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domingo, 22 de diciembre de 2024

KANT, ¿QUÉ ES LA ILUSTRACIÓN? (1784): FICHA DE LECTURA

 

 


Ariel Mayo (ISP J. V. González / UNSAM)

 

“Nada está más allá del poder del pensamiento,

salvo lo que implica contradicción absoluta.”

David Hume (1711-1776)

 

Leer los clásicos es un viaje al futuro. El filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) no es la excepción a esta regla. Su intento de definir los alcances de la Ilustración, ese vasto movimiento filosófico y cultural que se desarrolló en el siglo XVIII, nos interpela directamente a quienes vivimos en el siglo XXI. Esa interpelación es tanto más fuerte debido a que la razón se ha vuelto exclusivamente instrumental[1] o es negada en aras de los sentimientos (que operan como herramientas para asegurar la dominación de quienes se sirven de dicha razón instrumental). En pocas palabras, en la actualidad la razón ha sido “cancelada” en tanto vía para lograr la emancipación humana (mejor dicho, la idea misma de “emancipación humana” ha sido borrada del horizonte intelectual de nuestra época). De ahí que volver al viejo Kant, quien reivindicaba el papel emancipador de la razón, resulte una manera de conectarnos con nuestro presente y con nuestro futuro.

El texto elegido es el famoso artículo Beantwortung der Frage: Was ist Aufklärung? [Contestación a la pregunta ¿Qué es la Ilustración?], publicado originalmente en la revista Berlinische Monatsschrift [Berlín, Prusia] en diciembre de 1784.

El artículo de Kant puede dividirse en tres partes: 1) la definición del concepto de Ilustración; 2) la distinción entre uso público y uso privado de la razón; 3) la evaluación de las posibilidades de desarrollo futuro de la Ilustración.

Dado que se trata de una ficha de lectura, se ha optado por seguir la estructura del artículo, agregando comentarios y notas cuando nos ha parecido pertinente. Los comentarios se hallan encuadrados entre corchetes [].

Referencia bibliográfica:

Kant, I. (2013). Contestación a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? En ¿Qué es la Ilustración? y otros escritos de ética, política y filosofía de la historia (pp. 85-98). Madrid, España: Alianza. Traducción de Roberto R. Aramayo.

La sigla AK significa Edición de la Academia: Escritos completos de Kant; los números romanos remiten al número de tomo y los arábigos al de la página. Ejemplo: AK, VIII, 35 significa Escritos completos de Kant, tomo VIII, pág. 35. Además, se ha incluido el número de página correspondiente a la traducción de Roberto R. Aramayo.


¿Qué hay que entender por Ilustración?

El punto de partida kantiano es la definición de Ilustración: “significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo” (AK, VIII, 35; pág. 87).

Kant entiende por minoría de edad la “incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado por algún otro.” AK, VIII, 35; pág. 87). Las causas de esta incapacidad son “pereza y cobardía” (AK, VIII, 35; pág. 87). Se trata de una situación cómoda, pues “no me hace falta pensar, siempre que pueda pagar; otros asumirán por mí tan engorrosa tarea” (AK, VIII, 35; pág. 88). Quienes se encargan de tutelar a los seres humanos no están interesados en que ellos salgan de esa tutela, pues dichos tutores se benefician con ella. Para ello utilizan: “Reglamentos y fórmulas, instrumentos mecánicos de un uso racional - o más bien abuso - de sus dotes naturales, constituyen los grilletes de una permanente minoría de edad.” (AK, VIII, 36; pág. 88)

¿Por qué afirma que uno mismo es responsable? Porque la causa de la falta de entendimiento es la “falta de resolución y valor para servirse del “suyo propio [del propio entendimiento] sin la guía de algún otro” (AK, VIII, 35; pág. 87).

[Hay que apuntar dos cosas: a) la noción de “minoría de edad” cobra especial relevancia en estas primeras décadas del siglo XXI, en las que se ha decretado la muerte de la Ilustración a manos del posmodernismo. En la actualidad, pocas personas quieren pensar por sí mismas, en buena medida porque están convencidas de que ello sólo trae angustia y frustración. Derrotadas de antemano, se sumergen en ese Leteo perverso que es el sistema conformado por los medios de comunicación y las redes sociales; b) la propuesta kantiana naufraga en el hecho de que considera que sólo puede llegarse a la Ilustración mediante esfuerzos individuales y no por medio de un movimiento colectivo. En este sentido, el énfasis kantiano en la individual deja de lado la preocupación por la modificación de las condiciones materiales de vida, algo que necesariamente debe acompañar al esfuerzo por pensar por sí mismo. ]

Kant propone la consigna Sapere aude[2], es decir: “ten valor para servirte de tu propio entendimiento” (AK, VIII, pág. 87), como lema de la Ilustración. Ahora bien, para que el público se ilustra es preciso que se le conceda libertad. Pero los prejuicios difundidos por los tutores hacen que el público se oponga a quienes piensan por sí mismos[3]; por esto, las personas sólo pueden acceder lentamente a la Ilustración.

Kant considera que una revolución no servirá a los fines de la Ilustración, pues:

“Mediante una revolución acaso se logre derrocar un despotismo personal y la opresión generada por la codicia o la ambición, pero nunca logrará establecer una auténtica reforma del modo de pensar; bien al contrario, tanto los nuevos prejuicios como los antiguos servirán de rienda para esa enorme muchedumbre sin pensamiento alguno.” (AK, VIII, 36; pág. 89)

Descartada la vía revolucionaria, insiste con la cuestión de la libertad. Para lograr la Ilustración, “tan sólo se requiere libertad y, además, la más inofensiva de cuantas puedan llamarse así: el hacer uso publico de la propia razón en todos los terrenos” (AK, VIII, 37; pág. 90).

En este punto, formula un diagnóstico sombrío: “impera por doquier una restricción de la libertad”. (AK, VIII, 37; pág. 90)[4].


Uso público y uso privado de la razón

Kant distingue entre uso público y uso privado de la razón. El primero es definido como “aquél que cualquiera puede hacer, como alguien docto, ante todo ese público que configura el universo de los lectores.” (AK, VIII, 37; pág. 90); el segundo, es el “que cabe hacer de la propia razón en una determinada función o puesto civil, que le haya sido confiada” (AK, VIII, 37; pág. 90).

El uso público “tiene que ser siempre libre y es el único que puede procurar ilustración entre los hombres” (AK, VIII, 37; pág. 90). En cambio, el uso privado tiene que muchas veces que ser restringido, sobre todo para el mejor funcionamiento de las tareas estatales[5]. Pero el funcionario puede hacer uso público de la razón “en su condición de alguien instruido que se dirige sensatamente a un público mediante sus escritos” (AK, VIII, 37; pág. 91). En tanto funcionario (es decir, en el desempeño de esas funciones de funcionario) no es libre, pues está “ejecutando un encargo ajeno” (AK, VIII, 38; pág. 93).

Para examinar los alcances y limitaciones de ambos usos de la razón, Kant toma el caso de las organizaciones eclesiásticas.

En este sentido, se pregunta qué hacer si una asociación eclesiástica se organiza para ejercer una tutela incesante sobre todos sus miembros, para no variar una coma de la doctrina. Y se responde: “yo mantengo que tal cosa es completamente imposible” (AK, VIII, 39; pág. 93). El contrato propuesto por dicha organización es “absolutamente nulo o inválido”; no se puede frenar la Ilustración; no se puede condenar a la generación siguiente a no ilustrarse. Hacer eso implicaría cometer un “crimen contra la naturaleza humana” (AK, VIII, 39; pág. 93).

Aquí introduce un juicio de valor al afirmar que “el destino primordial” de la naturaleza humana consiste en el progreso de la Ilustración[6].

Ahora bien, ¿como resolver la cuestión de las organizaciones eclesiásticas? Propone la siguiente ley:

“Que todo ciudadano y especialmente los clérigos sean libres en cuanto expertos para expresar públicamente, o sea mediante escritos, sus observaciones sobre los defectos de la actual institución; mientras tanto el orden establecido perdurará hasta que la comprensión sobre la índole de tales cuestiones se haya extendido y acreditado públicamente tanto como para lograr, mediante la unión de sus voces (aunque no sea unánime), elevar al trono un propuesta para proteger a esos colectivos que, con arreglo a sus nociones de una mejor comprensión, se hayan reunido para emprender una reforma institucional en materia de religión, sin molestar a quienes prefieren conformarse con el antiguo orden establecido.” (AK, VIII, pág. 39; pág. 94)

Kant también aborda la cuestión de la monarquía. En este punto su propuesta es cauta, resulta evidente que  no quiere ir de frente contra la institución monárquica.

El objetivo de Kant es lograr la coexistencia del orden existente con cualquier mejora “presente o auténtica” del sistema político [o sea, más libertad][7].  Por ello opina que el rey “daña su propia majestad cuando se inmiscuye sometiendo al control gubernamental los escritos en que sus súbditos intentan clarificar sus opiniones” (AK, VIII, 40; pág. 95).


El futuro de la Ilustración

Por último, Kant aborda la respuesta a la pregunta: ¿Vivimos actualmente en una época ilustrada? Su respuesta es categórica: ¡no! Sin embargo, ello no significa que la Ilustración no se esté expandiendo. Al respecto argumenta lo siguiente: 

“Pero sí vivimos en una época de Ilustración. Tal como están dadas las cosas todavía falta mucho para que los hombres, tomados en su conjunto, puedan llegar a ser capaces o están ya en situación de utilizar su propio entendimiento sin la guía de algún otro en materia de religión. Pero sí tenemos claros indicios de que ahora se le ha abierto el campo para trabajar libremente en esa dirección y que también van disminuyendo paulatinamente los obstáculos para una ilustración generalizada o el abandono de una minoría de edad de la cual es responsable uno mismo. Bajo tal mirada esta época muestra puede ser llamada época de la Ilustración o también el Siglo de Federico[8].” (AK, VIII, 40; págs. 95-96)

Manifiesta optimismo hacia el futuro:

“Los hombres van abandonando poco a poco el estado de barbarie gracias a su propio esfuerzo, con tal de que nadie ponga un particular empeño por mantenerlos en la barbarie.” (AK, VIII, 41; pág. 97).

Sobre el final del artículo aborda la objeción acerca de por qué se ocupa tanto de la religión y no de cuestiones políticas. Dice dos cosas: a) la minoría de edad en materia religiosa es “la más nociva e infame” (AK, VIII, 41; pág. 97)[9]; b) los mandatarios no se preocupan por ser tutores de los súbditos en las artes y las ciencias. Pero se puede ir más lejos de ésta primera Ilustración y pasar a hacer uso de la razón en el tema de la legislación, dado que ello no constituye peligro alguno pues el ilustrado Federico II de Prusia posee un ejército numeroso “para la tranquilidad pública de los ciudadanos [y la suya propia]. De este modo, Federico II puede decir: “Razonad cuanto queráis y sobre todo cuanto gustéis, ¡con tal de que obedezcáis!” (AK, VIII, 41; pág. 97) [Más claro imposible. El desarrollo de la Ilustración no debe ir en contra de la monarquía prusiana. Si ello ocurriese, la monarquía dará garrotazos a quienes se atrevan a discutirla. Se trata, pues, de una Ilustración controlada, cuyos límites son fijados desde el Estado. Por esta razón Kant prefiere centrar su crítica en el ámbito religioso, en el que corre menos riesgo que enfrentando al Estado prusiano.]

Entonces, se da una paradoja: Un grado mayor de libertad civil es bueno para la libertad espiritual del pueblo, pero le coloca “límites infranqueables”; en cambio, un grado menor de libertad civil permite un mejor desarrollo de la libertad espiritual. En consecuencia, Kan prefiere un desarrollo lento pero seguro [tal como se indicó más arriba, no ve con buenos ojos la ruptura violenta del orden político]. Ello llevará con el tiempo a que el gobierno considere conveniente “tratar al hombre, quien ahora es algo más que una máquina, conforme a su dignidad” (AK, VIII, 42; pág. 98).

 

Balvanera, sábado 21 de diciembre de 2024

 



NOTAS:

[1] El filósofo y sociólogo alemán Max Horkheimer (1895-1973) describe así a la razón instrumental: “Al abandonar su autonomía, la razón se ha convertido en instrumento (...) La razón aparece como totalmente sujeta al proceso social. Su valor operativo, el papel que desempeña en el dominio sobre los seres humanos y la naturaleza, ha sido convertido en criterio exclusivo. Las nociones se redujeron a síntesis de síntomas comunes a varios ejemplares. Al caracterizar una similitud, las nociones liberan del esfuerzo de enumerar las cualidades y sirven así a una mejor organización del material del conocimiento. Vemos en ellas meras abreviaturas de los objetos particulares a los que se refieren. Todo uso que va más allá de la sintetización técnica de datos fácticos (...) se ve extirpado como una huella última de la superstición. Las nociones se han convertido en medios racionalizados, que no ofrecen resistencia, que ahorran trabajo. Es como si el pensar mismo se hubiera reducido al nivel de los procesos industriales, sometiéndose a un plan exacto; dicho brevemente, como si se hubiese convertido en un componente fijo de la producción.” (Horkheimer, M., Crítica de la razón instrumental, Madrid, Editora Nacional, 2002, pág. 26).

[2] Locución latina que puede traducirse como “Atrévete a saber”. Esta frase fue acuñada por el poeta romano Horacio (65-8 a. C.) en su Epístola II del Epistularum liber primus, publicado en 20 a. C.

[3] Kant hace una aguda observación sobre el poder de los prejuicios: "...así de perjudicial resulta inculcar prejuicios, pues éstos acaban por vengarse de quienes fueron sus antecesores o sus autores." (AK, VIII, 36; pág. 89)

[4] Un poco más de veinte años antes de la publicación del artículo de Kant, el filósofo francés Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) escribía lo siguiente: “El hombre ha nacido libre, y por doquiera está encadenado. Hay quien se cree amo de los demás, cuando no deja de ser más esclavo que ellos.” (Rousseau, J. J., Del contrato social. Discurso sobre las ciencias y las artes.Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Madrid, Alianza, 2000, pág. 26).

[5] El gobierno promueve una “unanimidad artificial” para lograr los fines públicos (AK, VIII, 37; pág. 91).

[6] Para la concepción del progreso propia de la Ilustración es preciso ir a la obra del filósofo francés Condorcet (1743-1794), Esquisse d’un tableau historique des progrès de l’esprit humain, 1795. Hay edición española: Condorcet. (1980). Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano. Madrid, España: Editora Nacional. 249 p. (Clásicos para una Biblioteca Contemporánea; 2). Traducción de Marcial Suárez.

[7] Mucho tiempo después, el filósofo y sociólogo francés Auguste Comte (1798-1857), sintetizó dicha idea en la frase “Orden y progreso”.

[8] Alaba así a Federico II de Prusia (1712-1786; tercer rey de Prusia, cuyo reinado se extendió desde 1740 hasta 1786)), al que caracteriza como un rey que considera como un deber suyo no prescribir nada en cuestiones de religión (AK, VIII, 40; pág. 96).

[9] Unos sesenta años después, Karl Marx (1818-1883) volvía sobre el tema de la relevancia de la crítica de la religión: “En Alemania la crítica de la religión ha llegado en lo esencial a su culminación y la crítica de la religión es la premisa de toda crítica. (...) La superación de la religión en tanto dicha ilusoria del pueblo es la exigencia por su dicha real. La exigencia de abandonar las ilusiones sobre una circunstancia en la exigencia para que se abandone un estado de cosas que necesita de ilusiones. La crítica de la religión es, pues, en germen, la crítica del valle de lágrimas cuyo halo de santidad es la religión.” (Marx, K., Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel: Introducción. En Escritos de Juventud sobre el Derecho: Textos 1837-1847, Barcelona: Anthropos., 2008, pág. 95-96).

viernes, 29 de julio de 2016

MARCUSE Y EL CONCEPTO DE RAZÓN EN LA MODERNIDAD




La figura de Herbert Marcuse (1898-1979) no requiere presentación. Su libro Razón y Revolución: Hegel y el surgimiento de la teoría social (1941) constituye un clásico en el estudio de la filosofía hegeliana y su influencia en el desarrollo del marxismo y de la sociología moderna.

Estos apuntes se refieren a la parte II de la obra (El surgimiento de la teoría social) (p. 245-375). (1)

La tesis del autor consiste en que “el desarrollo interno de la filosofía occidental exigía la transición hacia la teoría crítica de la sociedad” (p. 249).

El autor sostiene que la filosofía hegeliana realizó la transición de la filosofía al dominio del Estado y de la sociedad. En otras palabras, “las ideas filosóficas básicas  [de Hegel] se habían realizado en la forma histórica que el Estado y la sociedad habían asumido, y estos últimos se convirtieron en el centro de un nuevo interés teórico.” (p. 247).

Marcuse sostiene que para comprender el pasaje de la filosofía a la teoría social hay que dejar de lado la explicación habitual. ¿Qué dice ésta? A la muerte de Hegel (1770-1831), sus discípulos se dividieron en hegelianos de derecha (2) y de izquierda (3). Estos últimos desarrollaron las tendencias críticas presentes en la obra del Maestro y las aplicaron a la crítica de la religión. Posteriormente, los hegelianos de izquierda derivaron hacia el socialismo, el anarquismo o el liberalismo pequeñoburgués. (p. 247-248).

Marcuse afirma que dicha explicación está equivocada, pues la herencia de Hegel no pasó ni a sus discípulos de derecha ni a los de izquierda: “las tendencias críticas de la filosofía hegeliana fueron recogidas y continuadas por la teoría social marxista, en tanto que en todos los demás aspectos, la historia del hegelianismo se convirtió en la historia de la lucha en contra de Hegel.” (p. 248).

Con Hegel se cierra el período filosófico iniciado por Descartes (1596-1650). El primero fue “el último en interpretar el mundo como razón, sometiendo tanto la historia como la naturaleza a las normas del pensamiento y de la libertad. Al mismo tiempo, Hegel reconocía en el orden político y social que el hombre había alcanzado, la base sobre la que habría de realizarse la razón. Su sistema condujo a la filosofía al umbral de su propia negación, constituyendo así el único vínculo entre la vieja y la nueva forma de la teoría crítica, entre la filosofía y la teoría social.” (p. 249).

Antes de desarrollar la tesis enunciada arriba, Marcuse se dedica a mostrar la forma en que las fuerzas históricas de la Modernidad “penetraron y configuraron el interés filosófico”. Para llevar a cabo esta tarea, nuestro autor toma la idea de razón como punto de partida. (p 249).

La clase media ⦗burguesía⦘ en ascenso absorbió definitivamente a la filosofía en el siglo XVII y la dirigió contra las fuerzas que obstaculizaban su desarrollo político y económico. La filosofía racionalista fue la punta de lanza de la burguesía (4). La razón constituyó el eje de dicha filosofía y fue empleada en la lucha de la ciencia contra la Iglesia, en el ataque de la Ilustración francesa contra el absolutismo, y en el debate entre liberalismo y mercantilismo.

“En esta época no había una definición clara del término razón, ni este tenía tampoco un solo sentido. Su significación cambiaba al cambiar la posición de la clase media.” (p. 249).

Marcuse dedica el resto de la introducción a exponer los elementos esenciales del concepto de razón:

I) La razón no es necesariamente antirreligiosa. De hecho, permite concebir al  mundo como una creación divina. Pero, “el significado del mundo como algo racional implicaba, en primer lugar, el que pudiese ser comprendido y modificado por la actividad cognoscitiva del hombre. La naturaleza era considerada como racional en su estructura misma, de tal modo que el sujeto y el objeto se encuentran en un medio racional.” (p. 249-250; el resaltado es mío - AM -).

II) La razón humana no está limitada al orden social preestablecido. “La multitud de talentos que posee el hombre se originan y desarrollan en la historia, y éste puede emplearlos de muchas maneras para la mejor satisfacción de sus deseos. La satisfacción misma dependería del grado de control sobre la naturaleza y la sociedad. La norma de razón es la norma suprema en este amplio margen de control. Es decir, que ambas, naturaleza y sociedad, habrían de ser organizadas de modo tal que las dotes subjetivas y objetivas se desarrollasen libremente.” (p. 250; el resaltado es mío - AM -).

El corolario de este planteo es: “Mediante la educación, el hombre se convertirá en un ser racional en un mundo racional. Con la culminación de este proceso, todas las leyes de la vida social e individual se derivarán del propio juicio autónomo del hombre. La realización de la razón implicaba, por tanto, el fin de toda autoridad externa que oponga la existencia del hombre a las normas del pensamiento libre.” (p. 250; el resaltado es mío - AM -).

III) La razón implica la universalidad, pues “el énfasis en la razón revela que los actos del hombre son los actos de un sujeto pensante que está guiado por el conocimiento conceptual. Con los conceptos como instrumentos, el sujeto pensante puede penetrar las contingencias e inclinaciones recónditas del mundo y obtener leyes universales y necesarias que gobiernen y ordenen la infinitud de objetos individuales. (...) Los conceptos universales se convertirán en el órgano de una práctica que altera el mundo. (...) La abstracción genuina no es arbitraria, ni es tampoco el producto de la imaginación libre; está estrictamente determinada por la estructura objetiva de la realidad. Lo universal es tan real como lo particular; sólo que existe bajo una forma diferente, a saber, como fuerza, dynamis, potencialidad.” (p. 250).

IV) El pensamiento unifica la multiplicidad en el mundo natural y en el mundo sociohistórico. “El sujeto del pensamiento, la fuente de la universalidad conceptual, es una y la misma en todos los hombres. (...) el ego pensante que constituye su fuente es una totalidad de puros actos, uniforme en todos los sujetos pensantes. Decir que la realidad del sujeto pensante es la base suprema de la organización racional de la sociedad es, en última instancia, reconocer la igualdad esencial de todos los hombres. Además, el sujeto pensante, como creador de los conceptos universales, es necesariamente libre, y su libertad es la esencia misma de la subjetividad. (...) La libertad del sujeto pensante implica a su vez su libertad moral y práctica. (:..) La idea de la razón implica la libertad de actuar conforme a la razón.” (p. 251).

V) La libertad de actuar según la razón existe en la práctica de las ciencias naturales. “El dominio de la naturaleza y de sus recursos y dimensiones recién descubiertos es un requisito del nuevo proceso de producción que tendía a convertir al mundo en un enorme mercado de bienes de consumo. La idea de la razón había caído bajo el dominio del progreso técnico, y el método experimental era considerado como el modelo de la actividad racional, es decir, como un procedimiento que altera al mundo de modo que las potencialidades inherentes a él se hagan libres y actuales. Como resultado de esto, el racionalismo moderno tenía la tendencia de moldear tanto la vida individual como lo social, según el modelo de la naturaleza.” (p. 252). Ejemplos: filosofía mecanicista de Descartes, pensamiento político materialista de Hobbes (1588-1679), ética matemática de Spinoza (1632-1677), monadología de Leibniz (1646-1716).

El racionalismo: “Se representaba al universo humano gobernado por leyes objetivas, análogas y aún idénticas a las leyes de la naturaleza, y la sociedad era considerada como una entidad objetiva más o menos sumisa a los deseos y metas subjetivas. Se creía que las relaciones de los hombres entre sí eran el resultado de leyes objetivas que operaban con la necesidad de las leyes físicas, y que la libertad del hombre consistía en adaptar la existencia privada a esta necesidad.” (p. 252).

El resultado de la concepción racionalista de la sociedad: “Un conformismo sorprendentemente escéptico acompañaba así al desarrollo del racionalismo moderno. Mientras más triunfaba la razón en la técnica y en las ciencias naturales, tanto más reacia se volvía para reclamar libertad en la vida social del hombre. (...) Los filósofos representativos de la clase media (particularmente Leibniz, Kant y Fichte) conciliaron su radicalismo filosófico con la flagrante irracionalidad de las relaciones sociales predominantes, e invirtieron la razón humana y la libertad de modo que se convirtiesen en barreras del alma aislada o del espíritu, fenómeno interno bastante compatible con la realidad externa, aun cuando contradijese la razón y la libertad.” (p. 252).

Fue Hegel quien rompió con esta tendencia y planteó la necesidad de “proclamar la realización de la razón en y a través de las instituciones políticas y sociales dadas.” (p. 253). Hegel reintrodujo la contradicción en el mundo armonioso imaginado por la filosofía de la Modernidad. Pero no pudo ir más allá del contenido social de la época, que se detenía en el Estado (que moldeaba la sociedad civil). En este punto entra a jugar la dialéctica: “el método que operaba en este sistema tenía mayor alcance que los conceptos que lo llevaron a su fin. A través de la dialéctica, la historia se había convertido en una parte del contenido mismo de la razón. Hegel había demostrado que las fuerzas materiales e intelectuales de la humanidad estaban ya lo bastante desarrolladas para que la práctica social y política del hombre realizase la razón. La filosofía misma se aplicaba, así, directamente a la teoría y práctica social, no como una fuerza externa, sino como su heredera legítima.” (p. 253).

En consecuencia: “Si había de existir algún progreso más allá de esta filosofía, tendría que ser un avance más allá de la filosofía misma y, al mismo tiempo, más allá del orden social y político al que la filosofía había unido su destino.” (p. 253).


Villa del Parque, viernes 29 de julio de 2016

NOTAS:

(1) Trabajé con la traducción española realizada por Julieta Fombona de Sucre con la colaboración de Francisco Rubio Llorente: Marcuse, Herbert. (1986). El título original es Reason and Revolution. Hegel and the Rise of Social Theory (Oxford University Press, 1941). Agradezco a mi compañera Pez López el haberme permitido utilizar sus notas de lectura para la redacción de estos apuntes.
(2) Algunos de los hegelianos de derecha más representativos fueron Karl Ludwig Michelet (1801-1893), Karl Friedrich Göschel (1784-1861), Johann Eduard Erdmann (1805-1892), Georg Andreas Gabler (1786-1853) y Rosenkranz (1805-1879).
(3) Entre los hegelianos de izquierda puede mencionarse a David Friedrich Strauss (1808-1874), Edgar Bauer (1820-1886), Bruno Bauer (1809-1882), Ludwig Feuerbach (1804-1872), August von Cieszkowski (1814-1894).

(4) Marcuse omite a la filosofía empirista, la otra gran herramienta de la burguesía en su ascenso a la hegemonía de la sociedad.