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viernes, 21 de diciembre de 2018

EL ILUMINISMO Y LA TEORÍA SOCIAL: A PROPÓSITO DE LA LECTURA DE ZEITLIN







“Puesto que ningún ser humano tiene una autoridad natural sobre su
semejante, y puesto que la fuerza no produce ningún derecho, quedan (…)
las convenciones como base de toda autoridad legítima entre las personas.”
Jean-Jacques Rousseau, Del Contrato Social (1762)

En una nota anterior me referí a la importancia de las dos Revoluciones (la Revolución Industrial inglesa de fines del siglo XVIII y la Revolución Francesa de 1789-1794) en la conformación del capitalismo moderno. Su impacto fue especialmente importante en la constitución tanto de las ciencias sociales como del marxismo, rival teórico y político de las primeras.
La Revolución Francesa es, después de la Revolución Rusa de 1917, el acontecimiento político más significativo de la Modernidad. Forma parte del ciclo de las revoluciones burguesas, iniciado en el siglo XVI con el levantamiento de los Países Bajos contra la dominación española. Su influencia es resultado de la gigantesca movilización de masas producida durante su desarrollo; esa movilización fue el rasgo más notable de la revolución iniciada en 1789.
La Revolución Francesa llegó a ser el modelo de revolución burguesa (o, mejor dicho, de revolución en general). En un notable artículo, “Sobre la cuestión judía”,  un joven Karl Marx (1818-1883) la tomó como ejemplo paradigmático de la emancipación política:
“Los derechos del hombre, los derechos humanos, se distinguen como tales de los derechos del ciudadano, de los derechos cívicos. ¿Cuál es el hombre a quien aquí se distingue del ciudadano? Sencillamente, el miembro de la sociedad burguesa. ¿Y por qué se llama al miembro de la sociedad burguesa «hombre», el hombre por antonomasia, y se da a sus derechos el nombre de derechos humanos? ¿Cómo explicar este hecho? Por las relaciones entre el Estado político y la sociedad burguesa, por la esencia de la emancipación política.” (p. 196).
Como todo acontecimiento social, la Revolución Francesa no puede explicarse en base a la acción de un único factor; fue el producto de la confluencia de múltiples causalidades y casualidades. Entre ellas, está la filosofía de la Ilustración. En esta cuestión está presente la eterna tentación de explicar los hechos en base a las ideas. Como pocas veces, la tentación parece justificada: tal es el peso de autores como Rousseau (1712-1778). No obstante, las ideas sólo pueden florecer en un ambiente apropiado. La lenta desintegración del feudalismo, a la que también contribuyeron las ideas de la Ilustración, proporcionó ese ambiente.
Hechas las salvedades del caso, es posible ocuparse de los rasgos principales del la filosofía de la Ilustración. Para ello tomé el primer capítulo de la obra de Zeitlin, Ideología y teoría sociológica (Zeitlin, 1997: 13-20).

Ante todo, la Ilustración fue un nuevo modo de pensar la función política de la filosofía y, por extensión, de la teoría social:
“La filosofía ya no es una mera cuestión de pensamiento abstracto, sino que adquiere la función práctica de criticar las instituciones existentes para demostrar que son irrazonables e innaturales. El Iluminismo exige el reemplazo de estas instituciones y de todo orden anterior por otro nuevo, más razonable, natural y, por ende, necesario. La realización del nuevo orden es la demostración de su verdad. El pensamiento del Iluminismo tiene, pues, tanto un aspecto negativo y crítico como un aspecto positivo. Lo que de la una cualidad nueva y original no es tanto la peculiaridad de sus doctrinas, axiomas y teoremas, sino el proceso de criticar, dudar y demoler, así como el de construir.” (pp. 14-15).
La filosofía era revolucionaria porque se apoyaba en la razón, es decir, en la capacidad de los seres humanos de explicar el universo por medio del pensamiento racional, de los argumentos basados en pruebas sometidas a la consideración de todos (más abajo precisaré la concepción iluminista de la razón). Las explicaciones religiosas eran rechazadas por irracionales, los milagros eran reemplazados por el análisis de las causas y efectos.
Zeitlin muestra la mutua implicación entre estudio científico de la naturaleza y crítica de la sociedad:
“Más que los pensadores de cualquier época anterior, los Iluministas adherían firmemente a la convicción de que la mente puede aprehender el universo y subordinarlo a las necesidades humanas. La razón se convirtió en el dios de estos filósofos, quienes se inspiraron principalmente en los avances científicos de los siglos precedentes. Tales avances los llevaron a una nueva concepción del universo basada en la aplicabilidad universal de las leyes naturales. Utilizando los conceptos y las técnicas de las ciencias físicas emprendieron la tarea de crear un mundo nuevo basado en la razón y la verdad. (…) no la verdad basada en la revelación o la autoridad, sino aquella cuyos pilares gemelos serían la razón y la observación.” (p. 13).
Los filósofos de la Ilustración tenían claro que las instituciones políticas y sociales eran el principal obstáculo para la creación de una sociedad más justa e igualitaria:
“Los philosophes investigaron todos los aspectos de la vida social; estudiaron y analizaron las instituciones políticas, religiosas, sociales y morales, las sometieron a una crítica implacable desde el punto de vista de la razón y reclamaron un cambio en aquellas que la contrariaban. Por lo general, descubrían que los valores e instituciones tradicionales eran irracionales. Esto solo era otra manera de decir que las instituciones vigentes eran contrarias a la naturaleza del ser humano, y por lo tanto, inhibían su crecimiento y su desarrollo: las instituciones irrazonables  impedían a las personas realizar sus potencialidades.” (p. 13).
Los filósofos no contaban con un partido político o un movimiento que combatiera al feudalismo. Esto explica que su principal herramienta de acción fuera la crítica. En este sentido, se parecen a los jóvenes hegelianos, que en los años ‘40 del siglo XIX emprendieron la crítica del absolutismo prusiano.
Los Iluministas compensaron la ausencia de expresión política propia con una filosofía crítica: “todos los aspectos de la vida y la obra del ser humano estaban sujetos a examen crítico” (p. 15). Según ellos, esa combinación de razón y crítica era el camino que conducía al “progreso general del ser humano” (p. 15).
Zeitlin destaca la influencia del físico inglés Isaac Newton (1643-1727) sobre los filósofos de la Ilustración:
“A diferencia de los pensadores del siglo XVII, para quienes la explicación debía partir de la deducción estricta y sistemática, los philosophes construyeron su ideal de explicación y comprensión según el modelo de las ciencias naturales contemporáneas. No se inspiraban en Descartes, sino principalmente en Newton, cuyo método no era la deducción pura, sino el análisis. Newton estaba interesado en los «hechos», en los datos de la experiencia; sus principios y el objetivo de sus investigaciones descansaban, sobre todo, en la experiencia y la observación; para resumir, tenía una base empírica. El fundamento de sus indagaciones era la suposición de que en el mundo material rigen el orden y la ley universales. (…) El orden es inmanente al universo, creía Newton, y no se lo descubre mediante principios abstractos, sino mediante la observación y la acumulación de datos. Esta es la metodología que caracteriza al siglo XVIII, y su enfoque peculiar la distingue de la que adoptaron los filósofos continentales del siglo XVII.” (p. 15). [1]
Para los filósofos de la Ilustración, Newton había demostrado la posibilidad real de realizar la síntesis entre lo “positivo” (lo científico) y lo racional. El éxito de las ciencias de la naturaleza (básicamente de la física) era el ejemplo práctico de esa síntesis.
“En el transcurso de un siglo y medio la ciencia había realizado un paso hacia delante de carácter verdaderamente cualitativo: la compleja multiciplicidad de los fenómenos naturales fue reducida a una única ley universal y comprendida como tal. Se trataba de una victoria impresionante del nuevo método. (…) El universo finito se había convertido en una máquina infinita, eternamente en movimiento, gracias a su energía y mecanismos propios. La causalidad externa explicaba su funcionamiento desprovisto en apariencia de propósito o significado. El espacio, el tiempo, la masa, el movimiento y la fuerza, eran los elementos esenciales de este universo mecánico, que podía captarse en su totalidad aplicando las leyes de la ciencia empírica y de la matemática. Esta concepción ejerció una influencia incalculable sobre los intelectuales del Iluminismo. Era para ellos un magnífico triunfo de la razón y la observación, del nuevo método que tomaba los hechos observados y ofrecía una interpretación para explicar lo observado, de modo que si esta era correcta podía guiar a los observadores en su búsqueda de nuevos hechos.” (p. 16-17).
Los iluministas dieron un paso: consideraron que era posible aplicar el método de la física a todos los fenómenos. La filosofía política de la segunda mitad del siglo XVIII comenzó a aplicarlo al estudio de la sociedad. Ese es el contexto en el que, por ejemplo, surgió la economía política moderna, cuya expresión clásica es La riqueza de las naciones (1776), de Adam Smith (1723-1790). Es imposible comprender el surgimiento de las ciencias sociales sin tomar en cuenta la adopción del método de las ciencias naturales por los filósofos de la Ilustración.
Frente a los filósofos del siglo XVII, con su racionalismo alejado de los hechos empíricos, los iluministas presentaron un nuevo método, que combinaba ciencia y razón, lo empírico y lo racional. El filósofo alemán Ernst Cassirer (1874-1945) señaló que la lógica de este método era nueva, pues no era “la lógica de la escolástica ni la del concepto puramente matemático; es, más bien, la «lógica» de los hechos”. (Cassirer, 1950: 9).
Los Iluministas tenían una concepción de la razón que difería sustancialmente de la de los filósofos del siglo XVIII. Para Descartes (1596-1650), Spinoza (1632-1677) y Leibniz (1646-1716), la razón era el dominio de las “verdades eternas”, tanto para los seres humanos como para dios. Los filósofos de la Ilustración pensaban de modo diferente:
“Tomaban la razón en un sentido diferente y más modesto. Ya no es la suma total de las «ideas innatas» anteriores a toda experiencia y reveladoras de la esencia absoluta de las cosas. Ahora se la considera más como una adquisición que como una herencia. No es el cofre de la mente en el que se halla atesorada la verdad, como una moneda; es más bien una fuerza intelectual original que guía el descubrimiento y la determinación de la verdad. (…) Todo el siglo XVIII entiende la razón en este sentido; no como un sólido conjunto de conocimientos, principios y verdades, sino como una especie de energía, una fuerza que solo es totalmente comprensible en su acción y en sus efectos.” (Cassirer, 1950: 13).
La razón y la observación pasaron a ser los instrumentos para alcanzar la verdad. En este sentido, los philosophes realizaron un esfuerzo enorme para construir una metodología unificada. Ella debía reunir los aportes de las dos corrientes filosóficas más influyentes de la primera Modernidad: el empirismo y el racionalismo. Zeitlin destaca en especial el influjo de la obra de John Locke (1632-1704) sobre los ilustrados:
“Locke sostenía, en oposición a algunos de sus contemporáneos, que las ideas no son innatas en la mente humana. Por el contrario, al nacer, la mente es una tabula rasa, eso es, se halla en blanco y vacía; solo a través de la experiencia penetran en ella las ideas. La función de la mente es reunir las impresiones y los materiales que suministran los sentidos. Según esta concepción, el papel de la mente es esencialmente pasivo, con poca o ninguna función creadora u organizadora, y es evidente que tal punto de vista había de prestar gran apoyo a los métodos empíricos y experimentales: solo podía aumentarse el conocimiento ampliando las experiencias de los sentidos.” (p. 18).
Los filósofos franceses adoptaron las ideas de Locke a sus propios fines. Las utilizaron para desarrollar el materialismo científico, “un arma ideológica efectiva contra el dogma de la Iglesia” (p. 19). Entre los representantes más destacados de ese materialismo se encontraron autores como Helvétius (1715-1771), Holbach (1723-1789) y La Mettrie (1709-1751). Por ejemplo, Holbach “rechazaba toda causa espiritual y reducía la conciencia y el pensamiento al movimiento de moléculas en el cuerpo material.” (p. 19).
Condillac, por su parte, desarrolló una versión más creativa del empirismo lockeano:
“Atribuye (…) un cierto papel creador y activo a la mente; el conocimiento se obtiene de alguna manera por medio de la mente y su capacidad de razonamiento. Mientras que la teoría de Locke atribuía un papel pasivo al observador – este era un mero receptor de impresiones sensoriales y su mente no desempeñaba un papel activo en la organización de las mismas -, Condillac sostiene que, una vez que se despierta en el ser humano la facultad de pensamiento y de razonamiento, deja de ser pasivo y de adaptarse simplemente al orden existente. Ahora el pensamiento puede avanzar e incluso levantarse contra la realidad social.” (p. 19; el resaltado es mío – AM-).
Zeitlin destaca la obra de Condillac porque éste planteó explícitamente la cuestión de la teoría social. La sociedad es un cuerpo artificial, compuesto de partes que ejercen una influencia recíproca. En esto sigue a los contractualistas, quienes había roto con la tradición clásica, para quienes el ser humano era un ser social. Los contractualistas, en cambio, sostenían que la sociedad era algo artificial, producto del pacto entre los individuos.
Zeitlin resume el aporte del Iluminismo: “El conocimiento de la realidad natural o social depende de la unidad de la razón y la observación en el método científico.” (p. 20). A esto hay que agregarle el carácter negativo (crítico) de la filosofía de la Ilustración: “mantenían siempre una actitud crítica frente al orden existente, el cual, según opinaban, ahogaba las potencialidades del ser humano y no permitía que lo posible emergiera del «es». Estudiaban científicamente el orden fáctico existente para aprender a trascenderlo.” (p. 20).
La filosofía concebida como arma contra un orden político y social considerado irracional; la filosofía como pensamiento subversivo, revolucionario: he aquí el aporte más notable de los filósofos iluministas.

Villa del Parque, viernes 21 de diciembre de 2018

Bibliografía:
Cassirer, E. (1950). Filosofía del Iluminismo. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.
Marx, K. (2012) [1° edición: 1844]. “Sobre la cuestión judía”. En: Bauer, B. (2012). Sobre la liberación humana. Buenos Aires: RyR. (pp. 173-213).
Zeitlin, I. (1997). Ideología y teoría sociológica. Buenos Aires: Amorrortu.
Notas:
[1] El filósofo francés Étienne Bonnot de Condillac (1714-1780) justificó la metodología de los Iluministas en su obra Traité des Systèmes (Tratado de los sistemas, 1749). Propuso un nuevo método que uniera lo científico con lo racional. “Es necesario estudiar los fenómenos mismos para conocer sus formas y conexiones inmanentes.” (Condillac, citado por Cassirer, 1950: 16).

miércoles, 12 de diciembre de 2018

LAS DOS REVOLUCIONES Y EL SURGIMIENTO DE LA SOCIOLOGÍA



En los años ‘60 del siglo pasado se publicaron una serie de importantes trabajos sobre la historia de la sociología en particular, y sobre la historia de la teoría social en general. Entre ellos se encuentra The sociological Tradition (1966), del sociólogo norteamericano Robert Nisbet (1913-1996).
El presente trabajo es la segunda de una serie de fichas de lectura dedicadas a comentar la obra de Nisbet. Dicha serie será continuada por otras series, una dedicada a Ideología y teoría sociológica, de Irving Zeitlin (n. 1928), y otra a La crisis de la sociología occidental, de Alvin Gouldner (1920-1980).
Para la redacción de la ficha utilicé la traducción española de Enrique Molina de Vedia: Nisbet, R. (2001). La formación del pensamiento sociológico. Buenos Aires: Amorrortu.
La edición española de la obra consta de dos volúmenes y se encuentra dividida en partes. La 1° Parte se titula “Ideas y contextos” (vol. 1, pp. 13-67); la 2° Parte, “Las ideas elementos de la sociología” (v. 1, pp. 69-230, y v. 2, pp. 7-179); la 3° Parte, “Epílogo” (v. 2, pp. 181-188).


La 1° Parte de la obra continua con un segundo capítulo titulado, “Las dos revoluciones” (pp. 37-67).
Nisbet plantea la siguiente tesis:
“Las ideas fundamentales de la sociología europea se comprenden mejor si se las encara como respuesta al derrumbe del viejo régimen, bajo los golpes del industrialismo y la democracia revolucionaria, a comienzos del siglo XIX, y los problemas de orden que éste creara.” (p. 37). [1]
En línea con el método propuesto en el capítulo anterior, afirma: “Nuestro interés se centrará sobre las ideas, y el vínculo entre acontecimientos e ideas nunca es directo; siempre están de por medio las concepciones existentes sobre aquéllos.” (p. 38).
El impacto de la Revolución Industrial sobre la teoría social fue fundamental:
“Los dos aspectos que más influyeron en el pensamiento sociológico fueron: la situación de la clase trabajadora, la transformación de la propiedad, la ciudad industrial, la tecnología y el sistema fabril. Gran parte de la sociología es en rigor una respuesta al reto representado por estas nuevas situaciones, y sus conceptos los sutiles efectos que ellas ejercieron sobre la mente de hombres tales como Tocqueville, Marx y Weber.” (p. 40).
En las formas de organización social anteriores, las crisis estaban relacionadas con cuestiones naturales, como la sequía, las plagas, etc. El hambre era producto de escasa productividad de la agricultura. A partir de la Revolución Industrial, las crisis económicas se dieron en el marco de la expansión de las fuerzas productivas y de la riqueza:
“Tanto para los radicales como para los conservadores, la indudable degradación de los trabajadores, al privarlos de las estructuras protectoras del gremio, la aldea y la familia, fue la característica fundamental y más espantosa del nuevo orden.” (p. 41).
En este punto, Nisbet formula dos observaciones respecto a Karl Marx (1818-1883):
1 – La referencia del Manifiesto [Comunista, 1848] al «nexo del dinero» “debe más a Carlyle – cuyo Signs of the Times, escrito en 1829, exponía con elocuencia y pasión la atrofia de la cultura europea por el comercialismo – que a los radicales o liberales.” (p. 43).
2 – “El carácter esencialmente «urbano» del pensamiento radical moderno (y su falta consiguiente de preparación teórica y táctica con respecto al rol de las poblaciones campesinas en el siglo XX) procede en gran medida de Marx y de una concepción que relegó al ruralismo a la condición de un factor retrógrado.” (p. 47).
Por supuesto, el flamante capitalismo tuvo sus entusiastas. Por ejemplo, el filosofo Jeremy Bentham (1748-1832) consideraba que la fábrica era “el modelo perfecto de lo que debieran ser todas las relaciones humanas” (p. 49).
En cuanto a la Revolución Francesa, “fue la primera revolución profundamente ideológica.” (p. 52). [2] ¿Cómo debe interpretarse esta afirmación? En primer lugar, hay que decir que Nisbet reconoce el papel jugado por el factor económico (y por los hombres de negocios y los funcionarios públicos) en el desarrollo de la Revolución. Pero, en segundo lugar (y esto es lo central para nuestro autor),
basta con que examinemos los preámbulos de las leyes que comenzaron a aparecer hacia 1790, los debates que se desarrollaron en la Asamblea y la Convención, los libelos y panfletos que circularon por toda Francia, para poner en evidencia que cualesquiera fueran las fuerzas subyacentes al comienzo, el poder de la prédica moral, de la filiación ideológica, de la creencia política guiada puramente por la pasión, alcanzó un punto casi sin precedentes en la historia, salvo tal vez en las guerras o rebeliones religiosas.” (p. 53). [3]
Dos observaciones importantes sobre el tema de la Revolución Francesa. En primer término, señala el carácter cuasi religioso del fervor revolucionario de los franceses. [4] En segundo lugar, Nisbet destaca que “las connotaciones peculiarmente modernas de la traición y la subversión” surgieron en el contexto del Terror (1793-1794). [5]
El profesor Nisbet distingue tres procesos en común en las dos Revoluciones:
Individualización = “separación de los individuos de las estructuras comunales y corporativas (…) de los lazos patriarcales en general. (…) No el grupo sino el individuo era el heredero del desarrollo histórico; no el gremio, sino el empresario; no la clase o el estado, sino el ciudadano; no la tradición litúrgica o corporativa, sino la razón individual. Cada vez más, podemos ver a la sociedad como un agregado impersonal, casi mecánico, de votantes, comerciantes, vendedores, compradores, obreros y fieles: en resumen, como unidades separadas de una población más que como partes de un sistema orgánico.” (pp. 64-65).
Abstracción = “atañe en primer lugar a los valores morales (…) la tendencia de los valores históricos a hacerse cada vez más seculares, cada vez más utilitarios, sino también por su separación cada vez mayor de las raíces concretas y particulares que les habían otorgado, durante muchos siglos, su distintividad simbólica y un medio para su realización.” (p. 65). “Ahora, un sistema tecnológico de pensamiento y conducta comenzaba a interponerse entre el ser humano y el hábitat natural directo.” (p. 65). En este punto resulta llamativa la omisión por Nisbet de toda referencia al desarrollo de la economía mercantil, con la consiguiente generalización social de la ley del valor. Hablar de “tecnología” oculta lo esencial: la expansión de las relaciones sociales capitalista.
Generalización = “La nación, y aun el ámbito internacional, han llegado a ser considerados en forma creciente como campos esenciales para el ejercicio del pensamiento y la lealtad humanos.” (p. 66). “Los seres humanos ya no ven en sus congéneres meros individuos particulares, sino más bien miembros de un agregado general, o clase.” (p. 66).
En resumidas cuentas, el profesor Nisbet sostiene que la sociología fue una respuesta al impacto de la Revolución Industrial y de la Revolución Francesa sobre las sociedades europeas. Fueron los desequilibrios provocados por ambas revoluciones, las características de la nueva estructura social, y el novedoso ámbito de desarrollo de los conflictos sociales (la ciudad), los factores que incidieron  el pensamiento de las primeras generaciones de sociólogos. Sin embargo, esta concepción omite algunos puntos fundamentales, sin los cuales la historia narrada en la obra queda notablemente incompleta. Aquí sólo puedo mencionar el más importante de éstos: el ascenso del movimiento obrero, capaz de desarrollar una teoría (el socialismo) sobre su situación en la sociedad.
La siguiente nota de esta serie estará dedicada al capítulo 3 de la obra, “Comunidad” (pp. 71-145).

Villa del Parque, miércoles 12 de diciembre de 2018


Bibliografía:
Hobsbawm, E. (2009). La era de la revolución: 1789-1848. Buenos Aires: Crítica.
Therborn, G. (1980). Ciencia, clase y sociedad: Sobre la formación de la sociología y del materialismo histórico. Madrid: Siglo XXI de España.
Notas:
[1] Nisbet sigue en este punto al historiador inglés Eric Hobsbawm (1917-2012), quien estudió el impacto de las dos revoluciones (Industrial y Francesa) en la conformación del capitalismo moderno (Hobsbawm, 2009). Frente a quienes argumentan que las Revoluciones no representaron una ruptura, sino que se trató más bien de una aceleración de tendencias ya existentes, Nisbet formula una aguda observación: “Hoy resulta harto sencillo sumergir cada revolución, con sus rasgos distintivos, en procesos de cambio de largo plazo; tendemos a subrayar la continuidad más que la discontinuidad, la evolución más que la revolución. Pero para los intelectuales de esa época, tanto radicales como conservadores, los cambios fueron tan abruptos como si hubiera llegado el fin del mundo. El contraste entre lo presente y lo pasado parecía total -terrorífico o embriagador, según cual fuera la relación del sujeto con el viejo orden y con las fuerzas en él actuantes.” (p. 38).
[2] La Revolución Norteamericana influyó poderosamente en Europa con su Declaración de Independencia. Pero, “perseguía objetivos limitados casi exclusivamente a la independencia de Inglaterra; ninguno de sus líderes ~ni siquiera Tom Paine- sugirió que fuera el medio para una reconstrucción social y moral, que abarcara a la iglesia, la familia, la propiedad y otras instituciones.” (p. 52).
[3] Nisbet señala la ironía consistente en que el conservador Edmund Burke (1729-1797), enemigo acérrimo de la Revolución Francesa, comprendió mejor que sus contemporáneos liberales el carácter ideológico de ésta: “él veía en la Revolución Francesa una fuerza compuesta de poder político, racionalismo secular e ideología moralista, que era, a su juicio, única. Y en esto tenía razón.” (p. 53).
[4] Ejemplifica este punto por medio de la comparación de las opiniones del liberal Richard Price (1723-1791) y el conservador Burke: “Pues mientras Price no veía más allá de los objetivos políticos proclamados por la Revolución, Burke advirtió la subyacente intensidad oral, cuasi-religiosa, del  contexto de racionalismo político dentro del cual estos últimos tomaron forma. Aquello que los filósofos del racionalismo descartaron del aborrecido cristianismo durante la Revolución, lo invistieron con verdadero celo de misioneros en la obra revolucionaria.” (p. 54).
[5] En línea con las analogías religiosas, nuestro autor afirma que los revolucionarios franceses se inspiraban en los inquisidores medievales: “Para un Saint-Just, inspirado por la ferocidad disciplinada y espiritualizada de un inquisidor medieval, el terror podía tener las propiedades de un agente cauterizador: aunque penoso, indispensable para exterminar la infección política. Fue en estos términos que revolucionarios del siglo XIX, como Bakunin, pudieron justificar el uso del terror. Justificación que continúa en el siglo XX: en las obras de Lenin y Trotsky, de Stalin, Hitler y Mao. Hay, sin duda, una gran diferencia entre la realidad de la Revolución Francesa y la realidad del totalitarismo del siglo XX, pero no es menos cierto que existe una continuidad vital, como lo han señalado varios estudiosos actuales (entre otros J. L. Talmon y Hannah Arendt), siguiendo conceptos de Tocqueville, Burckhardt y Taine.” (p. 64).

lunes, 3 de diciembre de 2018

LOS ORÍGENES DE LA SOCIOLOGÍA: LA INFLUENCIA DEL ILUMINISMO Y DE MARX. NOTAS SOBRE ZEITLIN




A modo de prólogo:

En los años ‘60 del siglo pasado se publicaron una serie de importantes trabajos sobre la historia de la sociología en particular, y sobre la historia de la teoría social en general. Entre ellos se encuentran The sociological Tradition (1966), de Robert Nisbet (1913-1996); Ideology and the Development of Sociological Theory (1968), de Irving Zeitlin (n. 1928); The Coming Crisis of Western Sociology (1970), de Alvin Gouldner (1920-1980).

Irving Zeitlin (n. 1928) es un sociólogo estadounidense y es conocido sobre todo por la obra mencionada en el párrafo anterior. Göran Therborn se refiere a ella afirmando que Zeitlin adopta la tesis de los orígenes conservadores de la sociología, enunciada por Nisbet. [1]
El presente trabajo es el primero de una serie de fichas dedicada a comentar la Opus magnum de Zeitlin. Utilicé la traducción española, realizada por Néstor A. Míguez: Ideología y teoría sociológica. Buenos Aires, Amorrortu, 1997.


Estructura de la obra y prefacio:
El libro está constituido por “una serie de ensayos” y “ha sido concebido como un examen crítico del desarrollo de la teoría sociológica, en particular de sus elementos ideológicos” (p. 10). Cabe acotar que Zeitlin se concentra en el estudio de la sociología europea, sin hacer referencia a la sociología estadounidense. Sigue en esto la línea de la mayoría de las obras sobre historia de la teoría social, que dejan de lado la reconstrucción de los orígenes y desarrollo de la sociología en EE. UU. Este es un “olvido” significativo, pues la sociología estadounidense alcanzó desde muy temprano un alto grado de institucionalización y una gran influencia tanto sobre las políticas públicas como sobre las grandes empresas. [2] No es este el lugar para dar cuenta de las razones de este “olvido”.
El autor enuncia los varios propósitos que motivaron la redacción del texto:
“brinda una crítica elaborada del pensamiento social de Marx; indica la medida en que los supuestos y las teorías del pensamiento posterior se formaron en el debate con el marxismo; finalmente, pone de relieve los aspectos polémicos y los elementos ideológicos de la teoría sociológica clásica.” (p. 10).
En el Prefacio (pp. 9-10) Zeitlin expone su tesis principal sobre los orígenes de la sociología:
“Buena parte de la sociología clásica nació en el contexto de un debate, primero con el pensamiento del siglo XVIII, el Iluminismo, y luego con el verdadero heredero de aquel en el siglo XIX: Karl Marx.” (p. 9).
Zeitlin considera que el estudio del surgimiento de la sociología tiene que comenzar por el análisis del Iluminismo.
Hay tres razones principales para justificar esta afirmación:
a)    “Con mayor coherencia que cualquiera de sus predecesores, los pensadores del siglo XVIII comenzaron a estudiar la condición humana de una manera metódica, aplicando conscientemente principios que ellos consideraban científicos al análisis del ser humano, de su naturaleza y de la sociedad.” (p. 9).
b)    “Ellos consideraron a la razón como la medida crítica de las instituciones sociales y de su adecuación a la naturaleza humana. El ser humano, opinaban, es esencialmente racional y su racionalidad puede llevarlo hacia la libertad.” (p. 9).
c)    “Creían en la perfectibilidad del ser humano. El hecho de ser infinitamente perfectible significaba que criticando y modificando las instituciones sociales, el ser humano podía conquistar grados cada vez mayores de libertad; lo cual, a sus vez, le permitiría realizar de manera creciente sus facultades creadoras potenciales.” (p. 9).
Pero la posición de los filósofos iluministas no se limitaba a la ciencia. También eran críticos de las instituciones políticas de la época. Éstas eran irracionales, pues el absolutismo no contemplaba ni la igualdad ni la libertad de los seres humanos, cualidades innatas de los seres humanos según los iluministas. Además, es sabido que los iluministas compartían la posición de los filósofos contractualistas, quienes afirmaban que las instituciones sociales eran producto de un pacto entre los seres humanos. Ninguna institución era natural. Dicho de otro modo, nadie podía aducir el carácter natural de la monarquía para salir en defensa del rey. Este argumento se extendió a la religión, aunque aquí la posición de los iluministas distó mucho de ser unánime. Los más consecuentes adhirieron al ateísmo y negaron, por ende, que la monarquía y el feudalismo pudieran justificarse con el argumento de que habían sido creadas por dios.
La crítica de los Iluministas sirvió de inspiración a los revolucionarios franceses de 1789. Es sabido que Robespierre (1758-1794), el líder jacobino, era admirador de J.J. Rousseau (1712-1778. Por su parte, los filósofos conservadores de las primeras décadas del siglo XIX rindieron homenaje a los ilustrados, considerándolos responsables de todos los males habidos y por haber. La respuesta a la Ilustración es conocida bajo las denominaciones de Romanticismo y Reacción Conservadora.
Zeitlin sostiene que la sociología nació en este contexto general marcado por la Reacción Conservadora.
A su vez, Marx representa la respuesta a la teoría social conservadora. En palabras de Zeitlin:
“Tratamos el pensamiento social de Marx como una especie de manantial intelectual, pues aquel, más que cualquiera de sus contemporáneos, reavivó y sintetizó en su obra ambas tendencias del pensamiento del Iluminismo: la revolucionaria-crítica y la científica.
Sostendremos que la contribución de Marx al pensamiento sociológico es una de las más importantes de fines del siglo XIX, quizá la más importante. Esto es verdad, según creo, no solo por las ideas enormemente ricas que expuso, sino también porque su obra provocó una respuesta que explica, en gran medida, el carácter de la sociología occidental. Mi exposición acerca de Marx prepara, pues, el escenario para el intenso debate entre el fantasma de aquel y pensadores posteriores, lo cual constituye el tema principal de este libro.” (p. 10).
Afirmar que la obra de Marx representa una respuesta a la Reacción Conservadora es postular una concepción unilateral sobre los orígenes del marxismo y conlleva un fuerte matiz idealista, según el cual las ideas nacen como respuesta a otras ideas. La historia intelectual pierde toda fuerza cuando se encierra sobre sí misma. El marxismo forma parte del ascenso del movimiento obrero y debe estudiarse teniendo a la vista las diferentes tentativas políticas e intelectuales elaboradas por los trabajadores desde finales del siglo XVIII. Si bien es necesario estudiar el Iluminismo, el Idealismo Alemán, la Reacción Conservadora y la Economía Política, es imposible comprender una jota del marxismo si se lo separa de los amplios cauces del movimiento socialista.
En cuanto a su estructura, la obra está dividida en cuatro partes (de extensión muy despareja entre sí), que reúnen un total de 16 ensayos:
Parte I: El Iluminismo (pp. 11-43)
Agrupa los ensayos 1. El Iluminismo: sus fundamentos filosóficos (pp. 13-20); 2. Montesquieu (1689-1755) (pp. 21-33); 3. Rousseau (1712-1778) (pp. 34-43).
Parte II: El pensamiento posrevolucionario (pp. 45-94)
Reúne los ensayos 4. La reacción romántica-conservadora (pp. 47-55); 5. Bonald y Maistre (pp. 56-69); 6. Saint-Simon (1760-1825) (pp. 70-84); 7. Auguste Comte (1798-1857) (pp. 85-94).
Parte III: El manantial marxista (pp. 95-123)
Conformada por los ensayos 8. Orientaciones filosóficas (pp. 97-107); 9. De la filosofía social a la teoría social (pp. 108-117); 10. La sociología marxista del trabajo alienado (pp. 118-123).
Parte IV: El debate con el fantasma de Marx (pp. 125-362)
La más extensa de todas las partes que constituyen la obra. Integrada por los ensayos 11. Max Weber (1864-1920) (pp. 127-180); 12. Vilfredo Pareto (1848-1923) (pp. 181-220); 13. Gaetano Mosca (1858-1941) (pp. 221-246); 14. Robert Michels (1878-1936) (pp. 247-264); 15. Emile Durkheim (1858-1917) (pp. 265-316); 16. Karl Mannheim (1893-1947) (pp. 317-360).
La obra concluye con un Epílogo (pp. 361-362).
La ficha siguiente estará dedicada al capítulo 1, El Iluminismo.

Villa del Parque, lunes 3 de diciembre de 2018



Bibliografía complementaria:
Coriat, B. (1992). El taller y el cronómetro: Ensayo sobre el taylorismo, el fordismo y la producción en masa. México: Siglo XXI.
Therborn, G. (1980). Ciencia, clase y sociedad: Sobre la formación de la sociología y del materialismo histórico. Madrid: Siglo XXI de España.
Notas:
[1] Therborn (1980: 116). 

[2] Henry Ford, al implementar el five dollars day (1914), promovió la utilización de la sociología en la industria: “Esta época (…) marca el principio de la cooperación entre expertos de formación universitaria (sociólogos, psicólogos, psicotécnicos, etc.) y hombres de negocios. Ford se rodea muy pronto de un «departamento de sociología» y de un cuerpo de inspectores y controladores. (…) Su misión esencial: controlar, desplazándose a los hogares obreros y a los lugares que frecuentan, cuál es su comportamiento general y, en particular, de qué manera gastan el salario.” (Coriat, 1992: 57).

viernes, 30 de noviembre de 2018

NISBET Y LA TESIS DE LOS ORÍGENES CONSERVADORES DE LA SOCIOLOGÍA




En los años ‘60 del siglo pasado se publicaron una serie de importantes trabajos sobre la historia de la sociología en particular, y sobre la historia de la teoría social en general. Entre ellos se encuentra The sociological Tradition (1966), del sociólogo norteamericano Robert Nisbet (1913-1996).

El presente trabajo es la segunda de una serie de fichas de lectura dedicadas a comentar la obra de Nisbet. Dicha serie será continuada por otras series, una dedicada a Ideología y teoría sociológica, de Irving Zeitlin (n. 1928), y otra a La crisis de la sociología occidental, de Alvin Gouldner (1920-1980).


Para la redacción de la ficha utilicé la traducción española de Enrique Molina de Vedia: Nisbet, R. (2001). La formación del pensamiento sociológico. Buenos Aires: Amorrortu.

La edición española de la obra consta de dos volúmenes y se encuentra dividida en partes. La 1° Parte se titula “Ideas y contextos” (vol. 1, pp. 13-67); la 2° Parte, “Las ideas elementos de la sociología” (v. 1, pp. 69-230, y v. 2, pp. 7-179); la 3° Parte, “Epílogo” (v. 2, pp. 181-188).



La 1° Parte de la obra arranca con un primer capítulo titulado, “Las ideas-elementos de la sociología” (pp. 15-36)

El objeto del libro son cinco ideas-elementos de la “sociología europea del gran período formativo que va de 1830 a 1900, en el que Alexis de Tocqueville (1805-1859), Karl Marx (1818-1883), Emile Durkheim (1858-1917) y Max Weber (1864-1920) fundaron las bases del pensamiento sociológico contemporáneo. [1] Antes de examinar esas ideas-elementos, es preciso revisar las diversas formas de encarar la historia del pensamiento. En este campo, Nisbet distingue tres grandes métodos:

  1. La historia de los propios pensadores. Es útil al momento de “comprender las fuerzas motivadoras de la evolución intelectual”, pero posee varias desventajas. La principal es que, gracias a él, la historia del pensamiento se transforma muy fácilmente en una mera biografía del pensamiento. Las ideas aparecen como prolongaciones o sombras proyectadas por individuos únicos, más que como esas estructuras discernibles de significado, perspectiva y fidelidad a una causa que son a todas luces las grandes ideas en la historia de la civilización.” (p.15);

2.            La historia de las sistemas, escuelas e ismos. Parte de la constatación de que la historia del pensamiento es la historia de los sistemas. Sin embargo, presenta el defecto de que termina por considerar a los sistemas como “irreductibles”, perdiendo de vista que “constelaciones de supuestos e ideas discernibles y aun independientes, que pueden descomponerse y reagruparse en sistemas diferentes. Además, todo sistema tiende a perder vitalidad; lo que estimula a las personas de una generación o siglo, solo interesa a los anticuarios en la generación o siglo siguiente.” (p. 15-16);

3.            La historia de las ideas, “que son los elementos de los sistemas”. Nisbet explica este método por medio de una cita de Arthur Oncken Lovejoy (1873-1962). Este es el método que utiliza en la obra. Es más, la noción de ideas-elementos es tomada de The Great Chain of Being (1936), el libro más importante de Lovejoy. [2]

Establecido el método, cabe preguntarse ¿qué criterios adopta Nisbet para elegir sus ideas-elementos?

Sus criterios son: a) generalidad; b) continuidad; c) distintivas, es decir, “participar de aquellos rasgos que vuelven a una disciplina notoriamente distinta de otras” (p. 18); d) deben ser ideas. Nisbet define a “una idea es una perspectiva, un marco de referencia, una categoría (en el sentido kantiano), donde los hechos y las concepciones abstractas, la observación y la intuición profunda forman una unidad” (p. 18) Nisbet aclara que emplea el concepto de idea tanto en el sentido de “arquetipo” como de “plan de acción”..

Los criterios mencionados le sirven para establecer las siguientes ideas-elementos. Nisbet presenta cada una de ellas junto al correspondiente concepto antinómico:

  • Comunidad: “incluye a la comunidad local pero la desborda, abarcando la religión, el trabajo, la familia y la cultura, alude a los lazos sociales caracterizados por cohesión emocional, profundidad, continuidad y plenitud” (p. 18).
Su concepto antinómico es sociedad, “formulado con referencia a los vínculos a gran escala, impersonales y contractuales que se han multiplicado en la edad moderna, a menudo a expensas, según parece, de la comunidad.” (p. 19).

  • Autoridad: “es la estructura u orden interno de una asociación, ya sea política, religiosa o cultural, y recibe legitimidad por sus raíces en la función social, la tradición o la fidelidad a una causa.” (p. 18).
El concepto antinómico es el de poder, “identificado por lo común con la fuerza militar o policial, o con la burocracia administrativa que, a diferencia de la autoridad surgida directamente de una función y asociación sociales, plantea el problema de la legitimidad.” (p. 19).

  • Status: “es el puesto del individuo en la jerarquía de prestigio y líneas de influencia que caracterizan a toda comunidad o asociación” (p. 18).
El concepto antinómico no es la idea popular de igualdad, sino el de clase. Esta última idea es “más especializada y colectiva a la vez” (p. 19).

  • Lo sagrado (o sacro), “incluye las mores, lo no racional, las formas de conducta religiosas y rituales cuya valoración trasciende la utilidad que pudieran poseer” (p. 18-19).
            Su opuesto es “lo utilitario, lo profano (...), o lo secular” (p. 19).

  • Alienación: “es una perspectiva histórica dentro de la cual el hombre aparece enajenado, anómico y desarraigado cuando se cortan los lazos que lo unen a la comunidad y a los propósitos morales.” (p. 19).
El opuesto es el progreso (p. 19).

Los 5 pares de ideas-elementos

“constituyen la verdadera urdimbre de la tradición sociológica. Fuera de sus significación conceptual en sociología, cabe ver en ellos los epítomes del conflicto entre la tradición y el modernismo, entre el moribundo orden antiguo defenestrado por las revoluciones industrial y democrático, y el nuevo orden cuyos perfiles todavía indefinidos son tan a menudo causa de ansiedad como de júbilo y esperanza.” (p. 19-20).

A partir de aquí, Nisbet ensaya la periodización del uso de las ideas-elementos:

Durante la Edad de la Razón (s. XVII-XVIII), comprendida entre el Novum Organum (1620) de Francis Bacon (1561-1626), hasta el Ensayo histórico sobre el progreso de la razón humana (1795) de Condorcet (1743-1794), predominaron: individuo - progreso - contrato - naturaleza - razón. En este período “reinó la convicción universal en el individuo natural: en su razón, su carácter innato y su estabilidad autosuficiente.” (p. 20).

En el siglo XIX el racionalismo individualista se dió “en el racionalismo crítico, en el liberalismo filosófico, en la economía clásica y en la política utilitaria, prosiguió el ethos del individualismo, junto a la visión de un orden social fundado sobre intereses racionales.” (p. 21).

Nisbet considera que el siglo XIX está marcado por “la reacción contra el individualismo (...) una reacción que en nada se manifestó mejor que en las ideas que son el tema central de este libro” (p. 21), “la reacción del tradicionalismo contra la razón analítica, del comunalismo contra el individuo, y de lo no racional contra lo puramente racional.” (p. 21). La sociología es la “forma más sistemática” de esta reacción. (p. 22).

A continuación viene la respuesta a la cuestión de cómo analizar las cinco ideas-elementos. Esbozo el camino seguido por Nisbet en los párrafos que siguen a continuación.

Las Revoluciones Industrial y democrática conformaron las ideologías del liberalismo - radicalismo - conservadurismo. Este fue el contexto de aparición de las ideas-elementos. (p. 23).

El liberalismo pone el acento en la autonomía individual, que “es para el liberal lo que la tradición significa para el conservador y el uso del poder para el radical.” (p. 23).

El radicalismo:

“Si hay un elemento distintivo del radicalismo de los siglos XIX y XX, es, creo, el sentido de las posibilidades de redención que ofrece el poder político (...) Junto a la idea de poder, coexiste una fe sin límites en la razón para la creación de un nuevo orden social. (...) Lo que nos muestra el radicalismo del siglo XIX (...) es una doctrina revolucionaria milenarista nacida de la fe en el poder absoluto; no el poder por sí mismo, sino al servicio de la liberación racionalista y humanitaria del hombre de las tiranías y desigualdades que lo acosaron durante milenios, incluyendo las de la religión.” (p. 24-25).

En las filas del conservadurismo filosófico se destacan autores como Edmund Burke (1729-1797), Louis de Bonald (1754-1840), Karl Ludwig von Haller (1768-1854) y Samuel Taylor Coleridge (1772-1834). Esta corriente “basó su agresión contra las ideas iluministas del derecho natural, la ley natural y la razón independiente, sobre la proclamada prioridad de la sociedad y sus instituciones tradicionales con respecto al individuo.” (25).

Nisbet destaca la influencia de los conservadores sobre la sociología. En especial, destaca el influjo de los autores franceses como el mencionado Bonald, Joseph de Maistre (1753-1821), François René de Chateaubriand (1768-1848) y el joven Félicité Robert de Lamennais (1782-1854). Para calibrar la incidencia de estos autores, hace un pequeño inventario de opiniones de sociólogos franceses sobre sus precursores conservadores. [3] Entre ellos, destaca su impacto en la obra de Emile Durkheim (1858-1917):

“En las obras de Durkheim, de ideas religiosas y liberal en política, encontramos ciertas tesis del conservadurismo francés, convertidas en algunas de las teorías esenciales de su sociología sistemática: la conciencia colectiva, el carácter funcional de las instituciones e ideas, las asociaciones intermedias y también su ataque al individualismo.” (p. 27).

Además, Nisbet destaca el “redescubrimiento del medievalismo”, “forma el tejido conceptual de gran parte de su [del pensamiento sociológico] respuesta al modernismo” (p. 29). En otro pasaje dice:

“La Edad Media suministró al siglo XIX casi tanto clima espiritual y temas como el pensamiento clásico lo había hecho en el Renacimiento. (...) Cada vez más la sociedad medieval proporcionaba una base de comparación con el modernismo, para la crítica de este último.” (p. 29-30) [4]

La influencia del medievalismo también se hizo sentir en Durkheim. Sin embargo, se vio contrarrestada por el peso del “modernismo” en el sociólogo francés:

“Durkheim basó su celebrada propuesta de creación de asociaciones profesionales intermedias en los gremios medievales, poniendo buen cuidado, por supuesto, en aclarar las diferencias que, dado que a menudo se le había criticado que fundara su ciencia de la sociedad en valores de corporativismo, organicismo y realismo metafísico. (...) Tendríamos que buscar mucho para encontrar una mentalidad más moderna, por su filiación social y política, que la de Durkheim. Aun en el cuerpo de su teoría social prevalece el espíritu racionalista y positivista, tomado en gran parte de Descartes…” (p. 31).

En base al análisis anterior, Nisbet pasa a exponer la paradoja de la sociología, fuente del desarrollo de la nueva ciencia de la sociedad:

“La paradoja de la sociología - paradoja creativa, como trato de demostrar en estas páginas - reside en que su por sus objetivos y por los valores políticos y científicos que defendieron sus principales figuras, debe ubicársela dentro de la corriente principal del modernismo, por sus conceptos esenciales y sus perspectivas implícitas está, en general, mucho más cerca del conservadurismo filosófico. La comunidad, la autoridad, la tradición, lo sacro: estos temas fueron, en esa época, principalmente, preocupación de los conservadores (...) También lo fueron los presentimientos de alienación, del poder totalitario que habría de surgir de la democracia de masas, y de la decadencia cultural. En vano buscaríamos los efectos significativos de estas ideas y premoniciones sobre los intereses fundamentales de los economistas, politicólogos, psicólogos y etnólogos de ese período. Se los hallará, en cambio, en la médula de la sociología - transfigurados, por supuesto, por los objetivos racionalistas o científicos de los sociólogos.” (p. 33). [5]

Nisbet identifica dos fuentes de la imaginación sociológica:

A] “La base moral de la sociología moderna” (p. 33).

“Las grandes ideas de las ciencias sociales tienen invariablemente sus raíces en inspiraciones morales.” (p. 33). “Ellas [las idea-elementos] no surgieron del razonamiento simple y carente de compromisos morales de la ciencia pura.” (p. 33). “Cada una de las ideas mencionadas aparece por primera vez en forma de una afirmación moral, sin ambigüedades ni disfraces.” (p. 33). “Estas ideas nunca pierden por completo su textura moral.” (p. 34). “Los grandes sociólogos jamás dejaron de ser filósofos morales.” (p. 34).

B] “El marco intuitivo o artístico de pensamiento en que se han alcanzado las ideas centrales de la sociología” (p. 33).

Nisbet señala que ninguna de las ideas-elementos surgió como resultado de “razonamiento para la resolución de problemas”, sino que “cada una de ellas es, sin excepciones, resultado de procesos de pensamiento - imaginación, visión, intuición - que tienen tanta relación con el artista como con el investigación científico.” (p. 34).

“Este es el rasgo que diferencia a la sociología de algunas ciencias físico-naturales. Lo que el físico joven puede aprender, aun de un Newton, tiene un límite. Una vez entendidos los puntos fundamentales de los Principia, es poco probable que su relectura le ofrezca, como físico, mucho más (aunque podría extraer nuevas ideas de ellos como historiador de la ciencia). ¡Cuán diferente es la relación del sociólogo con un Simmel o un Durkheim! La lectura directa será siempre provechosa, siempre dará como resultado la adquisición de una información fecunda, capaz de ensanchar los horizontes del lector. Proceso semejante al del artista contemporáneo que se enfrasca en el estudio de la arquitectura medieval, el soneto isabelino o las pinturas de Matisse. Tal es la esencia de la historia del arte, y la razón de que la historia de la sociología resulte diferente de la historia de la ciencia.” (p. 36).

La siguiente ficha de esta serie estará dedica al segundo capítulo de la obra, “Las dos revoluciones” (p. 37-67).



Bibliografía:

Comte, A. (1912). Systeme de politique positive. Paris.
Lovejoy, A. O. (1942). The Great Chain of Being. Cambridge: Harvard University Press.
Therborn, G. (1980). Ciencia, clase y sociedad: Sobre la formación de la sociología y del materialismo histórico. Madrid: Siglo XXI de España.

Notas:

[1] Nisbet afirma “que vivimos en la última fase del período clásico de la sociología” (p. 17). No aclara, por cierto, cómo continúa la periodización luego del final, en 1900, de período formativo.
[2] “Cuando digo historia de las ideas ·-escribe Lovejoy-, quiero significar algo a la vez más específico y menos restringido que la historia de la filosofía. La diferencia principal
reside en el carácter de las unidades de que se ocupa aquélla. Aunque en gran parte su material es el mismo que el de las otras ramas de la historia del pensamiento, y depende mucho de los trabajos precedentes, lo divide de manera especial, reagrupa sus partes y establece nuevas relaciones, y lo reenuncia desde un punto de vista distinto. Si bien el paralelo tiene sus peligros, cabe decir que su procedimiento inicial es algo análogo al de la química analítica. Cuando estudia la historia de las doctrinas filosóficas, por ejemplo, irrumpe en los sistemas individuales más sólidamente estructurados y los reduce, guiada por sus propios objetivos, a sus elementos constitutivos, a lo que podríamos llamar sus ideas-elementos.” (Lovejoy, 1942: 3).
[3] A modo de ejemplo: “Este grupo inmortal conducido por Maistre, merecerá por mucho tiempo la gratitud de los positivistas.” (Comte, 1912, III: 605). Por su parte, Saint-Simon (1760-1825) reconoció que su interés por los períodos “crítico” y “orgánico” de la historia, y sus proposiciones para estabilizar el industrialismo le fueron inspirados por Bonald. Por último, Le Play (1806-1882) en su European Working Classes, asignó carácter científico a la obra de Bonald sobre la familia.
[4] Al respecto, Nisbet sostiene que “el medievalismo es el modelo real de su utopía [de Comte] en Sistema de política positiva” (30).
[5] El sociólogo Göran Therborn (n. 1941), en su excelente Ciencia, clase y sociedad, considera que Nisbet es el “principal portavoz” de la tesis sobre los orígenes conservadores de la sociología. “La sociología introdujo una preocupación sistemática por el orden social, en reacción contra el individualismo de la Ilustración y las declaraciones de los Derechos del Hombre. La sociología puede considerarse como parte de un conservadurismo contrarrevolucionario o, al menos, íntimamente conectada con él.” (Therborn, 1980: 115-116).