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sábado, 28 de mayo de 2022

LACLAU Y SU PREFACIO A LA RAZÓN POPULISTA (2004) Y LA NEGACIÓN DE LA TEORÍA SOCIAL



Ernesto Laclau (1935-2014), con suma ligereza, liquida dos siglos de teoría social en el prefacio de su obra, La razón populista (1). Sin entrar a discutir en este momento el conjunto de este libro, hay que decir que Laclau estudia al populismo en el marco de una investigación más general sobre la “lógica de formación de las identidades colectivas” (p. 9). En este contexto, Laclau concibe al populismo como “un modo de construir lo político” (p.11).

La pregunta por la naturaleza del populismo conduce a nuestro autor al clásico problema de la naturaleza de los lazos que mantienen unida a la sociedad. En un sentido, cabe decir que toda la teoría social moderna (y esta afirmación puede hacerse extensiva a la filosofía política clásica, desde los clásicos hasta los contractualistas) gira en torno a este tema; de la respuesta que se formule para el mismo se derivan las distintas corrientes que la componen. Así, por ejemplo, para los individualistas metodológicos la sociedad es un ente artificial en el que lo único verdaderamente existente son los individuos. Estos individuos se caracterizan por su esencia egoísta, y se mantienen unidos entre sí por razones de conveniencia. De este modo, el lazo social está determinado por la naturaleza humana (2). Para los marxistas, el lazo social está dado por las relaciones que se establecen entre los individuos, las cuales tienen por eje la producción y reproducción de esos mismos individuos y de la sociedad. El proceso de trabajo constituye el eje que permite entender las características que asume dicha producción y reproducción, y es la propiedad de los medios de producción la base para la formación de grupos de individuos (las clases sociales).

Laclau resuelve el tema en un solo párrafo: “Nuestro enfoque parte de una insatisfacción básica con las perspectivas sociológicas que o bien consideraban al grupo como la unidad básica del análisis social, o bien intentaban trascender esa unidad a través de paradigmas holísticos funcionalistas o estructuralistas. Las lógicas que presuponen estos tipos de funcionamiento social son, de acuerdo con nuestro punto de vista, demasiado simples y uniformes para capturar la variedad de movimientos implicados en la construcción de identidades. Resulta innecesario decir que el individualismo metodológico en cualquiera de sus variantes – incluida la elección racional – no provee tampoco ninguna alternativa al tipo de paradigma que estamos tratando de cuestionar.” (p. 9). No hay duda de que nuestro autor es, cuanto menos, un tipo audaz.

El párrafo citado merece varias consideraciones. En primer lugar, Laclau, exponente del “posmarxismo”, rehúye todo lenguaje terrenal y se expresa en términos académicos, cosa un tanto contradictoria con sus declaraciones acerca de la “desestimación del populismo” por los científicos sociales (3). La oposición entre grupo y holismo es una forma académica de negar la tradición de la teoría social. Bajo el término “grupo” se cobija todo tipo de agrupamientos, a los que Laclau (apurado por definir en un párrafo la cuestión) mete en la misma bolsa. Hablar de grupo le permite concentrarse en el estructuralismo y el funcionalismo, y dejar fuera al marxismo. En el mundo Laclau (que es el mundo académico, nuestro profesor es poco original en esto) pararse en una posición que reivindica la existencia de las clases sociales no está bien visto. En este punto, su “posmarxismo” consiste en rechazar la existencia de las clases hasta en el nombre mismo. En cuanto al holismo, hubo un tiempo en que se hablaba de la totalidad social o de la sociedad a secas. Pero Laclau tiene que rendir culto a la academia (anglosajona), y entonces nos enchufa el bendito holismo.

En segundo lugar, acusar tanto al funcionalismo como al estructuralismo de formular explicaciones “demasiado simples y uniformes” es, cuanto menos, una humorada. Laclau procede aquí con una liviandad extrema. Pero claro, el pecado de liviandad no puede ser atribuido a un tipo audaz como él. Ante todo, nuestro autor tendría que aclarar a qué versión del estructuralismo o del funcionalismo se refiere, y empezar allí el análisis. Tal como presenta las cosas, Laclau nos brinda las conclusiones sin haber formulado las premisas correspondientes, y esto no es, a mi juicio, una práctica correcta. En el párrafo mencionado, pasa con la misma liviandad por el individualismo metodológico (“no provee ninguna alternativa”) y ni siquiera menciona al marxismo. De este modo, toda la producción de la teoría social de los últimos dos siglos queda abolida, y Laclau puede vender su propia explicación de la naturaleza del lazo social.

¿En qué consiste la explicación propuesta por nuestro autor?

Laclau sostiene que “la imposibilidad de fijar la unidad de una formación social en un objeto que sea conceptualmente aprensible conduce a la centralidad de la nominación en la constitución de la unidad de esa formación, en tanto que la necesidad de un cemento social que una los elementos heterogéneos – unidad no prevista por ninguna lógica articulatoria funcionalista o estructuralista – otorga centralidad al afecto en la constitución social. Freud ya lo había entendido claramente: el lazo social es un lazo libidinal.” (p. 10). Puesto que Laclau dedica el capítulo 4 a justificar esta afirmación sobre el carácter libidinal del lazo social, no voy a analizar aquí esta concepción. Pero es preciso decir algo respecto a la manera en que don Ernesto deja fuera de combate a estructuralistas, funcionalistas y otras yerbas, porque es característica de sus procedimientos intelectuales.

Laclau postula la existencia de “elementos heterogéneos” en la sociedad, pero no dice qué es lo que produce esa heterogeneidad-. Ahora bien, afirmar esto implica tirar debajo de la alfombre la producción teórica de las ciencias sociales. A modo de ejemplo. Emile Durkheim (1858 1917), que hasta donde sabemos no era marxista (pero que tampoco tuvo que lidiar con las locuras del “posmarxismo”), sostenía que la extensión de la división social del trabajo generaba el pasaje de las sociedades basadas en la solidaridad mecánica a las sociedades basadas en la solidaridad orgánica. Era la división del trabajo el factor que creaba “heterogenidad” en la sociedad A su vez, la división del trabajo, cada vez más desarrollada en las sociedades modernas, generaba la interdependencia entre los individuos, cimentando así nuevos lazos sociales. En su concepción del “lazo social” no había ninguna necesidad de “lazos libidinosos”.

El ejemplo de Durkheim es uno entre tantos. Con un poco de esfuerzo se encuentran diversas teorías acerca del “cemento” que da cohesión a la sociedad. Por supuesto, no estoy diciendo que las explicaciones propuestas por dichas teorías sean todas correctas o algo por el estilo. Se trata de otra cosa. Laclau sostiene que no hay soluciones adecuadas al problema porque de ese modo puede hacer entrar su solución por la “puerta grande”. En un trabajo posterior me dedicaré a analizar esta solución. En este momento me parece importante hacer notar que la preferencia de Laclau por el “afecto” deja de lado temas tales como el proceso de producción, las clases sociales y la ideología. Creo que esto es demasiado, aún para un “posmarxista audaz” como don Ernesto. Pero, sin esta apoyatura téorica no es posible siquiera intentar formular una teoría social que predique la inexistencia de la lucha de clases.Y no hace falta recordar que el “éxito” de Laclau se ha dado entre los gobiernos y los intelectuales que predican la armonía entre capital y trabajo. A esta altura se hace muy difícil inventar la pólvora.

Buenos Aires, jueves 8 de diciembre de 2011

NOTAS:

(1) Laclau, Ernesto. (2011). La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. (pp. 9-12). El prefacio está fechado en Evanston, el 10 de noviembre de 2004. La primera edición de la obra data de 2004.

(2) Me refiero aquí al individualismo metodológico tal como aparece en los filósofos contractualistas (Hobbes, Locke, etc.) y en los economistas clásicos (Adam Smith). Con Max Weber (1864-1920), el individualismo deja de concentrarse en la naturaleza humana y pasa a concentrarse en los motivos de la acción de cada individuo.

(3) Laclau escribe que ha tenido la sospecha “de que en la desestimación del populismo hay mucho más que la relegación de un conjunto periférico de fenómenos a los márgenes de la explicación social. Pienso que lo que está implícito en un rechazo tan desdeñoso es la desestimación de la política tout court y la afirmación de que la gestión de los asuntos comunitarios corresponde a un poder administrativo cuya fuente de legitimidad es un conocimiento apropiado de lo que es la «buena» comunidad.” (p. 10). Ahora bien, esta desestimación del populismo es llevada adelante por los académicos; Laclau, tan rápido a la hora de criticarlos por su ignorancia de las formas reales en que se construyen las identidades políticas, asume punto por punto el discurso académico acerca de la sociedad. En mi barrio a esto se le llama oportunismo.

martes, 10 de enero de 2012

MÁS SOBRE LA TEORÍA KIRCHNERISTA DEL ESTADO: COMENTARIOS A UNA ENTREVISTA A ERNESTO LACLAU

"Los hombres que están siempre de vuelta en todas las cosas 
son los que no han ido a ninguna parte."
Antonio Machado

El diario LA NACIÓN del día domingo pasado publicó una entrevista a Ernesto Laclau, realizada por el periodista Hugo Alconada Mon (1). En ella, Laclau vierte algunas opiniones que resultan de interés para la comprensión de la concepción "kirchnerista" del Estado.

Laclau afirma que está en contra de "las visiones ultralibertarias que pregonan que hay que crear una democracia de base y que hay que ignorar al Estado como enemigo." Laclau no menciona cuáles son esas "visiones ultralibertarias". Esto resulta sugestivo, porque esa vaguedad le permite crearse un enemigo a su imagen y semejanza. En toda la nota, nuestro autor va a combatir contra enemigos imaginarios, soslayando de ese modo las cuestiones fundamentales de la política moderna.  Analicemos el procedimiento con un poco de detalle. 

En una sociedad capitalista, esto es, aquella forma de organización social en la que los medios de producción son propiedad de UNA PARTE de la población, la desigualdad es una cuestión notoria. Esta desigualdad, que se manifiesta en cuestiones tan disímiles como la forma de viajar, el acceso a la salud y a la vivienda, la educación, etc., etc., también se expresa en el plano de la política. Aquellos que poseen medios de producción tienen la capacidad de controlar a la política a partir de su dominio de la palanca principal de una economía capitalista, que es la inversión. Los asalariados, por su parte, se encuentran subordinados a la dictadura del empresario en su lugar de trabajo, siendo educados así en la resignación a que las decisiones importantes las tomen los otros. Al poder que da el control de la inversión, se suma la influencia del lugar de trabajo como escuela de "democracia". En una sociedad basada en la desigualdad, el Estado no puede hacer otra cosa que reproducir esa desigualdad. Esto se nota, entre otras cosas, en el hecho de que el eje de toda la política estatal es el crecimiento económico. Ahora bien, en una economía capitalista, crecimiento económico significa fortalecimiento de los capitalistas. El secreto del Estado moderno es, pues, la satisfacción de los intereses de los empresarios. Uno puede pensar lo que quiera del Estado, puede sostenerse que el esquema esbozado en las líneas precedentes debe hacerse más complejo (y esta complejización es, por supuesto, necesaria), puede sostenerse, en fin, que en el Estado confluyen varias lógicas. Pero lo que no puede hacerse es negar que el Estado moderno está ligado de manera inseparable a los intereses de la acumulación capitalista. Es por ello que no cabe hablar de neutralidad del Estado en el marco de las relaciones entre capital y trabajo. El Estado actual puede hacer muchas cosas, pero está impedido por su propia lógica a ir en contra de la acumulación capitalista.

Volvamos al amigo Laclau. Hemos optado por una presentación general del carácter del Estado porque nuestro autor se mueve en un terreno de suma ambigüedad en el pasaje citado. Luego haremos referencia a cuestiones más concretas. En este marco general, Laclau reprocha a los "ultralibertarios" el considerar al Estado como "un enemigo". ¿Es esto un pecado? Si se escribe desde el punto de vista de los empresarios en su conjunto (está claro que hay situaciones puntuales en las que el Estado es el enemigo para ciertos grupos de capitalistas), el Estado de ninguna manera es "el enemigo". No lo es porque: a) es el guardián de la propiedad privada (pilar de la producción capitalista); b) el objetivo fundamental de su política es el crecimiento económico. Ahora bien, desde los trabajadores y demás sectores populares, el Estado aparece como el defensor de los intereses de los empresarios y, es por tanto, mucho más "enemigo" que "amigo". De modo que en la "discusión virtual" que sostiene Laclau con los no menos "virtuales ultralibertarios", son estos últimos los que se hallan más cerca de la verdad.

Si el Estado no es considerado como "el enemigo", entonces ¿cómo concibe Laclau al Estado? En primer término, indica que se trata de un lugar aparentemente neutro. En sus palabras, "el Estado no es un enemigo. Es simplemente un terreno en el que la lucha democrática tiene que ejercerse". La caracterización del Estado como "terreno" debe entenderse en el sentido de que es pensado como un lugar en el que se enfrentan los distinos grupos sociales (Laclau, posmarxista, rechaza el concepto de clase sociales). Pero este "lugar" parece no formar parte de los sectores en lucha, lo cual nos permite dejar de concebirlo como "enemigo". Si quedan dudas acerca del carácter que Laclau le otorga al Estado, basta leer la frase "lucha democrática". El Estado es el lugar en que se desarrolla la lucha democrática. Esta expresión tiene dos significados, complementarios entre sí:

a) el Estado no pertenece a un grupo en especial, sino que expresa el balance de la lucha "democrática" entre los distintos grupos de la sociedad en un momento histórico determinado. Esto refuerza la idea de que el Estado no es "el enemigo", puesto que no se trata de una institución (o conjunto de instituciones) en disputa, sino de un lugar en el que se expresan las luchas de los distintos actores sociales. En otros términos, no podemos pensarlo como "enemigo" porque simplemente expresa luchas cuyo resultado se modifica constantemente;

b) la frase "lucha democrática" sirve para desterrar del vocabulario la noción de "lucha de clases". El Estado no es, por tanto, expresión de la lucha de clases. Más claro, Laclau plantea la inexistencia de la lucha de clases. De ahí el valor de la expresión "lucha democrática". Hay que tener presente que la supresión de la noción de lucha de clases es imprescindible para sustentar la tesis de un Estado neutral. Laclau hace bien los deberes.

Una vez rechazada la definición del Estado como "enemigo", Laclau pasa adelante. Si el Estado es "amigo", las tareas a realizar son las siguientes: "El modelo económico debe seguir con las mismas directivas sin hacer concesiones inadecuadas a los organismos internacionales para seguir en el G20. [Es evidente que la sanción de la Ley Antiterrorista ha obligado a Laclau a abrir el paraguas] (...) Hay que derivar las inversiones al mercado interno, diversificar la producción nacional y esto no se hace en dos días." La orquesta parece sonar afinada, pero al poco tiempo comienzan las disonancias. Si nuestra economía es capitalista, y nadie niega esto ni en la teoría ni en la práctica, y nuestro Estado carece de los recursos necesarios para impulsar un capitalismo de Estado (sin entrar aquí en la discusión de si esto último es posible), se vuelve obligatorio llegar a un acuerdo con los capitalistas para asegurar las inversiones. Esto es perfectamente lógico para quienes aceptan las reglas de juego del sistema, pero resulta un camino inviable para quienes quieren luchar decididamente contra la desigualdad. Este es el principal punto en disputa con los exponentes de la "izquierda kirchnerista", quienes sostienen que el gobierno nacional encarna un proyecto emancipatorio al que hay que sumarse para garantizar su profundización (entendida dicha profundización como "más liberación"). Pero la liberación es imposible sin combatir las relaciones sociales que garantizan la profundización de la desigualdad. Y Laclau propone todo lo contrario.

A continuación, "asegurada la derivación de las inversiones hacia el mercado interno", Laclau la emprende con la democracia: "El segundo desafío es la democratización a distintos niveles, a nivel de los medios de difusión y a nivel de las instituciones. Es necesario crear una democracia de base, más profunda, de modo que no sea sólo el aparato del Estado el lugar donde se generan las decisiones." (El resaltado es mío). En este punto Laclau deja por un momento la seriedad y despliega su veta humorística. En el punto anterior había sostenido que el Estado debía impulsar que las inversiones fueran la mercado interno. En el contexto argentino actual, las inversiones pueden ser  realizadas por los empresarios, quienes no suelen comportarse por amor al próximo. Más claro, Laclau propone que el Estado haga todo lo necesario para mantener las ganancias de los empresarios. Esta es, en el marco de la sociedad capitalista, la manera real y práctica de lograr inversiones. (2) Si esto es así, ¿cómo se puede crear una democracia más profunda si se fortalece a la vez al capitalismo? Pero Laclau, para quien estas cuestiones son pequeñeces, prefiere descomprimir la tensión con un chiste: según Don Ernesto, el aparato del Estado es el lugar donde se generan las decisiones. Si es así, la teoría política es innecesaria. Para qué rompernos la cabeza pensando la relación entre el Estado y la sociedad. Que el Estado tome las decisiones que sean necesarias y punto. Esto es lo que parece querer decirnos Laclau, pero preferimos optar por considerar su afirmación como un mal chiste. Es preferible ser piadoso.

Tras su incursión humorística, Laclau se pone serio y dice: "la lucha democrática no se acaba en el Estado. Existe en todos los niveles de la sociedad civil y en este gobierno ví esta voluntad de democratización colectiva." Es una declaración muy bonita, pero deja de lado el papel antidemocrático del capitalismo. Vamos al grano. Laclau parte del supuesto de que capitalismo y democracia con compatibles. Esto es posible porque su planteo consiste en garantizar la dictadura de los capitalistas en las empresas, con el objetivo de garantizar las inversiones. El Estado tiene que encargarse de "derivar las inversiones", pero no discutir la forma en qué produce el capital. Ahora bien, ¿es posible democratizar la sociedad si aquello que hace la mayoría de las personas la mayor parte de sus vidas, esto es, trabajar, se realiza en condiciones dictatoriales? Si los empresarios deciden qué producir, cómo producir y en qué cantidad, ¿es posible "profundizar la democracia"? Sin embargo, ninguna de estas cuestiones es importante para Laclau.

Una buena ejemplificación de lo expuesto en el párrafo anterior se encuentra en la forma en que Laclau se refiere a la CGT: "La CGT y el movimiento obrero tienen que entender que ya no estamos en el 46. La estructura social del país es muy distinta, los sectores que participan en el proceso de cambio son mucho más amplios y aunque el movimiento obrero sigue siendo un elemento privilegiado, no tiene la centralidad que tuvo en el pasado. Sería muy importante para superar este conflicto que se viera más claramente identificada a la CGT con el proyecto nacional, ya que cuando las demandas de un grupo son puramente corporativas, ese grupo no ayuda al proceso de cambio." Veamos: a) ¿qué significa que "ya no estamos en el 46"? Así presentada la frase, parece más un golpe de efecto que una afirmación meditada y fundamentada. Si bien a continuación figura la frase "la estructura social del país es muy distinta", pero Don Ernesto también nos deja a oscuras. Es muy fácil (de tan obvio) señalar que las cosas en 2011 son diferentes a las cosas de 1946, pero lo realmente significativo es la descripción de las diferencias. Tampoco esto interesa a Laclau; b) la afirmación "los sectores que participan en el proceso de cambio son mucho más amplios" es un tanto desconcertante. En 1946 la coalición social peronista incluía al movimiento obrero, al Ejército, a la Iglesia y a una parte sustancial del empresariado. Si esto no es amplio, ¿dónde está la amplitud? Pero Laclau dice expresamente que en 2011 los sectores que participan en el cambio "son mucho más amplios". Tal vez Laclau se refiera al apoyo que han dado al "kirchnerismo" buena parte de los empresarios agrarios, a pesar del conflicto de 2008. En todo caso, está claro que la amplitud no garantiza la emancipación; c) el movimiento obrero "sigue siendo un elemento privilegiado (...) no tiene la centralidad del pasado". Esto sólo tiene sentido si se explica cuáles son los cambios que se han producido en la estructura social del país y qué rasgos tiene el modelo de acumulación imperante desde la crisis del neoliberalismo en 2001. Pero Laclau es parco a la hora de conceder migajas de saber a los mortales; d) si la CGT no está "claramente identificada con el proyecto nacional", ¿puede decirse que la UIA si lo está?, ¿De Mendiguren sí lo está? Todo es posible cuando la retórica reemplaza al análisis fundado de la realidad. Lo asombroso, a esta altura, es que Laclau siga siendo considerado una figura de renombre en el campo de la teoría política.

Mataderos, viernes 13 de enero de 2012

NOTAS:


(2) Es bueno recordar que la franja de empresas que se destaca por un dominio abrumador del capital nacional (las pequeñas y medianas empresas) constituye el segmente en el que más abunda la precariedad laboral. En esto, el capital nacional es fiel al refrán "porque te quiero te aporreo".

viernes, 7 de octubre de 2011

ULTIMAS NOTICIAS DE LACLAU

Ernesto Laclau (n. 1935) ha descendido una vez más desde las alturas celestiales en que habita para dejar su mensaje a los desorientados mortales. Claro que, en esta ocasión, no ha tenido tiempo suficiente para dejarnos otro libro sagrado, y se ha limitado a ofrecernos sus palabras en un humilde reportaje.

La entrevista fue realizada por la periodista Ailín Bullentini y ha sido publicada en la edición del domingo 2 de octubre pasado del diario PÁGINA/12 (1). Ante todo, hay que decir que Laclau se mostró torpe y esquemático en las respuestas, como si estuviera canchereando la situación. Desganado, soberbio, cuadrado en las interpretaciones, está a años luz de un intelectual capaz de analizar la complejidad de una coyuntura.

Para no caer en las faltas que le achacamos al insigne maestro, nada mejor que dar un par de ejemplos de las actitudes a que hicimos referencia en el párrafo anterior.

a) Desgano.

Laclau formula conclusiones sin cuidarse de enunciar las premisas de las mismas. Así, afirma que "la real izquierda en el país es el kirchnerismo". ¿Por qué?, ¿qué entiende Laclau por izquierda? El maestro permanece mudo, con una sonrisa en los labios, pensando: "¿es necesario que te lo explique, pibe? Si sos tan obtuso como para no entenderlo, comprá mis libros. De paso, engrosás mi cuenta bancaria con los derechos de autor". (2)

b) Soberbia.

Ante todo, esta actitud se manifiesta en un pasaje verdaderamente antológico: "Las demandas de los pueblos originarios no fueron respondidas puntualmente, pero tampoco son centrales para la estructuración de la política." Aquí se combina el desgano al que aludimos arriba con la soberbia. ¿Por qué el maestro no se preocupa de aclarar cuál es la razón para afirmar que estas demandas no son centrales para la estructuración de la política? Cuando se hace política desde los trabajadores no se puede actuar del mismo modo que aquellos que hacen política para los sectores dominantes. Laclau puede pensar lo que quiera respecto a los pueblos originarios (total, cuando tiene que hacer sus necesidades tiene un inodoro reluciente a mano y no padece la falta de cloacas, por mencionar algunos de los padecimientos de las comunidades de los pueblos originarios en Formosa, en el Chaco, etc.). Pero lo que no puede hacer, si pretende, insisto, hacer política desde los trabajadores, es dejar sin justificación sus afirmaciones. La política obrera exige plantear con claridad los argumentos, pues se trata de construir una visión diferente a las ideas que se consideran habitualmente como naturales. Con su desinterés, Laclau no sólo demuestra una falta de humanidad característica de muchos exponentes del mundo académico (3), sino un distanciamiento absoluto de cualquier forma de política de izquierda (aclaramos, la izquierda entendida como un cuestionamiento más o menos global del orden capitalista, no la "izquierda" tal como la entiende el maestro).

Luego del acto de amor hacia los pueblos originarios, Laclau dirige una mirada de olímpico desprecio hacia la izquierda: "la izquierda tradicional, que tampoco ha representando un proceso de cambio". Nadie niega que el maestro está en su derecho de pensar lo que quiera de la izquierda en Argentina. Pero nos parece importante hacer notar que Laclau no dice una palabra acerca del "cambio" que tiene en mente. El desgano con que encaró la entrevista se nota también aquí. Pero el problema es mucho más profundo. Laclau concibe el cambio en un sentido capitalista, esto es, una transformación que no modifique las bases del orden existente (básicamente, la propiedad privada de los medios de producción). Es por esto que puede identificar al kirchnerismo con la "izquierda". El palabrerio asfixiante que caracteriza a sus escritos es un recurso estilístico para ocultar el hecho de que Laclau no discute en absoluto las relaciones de poder existentes. Es por eso que a Laclau no le interesa discutir con la "izquierda tradicional". Le resulta más cómodo ignorarla o estigmatizarla (versión sofisticada del "zurdos de mierda"), pues de ese modo evitar discutir lo importante. Es curioso que un autor que se dedica a la teoría política conceda tan poca atención a la actividad que hace la mayor parte de los mortales la mayor parte del tiempo de sus vidas, esto es, trabajar. Como Laclau no concibe a la fábrica, a la oficina, a la empresa, como un lugar político, no considera necesario modificar las relaciones existentes al interior de éstas. Su "izquierdismo" no es otra cosa que la negativa a discutir las relaciones de producción capitalistas.

c) Interpretaciones "cuadradas" de las coyunturas políticas.

Al final de la entrevista, luego de enunciar su apoyo a la reelección indefinida de Cristina, nos deja la siguiente perla: "el kirchnerismo ha producido cuadros excelentes: Agustín Rossi, Carlos Tomada, Amado Boudou". Para referirnos a uno solo de estos personajes, hay que decir que calificar a Carlos Tomada de un "cuadro excelente" es pervertir la noción de cuadro. Aclaro. Hago esta última afirmación dando por buena la intención de Laclau de calificar al "kirchnerismo" como la "izquierda". Si Tomada es un "cuadro excelente", hay que decir que el maestro incluye en la definición de cuadro la hipocresía y la falsedad elevadas a la condición de prácticas cotidianas. Basta recordar que Tomada siguió defendiendo al prócer Pedraza (titular de la Unión Ferroviaria) en los días posteriores al asesinato de Mariano Ferreyra.

En otro tramo del reportaje, al ser preguntado acerca de las razones de la imposibilidad de la "oposición" para unirse, Laclau afirma: "no hay ninguna voluntad social que los aúne". Esta es una verdad de perogrullo, puesto que la "oposición" está disgregada. El maestro, desganado, no dice aquí nada nuevo. Sin embargo, es probable que la pobreza de la interpretación esconda algo más profundo y que no puede ser dicho por un intelectual "kirchnerista". Si la "oposición" no puede unirse (y estamos hablando aquí de la "oposición" neoliberal, expresión de la vieja derecha), la causa radica en que la burguesía ha apostado mayoritariamente al "kirchnerismo". En pocas palabras, desde el 2003 se ha consolidado un nuevo modelo de acumulación de capital en Argentina, y este modelo ha sido perfectamente funcional a la dominación capitalista. Laclau no puede admitir esto y se retira cantando "mejor no hablar de ciertas cosas". Es verdad, es preferible moverse en la superficie de las cosas y no ver lo que se encuentra oculto debajo de la alfombra. Esta es el contenido último de la sabiduría adoptada por el maestro Laclau.

Seguir reproduciendo los pensamientos del maestro no tiene mayor sentido. El lector interesado puede leer la entrevista completa en el link que figura en las notas. Dejando de lado la pobreza de las ideas expresadas por Laclau en el reportaje, hay que decir que este texto es una muestra acabada del nivel del debate político que promueve el "kirchnerismo" en esta campaña electoral. Para una fuerza que pretende ser transformadora en un sentido popular, hay que decir que sus intelectuales muestran muy poco interés por ampliar los límites y los alcances de la discusión política. Esto se ve claramente en la opinión de Laclau sobre la reelección de Cristina: "me parece que una democracia real en Latinoamérica se basa en la reelección indefinida. Una vez que se construyó toda posibilidad de proceso de cambio en torno de cierto nombre, si ese nombre desaparece, el sistema se vuelve vulnerable." Hablando en criollo, el "cambio" consiste en tener un líder que mande y unas bases que obedezcan. Nada más. Esto no tiene nada que ver con una política realizada desde los intereses de los trabajadores. Si se pretende hacer algo más que hablar de "revolución cultural" mientras los trabajadores siguen siendo despedidos si osan presentarse como delegados en una empresa, es preciso abrir la discusión a un número cada vez mayor de personas. Dicho de otro modo, hay que profundizar la democracia. Laclau apunta a otra cosa. Tendrá sus razones...

Mataderos, viernes 7 de octubre de 2011

NOTAS:

(1) El texto completo de la entrevista se encuentra disponible en: http://www.youtube.com/watch?v=-Kmq9uM4Mq0

(2) En rigor, Laclau hace, al comienzo del reportaje, una referencia indirecta a la cuestión del significado que le atribuye a una política de izquierda. Según él, el nuevo mandato de Cristina Fernández tiene que profundizar las líneas iniciadas en el primero, y aquí incluye "una serie de medidas prácticas, como la Asignación Universal por Hijo y la reforma del régimen jubilatorio, que están cambiando la óptica desde la que se percibe la política argentina." El lector puede recorrer todo el texto publicado por PÁGINA/12 y no va a encontrar otra mención a medidas políticas concretas. De esto se deduce que la "izquierda", tal como la entiende el "izquierdista" Laclau, nada tiene que ver con la forma en que se realiza el proceso de trabajo ni con (¡hagamos la señal de la cruz!) la propiedad privada de los medios de producción. Todo esto ha sido convenientemente relegado al basurero de la historia. Esto permite, entre otras cosas, que académicos como Laclau puedan vivir a costa del trabajo de los asalariados que nunca van a poder recorrer el mundo dando conferencias.

(3) Karl Marx (1818-1883), quien tuvo la desafortunada suerte de no conocer a un pensador tan profundo como Laclau, escribió una vez, refiriéndose a la actitud desdeñosa de Arnold Ruge (1802-1880) hacia el levantamiento de los obreros tejedores de Silesia en 1844, que "la única tarea de un hombre que piensa y ama la verdad ante el primer estallido del levantamiento obrero de Silesia no consistía en jugar el papel de maestro de escuela de este acontecimiento sino más bien en estudiar su carácter peculiar. Para ello se requiere en todo caso de cierta capacidad científica y de un amor por los hombres, mientras que para la otra operación basta por completo con una fraseología hecha empapada de un egoísmo vacío." (Marx, Karl, "Glosas marginales al artículo «El rey de Prusia y la reforma social por un prusiano», en Marx, Karl, Escritos de juventud sobre el Derecho: Textos 1837-1847, Barcelona, Anthropos, 2008, p. 128).