Introducción
El sentido común imperante en estos
tiempos reproduce en el plano del pensamiento la fragmentación existente en lo
cotidiano. Nos resulta casi imposible pensar una situación en su conexión con
la totalidad o en términos de continuidad histórica. Cada hecho es percibido
como un episodio desconectado de las relaciones sociales que lo producen y en
el seno de las que cobra un sentido que va más allá de lo aparente. Nuestra
forma de vivir nos lleva a crear este sentido común. El capitalismo, cuyas bases son la propiedad privada de los medios de
producción y el trabajo asalariado, hace que cada persona se vea a sí misma
como un átomo solitario, que debe velar por sus propios intereses y se siente
amenazado por sus congéneres.
El sentido
común actual es la puesta en práctica de la ideología capitalista, cuyos pilares son: el individualismo, la competencia
(norma de conducta entre individuos, empresas y Estados) y la mencionada
fragmentación del pensamiento, consecuencia del desarrollo de la tecnología y
la creciente ampliación de la división del trabajo, que hacen que la inmensa
mayoría de las personas realicen tareas cada vez más fragmentadas.
El
sentido común se expresa de múltiples maneras. Una de ellas es la forma en que
pensamos la política en las sociedades con regímenes democráticos. En ellas
suele verificarse la alternancia en el poder de distintos partidos políticos
(téngase presente el nivel de generalidad en que me expreso aquí). Por ejemplo,
en nuestro país Mauricio Macri (alianza Cambiemos) sucedió en 2015 a la
presidenta Cristina Fernández (PJ). Al escribir estas líneas, Alberto Fernández
(PJ) se apresta a asumir la presidencia, reemplazando a Mauricio Macri
(Cambiemos). Cada una de estas sucesiones es concebida como un corte abrupto en
la política económica, como si ésta última dependiera exclusivamente de la
persona que está al frente del Poder Ejecutivo. Según esta concepción, la
política de un gobierno emana de las cualidades personales del individuo que
está a cargo de la presidencia del país. Si su ideología es “neoliberal”, la
política económica será “neoliberal”; si es peronista, las medidas económicas
serán peronistas. El sentido común es rápido para percibir las diferencias,
pero se paraliza y adormece cuando se trata de establecer las continuidades.
La
imposibilidad de ver las continuidades expresa algo más profundo: la dificultad
para pensar la existencia de una estructura de relaciones sociales que persiste
más allá de los cambios en la superficie. Dicho de modo más preciso, la aguda
percepción por el sentido común de las diferencias entre Mauricio Macri y
Alberto Fernández (no estoy examinando por el momento el carácter de esas
diferencias), esconde la existencia de una estructura que pone límites muy
precisos a la acción de los políticos. En este punto, resulta significativo que
el mismo trabajador que es perfectamente consciente de las limitaciones que
pone a su vida el monto de su salario, considere que el recambio presidencial
va a modificar sustancialmente las condiciones económicas del país y, por ende,
su propia existencia.
Como
se indicó más arriba, la fragmentación es producto de las relaciones sociales
capitalistas. A su vez, esta fragmentación refuerza la dominación capitalista,
impidiendo la percepción de la estructura de relaciones sociales que se expresa
en continuidades que limitan los márgenes de acción de los individuos y las
clases sociales. Por lo tanto, la construcción de una alternativa política al
capitalismo tiene entre sus tareas la crítica del sentido común y la difusión
de la concepción marxista de la sociedad, cuyo eje primordial es el
reconocimiento de la existencia de una estructura de relaciones sociales que
condiciona a los individuos, a las clases y a los Estados.
Una
forma de poner en cuestión el sentido común imperante en la política argentina
consiste en analizar la existencia de ciclos
económicos, es decir, de procesos que se derivan de la estructura del
capitalismo en Argentina y que se repiten con independencia de la fuerza
política que se encuentra en el gobierno. [1] En esta oportunidad describiremos
el ciclo de stop and go, que fue
característico del período comprendido entre 1955 y 1976. Quien busque aquí un
trabajo en el sentido académico del término, se irá defraudado. Nuestra
intención es contribuir a formarnos como militantes socialistas, nada más ni
nada menos. Por último, para la mejor comprensión del texto incluimos un
glosario, que contiene varios de los términos económicos empleados aquí.
ABREVIATURAS:
BCRA = Banco Central de la República Argentina / CSG = Ciclo stop and go / ISI
= Industrialización por sustitución de importaciones.
El proceso de
industrialización en Argentina:
Argentina se constituyó como nación unificada en
la segunda mitad del siglo XIX, bajo la hegemonía de la burguesía agraria (sobre todo, de la provincia de Buenos Aires). La
incorporación al mercado mundial como país productor de productos primarios
(lana, cereales, carne) fue paralela a la consolidación del Estado argentino, quien se encargó de
aplastar todas las resistencias (rebeliones provinciales, pueblos originarios,
etc.).
La forma específica de inserción de nuestro país
es el mercado mundial recibe el nombre de modelo
agroexportador y estuvo vigente entre 1880 y 1930. El comercio exterior se
realizó principalmente con Gran Bretaña. Argentina vendía trigo y carne a los
ingleses; a cambio, compraba productos manufacturados y bienes de capital. Si
bien hubo un debate en torno a la industrialización en la década de 1870, la
burguesía argentina rechazó esa vía de desarrollo y optó por la mencionada
complementación con la economía inglesa. La industria quedó relegada a ocupar
una posición muy marginal dentro de la economía, a excepción de ramas como la
producción de alimentos y aquellas ligadas al procesamiento de productos
primarios destinados al mercado mundial (por ejemplo, los frigoríficos). [2]
La crisis
mundial capitalista iniciada en 1929 redujo sustancialmente el comercio
internacional. Gran Bretaña disminuyó sus importaciones. El modelo
agroexportador se volvió inviable. Dicho de modo sencillo, la caída de los
precios de los productos primarios (efecto de la crisis mundial), sumada a la
reducción del volumen de las compras de los países centrales a los países
periféricos, dejaron a nuestro país imposibilitado para comprar los productos
manufacturados necesarios para el consumo de la población. La burguesía
argentina optó por intentar retener el mercado británico por medio de
concesiones (Pacto Roca-Runciman, 1933) y, a la vez, promovió un incipiente
proceso de industrialización, cuyo objetivo era aliviar la balanza de pagos
produciendo en el país los bienes de consumo que resultaba muy oneroso
importar. Esta apuesta por el desarrollo de la industria es conocida como ISI.
“A
partir de los últimos años de la década del 20 [1920] y hasta bien entrada la
década del 40 [1940] sobrevino un prolongado período, apenas interrumpido en
algunos momentos de los años 30, en que se unieron una crisis económica
internacional de profundidad y amplitud antes no vistas con una guerra mundial
de extensión y grado de destrucción inigualados configurando un período
particularmente prolongado. (…) Esta adaptación mayor [de la economía argentina
a las nuevas circunstancias] no tuvo lugar sólo en nuestro país sino también en
otros países de América Latina y del Tercer Mundo en general, constituyendo lo
que dio en llamarse de acuerdo a uno de los rasgos más típicos de este proceso,
la industrialización sustitutiva de importaciones. Es decir, se trató del
desarrollo de ramas industriales que iban siguiendo la vía de las importaciones
que se tornaban imposibles o que se volvían en otras circunstancias
extraordinariamente onerosas haciéndose conveniente, por tanto, el
reemplazarlas por una producción local nueva.” (Ciafardini, 2002: 163).
En otras palabras, el despegue de la industria en
Argentina se dio en la década de 1930, como respuesta al derrumbe del comercio
internacional y a la imposibilidad (relativa) de seguir comprando productos
manufacturados. La ISI comenzó antes del peronismo y fue desarrollada en sus
comienzos por el régimen conservador que dominó la política argentina durante
los años 30.
“El
proceso de industrialización sustitutiva de los años 30 constituyó, en
consecuencia, una adaptación emprendida por una importante fracción de la
oligarquía terrateniente, pilar anterior de la alianza oligárquico-imperialista
[se refiere a la relación entre la burguesía agraria argentina y Gran Bretaña
durante el modelo agroexportador]. De tal modo esa clase social buscó durante
este período adecuarse a las nuevas circunstancias mundiales y regionales. El
proceso (…) significó una diversificación importante de las actividades
económicas de la oligarquía argentina, la que incorporó masivamente a sus
negocios también los de tipo financiero, comercial e industrial reteniendo, sin
embargo, su base agraria.” (Ciafardini, 2002: 164).
La ISI configuró una industria ligada al consumo
del mercado interno y fuertemente dependiente de importaciones de bienes de
capital e insumos. A estas características hay que sumarle la baja
productividad en términos internacionales. Se trató de una industria que no se
propuso como meta exportar. De ese modo, lejos de aliviar la balanza comercial,
el crecimiento industrial aumentó las importaciones, agudizando así el problema
de la falta de divisas, que eran provistas por las exportaciones de productos
agrícolas. Estos problemas están en la base del CSG.
La ISI se aceleró con el ascenso del peronismo al
gobierno (1946). Se desarrolló la industria liviana ligada al consumo interno y
prosiguió el crecimiento numérico de la clase trabajadora. Sin embargo, la ISI
tropezaba con la falta de bienes de capital y de insumos, que debían
importarse. Como indicamos en el párrafo anterior, las divisas necesarias para
comprar las importaciones eran provistas por la burguesía agraria, a través de
las exportaciones de productos primarios. Pero el desarrollo industrial
requería cada vez más divisas, en tanto que la producción agropecuaria tendía a
estancarse. En pocas palabras, a fines de la década de 1940 comenzó a quedar
claro que la economía argentina producía menos divisas (dólares) que las necesarias
para su funcionamiento. El reconocimiento de este problema está en la base de
la comprensión del CSG.
El Ciclo Stop and Go:
El CSG fue típico de la economía argentina en el
período 1949-1976. Debe ser distinguido del ciclo propio del modelo agroexportador
(1880-1930) [3] También es preciso diferenciarlo del ciclo económico del
período posterior a la dictadura militar (1983 en adelante), al que dedicaremos
una ficha específica.
El CSG se verificó en el marco de la ISI y se
manifiesta en crisis periódicas de la balanza
de pagos (v.). La primera de esas crisis se dio durante el primer gobierno
de Juan Domingo Perón, en 1949, cuando se produjo un déficit de la balanza comercial (v.). Con esto, dio comienzo
el CSG, cuya fase recesiva se prolongó hasta 1952. Las crisis del sector
externo volvieron a repetirse en 1959 y en 1962-1963.
Si bien economía y política son inseparables, es
posible formular una descripción del CSG centrada en los aspectos económicos.
En este sentido, Rapoport (2008) y Rougier y Fiszbein (2006) recomiendan para
la comprensión del funcionamiento del CSG el modelo analítico elaborado por
Oscar Braun y Leonard Joy [4].
El modelo
Braun-Joy partía de los siguientes supuestos:
i.
Volumen fijo de producción
agropecuaria.
ii. Demanda interna de
productos agropecuarios [alimentos] insensible a las variaciones de los precios
relativos, pero sensible a los cambios en el ingreso y en su distribución.
iii.
Demanda de importaciones
[materias primas, bienes industriales – sobre todo bienes de capital -] poco
elástica respecto de los cambios en los precios relativos y, por el contrario,
muy elástica frente a las variaciones de la producción industrial.
iv.
Una oferta de exportaciones
compuesta exclusivamente de productos primarios.
En su fase
ascendente, crecen las importaciones debido al incremento de la producción
industrial (ver supuesto iii). Al
mismo tiempo, caen las exportaciones, por la mayor demanda de bienes de
consumo, debido a las subas en salario real y en el nivel de ingresos).
La fase ascendente culmina en una crisis, que se expresa en déficit de la
balanza comercial, consecuencia del agotamiento de las reservas del BCRA.
Para resolver la crisis, las autoridades
económicas lanzan un plan de
estabilización, cuya pieza fundamental es la devaluación del peso, acompañada de políticas monetarias y fiscales
restrictivas.
La devaluación tiene las siguientes consecuencias:
·
Suben los precios de los productos agropecuarios
exportables y de los productos industriales con insumos importados. [5]
·
Se produce una transferencia de ingresos a favor
de los productores de bienes agropecuarios (la burguesía de la región pampeana,
que posee altos ingresos y puede ahorrar más) y en contra de los asalariados,
que destinan casi todos sus ingresos al consumo.
·
Como efecto de lo indicado en el punto anterior,
cae la demanda global. La caída
afecta sobre todo al sector industrial.
·
Recesión, reforzada por la reducción del gasto público y
de la emisión monetaria.
El plan de estabilización tiene éxito cuando se
produce la mencionada caída de la demanda global y, por ende, la caída de la
actividad industrial (reduciéndose el monto de inversiones en ese sector, que
sufre, a la vez, los efectos de la contracción monetaria). El éxito se plasma
en la caída del consumo de importaciones industriales, efecto que alivia la
situación de la balanza de pagos. A esto hay que sumarle la reducción de la
demanda interna de productos agropecuarios, consecuencia de la caída de los
ingresos.
Resultado A: Incremento de los saldos exportables
Resultado B: Equilibrio de la balanza de pagos
La estructura económica se encuentra en
condiciones de comenzar una nueva fase
ascendente, cuyos componentes son la política fiscal expansiva y el
incremento de la inflación, consecuencia del aumento de los salarios reales.
Ahora bien, la burguesía pampeana reacciona
manteniendo estacionario el volumen de la producción agrícola, que resulta así
ser inelástica a los cambios en los precios relativos generado por la
devaluación.
Nueva crisis de la balanza de pagos
El ciclo vuelve a repetirse, una y otra vez…
La política del
ciclo:
El CSG no puede explicarse únicamente por factores
“económicos”. La imposibilidad de la burguesía para encontrar una salida al
ciclo que garantice una acumulación sostenida en el tiempo tiene sus raíces en
la relación de fuerzas entre las clases sociales.
En el período comprendido entre 1955 y 1976 la
burguesía se hallaba dividida entre una fracción agraria, cuyas exportaciones
proveían de divisas al conjunto de la economía y cuyo interés principal era
conservar la totalidad de sus ganancias, evitando que una parte de las mismas
fuera a financiar a la ISI; una fracción transnacional, constituida por las
empresas extranjeras que se radicaron en el país en las décadas de 1950 y 1960,
cuya productividad era mayor que la del resto del sector industrial, consecuencia
de poseer tecnología más moderna y una organización más eficiente del proceso
productivo; una fracción mercadointernista, ligada a la ISI y que producía para
el mercado interno. Frente a ellas se hallaba la clase trabajadora, con una
larga tradición de organización (iniciada a finales de la década de 1850), con
un notable peso numérico y social (sin parangón en el resto de América Latina)
y cuya expresión política era el peronismo. Dada la proscripción del peronismo,
los sindicatos fueron simultáneamente instrumentos de lucha económica y pilares
del movimiento peronista, el cual tenía vedado el terreno de la política.
Las limitaciones de la ISI estaban claras: dada su
orientación mercado internista y a fuerte dependencia de tecnología e insumos
extranjeros, el crecimiento de la industria no hacía más que agravar la crónica
insuficiencia de divisas de la economía. A su vez, la fortaleza del movimiento
obrero imponía trabas adicionales al aumento de la productividad, al resistir
con relativo éxito los planes de racionalización capitalista, los cuales
consistían, simplificando la cuestión, en una intensificación del ritmo de
trabajo, produciendo así un mayor desgaste del trabajador.
En la fase ascendente del ciclo, la alianza entre
la burguesía transnacional, la burguesía mercadointernista y el movimiento
obrero se imponía a la burguesía agraria. La ISI tendía a profundizarse, en
base a los recursos tomados de las exportaciones agrarias. Los trabajadores
luchaban por mejores salarios y, al obtenerlos, se producía una expansión del
consumo y ello retroalimentaba el crecimiento de la industria. Pero, a la vez,
el auge industrial gastaba más y más divisas, hasta el punto en que entraba en
crisis la balanza de pagos. Por su parte, la burguesía agraria respondía reduciendo
su producción, con lo que recortaba las divisas provenientes de las
exportaciones. Más tarde o más temprano, la burguesía transnacional (que poseía
fuentes de financiamiento externas, dado que sus empresas eran filiales de
casas matrices ubicadas en países centrales) abandonaba la alianza y el bloque
de la burguesía ligada al mercado interno y la clase trabajadora, era
derrotado.
Frente a la crisis, se constituía una nueva
alianza, conformada por la burguesía agraria y la burguesía transnacional, que
llevaba adelante un plan de estabilización cuyo eje era la devaluación. Pero
este plan chocaba con la resistencia del movimiento obrero, quien terminaba por
limitar sus efectos. Si el plan tenía éxito, se resolvía por el momento la
crisis del sector externo y comenzaba una nueva etapa de crecimiento, en la que
volvía a reconstituirse la alianza entre la burguesía transnacional, la
burguesía mercadointernista y el movimiento obrero.
La burguesía era la clase dominante. Eso está
fuera de discusión. Pero su división en distintas fracciones y la tensión entre
quienes promovían el desarrollo de la ISI centrada en el mercado interno y
quienes adherían a una ISI volcada a la exportación de productos industriales,
sumada a la presión de la burguesía agraria por conservar los dólares de las
exportaciones, hacían que la burguesía no pudiera construir una hegemonía
sólida. El movimiento obrero poseía una fuerza y una organización que le
permitían presionar y obtener concesiones, aunque carecía de una política autónoma
frente a la burguesía.
Todo lo anterior daba por resultado la
inestabilidad política, que reinó en Argentina en el período 1955-1976.
Ya desde finales de la década de 1950 la burguesía
comenzó a elaborar respuestas frente a las limitaciones de la ISI.
“Ante esto la solución económicamente
«evidente» -y reiteradamente propuesta como tal radicaba en un fuerte aumento
de las exportaciones que, al levantar el techo de la balanza de pagos, hubiera
permitido proveer a esa estructura productiva urbana de las importaciones
necesarias para un «desarrollo sostenido». Supuestos los parámetros
capitalistas de la situación, esa solución implicaba, fundamentalmente,
encontrar medios para aumentar la producción (y la productividad) pampeana y/o
para reducir el nivel de ingreso del sector popular en forma de que, por media
de la reducción del consumo interno de alimentos, quedaran «liberados» mayores
excedentes exportables.” (O'Donnell, 1977, p. 13).
A mediados de la década de 1960 la presión por una
salida exportadora a las limitaciones de la ISI estaba, por decirlo así, en el
aire. En 1966 el Centro de Investigaciones Económicas del Instituto Torcuato Di
Tella organizó la Conferencia sobre “Estrategias para el Sector Externo y
Desarrollo Externo”, en el que participaron economistas argentinos y
extranjeros. Hubo consenso en torno a redefinir la estrategia para la
industrialización, adoptando un perfil ligado a la exportación de bienes
manufacturados. En esto estaban de acuerdo tanto los economistas “liberales”
como “nacionalistas”. Sin exportaciones industriales era imposible sostener una
industrialización que consumía cada vez más divisas.
El debate en torno a la ISI influyó en la política
económica de la dictadura de Onganía, cuyo principal exponente fue el ministro
Adalbert Krieger Vasena. Éste se propuso: a) racionalizar la estructura
industrial para hacerla eficiente; b) transformar al país en una economía
abierta, con segmentos competitivos internacionalmente.
No disponemos de espacio aquí para examinar en
detalle la política de Onganía-Krieger. Basta con decir que enfrentó la
oposición de la burguesía agraria, que se opuso al doble tipo de cambio, que en
la práctica consistía en la aplicación de retenciones a las exportaciones
agropecuarias. Los recursos absorbidos por el Estado vía retenciones eran
empleados para promover la industria, en especial, las exportaciones
industriales y la producción local de bienes intermedios y bienes de capital.
La política de la dictadura de Onganía fue
derrotada por serie de rebeliones obreras y populares que jalonaron el año
1969, en especial el Cordobazo de mayo de ese año. También, aunque en menor
medida, se hizo notar la oposición de la burguesía agraria a que una parte de
sus ganancias se destinaran a la industrialización. La experiencia resultó
desalentadora para la burguesía: ni toda la fuerza del Estado había bastado
para desarticular la situación de empate hegemónico entre su fracción mercadointernista
y la fracción que promovía un modelo exportador y una racionalización del
capitalismo argentino. Se hizo notar, una vez más, la capacidad de resistencia
de la alianza entre el movimiento obrero y la burguesía ligada al mercado
interno, alianza que aparecía encarnada políticamente en el peronismo.
No es necesario seguir adelante. El regreso del
peronismo al gobierno (1973) mostró, una vez más, los límites que la estructura
de relaciones sociales imponía a la acción política. Luego de un comienzo
promisorio, la crisis internacional iniciada en 1974 volvió a poner en el
tapete la fragilidad externa de la economía argentina. El golpe militar de 1976
cerró el período con el intento más extremo de exterminar la resistencia obrera.
El CSG muestra la unidad de economía y política,
que sólo puede ser separada a los fines del análisis. Las nociones mismas de
estructura de relaciones sociales y de ciclo económico permiten ver desde otra
perspectiva los acontecimientos políticos. Detrás de las diferencias se
visualizan las continuidades. La diversidad de candidatos y de opciones políticas
se reduce considerablemente y se llega a ver un hilo conductor detrás de todo
el proceso, la lucha de clases entre Capital y Trabajo, el secreto mejor
guardado del capitalismo.
Parque Avellaneda, domingo 15 de diciembre de 2019
GLOSARIO [6]:
Balanza
comercial = Es la correlación entre el total de los precios
de las mercancías exportadas y de las importadas. Puede ser activa o pasiva. Si
la exportación de mercancías de un país supera a la importación, la balanza
comercial es activa, es decir, hay un superávit comercial; si la exportación es
inferior a la importación, se dice que la balanza comercial es pasiva, es
decir, el país presenta un déficit en su balanza comercial.
Balanza de
pagos = Es el conjunto de las transacciones con el
exterior de un país, tanto las de los bienes como las puramente financieras.
Dentro del balance de pagos, la cuenta
corriente incluye las exportaciones e importaciones de bienes (balanza
comercial) y las transferencias por pago de remuneraciones de los factores
externos. Éstas últimas se llaman comúnmente rubros invisibles (en oposición a
las mercancías que son visibles) y comprenden, entre otros, turismo,
transporte, seguros, intereses, dividendos, utilidades y regalías. A su vez, la
cuenta de capital incluye las
corrientes de capital (y de las amortizaciones sobre las mismas) hacia el
exterior y desde el exterior y los cambios en las reservas netas de oro y
divisas. Generalmente el déficit o superávit de la cuenta corriente del balance
de pagos se cubre con movimientos de capital (préstamos o créditos), lo que
implica para los deficitarios un permanente endeudamiento externo.
Bienes = Son los medios materiales que satisfacen las necesidades humanas. El
ser humano obtiene estos medios de la naturaleza que le rodea. Salvo algunos
bienes (que son directamente suministrados por la naturaleza bajo una forma que
no exige ninguna actividad humana para apropiárselos, por ejemplo: el aire), la
inmensa mayoría de los medios que satisfacen las necesidades se obtienen de la
naturaleza por vía de extracción, de transformación, de modificación de los
caracteres físicos, químicos o biológicos, por medio de un desplazamiento en el
espacio o de la conservación en el tiempo.
Bienes de
capital = Son los instrumentos de producción o medios de
trabajo (maquinarias, equipos, herramientas, etc.) que facilitan la
transformación de los objetos de trabajo. Estos bienes son utilizados para
producir sin incorporarse físicamente al bien resultante, pudiendo computarse
como valor agregado la pérdida de valor que sufren por su empleo en la
producción (depreciación).
Bienes de
consumo = Son bienes aplicados directamente a la
satisfacción de las necesidades. Pueden ser de consumo inmediato (alimentos,
indumentaria, etc.) o de consumo duradero (heladeras, lavarropas, televisores,
autos, computadoras, etc.).
Insumo = Denominación dada al conjunto de los elementos (objetos naturales,
materias primas y productos intermedios y auxiliares) consumidos en el proceso
de producción y que desde este punto de vista constituyen los objetos de
trabajo.
Precio = Es el nombre que se da al valor de una mercancía (bien o servicio)
expresado en dinero.
Precios
relativos = Se trata de los precios que tienen los bienes y
servicios en relación a otros.
Producción
primaria = Es la actividad humana aplicada a la obtención
de los bienes de la naturaleza. Puede referirse a la simple extracción de
bienes de la tierra, lo que es común respecto de aquellos elementos que no son
reproducibles, como el caso de los minerales, aunque también se puede hacer
esto respecto de elementos vegetales o animales, como es el caso de la tala de
bosques, de la caza o de la pesca. Otro nivel de actividad primaria, de
utilización directa de las potencialidades que ofrece el suelo, se relaciona
con el cultivo de los elementos vegetales y animales.
Valor agregado = Es el valor final de los productos menos el valor de los insumos. Se
trata del valor agregado en el proceso de producción.
BIBLIOGRAFÍA:
Ciafardini, H. (2002). La Argentina en
el mercado mundial contemporáneo. En Textos sobre economía y política
(selección de trabajos). (pp. 147-186). Buenos Aires: s. e.
Gastiazoro, E. (1978). Léxico de
economía. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.
O’Donnell, G. (1977). Estado y alianzas en Argentina, 1956-1977.
En Desarrollo Económico (64).
Rapoport, M. (2008). Historia
económica, política y social de la Argentina (1880-2003). Buenos Aires:
Emecé.
Rougier, M. y Fiszbein, M. (2006). La frustración de un proyecto económico: El
gobierno peronista de 1973-1976. Buenos Aires: Manantial.
NOTAS:
[1] El economista argentino Eugenio Gastiazoro define
así al ciclo económico: “El período que media entre el principio de una crisis
y el comienzo de la otra se denomina ciclo y consta de cuatro fases: crisis,
depresión, reanimación y auge.” (Gastiazoro, 1978: 23). Esta definición tiene
el mérito de considerar a las crisis como expresión del funcionamiento normal
de una economía capitalista, y no como un fenómeno accidental y/o debido a
“errores humanos”. Una aclaración necesaria: la existencia de ciclos económicos
específicos de la economía argentina tiene que ser estudiado en el marco
general de los ciclos de la economía capitalista en general. No cabe hablar de
una “excepcionalidad” argentina, en el sentido de que la estructura social
argentina se encuentra al margen de los condicionamientos propios de toda
economía capitalista. Ahora bien, el análisis marxista está obligado a comprender
la especificidad de cada estructura social particular y de cada coyuntura
específica, pues su objetivo es proporcionar elementos para el desarrollo de
una política revolucionaria.
[2] “La Argentina entra de lleno en el mercado
mundial (…) en la segunda mitad del siglo XIX. Y no lo hace precisamente a
partir de la formación de una economía compleja, en lo fundamental
autodeterminada, sino con la modalidad de una especialización extrema
convirtiéndose, como por lo general las naciones oprimidas de aquel entonces,
en mera exportadora de materias primas y alimentos.” (Ciafardini, 2002: 156).
[3] Para el ciclo propio del modelo
agroexportador, consultar Rapoport (2008: 90-94).
[4] Braun, O. y Joy, L. (1968). A Model of Economic
Stagnation. A Caso Study of the Argentine Economy. ECONOMIC JOURNAL (321). La descripción del modelo realizada en este
trabajo se basa en la exposición de Rapoport (2008: 489). Otra descripción del
modelo Braun-Joy: “Algunos economistas formularon explicaciones analíticas
precisas de la dinámica de la economía determinada por esas características
estructurales; las fases expansivas se veían, con frecuencia, fuertemente
estranguladas por la tendencia al desequilibrio en el balance de pagos. Durante
estas fases crecía la demanda de importaciones, que requería un egreso de
divisas superior a los descendentes saldos exportables; se gestaban así las
condiciones que forzaban una devaluación de la moneda nacional, medida que
desencadenaba un ajuste recesivo. El alza del tipo de cambio se transmitía a
los precios, el salario real se deprimía y caía el consumo. La contracción de
la demanda interna incrementaba la oferta de exportaciones y reducía las
importaciones, lo que permitía cerrar la brecha en la cuenta corriente del
balance de pagos y recrear las condiciones para una nueva fase expansiva.” (Rougier
y Fiszbein, 2006: 16).
[5] Los productos agropecuarios suben más que los
industriales, pues estos últimos sólo tienen una parte componente importada.
[6] El glosario fue confeccionado en base a
Gastiazoro (1978).
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