“El
filósofo, que es el más engreído de los SH, está convencido de que el
universo
tiene puesta telescópicamente su mirada en sus actos y pensamientos.”
Friedrich
Nietzsche
El
filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900) discutió en su obra varios de
los fundamentos de la filosofía de la Modernidad. Ésta se constituyó a la par
del desarrollo del capitalismo y de la Revolución Científica de los siglos XVI
y XVII. Uno de sus ejes fue la teoría del conocimiento, campo en el que dicha
filosofía elaboró especialmente la cuestión del método. Nietzsche critica esa
teoría del conocimiento en su ensayo Verdad
y mentira en sentido extramoral (Über Wahrheit und Lüge im
aussermoralischen Sinne), redactado
en 1873 y publicado por primera vez en 1896 por su hermana Elisabeth, cuando el
filósofo ya se hallaba incapacitado por la enfermedad.
Nietzsche
arremete contra la concepción que defiende la objetividad y la neutralidad de
la ciencia en términos políticos. En este punto influyó sobre el filósofo
francés Michel Foucault (1926-1984), quien comentó el ensayo que estamos
examinando en su obra La verdad y las
formas jurídicas.
El
presente trabajo no pretende ser más que una ficha de lectura, cuyo objetivo es
promover la discusión en torno al problema de la objetividad de las ciencias
sociales. La supuesta neutralidad de la ciencia es un elemento importante en la
ideología del capitalismo y debe ser discutida en profundidad si se pretende
construir una perspectiva diferente del conocimiento científico.
Nota bibliográfica:
Para
la redacción de esta ficha trabajé con la traducción española de Enrique López
Castellón. El texto se encuentra disponible en:
https://repositorio.uam.es/xmlui/bitstream/handle/10486/325/22029_verdadymentiraensentidoextramoral.pdf?sequence=1
Consultado: 26/12/2019.
Abreviaturas:
SH
= Seres humanos.
Nietzsche
arranca su ensayo con la famosa metáfora de los “animales inteligentes” que
“descubrieron el conocimiento” (p. 227).
“Cuando desaparezca [el
intelecto humano], no habrá ocurrido nada, puesto que ese intelecto no tiene
ninguna misión que vaya más allá de la vida humana. Únicamente es humano, y
sólo su creador y poseedor lo considera tan patéticamente como si fuera el eje
del mundo.” (p. 227). [1]
El
intelecto sirve a los seres humanos para sobrevivir, pues el animal humano
carece de otros recursos, como ser dientes y garras afiladas. El intelecto
“ejerce su fuerza principal en el acto de fingir”. Así, el SH disimula, adula,
miente, comete fraude, calumnia, engaña y demases.
“Apenas hay nada más
incomprensible como que el SH tienda sinceramente a la verdad pura. [Por el
contrario], se halla profundamente inmerso en ilusiones y ensueños, su mirada
resbala por la superficie de las cosas de las que sólo percibe «formas»; su
sensibilidad no lo lleva en modo alguno a la verdad, sino que se limita a
recibir estímulos como si jugara a palpar el dorso de las cosas. (…) El SH, en
su ignorante indiferencia, duerme aferrado a sus sueños sobre el lomo de un
tigre – valga la expresión -, es decir, sobre un fondo de crueldad, codicia e
instintos insaciables y homicidas. ¿De dónde iba a surgir, en semejantes
condiciones, el impulso hacia la verdad?” (p. 228).
Cometiendo
un verdadero anacronismo, Nietzsche supone la existencia del “estado de naturaleza”. [2] Sostiene que
por “necesidad” y “aburrimiento” los SH firman un “tratado de paz” y adoptan
“una vida gregaria”. Lo verdadero surge a partir de ese tratado. El lenguaje, “se inventa una forma
universalmente válida de designar las cosas, y el código lingüístico suministra
asimismo las primeras leyes de la verdad, pues en este terreno aparece por
primera vez la oposición entre verdad y mentira.” (p. 229).
Si
el SH se contenta con tautologías [3], está obligado a tomar ilusiones por
verdades.
“Cuando hablamos de árboles,
colores, nieve o flores, creemos saber algo de las cosas mismas, pero sólo
poseemos metáforas de las cosas que no corresponden en modo alguno a su ser
natural.” (p. 230).
A
partir de lo anterior, Nietzsche se refiere a la formación de conceptos:
“Elaboramos el concepto prescindiendo de lo individual y real, y del
mismo modo obtenemos la forma, pero la naturaleza no sabe de formas ni de
conceptos, como tampoco de géneros; en ella sólo existe una x a la que no podemos acceder ni definir.
Igualmente antropomórfica es nuestra oposición entre individuo y especie, que
no procede del ser de las cosas, aunque no me atreva a decir que no se ajusta a
ella pues estaría formulando una afirmación dogmática y, en cuanto tal, tan
indemostrable como su contraria.” (p. 231; el resaltado es mío – AM-).
Entonces,
¿qué es la verdad para Nietzsche?
En
su lenguaje, bello pero recargado y que se presta a la imprecisión, aporta
estas características, que se conjugan para proporcionar una definición del
concepto de verdad
·
“Dinámico
tropel de metáforas, metonimias, antropomorfismos”;
·
“conjunto
de relaciones humanas que, realzadas, plasmadas y adornadas por la poesía y la
retórica, un pueblo considera sólidas, canónicas y obligatorias” (p. 231).
·
Metáforas
cuya fuerza desapareció con el uso.
La
sociedad establece la “obligación de ser veraz”, esto es, de utilizar las
metáforas en uso (p. 231).
En
otras palabras,
“Hablando
en términos morales, sólo hemos prestado atención a la obligación de mentir, en
virtud de un pacto, de mentir de una forma gregaria, de acuerdo con un estilo
universalmente válido.” (p. 231).
Lejos
de referirse a algo objetivo – por ejemplo, la teoría de la verdad como
correspondencia -, Nietzsche sostiene que la verdad es un producto social.
“…el SH comprueba lo honorable,
seguro y beneficioso que es decir la verdad. Desde ese momento, el SH, como ser
racional, somete sus actos al imperio de la abstracción; ya no se deja llevar
por impresiones rápidas ni intuiciones pasajeras, sino que generaliza éstas
convirtiéndolas en conceptos más sólidos y más fríos para uncirlos al curso de
su vida y de su comportamiento. Todo lo que sitúa al SH por encima del animal
se debe a esta capacidad suya de volatilizar en esquemas las metáforas
intuitivas, de disolver, en suma, las imágenes en conceptos.” (p. 231).
En
síntesis, en el acto de conocer las impresiones
e intuiciones [4] se convierten en conceptos. Ahora bien, Nietzsche no
dice nada acerca de la relación entre las cosas y las impresiones; está más
interesado en mostrar el carácter social de los conceptos. [5]
Los
conceptos desarman, por decirlo así, el material de las impresiones. Ellos
construyen: a) un orden piramidal con divisiones – niveles; b) leyes,
precedencias, subordinaciones, delimitaciones. El orden de los conceptos
aparece como “instancia reguladora imperativa” (p. 232).
A
partir de lo establecido en el párrafo anterior, queda claro que la verdad
consiste en respetar el orden y la jerarquía de esos conceptos. El SH “considera
que amar a la verdad es tender a buscar a cada dios (es decir, a cada concepto)
sólo en la casilla que le corresponde.” (p. 232).
El
SH construye con conceptos: “cabe admirar al poderoso genio constructor del SH,
que es capaz de levantar sobre cimientos tan inestables.” (p. 232). Sin
embargo, afirmar que los conceptos se construyen sobre impresiones no significa
necesariamente que aquéllos sean “inestables”. Subyace al argumento
nietzscheano la vieja idea kantiana de “la cosa en sí”. [6]
“Si alguien esconde una cosa
detrás de un matorral y luego lo busca en ese sitio y lo encuentra, su
descubrimiento no le da motivo para vanagloriarse demasiado; sin embargo, esto
es lo que supone precisamente buscar y descubrir la «verdad» dentro del ámbito
de la razón.” (p. 232).
Pero,
los conceptos se originan en las impresiones. En este sentido, la construcción
de los conceptos no puede ser completamente aleatoria. La argumentación aparece
aquí floja de papeles, pues la construcción de conceptos está relacionada con
ciertos patrones sociales. Más claro, los conceptos y la clasificación de la
realidad consiguiente tienden a reforzar cierta distribución del poder social. Así,
la idea misma de neutralidad del conocimiento beneficia a quienes detentan el
poder en la sociedad. En la Modernidad capitalista, es la burguesía quien tiene
el poder en la sociedad. Nietzsche, manejándose en un alto nivel de
abstracción, nada dice de esto.
¿Qué
sería entonces la verdad, con independencia de los conceptos?
“«Verdadera en sí», esto es,
real y universal independiente del ser humano. En última instancia, quien busca
tales verdades sólo trata de humanizar el mundo, de comprenderlo en términos
humanos y, en el mejor de los casos, consigue el sentimiento de una
asimilación. (…) Su procedimiento consiste en considerar que el ser humano es
la medida de todas las cosas [7], con lo que parte del error de pensar que
tiene ante sí tales cosas de una forma inmediata, como objetos puros. Es decir:
olvida el carácter metafórico de las intuiciones originarias, y las toma por
las cosas mismas.” (p. 232-233).
Todo
el pasaje está lleno de valoraciones que operan como otras tantas peticiones de
principio. [8] Por ejemplo, ¿por qué es negativo que el SH aparezca como
“medida de todas las cosas”? Bien mirada la cuestión, éste es el único punto de
partida posible. No tenemos la sensibilidad específica del perro, por ejemplo.
El logro humano consiste en haber descubierto regularidades del cosmos y de la
sociedad que funcionan con independencia de nuestra experiencia, por ejemplo:
la gravitación universal.
El
SH “se olvida que es un sujeto, y un sujeto que actúa como creador y como
artista.” (p. 233). Sin embargo, y tal como se indicó en el párrafo anterior,
las posibilidades de creación se encuentran limitadas por la experiencia de las
personas, que nunca es ilimitada. Nietzsche sostiene que los conceptos son
productos humanos (vuelvo a repetir que los sociólogos escribiríamos “sociales),
no fórmulas objetivas; no obstante, no desarrolla las consecuencias de esta
afirmación, pues no hace referencia a las condiciones sociales de construcción
de esos conceptos.
No
existe la “percepción correcta”. No disponemos de esta medida. Por otra parte,
objeto y sujeto son “dos esferas completamente distintas”. Entre objeto y
sujeto puede haber, a lo sumo, una “conducta estética”. (p. 233).
Prefiere
evitar usar la palabra “fenómeno”
porque “no es cierto que el ser de las cosas «se manifieste» en el mundo
empírico.” (p. 233). Entre la “excitación nerviosa” y la “imagen producida” no
hay relación de causalidad. [9]
¿Qué
son las leyes de la naturaleza, estudiadas por los físicos, los químicos, etc.?
“Algo que no conocemos en sí
mismo, sino sólo por sus efectos; es decir, por sus relaciones con otras leyes
de la naturaleza que, a su vez, no conocemos sino como relaciones añadidas a
otras, mientras que su esencia nos resulta totalmente incomprensible. En
realidad, simplemente conocemos lo que aportamos a ellas el tiempo y el
espacio, es decir, las relaciones de sucesión y los números.” (p. 234).
Las
representaciones de tiempo y espacio las producimos nosotros. Son propiedades creadas
por los SH y que “añadimos a las cosas”. (p. 234).
En
resumen, Nietzsche pone en cuestión la noción de objetividad del conocimiento
y, en especial, la idea misma de verdad como algo neutral respecto al poder. Al
hacerlo, critica la concepción positivista del desarrollo lineal del saber y, por
ende, del progreso humano.
Parque
Avellaneda, jueves 26 de diciembre de 2019
NOTAS:
[1]
Nietzsche dedica un párrafo significativo a los filósofos: “El filósofo, que es
el más engreído de los SH, está convencido de que el universo tiene puesta
telescópicamente su mirada en sus actos y pensamientos.” (p. 227).
[2]
El estado de naturaleza es un supuesto utilizado por los filósofos
contractualistas entre los siglos XVII y XVIII y consiste en afirmar que los seres
humanos viven naturalmente fuera de la sociedad, y que ésta es artificial,
producto de la decisión de los SH, la cual se expresa en un pacto o contrato.
De este modo, estos filósofos negaron la validez de la proposición
aristotélica, que sostenía el carácter esencialmente social del SH.
[3]
Nietzsche se refiere a ellas con la expresión “cáscaras vacías de contenido”
(p. 229).
[4]
Asemejándose al filósofo inglés David Hume (1711-1776), escribe: “la ilusión de
la plasmación artística de una excitación nerviosa es, si no la madre, la
abuela de todo concepto.” (p. 232).
[5]
Los sociólogos escribiríamos: “la construcción social de los conceptos”.
[6]
El filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) sostenía “que no es posible ningún
conocimiento si no es dentro de las fronteras de la experiencia. En este
sentido se aproxima al empirismo [Corriente filosófica que afirma que los
sentidos son la única fuente de conocimiento válido.], y declarará la
imposibilidad del conocimiento metafísico, entendido como conocimiento de las
cosas en sí, porque para que éste fuese posible tendrían que sernos dados los
objetos metafísicos (Dios, el alma, etc.), cosa que evidentemente no ocurre. Lo
único que nos es dado son las
impresiones, y solamente sobre base de éstas podrá elaborarse el conocimiento.”
(Adolfo Carpio, Principios de filosofía, Buenos Aires, Glauco, 2003, p. 233).
[7]
Referencia al filósofo griego Protágoras (480-410 a. c.), quien afirmaba el
principio de homo mensura (“el hombre
es la medida de todas las cosas”). Carpio hace la siguiente interpretación: “quedaba
eliminada toda validez objetiva, sea en la esfera del conocimiento, sea en la
de la conducta; todo es relativo al sujeto; una cosa será verdadera, justa,
buena o bella para quien le parezca serlo, y será falsa, injusta, mala o fea
para quien no le parezca.” (Carpio, op. cit., p. 59).
[8]
Es una falacia, es decir, un tipo de razonamiento que, aunque incorrecto en su
forma, es psicológicamente persuasivo. La petición
de principio (petitio principii)
se produce “si alguien toma como premisa de su razonamiento la misma conclusión
que pretende probar.” (Irving Copi, Introducción
a la lógica, Buenos Aires, Eudeba, 2010, p. 81 y 94).
[9]
Coincide en este punto con la crítica de Hume a la noción de causalidad. Según este filósofo, es
imposible fundamentar la conexión causal entre dos hechos, pues ésta implica “además
de la sucesión [temporal], que el segundo hecho sea necesariamente producido por el primero. (…). La experiencia nos
muestra sólo sucesiones (…); pero no
nos enseña absolutamente nada más. No nos dice, en modo alguno, que entre los
hechos haya una relación necesaria tal que, dado el primer hecho, forzosamente
tenga que ocurrir el segundo.” (Carpio, op. cit., p. 189). Según Hume, la
causalidad que manejamos se basa en el hábito o costumbre: “Porque esa especie
de mecanismo mental que es el hábito, y que se forma mediante un proceso de
repetición – piénsese en la memorización de una poesía, v. gr. -, consiste en
la tendencia a reproducir un plexo o conjunto de hechos psíquicos aprendidos
cuando se revive una parte de dicho conjunto.” (Carpio, op. cit., p. 191).
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