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sábado, 11 de octubre de 2014

CARTA ABIERTA Y EL AGOTAMIENTO DEL PROGRESISMO (II): SERVILISMO INDIGNO Y VENTAJAS ECONÓMICAS


“Servilismo indigno que ninguna ventaja económica justifica.”
Carta Abierta


En el artículo anterior comenté la caracterización de la etapa actual del capitalismo, tal como la formulan en su último documento (la Carta n° 17) los intelectuales kirchneristas agrupados en torno a la agrupación Carta Abierta (CA). El capitalismo de la globalización, tal es el nombre de la criatura, no levanta vuelo, a pesar de la increíble cantidad de adjetivos empleados por CA para garantizar su construcción. Pero el esfuerzo de los intelectuales de CA no termina ahí. Como era de esperarse, la caracterización del capitalismo internacional no es otra cosa que el preludio para el análisis de la situación política nacional.

Resulta imposible esperar linealidad argumentativa en un documento de CA. Los intelectuales que conforman este agrupamiento se han vuelto especialistas en crear un lenguaje enredado, barroco y confuso, insoportable a la lectura y que oculta, detrás de la “complejidad formal”, la adscripción de los autores a formas más o menos vergonzantes del posmodernismo. Es por ello que opté por darle un mínimo de orden al argumento de CA, con el objeto de describir su diagnóstico de la situación argentina, así como también sus propuestas.

CA afirma que el capitalismo de la globalización, expresado entre otras cosas en el fallo del juez Griesa, tiene por objetivo una reformulación de la dependencia:

“La dependencia, como la articulación en una estructura única de países desarrollados y subdesarrollados, en virtud de la capacidad endógena o inducida de crecimiento, cuya ruptura sería posible a través de la participación política de grupos sociales antes marginados, ahora incluye mayores sumisiones superestructurales como la subsunción jurídica en una legalidad global manejada por los centros imperiales y la “integración financiera”.

La dependencia es despojada de toda connotación de clase, es decir, de toda referencia a la explotación de los trabajadores, y pasa a ser concebida como la subordinación de unos países a otros (los subdesarrollados se someten a los desarrollados). Al hacer esta operación, la burguesía de los países subdesarrollados queda incluida entre los grupos sociales que padecen la dependencia. CA parece considerar a la dependencia como algo que fluye desde el centro a la periferia, no como una relación propiamente dicha (en la que se entrecruzan los intereses de las burguesías del centro y las de la periferia, todo bajo el dominio de la lógica del capital). La referencia a la “subsunción jurídica” es curiosa. CA presenta la sumisión a los tribunales estadounidenses como un nuevo rasgo de la dependencia. Ahora bien, fueron justamente los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández, en los canjes de deuda de 2005 y 2010, quienes ratificaron la jurisdicción de los tribunales norteamericanos en las cuestiones relativas a la deuda externa argentina. Es decir, los líderes del “Proyecto Nacional y popular” defendido por uñas y dientes por CA.

La reformulación de la dependencia se expresa, en la coyuntura política de 2014, en el desarrollo de “nuevas y viejas derechas”, que pretenden “la sustitución abrupta de una épica por la desmovilización de los cuerpos y las ideas”. El lenguaje empalagoso de CA oculta que los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández han sido “pagadores seriales” de deuda externa, fortaleciendo así el poder del “capitalismo de la globalización”, fuente de todos los males para CA. La referencia a los “cuerpos” y a las “ideas” (¡como si cuerpo e idea pudieran estar separados!) oculta que toda coyuntura política expresa una lucha entre clases y grupos sociales, no una disputa de palabras entre intelectuales que viven de los fondos públicos.

CA describe así la situación actual:

“Hoy, luego de once años vivimos un momento de extremo riesgo. Por primera vez el bloque de los poderosos, de los que portan el poder económico y el proyecto de articularse con el capitalismo de la globalización, aunados con una oposición política, en la que la mayoría de sus referentes abrevan en ese viejo posibilismo acomodaticio desplazado –basta ver cómo sin ideas ni identidades mudaron del oficialismo a la oposición y navegaron sin destino fijo entre las distintas variantes de la misma– ha generado una colusión de intereses para derrotar al Proyecto nacional y popular, para ahogar la hora de las transformaciones y reinsertar al país en la “normalidad” del apoliticismo, la desabrida gestión de lo público como si se tratara de lo privado, y la resignación a la lógica de un país obediente del poder de las potencias. Servilismo indigno que ninguna ventaja económica justifica. Sentido “práctico” del consumidor pasivo, del hombre sumiso y la Nación humillada. Esta es la amenaza.” (El resaltado es mío.)

Empiezo por el final. Los muchachos de CA, ahogados en palabras, terminan por ser descuidados en sus documentos. Del texto de la Carta se desprende que el “servilismo indigno” puede ser aprobado en virtud de la obtención de ventajas económicas. Está todo dicho. A confesión de parte relevo de pruebas. Horacio González, Ricardo Forster y otros deberían renunciar a sus cargos y a las ventajas económicas, para terminar con su “servilismo indigno”. Esto no ocurrirá, por supuesto.

Sigamos. Los intelectuales de CA reconocen que la clase dominante busca articularse con el “capitalismo de la globalización”. Pero en vez de dar nombres, de caracterizar a dicha clase, prefieren hablar del “bloque de los poderosos”. De ese modo evitan confrontar con la burguesía vernácula, que queda disponible para el Proyecto Nacional que incluya burguesía y trabajadores (bajo el comando, por supuesto, de la burguesía).

CA reconoce que la burguesía argentina obtuvo ganancias fabulosas durante los gobiernos de Néstor y Cristina:

“La élite del gran empresariado que ha recolectado grandes ganancias durante una década de recuperación económica, crecimiento industrial, aumento de la productividad de los trabajadores, excelentes precios para la exportación de granos y una política que consiguió el predominio de la actividad productiva por sobre la lógica de la valorización financiera, resiste ahora una necesaria regulación que procura un reparto más justo de la riqueza y los ingresos.”

CA omite que el supuesto predominio de la “actividad productiva” fue de la mano con las enormes ganancias de los bancos, a punto tal que el sector financiero fue uno de los ganadores de la década kirchnerista. También deja de lado que la recuperación económica fue de la mano con el mantenimiento de bajos salarios, precarización laboral y vigencia de las leyes laborales heredadas de la época menemista. Todo ello aderezado con campo libre para los manejos de la burocracia sindical, dedicada a hacer negocios y a expulsar cualquier atisbo de militancia clasista.

Dado el contexto mencionado en el párrafo anterior, el llamado a la “necesaria regulación” gira en el vacío más absoluto. Es difícil de entender porqué aquello que no se hizo cuando Cristina tenía el 54 % de los votos puede llevarse adelante en las condiciones actuales.
CA es consciente de que no puede avanzar mucho más allá de las palabras en el terreno económico. Por eso prefiere refugiarse en el terreno que constituye, según ellos, el logro más importante de la década kirchnerista:

“Pero la política que las abrazó a todas e impregnó y organizó el sentido de la época fue la de Derechos Humanos, que constituyó un hecho literalmente revolucionario, no solamente en el país, sino a nivel continental y mundial con iniciativas, procedimientos y resultados que avanzaron en el objetivo del “nunca más” a través de un trípode que más que una consigna fue el eje de esa política: “Memoria, Verdad y Justicia”. De ella fluye el espíritu que impregnó el sentido enérgico e irreductible del kirchnerismo. Porque es la fuente del fuego que envolvió una experiencia política.”

Aclaremos los tantos. Al hablar de política de Derechos Humanos, CA se refiere al impulso dado a los juzgamientos de los militares responsables de secuestros, torturas y asesinatos durante de la dictadura de 1976-1983. En este punto, el kirchnerismo se arroga un mérito que lo excede largamente. Ni Néstor ni Cristina estuvieron a la cabeza de las luchas contra el indulto y por juzgamiento de los militares durante la década menemista. Tampoco lo hicieron bajo el alfonsinismo. Sólo en 2003, y como consecuencia de la debilidad política derivada de haber obtenido poco más del 20 % de los votos, el kirchnerismo abrazó la causa de los derechos humanos, como un instrumento de seducción hacia las capas medias progresistas. Pero esa política tuvo límites bien precisos. Ante todo, no afectó la acumulación capitalista, pues dejó de lado la legislación laboral, manteniendo las condiciones de explotación promovidas durante la década menemista. Tampoco incluyó a los otros derechos sociales, como, por ejemplo, la vivienda. Y, por último, dicha política no impidió que en las cárceles y comisarías la tortura sea una una práctica cotidiana, así como también el “gatillo fácil” de la policía contra los jóvenes pobres.

CA plantea la necesidad de la movilización popular para salvaguardar las “conquistas” logradas por el kirchnerismo. Sin embargo, esto se da de bruces con una concepción verticalista de la política, en la que el militante tiene que seguir a rajatabla los mandatos del líder (léase tragar todos los sapos que sea necesario):

“se reinstalaba la premisa de la creencia en el gobernante como sujeto de cambios, como portador de un programa, como militante de convicciones, como encarnador de la voluntad popular de cambio”. (El resaltado es mío).

Mucha cháchara sobre democratización. Pero, en definitiva, es el gobernante el sujeto de los cambios. Dicho en criollo, la concepción verticalista de la política. La inflación de palabras de CA es una consecuencia de su falta de autonomía respecto a quien le da de comer. Las palabras ocultan la sumisión completa de CA a las necesidades políticas de Cristina Fernández.

CA expresa la bancarrota de los intelectuales que niegan la lucha de clases y que piensan que es posible un mejor capitalismo, diferente al “capitalismo salvaje”. También expresa la ausencia de perspectivas del nacionalismo progresista (o de izquierda) en la Argentina actual. Esto no significa que la influencia de las ideas nacionalistas de izquierda esté en decadencia. Todo lo contrario. Es por ello que resulta de importancia emprender una crítica constante de todas las manifestaciones de esta corriente, cuyas ramificaciones van mucho más allá de CA.



Villa del Parque, sábado 11 de octubre de 2014

lunes, 29 de septiembre de 2014

CARTA ABIERTA Y EL AGOTAMIENTO DEL PROGRESISMO (I)

“Cualquier cacatúa sueña con la pinta de Carlos Gardel.”


El agrupamiento de intelectuales kirchneristas conocido como Carta Abierta (CA) acaba de lanzar su carta n°17. El texto completo fue publicado por diario Página/12 en su edición del domingo 28 de septiembre. El estilo ampuloso de los documentos de CA, alejado por cierto de la sencillez profunda de lo popular, es característica de todo el escrito y dificulta su lectura completa. Hay muchísimo cacareo barroco y poca sustancia. Sin embargo, el documento no carece de importancia, como intentaré demostrar a continuación. El escaso tiempo de que dispone el autor de estas notas impide la formulación de una crítica exhaustiva del texto. Es por ello que he preferido concentrarme en los aspectos que considero más significativos.

Es importante tener en cuenta el contexto en que CA publica su Carta n° 17 antes de comenzar el análisis propiamente dicho. La crisis del modelo de acumulación instaurado por el kirchnerismo a partir de 2003 se encuentra en pleno desarrollo: el país no cuenta con las divisas necesarias para cubrir los pagos de importaciones y de intereses de deuda hasta diciembre de 2015; la recesión se dispara y se multiplican las suspensiones y despidos; la inflación pulveriza los salarios y hace que cada vez más trabajadores tengan dificultades para llegar a fin de mes; la pobreza (negada en las estadísticas oficiales) se hace sentir en las calles, a través de la multiplicación de indigentes. Se trata, por cierto, de un panorama poco propicio para agarrar la guitarra y sanatear. Es por ello que el documento tiene mucho de extemporáneo y de grotesco político.

En primer lugar, los autores no se andan con chiquitas y nos encajan la caracterización de una nueva etapa del capitalismo, cuya acta de nacimiento, aunque no lo digan expresamente, es el fallo del juez Griesa en contra de la Argentina. De este modo, los acontecimientos argentinos adquieren, por el mero poder de las palabras, un significado histórico-universal. Veamos cómo describen al capitalismo los intelectuales de CA:

“…los más concentrados gabinetes judiciales de Wall Street, donde el lenguaje de las finanzas se puede resumir ahora en amenazantes y lacónicas sentencias judiciales, que distorsionan acuerdos de pago sobre las deudas soberanas hechos en términos del lenguaje capitalista heredado, y que ahora parece escaso ante la nueva gendarmería judicial-financiera que recorre el mundo con su apocaliptico mensaje. Ni siquiera el viejo capitalismo, cuya proterva historia podemos visualizar desde la Liga Hanseática de los remotos tiempos hasta los acuerdos de Bretton Woods, es una cápsula válida para contener estos nuevos impulsos irracionales que le quitan un núcleo de realidad productiva que tenía el capitalismo arcaico, para situar la nueva lógica irracional en un reproductivismo de un mundo sin naciones, sólo regulado por la nueva división en regiones financieras de endeudamiento comprendido como nueva forma de mando imperial.

El lenguaje increíblemente enredado de los autores encubre una serie de afirmaciones sobre el capitalismo actual, que resumen todos los prejuicios de un progresismo acostumbrado a copiar las modas intelectuales y no a estudiar seriamente los fenómenos sociales. Veamos. El capitalismo se basa hoy en “impulsos irracionales”, desprovistos del “núcleo de realidad productiva” que tenía el “capitalismo arcaico”. Decir esto es una tremenda estupidez. El capitalismo (el arcaico, el actual o el que existe en las cabezas de los muchachos de CA) consiste en la producción de mercancías para obtener plusvalor. Ese plusvalor es apropiado por los propietarios de los medios de producción. En el capitalismo desarrollado, la centralización y concentración de los medios de producción alcanza niveles cada vez mayores, reforzando así el poder de la clase capitalista. Expresado de manera más sencilla: la base del poder de los empresarios es la apropiación del plusvalor, esto es, el trabajo gratuito producido por los trabajadores. Sin plusvalor no hay nada para repartir. Sin producción no hay plusvalor. Todas las disputas entre fracciones capitalistas presuponen la existencia de una producción capitalista como eje que articula a la sociedad. Los intelectuales de CA dejan de lado esta cuestión y pasan a afirmar que vivimos en un mundo en el que prima el “reproductivismo” (¿qué puede significar esta expresión?, sólo ellos lo saben). Plantear que hay “reproductivismo” sin producción es algo tan absurdo que los autores de la Carta no se animan a decirlo abiertamente.

Sigamos. El mundo se halla dividido en “regiones financieras de endeudamiento comprendido como una nueva forma de mando imperial”. Todo muy bonito, pero sostener que el endeudamiento es la nueva forma de dominación implica soslayar el momento de la producción, que es la instancia en la que se produce el plusvalor. Sin plusvalor, es imposible pagar el interés de ninguna deuda. Otra vez (perdón por la repetición), sin producción no hay plusvalor. Volveremos luego sobre las características de este “mando imperial”.

Los autores procuran precisar mejor la caracterización de la nueva etapa del capitalismo. Así, producen una nueva definición, en la que se aclara un poco más la noción de “reproductivismo”:

el cambio de situación en el seno de la globalización –concentración de pulsiones bruscamente unificadas de consumo de símbolos culturales en mundo políticos multipolares en lucha, con zonas ineluctables en guerras de carácter también novedoso, incluso en su ascenso a niveles desconocidos de crueldad–, con convenios de control financiero que se hallan en los nuevos tratos que permite la mundialización de los nodos de la mercancía (judiciales y económicos) que son parte de la reproductibilidad del capital desmaterializado: sólo son formas de captura de beneficios bajo la acción de un subproducto original del neocapitalismo, que su alianza privilegiada con sectores del poder judicial central, sella ahora un poder punitivo nuevo, bajo la forma de una gendarmería judicial mundial y nuevas coaliciones militares…”

El texto es increíblemente enredado. Se trata de un estilo muy utilizado en los ámbitos académicos y que consiste en adornar las tonterías más increíbles con palabras rebuscadas, hasta llegar a un punto en que el lector se marea y pierde toda noción de lo que se está diciendo. En este pasaje, los autores afirmar que el “reproductivismo” es propio del “capital desmaterializado”. Es una manera elegante de afirmar que la producción es obsoleta y que importa el pensamiento, las ideas, lo inmaterial. No dispongo de espacio suficiente para examinar de lleno la cuestión del “capital inmaterial”. Basta con decir que el capital es una relación social, no una cosa (ya sea ésta material o inmaterial), y que esa relación supone la existencia de propietarios de medios de producción y de no-propietarios que venden su fuerza de trabajo a cambio de un salario. En este sentido, no importa si los trabajadores producen autos o programas de computación; lo central es su subordinación al capital, plasmada en la producción de plusvalor que es apropiado por éste. Si se deja de lado al momento de la producción y se define al enemigo a partir del “reproductivismo”, de la apropiación de excedente, se llega al punto en que se defiende la alianza con los “capitalistas industriales” para hacer frente a los “malos capitalistas”, quienes viven del saqueo.

El nuevo capitalismo, al que denominan como “capitalismo de la globalización”, es caracterizado como “un subproducto original del neocapitalismo”, que vive de la captura de beneficios gracias a su alianza con sectores del poder judicial central y con un nuevo poder punitivo. O sea, Griesa es el emblema de una nueva forma de capitalismo.

Al principio del documento se halla la síntesis del “capitalismo de la globalización”:

En esta época a la que aún le falta nombre, pero a la cual no le sería el de capitalismo de la globalización, encontramos una novedosísima alianza entre el poder comunicacional, las guerras localizadas de extremo salvajismo, las guerras interreligiosas que se realizan en territorios con instalaciones petroleras y represas hidroeléctricas, los dictámenes jurídicos inherentes a una nueva clase estamental de la especulación en segundo grado. Se trata ésta de un tipo de especulación sobre la especulación, formándose fondos de acreencias que se tornan maniobras de ataque jurídico contra naciones soberanas que repentinamente asisten al proyecto de mengua de su soberanía ante un nuevo poder agresivo, no militar sino que recurre a arbitrios jurídicos propios de una legalidad inquisitorial. La dependencia, como la articulación en una estructura única de países desarrollados y subdesarrollados, en virtud de la capacidad endógena o inducida de crecimiento, cuya ruptura sería posible a través de la participación política de grupos sociales antes marginados, ahora incluye mayores sumisiones superestructurales como la subsunción jurídica en una legalidad global manejada por los centros imperiales y la “integración financiera”. (El resaltado es mío).

Por lo visto, el elemento central de esta nueva etapa del capitalismo es el jurídico (el juez Griesa como encarnación de todos los males). El lector puede notar las piruetas que hacen los autores para evitar hablar de burguesía.

Dejando de lado las citas, hay que decir que la caracterización de la etapa actual del capitalismo, realizada de modo tan desmañado por CA, implica dejar de lado dos cuestiones básicas: a) la existencia de una lógica del capital, que puede gustar o no gustar, pero a la que no se puede calificar de “irracional”; b) la comprensión de que el imperialismo supone actualmente la completa subordinación del trabajo al capital. En otras palabras, lejos de poder hablar de un “capitalismo inmaterial” o de la mar en coche, tenemos un capitalismo que desarrolla toda una serie de dispositivos para subordinar al trabajo y extraer de éste la mayor cantidad posible de plusvalor. El tan mentado “neoliberalismo” comenzó a partir de una serie de terribles derrotas del trabajo frente al capital y no en la preeminencia de lo “inmaterial” sobre lo “material”. Claro que los autores de CA reniegan del capitalismo real, de la producción real y de la lucha de clases real. Para ellos sólo existen las palabras (cuanto más enredadas, mejor).

Para finalizar esta primera parte. En toda su exposición, los autores evitan hablar de Estado para referirse al “nuevo mando imperial”. Así, los fallos jurídicos, el poder comunicacional, etc., giran en el vacío, como si los hubiera parido lo “inmaterial”. Ahora bien, en el capitalismo real (no en el imaginario de CA) es Estado es una pieza imprescindible en la dominación del capital. Siendo esquemático, puede decirse que el Estado actúa como una especie de capitalista colectivo, tutelando los intereses del conjunto de la clase capitalista. De ahí que actué, entre otras cosas, como regulador de las conductas de los empresarios individuales, impidiendo que la búsqueda individual de ganancia pueda poner en riesgo la estabilidad del sistema en su conjunto. Si se opina que el capitalismo es la mejor forma de organización social, resulta sensato postular al Estado como el elemento que puede construir un capitalismo “bueno”, opuesto al capitalismo “malo” de la especulación financiera. Pero si se considera que el capitalismo es una forma de organización social basada en la explotación de la clase trabajadora, cuyo eje es la apropiación del plusvalor creado por ésta, las cosas son bien diferentes. Lejos de ser la solución, el Estado pasa a ser parte del problema. Frente a la clase dominada, el Estado no sólo cumple funciones regulatorias, sino también funciones represivas. El Estado reprime cualquier intento de la clase trabajadora por sacar los pies del plato del capitalismo.

Cuando los intelectuales de CA se niegan a hablar de burguesía y de Estado, no hacen otra cosa que generar el espacio de posibilidad para una política subordinada a los intereses de la burguesía y centrada en el ámbito del Estado. El progresismo, más allá de las ropas que vista, es la aceptación lisa y llana del poder del capital, que en ningún momento se ve cuestionado.

El progresismo puede ser muchas cosas, menos un pensamiento anticapitalista. La seguimos en la nota siguiente.



Villa del Parque, lunes 29 de septiembre de 2014