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jueves, 27 de junio de 2013

ESTADO Y PROPIEDAD PRIVADA EN EL LIBERALISMO CLÁSICO: APUNTES SOBRE UN TEXTO DE LOCKE




“…el grande y principal fin que lleva a los hombres
 a unirse en Estados y a ponerse bajo un gobierno
es la preservación de su propiedad.”
John Locke (1632-1704)

Nota bibliográfica:
Para la redacción de estas notas se ha utilizado la traducción española de Carlos Mellizo: Locke, John. (2000). Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil: Un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del Gobierno Civil. Madrid: Alianza. Salvo indicación en contrario, todas las citas corresponden a esta traducción. Me limité a trabajar con los capítulos 8 y 9 de la obra.

La concepción del Estado desarrollada por Locke en el Segundo Tratado cobra sentido si se tienen en cuenta dos cuestiones: a) la obra es un libro de combate, escrito para justificar el orden político emanado de la Revolución Gloriosa de 1688, que consolidó la dominación de la aristocracia burguesa y de la burguesía aristocrática en Inglaterra; b) el punto de vista individualista metodológico del autor, según el cual el individuo es la clave para explicar la sociedad.

En el Segundo Tratado confluyen la defensa de la Revolución Burguesa y el desarrollo del individualismo como fundamento de la ideología política de la clase burguesa. 

Parafraseando a la Biblia, en el principio era el estado de Naturaleza (EN a partir de aquí). Se trata de un estado anterior a la sociedad, en el que los individuos viven libres de toda sujeción social o estatal. Tal como plantea en el capítulo 5 de la obra, la propiedad surge en el EN a partir del trabajo. Los individuos que viven en estado de naturaleza son libres, iguales e independientes. 

No corresponde discutir aquí la historicidad del EN. Basta decir que adoptamos la tesis de que se trata de una ficción dirigida a exponer con mayor claridad el punto de vista individualista acerca de la sociedad, pues a partir de postular la existencia de dicho estado es posible aislar las características de la naturaleza humana y plantear la manera en que ellas influyen en el surgimiento y las características de la sociedad. 

El tratamiento del EN por Locke difiere del llevado a cabo por Thomas Hobbes (1588-1679) en el Leviatán. Mientras que para el segundo se trata de un estado de guerra de todos contra todos, en el que es imposible la existencia de la propiedad, para Locke se trata de un estado de libertad e igualdad, donde florece la propiedad a partir del trabajo. El EN según Locke es una especie de paraíso de la burguesía. Sin embargo, el EN es inestable y más tarde o más temprano obliga a la constitución de una sociedad política.

“Así, la humanidad, a pesar de todos los privilegios que conlleva el estado de naturaleza, padece una condición de enfermedad mientras se encuentra en tal estado; y por eso se inclina a entrar en sociedad cuanto antes. Por eso sucede que son muy pocas las veces que encontramos grupos de hombres que viven continuamente en estado semejante.” (p. 136).

¿Cuáles son las causas que impiden la continuidad del EN?

Locke responde a esta pregunta en el capítulo 9 de la obra. En primer lugar, esboza una respuesta general a la cuestión:

“…aunque en el estado de naturaleza tiene el hombre todos esos derechos, está, sin embargo, expuesto constantemente a la incertidumbre y a la amenaza de ser invadido por otros. Pues como en el estado de naturaleza todos son reyes lo mismo que él, cada hombre es igual a los demás; y como la mayor parte de ellos no observa estrictamente la equidad y la justicia, el disfrute de la propiedad que un hombre tiene en un estado así es sumamente peligroso. Esto lo lleva a querer abandonar una condición en la que, aunque él es libre, tienen lugar miedos y peligros constantes…” (p. 134).

El buen burgués que vive en EN, “el hombre trabajador y racional” que construye su propiedad con su propio trabajo, siente que el piso se mueve bajo sus pies. La libertad y la igualdad de que disfruta en el EN se muestran demasiado frágiles, su independencia se viste de precariedad. Todo ello porque los individuos no observan ni la equidad ni la justicia. Nuestro individualista metodológico descubre bien pronto que el individuo separado de la sociedad es muy difícil de manejar y que es preciso situarlo cuanto antes en un contexto social. 

Locke menciona, además, tres problemas específicos del EN: a) la ausencia de “una ley establecida, fija y conocida” (p. 135); b) la inexistencia de “un juez público e imparcial, con autoridad para resolver los pleitos que surjan entre los hombres, según la ley establecida” (p. 135); c) la falta de un “poder que respalde y dé fuerza a la sentencia cuando ésta es justa, a fin de que se ejecute debidamente”. (p. 135).

Todos los problemas mentados en el párrafo precedente remiten a la propiedad privada, el tema que provoca los desvelos de Locke. La propiedad privada, originada en el propio trabajo, se vuelve una pesadilla en el EN, pues no existe un Estado capaz de defenderla frente a “los delirios y la avaricia de los revoltosos y los pendencieros” (p. 61). La tan alabada independencia y libertad del EN es dejada de lado porque hay que asegurar como sea el propio patrimonio. El liberalismo se muestra, en sus mismos orígenes, como lo que es: una ideología de la clase propietaria en la sociedad capitalista.

Locke concibe a la propiedad como algo que va mucho más allá de la mera posesión de cosas. Aclara expresamente que da el nombre de propiedad a las vidas, libertades y posesiones de las personas. La vida y la libertad son inseparables de la propiedad. Locke formula aquí la esencia de la sociedad capitalista: la propiedad es la llave para gozar de los frutos del trabajo social; el no propietario se encuentra fuera de la sociedad y su vida y su libertad son abstractas, carecen de concreción, en la medida en que no se apoyen en la propiedad.

El Estado (la sociedad política) viene a calmar la ansiedad del buen burgués que vive en EN. Huelga decir que el Estado tiene por objetivo fundamental la protección de la propiedad privada:

“…el grande y principal fin que lleva a los hombres a unirse en Estados y ponerse bajo un gobierno es la preservación de su propiedad, cosa que no podían hacer en el estado de naturaleza…” (p. 135).

Pero el burgués desconfía también del Estado. Al fin y al cabo, la experiencia política inglesa le había mostrado que los reyes eran propensos a meter mano en la propiedad privada a través, por ejemplo, de los impuestos. El escenario político posterior a la Revolución Gloriosa exigía limitar la potestad del Estado sobre la propiedad privada. En este sentido, Locke está obligado a construir una argumentación diferente a la de Hobbes, para quien es el Estado quien crea a la propiedad.

Aquí es donde entra a jugar, nuevamente, el individualismo metodológico de Locke. Ya indicamos que los individuos son libres e iguales en el EN. Por tanto, sólo pueden salir de este estado mediante su consentimiento:

“Al ser los hombres (…) todos libres por naturaleza, iguales e independientes, ninguno puede ser sacado de esa condición y puesto bajo el poder político de otro sin su propio consentimiento.” (p. 111).

Así como en el capítulo 5 de la obra la desigualdad en la propiedad no obedece a la violencia sino al consentimiento de las personas, que resuelven darle un valor determinado al oro y la plata, también la creación del Estado está desprovista de violencia. Son las personas, en pleno ejercicio de su libertad e igualdad, que resuelven erigir un Estado, una sociedad política:

“El único modo en que alguien se priva a sí mismo de su libertad natural y se somete a las ataduras de la sociedad civil  es mediante un acuerdo con otros hombres, según el cual todos se unen formando una comunidad, a fin de convivir los unos con los otros de una manera confortable, segura y pacífica, disfrutando sin riesgo de sus propiedades respectivas y mejor protegidos frente a quienes no forman parte de dicha comunidad.” (p. 111).

Cabe comentar que el EN, presentado inicialmente como una apoteosis de la libertad y la igualdad, se muestra muy mezquino en sus resultados, pues el buen burgués se pecha por dar el consentimiento a la constitución de un Estado. Pero nuestro burgués está en sus cabales. A su naturaleza egoísta sólo le interesa la propiedad. Él sabe de sobra que, sin propiedad, la vida es puro cuento. De la argumentación de Locke se desprende con claridad que la comunidad que se constituye mediante el contrato es la comunidad de los propietarios; los no propietarios, mal que les pese a los filántropos, quedan fuera del ordenamiento social racional. 

El contrato, una institución central en la circulación de las mercancías, se convierte en factor decisivo para la constitución de la sociedad política:

“En rigor, nada puede hacer de un hombre un súbdito, excepto una positiva declaración, y una promesa y acuerdo expresos. Esto es lo que pienso acerca del origen de las sociedades políticas y del consentimiento que hace a una persona miembro de un Estado.” (p. 133).
La entronización del contrato como factor primordial en el surgimiento del orden político cristaliza la ruptura con la filosofía política clásica. La sociedad deja de ser la forma de vida natural de los seres humanos y se transforma en un ente artificial, creado por la voluntad de los individuos expresada en el contrato.

“…el comienzo de la sociedad política depende del consentimiento de los individuos, los cuales se juntan y acuerdan formar una sociedad; (…) cuando están así incorporados, establecen el tipo de gobierno que les parece más adecuado.” (p. 119).

Como era de esperarse, los individuos que acuerdan formar una sociedad política tienen como principal objetivo la defensa de la propiedad. 

Transformada la sociedad en una construcción artificial, desgajado el individuo del marco social en el que se constituye como persona, santificada la indiferencia recíproca de las personas como un valor en sí mismo, reemplazada la violencia por el consentimiento, todo queda despejado para la marcha sin tropiezos del orden burgués. Pero las cosas suelen ser más complicadas en el mundo real…

Villa del Parque, jueves 27 de junio de 2013

domingo, 23 de junio de 2013

JOSÉ INGENIEROS (1877-1925) Y LOS ORÍGENES DE LA SOCIOLOGÍA ACADÉMICA EN LA ARGENTINA




La figura y la obra de José Ingenieros (1877-1925) ocupan un lugar de intersección entre la incipiente sociología académica argentina y el desarrollo de los partidos políticos de izquierda. Dirigente y fundador del Centro Socialista Universitario (1894), tuvo una activa participación en el proceso que derivó en la fundación del Partido Socialista (1896). Como director del periódico “La Montaña” (1896) mantuvo contactos con el anarquismo. Fue uno de los defensores de la Reforma Universitaria (1918). Finalmente, ejerció una importante influencia en los orígenes del Partido Comunista, a través de su defensa de la Revolución Rusa.

Aunque es conocido por sus trabajos en el campo de la psiquiatría y la criminología, Ingenieros elaboró una obra sociológica relevante, tanto en el campo de la teoría como en el de la historia de las ideas. En ella confluyen el positivismo, el determinismo biológico, los valores del liberalismo argentino y el idealismo.

En esta ponencia, nos proponemos indagar en esta peculiar confluencia de elementos del campo político y del campo de la sociología académica en ciernes que definen la obra de Ingenieros. Para ello, se  hará un análisis de los ejes fundamentales de la sociología de Ingenieros, tal como aparecen en su texto La evolución de las ideas argentinas (1918, 1920), para luego esbozar la influencia de su pensamiento sociológico sobre la izquierda argentina en las dos primeras décadas del siglo XX.


1. INTRODUCCIÓN

La figura de José Ingenieros ha sido identificada habitualmente con el pensamiento positivista en Argentina. Si bien esta caracterización es parcialmente correcta (en la dos secciones siguientes se discutirán las particularidades del positivismo de Ingenieros), tiende a dejar de lado tanto la complejidad y especificidad de su positivismo como la relación del autor con el pensamiento de izquierda en Argentina. Raúl Orgaz (1888-1948), quien comentó la sociología de Ingenieros, señaló con acierto que su sociología combinaba elementos del positivismo con concepciones propias del materialismo histórico[1].

En esta ponencia, presentaremos el positivismo de la sociología de Ingenieros en su conexión con las ideas de la incipiente izquierda argentina de fines del siglo XIX y comienzos del XX. En ese marco centraremos nuestra atención en la categoría de los ideales, fundamental para entender tanto los rasgos específicos del pensamiento positivista del autor como su relación con las corrientes socialistas y anarquistas. Este concepto, propio de una concepción idealista de la historia, se imbrica con las ideas positivistas de Ingenieros, dando origen a una teoría particular, en la que se combinan el progresismo social con las ideas racistas y el darwinismo social. En definitiva, el análisis de la obra de Ingenieros sirve para demostrar la inexactitud de concebir al positivismo como una corriente teórica homogénea, centrada en el empirismo y en la defensa del orden social. También nos proponemos establecer los límites de la sociología de Ingenieros, y la forma en que los mismos condicionaron el carácter de su actuación política.

La ponencia tiene la siguiente estructura. En la segunda sección examinamos las relaciones entre Ingenieros y la sociología. En la tercera sección nos concentramos en el problema del positivismo de Ingenieros, para lo cual abordamos también la cuestión general del carácter del positivismo argentino. En la cuarta sección presentamos la concepción sociológica de Ingenieros tal como aparece en La evolución de las ideas argentinas, mientras que en la quinta tratamos la evolución de Ingenieros en el período de defensa de la Revolución Rusa. Finalmente, en las conclusiones intentamos esbozar el carácter de las relaciones de Ingenieros con el pensamiento de la izquierda argentina de principios del siglo XX. Hay que decir que se trata de un estudio preliminar, y que en el texto no se abordan cuestiones importantes tales como la relación de Ingenieros con la UCR y con el pensamiento de la Reforma Universitaria.


2. INGENIEROS Y LA SOCIOLOGÍA

2.1. Reseña biográfica[2]

La biografía de Ingenieros constituye un buen punto de partida para la comprensión de la complejidad de las influencias que confluyeron en la constitución de su teoría sociológica. De ahí que comencemos esta sección con una sucinta biografía del autor. En la misma hacemos hincapié en la periodización de su producción teórica.
José Ingenieros nació en Buenos Aires en 1877. Su padre, Salvador (1848, Palermo Italia), participó en la I Internacional y en las organizaciones obreras europeas; posteriormente, emigró a Buenos Aires, donde militó en el incipiente movimiento obrero y en la masonería.
Desde el punto de vista de las teorías sociológica que desarrolló, es posible distinguir tres etapas en la vida intelectual de Ingenieros: a) la primera se extiende desde la finalización de sus estudios en el Colegio Nacional Buenos Aires hasta el comienzo de su amistad con J. M. Ramos Mejía y  F De Veyga. En este período estuvo influido por un materialismo histórico tomado de segunda mano, por el anarquismo y por el pensamiento de la Generación del 80; b) la segunda, a la que podríamos calificar como período positivista propiamente dicho, abarca toda la primera década del siglo XX, en la que el autor estuvo abocado a los estudios psiquiátricos y criminológicos; c) la tercera comienza cuando Ingenieros se exilió voluntariamente en Europa (1911). En muchos sentidos es el período más complejo en la producción teórica de Ingenieros, porque el autor se volcó a los estudios filosóficos, en un intento de fundar filosóficamente sus concepciones sociales y psicológicas, a la vez que volvía a acercarse progresivamente al campo de la izquierda, a punto tal que defendió la Reforma Universitaria y apoyó con entusiasmo a la Revolución Rusa. Esta etapa, que se extiende hasta la muerte del autor, es la que será estudiada con especial atención en esta ponencia[3].
A partir de la periodización anterior, los principales hitos en la vida de Ingenieros son los siguientes: egresado de Colegio Nacional Buenos Aires, comenzó a estudiar medicina en la UBA (1893). Ya en el Colegio Nacional encabezó una huelga estudiantil a partir de la que publicó el periódico “La Reforma”. En 1894 fundó en el Hospital de Clínicas el Centro Socialista Universitario y en 1895 participó de la fundación del Partido Socialista Obrero Internacional, del que fue designado Secretario General[4]. De activa participación partidaria junto a Lugones (con quien redacta “La Montaña”, “periódico socialista”) enfrentó las posturas moderadas de Juan B. Justo (1865-1928)[5], pero en 1902 renunció a la afiliación al partido. Como todos los socialistas locales (excepto J. B. Justo) Ingenieros no leyó directamente a Marx sino que lo hizo por vía indirecta, a través de las obras de Achille Loria (1857-1943)[6].
Siendo estudiante trabó amistad con José María Ramos Mejía (1849-1914) y con Francisco De Veyga. Este último lo alentó en sus primeros estudios sobre psicología, psiquiatría y criminología, además de colocarlo como secretario del periódico “Semana Médica” donde publicó numerosos artículos y notas bibliográficas.
En 1900 se doctoró con la tesis “Simulación de la locura por alienados verdaderos”. Anteriormente, De Veyga lo había nombrado Jefe de Clínicas en el Servicio de observación de alienados de la Policía.
Su labor en la docencia es múltiple: fue nombrado jefe de clínica en la cátedra de Ramos Mejía y participó del II Congreso Científico Latinoamericano (1901). Fue nombrado Director de los Archivos de criminología, medicina legal y psiquiatría, dictó un curso libre de Semiología nerviosa en la Facultad de Medicina que repitió al año siguiente (1902); publicó Simulación de la locura ante la sociología criminal y la clínica psiquiátrica[7] y presentó un informe sobre las condiciones higiénicas y sociales de la clase obrera, a pedido de la Municipalidad de Buenos Aires, que sirvió para un proyecto de ley de Joaquín V. González (1903); logró por oposición la suplencia de la Cátedra de Psicología en la Facultad de Filosofía y Letras cuyo titular, Horacio Piñeyro, había introducido la Psicología Experimental y Clínica en la universidad, a la vez que fue nombrado Director del Servicio de observación de alienados de la Policía (1904); participó del V Congreso de Psicología que se realizó en Roma, donde presentó los trabajos “Disturbios del lenguaje musical en los histéricos” y “Clasificación clínica de los delincuentes”; luego, durante más de un año recorrió Europa, donde se vinculó con personalidades de la época (entre otros, Ferri, Ribot, Enrique Moselli y Félix Le Dantec, 1905);  a su retorno organizó el Instituto de Criminología, del que fue el primer director (1907); ocupó la cátedra de Psicología Experimental en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, fundó la Sociedad de Psicología (1908); es nombrado presidente de la Sociedad Médica Argentina (1909); publicó La evolución argentina[8] (1910); se presentó a concurso para la cátedra de Medicina Legal de la Facultad de Medicina de la UBA, pero por la intervención del Poder Ejecutivo no pudo ganar el concurso; esto motivó que se impusiera un autoexilio, renunciando a sus cátedras y puestos oficiales, y emprendiendo un segundo viaje al viejo continente. Instalado en Lausana se propuso reconstruir toda su cultura científica, al tiempo que siguió cursos de Ciencias Naturales, estudió la obra de Ameghino y se volcó al estudio de la historia de la filosofía (1911); en 1914 contrajo matrimonio (tendrá 4 hijos) y retornó a la Argentina. Dirigió la Revista de Filosofía y participa del Congreso Científico Latinoamericano invitado por la Fundación Carnegie, donde presentó la monografía  “La filosofía científica en la organización” (1915); dictó un curso sobre Emerson y el eticismo en la Facultad de Filosofía y Letras, que se publicó luego bajo el título de Hacia una moral sin dogmas (1917); aparecieron Proposiciones relativas al porvenir de la filosofía y el primer volumen de La evolución de las ideas argentinas (1918); publicó Las doctrinas de Ameghino, la tierra la vida y el hombre, dictó en la Facultad de Filosofía y Letras el primer curso completo de filosofía, a título interino y renunció a todos los cargos docentes y directivos de la facultad (1919); publicó el 2º volumen de Evolución de las ideas argentinas (1920) y Los tiempos nuevos, ocho ensayos sobre la Revolución rusa (1921). También fundó la  revista Renovación, que dirigió en conjunto con Aníbal Ponce y Gabriel S. Moreau, publicó Emile Boutroux y la filosofía universitaria en Francia (1923). También formó parte del movimiento antiimperialista latinoamericano, siendo uno de los fundadores de la Unión Latinoamericana, cuyo programa redactó (1925).
En 1925 realizó un tercer viaje a Europa donde explicó los alcances de la Reforma Universitaria a los estudiantes latinoamericanos y su importancia para el continente. Allí promovió la formación de la Federación Universitaria de Estudiantes de América y formó un Comité de Solidaridad con América Latina, con el fin de apoyar al gobierno de México contra las amenazas de EE.UU. Al poco tiempo de retornar a Buenos Aires falleció el 31 de octubre como consecuencia de una meningitis.

2.2. Las obras sociológicas de Ingenieros

Para hablar de la producción sociológica de Ingenieros hay que tener presente la periodización de su trayectoria intelectual (nos remitimos aquí a la sección anterior). En la primera etapa Ingenieros adhirió a una visión determinista económica y mecanicista del materialismo histórico[9]. En la segunda, sus concepciones se encuentran cercanas a los postulados del determinismo biológico y del positivismo decimonónico; los elementos de una teoría sociológica se encuentran dispersos en sus numerosos textos sobre psiquiatría criminal y psicología. En la tercera, hay un intento por fundamentar filosóficamente los estudios sociológicos, es también el período en que abordó el estudio de la historia del pensamiento social argentino. Para los fines de este trabajo nos concentraremos en el tercer período. De esta época datan La evolución de las ideas argentinas y Los tiempos nuevos. Hay que tener presente que Ingenieros no elaboró ninguna obra dedicada exclusivamente a la teoría sociológica, pues el texto titulado Sociología argentina (1913) es, en rigor, la recopilación de diversos artículos y ensayos[10]. Su teoría social debe ser rastreada, pues, entre los textos de su vasta producción. En La evolución de las ideas argentinas aplicó sus concepciones sociológicas a la historia del pensamiento social argentino, mientras que en Los tiempos nuevos presentó su concepción del proceso histórico tomando como piedra de toque la Revolución Rusa. Es por eso que nos hemos concentrado en estos dos últimos trabajos para presentar la sociología de Ingenieros.

2.3. La evolución de las ideas argentinas en la obra sociológica de Ingenieros

La evolución de las ideas argentinas (EIA a partir de aquí) ocupa un lugar importante en la producción de Ingenieros. Concebida como un estudio del desarrollo del pensamiento social argentino, en el transcurso del análisis se ve obligado a abordar el marco social en el que se desenvolvieron las distintas teorías sociales desde la Colonia, y ello permitió que Ingenieros expusiera los puntos fundamentales de su teoría sociológica. A diferencia de su Sociología argentina, en EIA los conceptos sociológicos no son desarrollados en forma abstracta, sino que son aplicados al estudio de un proceso histórico. De ahí que EIA revela con claridad las limitaciones de la sociología de Ingenieros. A nuestro juicio es en esta obra donde se encuentran las claves para comprender tanto las peculiaridades del positivismo del autor, como la forma en que su teoría se relacionó con las corrientes de izquierda en la Argentina de las dos primeras décadas del siglo XX[11].

La obra se encuentra dividida en tres libros, precedidos por un estudio sobre La Mentalidad Colonial. El libro I está dedicado a La Revolución. Fue publicado en 1918, junto con el estudio del período colonial. El libro II, en el que se estudia La Restauración (el período del gobierno de Juan Manuel de Rosas), apareció en 1920. El libro III, en el que iba a tratar La Organización (el período posterior a 1852, marcado por la Generación del 80), quedó inconcluso debido a la muerte del autor[12], y fue publicado póstumamente por Aníbal Ponce.



3. EL POSITIVISMO DE INGENIEROS

3.1 El positivismo en Argentina

El primer problema que enfrentamos al pretender estudiar al positivismo argentino es la vaguedad del primero de los dos términos; el segundo cumple la función de adjetivo, con el que pretendemos situar geográficamente al primero, para de ese modo ir acotando la vaguedad inicial. Ferrater Mora, en su artículo sobre el positivismo en su Diccionario de filosofía (1951), considera fundamental para poder efectuar una primera reducción de dicho concepto el recurrir a la situación histórica. En nuestro caso nos abocamos al desarrollo de ésta corriente filosófica en la Argentina en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del siglo XX.

Uno de los motivos por el que el concepto positivismo es particularmente problemático es que dentro de él coexisten una gran diversidad de escuelas o corrientes filosóficas y científicas que en algunos casos pueden resultar antagónicas entre sí. Dado el carácter de esta ponencia, creemos que la siguiente definición, si bien sigue siendo demasiado amplia, por lo menos tiene la ventaja de poner un mojón como referencia: “... el positivismo es una teoría del saber que se niega a admitir otra realidad que no sean los hechos y a investigar otra cosa que no sean las relaciones entre los hechos” (Ferrater Mora; 1951). En el caso argentino, el positivismo está vinculado con el naturalismo que deriva en un cientificismo biológico.

Siguiendo a Ricaurte Soler (1968), en la Argentina, podemos diferenciar dos momentos previos a la consolidación de un pensamiento positivista: el período ilustrado (fines del siglo XVIII y principios del XIX), en el que se desarrolla lo que podríamos llamar la “ilustración argentina”; y el período romántico (mediados del siglo XIX), en el que se desarrolla el “positivismo autóctono” de Echeverría, Sarmiento y Alberdi (la llamada Generación de 1837). En ambas corrientes encontramos una común preocupación por la formación de un estado democrático liberal.

Si bien es difícil encontrar el momento en que el positivismo ingresa en la Argentina, creemos poder mencionar algunos antecedentes significativos para su posterior desarrollo. Belgrano introduce a Condorcet (1743-1794) en 1794 en el Río de la Plata. Es importante apuntar que su concepción del progreso tendrá una influencia fundamental en Comte y por lo tanto en el positivismo en un sentido más amplio. Con el desarrollo de la Ideología[13] se esboza una primera sistematización del empirismo argentino, que desborda el pensamiento político liberal en desarrollo, encontrando en la sociedad posrevolucionaria un sitio en que anidar. Es conveniente remarcar la influencia del ideólogo Cabanis[14] tanto en Cosme Argerich (que desde 1808 ya enseñaba el “sensacionismo”) como en lo cursos de Ideología dictados entre 1819 y 1842. En dichos cursos vemos claramente un desarrollo que partiendo de las posturas eclécticas de Lafinur llegamos a Fernández de Agüero y Diego Alcorta en los que la psicología fisiológica ya se encuentra liberada de referencias teológica y metafísicas. Este sesgo fisiológico en la psicología permite el desarrollo de una gnoseología que crea las condiciones para el desembarco del positivismo y el cientificismo en la Argentina. En este sentido podemos decir que los ideólogos son el nexo entre el pensamiento filosófico posrevolucionario y el positivismo de fines del siglo XIX y principios del XX. La Ideología argentina no sólo promovió una concepción filosófica naturalista, sino que también manifestó una concepción del mundo político vinculado a las vicisitudes históricas que, como ya mencionamos,  tenía en el horizonte la consolidación de un Estado liberal. Estas características se cristalizan en el pensamiento de Amédée Jacques (1813-1865), quien llegó a plantear “la necesidad de una filosofía que organice las ciencias” (Soler, 1968: 49), sin con ello agotar la filosofía.

La culminación de este proceso llega de la mano de la gran trasformación que se produce en las ciencias naturales durante la Generación del 80, que repercute tanto en las ciencias sociales como en la filosofía, que terminan incorporando la terminología y la metodología de las ciencias naturales[15]. En este marco y dentro de los acotados límites del presente trabajo creemos imposible dejar a un lado los instrumentos conceptuales aportados por Ameghino (1854-1911) y Bunge (1875-1918). Ameghino no sólo produjo importantes avances en paleontología, sino que tuvo gran influencia en el campo de la filosofía. En este sentido, Ricaurte Soler afirma que “... contribuyó a la fundamentación biofilosófica del cientificismo argentino” (Soler 1968: 92). Su teoría de la filogenia establece un punto de referencia para el desarrollo del concepto de la evolución. Esta concepción deriva en una cosmología evolucionista que afirma la “continuidad fundamental entre las leyes naturales y las leyes humanas” (Soler, 1968: 71), por lo que toda investigación sobre las leyes naturales (que de esta manera incluye también a las sociales) puede y debe considerar las causas primeras y las causas finales. De esta forma Ameghino dio una fundamentación natural que prescinde claramente de cualquier explicación trascendente, desechando tajantemente cualquier explicación creacionista. Carlos Octavio Bunge tendió a integrar el psicologismo y el biologicismo evolucionista[16] aunque la conciliación efectiva será obra de sus sucesores. Para él, el instinto es el fenómeno psíquico fundamental, y la inteligencia no es más que una manifestación más evolucionada de la actividad instintiva. Por otro lado Bunge reveló los postulados metafísicos del evolucionismo materialista. La metafísica positiva debía delimitar lo cognoscible[17].

3.2. Ingenieros y su relación con el positivismo

En este apartado describiremos someramente la filosofía de Ingenieros. En ésta, partiendo de los avances en las ciencias biológicas logrados principalmente por Ameghino y Bunge, encontramos la integración y sistematización de los resultados de la ciencia de su época. Ingenieros construyó un monismo naturalista que se fundamenta en un evolucionismo antimecanicista. Él mismo precisa que “la unidad de lo real (monismo) se transforma continuamente (evolucionismo) por medio de causas naturales (determinismo)”. Decimos que la filosofía de Ingenieros es monista porque parte de la unidad de la materia, que fundamenta la formación de la materia viviente y la personalidad consciente. Existe por lo tanto una continuidad entre funcional entre lo inorgánico y lo orgánico. Encontramos aquí el origen de una bio-filosofía. La formación de la materia viviente deriva de la condensación energética, que es regida por una larga evolución morfogénica y fisiogénica. Pero esta evolución no está determinada por un mecanicismo de acción energética-reacción energética, sino que la condensación energética intermedia entre la acción-reacción, dando lugar a un proceso central en la concepción de Ingenieros: la experiencia. Las funciones psíquicas en este aspecto están relacionadas con el grado y complejidad del proceso evolutivo. Entre las funciones psíquicas resalta la memoria por su función de conservar los cambios producidos por los las acciones energéticas pasadas. De esta forma vemos que la principal función de la experiencia es la adaptación del organismo al medio. Ingenieros clasifica tres clases de experiencia: la de las especies (experiencia filogenética), la de las sociedades (experiencia sociogenética) y la del individuo (experiencia ontogenética). Dentro de esta concepción la conciencia tiene una rol de escaso protagonismo pues aparece como una función adaptativa que se desprende en la experiencia sociogenética.

Este enfoque realista antiintelecual, en el que existe una unidad que está sometida a una evolución natural, basada en los criterios brindados por los avances de la biología; se complementa con una metafísica de la experiencia. Su realismo reconoce el devenir del cosmos objetivo dentro del que la experiencia (y en su mayor grado de desarrollo: la ciencia) garantiza la ininterrumpida adaptación a este cosmos que, a pesar de los esfuerzos, siempre supera la capacidad de aprehención científica y filosófica. La inteligencia, por lo tanto, tiene límites precisos. De aquí el concepto de perenidad de lo inexperencial, relacionado con la metafísica positiva planteada por Bunge.

Esta concepción bio-filosófica antiintelecualista se ve reflejada en sus teorías sociológicas. El paralelismo político-filosófico[18], que implica una sociología del conocimiento, es totalmente coherente con el concepto de experiencia sociogenética, en tanto que supone la adaptación de los grupos sociales al medio físico, económico, político, etc. De esto se deriva la posibilidad de una filosofía argentina. Igualmente a nuestro entender cuando Ingenieros se vuelca a analizar la evolución de la filosofía en la Argentina prevalece un enfoque idealista. Esta última cuestión será analizada en la sección siguiente.


4. LA TEORÍA SOCIOLÓGICA EN LA EVOLUCIÓN DE LAS IDEAS ARGENTINAS

Para examinar la teoría sociológica de Ingenieros conviene comenzar por el punto de partida adoptado por el autor para examinar el desarrollo del pensamiento social argentino. En esta exposición dejaremos de lado el análisis particular que hace Ingenieros del proceso histórico de las ideas argentinas, y nos concentraremos en los pasajes en los que esboza sus ideas sociológicas. Para explicar la evolución del pensamiento social argentino, Ingenieros recurre a cuatro elementos fundamentales: a) una teoría general del desarrollo histórico; b) la analogía con el desarrollo europeo, presentada como una teoría del desarrollo histórico; c) el idealismo, entendido como primacía de las ideas en la explicación del desarrollo social; d) elementos del determinismo biológico (básicamente el racismo), como complemento del idealismo mencionado en el punto anterior. A continuación presentaremos cada uno de estos puntos por separado.

4.1. La teoría general del desarrollo histórico

En la sección 2 de este trabajo apuntamos que Ingenieros comenzó su carrera intelectual adhiriendo a los postulados del materialismo histórico. Por supuesto, se trataba de un materialismo histórico de segunda o tercera mano, en el que el determinismo económico jugaba el papel de motor del desarrollo histórico. Esta concepción se vio modificada en el segundo período de la trayectoria intelectual de Ingenieros, siendo reemplazado por un determinismo biológico y por concepciones cercanas al darwinismo social[19]. Ahora bien, en EIA Ingenieros volvió a revisar su teoría general del desarrollo histórico, como resultado tanto de su evolución intelectual (a partir de su autoexilio europeo de 1911 se había dedicado a revisar los fundamentos filosóficos de sus concepciones biológicas, camino que lo llevó a introducir fuertes modificaciones en su pensamiento), como de la necesidad de analizar el proceso empírico de la evolución del pensamiento argentino. Es por ello que Ingenieros debió precisar su esquema de interpretación del proceso histórico, de un modo mucho más sistemático que lo que había realizado en trabajos anteriores.

Para Ingenieros, toda la historia moderna, desde el siglo XV en adelante, se explica como un conflicto entre los ideales del feudalismo y los ideales modernos de emancipación del individuo y de progreso social, que identifica genéricamente con el pensamiento del Renacimiento. El autor resume así el proceso histórico iniciado, según él, con el Renacimiento: “…hace varios siglos que la humanidad civilizada lucha por sustituir la ideología del Renacimiento a la del Medioevo; - desde la Revolución Francesa la historia de cada pueblo es una guerra a muerte entre los partidarios de dos filosofías políticas incompatibles; - no es moral prodigar idénticas loas a los conservadores de la Feudalidad y a los propulsores de la Democracia; - después de la guerra actual hará crisis en cada país la lucha entre los dos partidos, el uno propicio al Absolutismo, al Privilegio y al Error, amigo el otro de la Libertad, la Justicia y la Verdad.” (Ingenieros, 1946: 1: 7-8). El conflicto principal de la historia moderna es la lucha entre la ideología del Renacimiento y la ideología medieval. Es, por tanto, un conflicto entre ideales. Ni una palabra de feudalismo ni de capitalismo. Si se habla de lucha de clases, la misma queda reducida a una lucha entre ideales contrapuestos, cada uno encarnado en una clase o grupo de clases; las clases sociales terminan reducidas al papel de títeres de los ideales en pugna. Además, sostener en 1918 que el conflicto principal se da entre Feudalismo y Renacimiento, equivale a negar la centralidad de la lucha de clases entre burguesía y proletariado. En las condiciones específicas de Argentina en 1918 implica poner en el centro de la escena política a las tareas de la revolución democrático-burguesa[20]. De ahí la relevancia que Ingenieros le adjudicó a la Reforma Universitaria, a la que veía como expresión del desarrollo de los nuevos ideales.

En el libro I de EIA, publicado en 1918 (en el mismo momento en que se estaba llevando a cabo la Reforma Universitaria), Ingenieros se refería así a las tareas del los jóvenes en Argentina: “¿Conviene que la nueva generación argentina medite sobre esos problemas y tome conscientemente posiciones, por el pasado o por el porvenir? De eso se trata: de completar mediante grandes reformas el nuevo régimen iniciado por la Revolución o de resistir a su advenimiento conservando los residuos del antiguo régimen. Son dos filosofías, dos sistemas de ideas generales. Toda política que lo ignore, pasada esta hora sombría de la historia mundial, será un ciego andar a tientas, sin rumbo y sin esperanzas.” (Ingenieros, 1946, 1: 8). Como puede verse, para Ingenieros en 1918 el conflicto político principal se daba entre el antiguo régimen y el nuevo régimen[21], y se trataba, ante todo, de una lucha entre ideales. En este sentido puede decirse que Ingenieros entronca con el pensamiento de la Generación del 80 y con el liberalismo del siglo XIX.

Esta centralidad del conflicto entre Feudalismo y Renacimiento permite entender mejor la importancia fundamental que Ingenieros, a lo largo de EIA, atribuye al enfrentamiento entre el pensamiento moderno y la Iglesia. Para Ingenieros, las luchas políticas desde la Revolución Francesa de 1789 son, básicamente, un conflicto entre el Estado (representante de los ideales nuevos) y la Iglesia: “La lucha entre la Iglesia y el Estado es uno de los motores subterráneos de toda la política del siglo XIX, en las naciones donde la religión católica es profesada por el pueblo o auspiciada por el gobierno. Los cambios constitucionales e institucionales no la suprimen ni resuelven, en momento alguno; debajo de los intereses propiamente nacionales se mueve un partido político internacional, admirablemente organizado, más eficaz porque opera a la sordina, con un programa sencillo: mantener la preeminencia de la Santa Sede en todas las naciones y bajo todos los programas.” (Ingenieros, 1946, 2: 49). En esta preeminencia otorgada a la lucha contra el pensamiento de la Iglesia se encuentra otro punto de contacto entre Ingenieros y la Generación del 80.

Luego de establecer que el conflicto político central de la época moderna es la lucha entre los ideales del Feudalismo y del Renacimiento, Ingenieros pasa a formular una teoría del desarrollo revolucionario, que funciona como una verdadera teoría de la historia. La misma se encuentra expuesta en el manuscrito del Libro III de EIA.

“Todo proceso histórico que renueva las instituciones básicas de una civilización de una cultura pasa, habitualmente, por tres grandes fases; para quien no se extravíe entre la maraña de los episodios menores, ellas son fáciles de distinguir y de caracterizar. Las transmutaciones de la constitución social no se operan siguiendo un ritmo rectilíneo y uniforme. El ciclo palingenésico que en la Europa de Occidente, determinó el paso del absolutismo feudal al sistema representativo constitucional asentado en la soberanía popular, fue un proceso secular, iniciado por la Revolución, obstruido por la Restauración y realizado por la Organización. Un caso particular de este ciclo fue la constitución de nacionalidades democráticas en las antiguas colonias españolas de América”. (Ingenieros, 1946, 3: 7-8). En definitiva, Ingenieros elabora una teoría que pretende dar cuenta de la transición de la sociedad feudal a la sociedad capitalista, pero dicha elaboración se basa en un esquema abstracto, que prescinde de cualquier referencia a las transformaciones de las relaciones sociales y del proceso productivo. En estos pasajes se puede observar claramente que la sociología de Ingenieros está muy lejos de la teoría marxista, aun en su versión determinista económica desarrollada por los teóricos de la II Internacional[22].
Ingenieros desarrolla su teoría de la revolución en el mundo moderno en el siguiente pasaje: “Toda transmutación histórica tiene tres fases: I. Los ideales revolucionarios se postulan como doctrinas universales y obran con ese carácter, mezclando lo posible con lo imposible; II. Fracasan parcialmente por la resistencia que le oponen los intereses creados de las diversas realidades sociales, demostrando y eliminando lo imposible, aunque transitoriamente también se elimina lo posible: restauración; III. Se establece el equilibrio, renunciando a lo imposible y realizando lo posible: organización. Revolución, Restauración, Organización.” (Ingenieros, 1946, 3: 8). Obligado a formular una concepción general del desarrollo histórico, Ingenieros recurre a abstracciones tales como “lo posible” y “lo imposible”, sin hacer ninguna alusión a los problemas concretos de la transición del feudalismo al capitalismo. En todo momento se perciben las limitaciones que presentan los conceptos que utiliza para analizar una realidad concreta. Unos párrafos más adelante recurre a la oposición entre lo viejo y lo nuevo para explicar la evolución histórica: “Existe en todo tiempo y lugar una discordancia entre la variación incesante de la realidad social y la estabilización creciente de las instituciones sociales. Lo nuevo discrepa de lo viejo, el devenir conspira contra el ser, lo que vendrá retoña entre lo que fue. Cuanto más dura un régimen social, mayor es la estabilidad de sus instituciones, convertidas en baluarte legal de los intereses creados; pero, al mismo tiempo, crece en proporción su discordancia con la realidad social, según sea más o menos acelerado el ritmo de las variaciones.” (Ingenieros, 1946, 3: 9).

4.2. El uso de la analogía entre el desarrollo europeo y el argentino

En el punto anterior mostramos cómo Ingenieros planteaba una teoría general del desarrollo histórico del mundo moderno. En los Libros I y II de EIA se encuentra la aplicación de esta teoría al desarrollo del pensamiento social argentino. El procedimiento es sencillo. Ingenieros considera que la situación latinoamericana en general, y la argentina en particular, reflejan en su evolución las mismas vicisitudes del proceso europeo. Así, la Colonia es equiparada al Antiguo Régimen, y la Revolución de Mayo es presentada como el equivalente argentino de la Revolución Francesa. Por último, Rosas aparece como el exponente autóctono de la Restauración borbónica en Francia. Estas analogías son posibles porque, en el fondo, no hay diferencias sustanciales entre el desarrollo europeo y el argentino. Dado que Ingenieros adopta una concepción idealista (en la que priman las ideas como motores de la evolución histórica), Francia y Argentina enfrentan los mismos problemas y adoptan las mismas soluciones. No hay un verdadero estudio de los procesos empíricos ni de las transformaciones de las relaciones sociales. Se trata, meramente, de volcar los hechos y las citas en los moldes de los conceptos elaborados de antemano, a partir de la experiencia francesa.

En EIA se encuentran numerosos ejemplos del citado procedimiento. Así, refiriéndose a la Revolución de Mayo, afirmó: “...el proceso de la Revolución Argentina fue análogo al de la Revolución Francesa, sin más diferencia esencial que su menor formato; no es de extrañar que el mimetismo, comenzado con la reedición de Rousseau por Moreno, viniera a rematar en el encumbramiento del joven militar que tenía en la imaginación a Bonaparte y acabada de realizar su soñado 18 Brumario.” (Ingenieros, 1946, 2:79). Más adelante, al estudiar los sucesos políticos de 1820 en Buenos Aires, lee el proceso en los siguientes términos: “Los jacobinos derrotados obligaron a cambiar rumbo a los conservadores, apartándolos de sus pasadas flaquezas monarquistas y clericales. Nunca han triunfado de otra manera los partidos de la extrema izquierda, que sólo por accidente pueden retener el gobierno; su función en la vida política consiste en equilibrar la presión de la extrema derecha. Si pujan más los jacobinos, el equilibrio es favorable a un gobierno liberal; cuando son vencidos por los reaccionarios, dominan gobiernos conservadores.” (Ingenieros, 1946, 2:160). La utilización de las categorías políticas de la Revolución Francesa para el análisis es coherente con la concepción general de Ingenieros acerca del desarrollo histórico del mundo moderno. Para él se trata, ante todo, de un conflicto entre los ideales medievales y los ideales progresistas del Renacimiento y la Ilustración. Ahora bien, este método de análisis, implica negar la especificidad del desarrollo político argentino, y obliga al autor a recurrir a conceptos abstractos para explicar el desarrollo del proceso argentino.

En definitiva, la historia argentina, y por extensión la latinoamericana, no es otra cosa que la repetición, en un escenario cuantitativamente diferente, de lo acaecido en Europa. Esto es así, porque el desarrollo histórico es un proceso teleológico, que sigue los dictados de los ideales del mundo europeo. “El conocimiento de ese proceso general [Se refiere a la historia política francesa en el período 1815-30] nos permitirá comprender el caso particular de la Argentina, con las diferencias implícitas en su estado de inferior civilización.” (Ingenieros, 1946, 3: 12). Como puede observarse, Ingenieros no hace historia, sino que se limita a volcar en el molde europeo los datos de la evolución histórica de las ideas en Argentina.

El método mencionado en este apartado es el resultado de la concepción idealista del proceso histórico que subyace en el esquema del proceso histórico elaborado por Ingenieros. En el siguiente apartado nos dedicaremos a presentar los rasgos principales del idealismo de Ingenieros.

4.3. El idealismo de Ingenieros

Ante todo corresponde aclarar que se trata de idealismo entendido como una concepción filosófica que sostiene la primacía de las ideas frente a los otros factores involucrados en los procesos sociales. Esta posición parece contradictoria, a priori, con los postulados positivistas defendidos por Ingenieros. Pero no hay aquí ninguna contradicción. Hay que tener presente, por un lado, que el positivismo de Ingenieros no es un mero empirismo[23], y que EIA es posterior a la etapa de la trayectoria intelectual de Ingenieros más influida por el determinismo biológico. En EIA, como en las demás obras del tercer período de la producción de Ingenieros, el motor del proceso histórico lo constituyen los ideales, que son las ideas que encarnan los principios fundamentales del proceso histórico en cada una de sus etapas. En la etapa moderna, se produce la pugna entre los ideales viejos (el feudalismo) y los ideales nuevos (los del Renacimiento y la Revolución Francesa). Se trata, en rigor, de un conflicto entre ideas, en las que los actores sociales son meros portadores de esos ideales. De ahí que las luchas políticas quedan vaciadas de contenido concreto en EIA (salvo algunos pasajes aislados), y se transformen en el vehículo de expresión de los antagonismos ideológicos, que son los que dan el contenido a la historia. El ejemplo más claro de esta concepción se encuentra en el papel que Ingenieros asigna a las minorías cultas.

Casi al principio del libro I de EIA, Ingenieros aclara que su objeto de estudio son las minorías cultas[24]. Esto es así porque “Es ridículo pensar que una Revolución la hacen todos los habitantes de un país…” (Ingenieros, 1946, 1: 180). Sólo las minorías cultas hacen historia, en el sentido en que entiende Ingenieros la historia, esto es, el proceso por el que los ideales viejos son reemplazados por los ideales nuevos. Sólo las minorías cultas pueden hacer la historia porque son las portadoras de las ideas capaces de transformar las formas tradicionales de pensar.

En un largo pasaje del libro I de EIA, Ingenieros presenta en detalle su concepción del papel jugado por estas minorías cultas. Consideramos conveniente reproducirlo, más allá de su extensión, porque en él Ingenieros expresa con inusual claridad su concepción: “¿Qué derecho tiene una minoría pensante y activa para imponer revolucionariamente sus ideales a una mayoría pasiva que los ignora, los teme o los repudia? Toda la filosofía política podría concentrarse en torno a esta pregunta, a la que siempre darán respuestas contradictorias los progresistas y los conservadores. Los argentinos, que aceptamos como legítima la situación creada por la Revolución, no podemos desconocer el derecho de la exigua minoría que en 1810 la inició desde Buenos Aires fracasando en su intento de extenderla a todo el Virreinato. Rara vez todos los habitantes de un agregado político poseen la homogeneidad de ideas y de sentimientos que constituye un espíritu nacional; causas históricas y geográficas se suman para engendrar sociedades diferentemente evolucionadas, que coexisten en el Estado, sin refundirse por la contigüidad. Y dentro de cada una, en apariencia homogénea, la diversa cultura de las clases sociales engendra grupos distintos, cuyos anhelos suelen no concordar en el orden político, económico y moral. El conocimiento de los ideales comunes –la conciencia social- no es idéntico en todos los componentes de una sociedad: es más claro y seguro en sus núcleos animadores (…) La voluntad social, o capacidad de realizar ciertos progresos necesarios, suele ser, como aquella conciencia, un privilegio de pequeñas minorías que se anticipan a su tiempo. Los cambios que éstas piensan y ejecutan, suelen ser más tarde aprovechados por los otros grupos que las imitan; la masa tiene por misión conservar lo que antes fue iniciativa de sus núcleos innovadores. En este sentido, concordante con los resultados de la psicología social, todo progreso histórico ha sido, es y será obra de minorías revolucionarias. Frente a esas fuerzas de variación, esencialmente genitivas y que empujan hacia el porvenir, existen fuerzas de herencia que constituyen la tradición y consolidan el pasado. De su contraste resulta el vaivén continuo que remueve las ideas y las instituciones de la sociedad, siendo su consecuencia la adopción definitiva de aquellas variaciones que por ser más legítimas resultan ineludibles. En ello reside, esencialmente, el progreso. Toda la evolución histórica, general de la humanidad o particular de un estado, tiene por trama esa lucha de la variación contra la herencia, de los melioristas contra los tradicionalistas; y, en los momentos de crisis, de los revolucionarios contra los reaccionarios. No siendo uniforme el ritmo de progreso, obsérvanse en cada sociedad períodos críticos de atraso y de renovación. Durante los primeros tórnanse rutinarias las ideas y los sentimientos, dominando las costumbres de más vieja raigambre; en los segundos, todo tiene a variar originalmente, ajustándose a los cambios que, sin cesar, modifican la constitución de la sociedad.” (Ingenieros, 1946, 1: 177-179). Es significativo que Ingenieros otorgue a las minorías cultas el papel de constructoras de la conciencia nacional, pues esto lo ubica en la misma línea de pensamiento que la Generación del 80, con la salvedad de que
Ingenieros escribía en un período diferente de la historia argentina. Pero queda claro que son las minorías cultas las que hacen la historia, mientras que las mayorías desempeñan el papel de espectadoras o, a lo sumo, el de auxiliares de las minorías progresistas o conservadoras[25]. En pocas palabras, la política queda reducida a un conflicto entre ideales. Ahora bien, este esquema, si bien útil desde el punto de vista de los objetivos políticos de Ingenieros (en las conclusiones de este trabajo nos referiremos a los mismos), presentaba el inconveniente de que los ideales parecían girar en el vacío. Para evitar este problema Ingenieros utilizó el recurso del determinismo biológico, como expediente para reforzar el carácter “científico” de su interpretación de la historia.

4.4. El rol del determinismo biológico

En el esquema idealista de la historia propuesto en EIA, el determinismo biológico juega el rol de elemento que llena las grietas de la argumentación. Debe quedar claro que el determinismo biológico es, ante todo, racismo.[26]En el comienzo del libro I de EIA encontramos un pasaje característico: “Las nuevas naciones que en estos territorios [América] van sustituyendo progresivamente a los imperios y tribus en que se agrupaban las razas indígenas, continúan la historia de las razas blancas inmigrantes; el título de civilizadas sólo suele discernírseles en la justa medida en que a la mestización inicial ha sucedido el predominio de la sangre aria.” (Ingenieros, 1986, 1: 14). La civilización es, entonces, un atributo de la raza y no la expresión de determinadas condiciones sociales; la biología es la que determina las características de una sociedad en general, y de un grupo social en particular. Más adelante, Ingenieros sistematiza su concepción de la influencia del factor racial: “La formación de toda nueva sociedad humana obedece a principios generales, hoy perfectamente conocidos. Se forma siempre por migración. Las migraciones a territorios ocupados por razas distintas, tienden a ser substitutivas, como en los Estados Unidos, aunque transitoriamente pueden engendrar promiscuidades étnicas, como en Hispano-América; en este caso, andando el tiempo, en el tipo mestizado se acentúan los caracteres de la raza mejor adaptada al medio, que al fin predomina sobre la otra o la excluye totalmente. Si persiste la autóctona, la inmigrada vejeta en núcleos aislados y acaba por refundirse en la primitiva; es el caso corriente de las razas europeas en las regiones tropicales de otros continentes. Si la inmigrada se adapta al medio, sufre una variación y engendra un nuevo tipo: base sociológica de una nueva nacionalidad.” (Ingenieros, 1946, 2: 138).

La biología, a través de la raza, impone una necesidad que tiene que ser interpretada adecuadamente por las minorías cultas, las únicas capaces de comprender los imperativos del desarrollo histórico. El papel determinante de los intelectuales queda refrendado por la invocación a la acción del determinismo histórico. De este modo, Ingenieros parece pretender sellar la contradicción entre determinismo y voluntad en la historia. Sin embargo, Ingenieros no fundamenta adecuadamente ni el papel de los ideales en la historia ni el rol de la raza en la determinación de los procesos sociales. En definitiva, la interpretación del proceso histórico elaborada en EIA se muestra como un instrumento sumamente deficiente para abordar el estudio de la evolución del pensamiento social argentino.

5. SOCIOLOGÍA Y POLÍTICA: LOS TIEMPOS NUEVOS

El estallido de la Primera Guerra Mundial (1914) ejerció una enorme influencia en el pensamiento de Ingenieros[27]. Aunque no disminuyó su admiración por los modelos europeos de pensamiento, contribuyó a que Ingenieros revalorizara el papel jugado por los trabajadores y las masas en la historia[28].

Hay que tener en claro que la guerra mundial fue caracterizada por Ingenieros según el esquema de la historia expuesto en EIA. Así, a los pocos días de estallar el conflicto, publicó el artículo “El suicidio de los bárbaros”, en el que escribió lo siguiente: “La civilización feudal, imperante en las naciones bárbaras, ha resuelto suicidarse, arrojándose al abismo de la guerra. (…) Esta crisis marcará el principio de otra era humana. Dos grandes orientaciones pugnaron desde el Renacimiento. Durante cuatro siglos la casta feudal, sobreviviente en la Europa política, siguió levantando ejércitos y carcomiendo naciones, perpetuando la tiranía de los violentos; la minoría pensante e innovadora, a duras penas respetada, sembró escuelas y fundó universidades, esparciendo cimientos de solidaridad humana. Por cuatro centurias ha vencido la primera. Príncipes, teólogos, cortesanos, han podido más que filósofos, sabios y trabajadores. Las fuerzas malsanas oprimieron a las fuerzas morales. Ahora el destino inicia la revancha del espíritu nuevo sobre la barbarie enloquecida. La vieja Europa feudal ha decidido morir como todos los desesperados: por el suicidio.” (Ingenieros, 1963a: 11). Como se desprende de este pasaje, la guerra mundial no era otra cosa que otra etapa (claro que concebida como definitiva) del viejo enfrentamiento entre el Feudalismo y el Renacimiento. Sin embargo, la dinámica de conflicto, el triunfo de la Revolución Rusa y la propia evolución del pensamiento de Ingenieros, llevaron a éste a plantear que el progreso histórico ya no estaba encarnado por la burguesía, sino  por las masas trabajadoras, cuya expresión eran los intelectuales jóvenes. En un sentido, se trata de un retorno a sus posiciones juveniles, de la época del Centro Socialista Universitario y de la publicación de “La Montaña”. Pero este retorno, realizado en el marco de una nueva atmósfera política, se tradujo en un aumento de la influencia política de Ingenieros. Dos hechos significativos de este proceso fueron el apoyo dado por Ingenieros a la Reforma Universitaria y a la Revolución Rusa. Aquí sólo podemos ocuparnos de su defensa de la Revolución de 1917.

Hay que decir que Ingenieros tuvo una comprensión muy limitada de la Revolución Rusa. Para él, se trataba de un movimiento revolucionario que estaba dentro de la línea del proceso iniciado en el Renacimiento. La cuestión del socialismo o de la lucha contra el capitalismo pasaba a un segundo plano. En su artículo “Ideales viejos e ideales nuevos” (1918) Ingenieros reiteró su opinión de que la guerra mundial formaba parte del conflicto entre Feudalismo y Renacimiento. En ese momento, Ingenieros no veía diferencias significativas entre los objetivos de Lenin y del presidente norteamericano Wilson: “Mis simpatías acompañan al presidente Wilson, que ha intervenido en la guerra en nombre del derecho y de la justicia, no para extender en el mundo el dominio de su pueblo, sino para sembrar en todos los pueblos los ideales que han cimentado la grandeza del propio (…) Mis simpatías están con Francia, con Bélgica, con Italia, con Estados Unidos, porque esas naciones están más cerca de los ideales nuevos y más reñidas con los ideales viejos. Mis simpatías, en fin, están con la revolución rusa, ayer con la de Kerensky, hoy con la de Lenin y de Trotsky” (Ingenieros, 1963b: 22). De un modo todavía más evidente que en EIA, el carácter abstracto del esquema histórico de Ingenieros naufraga al pretender analizar un proceso histórico concreto.

En noviembre de 1918 Ingenieros pronunció su conferencia “Significación histórica del movimiento maximalista”. En ella, si bien sigue utilizando el esquema de los ideales feudales versus los ideales nuevos, la defensa de la Revolución Rusa se hace más contundente que en el texto anterior. Aquí utiliza el término “Revolución Social” para referirse al proceso iniciado en Rusia y continuado a fines de 1918 en Alemania: “Sin mucho don profético puede preverse que ahora vendrá lo que desde antes de la guerra se miraba como su consecuencia: una transformación profunda de las instituciones en todos los países europeos y en los que viven en relación con ellos. Eso, solamente eso, merece el nombre de Revolución Social –con mayúsculas- y no los pasajeros desórdenes y violencias que lo acompañarán.” (Ingenieros, 1963c: 38). Pero, como en los textos anteriores, Ingenieros sigue sin referirse al problema del contenido anticapitalista de la Revolución Rusa. En ningún momento consigue salir del esquema propuesto en EIA. En otras palabras, y más allá de la honestidad intelectual con la que Ingenieros se volcó a la defensa de la Revolución Rusa[29], sus concepciones se mantenían en el terreno de los conflictos políticos de la Europa de la primera mitad del siglo XIX (en los que la política se movía en el terreno establecido por la Revolución Francesa). En rigor, el capitalismo se encuentra ausente en el horizonte teórico de Ingenieros. Esta concepción del proceso histórico determina las limitaciones de la intervención de Ingenieros en la política, pero también constituye la explicación del enorme atractivo ejercido por su figura entre la juventud del período de la Reforma Universitaria  y de las décadas posteriores. En las conclusiones abordaremos la cuestión de la conexión de Ingenieros con las corrientes de la izquierda argentina.

6. CONCLUSIONES

La influencia de Ingenieros en los medios intelectuales de las dos primeras décadas del siglo XX es indiscutible. Se apoyó, por cierto, en una vasta producción intelectual y en una conducta indoblegable frente al poder político. Su combinación de elementos del pensamiento de la Generación del 80 con los aportes del determinismo biológico y del materialismo histórico le permitió desarrollar una obra original, que sirvió para conectar el pensamiento social argentino de la última mitad del siglo XIX con las corrientes de izquierda que comenzaron a proliferar desde la década de 1890. En el marco de las transformaciones sociales generadas por el crecimiento económico del país, la figura de Ingenieros sirvió de modelo a los intelectuales jóvenes, descontentos con el rol subordinado que les asignaba el modelo agroexportador vigente.

Su relación con la izquierda argentina fue fluida, y se extendió a lo largo de toda su producción teórica. Desde sus comienzos en el período fundacional del Partido Socialista y sus contactos con el anarquismo, hasta su defensa de la Revolución Rusa y su influencia en el recién creado Partido Comunista, Ingenieros siempre se ubicó en las filas del pensamiento social progresista. Aunque influenciado por el pensamiento de la Generación del 80, Ingenieros nunca se sumó a los intelectuales orgánicos del modelo agroexportador ni adhirió al radicalismo que había ascendido al poder en 1916. Sin embargo, la posición intelectual y personal de Ingenieros nunca se tradujo en una militancia política consistente. Luego de su renuncia a la afiliación al socialismo (1902), Ingenieros permaneció fuera de las agrupaciones políticas. En buena medida, este alejamiento fue una consecuencia de las limitaciones de su concepción de la sociedad. Como indicamos en las dos secciones anteriores, Ingenieros permaneció anclado en una visión del conflicto político propia de la Revolución Francesa. Luego de sus primeros escritos, la cuestión social nunca ocupó una posición central en su teoría social. En su esquema de la historia, el conflicto central de la época moderna se daba entre los ideales del feudalismo y los ideales del mundo moderno. El concepto de ideales reemplaza en su sociología al examen de los conflictos de clase y de los problemas del desarrollo del capitalismo en la Argentina de las primeras décadas del siglo XX. De este modo, la concepción de Ingenieros adquirió importancia en el sentido de actitud moral, de conducta intelectual, pero careció de respuestas para los problemas concretos de la política práctica. Ingenieros fue más importante, desde el punto de vista del pensamiento de izquierda, por su personalidad que por su teoría social. De hecho, Aníbal Ponce (1898-1938), su discípulo más relevante, debió romper con los postulados teóricos de su maestro para acceder a una concepción marxista de la sociedad[30].


7. BIBLIOGRAFÍA

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NOTAS:

[1] Ver Orgaz (1937).
[2] Para los datos biográficos de Ingenieros nos hemos basado principalmente en Bagú (1963).
[3] Para una periodización mucho más detallada de la trayectoria intelectual de Ingenieros, puede consultarse Terán (1986a).
[4] Este partido, inicialmente denominado Partido Socialista Obrero Argentino, pasó a llamarse en 1896 Partido Socialista, en el Congreso Constituyente celebrado en Buenos Aires en junio de ese año. Ver Oddone (1983).
[5] Para un análisis de los logros y limitaciones del socialismo de Justo, puede consultarse la obra de Aricó (1999).
[6] “Poco leyó a Marx y Engels. Por entonces nadie tenía con ellos en Buenos Aires trato frecuente, ni aun los dirigentes socialista más cultos [Juan B. Justo, traductor del Libro I de El Capital, era la excepción]. Es frecuente encontrar en las glosas caseras de la época un marxismo corregido y adaptado, simple y mecanicista, en el que el padre de la doctrina reconocería sólo algunos criterios básicos. A quien estudió con detenimiento fue a Loria. Las ideas fundamentales sobre la interpretación del proceso histórico, a las que adhirió, no fueron tomadas de Marx ni de Engels, sino de Loria.” (Bagú, 1963: 19-20). En los dos años que siguieron a la redacción de ¿Qué es el socialismo?, leyó a Loria, Tarde (1843-1904), Spencer (1820-1903), Lombroso (1835-1909), Charcot (1825-1893), Max Nordau (1849-1923) y los socialistas utópicos (Bagú, 1963: 19).
[7] A partir de la 3ª edición la obra se divide en dos, con los títulos de Simulación de la locura y  La simulación en la lucha por la vida.
[8] En 1913 se transformaría en la obra Sociología argentina.
[9] Esta visión quedó plasmada en el folleto ¿Qué es el socialismo?, destinado a la labor de propaganda del Centro Socialista Universitario. También se encuentra en el editorial del nº 1 del periódico La Montaña, donde también se percibe la influencia de las concepciones anarquistas referidas a la supresión del Estado.
[10] Además, pertenece a la segunda etapa del pensamiento del autor, marcada por la influencia del determinismo biológico.
[11] Para un mejor entendimiento de su relación con la izquierda es conveniente analizar los ensayos reunidos en Los tiempos nuevos, así como también los textos del período de la constitución de la Unión Latinoamericana, que marcan la evolución del autor desde la Revolución Rusa y la Reforma Universitaria hasta su muerte. En esta ponencia trabajamos con Los tiempos nuevos, pero hemos dejado de lado las obras posteriores por razones de espacio.
[12] Aníbal Ponce, al preparar la edición de las obras de Ingenieros, indicó que “sobre la mesa de trabajo de Ingenieros su esposa encontró junto a las páginas de Las Fuerzas Morales, un puñado de notas relativas al capítulo primero del libro tercero de La evolución de las ideas argentinas. Aunque varias veces lo habían anunciado como si ya estuviera “en prensa”, la verdad era que después de su viaje a México se disponía recién a terminarlo. (…) La muerte lo sorprendió cuando ya había empezado a escribir el capítulo primero de “La Organización”. (…) se trata de un borrador muy incompleto.” (Ingenieros, 1946, 4: 3).
[13] Para una presentación de la corriente filosófica desarrollada en Francia por los “ideólogos”, consultar Eagleton (1997).
[14] Georges Cabanis (1757-1808) es uno de los referentes de la Ideología. Es interesante destacar que promovió la reducción de todo análisis psicológico a la fisiología.
[15] Vale la pena resaltar que la influencia de las ciencias naturales en el desarrollo de las ciencias sociales no es una particularidad circunscripta a la Argentina, sino que es una de las características principales asumidas por las flamantes ciencias sociales.
[16] “La evolución filogenética del hombre es muy parecida a la evolución histórica de los pueblos” (C. O Bunge: Principes de Psychologie individuelle et sociale, Paris Alcan 1903, p, 30 citado por Soler, 1968: 73).
[17] Ingenieros retomará esta idea al plantear la perenidad de lo “inexperiencial”.
[18] Esta teoría postula la imposibilidad de separar el estudio de la historia de la filosofía de la historia de las doctrinas políticas.
[19] Terán, refiriéndose a la diferencia entre el primer y el segundo períodos de la trayectoria intelectual de Ingenieros, escribe: “…la reflexión sobre la crisis –que en el período anterior era un pensar sobre el parasitismo del sistema como condición del hundimiento del capitalismo- se transforma ahora en una meditación acerca de la patogenia del organismo social, ubicada en vecindades estrechas con las regiones de la locura y el delito. De modo que si otrora dicha problemática se constituía alrededor de la cuestión social –entendida como interrogante cuya resolución legitimaba la ruptura revolucionaria-, en este nuevo momento la problemática se desplaza y pasa a interrogarse por el problema de la nación.” (Terán, 1983a: 63).
[20] Esta concepción puede apreciarse en la forma en que Ingenieros caracteriza a las tareas de la Revolución Rusa. Ver la sección siguiente de esta ponencia.
[21] En el libro II de EIA se encuentra otro pasaje en el que Ingenieros aborda la cuestión de la actualidad del conflicto entre Feudalismo y Renacimiento: “Lo esencial de la nueva filosofía política no fue la sustitución de la monarquía por la república, sino la suplantación del viejo régimen por el nuevo régimen; nadie ignora que Montesquieu y Rousseau predicaron sus ideales políticos sin ponerles como condición expresa la forma republicana de gobierno. Se quería mucho más: reemplazar el derecho divino por la soberanía del pueblo y los privilegios del feudalismo por la justicia social. Ese era y sigue siendo el programa, ya que la gran transmutación histórica está solamente en sus comienzos en las más de las naciones.” (Ingenieros, 1946, 2: 50-51. El resaltado es nuestro.).
[22] Esto fue así aún en el período juvenil de la producción de Ingenieros, y se vio reflejado en su acción militante en las filas socialistas. Mientras que Juan B. Justo, lector de Marx y de los socialistas de la II Internacional, preconizaba un socialismo reformista, fuertemente influenciado por el determinismo económico, Ingenieros proponía un extremismo abstracto, centrado en principios (primera versión de los “ideales”) alejados de toda consideración política práctica. En este sentido, Bagú sostiene, refiriéndose al período de constitución del Partido Socialista Argentino: “Todas las posiciones extremas contaron con la adhesión entusiasta de Ingenieros y Lugones, mientras Justo, con serenidad y conocimiento, lograba que se introdujeran en el programa algunas cuestiones fundamentales.” (Bagú, 1963: 13). En un volante del Centro Socialista Universitario, liderado por Ingenieros, podía leerse la siguiente definición del socialista, en la que se comprueba el peso de los principios abstractos: “El socialismo es la expresión de las nuevas formas que, bajo la influencia de la evolución económica, han tomado las ideas de justicia, derecho y libertad.” (Citado por Bagú, 1963: 12). En resumen, inclusive durante su período socialista, Ingenieros nunca fue marxista, aun en el sentido limitado de determinismo económico de la II Internacional.
[23] En rigor, corresponde decir que es habitual confundir al positivismo con el empirismo, como si se tratara de una versión moderna de la vieja corriente filosófica. El mismo Comte, en su Discurso sobre el espíritu positivo, ponía en guardia contra esta confusión: “Importa (…) mucho percatarse que el verdadero espíritu positivo no está menos alejado, en el fondo, del empirismo que del misticismo; entre estas dos aberraciones, igualmente funestas, debe avanzar siempre” (Comte, 1999: 80).
[24] “Después de mucho leer y meditar sobre las corrientes ideológicas que han inspirado a las minorías cultas, durante la formación de la sociedad argentina…” (Ingenieros, 1946, 1: 9).
[25] En el libro III de EIA se encuentra un pasaje significativo: “La minoría ilustrada, de espíritu europeo, con su núcleo principal en Buenos Aires; la mayoría, inculta, de espíritu indoespañol, diseminada en las llanuras y en las montañas del inmenso virreinato. La Revolución había sido pensada y ejecutada por la minoría, con el apoyo de los militares; la mayoría, según las circunstancias, resultábale, indistintamente, cómplice, aliada o enemiga.” (Ingenieros, 3: 16).
[26] Para un examen del racismo en la obra de Ingenieros, escrito por un admirado confeso de su obra, ver Rodríguez Kauth (2001).
[27] Cabe recordar que Ingenieros, a partir de su autoexilio de 1911, ya había comenzado a reexaminar las bases de su pensamiento con anterioridad al comienzo de la guerra. En el período 1911-14 Ingenieros había estudiado filosofía para intentar fundamentar filosóficamente sus teorías sociales; estos trabajos lo llevaron a iniciar un viraje desde el determinismo biológico hacia concepciones más idealistas.
[28] Sin embargo, y tal como mostramos en la sección anterior, esta revalorización tendría un sentido fuertemente limitado. Se trató, sobre todo, de la percepción del agotamiento del rol progresista de la burguesía, que había mostrado su incapacidad para evitar la guerra mundial. Este percepción no se hizo extensiva al papel de los intelectuales, quienes siguieron siendo concebidos como los motores del desarrollo histórico, a través de su concepción de los ideales.
[29] Ingenieros también atacó duramente la represión sufrida por los trabajadores durante la Semana Trágica de enero de 1919: en una encuesta realizada por la “Revista Vida Nuestra” (febrero de 1919), publicación de la comunidad israelita de Buenos Aires, declaró: “Suponer que los judíos rusos radicados en Buenos Aires pueden ser los causantes de esos desórdenes, es una imbecilidad. [Esta huelgas son] el primer anuncio de movimientos obreros más significativos y mejor organizados, que se producirán en los años siguientes.” En su “Revista de Filosofía” (Año IX, nº 1), transcribió la entrevista citada y escribió: “La xenofobia es una simple farsa de políticos oligárquicos que temen perder sus privilegios feudales por el incremento de nuevas generaciones de argentinos trabajadores y democráticos.” (Ambas citas tomadas de Bagú, 1963: 79. Ver también Rodríguez Kauth, 2001). En la segunda cita Ingenieros vuelve a colocar el conflicto social en el marco de la lucha contra el feudalismo.
[30] Para la trayectoria intelectual de Ponce, consultar Terán (1986b). En Salceda (1957) se encuentra un análisis de las relaciones entre Ingenieros y Ponce desde una óptica propia del Partido Comunista Argentino.