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miércoles, 13 de diciembre de 2023

NO HAY PLATA NI IDEAS

 

Ruinas de la ciudad alemana de Dresde, 1945

Ariel Mayo (ISP Joaquín V. González / UNSAM)

Antes de comenzar esta nota conviene enunciar la regla que debe regir, en nuestra opinión, los análisis políticos y económicos, regla que fue esbozada por Maquiavelo en El príncipe: “De las acciones de los hombres, y más aún de las de los príncipes, que no pueden someterse a reclamación judicial, hay que juzgar por los resultados.”

El ministro de Economía, Luis Caputo, anunció ayer un “paquete de urgencia” (son sus palabras) para enfrentar la crisis. Como es lógico, no puede hablarse de resultados, dado que las medidas no empezaron a implementarse y que, muchas de ellas, fueron formuladas de manera muy imprecisa. Por lo tanto, nuestro análisis va a circunscribirse a la perspectiva general adoptada por Caputo, a las posibles consecuencias de las medidas concretas y a la orientación política que se vislumbra a partir del contenido global del paquete.

Se trató de un discurso grabado relativamente breve (17 minutos y 44 segundos), máxime si tenemos en cuenta la magnitud de la crisis. No hubo conferencia de prensa posterior.

Desde el punto de vista del contenido, el discurso se divide en dos partes, separadas por una transición donde plantea la existencia de una “oportunidad histórica”: a) el diagnóstico (los primeros 9 minutos); b) la enumeración de las medidas del paquete de urgencia (minuto 10 en adelante).

Del diagnóstico, que se encuadra en la línea de lo dicho por el presidente Milei en su discurso de asunción, podemos decir dos cosas.

En primer lugar, la notoria pobreza de las ideas expresadas (¿corolario intelectual de la consigna “No hay plata”). Caputo hace del déficit fiscal la causa de todos los problemas de la Argentina en los últimos cien años. Aceptemos, aunque sea a beneficio de inventario, que esto es así. Pero entonces, ¿qué genera el déficit fiscal? Según Caputo, la respuesta es “nuestra adicción al déficit fiscal”. ¿De dónde viene esta adicción? Silencio. No va más allá de eso. Somos “políticamente adictos al déficit” y punto.

Sobre esta explicación nebulosa se apoya el diagnóstico del ministro, quien afirma que los problemas de la deuda, del dólar y de la inflación son consecuencia del déficit generado por la mencionada adicción. Pero no nos dice una palabra acerca de dónde viene la adicción. Como sea, sabemos que un diagnóstico errado lleva a tomar medidas equivocadas. Por eso hay que extremar los medios para no caer en diagnósticos simplistas, como es el caso del realizado por el señor ministro.

En segundo lugar, el diagnóstico se mete con los últimos 100 años de historia argentina, y lo hace de manera ahistórica y bruta. ¿Por qué utilizamos calificativos tan duros? Desde 1923 hasta la fecha (tomemos lo de los 100 años en sentido literal) gobernaron radicales, conservadores, peronistas de variado pelaje, dictaduras militares, Macri. Cada uno de ellos afrontó problemas específicos y eligió diversas alternativas para resolverlos. Caputo reduce toda esta complejidad a dos términos: déficit fiscal y adicción al gasto. Se dan así algunas paradojas, como por ejemplo el caso de Menem, quien para Milei es “el mejor presidente del período iniciado en 1983”, o su aliado el Macri, quienes pasan a ser puestos en la misma bolsa con los demás “adictos al gasto”.

Sobre esta historia a-histórica se sustenta el diagnóstico de Caputo. Y vuelvo a repetir: un diagnóstico errado conduce a soluciones equivocadas.

Caputo resume el diagnóstico con una frase: “definitivamente estamos frente a la peor herencia de nuestra historia”. Para el señor ministro, esto es lo que genera “una oportunidad histórica”, dado que la ciudadanía votó a un político que sostuvo que el déficit fiscal es la causa de todos nuestros problemas. Ahora bien, Caputo omite algunas cuestiones: Milei hizo campaña prometiendo “ajustar a la casta”, “dolarizar”, “cerrar el Banco Central”. Nada de eso fue mencionado en el discurso de ayer. Es cierto que, dada la liviandad manifiesta del diagnóstico de Caputo, podemos permitirnos dudar de su capacidad para interpretar las preferencias del electorado.

Pero mejor pasemos a las medidas del “paquete de emergencia”. Al adoptar esta denominación, Caputo dice una verdad. No hay plan económico, en el sentido de un conjunto orgánico de medidas que permitan resolver la crisis y restablecer una senda de crecimiento. Las circunstancias que rodearon el camino de Milei a la presidencia hacen que la improvisación siga siendo la norma de sus funcionarios.

Dicho esto, Caputo enumeró una serie de medidas, algunas de carácter concreto y otras imprecisas (cuya aclaración se irá dando, suponemos, en los días subsiguientes).

La medida más concreta está referida, como cabía esperar al valor del dólar. Caputo anunció la fijación del tipo de cambio oficial en 800 pesos, esto es, una devaluación de más del 100% respecto a la cotización anterior. Pero esto no es todo. También dijo que se aumenta provisoriamente (aunque no precisó el monto) el impuesto país para las importaciones y las retenciones de las exportaciones no agropecuarias.

Sobre esta medida podemos hablar con cierta precisión: 1) favorece claramente al sector agroexportador, algo que señaló expresamente el ministro; 2) el Estado se beneficia con el aumento del impuesto país a las importaciones y retenciones a exportaciones no agropecuarias, algo que le permitirá, en principio, reducir la magnitud del ajuste fiscal (mediante impuestos, algo “curioso” desde el punto de vista del ideario de La Libertad Avanza); 3) la mayoría de la población verá reducidos sus ingresos por un nuevo salto de la inflación, dada la magnitud de la devaluación (que superó a los 650 pesos mencionados por el ministro del Interior Guillermo Francos hace algunos días); 4) los importadores se verán en serios problemas para importar insumos necesario para la producción, sobre todo la pequeña y mediana industria, algo que se traducirá en caída de la actividad económica (recesión) y aumento del desempleo. A todo esto hay que agregar otra cosa curiosa: parece que “las ideas de la libertad” incluyen aumentos de impuestos y mantenimiento de las retenciones. Como ocurre casi siempre, la realidad y las necesidades políticas matan ideología.

Otra medida significativa, aunque aquí también faltan precisiones, es el anuncio de la cancelación de las licitaciones de obra pública aprobadas (pero que todavía no han comenzado), y la decisión de no hacer nuevas licitaciones. Las consecuencias son previsibles: caída de la actividad económica y desempleo. Además, si la medida se mantiene en el tiempo habrá un deterioro todavía mayor de la infraestructura necesaria para la producción (por ejemplo, autopistas y caminos, puertos, etc., etc.), pues pensar que la inversión estatal en el área puede ser reemplazada por los capitales privados es algo bastante utópico.

Mención aparte merece el anuncio de la reducción de los subsidios a la energía y al transporte. Si bien no se anunciaron ni montos ni plazos, lo cierto es que esto implica una reducción de ingresos para buena parte de la población, ya sea por el aumento de las tarifas de los servicios (luz, gas, etc.), ya sea por el aumento del boleto de colectivos, trenes, etc.

Por último, algunas palabras sobre otras dos medidas. Por un lado, la no renovación de los contratos laborales del Estado que tengan menos de un año de vigencia se traducirá en aumento de la desocupación. Por el otro, la reducción al mínimo de las transferencias discrecionales del Estado nacional a las provincias debe leerse como aumento de la discrecionalidad (pues no se eliminan completamente). O sea, Milei combatirá la discrecionalidad con más discrecionalidad. Esto se traducirá en mayor rosca para lograr el apoyo de las provincias a los proyectos de ley presentados por el Ejecutivo.

El “paquete de urgencia” tiene una orientación general clara, más allá de su improvisación y falta de precisiones. El gobierno de Milei busca el apoyo, fundamentalmente, de la burguesía agroexportadora y, más en general, de la burguesía con capacidad de exportar y/de conseguir dólares. El Estado reduce su capacidad de intervenir en el proceso económico y se concede al capital privado la responsabilidad de reactivar la economía. La recesión y el ajuste fiscal (ayer faltaban precisiones sobre su magnitud, aunque se habla de una reducción de dos puntos y medio del PBI, pues otros tres puntos surgirían de los ingresos generados por el aumento del impuesto país – veremos-) son las herramientas elegidas para resolver los desequilibrios de la economía. Eso y algo de contención para los más pobres (duplicación de la AUH y un aumento del 50% de la Tarjeta Alimentar), probablemente para evitar algún estallido. Por el momento no hay mucho más. Se busca reducir el gasto, pero no hay ninguna indicación acerca de cómo se alcanzará el crecimiento ni como recuperarán poder adquisitivo el salario real, las jubilaciones y las pensiones. Demasiado poco, demasiado endeble, demasiado improvisado, para una crisis la que sufre nuestro país. Todo parece dirigirse a una tormenta inflacionaria y a una reducción extraordinaria de los ingresos de los trabajadores y demás sectores populares, mayor aún que la experimentada por Argentina en los últimos años.

En los próximos días habrá más precisiones. Pero podemos afirmar que la remera vendida en estos días tendría que tener como inscripción “No hay plata ni ideas”, pues ello daría cuenta de la situación en la que está en este momento la política económica de Milei.

 

Balvanera, miércoles 13 de diciembre de 2023

miércoles, 29 de noviembre de 2023

MÁS ALLÁ DEL HUMO ELECTORAL

 

El Bosco, El jardín de las delicias (fragmento)



Ariel Mayo (UNSAM / ISP Joaquín V. González)

 

A semana y media del triunfo de Javier Milei en el balotaje, y a medida que se disipa el humo electoral, van quedando algunas cosas claras y ya es posible hablar de ellas sin enredarse en discusiones inútiles.

Al decir que hay algunas cosas claras me refiero a cuestiones estructurales, que pueden verificarse de manera más o menos empírica, y no a los dichos cambiantes de los protagonistas.

La primer cuestión estructural es la debilidad de las diferentes fuerzas políticas. El triunfo de Milei dejó maltrechas a las dos grandes coaliciones que se disputaron el gobierno del país desde hace un poco menos de dos décadas (el hecho mismo de que se trate de coaliciones y no de fuerzas políticas relativamente unificadas da cuenta de que los problemas venían de mucho antes de que Milei asomara la cabeza).

El peronismo no sólo perdió en la mayoría de los distritos electorales, sino que vio como el conjunto de las ideas que sostuvo desde 2003 en adelante y que le permitieron atraer a sectores importantes de la población, fueron rechazadas mayoritariamente por los votantes (por supuesto, ese rechazo se venía expandiendo desde hace mucho tiempo). Así, por ejemplo, la redistribución de recursos por vía estatal quedó sepultada, por lo menos momentáneamente, en las urnas.

Las manifestaciones de odio hacia los planeros, el aumento del encono hacia la educación pública (aun de sectores que mandan a sus hijos a las escuelas estatales), la difusión de la idea que hay que pagar todo lo que puede ser pagado y más, etc., etc., son expresiones de un cambio de época. En este punto hay que decir que la incapacidad del kirchnerismo para resolver el estancamiento de la economía a partir de 2011, que fue vaciando progresivamente de contenido a la frase “Estado presente”, fue la gran promotora de esa reacción antiestatal, pero, así y todo, no deja de asombrar la magnitud y profundidad de la reacción. Es razonable pensar que la (pésima) política del presidente Fernández frente a la pandemia contribuyó a llevar las cosas al siguiente nivel.

En 2015 y 2019 la mayoría del electorado votó a favor del cambio, es decir, por un mejoramiento de las condiciones de vida que se venían deteriorando aceleradamente desde 2011. En 2023 la mayoría del electorado sufragó adrede por el ajuste, entendiendo que las cosas no podían seguir como durante el desastroso gobierno de Alberto Fernández. El peronismo recibió de lleno el impacto y hoy se encuentra huérfano de liderazgo y de ideas.

La coalición opositora, cuyo núcleo duro es el PRO de Mauricio Macri, no salió del proceso electoral en mejores condiciones. Si bien Macri unió su suerte a la de Milei y le llenó de ministros propios el gabinete, la realidad indica que Macri fracasó en su intento de ser presidente por segunda vez, a punto tal que ni siquiera pudo presentarse como candidato. Además, la lucha interna entre Rodríguez Larreta y Bullrich terminó por aniquilar la competitividad electoral de la coalición, aniquilamiento cuya expresión fue el tercer puesto en las elecciones generales de octubre. En la práctica, la coalición opositora al kirchnerismo dejó de existir y las fuerzas que la integran están en un proceso de reconfiguración.

Paradójicamente, la fuerza triunfante en el balotaje no se encuentra en mejores condiciones que las coaliciones derrotadas. La Libertad Avanza de Javier Milei es un armado heterogéneo, construido para poder participar en las elecciones, y en ese armado imperó el principio “los melones se acomodan andando”. Es probable que Milei mismo no creyera que iba a llegar al gobierno y por eso descuidó la construcción de una fuerza política, pero el hecho es que resultó presidente electo y, a la fecha, no cuenta con los cuadros necesarios para armar el gobierno.

El milagro mileisiano de las renuncias de integrantes de un gabinete que todavía no entró en funciones, la danza de nombres que son renunciados apenas se los hace públicos, todo ello se explica, en parte, por la debilidad y fragmentación de las fuerzas políticas. Y esa situación de debilidad es consecuencia de la incapacidad de dichas fuerzas para encontrar la salida al estancamiento económico que lleva más de una década.

La segunda cuestión estructural es la ausencia de un acuerdo en la clase dominante respecto a cuál debe ser la salida para la crisis y eso se manifiesta en la ausencia de un programa económico. La derrota de Massa (y en menor medida la de Bullrich en las generales) se explica por la innegable incapacidad de las dos grandes coaliciones políticas para resolver los problemas económicos del país, pero detrás de esa incapacidad asoman las carencias de la clase dominante o, para hablar con propiedad, de la burguesía argentina.

Milei demostró ser un gran agitador con las consignas de dolarización y motosierra, pero una vez ganadas las elecciones es otro el cantar. La dolarización, el cierre del Banco Central, pasaron rápidamente a mejor vida. La designación de Caputo al frente del ministerio de Economía y la decisión de implementar un fuerte ajuste fiscal muestran que no hay un plan consistente (o, por lo menos, todavía falta mucho para tenerlo). En los hechos y no en las palabras, Milei reconoció que no tenía ni plan económico ni equipo, y que ambos se están armando sobre la marcha.

Se habla de improvisación, de colonización del gabinete por el macrismo, de pragmatismo, de abandono de los “ideales libertarios”. La cuestión es mucho más profunda y va más allá de Milei y de La Libertad Avanza. A riesgo de ponerme cargoso, vuelvo a insistir en que desde 2011 las dos grandes fuerzas políticas mostraron en la práctica ser incapaces de restablecer el crecimiento de la economía. Vivimos en una crisis constante que nunca termina de desatarse completamente y que se traduce en un persistente deterioro de la calidad de vida para la mayoría de la población. Ello está modificando profundamente las condiciones sociales y políticas, acelerando la fragmentación y el individualismo.

Pero es importante tener en cuenta que no se trata sólo de las fuerzas políticas. Un plan económico expresa las necesidades y los intereses de determinados sectores de la clase capitalista. Me refiero a esa clase porque es sabido que una economía capitalista se reactiva por medio de la inversión, y son los capitalistas quienes tienen la capacidad de invertir. Ahora bien, si la economía argentina está estancada desde 2011 eso significa que la clase dominante carece de un plan de salida de la crisis o, si se prefiere, que sus diferentes fracciones no se ponen de acuerdo acerca de cuál es la salida.

Es cierto que la superficie de la política es atractiva, porque allí están los cargos y los privilegios de la “casta” (parafraseando a Milei), pero hay que hacer el esfuerzo para salir de lo coyuntural y animarse a mirar las cuestiones estructurales. Sobre todo si se quiere construir una salida que no sea la de la clase dominante.

No hay que olvidar que Milei, Macri y Massa, pero también la burguesía argentina, son “casta”, en el sentido de que gozan de la vida a costa de las penurias de la mayoría de la población.

 

Balvanera, miércoles 29 de noviembre de 2023

domingo, 15 de diciembre de 2019

CAMBIOS Y CONTINUIDADES EN LA POLÍTICA ARGENTINA: EL CICLO ECONÓMICO STOP AND GO (1955-1976)




Introducción
El sentido común imperante en estos tiempos reproduce en el plano del pensamiento la fragmentación existente en lo cotidiano. Nos resulta casi imposible pensar una situación en su conexión con la totalidad o en términos de continuidad histórica. Cada hecho es percibido como un episodio desconectado de las relaciones sociales que lo producen y en el seno de las que cobra un sentido que va más allá de lo aparente. Nuestra forma de vivir nos lleva a crear este sentido común. El capitalismo, cuyas bases son la propiedad privada de los medios de producción y el trabajo asalariado, hace que cada persona se vea a sí misma como un átomo solitario, que debe velar por sus propios intereses y se siente amenazado por sus congéneres.
El sentido común actual es la puesta en práctica de la ideología capitalista, cuyos pilares son: el individualismo, la competencia (norma de conducta entre individuos, empresas y Estados) y la mencionada fragmentación del pensamiento, consecuencia del desarrollo de la tecnología y la creciente ampliación de la división del trabajo, que hacen que la inmensa mayoría de las personas realicen tareas cada vez más fragmentadas.
El sentido común se expresa de múltiples maneras. Una de ellas es la forma en que pensamos la política en las sociedades con regímenes democráticos. En ellas suele verificarse la alternancia en el poder de distintos partidos políticos (téngase presente el nivel de generalidad en que me expreso aquí). Por ejemplo, en nuestro país Mauricio Macri (alianza Cambiemos) sucedió en 2015 a la presidenta Cristina Fernández (PJ). Al escribir estas líneas, Alberto Fernández (PJ) se apresta a asumir la presidencia, reemplazando a Mauricio Macri (Cambiemos). Cada una de estas sucesiones es concebida como un corte abrupto en la política económica, como si ésta última dependiera exclusivamente de la persona que está al frente del Poder Ejecutivo. Según esta concepción, la política de un gobierno emana de las cualidades personales del individuo que está a cargo de la presidencia del país. Si su ideología es “neoliberal”, la política económica será “neoliberal”; si es peronista, las medidas económicas serán peronistas. El sentido común es rápido para percibir las diferencias, pero se paraliza y adormece cuando se trata de establecer las continuidades.
La imposibilidad de ver las continuidades expresa algo más profundo: la dificultad para pensar la existencia de una estructura de relaciones sociales que persiste más allá de los cambios en la superficie. Dicho de modo más preciso, la aguda percepción por el sentido común de las diferencias entre Mauricio Macri y Alberto Fernández (no estoy examinando por el momento el carácter de esas diferencias), esconde la existencia de una estructura que pone límites muy precisos a la acción de los políticos. En este punto, resulta significativo que el mismo trabajador que es perfectamente consciente de las limitaciones que pone a su vida el monto de su salario, considere que el recambio presidencial va a modificar sustancialmente las condiciones económicas del país y, por ende, su propia existencia.
Como se indicó más arriba, la fragmentación es producto de las relaciones sociales capitalistas. A su vez, esta fragmentación refuerza la dominación capitalista, impidiendo la percepción de la estructura de relaciones sociales que se expresa en continuidades que limitan los márgenes de acción de los individuos y las clases sociales. Por lo tanto, la construcción de una alternativa política al capitalismo tiene entre sus tareas la crítica del sentido común y la difusión de la concepción marxista de la sociedad, cuyo eje primordial es el reconocimiento de la existencia de una estructura de relaciones sociales que condiciona a los individuos, a las clases y a los Estados.
Una forma de poner en cuestión el sentido común imperante en la política argentina consiste en analizar la existencia de ciclos económicos, es decir, de procesos que se derivan de la estructura del capitalismo en Argentina y que se repiten con independencia de la fuerza política que se encuentra en el gobierno. [1] En esta oportunidad describiremos el ciclo de stop and go, que fue característico del período comprendido entre 1955 y 1976. Quien busque aquí un trabajo en el sentido académico del término, se irá defraudado. Nuestra intención es contribuir a formarnos como militantes socialistas, nada más ni nada menos. Por último, para la mejor comprensión del texto incluimos un glosario, que contiene varios de los términos económicos empleados aquí.
ABREVIATURAS:
BCRA = Banco Central de la República Argentina / CSG = Ciclo stop and go / ISI = Industrialización por sustitución de importaciones.


El proceso de industrialización en Argentina:
Argentina se constituyó como nación unificada en la segunda mitad del siglo XIX, bajo la hegemonía de la burguesía agraria (sobre todo, de la provincia de Buenos Aires). La incorporación al mercado mundial como país productor de productos primarios (lana, cereales, carne) fue paralela a la consolidación del Estado argentino, quien se encargó de aplastar todas las resistencias (rebeliones provinciales, pueblos originarios, etc.).
La forma específica de inserción de nuestro país es el mercado mundial recibe el nombre de modelo agroexportador y estuvo vigente entre 1880 y 1930. El comercio exterior se realizó principalmente con Gran Bretaña. Argentina vendía trigo y carne a los ingleses; a cambio, compraba productos manufacturados y bienes de capital. Si bien hubo un debate en torno a la industrialización en la década de 1870, la burguesía argentina rechazó esa vía de desarrollo y optó por la mencionada complementación con la economía inglesa. La industria quedó relegada a ocupar una posición muy marginal dentro de la economía, a excepción de ramas como la producción de alimentos y aquellas ligadas al procesamiento de productos primarios destinados al mercado mundial (por ejemplo, los frigoríficos). [2]
La crisis mundial capitalista iniciada en 1929 redujo sustancialmente el comercio internacional. Gran Bretaña disminuyó sus importaciones. El modelo agroexportador se volvió inviable. Dicho de modo sencillo, la caída de los precios de los productos primarios (efecto de la crisis mundial), sumada a la reducción del volumen de las compras de los países centrales a los países periféricos, dejaron a nuestro país imposibilitado para comprar los productos manufacturados necesarios para el consumo de la población. La burguesía argentina optó por intentar retener el mercado británico por medio de concesiones (Pacto Roca-Runciman, 1933) y, a la vez, promovió un incipiente proceso de industrialización, cuyo objetivo era aliviar la balanza de pagos produciendo en el país los bienes de consumo que resultaba muy oneroso importar. Esta apuesta por el desarrollo de la industria es conocida como ISI.
“A partir de los últimos años de la década del 20 [1920] y hasta bien entrada la década del 40 [1940] sobrevino un prolongado período, apenas interrumpido en algunos momentos de los años 30, en que se unieron una crisis económica internacional de profundidad y amplitud antes no vistas con una guerra mundial de extensión y grado de destrucción inigualados configurando un período particularmente prolongado. (…) Esta adaptación mayor [de la economía argentina a las nuevas circunstancias] no tuvo lugar sólo en nuestro país sino también en otros países de América Latina y del Tercer Mundo en general, constituyendo lo que dio en llamarse de acuerdo a uno de los rasgos más típicos de este proceso, la industrialización sustitutiva de importaciones. Es decir, se trató del desarrollo de ramas industriales que iban siguiendo la vía de las importaciones que se tornaban imposibles o que se volvían en otras circunstancias extraordinariamente onerosas haciéndose conveniente, por tanto, el reemplazarlas por una producción local nueva.” (Ciafardini, 2002: 163).
En otras palabras, el despegue de la industria en Argentina se dio en la década de 1930, como respuesta al derrumbe del comercio internacional y a la imposibilidad (relativa) de seguir comprando productos manufacturados. La ISI comenzó antes del peronismo y fue desarrollada en sus comienzos por el régimen conservador que dominó la política argentina durante los años 30.
“El proceso de industrialización sustitutiva de los años 30 constituyó, en consecuencia, una adaptación emprendida por una importante fracción de la oligarquía terrateniente, pilar anterior de la alianza oligárquico-imperialista [se refiere a la relación entre la burguesía agraria argentina y Gran Bretaña durante el modelo agroexportador]. De tal modo esa clase social buscó durante este período adecuarse a las nuevas circunstancias mundiales y regionales. El proceso (…) significó una diversificación importante de las actividades económicas de la oligarquía argentina, la que incorporó masivamente a sus negocios también los de tipo financiero, comercial e industrial reteniendo, sin embargo, su base agraria.” (Ciafardini, 2002: 164).
La ISI configuró una industria ligada al consumo del mercado interno y fuertemente dependiente de importaciones de bienes de capital e insumos. A estas características hay que sumarle la baja productividad en términos internacionales. Se trató de una industria que no se propuso como meta exportar. De ese modo, lejos de aliviar la balanza comercial, el crecimiento industrial aumentó las importaciones, agudizando así el problema de la falta de divisas, que eran provistas por las exportaciones de productos agrícolas. Estos problemas están en la base del CSG.
La ISI se aceleró con el ascenso del peronismo al gobierno (1946). Se desarrolló la industria liviana ligada al consumo interno y prosiguió el crecimiento numérico de la clase trabajadora. Sin embargo, la ISI tropezaba con la falta de bienes de capital y de insumos, que debían importarse. Como indicamos en el párrafo anterior, las divisas necesarias para comprar las importaciones eran provistas por la burguesía agraria, a través de las exportaciones de productos primarios. Pero el desarrollo industrial requería cada vez más divisas, en tanto que la producción agropecuaria tendía a estancarse. En pocas palabras, a fines de la década de 1940 comenzó a quedar claro que la economía argentina producía menos divisas (dólares) que las necesarias para su funcionamiento. El reconocimiento de este problema está en la base de la comprensión del CSG.


El Ciclo Stop and Go:
El CSG fue típico de la economía argentina en el período 1949-1976. Debe ser distinguido del ciclo propio del modelo agroexportador (1880-1930) [3] También es preciso diferenciarlo del ciclo económico del período posterior a la dictadura militar (1983 en adelante), al que dedicaremos una ficha específica.
El CSG se verificó en el marco de la ISI y se manifiesta en crisis periódicas de la balanza de pagos (v.). La primera de esas crisis se dio durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón, en 1949, cuando se produjo un déficit de la balanza comercial (v.). Con esto, dio comienzo el CSG, cuya fase recesiva se prolongó hasta 1952. Las crisis del sector externo volvieron a repetirse en 1959 y en 1962-1963.
Si bien economía y política son inseparables, es posible formular una descripción del CSG centrada en los aspectos económicos. En este sentido, Rapoport (2008) y Rougier y Fiszbein (2006) recomiendan para la comprensión del funcionamiento del CSG el modelo analítico elaborado por Oscar Braun y Leonard Joy [4].
El modelo Braun-Joy partía de los siguientes supuestos:
             i.        Volumen fijo de producción agropecuaria.
           ii.     Demanda interna de productos agropecuarios [alimentos] insensible a las variaciones de los precios relativos, pero sensible a los cambios en el ingreso y en su distribución.
          iii.        Demanda de importaciones [materias primas, bienes industriales – sobre todo bienes de capital -] poco elástica respecto de los cambios en los precios relativos y, por el contrario, muy elástica frente a las variaciones de la producción industrial.
          iv.        Una oferta de exportaciones compuesta exclusivamente de productos primarios.
En su fase ascendente, crecen las importaciones debido al incremento de la producción industrial (ver supuesto iii). Al mismo tiempo, caen las exportaciones, por la mayor demanda de bienes de consumo, debido a las subas en salario real y en el nivel de ingresos).
La fase ascendente culmina en una crisis, que se expresa en déficit de la balanza comercial, consecuencia del agotamiento de las reservas del BCRA.
Para resolver la crisis, las autoridades económicas lanzan un plan de estabilización, cuya pieza fundamental es la devaluación del peso, acompañada de políticas monetarias y fiscales restrictivas.
La devaluación tiene las siguientes consecuencias:
·         Suben los precios de los productos agropecuarios exportables y de los productos industriales con insumos importados. [5]
·         Se produce una transferencia de ingresos a favor de los productores de bienes agropecuarios (la burguesía de la región pampeana, que posee altos ingresos y puede ahorrar más) y en contra de los asalariados, que destinan casi todos sus ingresos al consumo.
·         Como efecto de lo indicado en el punto anterior, cae la demanda global. La caída afecta sobre todo al sector industrial.
·         Recesión, reforzada por la reducción del gasto público y de la emisión monetaria.
El plan de estabilización tiene éxito cuando se produce la mencionada caída de la demanda global y, por ende, la caída de la actividad industrial (reduciéndose el monto de inversiones en ese sector, que sufre, a la vez, los efectos de la contracción monetaria). El éxito se plasma en la caída del consumo de importaciones industriales, efecto que alivia la situación de la balanza de pagos. A esto hay que sumarle la reducción de la demanda interna de productos agropecuarios, consecuencia de la caída de los ingresos.
Resultado A: Incremento de los saldos exportables

Resultado B: Equilibrio de la balanza de pagos

La estructura económica se encuentra en condiciones de comenzar una nueva fase ascendente, cuyos componentes son la política fiscal expansiva y el incremento de la inflación, consecuencia del aumento de los salarios reales.
Ahora bien, la burguesía pampeana reacciona manteniendo estacionario el volumen de la producción agrícola, que resulta así ser inelástica a los cambios en los precios relativos generado por la devaluación.
Nueva crisis de la balanza de pagos
El ciclo vuelve a repetirse, una y otra vez…


La política del ciclo:
El CSG no puede explicarse únicamente por factores “económicos”. La imposibilidad de la burguesía para encontrar una salida al ciclo que garantice una acumulación sostenida en el tiempo tiene sus raíces en la relación de fuerzas entre las clases sociales.
En el período comprendido entre 1955 y 1976 la burguesía se hallaba dividida entre una fracción agraria, cuyas exportaciones proveían de divisas al conjunto de la economía y cuyo interés principal era conservar la totalidad de sus ganancias, evitando que una parte de las mismas fuera a financiar a la ISI; una fracción transnacional, constituida por las empresas extranjeras que se radicaron en el país en las décadas de 1950 y 1960, cuya productividad era mayor que la del resto del sector industrial, consecuencia de poseer tecnología más moderna y una organización más eficiente del proceso productivo; una fracción mercadointernista, ligada a la ISI y que producía para el mercado interno. Frente a ellas se hallaba la clase trabajadora, con una larga tradición de organización (iniciada a finales de la década de 1850), con un notable peso numérico y social (sin parangón en el resto de América Latina) y cuya expresión política era el peronismo. Dada la proscripción del peronismo, los sindicatos fueron simultáneamente instrumentos de lucha económica y pilares del movimiento peronista, el cual tenía vedado el terreno de la política.
Las limitaciones de la ISI estaban claras: dada su orientación mercado internista y a fuerte dependencia de tecnología e insumos extranjeros, el crecimiento de la industria no hacía más que agravar la crónica insuficiencia de divisas de la economía. A su vez, la fortaleza del movimiento obrero imponía trabas adicionales al aumento de la productividad, al resistir con relativo éxito los planes de racionalización capitalista, los cuales consistían, simplificando la cuestión, en una intensificación del ritmo de trabajo, produciendo así un mayor desgaste del trabajador.
En la fase ascendente del ciclo, la alianza entre la burguesía transnacional, la burguesía mercadointernista y el movimiento obrero se imponía a la burguesía agraria. La ISI tendía a profundizarse, en base a los recursos tomados de las exportaciones agrarias. Los trabajadores luchaban por mejores salarios y, al obtenerlos, se producía una expansión del consumo y ello retroalimentaba el crecimiento de la industria. Pero, a la vez, el auge industrial gastaba más y más divisas, hasta el punto en que entraba en crisis la balanza de pagos. Por su parte, la burguesía agraria respondía reduciendo su producción, con lo que recortaba las divisas provenientes de las exportaciones. Más tarde o más temprano, la burguesía transnacional (que poseía fuentes de financiamiento externas, dado que sus empresas eran filiales de casas matrices ubicadas en países centrales) abandonaba la alianza y el bloque de la burguesía ligada al mercado interno y la clase trabajadora, era derrotado.
Frente a la crisis, se constituía una nueva alianza, conformada por la burguesía agraria y la burguesía transnacional, que llevaba adelante un plan de estabilización cuyo eje era la devaluación. Pero este plan chocaba con la resistencia del movimiento obrero, quien terminaba por limitar sus efectos. Si el plan tenía éxito, se resolvía por el momento la crisis del sector externo y comenzaba una nueva etapa de crecimiento, en la que volvía a reconstituirse la alianza entre la burguesía transnacional, la burguesía mercadointernista y el movimiento obrero.
La burguesía era la clase dominante. Eso está fuera de discusión. Pero su división en distintas fracciones y la tensión entre quienes promovían el desarrollo de la ISI centrada en el mercado interno y quienes adherían a una ISI volcada a la exportación de productos industriales, sumada a la presión de la burguesía agraria por conservar los dólares de las exportaciones, hacían que la burguesía no pudiera construir una hegemonía sólida. El movimiento obrero poseía una fuerza y una organización que le permitían presionar y obtener concesiones, aunque carecía de una política autónoma frente a la burguesía.
Todo lo anterior daba por resultado la inestabilidad política, que reinó en Argentina en el período 1955-1976.
Ya desde finales de la década de 1950 la burguesía comenzó a elaborar respuestas frente a las limitaciones de la ISI.
“Ante esto la solución económicamente «evidente» -y reiteradamente propuesta como tal radicaba en un fuerte aumento de las exportaciones que, al levantar el techo de la balanza de pagos, hubiera permitido proveer a esa estructura productiva urbana de las importaciones necesarias para un «desarrollo sostenido». Supuestos los parámetros capitalistas de la situación, esa solución implicaba, fundamentalmente, encontrar medios para aumentar la producción (y la productividad) pampeana y/o para reducir el nivel de ingreso del sector popular en forma de que, por media de la reducción del consumo interno de alimentos, quedaran «liberados» mayores excedentes exportables.” (O'Donnell, 1977, p. 13).
A mediados de la década de 1960 la presión por una salida exportadora a las limitaciones de la ISI estaba, por decirlo así, en el aire. En 1966 el Centro de Investigaciones Económicas del Instituto Torcuato Di Tella organizó la Conferencia sobre “Estrategias para el Sector Externo y Desarrollo Externo”, en el que participaron economistas argentinos y extranjeros. Hubo consenso en torno a redefinir la estrategia para la industrialización, adoptando un perfil ligado a la exportación de bienes manufacturados. En esto estaban de acuerdo tanto los economistas “liberales” como “nacionalistas”. Sin exportaciones industriales era imposible sostener una industrialización que consumía cada vez más divisas.
El debate en torno a la ISI influyó en la política económica de la dictadura de Onganía, cuyo principal exponente fue el ministro Adalbert Krieger Vasena. Éste se propuso: a) racionalizar la estructura industrial para hacerla eficiente; b) transformar al país en una economía abierta, con segmentos competitivos internacionalmente.
No disponemos de espacio aquí para examinar en detalle la política de Onganía-Krieger. Basta con decir que enfrentó la oposición de la burguesía agraria, que se opuso al doble tipo de cambio, que en la práctica consistía en la aplicación de retenciones a las exportaciones agropecuarias. Los recursos absorbidos por el Estado vía retenciones eran empleados para promover la industria, en especial, las exportaciones industriales y la producción local de bienes intermedios y bienes de capital.
La política de la dictadura de Onganía fue derrotada por serie de rebeliones obreras y populares que jalonaron el año 1969, en especial el Cordobazo de mayo de ese año. También, aunque en menor medida, se hizo notar la oposición de la burguesía agraria a que una parte de sus ganancias se destinaran a la industrialización. La experiencia resultó desalentadora para la burguesía: ni toda la fuerza del Estado había bastado para desarticular la situación de empate hegemónico entre su fracción mercadointernista y la fracción que promovía un modelo exportador y una racionalización del capitalismo argentino. Se hizo notar, una vez más, la capacidad de resistencia de la alianza entre el movimiento obrero y la burguesía ligada al mercado interno, alianza que aparecía encarnada políticamente en el peronismo.
No es necesario seguir adelante. El regreso del peronismo al gobierno (1973) mostró, una vez más, los límites que la estructura de relaciones sociales imponía a la acción política. Luego de un comienzo promisorio, la crisis internacional iniciada en 1974 volvió a poner en el tapete la fragilidad externa de la economía argentina. El golpe militar de 1976 cerró el período con el intento más extremo de exterminar la resistencia obrera.
El CSG muestra la unidad de economía y política, que sólo puede ser separada a los fines del análisis. Las nociones mismas de estructura de relaciones sociales y de ciclo económico permiten ver desde otra perspectiva los acontecimientos políticos. Detrás de las diferencias se visualizan las continuidades. La diversidad de candidatos y de opciones políticas se reduce considerablemente y se llega a ver un hilo conductor detrás de todo el proceso, la lucha de clases entre Capital y Trabajo, el secreto mejor guardado del capitalismo.

Parque Avellaneda, domingo 15 de diciembre de 2019


GLOSARIO [6]:
Balanza comercial = Es la correlación entre el total de los precios de las mercancías exportadas y de las importadas. Puede ser activa o pasiva. Si la exportación de mercancías de un país supera a la importación, la balanza comercial es activa, es decir, hay un superávit comercial; si la exportación es inferior a la importación, se dice que la balanza comercial es pasiva, es decir, el país presenta un déficit en su balanza comercial.
Balanza de pagos = Es el conjunto de las transacciones con el exterior de un país, tanto las de los bienes como las puramente financieras. Dentro del balance de pagos, la cuenta corriente incluye las exportaciones e importaciones de bienes (balanza comercial) y las transferencias por pago de remuneraciones de los factores externos. Éstas últimas se llaman comúnmente rubros invisibles (en oposición a las mercancías que son visibles) y comprenden, entre otros, turismo, transporte, seguros, intereses, dividendos, utilidades y regalías. A su vez, la cuenta de capital incluye las corrientes de capital (y de las amortizaciones sobre las mismas) hacia el exterior y desde el exterior y los cambios en las reservas netas de oro y divisas. Generalmente el déficit o superávit de la cuenta corriente del balance de pagos se cubre con movimientos de capital (préstamos o créditos), lo que implica para los deficitarios un permanente endeudamiento externo.
Bienes = Son los medios materiales que satisfacen las necesidades humanas. El ser humano obtiene estos medios de la naturaleza que le rodea. Salvo algunos bienes (que son directamente suministrados por la naturaleza bajo una forma que no exige ninguna actividad humana para apropiárselos, por ejemplo: el aire), la inmensa mayoría de los medios que satisfacen las necesidades se obtienen de la naturaleza por vía de extracción, de transformación, de modificación de los caracteres físicos, químicos o biológicos, por medio de un desplazamiento en el espacio o de la conservación en el tiempo.
Bienes de capital = Son los instrumentos de producción o medios de trabajo (maquinarias, equipos, herramientas, etc.) que facilitan la transformación de los objetos de trabajo. Estos bienes son utilizados para producir sin incorporarse físicamente al bien resultante, pudiendo computarse como valor agregado la pérdida de valor que sufren por su empleo en la producción (depreciación).
Bienes de consumo = Son bienes aplicados directamente a la satisfacción de las necesidades. Pueden ser de consumo inmediato (alimentos, indumentaria, etc.) o de consumo duradero (heladeras, lavarropas, televisores, autos, computadoras, etc.).
Insumo = Denominación dada al conjunto de los elementos (objetos naturales, materias primas y productos intermedios y auxiliares) consumidos en el proceso de producción y que desde este punto de vista constituyen los objetos de trabajo.
Precio = Es el nombre que se da al valor de una mercancía (bien o servicio) expresado en dinero.
Precios relativos = Se trata de los precios que tienen los bienes y servicios en relación a otros.
Producción primaria = Es la actividad humana aplicada a la obtención de los bienes de la naturaleza. Puede referirse a la simple extracción de bienes de la tierra, lo que es común respecto de aquellos elementos que no son reproducibles, como el caso de los minerales, aunque también se puede hacer esto respecto de elementos vegetales o animales, como es el caso de la tala de bosques, de la caza o de la pesca. Otro nivel de actividad primaria, de utilización directa de las potencialidades que ofrece el suelo, se relaciona con el cultivo de los elementos vegetales y animales.
Valor agregado = Es el valor final de los productos menos el valor de los insumos. Se trata del valor agregado en el proceso de producción.


BIBLIOGRAFÍA:
Ciafardini, H. (2002). La Argentina en el mercado mundial contemporáneo. En Textos sobre economía y política (selección de trabajos). (pp. 147-186). Buenos Aires: s. e.
Gastiazoro, E. (1978). Léxico de economía. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.
O’Donnell, G. (1977). Estado y alianzas en Argentina, 1956-1977. En Desarrollo Económico (64).
Rapoport, M. (2008). Historia económica, política y social de la Argentina (1880-2003). Buenos Aires: Emecé.
Rougier, M. y Fiszbein, M. (2006). La frustración de un proyecto económico: El gobierno peronista de 1973-1976. Buenos Aires: Manantial.


NOTAS:
[1] El economista argentino Eugenio Gastiazoro define así al ciclo económico: “El período que media entre el principio de una crisis y el comienzo de la otra se denomina ciclo y consta de cuatro fases: crisis, depresión, reanimación y auge.” (Gastiazoro, 1978: 23). Esta definición tiene el mérito de considerar a las crisis como expresión del funcionamiento normal de una economía capitalista, y no como un fenómeno accidental y/o debido a “errores humanos”. Una aclaración necesaria: la existencia de ciclos económicos específicos de la economía argentina tiene que ser estudiado en el marco general de los ciclos de la economía capitalista en general. No cabe hablar de una “excepcionalidad” argentina, en el sentido de que la estructura social argentina se encuentra al margen de los condicionamientos propios de toda economía capitalista. Ahora bien, el análisis marxista está obligado a comprender la especificidad de cada estructura social particular y de cada coyuntura específica, pues su objetivo es proporcionar elementos para el desarrollo de una política revolucionaria.
[2] “La Argentina entra de lleno en el mercado mundial (…) en la segunda mitad del siglo XIX. Y no lo hace precisamente a partir de la formación de una economía compleja, en lo fundamental autodeterminada, sino con la modalidad de una especialización extrema convirtiéndose, como por lo general las naciones oprimidas de aquel entonces, en mera exportadora de materias primas y alimentos.” (Ciafardini, 2002: 156).
[3] Para el ciclo propio del modelo agroexportador, consultar Rapoport (2008: 90-94).
[4] Braun, O. y Joy, L. (1968). A Model of Economic Stagnation. A Caso Study of the Argentine Economy. ECONOMIC JOURNAL (321). La descripción del modelo realizada en este trabajo se basa en la exposición de Rapoport (2008: 489). Otra descripción del modelo Braun-Joy: “Algunos economistas formularon explicaciones analíticas precisas de la dinámica de la economía determinada por esas características estructurales; las fases expansivas se veían, con frecuencia, fuertemente estranguladas por la tendencia al desequilibrio en el balance de pagos. Durante estas fases crecía la demanda de importaciones, que requería un egreso de divisas superior a los descendentes saldos exportables; se gestaban así las condiciones que forzaban una devaluación de la moneda nacional, medida que desencadenaba un ajuste recesivo. El alza del tipo de cambio se transmitía a los precios, el salario real se deprimía y caía el consumo. La contracción de la demanda interna incrementaba la oferta de exportaciones y reducía las importaciones, lo que permitía cerrar la brecha en la cuenta corriente del balance de pagos y recrear las condiciones para una nueva fase expansiva.” (Rougier y Fiszbein, 2006: 16).
[5] Los productos agropecuarios suben más que los industriales, pues estos últimos sólo tienen una parte componente importada.
[6] El glosario fue confeccionado en base a Gastiazoro (1978).