“…el grande y
principal fin que lleva a los hombres
a unirse en Estados y a ponerse bajo un
gobierno
es la preservación de
su propiedad.”
John Locke
(1632-1704)
Nota
bibliográfica:
Para la redacción de estas
notas se ha utilizado la traducción española de Carlos Mellizo: Locke, John.
(2000). Segundo Tratado sobre el Gobierno
Civil: Un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del Gobierno Civil.
Madrid: Alianza. Salvo indicación en contrario, todas las citas corresponden a
esta traducción. Me limité a trabajar con los capítulos 8 y 9 de la obra.
La concepción del Estado
desarrollada por Locke en el Segundo
Tratado cobra sentido si se tienen en cuenta dos cuestiones: a) la obra es
un libro de combate, escrito para justificar el orden político emanado de la
Revolución Gloriosa de 1688, que consolidó la dominación de la aristocracia
burguesa y de la burguesía aristocrática en Inglaterra; b) el punto de vista
individualista metodológico del autor, según el cual el individuo es la clave
para explicar la sociedad.
En el Segundo Tratado confluyen la defensa de la Revolución Burguesa y el
desarrollo del individualismo como fundamento de la ideología política de la
clase burguesa.
Parafraseando a la Biblia,
en el principio era el estado de
Naturaleza (EN a partir de aquí). Se trata de un estado anterior a la
sociedad, en el que los individuos viven libres de toda sujeción social o
estatal. Tal como plantea en el capítulo 5 de la obra, la propiedad surge en el EN a partir del trabajo. Los individuos que viven en estado de naturaleza son
libres, iguales e independientes.
No corresponde discutir aquí
la historicidad del EN. Basta decir que adoptamos la tesis de que se trata de
una ficción dirigida a exponer con mayor claridad el punto de vista
individualista acerca de la sociedad, pues a partir de postular la existencia
de dicho estado es posible aislar las características de la naturaleza humana y
plantear la manera en que ellas influyen en el surgimiento y las
características de la sociedad.
El tratamiento del EN por
Locke difiere del llevado a cabo por Thomas Hobbes (1588-1679) en el Leviatán. Mientras que para el segundo
se trata de un estado de guerra de todos contra todos, en el que es imposible
la existencia de la propiedad, para Locke se trata de un estado de libertad e
igualdad, donde florece la propiedad a partir del trabajo. El EN según Locke es
una especie de paraíso de la burguesía. Sin embargo, el EN es inestable y más
tarde o más temprano obliga a la constitución de una sociedad política.
“Así,
la humanidad, a pesar de todos los privilegios que conlleva el estado de
naturaleza, padece una condición de enfermedad mientras se encuentra en tal
estado; y por eso se inclina a entrar en sociedad cuanto antes. Por eso sucede
que son muy pocas las veces que encontramos grupos de hombres que viven
continuamente en estado semejante.” (p. 136).
¿Cuáles son las causas que
impiden la continuidad del EN?
Locke responde a esta pregunta
en el capítulo 9 de la obra. En primer lugar, esboza una respuesta general a la
cuestión:
“…aunque
en el estado de naturaleza tiene el hombre todos esos derechos, está, sin
embargo, expuesto constantemente a la incertidumbre y a la amenaza de ser invadido
por otros. Pues como en el estado de naturaleza todos son reyes lo mismo que
él, cada hombre es igual a los demás; y como la mayor parte de ellos no observa
estrictamente la equidad y la justicia, el disfrute de la propiedad que un
hombre tiene en un estado así es sumamente peligroso. Esto lo lleva a querer
abandonar una condición en la que, aunque él es libre, tienen lugar miedos y
peligros constantes…” (p. 134).
El buen burgués que vive en
EN, “el hombre trabajador y racional” que construye su propiedad con su propio
trabajo, siente que el piso se mueve bajo sus pies. La libertad y la igualdad
de que disfruta en el EN se muestran demasiado frágiles, su independencia se
viste de precariedad. Todo ello porque los individuos no observan ni la equidad
ni la justicia. Nuestro individualista metodológico descubre bien pronto que el
individuo separado de la sociedad es muy difícil de manejar y que es preciso
situarlo cuanto antes en un contexto social.
Locke menciona, además, tres
problemas específicos del EN: a) la ausencia de “una ley establecida, fija y
conocida” (p. 135); b) la inexistencia de “un juez público e imparcial, con
autoridad para resolver los pleitos que surjan entre los hombres, según la ley
establecida” (p. 135); c) la falta de un “poder que respalde y dé fuerza a la
sentencia cuando ésta es justa, a fin de que se ejecute debidamente”. (p. 135).
Todos los problemas mentados
en el párrafo precedente remiten a la propiedad privada, el tema que provoca
los desvelos de Locke. La propiedad privada, originada en el propio trabajo, se
vuelve una pesadilla en el EN, pues no existe un Estado capaz de defenderla
frente a “los delirios y la avaricia de los revoltosos y los pendencieros” (p.
61). La tan alabada independencia y libertad del EN es dejada de lado porque
hay que asegurar como sea el propio patrimonio. El liberalismo se muestra, en
sus mismos orígenes, como lo que es: una ideología de la clase propietaria en
la sociedad capitalista.
Locke concibe a la propiedad
como algo que va mucho más allá de la mera posesión de cosas. Aclara
expresamente que da el nombre de propiedad a las vidas, libertades y posesiones
de las personas. La vida y la libertad son inseparables de la propiedad. Locke
formula aquí la esencia de la sociedad capitalista: la propiedad es la llave
para gozar de los frutos del trabajo social; el no propietario se encuentra
fuera de la sociedad y su vida y su libertad son abstractas, carecen de
concreción, en la medida en que no se apoyen en la propiedad.
El Estado (la sociedad política)
viene a calmar la ansiedad del buen burgués que vive en EN. Huelga decir que el
Estado tiene por objetivo fundamental la protección de la propiedad privada:
“…el
grande y principal fin que lleva a los hombres a unirse en Estados y ponerse
bajo un gobierno es la preservación de su propiedad, cosa que no podían hacer
en el estado de naturaleza…” (p. 135).
Pero el burgués desconfía
también del Estado. Al fin y al cabo, la experiencia política inglesa le había
mostrado que los reyes eran propensos a meter mano en la propiedad privada a
través, por ejemplo, de los impuestos. El escenario político posterior a la
Revolución Gloriosa exigía limitar la potestad del Estado sobre la propiedad
privada. En este sentido, Locke está obligado a construir una argumentación
diferente a la de Hobbes, para quien es el Estado quien crea a la propiedad.
Aquí es donde entra a jugar,
nuevamente, el individualismo metodológico de Locke. Ya indicamos que los
individuos son libres e iguales en el EN. Por tanto, sólo pueden salir de este
estado mediante su consentimiento:
“Al
ser los hombres (…) todos libres por naturaleza, iguales e independientes,
ninguno puede ser sacado de esa condición y puesto bajo el poder político de
otro sin su propio consentimiento.” (p. 111).
Así como en el capítulo 5 de
la obra la desigualdad en la propiedad no obedece a la violencia sino al
consentimiento de las personas, que resuelven darle un valor determinado al oro
y la plata, también la creación del Estado está desprovista de violencia. Son
las personas, en pleno ejercicio de su libertad e igualdad, que resuelven
erigir un Estado, una sociedad política:
“El
único modo en que alguien se priva a sí mismo de su libertad natural y se
somete a las ataduras de la sociedad civil
es mediante un acuerdo con otros hombres, según el cual todos se unen
formando una comunidad, a fin de convivir los unos con los otros de una manera
confortable, segura y pacífica, disfrutando sin riesgo de sus propiedades
respectivas y mejor protegidos frente a quienes no forman parte de dicha
comunidad.” (p. 111).
Cabe comentar que el EN,
presentado inicialmente como una apoteosis de la libertad y la igualdad, se
muestra muy mezquino en sus resultados, pues el buen burgués se pecha por dar
el consentimiento a la constitución de un Estado. Pero nuestro burgués está en
sus cabales. A su naturaleza egoísta sólo le interesa la propiedad. Él sabe de
sobra que, sin propiedad, la vida es puro cuento. De la argumentación de Locke
se desprende con claridad que la comunidad que se constituye mediante el
contrato es la comunidad de los propietarios; los no propietarios, mal que les
pese a los filántropos, quedan fuera del ordenamiento social racional.
El contrato, una institución central en la circulación de las
mercancías, se convierte en factor decisivo para la constitución de la sociedad
política:
“En
rigor, nada puede hacer de un hombre un súbdito, excepto una positiva
declaración, y una promesa y acuerdo expresos. Esto es lo que pienso acerca del
origen de las sociedades políticas y del consentimiento que hace a una persona
miembro de un Estado.” (p. 133).
La entronización del
contrato como factor primordial en el surgimiento del orden político cristaliza
la ruptura con la filosofía política clásica. La sociedad deja de ser la forma
de vida natural de los seres humanos y se transforma en un ente artificial,
creado por la voluntad de los individuos expresada en el contrato.
“…el
comienzo de la sociedad política depende del consentimiento de los individuos,
los cuales se juntan y acuerdan formar una sociedad; (…) cuando están así
incorporados, establecen el tipo de gobierno que les parece más adecuado.” (p.
119).
Como era de esperarse, los
individuos que acuerdan formar una sociedad política tienen como principal
objetivo la defensa de la propiedad.
Transformada la sociedad en
una construcción artificial, desgajado el individuo del marco social en el que
se constituye como persona, santificada la indiferencia recíproca de las
personas como un valor en sí mismo, reemplazada la violencia por el
consentimiento, todo queda despejado para la marcha sin tropiezos del orden
burgués. Pero las cosas suelen ser más complicadas en el mundo real…
Villa del Parque,
jueves 27 de junio de 2013
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