA COLONIA (pp. 17-33)

América Latina “fue Europa” entre la primera mitad del s. XVI e inicios del s. XIX (p. 17). Pero hay que tener en cuenta que los casos de la América hispana (la más extensa, rica y poblada) y la América portuguesa (poco habitada y hasta el s. XVIII concentrada sobre las costas) son distintos. [En este primer capítulo el profesor Zanatta no hace ninguna referencia directa a las colonias portuguesas.]

El autor postula la centralidad del patrimonio espiritual, “sin el cual la historia de los períodos siguientes perdería sus coordenadas” (p. 18).

[Zanatta obra aquí de manera arbitraria y no fundamenta su elección. ¿Por qué no comenzar, por ejemplo, por el patrimonio “material”? Que el autor tenga una concepción idealista de la historia, según la cual las ideas pesan más que las formas de vivir, no tiene nada de malo en sí mismo. La ciencia se construye en torno al debate. Lo malo consiste en que no fundamenta su punto de partida.]

A partir de esa afirmación, en este período surgió en América una nueva cultura, que compartió “riesgos y destinos” de la civilización hispánica. [1] Su elemento unitario y principio inspirador y fue la catolicidad; en ese elemento la sociedad colonial encontraba su misión política.

El Imperio español bajo las Habsburgo (1535-1707):

Combinaba un principio de unidad y un principio de fragmentación. Se trató de un régimen pactista, mediante el cual gobernó las relaciones entre el soberano y sus reinos. El pacto fundaba la unidad imperial en el propósito de expandir la Cristiandad. Su unidad política y espiritual era garantizada por el rey, titular y de la ley y protector de la Iglesia. Los súbditos reconocían la soberanía del rey: a cambio, se les concedía una amplia autonomía, cuya expresión era la fórmula popular “la ley se acata pero no se cumple”. La ley del rey era reconocida, pero en la práctica el gobierno se fundaba sobre los usos, las costumbres y los poderes de las elites locales. Se daba así la unidad en torno al rey y a la pertenencia a la misma civilización; se daba así la fragmentación en torno a las elites locales. (p. 20).

La organización social de las colonias americanas:

El profesor Zanatta indica que “no existe un único modelo social válido para todos y cada uno de los tantos territorios gobernados por las Coronas ibéricas.” (p. 20). [Esta diversidad es el problema principal que afronta el historiador de América Latina.]

En consecuencia, sólo es posible formular algunas consideraciones generales:

a) Orden corporativo: la sociedad estaba organizada en torno a corporaciones. Esto significaba que,

“los derechos y los deberes de cada individuo no eran iguales a los de cualquier otro, sino que dependían de los derechos y deberes del cuerpo social al que pertenecía.” (p. 20) [2]

Desde el vértice hasta la base, cada grupo tenía sus propios fueros, sus privilegios y sus obligaciones. El vértice superior de la sociedad colonial estaba constituido por la población blanca de origen europeo, cuyos integrantes controlaban la política, la economía, la justicia, las armas y la religión. En un primer momento fueron los encomenderos, que luego se transformaron en grandes terratenientes. Posteriormente, las sucesivas olas migratorias desde la metrópoli hicieron más heterogéneo a este grupo; se sumaron artesanos, funcionarios, profesionales, comerciantes. Cada uno de ellos se hallaba organizado en un estado (corporación), con sus correspondientes derechos y deberes. Los criollos, por su parte, estaban privados del acceso a los cargos civiles, militares y eclesiásticos más importantes. Los pueblos originarios, por su parte, conservaron sus formas de gobierno y sus divisiones sociales. Los negros (3 millones y medio de africanos fueron llevados como esclavos a América durante el período colonial) trabajaban en las plantaciones, en el servicio doméstico, o eran intermediarios entre los blancos y los indios. Además, había un creciente mestizaje.

b) Sociedad orgánica:

Las colonias americanas compartían esta característica con todas las sociedades occidentales de la época). Esta forma de sociedad poseía dos rasgos fundamentales: 1) era una sociedad “sin individuos”, es decir, “los individuos se veían sometidos al organismo social en su conjunto” (p. 20); 2) era una sociedad “jerárquica” (los individuos – y los grupos – tenían funciones diferentes, asignadas por dios).

Zanatta señala que los más oprimidos (por ejemplo: las comunidades de los pueblos originarios) poseían amplias posibilidades de autogobierno (estos aspectos – sentido comunitario, autonomía, protección – luego fueron idealizados). Esta generó una resistencia al cambio.

c) Naturaleza segmentaria del orden corporativo: a las barreras originadas por la riqueza o el linaje se sumaban las barreras étnicas y culturales, más fuertes donde más fuerte era la población indígena. El resultado fue la generación de “compartimentos que separaban mundos extraños entre sí, aunque constreñidos a vivir en estrecha relación” (p. 22).

La organización económica del período colonial:

América Latina fue desde la conquista la periferia de un centro económico lejano. Sin embargo, no se trató de una situación estática: en el s. XVI el centro (España) era una potencia mundial; en el s. XVIII el centro (España) era la periferia de otro centro (los países pujantes del norte de Europa).

“La economía de América Latina tendió a organizarse hacia el exterior en función del comercio, tanto para obtener ingresos financieros de la exportación de materias primas como para dotarse, a través de la importación, de numerosos bienes fundamentales que el centro del imperio le proporcionaban.” (p. 25)

El profesor Zanatta sostiene que esta “vocación periférica” de la economía latinoamericana fue el principal rasgo de la herencia económica del período colonial.

Los corolarios de la condición periférica fueron: a) la debilidad intrínseca del mercado interno; b) la tendencia centrífuga, pues cada región especializada en producir un bien de exportación procuraba establecer vínculos con el socio exterior más conveniente.

La herencia religiosa del período colonial:

La herencia que más pesó fue el imaginario de tipo religioso. Éste era producto de la sociedad orgánica (la cual se consideraba a sí misma como reflejo del orden divino revelado, donde no había distingo entre unidad política y unidad espiritual (ciudadano y feligrés eran lo mismo).

Los Imperios ibéricos podían ser definidos como regímenes de Cristiandad, es decir,

“lugares donde el orden político se asentaba sobre la correspondencia de las leyes temporales con la ley de Dios y donde el trono (el Soberano) estaba unido al altar (la Iglesia).” (p. 27) [3]

A todo ello hay que agregar que: a) América Latina quedó fuera de la Reforma Protestante. Por el contrario, fue la tierra de la Contrarreforma; 2) la Iglesia se convirtió en el pilar ideológico del orden político. En este sentido, el rol de la Iglesia en las colonias ibéricas no tuvo parangón. La catolicidad fue “el eje de la unidad de un territorio y una comunidad muy fragmentada en todo otro aspecto.” (28).

Lo expuesto en el párrafo anterior tuvo consecuencias perdurables para América Latina: a) el pasaje a la Modernidad política, entendida como la secularización del orden político (separación de la esfera política y la esfera religiosa), fue complejo y traumático; b) el pasaje del unanimismo al pluralismo político y económico resultó arduo. [4]

Las Reformas borbónicas:

Las reformas del siglo XVIII, impulsadas en España por los Borbones [5] y en Portugal por el marqués de Pombal [6], erosionaron el pacto colonial. Detrás de los objetivos declarados de las reformas, lo concreto es que se acentuó la brecha entre la metrópoli y las colonias.

El propósito de las reformas

“era encaminar un proceso de modernización de los imperios y la centralización de la autoridad a través del cual la Corona pudiera administrarlas mejor [a las colonias], gobernarlas de manera más directa y extraer recursos de modo más eficiente.” (p. 30)

El rey de España Carlos III se proponía el cobro el cobro efectivo de más impuestos en las posesiones americanas, para abastecer la creciente demanda de la Corona y asegurar la defensa de las colonias.

En el esquema propuesto por las Reformas, la metrópoli producía manufacturas, en tanto que las colonias suministraban materias primas. Con las medidas reformistas se procuraba detener la decadencia de los imperios ibéricos y enfrentar a las nuevas potencias mundiales (Gran Bretaña).

Hubo reformas fiscales, cuyo resultado fue la triplicación de los ingresos de las arcas reales; administrativas, como la creación de los virreinatos de Nueva Granada y Buenos Aires, y la implementación del sistema de intendencias; militares, entre las que destacó la americanización del ejército colonial, dirigido por oficiales peninsulares; religiosas, cuyo objetivo era el debilitamiento del poder de las órdenes (por ejemplo, la expulsión de los jesuitas en 1776). Se expropiaron bienes de las órdenes y se fortaleció al clero secular, sobre el que ejercía jurisdicción el rey mediante la aplicación del Real Patronato. [7]

Las reformas tuvieron las siguientes consecuencias en América Latina: 1) la percepción en las colonias de que el vínculo con la Madre Patria había cambiado. Si hasta ese momento todas las partes del Imperio eran consideradas iguales, ahora existía una jerarquía en la que la metrópoli ejercía la primacía sobre las colonias; 2) la obediencia al rey fue reemplazada por la obediencia a España y Portugal (que pasaban a ser modernos Estados-nación); 3) las elites criollas se sintieron traicionadas, pues perdieron autonomía política y pasaron a estar sometidas a las necesidades económicas de la metrópoli; 4) el surgimiento del sentimiento patriótico en las colonias a fines del s. XVIII. Los viejos centros coloniales perdieron peso frente a ciudades como Caracas y Buenos Aires, donde la influencia hispánica era menor y mayor el peso del comercio inglés.

 

Villa del Parque, miércoles 24 de marzo de 2021


NOTAS:

[1] El autor define civilización del siguiente modo: “un complejo conjunto de instrumentos materiales y valores espirituales, de instituciones y costumbres capaces de plasmar tanto la organización social y política como el universo espiritual y moral de los pueblos que pertenecen a ella.”

[2] En otras palabras, existían derechos (y obligaciones) de los grupos (corporaciones), pero no existían los derechos humanos, entendidos como derechos de los individuos sin importar su grupo social, raza, religión, género, etc.

[4] La Corona española ejercía el Real Patronato. Se trataba de un privilegio concedido por el Papa que daba amplias facultades en el gobierno de la Iglesia e incluso en el nombramiento de los obispos. Reforzó la trama que unía religión y política.

[4] El profesor Zanatta remarca la persistencia del “mito originario de la unidad política y espiritual” (p. 29). El unanimismo designa la pretensión a la unanimidad, a que un solo criterio rija el gobierno y el pensamiento de un país.

[5] La Casa de Borbón, de larga historia en Francia, llegó al trono de España con Felipe V (1683-1746), cuyo reinado se extendió de 1700 a 1746. La política de reformas (conocidas como las reformas borbónicas) se extendió durante los reinados de Fernando VI, cuyo reinado abarcó de 1746 a 1759, y Carlos III, que reinó entre 1758 y 1788.

[6] El marqués de Pombal (1699-1782) fue un estadista portugués que se desempeñó como primer ministro del rey José I (1750-1777).

[7] Zanatta sostiene que las medidas reformistas en el plano religioso terminaron por provocar el establecimiento de una alianza contra la Corona entre el bajo clero y vastos sectores populares.

lunes, 22 de marzo de 2021

SOBRE EL MÉTODO EN POLÍTICA COMPARADA



Nota bio-bibliográfica:

Aníbal Pérez Liñán es un politólogo argentino que reside en Estados Unidos. Cursó la licenciatura en Ciencia Política en la Universidad del Salvador (1988-1993) y se doctoró en la University of Notre Dame (EE. UU., 2001). Desde 2001 es profesor en la Universidad de Pittsburgh (EE. UU.); en 2018 fue designado profesor en la Universidad de Notre Dame (EE. UU.). Se especializó en política comparada.

En 2008 el Boletín de Política Comparada (n° 1, junio de 2008, pp. 4-8) publicó su artículo “Cuatro razones para comparar”. La presente ficha expone las ideas principales de dicho texto. Todas las citas bibliográficas pertenecen a la mencionada edición.


Pérez Liñán aborda la cuestión de los problemas metodológicos de la política comparada. Este campo de la ciencia política alcanzó su forma actual a partir de la publicación del artículo del cientista político holandés Arend Lijphart (n. 1936), “La política comparada y el método comparativo” (1971). [1]

Lijphart afirmó que la comparación tiene el estatus de estrategia de prueba de la hipótesis, junto al estudio de caso, el análisis estadístico y el método experimental. Frente al estudio de caso, la comparación posee la ventaja de observar cierta diversidad en el fenómeno estudiado; en relación con el análisis estadístico, permite un mayor conocimiento de los casos históricos. Al lado de estas ventajas, la comparación presenta una debilidad, que ha sido denominada “síndrome de muchas variables y pocos casos”: el análisis de pocos casos impide eliminar explicaciones alternativas que compiten con la hipótesis principal. En síntesis, Lijphart estableció dos principios fundamentales: a) la comparación tiene una función explicativa, no meramente descriptiva; b) la comparación pertenece al contexto de justificación de las hipótesis, no meramente al contexto de descubrimiento. [2]

Pérez Liñán señala que la importancia fundacional del artículo de Lijphart ha llevado a ignorar otras buenas razones para comparar. Dedica su ensayo a describir cuatro de esas razones y a justificar su relevancia.

1) Formación de conceptos:

La literatura metodológica se concentró en las propiedades lógicas de las definiciones antes que en el proceso cognitivo por medio del cual se identifican nuevas categorías teóricas. [3] Sin embargo, “la articulación de componentes o dimensiones en una definición es el paso final en una larga secuencia creativa” (p. 5). Dicha secuencia consta de tres momentos: a) el investigador observa el mundo en forma no estructurada y percibe (intuye) que ciertos objetos tienen similitudes que permiten identificarlos como miembros de la misma clase; b) el investigador concentra su atención sobre estos objetos e identifica las propiedades compartidas, las cuales pasan a ser los atributos constitutivos del concepto; c) los atributos son articulados en una definición abstracta con ciertas propiedades lógicas.

En síntesis, la comparación está presente en el momento inicial de toda conceptualización: “es a través de la observación comparativa que identificamos nuevas categorías para pensar el mundo” (p. 5).

2) Inferencia descriptiva:

La función primordial de la comparación, distintiva e irreemplazable, consiste en “su utilidad para calibrar nuestras percepciones del mundo” (p. 5). Sólo la observación de otros casos determina nuestra capacidad para justificar la descripción de un caso. La información proveniente de dicha observación es organizada de manera sistemática en una matriz de datos, que permite comparar la información sobre una misma variable en múltiples casos. Esta organización es imprescindible para demostrar “(a) que un caso se ubica en una determinada posición en relación con otros casos, y (b) que la población de interés tiene ciertas propiedades que pueden describirse a partir de los casos observados.” (p. 6). Sólo a partir de este ordenamiento comparativo de la información es posible llegar a la inferencia descriptiva.

3) Formulación de hipótesis:

Es habitual que los cursos de metodología se concentren en los mecanismos de prueba de las hipótesis; en cambio, dedican poca atención a la cuestión de cómo producir hipótesis (despachan el problema afirmando que no existe ningún procedimiento establecido para orientar la formulación de ellas).

El autor plantea que “las proposiciones teóricas que realizan una mayor contribución al debate suelen estar fundadas en un extenso conocimiento comparativo de los casos” (p. 6).  Es por ello que sugiere el estudio de los casos, aunque sean poco, como paso previo a la construcción de hipótesis. Hay que tener presente lo siguiente:

“Si todos los casos que presenta un mismo resultado de interés (un cierto comportamiento de la variable dependiente) poseen además cierta característica, estamos frente a una posible relación de necesidad (la característica es necesaria, pero tal vez no suficiente para obtener el resultado). Si, por el contrario, todos los casos con cierto tratamiento de una variable independiente (por ejemplo, la adopción de una misma política pública), presentan un mismo resultado, este tratamiento podría ser suficiente (aunque nada indica que sea necesario) para lograr el efecto de interés” (p. 6).

4) Prueba de hipótesis:

En el análisis histórico-comparativo de pocos casos se trata de (1) establecer si todas las unidades con cierto resultado presentan la causa (hipótesis de necesidad), o (2) si todas las unidades con cierta causa presentan el mismo resultado (hipótesis de suficiencia).

El problema aquí radica “en que no se debe formular una hipótesis a partir de la observación de unos pocos casos, y luego sostener que la hipótesis ha sido demostrada a partir de la evidencia presentada por esos mismos casos” (p. 7). Este tipo de prueba es “circular” y tiene que ser descartada; “para probar una hipótesis inspirada por la comparación, en realidad es necesario observar nuevos casos” (p. 7).

A lo anterior se agrega la dificultad de generalizar para toda una población a partir de las conclusiones observadas en unos pocos casos. Pérez Liñán sugiere que la mejor estrategia analítica es la formulación de hipótesis cuidadosas a partir de la observación sistemática de pocos casos (codificación del contexto de descubrimiento); luego, se pone esa hipótesis a prueba con un análisis estadístico basado en datos más superficiales, pero empleando una muestra más amplia.

 

 

Villa del Parque, lunes 22 de marzo de 2021


NOTAS:

[1] Título original: “Comparative Politics and the Comparative Method”. American Political Science Review, 65 (3): 682-693.

[2] La distinción entre ambos contextos fue introducida por el físico y filósofo alemán Hans Reichenbach (1891-1953) en su libro Experiencia y predicción (1938). En toda idea o teoría científica podemos distinguir entre el contexto de descubrimiento, en el que “importa el hallazgo, la producción, sea de una hipótesis o de una teoría; corresponde por tanto al ámbito de la génesis histórica. Aquí entran en juego todas las circunstancias societales, políticas o económicas que influyen o determinan la aparición o gestación de un descubrimiento.”; y el contexto de justificación, que agrupa a “todos aquellos elementos que hacen a la validación de las teorías. Aquí se abordan las cuestiones atinentes a la estructura lógica de las teorías y su posterior puesta a prueba.” Ambas citas están tomadas de: Palma, H. (2012). La verdad como método: La concepción heredada y la ciencia como producto. En Palma, H. y Pardo, R., (eds.). Epistemología de las ciencias sociales. Buenos Aires, Argentina: Biblos, p. 47-48.

[3] La publicación en 1970 del artículo “Concept Misinformation in Comparative Politics” (American Political Science Review, 64 (4): 1033-1053) del politólogo italiano Giovanni Sartori (1924-2017) inauguró la reflexión sobre la construcción de conceptos y el estiramiento conceptual.

 

jueves, 18 de marzo de 2021

RAYMOND WILLIAMS Y LA GÉNESIS DEL MATERIALISMO CULTURAL: FICHA



 


"Ciego a las culpas, el destino puede ser

despiadado con las mínimas distracciones”

Jorge Luis Borges (1899-1986)


Todo estudio sobre el marxismo del siglo XX está obligado a incluir la figura y la producción de Raymond Williams (1921-1988). Su obra Marxismo y literatura (1977) ocupa un lugar destacado dentro del denominado marxismo cultural.

El presente escrito no tiene más entidad que la de ser una ficha dedicada a presentar los contenidos principales de Marxismo y literatura. Si bien no dejamos de hacer algunas observaciones críticas (en especial acerca de aquellas cuestiones que consideramos como limitaciones del texto), de ningún modo puede afirmarse que se trata de un examen crítico y exhaustivo del libro de William. Queda a criterio del lector, de su interés y sus ganas, el profundizar en el estudio de la obra del marxista inglés. Nos damos por completamente satisfechos si esta ficha logra despertar ese interés y esas ganas.

Esta ficha es la primera de una serie dedicada a la obra mencionada. Abarca la Introducción (pp. 9-16), en donde Williams hace un racconto de su trayectoria intelectual. 

Nota bibliográfica

El título original de la obra es Marxism and Literature y fue publicada en 1977 por Oxford University Press. En esta ficha utilizo la traducción española de Guillermo David: Marxismo y literatura. Buenos Aires, Argentina: Las Cuarenta, 2009, 300 p. 

Noticia del autor

Raymond Henry Williams nació en Llanfihangel Cruconrey (Gales) el 31 de agosto de 1921. Su padre era un trabajador ferroviario, militante del Partido Laborista. Estudió en la King Henry VIII Grammar School, en Abergavenny (cerca de su ciudad natal). Su adolescencia estuvo marcada por el ascenso del nazismo en Alemania (1933) y la Guerra Civil Española (1936-1939). Williams ingresó al Trinity College, Cambridge. Allí se incorporó al Partido Comunista de Gran Bretaña. Sirvió en el ejército británico durante la SGM; en 1944 participó de la invasión a Normandía y en la ofensiva sobre el territorio alemán en 1945. Luego prosiguió sus estudios; recibió su MA en Cambridge (1946). Trabajó como tutor en educación de adultos durante varios años. En 1946 fundó la revista Politics and Letters. En 1951 fue llamado para servir en el ejército en la guerra de Corea; Williams se rehusó, registrándose como objetor de conciencia. En 1961 regresó a Cambridge, donde realizó la mayor parte de su carrera académica; fue profesor en Cambridge (1967-1983); profesor visitante en la Universidad de Stanford (1973). Williams se desligó del Partido Comunista e ingresó al Partido Laborista en 1961; dejó el laborismo en 1966. Participó en las campañas de solidaridad con Vietnam. Falleció en Saffron Walden, Essex, el 26 de enero de 1988.


El recorrido del marxismo, desde sus orígenes en la década de 1840, es peculiar e intrincado. Dicho mal y pronto, Marx sentó los pilares de una ciencia del capitalismo, de sus relaciones de producción y de cambio. Esa ciencia se plasmó en El capital, un programa de investigación que Marx jamás pudo completar (en buena medida porque era inabarcable para una sola persona, pero también por los problemas teóricos que se fueron suscitando al avanzar el estudio). Pero Marx se proponía algo más que poner los fundamentos de una ciencia; para él resultaba crucial que la nueva ciencia se convirtiera en instrumento de la clase obrera en la lucha por su liberación de la explotación capitalista. El Manifiesto comunista, co-escrito con Friedrich Engels (1820-1895), puede ser considerada la muestra más lograda de la confluencia entre luchas obreras y ciencia del capitalismo. Ciencia y política eran inseparables desde la perspectiva marxiana. 

Las vertientes científica y política del marxismo permanecieron más o menos unidas hasta la década de 1920. El éxito de la Revolución Rusa y la conversión del marxismo en ideología oficial dinamitaron las bases de esa (precaria) unidad. A partir de ese momento cada vertiente siguió senderos que se bifurcaban cada vez más. 

El marxismo político (la denominación es espantosa pero resulta útil a los fines descriptivos) congeló el programa de investigación de El capital; tanto los marxistas oficiales (quienes controlaban los partidos comunistas y, en algunos casos, el Estado) como los marxistas “rebeldes” (quienes se oponían a la línea oficial de los partidos comunistas), preservaron los análisis y los diagnósticos sobre el capitalismo realizados hasta 1917. La ciencia del capitalismo quedó momificada; los partidos (tanto los estalinistas como los trotskistas)quedaron anclados en análisis anticuados, que progresivamente perdieron influencia entre las masas trabajadoras. El proceso no fue lineal, hechos tales como la victoria de la URSS sobre la Alemania nazi (1945), los  triunfos de la Revolución China (1949) y de la Revolución Cubana (1959), permitieron ignorar durante mucho tiempo la momificación de la ciencia del capitalismo. Sin embargo, la caída de la URSS (1989) mostró que el rey estaba desnudo: los marxistas políticos se encontraban un siglo atrasados en el análisis de las transformaciones del capitalismo.

El marxismo científico (otro término espantoso) se “liberó” del peso de tener que contribuir a la emancipación de la clase trabajadora. No fue un proceso lineal; durante mucho tiempo hubo marxistas abocados al estudio del capitalismo que procuraron confluir en las luchas obreras; pero la tendencia general fue la del alejamiento progresivo respecto a esas luchas. Así, en la década de 1960 (o de 1970) ya era posible hablar de un marxismo académico, influyente en las universidades. La “liberación” de las luchas políticas no fue gratuita; el marxismo académico perdió uno de los motivos que impulsan el desarrollo de la ciencia del capitalismo: la preocupación por los problemas de la lucha de clases entre capital y trabajo y, en un sentido más profundo, por el problema de la revolución socialista

Sin embargo, el vacío político no esterilizó al marxismo científico. Desde la década de 1960 se verificó una ampliación sostenida del campo de la ciencia del capitalismo que, en algunos casos, vino a consolidar logros anteriores y, en otros, a abrir nuevas áreas de investigación. En este terreno hay que ubicar los trabajos de Williams.  


En el prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política (famoso por haber sido utilizado tantas veces en cursos introductorios a la teoría marxista), Marx hizo su autobiografía intelectual y, de paso, planteó una serie de definiciones que siguen generando debates entre los marxistas actuales. Williams sigue el ejemplo marxiano y dedica la introducción de su libro a resumir en pocas páginas su trayectoria intelectual. [1] Como su ilustre predecesor, la introducción no está desprovista de problemas y frases ambiguas.

Williams entró en contacto con el marxismo en 1939, cuando comenzó sus estudios en la Universidad de Cambridge. Pero ese encuentro no se dio en las aulas, “sino en la amplia discusión estudiantil” (p. 9-10). Aquí hace una afirmación importante respecto a los modos de acceso al marxismo en la década de 1930: 

“Yo ya estaba relativamente familiarizado con el marxismo, o al menos con los análisis y posiciones políticas y económicas socialistas y comunistas. La experiencia de haber crecido en una familia de clase trabajadora me había llevado a aceptar la posición política básica que aquellos sostenían y clarificaban. Los problemas políticos y culturales, como los encontré entonces, fueron en efecto una extensión de aquello, o un modo de afiliación a esa situación. Raramente alguien se hace marxista por razones primordialmente culturales o literarias, sino más bien por razones de compulsión política o económica.” (p. 9-10; el resaltado es mío - AM -).

En el ambiente social de los años ‘30 el marxismo aparecía como una alternativa política real para los jóvenes de la clase trabajadora. Esto contrasta con la situación actual (2021), en la que el acceso al marxismo se da, primordialmente, a través de algún estudio universitario en disciplinas sociales. Retomando la clasificación elemental formulada más arriba, en la época que menciona Williams el marxismo político conducía (rectifico: podía conducir) al marxismo científico.

El marxismo político al que adhirió Williams ya se hallaba congelado. Ese congelamiento era especialmente notorio cuando se realizaba el pasaje hacia el marxismo científico o se emprendían actividades científicas en el ámbito académico. Williams notó esto ya durante su período de estudiante en Cambridge (1939-1941):

“Un estilo de pensamiento y cierto tipo de proposiciones definitorias son retomadas y aplicadas de buena fe, como parte de un compromiso político sin tener necesariamente los análisis y debates básicos. Así es como describiría mi propia posición como estudiante entre 1939 y 1941, años en los cuales un marxismo confiado aunque altamente selectivo coexistía torpemente con mi trabajo académico ordinario” (p. 10.

Ese marxismo “confiado aunque altamente selectivo” era una versión esquemática de la ciencia del capitalismo esbozada por Marx en el siglo XIX. Consistía en un economicismo vulgar, que concedía poca o ninguna atención a los problemas ideológicos y culturales. En pocas palabras, para el marxismo político todo podía explicarse a partir de la economía, entendida ésta de la manera más vulgar. 

Williams percibió muy pronto la distancia entre ese marxismo y el estado de los estudios académicos. No lo dice expresamente, pero estos últimos abordaban cuestiones que excedían largamente los límites del marxismo político de la época. A su vez, la academia no aceptaba el marxismo, en cualquiera de sus versiones. La consecuencia para Williams fue la soledad (no la política, pues seguía militando en el comunismo, sino la científica). En sus palabras:

“La incompatibilidad [entre el marxismo y el trabajo académico] devino un problema, no para las campañas o las polémicas sino, en rigor, para mí mismo y para cualquier cosa que pudiera llamarse mi propio pensamiento.” (p. 10)

Sin embargo, la soledad científica de Williams no era absoluta. Los debates en los círculos estudiantiles y su militancia lo pusieron en contacto con el marxismo inglés que, si bien compartía los puntos de vista del marxismo político, poseía cierta apertura hacia perspectivas diferentes a las marxistas

“Lo que realmente aprendí y compartí de los tonos dominantes en los debates del marxismo inglés es lo que ahora llamaría, aún con respeto, un populismo radical. Era una tendencia popular activa, comprometida, preocupada incluso más (para su provecho) por hacer literatura que por juzgarla, e interesada en relacionar la literatura activa con la vida de la mayoría de nuestro propio pueblo.” (p. 10; el resaltado es mío - AM -).

Por la temática de sus estudios, Williams no encajaba en el marxismo de su época (incluido el marxismo científico). Ello lo llevó a comenzar una revisión crítica de la teoría marxista y a emprender la lectura de autores que se encontraban fuera del corpus del marxismo oficial. En sus palabras: 

“Comencé a definir el sentido de un conjunto de problemas que desde entonces han ocupado mi trabajo. Excepcionalmente aislado en las cambiantes formaciones culturales y políticas de las postrimerías de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta, traté de descubrir un área de estudios en el cual algo de estas cuestiones habría de ser respondida, y algunas, incluso, instaladas. Al mismo tiempo, leí más ampliamente el marxismo y continué compartiendo la mayoría de sus posiciones políticas y económicas, aunque llevando adelante mi propio trabajo cultural y literario e investigando con cierta consciente distancia.” (p. 11).

En las condiciones del congelamiento del marxismo político, todo aquel marxista que se propusiera hacer ciencia estaba obligado a mantener distancia de las usinas teóricas partidarias. El marxismo político esterilizaba cualquier proceso creador en beneficio de una teoría anclada en un pasado cada vez más lejano en el tiempo.

La relectura de los clásicos del marxismo llevó a Williams a establecer la concepción del marxismo ortodoxo en el ámbito de los estudios culturales; al hacerlo, pudo precisar su propia posición, algo que, sin la distancia mencionada en el párrafo anterior, habría resultado imposible. La concepción ortodoxa había sido sistematizada por el marxista ruso Guergui Plejánov (1856-1918), quien se apoyó en los últimos trabajos de Friedrich Engels (1820-1895). 

“Ver aquella formación teórica claramente y trazar su hibridación con un fuerte populismo radical nativo, era comprender tanto mi respeto como mi distancia con lo que hasta entonces había conocido como Marxismo tout court. Era también recuperar una cierta comprensión del grado de selección e interpretación que, en relación tanto con Marx como con la larga marcha de la investigación y el debate marxista, aquellas posiciones ortodoxas efectivamente representaban.” (p. 12).

La revisión efectuada por Williams abarcó también (no podía ser de otra manera) a los marxistas británicos. [2] Todo ese trabajo llevó a Williams a desechar la concepción ortodoxa y a comprender desde una nueva óptica la relación entre el marxismo y las ciencias sociales. Ello lo condujo a formular una nueva concepción del marxismo, cuyo núcleo residía en la idea de que se trataba de una teoría viva, incompleta y en desarrollo. Esta forma de pensar al marxismo se asemejaba a la concepción original de Marx, que puede ser definida como un verdadero programa de investigación del capitalismo.

“Ahora que conozco más la historia del marxismo y la variedad de tradiciones selectivas y alternativas en su interior, podría al fin liberarme del modelo que ha sido ciertamente un obstáculo, ya en la certeza o en la duda: el modelo de posiciones marxistas fijas y conocidas, que en general sólo deben ser aplicadas, y el correspondiente descarte de todo otro tipo de pensamiento por ser considerado como no marxista, revisionista, neo-hegeliano o burgués. Una vez que el cuerpo central del pensamiento marxista fue visualizado como activo, en desarrollo, incompleto, y persistentemente puesto en discusión, muchas de las cuestiones fueron reabiertas. Y, de hecho, mi respeto por el corpus de pensamiento marxista como una totalidad, incluyendo la tradición ortodoxa ahora vista como una tendencia en su interior, se incrementó en forma tan significativa como decisiva. He llegado a ver cada vez más claramente sus radicales diferencias con otros cuerpos de pensamiento, pero al mismo tiempo también sus conexiones complejas con ellos así como sus muchos problemas irresolutos.” (p. 12-13).

A la postre, Williams terminó por desarrollar el materialismo cultural, al que describió del siguiente modo: 

“Me preocupo también por desarrollar una posición a la que, bajo forma teórica, he arribado a lo largo de los años. Esta difiere, en varios puntos claves, de lo que es mayormente conocido como teoría marxista, e incluso de muchas de sus variantes. Es una posición que puede ser brevemente descrita como materialismo cultural: una teoría de las especificidades de la producción material de la cultura y la literatura al interior del materialismo histórico. (...) se trata de teoría marxista, y ciertamente en sus campos específicos lo es, a pesar o incluso debido a la relativa extrañeza de algunos de sus elementos; forma parte de lo que yo al menos veo como el pensamiento central del marxismo.” (p. 15; el resaltado es mío - AM -).

A diferencia de lo ocurrido en las décadas anteriores, en los años ‘60 Williams pudo desarrollar su teoría en compañía, tanto en el plano político como en el científico. [3] El texto de la Introducción muestra aun el entusiasmo que despertaba la nueva época: 

“Hubo contacto con trabajos previos de autores que no habíamos dispuesto con anterioridad - de Lukács y de Brecht, por ejemplo. Había novedosos trabajos contemporáneos en Polonia, en Francia y en Gran Bretaña misma. Y mientras una parte de este trabajo estaba explotando un nuevo territorio, gran parte de él, simplemente por interés, estaba viendo al marxismo en sí mismo como un desarrollo histórico, con alta variabilidad e incluso con posiciones alternativas.” (p. 11-12; el resaltado es mío - AM-).

En la construcción de esta visión dinámica del marxismo confluyeron múltiples contribuciones: los trabajos de Walter Benjamin (1892-1940), Antonio Gramsci (1891-1937), la Escuela de Frankfurt, todos ellos realizados en las décadas de 1920 y 1930; las producciones de Jean-Paul Sartre (1905-1980), el último Georg Lukács (1885-1971), Louis Althusser (1918-1990) y Lucien Goldmann (1913-1970). Pero también “un elemento decisivo para un nuevo sentido de la tradición (...) las nuevas traducciones de Marx, en especial de los Grundrisse.” (p. 13).

El materialismo cultural surgió en este ambiente de intercambio y de lectura (y relectura) de viejas y nuevas investigaciones (producidas tanto en el ámbito del marxismo como en la teoría social exterior a él). Esto se plasma en Marxismo y literatura, y Williams lo expresa así:

“En la primera parte discuto y analizo cuatro conceptos básicos: cultura, lenguaje, literatura e ideología. Ninguno es un concepto exclusivo del marxismo, aunque el pensamiento marxista ha contribuido a su desarrollo a veces en forma significativa, aunque, por lo general, de modo irregular. Examino específicamente los usos marxistas de esos conceptos, pero me preocupo también por emplazarlos en desarrollos más generales. Esto proviene de la historia intelectual que he descrito, en la cual me he preocupado por visualizar las diferentes formas de pensamiento más que como una historia separada, ya sea sagrada y ajena.” (p. 14; el resaltado es mío - AM-).

El materialismo cultural representa una ampliación necesaria de los límites de la ciencia del capitalismo, ese programa de investigación inaugurado por Marx en el siglo XIX. Hoy, a 44 años de la publicación de Marxismo y literatura, podemos afirmar que esa contribución se mantuvo dentro de los límites del marxismo científico. La Nueva Izquierda, independientemente de otras valoraciones que hagamos de ella, no pudo convertirse en una fuerza subversiva para la organización capitalista de la sociedad. Pero esto es materia para otro tipo de trabajo. Por el momento nos limitaremos a comentar, en una serie de fichas, los logros y los límites de Marxismo y literatura. Desde nuestra perspectiva, el materialismo cultural representa un aporte necesaria para la construcción de la ciencia del capitalismo. 


Villa del Parque, miércoles 17 de marzo de 2021


 

NOTAS:

[1] Williams escribe: “Un modo de aclarar mi concepción de la situación desde la cual parte este libro es describir, brevemente, el desarrollo de mi propia posición en relación tanto con el marxismo como con la literatura; ambos, en la práctica tanto como en la teoría, me han preocupado la mayor parte de mi vida laboral.” (p. 9).

[2] El autor menciona a Christopher Cadwell.

[3] En lo que hace a lo político, Williams señala que desde mediados de la década de 1950 fueron emergiendo distintos grupos de lo que terminó por recibir la denominación de Nueva Izquierda. En lo que hace al campo del marxismo, señala que “encontré también, lo cual fue crucial, un pensamiento marxista diferente, y en algunas partes radicalmente diferente, de lo que yo y la mayoría de las personas en Gran Bretaña conocíamos como marxismo.” (p. 11).