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domingo, 17 de septiembre de 2017

BOURDIEU Y LOS TRES ESTADOS DEL CAPITAL CULTURAL



El artículo “Les trois états du capital cultural” fue publicado originalmente en ACTES DE LA RECHERCHE EN SCIENCES SOCIALES, núm. 30, 1979, pp. 3-6. Para la redacción de esta ficha utilicé la traducción española de Alicia Beatriz Gutiérrez, “Los tres estados del capital cultural, incluida en: Bourdieu, Pierre. (2011). Las estrategias de la reproducción social. Buenos Aires: Siglo XXI. (pp. 213-220).

El presente trabajo es una ficha de lectura, cuyo objetivo consiste en presentar una síntesis de los puntos principales del texto. Como es sabido, Pierre Bourdieu (1930-2002) desarrolló una concepción del capital dirigida no restringir el concepto a la connotación económica.

Para Bourdieu, existen cuatro tipos de capital (1):

  • Capital económico: constituido por los diferentes factores de producción (tierras, fábricas, trabajo) y el conjunto de los bienes económicos (ingreso, patrimonio, bienes materiales).
  • Capital cultural: conformado por el conjunto de las calificaciones intelectuales, sean producidas por el sistema escolar o transmitidas por la familia.
  • Capital social: definido como el conjunto de las relaciones sociales de las que dispone un individuo o grupo.
  • Capital simbólico: formado por el conjunto de los rituales (como la etiqueta o el protocolo) ligados a honor y el reconocimiento.

En el artículo analizado, Bourdieu desarrolla de manera sintética los rasgos fundamentales del Capital Cultural (CC a partir de aquí). En especial, presenta las tres formas que puede asumir el CC.

Por último, una indicación de forma: entre corchetes figuran agregados y comentarios personales.




La noción de capital cultural surgió en el área de la sociología de la educación.

Formó parte de una hipótesis para explicar la desigualdad en el rendimiento escolar de niños pertenecientes a diferentes clases sociales. Dicha hipótesis relaciona el “éxito escolar” (2) “con la distribución del capital cultural entre las clases y fracciones de clase.” (p. 213).

La hipótesis mencionada implica una ruptura con la visión usual que considera el “éxito escolar” como un derivado de las “aptitudes” naturales. También representa un corte respecto a las teorías del capital humano. (3)

El CC tiene aparece bajo tres formas:

  • En estado incorporado: “como disposiciones durables del organismo” (p. 214).
  • En estado objetivado: “como bienes culturales, cuadros, libros, diccionarios, instrumentos, máquinas, que son la huella o la realización de teorías o de críticas de estas teorías, de problemáticas, etc.” (p. 214).
  • En estado institucionalizado: “forma de objetivación que debe considerarse por separado porque, según puede anotarse a propósito del título escolar, confiere propiedades totalmente originales al capital cultural que garantiza.” (p. 214).




El estado incorporado (pp. 215-217)

La mayor parte de las propiedades del CC se derivan del hecho de que, en su estado fundamental, “está ligado al cuerpo y supone la incorporación” (p. 215). (4).

La incorporación de CC al cuerpo supone un trabajo personal de asimilación, un costo de tiempo, que debe ser invertido personalmente por el inversor, un trabajo del sujeto sobre sí mismo. (p. 215).

No puede transmitirse instantáneamente por donación o transmisión hereditaria, compra o intercambio. Tampoco puede ser acumulado más allá de las capacidades de apropiación de un sujeto singular. (p. 215).

El esfuerzo realizado por el individuo para adquirirlo hace que el CC “llegue a acumular los prestigios de la propiedad innata y los méritos de la adquisición” (p. 216).

El esfuerzo mencionado en el párrafo anterior da por resultado que el CC presente “un mayor grado de disimulación que el capital económico y está por ello predispuesto a funcionar como capital simbólico; es decir, desconocido y reconocido, que ejerce un efecto de (des)conocimiento” (p. 216).

Hay toda una alquimia social “por cuyo intermedio el capital económico se transforma en capital simbólico, capital denegado o, más exactamente, desconocido” (p. 216). (5)

La eficacia ideológica del CC radica en la lógica misma de su transmisión:

a) La apropiación de capital cultural objetivado “depende principalmente del capital cultural incorporado en el conjunto de la familia” (p. 217);

b) La acumulación inicial del CC, “requisito de la acumulación rápida y fácil de todo tipo de CC útil, sólo comienza desde el origen, sin atraso, sin pérdida de tiempo, para los miembros de la familia munidos de un sólido capital cultural , ya que en ese caso el tiempo de acumulación engloba la totalidad del tiempo de socialización.” (p. 217).

En consecuencia, “la transmisión del CC [es] sin duda la forma mejor disimulada de transmisión hereditaria de capital y se le [otorga] una incidencia mayor en el sistema de las estrategias de reproducción en la medida en que las formas directas y visibles de transmisión tienden a estar más fuertemente censuradas y controladas.” (p. 217).




El estado objetivado (pp. 217-219)

Varias de sus propiedades se definen a partir de su relación con el estado incorporado. El capital cultural objetivado en soportes materiales (escritos, pinturas, esculturas, etc.) puede transmitirse en su materialidad, o sea, se transmite su propiedad jurídica. Pero “lo que constituye la condición de la apropiación específica (...) la posesión de los instrumentos que le permiten consumir un cuadro o utilizar una máquina y que, no siendo otra cosa que capital incorporado, están sometidos a las mismas leyes de transmisión.” (p. 218).

En síntesis, “los bienes culturales pueden se objeto de una apropiación material, que supone el capital económico, y de una apropiación simbólica, que supone el capital cultural.” (p. 218; el resaltado es mío - AM-).

A partir de lo anterior, Bourdieu plantea el problema del “estatus ambiguo” de los “cuadros ejecutivos”. Si se pone el acento en que no son poseedores de los instrumentos de producción que utilizan y de que sólo obtienen un beneficio de su CC incorporado vendiendo su [fuerza de trabajo], se los sitúa del lado de los dominados; si se enfatiza que ellos obtienen beneficios de la puesta en particular de capital, se los ubica del lado de los dominantes. (p. 218).

Si bien el CC en estado objetivado posee “todas las apariencias de un universo autónomo y coherente” y tiene leyes propias, eso no quita “que no existe y no subsiste como capital material y simbólicamente activo y actuante si no es objeto de apropiación por parte de los agentes, e involucrado como arma y como apuesta en las luchas que se producen en los campos de producción cultural (...) y, más allá, en el campo de las clases sociales, ocasiones en que los agentes obtienen beneficios proporcionales al dominio que tienen de ese capital objetivado, y por lo tanto acordes a la medida de su capital incorporado.” (p. 218-219).




El estado institucionalizado (pp. 219-220)

La objetivación del CC en la forma de título escolar (6) neutraliza propiedades de la incorporación de dicho capital en un individuo (por ejemplo, la muerte de su soporte).

El diploma escolar constituye “un reconocimiento institucional al capital cultural poseído por cierto agente” (p. 220).

Bourdieu considera que “la alquimia social produce una forma de capital cultural que tiene una autonomía relativa con relación a su portador e incluso con relación al capital cultural que efectivamente posee en un momento dado del tiempo: instituye el capital cultural, tal como, según Merleau-Ponty, los vivos instituyen a sus muertos mediante los ritos de duelo.” (p. 219).

Un ejemplo de la magia performativa del poder de instituir (7): el concurso. A partir de diferencias infinitesimales en los desempeños, produce discontinuidades durables y brutales, del todo o nada, como la que separa al último aceptado del primer rechazado. (p. 219).

En lo social, no hay frontera que no sea mágica, es decir, impuesta y sostenida por la creencia colectiva. Mediante este proceso, el grupo se conforma como realidad constante y diferente; todo ello por medio de la institución de una frontera jurídica, “que instituye los valores últimos del grupo, que tienen por principio la creencia del grupo en su propio valor y que se definen al oponerse a los demás.” (p. 220).


Villa del Parque, domingo 17 de septiembre de 2017




NOTAS:
(1) La caracterización de las cuatro formas de capital está tomada de Pierre Bonnewitz, La sociología de Pierre Bourdieu, Buenos Aires, Nueva Visión, 2003, p. 47).
(2) Éxito escolar = “los beneficios específicos que los niños de las diferentes clases y fracciones de clase pueden obtener en el mercado laboral” (p. 213).
(3) Bourdieu se refiere a la obra de Gary Stanley Becker, Human Capital, New York, Columbia University Press, 1964. Becker, representante del liberalismo económico, colaboró con Milton Friedman; obtuvo el Premio Nobel de Economía en 1992 por “ampliar el dominio del análisis microeconómico a un mayor rango de comportamientos humanos fuera del mercado”. Bourdieu critica la tesis del capital humano, defendida por Becker. El núcleo de su crítica consiste en que los economistas dejan de lado “lo más oculto y determinante, en términos sociales, de las inversiones educativas: la transmisión doméstica del capital cultural.” (p. 214). Los economistas se interrogan por la rentabilidad de los gastos en educación para la “sociedad” en conjunto; o sobre la contribución de la educación a la “productividad nacional”. Bourdieu considera que se trata de una definición funcionalista, “que ignora el aporte que el sistema de enseñanza realiza a la reproducción de la estructura social al sancionar la transmisión hereditaria del capital cultural (...) ignora (...) que el rendimiento escolar de la acción escolar depende del capital cultural previamente invertido por la familia, y que el rendimiento escolar depende del capital social, también heredado, que puede ser puesto a su servicio.” (p. 214).
(4) El CC “es un ser devenido ser, una propiedad hecha cuerpo, devenida parte integrante de la persona, un habitus.” (p. 215).
(5) Bourdieu enfatiza que “el lazo entre el capital económico y el capital cultural se establece por intermediación del tiempo necesario para la adquisición”. (p. 217).
(6) Título escolar = “acta de competencia cultural que confiere a su portador un valor convencional constante, y jurídicamente garantizado, respecto de la cultura.” (p. 219).

(7) Es decir, “el poder de hacer ver y de hacer creer o, en una palabra, de hacer reconocer.” (p. 220).

sábado, 9 de julio de 2016

BOURDIEU Y LA SOCIOLOGÍA COMO "CIENCIA QUE MOLESTA"




“El tipo de ciencia social que se puede hacer depende de la
relación que se tenga con el mundo social y, por lo tanto,
de la posición que se ocupe en este mundo.”
Pierre Bourdieu

Noticia bibliográfica:

Para la redacción de este ensayo utilicé: Bourdieu, Pierre. (2008). “Una ciencia que molesta”. (1) Incluida en: Bourdieu, Pierre. (2008). Cuestiones de sociología. Madrid: Akal. (pp. 20-37). La traducción española es de Enrique Martín Criado.




Pierre Bourdieu (1930-2002) no requiere mayor presentación. El presente trabajo tiene por objetivo presentar su concepción de la función de la sociología, a partir de una entrevista que fuera realizada por Pierre Thuillier.

A los fines de la exposición, divido el texto en tres áreas temáticas: a) epistemología (cuestiòn de la cientificidad de la sociología); b) la sociología y el Poder; c) la relación de la sociología con las demás ciencias sociales.

Bourdieu responde de manera afirmativa a la ya vieja pregunta de si la sociología es una ciencia. Aquí cabe separar dos cuestiones: 1) la caracterización de la filosofía social, antecedente de la sociología; 2) la enunciación de los rasgos de la cientificidad.

La filosofía social (“prehistoria de la sociología” - p. 20 - ) se caracteriza por la formulación de “las grandes teorías” (p. 20).

Frente a ello, ¿por qué la sociología es una ciencia?

Los sociólogos comparten “un capital común de conocimientos, conceptos, métodos, procedimientos de verificación” (p. 20). Además, construyen “sistemas coherentes de hipótesis, de conceptos, de métodos de verificación, todo lo que se identifica habitualmente con la idea de ciencia.” (p. 22).

Bourdieu distingue entre la formulación de teorías sin procedimientos de verificación (la mencionada filosofía social) y la elaboración sistemática de teorías y conceptos con los correspondientes mecanismos de verificación (sociología). [Hasta aquí nada diferente al planteo del viejo empirismo. Pero en este punto se agrega el problema de la “dispersión” de los sociólogos entre teorías diferentes - Marx, Weber, etc.]

La “dispersión” entendida como “división” de la disciplina, no aparece como obstáculo para la cientificidad de la sociología. [Bourdieu retoma la tesis de la convergencia epistemológica entre teorías sociológicas, esbozada en El oficio de sociólogo.]

Bourdieu expone así su argumento:

“En muchos casos no se puede hacer avanzar la ciencia más que a condición de poner en comunicación teorías opuestas, que a menudo se constituyeron las unas contra las otras. No se trata de realizar esas falsas síntesis eclécticas que tanto han proliferado en sociología. Aunque habría que añadir de paso, que la condena del eclecticismo ha servido frecuentemente como coartada de la incultura: es tan cómodo y fácil encerrarse en una tradición: el marxismo, desgraciadamente, ha cumplido a menudo esta función de refugio tranquilizador y perezoso. La síntesis sólo es posible a expensas de un cuestionamiento radical que conduzca al principio del antagonismo aparente (...) la lógica de la investigación impele a superar la oposición, remontándose a la raíz común. Marx ha evacuado de su modelo la verdad subjetiva del mundo social, oponiéndole la verdad objetiva de este mundo como relación de fuerzas. Pero si el mundo social se redujera a su verdad de relación de fuerzas, si no se le reconociera en cierta medida como legítimo, no funcionaría. La representación subjetiva del mundo social como legítimo forma parte de la verdad completa de este mundo.” (p. 26-27).

[El argumento de Bourdieu es superficial, porque plantea la cuestión en términos abstractos, no políticos. Las teorías de Marx y Weber no se encuentran en situación de “antagonismo aparente”, sino en contradicción irreductible. Por ejemplo, ¿en qué puede consistir la “raíz común” de ambos en lo que hace a la caracterización del capitalismo. Para Marx se trata de una forma de organización social basada en la explotación de los trabajadores por la burguesía; para Weber, es una forma de organización social racional, donde los grupos sociales son “compatibles”, no antagónicos. Esto no puede ser reducido a una mera cuestión de detalle.]

“La mayoría de las veces, el obstáculo que impide que conceptos, métodos o técnicas comuniquen entre sí no es lógico, sino sociológico. Los que se identifican con Marx (o con Weber) no pueden servirse de algo de lo que ellos consideran ser la negación sin tener la impresión de negarse a sí mismos, de desdecirse, de renegar.” (p. 27). [Pero esos conceptos, métodos y técnicas van unidos, de modo indisoluble, a cierta concepción de la sociedad, que expresa una clase social determinada.”].

¿Por qué molesta la sociología?

A lo largo de la entrevista, Bourdieu esboza un par de respuestas: “Porque devela cosas ocultas y a menudo reprimidas.” (p. 21). “Sus objetos son objeto de luchas; cosas que se ocultan, que se censuran, por las cuales se está dispuesto a morir.” (p. 23).

[Corresponde decir que no hay nada nuevo bajo el sol. Rige el viejo precepto iluminista, “el conocimiento nos hace libres”, etc.].

Pero Bourdieu da un paso más allá, y reivindica el carácter crítico de la sociología [al que combina con el concepto de campo]. “El sociólogo presenta la particularidad de tener por objeto campos de luchas: no sólo el campo de la lucha de clases, sino también el propio campo de las luchas científicas. Y el sociólogo ocupa una posición en estas luchas; en primer lugar, en la medida en que detenta un cierto capital, económico y cultural, en el campo de las clases; además, como investigador dotado con un cierto capital específico en el campo de la producción cultural y, más concretamente, en el subcampo de la sociología. Esto lo debe tener siempre en cuenta para intentar controlar todo lo que su práctica, lo que ve y lo que no se ve, lo que hace y lo que no hace (...) le debe a su posición social (...) las probabilidades de contribuir a producir la verdad dependen de dos factores principales, ambos vinculados a la posición ocupada: el interés que se tenga en saber y en hacer saber la verdad (o, a la inversa, en ocultarla y ocultársela) y la capacidad que se tenga de producirla. (...) El sociólogo se halla tanto mejor armado para des-cubrir este oculto cuanto mejor armado se halle científicamente, cuanto mejor utilice el capital de conceptos, de métodos, de técnicas acumuladas por sus predecesores (...) y cuanto más《crítico》sea, cuanto más subversiva sea la intención consciente o inconsciente que lo anima, cuanto más interés tenga en develar lo que está censurado, reprimido en el mundo social. Y si la sociología, como la ciencia social en general, no avanza más deprisa es quizá, en parte, porque estos dos factores tienden a variar, en proporción inversa.” (p. 23-24).

[El análisis de Bourdieu es abstracto. Nunca termina de esbozar la relación entre la posición social del sociólogo y su posición política. ¿De dónde puede salir el mentado carácter “subversivo” de la sociología si no es de la posición de clase? ¿De dónde ese interés por develar lo oculto? La sociología, como cualquier otra ciencia, es un campo, en el que se desarrollan luchas por la posesión de las fuentes de capital simbólico. Ahora bien, en una sociedad capitalista, esas fuentes están en manos del Estado capitalista y de las empresas capitalistas. ¿Por qué el Estado o la burguesía habrían de alentar proyectos subversivos? El mismo Bourdieu mostró como la educación reproduce la distribución de poder existente. Entonces, no hay ninguna razón que lleve a pensar que la sociología puede ser algo más que una ciencia conservadora (de las relaciones sociales capitalistas). Bourdieu parece imaginar un sociólogo “rebelde” (creador de una “ciencia que molesta”). Pero no relaciona esa “rebelión” (o su contrario) con la posición social.]

Bourdieu sintetiza así el rol de la sociología: “Los dominantes siempre ven con malos ojos al sociólogo, o al intelectual que lo reemplaza cuando la disciplina no se halla todavía constituida, o no puede funcionar, como ocurre en la actualidad en la URSS. Son aliados del silencio porque no encuentran nada que criticarle, al mundo que dominan y que, por esto mismo, consideran como evidente, como algo que salta a la vista.” (p. 27-28).

A continuación expone su concepción de la sociología: “...la sociología tiene tantas mayores posibilidades de defraudar o contrariar a los poderes cuanto mejor cumple su función propiamente científica. Esta función no es la de servir para algo, es decir, a alguien, Pedirle a la sociología que sirva para algo siempre es una manera de servirle al poder. Operación que no es neutra socialmente y que cumple sin ninguna duda una función social. Entre otras razones, porque no hay un poder que no le deba una parte - y no la menor - de su eficacia al desconocimiento de los mecanismos que lo fundamentan.” (p. 29).

[¿En qué clase social se apoya la sociología para llevar a cabo esta tarea? Aquí cabe el refrán que dice “nadie muerde la mano del que le da de comer”. Bourdieu termina por hacerle un favor a sus colegas, quienes se ven reivindicados muy a su pesar como sociólogos “subversivos”, aunque en lo cotidiano se dediquen a otros menesteres. Favorece así la reproducción del carácter conservador de la disciplina.]

Como no se sostiene la caracterización de toda la sociología como “ciencia que molesta”, nuestro autor distingue entre los sociólogos (críticos) y los “técnicos”, cuya función es racionalizar la dominación existente. (p. 28).

La entrevista termina haciendo referencia a las relaciones entre la sociología y otras ciencias sociales. Así, respecto a la psicología:

“La sociología no ha dejado de tropezar con el problema del individuo y la sociedad. En realidad, las divisiones de la ciencia social en psicología, psicología social y sociología se han constituido, pienso yo, en torno a un error inicial de definición. La evidencia de individuación biológica impide ver que la sociedad existe bajo dos formas inseparables: por un lado, las instituciones, que pueden revestir la forma de cosas físicas, monumentos, libros, instrumentos, etc.; por el otro, las disposiciones adquiridas, las maneras duraderas de ser o de hacer que se encarnan en los cuerpos (y que yo denomino habitus). El cuerpo socializado no se opone a la sociedad: es una de sus formas de existencia.” (p. 30).

Respecto a la etnografía:

“La relación entre etnología y sociología es la típica falsa frontera. (...) es un mero producto de la historia (colonial) que carece de toda justificación lógica. En realidad, la relación de exterioridad (...) es más frecuente en etnología, sin duda porque se corresponde con la visión del extranjero. Pero algunos etnólogos también han jugado el juego (el juego a dos barajas) de la participación en las representaciones indígenas: el etnólogo hechizado o místico. (...) Algunos sociólogos, como generalmente trabajan por la persona interpuesta de los encuestadores y como jamás tienen contacto directo con las personas investigadas, se hallan más inclinados al objetivismo que los etnólogos (cuya primera virtud profesional es la capacidad de establecer una relación real con las personas investigadas). A  lo que  hay que añadir la distancia de clase, que no es menos fuerte que la distancia cultural. Es esta la razón que explica que no haya, sin ninguna duda, ciencia más inhumana que la que se ha producido en la zona de Columbia, bajo la férula de Lazarsfeld, y en la que la distancia que producen el cuestionario y el encuestador interpuesto se duplica por el formalismo de una estadística ciega.” (p. 32-33).

Respecto a la filosofía social y a la antropología en general:

“No se trata de encerrarse eternamente en el discurso total sobre la totalidad que practicaba la filosofía social y que aún hoy es moneda corriente, sobre todo en Francia, donde los profetismos todavía disponen de un mercado protegido. Pero pienso que, a causa de su afán por adecuarse a una representación mutilada de la cientificidad, los sociólogos han llegado a una especialización prematura. (...) la ciencia humana comporta inevitablemente teorías antropológicas; que sólo puede progresar realmente si explicita estas teorías que los investigadores comprometen siempre de manera práctica y que no son, generalmente, otra cosa que la proyección transfigurada de su relación al mundo social.” (p. 37).


Villa del Parque, sábado 9 de julio de 2016

NOTAS:

(1) Se trata del texto de una entrevista realizada por Pierre Thuillier y publicada en LA RECHERCHE, núm. 112, junio de 1980, pp. 738-743.

viernes, 26 de abril de 2013

BOURDIEU Y LA NOCIÓN DE CAMPO CIENTÍFICO





Pierre Bourdieu (1930-2002) es, además de uno de los sociólogos más importantes del siglo XX, un fino analista de la ideología científica. En este sentido, su artículo "El campo científico" (1976) constituye una contribución a la desmitificación de la ciencia.  Lejos de ser un campo ascéptico y neutral, la ciencia aparece como un campo marcado por las luchas políticas en torno a la posesión de la legitimidad científica.

Advertencia previa: 

Artículo publicado originalmente en ACTES DE LA RECHERCHE EN SCIENCES SOCIALES, Vol 2, N° 2-3, junio de 1976, pp. 88-104. En esta ficha utilizo la traducción de Alfonso Buch, revisado por Andrés Kreimer. Dicha traducción está incluida en: Bourdieu, Pierre. (2000). Los usos sociales de la ciencia. Buenos Aires: Nueva Visión. (pp. 9-57).

Bourdieu esboza los rasgos fundamentales de la sociología de la ciencia, concentrándose en la noción de campo científico

Bourdieu entiende a la ciencia como un campo de producción simbólica (como lo son el campo intelectual y artístico, el campo religioso, el campo de la alta costura). En este artículo se preocupa por determinar el carácter específico que adoptan en el campo científico las leyes de funcionamiento de los campos de producción simbólica. 

¿Qué tiene de específico el campo científico?

Ante todo, el hecho de que es el campo en el que surgen “esos productos sociales relativamente independientes de sus condiciones sociales de producción como lo son las verdades científicas” (p. 11).

La verdad científica, su independencia relativa de sus condiciones sociales de producción, es el resultado, a su vez, de ciertas condiciones sociales que determinan la lógica de funcionamiento del campo científico. 

Bourdieu plantea el problema de este modo: 

“¿Cuáles son las condiciones sociales para que se instaure un juego social en el cual la idea verdadera esté dotada de fuerza porque los que allí participan tienen interés en la verdad en lugar de tener, como en otros juegos, la verdad de sus intereses?”

El problema radica en que en el campo científico también funciona la ley del interés (nuestro autor nos recuerda que el «desinterés» “no es jamás (…) más que un sistema de intereses específicos – artísticos y religiosos tanto como científicos – que implican la indiferencia – relativa – respecto de los objetos ordinarios del interés – dinero, honor, etc. –“[pág. 38]).

Bourdieu define al campo científico

“como sistema de relaciones objetivas entre posiciones adquiridas (en las luchas anteriores), es el lugar (es decir, el espacio de juego) de una lucha competitiva que tiene por desafío específico el monopolio de la autoridad científica, inseparablemente definida como capacidad técnica y como poder social, o si se prefiere, el monopolio de la competencia científica que es socialmente reconocida a un agente determinado, entendida en el sentido de capacidad de hablar e intervenir legítimamente (es decir, de manera autorizada y con autoridad) en materia científica.” (p. 12).

Al caracterizar a la ciencia como campo, Bourdieu enfrenta a dos concepciones corrientes acerca de la actividad científica. Por un lado, están quienes consideran que la ciencia progresa a través de un progreso lineal, acumulativo y pacífico. Frente a ellos, 

“Decir que el campo es un lugar de luchas (…) es sólo romper con la imagen pacífica de la «comunidad científica» como la ha descrito la hagiografía científica – y a menudo después de ella la sociología de la ciencia -, es decir, con la idea de una suerte de «reino de los fines» que no conocería otras leyes que las de la competencia pura y perfecta de las ideas, infaliblemente diferenciadas por la fuerza intrínseca de la idea verdadera.” (p. 13).

Por otro lado, se encuentran quienes conciben a la ciencia como un espacio donde domina la imparcialidad y la neutralidad. Mediante la noción de campo, Bourdieu presenta una visión diferente:

“[Decir que el campo es un lugar de luchas] Es también recordar que el funcionamiento mismo del campo científico produce y supone una forma específica de intereses (las prácticas científicas no aparecen como «desinteresadas» más que por referencia a intereses diferentes producidos y exigidos por otros campos.” (p. 13).

Un error común en sociología de la ciencia radica en la disociación entre el poder simbólico y la capacidad técnica en la consideración de la autoridad científica. Caer en esta escisión implica

“caer en la trampa constitutiva de toda competencia, razón social que se legitima presentándose como pura razón técnica (como se ve por ejemplo en los usos tecnocráticos de la noción de competencia).” (p. 13).

Concebir a la ciencia como campo implica afirmar que la búsqueda de la autoridad científica tiene siempre dos caras:

“Un análisis que tratara de aislar una dimensión puramente «política» en los conflictos por la dominación en el campo sería tan radicalmente falso como su contraparte, más frecuente, el análisis que no considera sino las determinaciones «puras» y puramente intelectuales de los conflictos científicos. Por ejemplo, la lucha que opone hoy a los especialistas por la obtención de créditos y de instrumentos de investigación no se reduce jamás a una simple lucha por el poder propiamente «político»: quienes se ponen a la cabeza de las grandes burocracias científicas sólo pueden imponer su victoria como una victoria de la ciencia si se muestran capaces de imponer una definición de la ciencia que implique que la buena manera de hacer ciencia supone la utilización de los servicios de una gran burocracia científica (…) Recíprocamente, los conflictos epistemológicos son siempre, inseparablemente, conflictos políticos” (p. 14-15).

La ciencia es, por tanto, cualquier cosa menos un espacio de neutralidad y discusión pacífica. Bourdieu muestra que en el estudio del campo científico,

“es inútil distinguir determinaciones propiamente científicas y determinaciones propiamente sociales de prácticas esencialmente sobredeterminadas.” (p. 15).

La separación entre “lo científico” y “lo social” forma parte de la mala conciencia del mundo académico, que detesta sobremanera aparecer ante el mundo en su desnudez. Por ello, se reserva un área científica incontaminada, donde sólo se discuten ideas y teorías sin ninguna relación con las disputas de los mortales. Refiriéndose a la sociología oficial estadounidense, Bourdieu afirma que la distinción entre conflictos sociales y conflictos intelectuales es

“una de esas estrategias por las cuales la sociología oficial americana tiende asegurarse la respetabilidad académica y a imponer una delimitación de lo científico y de lo no científico que prohíba toda interrogación que ponga en cuestión los fundamentos de su respetabilidad, como una falta al buen sentido científico.” (p. 17).

La noción de campo restituye la unidad original entre lo científico y lo social, pues

“es el campo científico que, como lugar de una lucha política por la dominación científica, asigna a cada investigador, en función de la posición que ocupa, sus problemas, indisociablemente políticos y científicos, y sus métodos, estrategias científicas que, puesto que se definen expresa u objetivamente por referencia al sistema de posiciones políticas y científicas constitutivas del campo científico, son, al mismo tiempo, estrategias políticas. No hay «elección» científica (…) que no sea, por uno de sus aspectos, el menos confesado y el menos confesable, una estrategia política de ubicación al menos objetivamente orientada hacia la maximización del beneficio propiamente científico, es decir al reconocimiento susceptible de ser obtenido de los pares-competidores.” (p. 18).

En el campo científico, la lucha se da en torno a la autoridad científica

“especie particular de capital social que asegura un poder sobre los mecanismos constitutivos del campo y que puede ser reconvertido en otras especies de capital” (p. 18). 

Ahora bien, cuanto mayor es la autonomía del campo científico (mayor complejidad de las teorías, por ejemplo) la lucha por la autoridad científica asume rasgos específicos. Dada la autonomía del campo y el hecho de que la autoridad supone un acto de reconocimiento, un científico particular sólo puede esperar el reconocimiento del valor de sus descubrimientos de los otros productores. Esto conlleva que el campo científico sea un lugar en que los productos (los descubrimientos) son aceptados a partir de una discusión y examen. La tan mentada imparcialidad de la ciencia no es otra cosa que la expresión específica que asumen las luchas en el campo científico:

“Sólo los sabios comprometidos en el juego tienen los medios para apropiarse simbólicamente de la obra científica y para evaluar sus méritos. (…) quien apela a una autoridad exterior al campo sólo se atrae el descrédito.” (p. 19).

Bourdieu remarca que en la lucha entre competidores en el campo científico se verifica siempre una disputa en torno a la definición de ciencia, es decir, 

“la delimitación del campo de los problemas, las metodologías y las teorías que pueden considerarse científicas” (p. 19).

La lucha por la definición de ciencia tiene por objetivo legitimar los intereses específicos de los competidores. Es por eso que, como se indicó más arriba, todo conflicto epistemológico es un conflicto político. Aquí Bourdieu distingue entre,

“dos principios de jerarquización de las prácticas científicas; uno que da prioridad a la observación y la experimentación, y por lo tanto las disposiciones y las capacidades correspondientes, y otro que privilegia la teoría y los «intereses» científicos correlativos, debate que jamás ha cesado de ocupar el centro de la reflexión epistemológica.” (p. 20).

Bourdieu afirma que la lucha en el campo científico genera una distinción entre dominantes y dominados. Los primeros son aquellos que ocupan las posiciones más altas en la estructura de distribución del capital científico; los segundos, son los recién llegados (por ejemplo, los jóvenes graduados). La imagen que nos presenta de la ciencia difiere, una vez más, del sentido común:

“Así, la definición de la cuestión de la lucha científica forma parte de las posiciones en la lucha científica, y los dominantes son aquellos que consiguen imponer la definición de la ciencia según la cual su realización más acabada consiste en tener, ser y hacer lo que ellos tienen, son o hacen. Es decir que la communis doctorum opinio, como decía la escolástica, no es más que una ficción oficial que no tiene nada de ficticio porque la eficacia simbólica que le confiere su legitimidad le permite cumplir una ficción semejante a la que la ideología liberal reserva para la noción de opinión pública.” (p. 21).

La existencia de dominantes tiene su contracara en la existencia de los dominados. Esto lleva a Bourdieu a plantear la cuestión de la legitimidad:

“Y justamente porque la definición de lo que está en juego forma parte de la lucha (…) nos encontramos todo el tiempo con las antinomias de la legitimidad. (…) Ni en el campo científico ni en el campo de las relaciones de clase existe instancia alguna que legitime las instancias de legitimidad; las reivindicaciones de legitimidad obtienen  su legitimidad de la fuerza relativa de los grupos cuyos intereses expresan: en la medida en que la definición misma de criterios de juicio y de principios de jerarquización refleja la posición en una lucha, nadie es buen juez porque no hay juez que no sea juez y parte.” (p. 22).

Lejos de ser el resultado de prácticas exclusivamente “científicas” (en las que se gana a partir de quien presenta mejores razones):

“La autoridad científica es, entonces, una especie particular de capital que puede ser acumulado, transmitido e incluso reconvertido en otras especies bajo ciertas condiciones.” (p. 23).

La lucha entre dominantes y dominados en el campo científico se dirime en el marco de una distribución determinada del capital científico. Es dicha distribución la que condiciona las estrategias de lucha de los antagonistas. No se trata de una distribución inamovible, sino que ella misma es el resultado de las estrategias de conservación y de subversión puestas en juego por dominantes y dominados, respectivamente. Bourdieu describe así la situación:

            “La forma que reviste la lucha, inseparablemente política y científica, por la legitimidad científica, depende de la estructura del campo, es decir, de la estructura de la distribución de capital específica de reconocimiento científico entre los participantes de la lucha. Esta estructura puede variar teóricamente (…) entre dos límites teóricos en los hechos jamás alcanzados: por un lado la situación de monopolio del capital específico de autoridad científica y, por el otro, la situación de competencia perfecta que supone la distribución equitativa de capital entre todos los competidores. El campo científico es siempre el lugar de una lucha más o menos desigual entre agentes desigualmente provistos de capital específico, por lo tanto en condiciones desiguales para apropiarse del producto del trabajo científico (…) que producen por su colaboración objetiva, puesto que el conjunto de los competidores pone en juego el conjunto de los medios de producción científicos disponibles.” (p. 31-32).

Los dominantes, que controlan el capital científico, llevan adelante estrategias de conservación, cuyo objetivo es perpetuar el orden científico establecido. 

El orden en el campo científico no se reduce a la ciencia oficial

“conjunto de recursos científicos heredados del pasado, que existen en estado objetivado, bajo la forma de instrumentos, de obras, de instituciones, etc., y en estado incorporado, bajo la forma de habitus científicos, sistemas de esquemas generadores de percepción, de apreciación y de acción que son el producto de una forma específica de acción pedagógica y que vuelven posible la elección de objetos, la solución de los problemas y la evaluación de las soluciones.” (p. 33).

El orden científico también abarca el sistema de enseñanza, que permite asegurar a la ciencia oficial su permanencia, pues se encarga de inculcar los habitus científicos a los recién llegados. 

Un orden científico consolidado y estable ofrece a los recién llegados estrategias de sucesión

“capaces de asegurarles, al final de una carrera previsible, los beneficios correspondientes a los que realizan el ideal oficial de la excelencia científica” (p. 34).

En cambio, la ciencia oficial se ve amenaza por las estrategias de subversión de algunos de los recién llegados, 

“colocaciones infinitamente más costosas y más arriesgadas que sólo pueden asegurar los beneficios prometidos a los detentores del monopolio de la legitimidad científica a menos que se pague el costo de una redefinición completa de los principios de legitimación de la dominación” (p. 34-35).

La ciencia oficial se apoya en desarrollar la invención (el descubrimiento) dentro de un arte de inventar ya inventado; las estrategias de subversión promueven la invención herética

“que poniendo en cuestión los principios mismos del antiguo orden científico, instaura una alternativa diferenciada, sin compromiso posible, entre dos sistemas mutuamente excluyentes. Los fundadores del orden científico herético rompen el contrato que aceptan al menos tácitamente los candidatos a la sucesión: no reconociendo otro principio de legitimación que el que ellos intentan imponer, no aceptan entrar en el ciclo de intercambio de reconocimiento que asegura una transmisión regulada de la autoridad científica entre los tenedores y los pretendientes (…) Rechazando todos los depósitos y garantías que les ofrece el antiguo orden y la participación (progresiva) en el capital colectivamente garantizado que opera según los procedimientos regulados por un contrato de delegación, ellos realizan la acumulación inicial por un golpe de timón y por la ruptura, desviando en su beneficio el crédito con el cual los beneficiarían los antiguos dominantes, sin concederles la contrapartida de reconocimiento que les acuerdan los que aceptan insertarse en la continuidad de una línea.” (p. 35-36).

Las estrategias de subversión representan, pues, una ruptura global con los principios de la ciencia oficial. Su triunfo supone el acceso de los recién llegados a las posiciones más elevadas de la jerarquía del campo, y la organización de una nueva ciencia oficial.

Bourdieu se muestra en desacuerdo con la concepción de Thomas S. Kuhn sobre las revoluciones científicas. Kuhn afirma que la ciencia pasa de un paradigma a otro a través del mecanismo de la revolución. Bourdieu, en cambio, considera que las revoluciones científicas sólo son necesarias cuando el campo científico se encuentra dominado por lógicas externas al mismo. En este sentido, la revolución es la ruptura que permite la autonomía del campo, es el reconocimiento de la autonomía del mismo frente a otros campos, como el religioso.

Bourdieu distingue así entre revoluciones originarias, que permiten la autonomía del campo científico, y las revoluciones permanentes, que constituyen el mecanismo por el cual los aspirantes acceden a mejores posiciones en el campo. Luego de la revolución originaria, la oposición entre estrategias de sucesión y estrategias de subversión tiende a perder sentido, 

“ya que la acumulación del capital necesario para el desarrollo de las revoluciones y del capital que ofrecen las revoluciones tiende siempre en mayor medida a cumplirse según los procedimientos regulados por una carrera.” (p. 41).

A partir de este momento, 

“el antagonismo que está en el principio de la estructura y del cambio de todo campo tiende a devenir cada vez más fecundo porque el acuerdo forzado donde se engendra la razón deja cada vez menos lugar a lo impensado de la doxa. (…) A medida que el método científico se inscribe en los mecanismos sociales que regulan el funcionamiento del cambio y se encuentra, de este modo, dotado de la objetividad superior de una ley social inmanente, aquél puede realmente objetivarse en instrumentos capaces de controlar, y a veces dominar, a quienes los utilizan y en la disposiciones constituidas de un modo duradero que produce la institución escolar. Y estas disposiciones encuentran un reforzamiento continuo en los mecanismos sociales que, encontrando un sostén en el materialismo racional de la ciencia objetivada e incorporada, producen control y censura pero también invención y ruptura.” (p. 42-43).

La visión del campo científico propuesta por Bourdieu se opone al esquema positivista de un progreso lineal y continuo del conocimiento científico. La lucha política y la ideología son componentes inseparables del campo científico.

Villa del Parque, viernes 26 de abril de 2013