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miércoles, 4 de marzo de 2020

¿POR QUÉ ESTUDIAR EL MANIFIESTO COMUNISTA EN 2020?

“El mismo Manifiesto explica que la aplicación práctica
de estos principios dependerá siempre y en todas partes
de las circunstancias históricas existentes.”
K. Marx y F. Engels




Este trabajo constituye parte de las tareas preparatorias para un taller sobre el Manifiesto Comunista (1848) de Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895), destinado a un público sin conocimientos previos sobre la obra e interesado en aprender los conceptos fundamentales del materialismo histórico. Fue concebido como una tarea militante antes que académica; tenemos por objetivo que nos comprenda la mayor cantidad de personas, sin renunciar a exponer la complejidad de los temas. En este punto partimos del convencimiento de que un marxismo limitado a un número reducido de cultores es un marxismo muerto.
En este punto corresponde hacer una aclaración. En este texto las expresiones MH y marxismo son utilizadas como sinónimos; con ellas designamos a la teoría de la sociedad elaborada por Marx, cuyas ideas principales aparecen desarrolladas en el MC.
Por último, aquí no se encontrará una síntesis del contenido del MC. Tampoco una exposición detallada del MH. Nuestro propósito es más modesto y utilitario: justificar la necesidad de leer y estudiar el MC en 2020, mostrando como esa lectura puede ser útil en la lucha de los trabajadores contra el capitalismo. En estos tiempos que corren, explicar porqué es conveniente ser socialista y porqué el socialismo puede ser la alternativa al sistema capitalista, son cuestiones urgentes que exigen estudio, paciencia en la explicación y entusiasmo en la difusión.
Abreviaturas utilizadas:
MC = Manifiesto Comunista / MH = Materialismo histórico
Nota bibliográfica:
En la redacción del trabajo se utilizó la traducción española: Marx, K. y Engels, F. (1986). Manifiesto del partido comunista. Buenos Aires, Argentina: Anteo. Esta edición incluye los distintos prefacios redactados por Marx y Engels, así como también los Principios del comunismo, redactados por Engels. A esta edición pertenecen, salvo indicación en contrario, todas las citas incluidas en el texto.
También se consultó la edición del Manifiesto Comunista incluida en Chiviló Villar, Matías, comp. (2013). Programas del movimiento obrero y socialista. Buenos Aires, Argentina: Rumbos. (pp. 18-48).

Antes de empezar la lectura del MC o, como en esta ocasión, antes de comenzar un taller sobre éste, corresponde hacerse una pregunta, de cuya respuesta depende todo lo demás: ¿Qué utilidad puede tener para nosotros, trabajadores, estudiar un texto escrito hace 172 años?
En un contexto todavía marcado por la caída de la URSS y los demás países “socialistas” (1989-1991), en el que casi nadie considera al socialismo como alternativa viable al capitalismo, la respuesta al interrogante cobra aun mayor importancia.
Responder a la pregunta no es sencillo. En parte, porque esto supone haber estudiado el MC, y el taller está dirigido precisamente a quienes no tienen un conocimiento previo del marxismo. Tampoco se trata de dar una respuesta amable para estudiantes o profesores, que muestre la pertinencia del estudio del marxismo en la universidad, bla, bla, bla.
El MC es un escrito político, destinado a exponer las ideas y propuestas de una organización política [1] que se había propuesto como objetivo derribar al capitalismo e instaurar el socialismo. Por lo tanto, la justificación de su estudio debe pasar primordialmente por lo político. El MC tiene que contener algo que contribuya a clarificar los problemas políticos actuales de la clase obrera.
Ahora bien, el MC es un conjunto de textos que abarca mucho más que el Manifiesto propiamente dicho. Así, incluye los prólogos que Marx  y Engels (1820-1895) redactaron para cada una de las ediciones de la obra. [2] Precisamente dos de esos prólogos sirven para justificar la realización de un taller sobre el MC.
En primer lugar, está el prefacio de Engels a la edición de 1888. [3] Allí encontramos dos afirmaciones fundamentales para comprender la utilidad política del MC.
1] El materialismo histórico no es una receta universal que se aplica a cualquier realidad, a cualquier coyuntura, sino que parte de analizar cuáles son las formas en que se organiza la producción, las relaciones sociales de producción. En este sentido, la tesis central del MC es la siguiente:
“En toda época histórica el modo dominante de producción y de cambio y la estructura social que necesariamente deriva de él, constituye la base sobre la cual se edifica la historia política e intelectual de esa época y solamente por él puede ser explicada; que de acuerdo con esto, toda la historia de la Humanidad (...) ha sido historia de las luchas de clases, luchas entre los explotadores y explotados, entre opresores y oprimidos; que la historia de estas luchas de clases representa un desarrollo que al presente alcanzó un grado en el que la clase explotada y oprimida – el proletariado – no puede alcanzar su liberación del yugo de la clase explotadora y opresora – la burguesía – sin liberar al mismo tiempo, de una vez por todas, a la sociedad entera de toda explotación y opresión, de todas las diferencias y de todas las luchas de clases.” (p. 20).
El MC conecta el pensar y el hacer. El eje del planteo es el estudio de la realidad para poder hacer política. En definitiva, en esto consiste el núcleo del MH.
La misma historia del MC relatada por Engels, confirma la afirmación del párrafo anterior.
“En el Congreso de la Liga [de los Comunistas], que tuvo lugar en Londres en noviembre de 1847, fueron encargados Marx y Engels de la publicación de un programa de partido completo, que habría de orientarla en su camino.” (p. 15).
Suele olvidarse que el MC es un texto directamente político, no un escrito académico. Por eso, los dos primeros capítulos del MC, en los que se esboza el desarrollo del capitalismo y la lucha entre capital y trabajo, constituyen el fundamento necesario de la acción política de la Liga de los Comunistas.
2] El estudio de la estructura social (el conjunto de relaciones sociales) sirve para pensar la estrategia y las tácticas dirigidas a enfrentar al capitalismo. En síntesis, para el marxismo, los tipos de acción, las tácticas, dependen del análisis que se haya hecho de la realidad.
Marx y Engels son claros cuando afirman que la aplicación práctica del programa del MC (1848) depende de las condiciones históricas existentes. Esto queda claro en el prefacio a la edición alemana de 1872. [4]
“El mismo Manifiesto explica que la aplicación práctica de estos principios dependerá siempre, y en todas partes, de las circunstancias históricas existentes.” (p. 8).
Como indicamos arriba, el MH no es una fórmula, algo que hay que aplicar en todos los tiempos, lugares y circunstancias. Es un método crítico de la realidad, es una manera de entenderla para luego transformarla. Por esto no puede ser concebido como un dogma. Hay que hacer hincapié en que Marx es un guía, pero no un dios que tiene las respuestas a todos los problemas; esta afirmación es válida para cualquier otro autor considerado clásico en las filas del movimiento socialista.
En el prefacio de 1872, los autores del MC señalan la necesidad de retocar “algunos puntos” del texto. ¡Y esto a sólo 24 años de la publicación de la primera edición de la obra!
¿Cuáles son los factores que exigían una modificación del MC?
Marx y Engels indican tres factores: a) “el desarrollo colosal de la gran industria en los últimos veinticinco años”; b) “el [desarrollo] de la organización del partido de la clase obrera”; c) la Comuna de París [1871], “que eleva por primera vez al proletariado durante dos meses, al Poder político” (p. 8). [5] Los puntos b y c están estrechamente relacionados, pues, tal como se lee en el MC, “toda lucha de clases es una lucha política” (p. 47).
En base a lo anterior, Marx y Engels plantean que “este programa ha envejecido en algunos de sus puntos” (p. 8). Dicen que las experiencias políticas de la clase trabajadora en el período 1848-1872 obligan a modificar la posición del MC respecto al Estado:
“La Comuna ha demostrado, sobre todo, que «la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines»” (p. 8). [6]
De modo que los autores del MC consideraban que la posición tomada en 1848 frente al Estado tenía que ser modificada radicalmente a partir de las experiencias de lucha de la clase trabajadora. El Estado no puede ser utilizado tal como está para construir el socialismo; el Estado es un instrumento de opresión y, como tal, no puede ser un instrumento de liberación. [7]
En síntesis, Marx y Engels consideraban en 1872 que el MC había “envejecido” en tres ítems, mencionados expresamente en el prefacio de ese año. En primer lugar, el programa contenido al final del cap. 2 (p. 62-63); en segundo término, la cuestión del Estado; en tercer lugar, el cap. 3, dedicado a la “crítica de la literatura socialista”, al que consideran “incompleto”; por último, el cap. 4, dedicado a la actitud de los comunistas ante los diferentes partidos de oposición. [8]
Ahora bien, si ya en 1872 los propios autores del MC afirmaban que era necesario modificar partes del mismo debido a la transformación de las condiciones económicas, sociales y políticas, ¿qué duda puede quedar hoy, en 2020, acerca de la necesidad de no considerar al MC – y a cualquier otro texto de los clásicos y los no tan clásicos – como un dogma? Esto nos lleva a adoptar la misma posición de Engels en el prefacio de 1888: el MH es un método para analizar la realidad, no un conjunto de proposiciones válidas para toda época y lugar.
Una vez aceptada la proposición que figura al final del párrafo precedente, el camino a seguir es claro: hay que aplicar las categorías del método del MH al análisis de la realidad concreta, de nuestra realidad concreta. Si esas categorías no sirven, corresponde modificar las categorías o crear otras nuevas. Si no se entiende esto, estamos condenados a cometer una y otra vez los mismos errores.
Por lo tanto, proponemos una lectura del MC centrada en la búsqueda de herramientas útiles para el estudio de nuestra realidad. En este sentido, consideramos que el MC contiene varias afirmaciones fundamentales: 1) la centralidad de la relación capital – trabajo; 2) la lucha de clases como motor de la historia; 3) el carácter de clase del Estado; 4) el rechazo al nacionalismo y el carácter internacional de la lucha de clases de los trabajadores; 5) la revolución como salida al capitalismo. Al análisis de cada una de ellas estará dedicado este taller.


Villa del Parque, miércoles 4 de marzo de 2020


NOTAS:
[1] La Liga de los Comunistas estaba conformada por artesanos y obreros alemanes, la mayoría de los cuales se encontraba fuera de Alemania, ya sea por razones políticas o laborales. Esta circunstancia hizo que la Liga tuviera desde sus comienzos un carácter internacional, pues sus miembros se encontraban dispersos en Francia, Inglaterra, Bélgica y la propia Alemania. El MC fue el programa de la Liga. Sus miembros participaron en las revoluciones de 1848-49 (sobre todo en Francia y en Alemania). Fue disuelta en 1850, cuando la policía prusiana acabó con su organización en Alemania.
[2] Este conjunto de textos está compuesto, además del MC propiamente dicho, por: a) prefacio a la edición alemana de 1872, co-escrito por Marx y Engels; b) prefacio a la edición rusa de 1882, co-escrito por Marx y Engels; c) prefacio a la edición alemana de 1883, escrito por Engels; d) prefacio a la edición inglesa de 1888, escrito por Engels; e) prefacio a la edición alemana de 1890, escrito por Engels; f) prefacio a la edición polaca de 1892, escrito por Engels; g) prefacio a la edición italiana de 1893, escrito por Engels. Hay que agregar los Principios del comunismo, trabajo redactado por Engels a fines de octubre y principios de noviembre de 1847, como proyecto de programa de la Liga de los Comunistas, y que terminó siendo reemplazado por el MC.
[3] El prefacio está fechado en Londres el 30 de enero de 1888. Fue redactado para la edición inglesa del MC, cuya traducción estuvo a cargo de Samuel Moore (1838-1911), quien se había encargado anteriormente de la traducción al inglés de la mayor parte del Libro I de El capital. Moore fue colaborador de Engels durante varios años.
[4] Firmado por ambos y fechado en Londres el 24 de junio de 1872.
[5] Marx y Engels mencionan otro hito en la organización política de la clase trabajadora, la Revolución de Febrero de 1848. Ésta abarcó buena parte del continente europeo, pero tuvo su epicentro en Francia. Marx dedicó dos trabajos a examinar esa experiencia: Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 y El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. En la segunda de estas obras, Marx analiza la insurrección obrera de junio de 1848 en París: “el acontecimiento más gigantesco en la historia de las guerras civiles europeas. Venció la república burguesa. A su lado estaban la aristocracia financiera, la burguesía industrial, la clase media, los pequeños burgueses, el ejército, el lumpemproletariado organizado como Guardia Móvil, los intelectuales, los curas y la población del campo. Al lado del proletariado de París no estaba más que él solo. Más de 3000 insurrectos fueron pasados a cuchillo, después de la victoria, y 15000 deportados sin juicio.” (Marx, K, Trabajo asalariado y capital, Barcelona, Planeta-Agostini, 1985, p. 142). La derrota del levantamiento obrero de junio de 1848 marcó profundamente a Marx y Engels, quienes a partir de ese momento bregaron por evitar la soledad política de la clase trabajadora.
[6] Ese pasaje se encuentra en “La guerra civil en Francia” (1871), manifiesto de la Asociación Internacional de Trabajadores [1° Internacional] sobre la Comuna de París, redactado por Marx en abril-mayo de 1871.
[7] “Pero el proletariado no puede, como lo hicieron las clases dominantes y sus diversas fracciones rivales inmediatamente después de su triunfo, tomar simplemente posesión del cuerpo del Estado existente y hacer funcionar ese aparato para sus propios fines. La primera condición para conservar el poder político es transformar el mecanismo actuante y destruirlo en tanto que instrumento de dominación de clase. (…) El instrumento político de su sumisión no puede servir de instrumento político de su emancipación.” (Marx, K., Borrador II de La guerra civil en Francia, citado por Rubel, M. y Janover, L., Marx anarquista, Buenos Aires, Madreselva, 2010, p. 61).
[8] Respecto al cap. 4: “si las observaciones que se hacen sobre la actitud de los comunistas antes los diferentes partidos de oposición (…) son exactas todavía en sus trazos generales, han quedado anticuadas en sus detalles, ya que la situación política ha cambiado completamente y el desarrollo histórico ha borrado de la faz de la tierra a la mayoría de los partidos que allí se enumeraban.” (p. 9).

domingo, 10 de julio de 2016

MARXISMO Y DEMOCRACIA: LA POSICIÓN DE ENGELS EN 1895


La cuestión de la democracia atraviesa la historia del movimiento socialista desde sus orígenes. No es preciso esforzarse para demostrar su importancia. Ya las primeras organizaciones políticas de la clase (por ejemplo, el cartismo en Inglaterra) levantaron la consigna de la república democrática y del sufragio universal para los varones adultos. Carezco aquí del espacio suficiente para tratar la cuestión en toda su amplitud; basta mencionar el Manifiesto Comunista (1848), donde se encuentra el siguiente pasaje:

“El primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia.”  (p. 62). (1)

La “Introducción” de Friedrich Engels (1820-1895) a Las luchas de clases en Francia de Karl Marx (1818-1883) ha sido calificada de verdadero “testamento político” del primero (2). Es un documento dirigido a la socialdemocracia alemana; por tanto, su lectura exige, para su cabal comprensión, cierto conocimiento de la situación del partido alemán en 1895 (en especial, de las tensiones existentes al interior de éste). (3) En este ensayo no voy a ahondar en esta cuestión; tampoco propondré un análisis del modo en que Engels caracteriza al libro de Marx. En otro lugar formularé un comentario de Las luchas de clases; esta postura puede justificarse a partir del mismo Engels, quien en la “Introducción” se concentra en el período posterior a las Revoluciones de 1848. El objetivo del presente trabajo consiste en presentar los puntos de vista de Engels sobre la democracia, tal como aparecen desarrollados en el texto mencionado.

La “Introducción” gira en torno a la idea de que los cambios en la estructura económica permiten explicar las transformaciones en la política. Así, las Revoluciones de 1848 son consideradas una consecuencia de la crisis comercial de 1846, en tanto que su derrota resultó un efecto del ascenso económico experimentado a partir de 1848.

“El trabajo que aquí reeditamos fue el primer ensayo de Marx para explicar un fragmento de la historia contemporánea mediante su concepción materialista, partiendo de la situación económica existente.” (p. 9).

¿En qué consiste el mecanismo explicativo empleado por Marx?

“…se trataba de poner de manifiesto, a lo largo de una evolución de varios años, tan crítica como típica para toda Europa, el nexo causal interno; se trataba pues de reducir, siguiendo la concepción del autor, los acontecimientos políticos a efectos de causas, en última instancia económicas.” (p. 9-10).

Desde el punto de vista engelsiano, la política no es autónoma. Esto significa que el político no crea la realidad a gusto, sino que el menú de opciones disponibles se encuentra limitado por las condiciones económicas con las que se encuentra el político. (4). El político tiene margen de elección, pero las opciones posibles son limitadas. Este es el significado de la “concepción materialista de la historia”. 

Es cierto que pasajes como el que hemos citado abonan la tesis de que el marxismo es un reduccionismo económico. Dicha tesis implica el desconocimiento de la concepción marxista del proceso de producción. A este respecto conviene tener presente la conocida afirmación del Manifiesto de que “la historia de todas las sociedades es la historia de la lucha de clases” (5). El énfasis en el papel de la economía no debe ser tomado como la negación de la lucha de clases, sino como un recordatorio de que esa lucha de clases se libra sobre un terreno concreto, que no es elegido por los contendientes y que limita las opciones que estos pueden elegir. Así, en el prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política, Marx afirma lo siguiente:

“Una formación social jamás perece hasta tanto no se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas para las cuales resulta ampliamente suficiente, y jamás ocupan su lugar relaciones de producción nuevas y superiores antes de que las condiciones de existencia de las mismas no hayan sido incubadas en el seno de la propia antigua sociedad. De ahí que la humanidad siempre se plantee sólo tareas que puede resolver, pues considerándolo más profundamente siempre hallaremos que la propia tarea sólo surge cuando las condiciones materiales para su resolución ya existen o, cuando menos, se hallan en proceso de devenir.” (6). (El resaltado es mío – AM-).

El pretendido determinismo económico es, en rigor, el reconocimiento de que la lucha de clases no es autónoma. Pero la concepción de fondo, el núcleo duro de la teoría de Marx, sigue siendo la tesis de que la historia es lucha de clases.

El desarrollo del capitalismo en Europa con posterioridad a 1848 es el segundo momento en el que Engels aplica la tesis del condicionamiento de la política por la economía. En su opinión, son las condiciones económicas las que permiten comprender tanto el crecimiento del movimiento socialista como los rasgos que asume la política obrera y socialista.

El crecimiento del capitalismo a partir de 1848 puso en primer plano el antagonismo Capital - Trabajo. Engels justifica esta afirmación mediante la constatación de tres transformaciones fundamentales: en el plano económico, la concreción de una revolución industrial capitalista; en el plano social, y como consecuencia de lo anterior, el ascenso al centro del escenario “de una verdadera burguesía y de un proletariado auténtico, producto de la mayor industrialización” (p. 19). En el plano político, el reemplazo de la multitud de socialismos existentes antes de 1848 por el socialismo marxista, plasmado sobre todo en el crecimiento de la socialdemocracia alemana y en la II Internacional. 

Industrialización, simplificación de la estructura de clases (burguesía – proletariado), expansión del socialismo marxista: he aquí, según Engels, las condiciones de la política europea post 1848. Según su concepción, la expansión del marxismo es imposible sin la industrialización. Este es el núcleo del argumento “determinista” de Engels.

La industrialización y la aparición de un proletariado masivo modificaron las condiciones de la política en Europa occidental. Esto, sumado a la implementación de las revoluciones desde arriba, que  impulsaron la instauración de regímenes parlamentarios y del sufragio universal masculino, y los efectos de la Comuna de París (1871), generaron la necesidad de una nueva política del movimiento obrero.

El “testamento político” de Engels no es, pues, otra cosa que sus reflexiones acerca de la política obrera en las nuevas condiciones imperantes a partir del auge de la industrialización, la extensión del sufragio y la derrota de la Comuna. No es una receta universal ni el descubrimiento de los medios definitivos para llegar al socialismo. Al leer este texto hay que tener presente, en todo momento, su análisis de las condiciones económicas de la Europa post 1848. En vez de hablar de determinismo económico, tal vez sea mejor emplear la expresión “realismo revolucionario” para caracterizar a la posición de Engels.

Como ya indicamos, la base de su análisis es el proceso de industrialización. Es este factor el que creó las nuevas condiciones sociales: 

“Ha sido precisamente esta revolución industrial la que ha puesto en todas partes claridad en las relaciones de clase, la que ha eliminado una multitud de formas intermedias, legadas por el período manufacturero y, en la Europa oriental, incluso del artesanado gremial, creando y haciendo pasar al primer plano del desarrollo social a una verdadera burguesía y a un proletariado auténtico, producto de la mayor industrialización.” (p. 19).

La industrialización engrosó los efectivos de la clase obrera, transformando a campesinos, artesanos e inclusive pequeños burgueses en trabajadores asalariados. Sin embargo, esto no significa que la clase obrera tenga la victoria al alcance de la mano por el mero transcurso del tiempo y el aumento de su número. En el pasaje siguiente vemos que la interpretación mecanicista de la industrialización no calza con las opiniones de Engels:

“Si incluso este potente ejército del proletariado [se refiere al partido socialista alemán] no ha podido alcanzar todavía su objetivo, si, lejos de poder conquistar la victoria en un gran ataque decisivo, tiene que avanzar lentamente, de posición en posición, en una lucha dura y tenaz…” (p. 20).

Engels escribe como corolario:

“Esto demuestra de un modo concluyente cuán imposible era, en 1848, conquistar la transformación social simplemente de manera espontánea.” (p. 20).

O sea, ni en 1848 ni en 1895 el socialismo podía triunfar por decreto, por un acto de voluntad o por la mera acción de las fuerzas “económicas”. A nuestro entender, esto permite cerrar la discusión sobre el supuesto determinismo económico del texto.

Ahora bien, Engels apenas menciona que la industrialización conlleva también el desarrollo y el aumento del poder de la burguesía. Este punto es decisivo para la comprensión de las dificultades de la política obrera en las últimas décadas del siglo XIX.

La industrialización no sólo incrementa el número de trabajadores asalariados. También fortalece a la burguesía. Engels trata de un modo lateral la cuestión, a través del análisis de las perspectivas de la insurrección basada en la lucha de calles.

Engels toma nota de los cambios acaecidos tanto en la técnica militar como en el diseño y planificación urbanos, y comprende que la lucha callejera centrada en las barricadas ya no es viable en las condiciones de 1895.

“La rebelión al viejo estilo, la lucha de calles con barricadas, que hasta 1848 había sido decisiva en todas partes, estaba considerablemente anticuada.” (p. 27).

Las innovaciones en la tecnología militar (fusiles, artillería), en la táctica (utilización de la técnica de rodeo de las barricadas) y en la organización de los ejércitos (aumento del número de soldados en las grandes ciudades, uso del ferrocarril para transportar refuerzos) tuvieron como consecuencia la superioridad aplastante de las tropas sobre cualquier insurrección. Todas estas innovaciones son la aplicación de los logros de la industrialización a los asuntos militares.

La transformación del ejército se vio acompañada por una transformación del diseño de las grandes ciudades. Calles anchas y medios de comunicación modernos permitieron el mejor desplazamiento de las tropas y dificultaron la tarea de armar barricadas. Ahora bien, también la transformación de las ciudades es consecuencia de la industrialización.

Llegados a este punto, corresponde decir que nuestro autor aborda la cuestión de los cambios en la lucha de clases desde un punto de vista unilateral, como si se tratase únicamente del producto de transformaciones tecnológicas. Aquí, la técnica reemplaza a la política en el análisis engelsiano. Se deja de lado la relación entre la industrialización y el fortalecimiento político de la burguesía.

La hegemonía de la burguesía se muestra de soslayo en el examen del uso del sufragio universal masculino por la socialdemocracia alemana. Engels elogia la utilización del sufragio por el partido alemán, pero no dice una palabra sobre su empleo eficaz por la burguesía. Así, el sufragio, el voto de los sectores populares, lejos de ser una amenaza para la clase dominante, se convirtió en un elemento de legitimación para esta. De ahí la fortaleza del poder burgués, a pesar del crecimiento de los partidos socialistas.

A partir de lo expuesto hasta aquí es posible pasar a la evaluación engelsiana del uso del sufragio universal masculino por los socialistas alemanes. Engels comienza indicando que los socialistas europeos habían adoptado, inicialmente, una actitud de desconfianza hacia la extensión del sufragio. Así, por ejemplo: 

“Los obreros revolucionarios de los países latinos se habían acostumbrado a ver en el derecho de sufragio una añagaza, un instrumento de engaño en manos del gobierno.” (p. 25).

Es verdad que en el Manifiesto Comunista se afirmaba la necesidad de luchar por la democracia y, por ende, por la extensión del derecho de voto, “como una de las primeras y más importantes tareas del proletariado militante.” (p. 25). Pero sólo en la década de 1860 los socialistas alemanes emprendieron en serio la lucha electoral. El éxito de su acción, medido por el crecimiento de los votos del partido (la socialdemocracia alemana pasó de 102.000 votos en 1871 a 1.787.000 votos a principios de la década de 1890) es considerado por Engels como uno de los méritos del partido alemán.
“El primer gran servicio que los obreros alemanes prestaron a su causa fue  mero hecho de su existencia como Partido Socialista (…) Pero además prestaron otro: suministraron a sus camaradas de todos los países un arma nueva, muy afilada, al enseñarles a utilizar el sufragio universal.” (p. 24).

¿Cuáles son, según Engels, las propiedades de esta “arma nueva”?

Tres son las virtudes del sufragio:

a) Permite realizar un recuento periódico de las fuerzas del proletariado, contribuyendo así a evitar las acciones a destiempo;

b) Extiende la propaganda socialista a lugares donde sería muy difícil llegar de otro modo;

c) crea una tribuna (el Parlamento) en la que los dirigentes socialistas están a salvo de persecuciones.
Como puede verse, las virtudes del sufragio se concentran en la propaganda. No obstante, va más allá y parece vislumbrar en el sufragio un medio de transformación social. Engels retoma la tesis del Partido Socialista francés y afirma que el sufragio, tal como lo emplearon los socialistas, dejó de ser un medio de engaño y se convirtió en “instrumento de emancipación” (p. 25).

La experiencia histórica muestra que la “emancipación” por medio del sufragio universal tiene límites muy precisos, que son los de la misma sociedad burguesa. Y, si se entiende por emancipación (o por condición imprescindible para lograr dicha emancipación) la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, es claro que el sufragio no lleva en esa dirección. El Estado capitalista es, nos guste o no, capitalista; como Estado en general es, además, un instrumento de opresión. 

Las afirmaciones anteriores no implican, por cierto, desconocer la importancia de las libertades democráticas para los trabajadores y demás sectores populares. Significan, en cambio, tener conciencia de los límites de ese camino.

En el caso de Engels, la lectura de la experiencia alemana con el sufragio le hace pensar que por esa vía es posible traspasar las condiciones políticas existentes y avanzar hacia la revolución: 

“Hoy podemos contar ya con dos millones y cuarto de electores. Si este avance continúa, antes de terminar el siglo habremos conquistado la mayor parte de las capas medias de la sociedad, tanto los pequeños burgueses como los pequeños campesinos y nos habremos convertido en la potencia decisiva del país, ante la que tendrán que inclinarse, quiéranlo o no, todas las demás potencias.” (p. 34).

El pasaje que hemos citado tiene una importancia fundamental en el texto, en la medida en que plantea de modo preciso la concepción de Engels acerca de los cambios acaecidos en las condiciones de la lucha revolucionaria en el período posterior a 1848.

Antes de comenzar a examinar la concepción engelsiana, corresponde formular una observación. En 1895 Alemania no era una república democrática, sino una monarquía constitucional. De ahí que los avances electorales de la democracia no se tradujeron en modificaciones sustanciales del sistema político alemán. La dominación de la burguesía y de los junkers no corría ningún riesgo. No había ninguna situación revolucionaria a la vista. De modo que la afirmación acerca de que la socialdemocracia podía convertirse en la “potencia decisiva” tiene que ser considerada dentro de márgenes muy estrechos. En el mejor de los casos, los socialistas podían convertirse en la “potencia decisiva” en el Parlamento (y esto en el sentido de alcanzar la mayoría parlamentaria). El avance electoral no era, por tanto, el camino para la conquista del poder en las condiciones de Alemania.

En el pasaje que estamos comentando, Engels afirma que antes de terminar el siglo XIX “habremos conquistado” a la mayor parte de las capas medias de la sociedad. En 1895 (como también, por ejemplo, en 1900) no existía una crisis revolucionaria. La dominación de la burguesía no estaba puesta en discusión. La “conquista” de las capas medias se llevaba a cabo, pues, en condiciones de hegemonía burguesa. Y la hegemonía burguesa supone, precisamente, la aceptación de las reglas de juego impuestas por la burguesía. La participación en las elecciones significaba la renuncia momentánea (o definitiva, según el caso) a la vía revolucionaria para la conquista del poder. La historia de Alemania entre 1895 y 1914 muestra que la dirigencia de la socialdemocracia consideraba a la revolución, a lo sumo, como un ideal.

En un terreno más práctico, la participación (exitosa, por cierto) en las elecciones abría una variedad de posibilidades de ascenso social a los dirigentes revolucionarios. Además, la exigencia de mantener en pie una maquinaria electoral eficiente se traducía en el desarrollo de un aparato partidario cada vez más vasto. Este aparato, que ofrecía oportunidades de vida a un importante número de dirigentes y militantes, pasaba a ser un fin en sí mismo. Algo de esto aparece reflejado en el texto:

“Al comprobarse que las instituciones estatales en las que se organiza la dominación de la burguesía ofrecen nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar contra estas mismas instituciones, se tomó parte en las elecciones a las dietas provinciales, a los organismos municipales, a los tribunales industriales, se le disputó a la burguesía cada puesto, en cuya provisión mezclaba a su vez una parte suficiente del proletariado.” (p. 26). 

La participación en las elecciones para una multiplicidad de organismos obligaba, como es de esperarse, a destinar una parte cada vez mayor de los recursos del partido a esas actividades. El crecimiento de la estructura partidaria era una consecuencia de ello. La lógica de la organización devora a la lógica revolucionaria.

Pero, además, la “conquista” de las capas medias en el marco de una situación no revolucionaria tiene impacto sobre la ideología del partido socialista. Tanto los pequeños burgueses como los pequeños campesinos (en general, todas las “capas medias”) respetan la propiedad. En todo caso, su radicalismo consiste en proponer medidas que defiendan la pequeña propiedad y fijen limitaciones a la gran propiedad. Esto tiene poco que ver, por cierto, con la reivindicación socialista de la propiedad colectiva de los medios de producción. El hecho de que las capas medias voten al partido socialista no significa que hayan adherido a la ideología socialista. La conquista (sin comillas) de las capas medias es un proceso complejo, que sólo puede concretarse plenamente en el marco de una situación de crisis revolucionaria, donde los pequeños burgueses vacilan en su convicción sobre el carácter “natural” del capitalismo. 

La afirmación engelsiana del sufragio no tiene, pues, validez universal. Su sentido debe buscarse en las condiciones concretas del movimiento europeo de fines del siglo XIX. Aquí el hito fundamental es la Comuna de París (1871). Engels atribuye la derrota al aislamiento político de los obreros parisinos, que no pudieron o no supieron armar una alianza con otras clases y sectores sociales. La caída de la Comuna marcó el final de una etapa del movimiento obrero europeo.

“La rebelión al viejo estilo, la lucha de clases con barricadas, que hasta 1848 había sido decisiva en todas partes, estaba considerablemente anticuada.” (p. 27). 

Después de la Comuna, el centro del movimiento obrero se desplazó desde Francia hacia Alemania. En este marco, la preocupación de Engels pasaba por evitar que la burguesía forzara a los trabajadores a una insurrección aislada de los otros sectores populares. Engels tiene presente en todo momento la derrota de los obreros franceses. Evitar el aislamiento político, impedir que una insurrección apresurada desangrara a la clase obrera: he aquí los ejes de la reflexión engelsiana. 

“En Francia, los socialistas van dándose cada vez más cuenta de que no hay para ellos victoria duradera posible a menos que ganen de antemano a la gran masa del pueblo, lo que aquí equivale a decir a los campesinos.” (p. 32).

La lucha electoral, al permitir la difusión de las ideas socialistas entre el conjunto de los sectores populares, contribuía a evitar el aislamiento político de la clase trabajadora. La insurrección aislada era la pesadilla de Engels, quien pensaba que esta podía provocar una sangría entre el proletariado y retrasar la victoria de este por décadas. La valoración positiva del sufragio va de la mano, entonces, con la preocupación por evitar que la burguesía llevara al proletariado hacia acciones inútiles.

Villa del Parque, domingo 10 de julio de 2016


NOTAS:


  1. Marx, Karl y Engels, Friedrich. [1° edición: 1848]. (1986). Manifiesto del Partido Comunista. Buenos Aires: Anteo.
  2. Para la redacción de este trabajo utilicé la traducción española de la “Introducción” de Engels, incluida en la siguiente edición: Marx, Karl. (1973). Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850. Buenos Aires: Anteo. (pp. 9-38). Engels fechó el texto en Londres, el 6 de marzo de 1895.
  3. Para la situación del socialismo alemán, consultar Cole, G. D. H.  [1° edición: 1956]. (1986). Historia del pensamiento socialista III: La Segunda Internacional (1889-1914). México D. F: Fondo de Cultura Económica. Ver los capítulos V (Alemania: la controversia revisionista)  y VI (Alemania después de la controversia revisionista: apariencia y realidad).
  4. En La ideología alemana, Marx y Engels abordaron la cuestión: “en cada una de sus fases [se refieren a cada fase de la historia de las sociedades] se encuentra un resultado material, una suma de fuerzas de producción, una relación históricamente creada con la naturaleza y entre unos y otros individuos, que cada generación transfiere a la que le sigue, una masa de fuerzas productivas, capitales y circunstancias, que, aunque de una parte sean modificadas por la nueva generación, dictan a ésta, de otra parte, sus propias condiciones de vida y le imprimen un determinado desarrollo, un carácter especial; de que, por tanto, las circunstancias hacen al hombre en la misma medida que éste hace a las circunstancias.” (p. 41; el resaltado es mío – AM -). (Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1985). La ideología alemana. Buenos Aires: Cartago y Ediciones Pueblos Unidos.). Cabe señalar que Marx y Engels rechazan explícitamente la concepción que sostiene que son las circunstancias (económicas) las que determinan exclusivamente la conducta de los hombres. En la aceptación de la tesis que afirma que los hombres hacen las circunstancias está contenida en germen la tesis de la historia como lucha de clases.
  5. El pasaje completo dice: “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases.” A continuación, Marx y Engels agregan: “Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna.”  (p. 32-33). La cita está tomada de: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1983). Obras escogidas. Moscú: Progreso. 
  6. Marx, Karl. [1° edición: 1859]. (2000). Contribución a la crítica de la economía política. México D. F.: Siglo XXI. El fragmento citado se encuentra en p. 5.

domingo, 26 de junio de 2016

MARX, DEFENSOR DE LA LIBERTAD FRENTE AL ESTADO


“La Comuna [de Paris] no fue una revolución tendiente a transferir
el poder del Estado de una fracción de la clase dominante a otra, sino
una revolución para romper esa horrible máquina de dominación de clase.”
Karl Marx, La guerra civil en Francia, primer borrador.


Delacroix, La libertad guiando al pueblo

El título del presente ensayo puede prestarse a confusión. Sobre todo para quienes identifican la causa del socialismo con la expansión de las actividades del Estado o depositan en éste las esperanzas de transformación social. No hace falta profundizar demasiado para comprender las razones de esta posible confusión.

La izquierda del siglo XX, en sus vertientes revolucionaria y reformista, fue estatista. Salvo honrosas excepciones, sus representantes consideraron al Estado como la solución para los problemas de la sociedad capitalista, ya sea como herramienta para construir el socialismo, ya sea como instrumento para limar los aspectos más “nocivos” del capitalismo. Si bien el estatismo fue defendido arguyendo razones de Realpolitik, en diversas oportunidades se recurrió a la autoridad de los clásicos. El objetivo de este ensayo es mostrar la incompatibilidad entre el estatismo de la izquierda y las posiciones de Marx sobre el Estado. Para ello recurriré al análisis de la Crítica del programa de Gotha (1875). (1)

La Crítica es un texto clave para comprender la teoría del Estado del autor de El Capital. Dicha teoría está marcada por la experiencia de la Comuna de París (1871) y por las reflexiones sobre el Estado y la política esbozadas en El capital. Dado que la posición de Marx acerca del Estado es poco conocida y/o tergiversada escandalosamente, es oportuno retomar la lectura directa de esta obra, sobre todo en tiempos en los que el Estado se ha convertido en un fetiche de los partidos y movimientos “progresistas” en América Latina, así como también de los partidos revolucionarios.

La Crítica está compuesta por un conjunto de textos (todos ellos escritos por Marx y Engels en 1875), reunidos por Engels en 1891 para su publicación en la revista teórica de la socialdemocracia alemana, DIE NEUE ZEIT. En esta serie de artículos voy a concentrarme en el más importante de ellos, las Glosas marginales al programa del Partido Obrero Alemán, escrito por Marx entre abril y mayo de 1875. Marx discute el programa resultante de la unificación de las distintas corrientes del socialismo alemán, y desarrolla allí sus tesis sobre el Estado y la actitud que deben tener los socialistas frente a él.

En líneas generales, el socialismo del siglo XIX fue refractario al Estado. Los distintos socialismos, o bien caracterizaron al Estado como instrumento de opresión (marxistas, anarquistas), o bien bregaron por el desarrollo de instituciones socialistas al margen del Estado (por ejemplo, las cooperativas en Inglaterra, las colonias de Cabet, los falansterios de Fourier, etc.). Esto contrasta con el socialismo del siglo XX que, como dije, fue mayoritariamente estatista. Así, en vez de debilitar la influencia estatal, tanto los comunistas como los socialdemócratas procuraron fortalecer el aparato estatal. Al revés de sus predecesores del siglo XIX, muchos socialistas del siglo XX identificaron socialismo con propiedad estatal de los medios de producción.

El progresismo latinoamericano de principios del siglo XXI retomó la concepción de los socialistas del siglo pasado, con el agregado sustancial de que ahora el capitalismo ha sido aceptado como la única forma viable de organización de la economía. Relegado el socialismo al reino de las utopías, sólo queda la realidad concreta del capitalismo. Pero como el capitalismo genera desigualdad y eso no se puede ocultar, nuestros progresistas apelan al Estado como mecanismo para garantizar la “igualdad” y/o la “equidad” en la sociedad. En este marco, el Estado, instrumento de opresión, es elevado a la condición de herramienta de “liberación”. El kirchnerismo, el PT brasileño, el Frente Amplio en Uruguay, Correa en Ecuador, Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, son otras tantas variantes de este progresismo. Más allá de sus diferencias (que no puedo tratar aquí), todos ellos tienen en común la aceptación de la propiedad capitalista y la apelación al fortalecimiento del Estado como medio para enfrentar al “neoliberalismo”. Como la negación del carácter opresor del Estado conlleva la de la lucha de clases (pues el carácter opresor del Estado consiste en que sirve a una clase en su lucha contra la otra), es lógico que los progresistas puedan cortejar sin pudor a la burguesía “nacional” y al capital internacional. Como quiera que sea, nada de esto conduce a la emancipación de los trabajadores y los demás sectores populares. La crisis de este progresismo requiere un análisis minucioso de la concepción del Estado mencionada más arriba.

La Glosas marginales sirven para recuperar lo mejor de la tradición socialista del siglo XIX y para discutir desde la teoría las concepciones progresistas acerca del Estado. El hecho de no estar viviendo un período de crisis revolucionaria de ningún modo exime de la responsabilidad de combatir desde una posición de clase las concepciones dominantes sobre el Estado. En esta tarea es fundamental la recuperación crítica de la teoría y la práctica socialistas de los siglos XIX y XX. La tarea es todavía más urgente si se tiene en cuenta que todavía vivimos en un mundo signado por las derrotas del movimiento obrero en las décadas del ’70, del ’80 y del ’90 del siglo XX. Las variantes más radicales del progresismo latinoamericano, aun cuando se hagan llamar “socialistas”, naturalizan al capitalismo en la medida en que no cuestionan la propiedad privada y que, a lo sumo, proponen la propiedad mixta en algunos sectores de la economía. La revolución está lejos, es verdad. Pero más lejos estará si se insiste en hacer del Estado el instrumento de liberación y si no se cuestiona la propiedad privada. Pensar sinceramente que el capitalismo es la única forma posible de organización económica de la sociedad moderna es un acto valorable de honestidad intelectual; en cambio, es deshonesto y profundamente destructivo desde el punto de vista de una política revolucionaria afirmar que el Estado capitalista puede conducir al socialismo. Y es todavía peor si se denomina “socialismo” a esta concepción.

Como intentaré demostrar en este ensayo, la reflexión de Marx en sus Glosas marginales apunta hacia el futuro y no a un pasado perimido. Marx es un clásico porque interpela a nuestro presente y porque parte de la tesis de que toda ciencia es política. 

Marx parte del reconocimiento de la relación estrecha entre el Estado y la sociedad capitalista; sin la segunda, la existencia misma del Estado moderno sería imposible: 

“…los distintos Estados de los distintos países civilizados, pese a la abigarrada diversidad de sus formas, tienen de común el que todos ellos se asientan sobre las bases de la moderna sociedad burguesa, aunque ésta se halle en unos sitios más desarrollada que en otros, en el sentido capitalista.” (p. 342).

Estado moderno y sociedad burguesa son las dos caras de la misma moneda. La complejidad del aparato estatal bajo el capitalismo es la contracara de la división del trabajo de la producción mercantil. La igualdad de los ciudadanos es la forma política de la igualdad de las mercancías en el mercado. La existencia misma del Estado, como esfera diferente de la sociedad burguesa, requiere de la presencia de esta última. El Estado puede crear la igualdad jurídica precisamente porque existe la desigualdad de las condiciones de existencia de las distintas clases sociales. 

El desarrollo incesante de la maquinaria estatal bajo el capitalismo conduce, además, a una creciente autonomía del Estado respecto a la sociedad:

“por «Estado» se entiende, en realidad, la máquina de gobierno, o el Estado en cuanto, por efecto de la división del trabajo, forma un organismo propio, separado de la sociedad.” (p. 343).

Esta autonomía relativa obedece no sólo al proceso de división del trabajo, sino también a su condición de órgano encargado de la representación de los intereses comunes de la burguesía. (2) Para cumplir con eficacia dicha función debe mantenerse relativamente alejada de cada una de las fracciones de la clase dominante; siempre una de ellas ejerce el rol predominante en la hegemonía burguesa, pero ese predominio debe aparecer oscurecido para dotar de mayor legitimidad a la dominación.

La mencionada autonomía relativa crea el ambiente propicio para que el aparato estatal pase a ejercer un dominio creciente sobre la sociedad.

“La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella” (p. 341).

Es significativo que Marx considere que la libertad es imposible si el Estado ejerce su control sobre la sociedad. En este sentido, su reflexión sobre la expansión de las funciones estatales resulta de enorme interés, sobre todo porque, como hemos afirmado, muchos socialistas del siglo XX pensaron que el Estado era la panacea para todos los problemas de la sociedad. Marx, a partir de la experiencia de la Comuna de París, llegó a la convicción de que el socialismo era imposible si no se modificaba radicalmente la estructura estatal, heredada del capitalismo. En su pensamiento, transformación del Estado (por ejemplo, eliminación de su aparato represivo) y abolición de la propiedad privada de los medios de producción van juntos.

El rasgo fundamental del Estado en general es su carácter opresor, su papel de instrumento privilegiado para el ejercicio de la dominación de clase. El Estado detenta el monopolio de la violencia legítima (3) con el objetivo de mantener la estructura de poder existente en la sociedad. Lejos de ser autónomo, el Estado se encuentra limitado en su “capacidad creadora” por las luchas de clases, por los resultados de éstas. Además, el Estado moderno es el Estado capitalista, es decir, tiene por objetivo el mantenimiento de la explotación del trabajo por el capital.

El Estado capitalista, por tanto, no representa (ni puede representar jamás), el “interés general”. En una sociedad dividida en clases con intereses antagónicos, el “interés general” no puede ser otra cosa que el interés de la clase dominante. Dicho en otros términos, la forma en que en cada sociedad concreta se expresa el “interés general” constituye la manifestación de la hegemonía (en el sentido gramsciano del término) de la clase dominante. En la sociedad capitalista, la burguesía es la clase dominante porque tiene la propiedad privada de los medios de producción.

Lo expuesto en los dos párrafos anteriores sirve para continuar la lectura de las Glosas marginales de Marx. Su crítica al proyecto de programa del socialismo alemán debe leerse en este marco conceptual.

Los socialistas alemanes habían incluido en el proyecto la aspiración a constituir un “Estado libre”. Hay que recordar que el Estado alemán en 1875 era muy diferente a un Estado moderno. El juicio de Marx es lapidario:

“Un Estado que no es más que un despotismo militar de armazón burocrático y blindaje policíaco, guarnecido de formas parlamentarias, revuelto con ingredientes feudales e influenciado ya por la burguesía.” (p. 343).

El Imperio alemán no era, por cierto, nada comparable a una “república democrática”. En consonancia con esta realidad, los socialistas alemanes incluían en el proyecto una serie de reivindicaciones democráticas: “sufragio universal, legislación directa, derecho popular, milicia del pueblo.” (p. 342).

El socialismo alemán ponía el acento en la transformación del Estado. La lucha democrática reemplazaba a la lucha socialista. Subyacía la tesis de la separación entre el ámbito político (eje de las preocupaciones inmediatas de los socialistas) y el ámbito económico (el proceso de producción, cuya transformación socialista quedaba relegada a una etapa posterior). Una consecuencia de esta separación era la creencia en las virtudes del Estado para transformar la realidad. En otras palabras, el Estado era el camino privilegiado para conquistar la democracia y el socialismo. Como la adopción de la vía estatal implicaba la aceptación de las reglas de juego impuestas por el Estado, la revolución quedaba descartada, en la práctica, del menú de opciones del socialismo.

En este punto comienza la crítica de Marx al proyecto. Mucho tiempo atrás, en su artículo “Sobre la cuestión judía”, había sometido a discusión los límites de la “emancipación política” (la Revolución Burguesa). (4) En dicho artículo, la argumentación marxista todavía se desenvolvía en un marco más filosófico que político. En las Glosas marginales, la crítica de Marx se sitúa en la lucha de clases, partiendo del carácter de clase del Estado.

“La misión del obrero, que se ha librado de la estrecha mentalidad del humilde súbdito, no es, en modo alguno, hacer «libre» al Estado. En el Imperio alemán el «Estado» es casi tan «libre» como en Rusia.” (p. 341).

Cuando Marx dice que el Estado alemán es “libre”, está afirmando que constituye un órgano separado de la sociedad y que ejerce la dominación sobre ella. El Estado en tanto organización, desarrolla fines que le son propios y que le llevan a ejercer cada vez mayor presión sobre la sociedad. De modo que defender la consigna de un Estado “libre”, como lo hacían los socialistas alemanes, significaba  en las condiciones de Alemania un reconocimiento a la dominación del Estado libre sobre la sociedad. Constituía el surgimiento en las filas socialistas de la tendencia a “adorar” al Estado, a convertirlo en remedio para todos los males. Y la naturaleza de ese remedio pasaba por las relaciones burocráticas de “ordeno y ejecuta”, no por el establecimiento de relaciones horizontales, democráticas. En esta concepción, la libertad era una concesión del Estado, no un derecho del ser humano.

Marx plantea un punto de vista diametralmente opuesto:

“La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano complemente subordinado a ella.” (p. 341).

A contrapelo de la opinión habitual, el “estatista” Marx sostiene que el socialismo pasa por la liberación de la sociedad respecto a la tutela del Estado.

“El Partido Obrero Alemán – al menos si hace suyo este programa – demuestra cómo las ideas del socialismo no le calan siquiera la piel, ya que, en vez de tomar a la sociedad existente (y por lo mismo podemos decir de cualquier sociedad en el futuro) como base del Estado existente (o del futuro, para una sociedad futura), considera más bien al Estado como un ser independiente, con sus propios «fundamentos espirituales, morales y liberales».” (p. 341).

Los socialistas alemanes, en vez de partir de la sociedad capitalista y del Estado engendrado por ella, parten de un Estado separado de la sociedad, que nace y flota en el vacío. La crítica a esta última concepción es de rigurosa actualidad.

El progresismo sostiene la tesis de que el Estado, justamente por ser independiente de la sociedad, puede remediar los problemas sociales. La “justicia social” es posible en la medida en que se postule la existencia de un juez imparcial respecto a los antagonismos de las clases sociales. Ese juez es el Estado. El Estado toma nota de las diferencias entre ricos y pobres, y busca un equilibrio más justo. El marxismo parte de la lucha de clases, del reconocimiento de la explotación capitalista. El progresismo concibe las relaciones entre clases en términos de justicia. La explotación deja de ser un fenómeno económico y pasa a ser pensada como abuso, como transgresión a las normas de la justicia eterna. En suma, el capitalismo es elevado a la categoría de fenómeno natural.

La actualidad de las Glosas marginales radica en que Marx asume una posición realista en la teoría del Estado. El realismo proviene de su posición de clase, que le hace concebir al Estado como un aparato destinado a la opresión de clase. Este punto de partida le permite escapar tanto del progresismo como del utopismo, que hacen del Estado un ente que flota por encima de las miserias humanas. Pero el reconocimiento del carácter capitalista del Estado representa el comienzo del análisis, no el cierre del mismo. Marx observa la creciente concentración de poder en el Estado (concentración que va de la mano, precisamente, con el desarrollo del capitalismo y de la división del trabajo) y señala que éste es cada vez más un parásito que oprime a la sociedad. De ahí el énfasis de la reflexión marxista en la necesidad de que el Estado se subordine a la sociedad. A diferencia del liberalismo, que convierte al Estado en una mal en sí mismo, en una abstracción metafísica, el realista Marx prefiere estudiar los mecanismos concretos por los que el Estado domina a la sociedad en el capitalismo.

Capitalismo y desarrollo del carácter parasitario del Estado son las dos caras de la misma moneda.


Villa del Parque, domingo 26 de junio de 2016


NOTAS:

(1)  Para redactar este comentario utilicé la traducción española incluida en: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1983). Obras escogidas. Moscú: Progreso. (pp. 329-346).
(2)  “El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa.” (Marx, Karl y Engels, Friedrich, Manifiesto del Partido Comunista, Buenos Aires, Anteo, 1986, p. 37).
(3)  Max Weber, de quien no puede decirse que fuese marxista, sostiene la misma opinión: “«Todo Estado está fundado en la violencia», dijo Trotsky en Brest-Litowsk. Objetivamente esto es cierto. (…) Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (…) reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima.” (Weber, Max, El político y el científico, Madrid, Alianza, 1986, pág. 83.
(4) “La emancipación política es la reducción del hombre, de una parte, a miembro de la sociedad burguesa, al individuo egoísta independiente y, de otra, al ciudadano del Estado, a la persona moral.” (Marx, Marx, “Sobre la cuestión judía”, en Marx, Karl, Escritos de juventud sobre el derecho. Textos 1837-1847, Barcelona, Anthropos, p. 197.