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lunes, 22 de febrero de 2016

LOS LÍMITES DE LA RESISTENCIA: KICILLOF Y SU DEFENSA DE PAGO DE GANANCIAS POR LOS TRABAJADORES

La política se aferra a las realidades y se burla de los deseos. Esta afirmación es tanto más fuerte cuando se pretende hacer política desde la clase trabajadora. El kirchnerismo perdió el gobierno, pero está lejos de desaparecer como fuerza política y corriente de opinión. Simplificando el argumento, el kirchnerismo expresa hoy, ante todo, a sectores de las clases medias urbanas que se vieron favorecidos por la política económica implementada en el período 2003-2015. Su “resistencia” se basa en condiciones materiales, no solamente en convicciones ideológicas. De ahí el error de muchos análisis formulados desde la izquierda, que sostienen que está liquidado o que es un fenómeno meramente residual. La crítica del kirchnerismo es una tarea fundamental en la construcción del socialismo revolucionario y forma parte de la lucha por ganar a las clases medias. Esa crítica debe ser paciente, teniendo en claro que los mismos planteos erróneos reaparecerán una y otra vez.
Axel Kicillof expresa la ideología de los sectores progresistas que se acercaron al kirchnerismo a partir de la crisis de 2008. Sus ideas expresan con precisión los límites del progresismo kirchnerista. Desde este punto de vista constituyen un material de enorme valor para la discusión de los supuestos de esta corriente político-ideológica.

El artículo de Kicillof “Otro capítulo de la estafa electoral”, publicado en la edición de PÁGINA/12 de domingo 21 de febrero, va dirigido contra las últimas medidas económicas del gobierno de Mauricio Macri. Tal como es habitual, Kicillof reprocha al macrismo no haber cumplido con sus promesas de campaña electoral, en este caso en lo referente al impuesto a las ganancias aplicado a los salarios. El argumento de Kicillof  contra el macrismo se reduce a lo expresado en la oración precedente: Macri no cumplió sus promesas. Pero Kicillof defiende también la posición del kirchnerismo frente a dicho impuesto. Esta es la parte más interesante del artículo:

“Nuestra posición es que el Impuesto a las Ganancias o, mejor dicho, a los altos ingresos, tiene una cualidad: es progresivo, es decir, pagan más los que más ganan. En efecto, de los aproximadamente 11 millones de trabajadores en relación de dependencia, sólo lo paga el 10 por ciento con salarios más altos. Justamente por eso, es otra verdadera estafa sostener que un cambio en Ganancias puede darse “a cambio” de reducir el porcentaje de aumento en las paritarias. Una reducción del Impuesto a las Ganancias mejora los ingresos sólo del 10 por ciento que más gana. Para el 90 por ciento de los trabajadores no cambia absolutamente nada. El porcentaje de las paritarias no tiene nada que ver con el Impuesto a las Ganancias para la gran mayoría de los trabajadores.

La idea de que los salarios son equiparables a las ganancias puede parecer extraña. Sin embargo, forma parte de la concepción económica del progresismo. Si se afirma que la relación entre Capital y Trabajo es natural y que el antagonismo entre ambos es secundario y/o pasajero, las clases sociales se desdibujan y los individuos ocupan el centro de la escena. Dicho de otro modo, si el horizonte intelectual es el capitalismo y no se concibe la posibilidad de otra forma de organización social, es lógico que se piense que lo verdaderamente importante son los individuos. En este marco, cobra una importancia singular la cuestión de los ingresos de éstos, pues va a ser la que determine la posición que ocupan las personas en la sociedad. El salario deja de ser la forma específica de ingreso de los trabajadores (entendidos como clase social desprovista de medios de producción en el capitalismo) y pasa a convertirse en una forma más de remuneración percibida por las personas. Desde este punto de vista, es perfectamente razonable que el salario sea gravado como ganancia, pues no se distingue del ingreso del capitalista. En última instancia, la diferencia entre los ingresos del empresario y del trabajador es meramente cuantitativa.

Ahora bien, ningunear la relación Capital – Trabajo en la teoría no significa que ésta pierda peso concreto. Todo lo contrario. Kicillof demuestra la verdad de esta afirmación en el pasaje citado. Allí dice sin despeinarse que el impuesto a las ganancias sólo es abonado por el 10 % de los trabajadores, quienes son los que poseen los ingresos más altos. O sea, luego de una “década ganada” (la kirchnerista) el 90 % de los trabajadores perciben salarios tan bajos que no alcanzan a ser “beneficiados” con el pago de Ganancias. Despreciar la importancia de la relación Capital – Trabajo se traduce aquí en un desprecio enorme por la miseria padecida por buena parte de la clase trabajadora. Otra vez, nada de que extrañarse. El progresismo a la Kicillof desemboca en un individualismo que nada tiene que envidiarle al liberalismo más crudo.

Pero el ex ministro no se conforma con presentar los fundamentos conceptuales del pago de Ganancias por los trabajadores. Va más allá y nos explica las razones de política económica que motivan dicho pago.

“En los 12 años de kirchnerismo, el Impuesto a las Ganancias formó parte de un esquema de crecimiento económico e inclusión social. Las mineras, las petroleras, los grandes exportadores de grano pagaban impuestos específicos –las retenciones–. En el caso de los alimentos, estas retenciones contribuían además a que los precios internos fueran más baratos. Los subsidios a la luz, el gas y el transporte reducían el costo de vida y constituían una parte importante de los ingresos indirectos. Y la inclusión avanzaba también a través de la AUH, la moratoria jubilatoria, el Ahora 12, el Progresar, el crédito barato para las pymes, y tantas otras medidas. En ese marco se cobraba Impuesto a las Ganancias al 10 por ciento de los trabajadores de mayores salarios.”

Kicillof nos pide que aceptemos la afirmación de que las retenciones tenían bajo el kirchnerismo la misma importancia para las empresas mineras, las petroleras o los exportadores de granos, que la que tiene el pago de Ganancias para los trabajadores. Una de dos: o bien el ex ministro ha perdido en su ascenso político todo principio de realidad, o bien se trata sencillamente de una muestra de cinismo. En Argentina, el período 2011-2015 fue de estancamiento económico y alta inflación. Los trabajadores argentinos se caracterizan por la gran heterogeneidad de sus condiciones materiales. Así, mientras que algunos sindicatos pueden presionar eficazmente para obtener mejores salarios y condiciones laborales, constituyendo una especie de “aristocracia obrera”, buena parte de la clase carece de esa capacidad. Un tercio de los trabajadores están “en negro”, es decir, carecen de derechos laborales y sus salarios son sensiblemente inferiores a los de los trabajadores “en blanco”. Sólo alguien que ha perdido toda noción de las condiciones de vida de los trabajadores puede igualar el pago de Ganancias con las retenciones que pagaban, por ejemplo, las empresas que explotan la megaminería.

El secreto del pago de Ganancias por los trabajadores es de índole fiscal. El Estado argentino, incapaz de cobrar, por ejemplo, un impuesto a las transacciones financieras, necesita de los recursos provistos por los trabajadores de mayores ingresos. Las clases sociales, ninguneadas por el ex ministro, vuelven a aparecer en todo su esplendor cuando de política económica se trata. La clase obrera paga así los subsidios con los que las empresas privatizadas por el menemismo nutren sus ganancias. Todo ello sin invertir un solo peso, como puede comprobar cualquier sufrido usuario del servicio eléctrico.

La resistencia al macrismo, tal como la concibe Kicillof, no contiene ningún elemento progresivo. Si se analizan tanto sus premisas teóricas como sus recomendaciones de política económica, salta en todo momento el viejo individualismo, que ha sido adoptado como norma de vida por muchos de los integrantes de las clases medias que nutren al kirchnerismo en estos tiempos. Este individualismo se nutre, a su vez, en las condiciones de vida que se han desarrollado a partir de las derrotas de la clase obrera en 1976 y 1989, las que trajeron como consecuencia una expansión nunca vista de las relaciones mercantiles en la sociedad argentina. Criticar el individualismo de las clases medias significa criticar las bases materiales de esas condiciones de vida. Y esa crítica no puede ser sólo ideológica.



Villa del Parque, lunes 22 de febrero de 2016

lunes, 8 de febrero de 2016

MARX Y EL RECHAZO DE LOS MODELOS: EL CASO DE RUSIA

“Esto es hacerme demasiado honor y, al mismo tiempo, demasiado escarnio.”
Marx, sobre la pretensión de Mijailovki de convertir al marxismo en una filosofía de la historia.




Los partidos de la izquierda revolucionaria suelen adherir a una visión mecánica del proceso histórico. Dicho de otro modo, estas organizaciones consideran que existe un modelo de partido (el bolchevique) y un modelo de acción política (ya sea el etapismo o el Programa de Transición) que deben ser seguidos pase lo que pase, pues sólo ellos garantizan el éxito. En este artículo no discutiré los resultados de esta práctica política, sino que me limitaré a esbozar la concepción de Karl Marx (1818-1883) acerca de los modelos en la historia y, más en general, sobre la validez misma de una teoría suprahistórica. Para ello emplearé el caso de Rusia y su importancia en la reflexión marxista.

En la década de 1870 Marx dedicó una parte importante de su esfuerzo intelectual al estudio de la situación de Rusia. Hubo dos motivos que lo llevaron a emprender dicha tarea: la preocupación por concluir la redacción del Libro Tercero de El Capital y el ascenso del movimiento revolucionario en Rusia. Ambas cuestiones se hallaban enlazadas íntimamente. En 1861 los campesinos fueron liberados de la servidumbre feudal; esta medida puso en marcha un proceso de disgregación de las viejas relaciones sociales en el campo y aceleró el desarrollo del capitalismo en Rusia. La combinación de autocracia zarista, pervivencia de las relaciones feudales e implantación del capitalismo, generó un fuerte descontento social, cuya expresión fue el surgimiento de diversas agrupaciones revolucionarias.

La situación de Rusia representó un desafío para Marx. La disgregación de la comunidad rural (mir) por acción de las relaciones mercantiles derivó en un proceso de desarrollo capitalista diferente al experimentado por Inglaterra, el caso estudiado en El Capital (1867). Esto llevó a Marx a revisar su concepción acerca del surgimiento y expansión del capitalismo, teniendo en vista el análisis de la propiedad agraria realizado en el Libro III de la obra mencionada. Pero Rusia representaba un desafío mayor, pues allí el grueso de la población trabajadora estaba constituido por campesinos, no por obreros en el sentido occidental. Si bien se produjo un despertar del proletariado en los años 70 del siglo XIX, el eje del conflicto social se situaba en el campo. Una parte significativa de la intelectualidad rusa adhería a las ideas populistas y pensaba que el campesinado era la fuerza que llevaría adelante la revolución en Rusia. Otros intelectuales, más afines al socialismo occidental, sostenían que el único camino posible para la revolución rusa era el desarrollo del capitalismo y la expansión del proletariado; descartaban así al campesinado como el motor del movimiento revolucionario.

Marx hizo frente al desafío precisando su concepción del desarrollo histórico. Frente a quienes postulaban una teoría lineal y evolutiva de la historia, calcada de la experiencia inglesa, opuso una teoría más compleja, cuya tesis central es el reconocimiento de la existencia de múltiples vías de desarrollo. Estructura económica y lucha de clases se funden en una totalidad que pulveriza los enfoques mecánicos.

En la “Carta a la Redacción de «Otiéchestviennie Zapiski»” (1877) (1) (2) expone con claridad sus conclusiones sobre el caso ruso. Marx responde en ella al artículo del sociólogo populista N. K. Mijailovski (1842-1904), “Karl Marx juzgado por Y. Zhuboski” (OZ, núm. 10, 1877).

Mijailovki da por supuesto que Marx rechaza la tesis de que Rusia puede seguir una vía de desarrollo diferente a la de Europa occidental. Marx rechaza de manera tajante la pretensión del sociólogo ruso:

“Pero como a mí no me gusta dejar que nadie «adivine» lo que pienso, voy a expresarme sin rodeos. Para poder enjuiciar con conocimiento propio las bases del desarrollo de Rusia, he aprendido el ruso y estudiado durante muchos años memorias oficiales y otras publicaciones referentes a esta materia. Y he llegado al resultado siguiente: si Rusia sigue marchando por el camino que viene recorriendo desde 1861, desperdiciará la más hermosa ocasión que la historia ha ofrecido jamás a un pueblo para esquivar todas las fatales vicisitudes del régimen capitalista.” (p. 63).

Queda claro que no existe una única vía de desarrollo histórico, pues en el texto se explicita que Rusia podía seguir un camino no capitlaista. Dicho en otros términos, Marx rechaza la existencia de una única línea de desarrollo, idéntica para todos los casos. Para evitar malentendidos, precisa los alcances del famoso capítulo 24 del Libro Primero de El Capital:

“El capítulo de mi libro que versa sobre la acumulación originaria se propone señalar simplemente el camino por el que en la Europa occidental nació el régimen económico capitalista del seno del régimen económico feudal.” (p. 63).

El alcance del capítulo 24, más allá de la concepción general de que el capitalismo requiere la expropiación de los campesinos y la concentración de la propiedad de los medios de producción en manos privadas, se encuentra circunscripto a Europa occidental (sería más preciso hablar exclusivamente de Inglaterra). No puede aplicarse mecánicamente a otros países.

“Ahora bien, ¿cuál es la aplicación que mi crítico puede hacer a Rusia de este bosquejo histórico? Solamente ésta: si Rusia aspira a convertirse en un país capitalista calcado sobre el patrón de los países de la Europa occidental – y durante los últimos años, hay que reconocer que se han infligido no pocos daños en este sentido -, no lo logrará sin antes convertir en proletarios a una gran parte de sus campesinos; y una vez que entre en el seno del régimen capitalista, tendrá que someterse a las leyes inexorables, como otro pueblo cualquiera. Esto es todo.” (p. 64).

Mijailovski interpreta de modo diferente el argumento del capítulo 24, convirtiéndolo en
“una teoría filosófico-histórica sobre la trayectoria general a que se hallan sometidos fatalmente todos los pueblos, cualesquiera que sean las circunstancias históricas que en ellos concurran”. (p. 64).

Ahora bien, esta forma de pensar la cuestión es radicalmente diferente a la desarrollada por Marx. En la Carta que estamos comentando, Marx se limita a mostrar, a través de una breve exposición de la suerte de los plebeyos en Roma, cómo dos situaciones semejantes pueden dar origen a desarrollos completamente diferentes.

“Los proletarios romanos no se convirtieron en obreros asalariados, sino en una plebe ociosa cuyo nivel de vida era más bajo aún que el de los «blancos pobres» de los Estados Unidos (…) He aquí, pues, dos clases de acontecimientos que, aun presentando palmaria analogía, se desarrollan en diferentes medios históricos y conducen, por tanto, a resultados completamente distintos.” (p. 65).

Aquí lo central es la referencia a los “diferentes medios históricos”. Con esa expresión se refiere a una combinación de factores, siendo uno de los más importantes la lucha de clases. Las clases en conflicto poseen distinto nivel de organización, una experiencia diferente, dirigentes y cuadros con niveles disímiles de conciencia y de habilidad política, etc. Más allá de que los límites de la lucha se hallan condicionados por factores objetivos (el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas), el margen de variación es sumamente amplio. De ahí que sea imposible fijar un esquema lineal de desarrollo histórico. Por ende, Marx rechaza caracterizar a su concepción de la sociedad como una “filosofía de la historia” y elige el camino del estudio de cada caso concreto:

“Estudiando cada uno de estos procesos históricos por separado y comparándolos luego entre sí, encontraremos fácilmente la clave para explicar estos fenómenos, resultado que jamás lograríamos, en cambio, con la clave universal de una teoría general de la filosofía de la historia, cuya mayor ventaja reside precisamente en el hecho de ser una teoría suprahistórica.” (p. 65).

El rechazo hacia la filosofía de la historia no es simplemente una cuestión teórica. Es también una opción política. Defender una concepción lineal y mecánica del desarrollo histórico equivale a postular modelos universales de acción política. Hacer esto limita a la clase trabajadora en su tarea de construir hegemonía para enfrentar a la burguesía. No estamos haciendo una inferencia arbitraria. En el caso que nos ocupa, aceptar la tesis de un modelo único de desarrollo histórico suponía dejar de lado la cuestión del campesinado, limitándose a la organización de la clase obrera moderna, única clase capaz, según ese modelo, de enfrentar con éxito al capitalismo.

El marxismo entendido como teoría revolucionaria obliga a dejar de lado los esquemas y los lugares comunes, para dedicarse en cambio al análisis de las realidades concretas, que siempre están constituidas por “múltiples determinaciones”.


Villa del Parque, lunes 8 de febrero de 2016

NOTAS:

Para la redacción de este artículo utilicé la traducción española de Félix Blanco, incluida en: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1980). Escritos sobre Rusia: II. El porvenir de la comuna rural rusa. México D. F.: Ediciones Pasado y Presente. (pp. 62-65).

(1)  Esta carta circuló durante mucho tiempo en copias manuscritas del original francés, siendo publicada luego en ruso, en 1886, en VÉSTNIK NARODNOI VOLI (El mensajero de la Voluntad del Pueblo) en Ginebra, y después en Rusia misma por la revista YURIDÍCHESKI VÉSTNIK (El mensajero jurídico). La reprodujo la revista francesa LE MOUVEMENT SOCIALISTE, en mayo de 1902 y fue incorporada como apéndice a la traducción al francés del libro de Danielson. (1902). Histoire du dévelopement économique de la Rusia. Paris: Giard et Brière. (pp. 507-509).


(2)  Otiéchestviennie Zapiski [Anales de la Patria]: Revista político-literaria, se publicó inicialmente en San Petersburgo, desde 1820; a partir de 1839 era una de las mejores publicaciones progresistas de la época. Sometida a continuas persecuciones por parte de la censura, la revista fue clausurada en 1884 por el gobierno zarista. [Información tomada de la edición mencionada, pág. 62].

martes, 2 de febrero de 2016

CAPITALISMO Y POPULISMO SEGÚN EL MACRISMO

El ascenso de Mauricio Macri a la presidencia de la República Argentina constituye un fenómeno significativo en la historia política de nuestro país. Dejando de lado otras consideraciones, hay que insistir en un hecho fundamental: es la primera vez que un partido político abiertamente burgués llega al poder por vía de elecciones, sin recurrir a golpes de Estado y sin las mediaciones del radicalismo y del peronismo. El macrismo es consciente de ello y sabe que se encuentra frente a una oportunidad histórica, la de consolidar una hegemonía burguesa que no dependa del peronismo para su estabilidad. El tiempo dirá si el PRO se encuentra a la altura de las circunstancias. En este artículo nos interesa revisar algunos de los supuestos ideológicos en los que se basa el macrismo. Para ello recurrimos a la discusión del editorial “Capitalismo en serio”, publicado en LA NACIÓN del 31 de enero pasado. La elección de la fuente no es casual. Desde su fundación, LA NACIÓN ha sido el vocero de los intelectuales orgánicos de la burguesía argentina.

El núcleo del editorial es la crítica del “populismo”, término elegido para no tener que mencionar explícitamente al peronismo. La elección no es caprichosa. La palabra “populismo” ha sido utilizada de tantos modos diferentes que ha terminado por no significar nada preciso. De ese modo, permite denigrar una posición política-ideológica (en este caso el peronismo) sin tomarse el trabajo de examinarla a fondo.

El argumento desplegado en el editorial es sencillo. El “populismo” gobernó Argentina desde 1943. El autor pasa por alto que durante ese período hubo un golpe militar (1955) que inauguró una proscripción de 18 años para el peronismo, que durante ese período tan dilatado la burguesía gobernó muchas veces por medio de dictaduras militares, etc., etc. Cuando se trata de construir la mitología de una nueva fuerza política se dejan de lado las “minucias” de la historia. El “populismo” gobernó dejando de lado la iniciativa privada y concentrándose en la acción estatal. De este modo, la inversión languideció y la Argentina se encontró una y otra vez al borde del precipicio. El macrismo viene a rescatar al país de su crisis secular, restableciendo la normalidad burguesa mediante el sencillo acto de poner al “capital” en el centro de la economía.

En este punto llegamos a la parte más interesante del editorial, pues da cuenta de uno de los caballitos de batalla de la ideología macrista: la concepción del capital. La forma de abordar la cuestión es característica por su desparpajo y da cuenta de una burguesía que se siente libre de amenazas. Así, el autor del editorial recurre a una cita de Marx y Engels para justificar la concepción macrista del capital: “Dice el Manifiesto Comunista (1848): «En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas». Y se pregunta: « ¿Quién en los pasados siglos pudo sospechar siquiera que en el regazo de la sociedad fecundada por el trabajo del hombre yaciesen soterradas tantas y tales energías y elementos de producción?».

Así como el autor tergiversa descaradamente la historia argentina, también hace un descalabro con la teoría marxista. Marx y Engels conciben al capital como una relación social que se establece entre la burguesía y la clase trabajadora. En dicha relación, la burguesía utiliza su propiedad privada de los medios de producción para apropiarse del producto del trabajo de la clase obrera. En términos marxistas, esto se llama explotación y permite comprender cómo todo desarrollo bajo el capitalismo tiene un carácter contradictorio. En otras palabras, cuánto más riqueza genera el trabajador, más se enriquece la burguesía y más se empobrece en términos relativos la clase obrera. Son claras las razones por las que el autor del editorial tiene que ignorar prolijamente esta cuestión.

El “populismo” dejó de lado la formación de capital interno en pos de fortalecer el rol del Estado: “Pero sin capital, el trabajo humano se malversa y la dignidad humana se degrada. En los países donde no hay inversiones, los trabajadores son explotados con salarios de subsistencia. A la inversa, cuando hay inversiones, la mano de obra se encarece y el trabajo se dignifica. Hay explotación cuando se combate el capital y no a la inversa.” No hay que escandalizarse por la manera descarada en que el autor deforma la teoría marxista. Son las reglas de una clase que detenta el poder, está interesada en conservarlo y sabe que el marxismo siempre constituye una amenaza, así sea a nivel teórico.

De lo expuesto en el párrafo anterior se desprende que los problemas de la Argentina se resuelven fomentando la inversión de capital. El procedimiento ideológico es sencillo y merece ser explicado dada su importancia política: la burguesía argentina viene de cuatro años de estancamiento económico, que reduce sus ganancias. De ahí que requiera un aumento de la inversión para poner en marcha nuevamente el crecimiento económico. Para incentivar la inversión es preciso generar condiciones favorables (por ejemplo, reducir los salarios y de ese modo aumentar las perspectivas de ganancia para los inversores). Ahora bien, todo esto es el interés particular de la clase capitalista. Construir hegemonía implica, entre otras cosas, presentar ese interés particular como el interés general de toda la sociedad. Al intentar mostrar que el capital no implica la explotación de los trabajadores, el autor del editorial está construyendo la hegemonía burguesa.

La refutación del argumento del editorial no basta para echar por tierra la construcción ideológica del macrismo. Es propio del idealismo pensar que las ideas (y sus refutaciones) hacen la historia. Pero las concepciones ideológicas corren detrás de la historia concreta (no teórica). El macrismo sólo podrá ser refutado en el terreno práctico. Y allí está todo por hacer.



Villa del Parque, martes 2 de febrero de 2016