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martes, 9 de febrero de 2010

UNAS PALABRAS EN CONTRA DE LA EDUCACIÓN

En las últimas décadas, frente a casi todos los problemas sociales (desocupación, delincuencia, pobreza, etc., etc.), se ha sostenido que la Educación es la solución mágica para remediarlos. Así, por ejemplo, en la década de 1990, cuando los niveles de desocupación se situaban alrededor del 20% de la PEA (población económicamente activa), políticos, periodistas e intelectuales afirmaban con vehemencia que había que promover la educación, pues ello permitiría capacitar a los desocupados, permitiendo de este modo su incorporación a un mercado laboral que hasta ese momento le era esquivo. En la actualidad, y frente a las periódicas menciones de los medios a las "olas de inseguridad", los políticos y opinólogos varios, que pretenden demostrar algo de "sensibilidad" frente a la realidad social, ponen a la educación como la panacea capaz de transformar a los "jóvenes delincuentes" en "ciudadanos de pro". Dicho de otro modo, en buena parte de nuestra sociedad está institucionalizada la concepción de que los problemas de nuestro país son el producto de una educación insuficiente, y que bastaría destinar los recursos suficientes a esta actividad para que en un plazo relativamente breve nos convirtiéramos en una nación fuerte y próspera.
¿Qué es la Educación?, ¿posee la educación la capacidad transformadora que se le atribuye? Como los distintos personajes que atribuyen a la educación propiedades cuasi mágicas no dicen ninguna palabra sobre las preguntas que acabamos de formular, se vuelve necesario intentar formular algunas respuestas a las mismas, con el objetivo de poner más claros los términos del problema y avanzar en la resolución del mismo.
En términos muy generales, cabe decir que la educación es el proceso de transmisión de conocimientos. Esta transmisión puede realizarse entre individuos de diferentes generaciones (asegurando de este modo la conservación del acervo cultural y tecnológico de la humanidad), o entre personas de la misma generación (permitiendo ya sea el aprendizaje de las prácticas establecidas o la transformación de las mismas). Como tal, es una actividad imprescindible para la supervivencia de los seres humanos, pues sin ella nos veríamos condenados a descubrir siempre las cosas y prácticas descubiertas por las generaciones anteriores. En otras palabras, sin ella nuestro nivel de vida permanecería estacionario y no podríamos hablar del desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Ahora bien, esta forma de definir a la educación no nos permite avanzar demasiado, pues la misma es válida para cualquier sociedad de cualquiera de los tiempos históricos. Dicho de otro modo, toda sociedad humana tiene que establecer alguna forma de transmisión de conocimientos de generación en generación si pretende sobrevivir en el tiempo. Es decir, definir a la educación de este modo equivale a no decir demasiado, o a decir algo que es aplicable tanto para las sociedades cazadoras y recolectoras como para la sociedad japonesa con su robotización de las actividades industriales y de la vida cotidiana. Si queremos avanzar en la comprensión del fenómeno educativo es necesario intentar indagar acerca de la naturaleza de la educación en una sociedad determinada en un contexto histórico también determinado.
La educación que nos ha tocado vivir es una educación que se da en el marco de una sociedad capitalista. Sin entrar en mayores detalles y sin entrar a polemizar con aquellos que niegan el carácter capitalista de nuestra sociedad, vamos a partir de la admisión del hecho de que nuestra sociedad es una sociedad organizada en torno a relaciones sociales de producción capitalistas.
¿Qué significa esto? Quiere decir que el proceso productivo, esto es, la producción de los bienes y servicios que satisfacen las necesidades de las personas, se realiza en el marco de la propiedad privada de los medios de producción. Hay un grupo de individuos (la clase burguesa, o la burguesía) que poseen la propiedad de los medios de producción y que, por tanto, tienen la potestad para establecer qué, cómo y en qué cantidad se va a producir. Al lado de esta clase se encuentra un enorme número de personas que tienen en común la carencia de propiedad de medios de producción. A consecuencia de esto se ven imposibilitados de producir por sí mismos todo lo que necesitan para la vida y están obligados, en las condiciones de la economía capitalista, a comprarlo en el mercado. Para obtener el dinero necesario para esa compra, las personas se ven obligadas a trabajar para otras a cambio de un salario. De este modo, y a partir de la propiedad de los medios de producción, quedan conformados dos grandes grupos de personas, las dos grandes clases sociales de la sociedad capitalista, burguesía y trabajadores. Por el momento vamos a proponer que se acepte este esquema de estructura social sin entrar en la discusión acerca de la validez o de la pertinencia teórica del mismo.
La educación que vivimos es, por tanto, la educación de una sociedad capitalista. Esto modifica de manera importante algunas de las características del proceso educativo. Por el momento, vamos a detenernos en lo referente a los fines y objetivos del mismo. Para empezar. La educación no tiene por objetivo principal el promover la difusión del conocimiento por el conocimiento mismo. Dicho de otro modo, si ese conocimiento no sirve para aumentar la productividad del trabajo y/o para promover la comercialización y venta de las mercancías, carece de utilidad y es, por ende, descartado. Desde el punto de vista de los sectores sociales que ejercen el poder en nuestra sociedad, la educación es concebida como un proceso dirigido a mejorar las condiciones de realización del proceso productivo, con el propósito de incrementar las ganancias que se obtienen a partir del mismo. Dada la estructura de nuestra sociedad, esas ganancias son apropiadas por la burguesía, en tanto clase que tiene la hegemonía del poder social. Esta situación determina que la educación se haya mercantilizado de manera creciente, y que este mercantilización no sea patrimonio exclusivo de las clases que establecen los lineamientos del proceso educativo, sino también de los mismos estudiantes.
A partir de lo anterior podemos formular las siguientes reflexiones. Si bien esto que vamos a decir es válido para todos los niveles educativos, vamos a focalizarnos en el nivel superior, básicamente en la Universidad, pues el mismo aparece en la ideología popular como una instancia supuestamente libre de condicionamientos materiales y/o políticos. Expresado más claro, todavía predomina la creencia de que en la Universidad se estudia por gusto o para adquirir conocimientos, en tanto que la utilidad mercantil de los mismos es una cuestión secundaria. Como puede verse a partir de lo expuesto en los párrafos anteriores, esta concepción tiene poco que ver con la realidad. En la actualidad y en nuestra sociedad, un estudiante es una mercancía, esto es, un objeto destinado a ser vendido en el mercado en un precio determinado. Este mercado es el mercado laboral, y los estudiantes compiten entre sí por quedar mejor posicionados en él. En este sentido, los conocimientos constituyen las herramientas para mejorar su posición, pues un estudiante que ha cursado mayor número de cursos o a completado algún ciclo de posgrado, tiene mayores probabilidades de venderse a un mejor precio que el estudiante que no ha cumplido con estos requisitos. El conocimiento, pues, deja de ser un fin y pasa a ser un medio, un medio que está ligado indisolublemente a la compra y venta de mercancías. La Universidad y la educación en general dejan de ser lugares en los que se practica la búsqueda de un conocimiento de carácter general, con la intención de mejorar al ser humano sacándolo de la estrechez de las condiciones particulares en que vive, y pasa a ser una especie de fábrica en la que se preparan mercancías para ser vendidas en el shopping (el mercado laboral). De hecho, las mismas Universidades entran en esta lógica y comienzan a competir entre sí para atraer un mayor número de estudiantes y profesores de renombre. En la actualidad, la enseñanza (y la investigación) en las Universidades está cada vez más ligada a las necesidades del mercado, siendo ella misma un mecanismo emparentado estrechamente con la producción de mercancías para el mercado.
Como es lógico, si se acepta el argumento expuesto en el párrafo anterior, es imposible atribuir un sentido liberador o engrandecedor de la personalidad humana al proceso educativo. No se trata por cierto de una actividad que nos hace mejores, sino que es un proceso que refuerza en nosotros las características propias de nuestra sociedad (individualismo, competencia, búsqueda de la ganancia, etc.). Esta afirmación no es válida, por supuesto, para todos los casos individuales, pero si permite comprender el sentido general del proceso. Es por ello que la educación no puede ser la respuesta a todos los problemas, pues ella misma está marcada y construida en torno a las contradicciones y antagonismos de nuestra sociedad. De ningún modo es un elemento neutral, sino que ella misma es una de las instituciones que refuerza la distribución existente del poder en nuestra sociedad.
Antes de concluir es conveniente hacer algunas reflexiones acerca del papel jugado por los estudiantes en todo este proceso. En primer lugar, hay que decir que la inmensa mayoría de los estudiantes que concluyen sus estudios universitarios en Argentina no pertenecen a las clases trabajadoras. Por el contrario, y a despecho de la gratuidad de los estudios vigente en el sistema de universidades nacionales, la mayoría de los estudiantes pertenecen a las clases medias y a los sectores dominantes (éstos últimos tienden a ubicarse en las universidades privadas). En segundo lugar, la mayor parte de los estudiantes tienen por objetivo mejorar su posición laborar o ascender socialmente mediante la conclusión de una carrera universitaria. Esto puede ser un objetivo valorable, pero tiene poco y nada que ver con la concepción del conocimiento como un valor en sí mismo. Dicho de manera extrema, para un estudiante es lo mismo "la Biblia que el calefón" si consigue obtener el tan ansiado título. En este marco, poco es lo que puede exigirse de sentido crítico acerca de los contenidos de lo que se está estudiando. Si se acepta que estas condiciones son las existentes, puede entenderse hasta que medida la educación tiende a reproducir las condiciones existentes. Lejos de ser transformadora o disparadora de potenciales cambios, la educación suele ser un espacio donde la rutina y el respeto a lo establecido (aunque sea maquillado de desparpajo o de una supuesta impugnación de los valores dominantes). En síntesis, la educación actual está impregnada del espíritu de la compra y venta, y esto constituye su principal contradicción.
San Martín, 9 de febrero de 2010