El ascenso de Mauricio Macri
a la presidencia de la República Argentina constituye un fenómeno significativo
en la historia política de nuestro país. Dejando de lado otras consideraciones,
hay que insistir en un hecho fundamental: es la primera vez que un partido
político abiertamente burgués llega al poder por vía de elecciones, sin
recurrir a golpes de Estado y sin las mediaciones del radicalismo y del peronismo.
El macrismo es consciente de ello y sabe que se encuentra frente a una
oportunidad histórica, la de consolidar una hegemonía burguesa que no dependa
del peronismo para su estabilidad. El tiempo dirá si el PRO se encuentra a la
altura de las circunstancias. En este artículo nos interesa revisar algunos de
los supuestos ideológicos en los que se basa el macrismo. Para ello recurrimos
a la discusión del editorial “Capitalismo en serio”, publicado en LA NACIÓN del
31 de enero pasado. La elección de la fuente no es casual. Desde su fundación,
LA NACIÓN ha sido el vocero de los intelectuales orgánicos de la burguesía
argentina.
El núcleo del editorial es
la crítica del “populismo”, término elegido para no tener que mencionar
explícitamente al peronismo. La elección no es caprichosa. La palabra “populismo”
ha sido utilizada de tantos modos diferentes que ha terminado por no significar
nada preciso. De ese modo, permite denigrar una posición política-ideológica
(en este caso el peronismo) sin tomarse el trabajo de examinarla a fondo.
El argumento desplegado en
el editorial es sencillo. El “populismo” gobernó Argentina desde 1943. El autor
pasa por alto que durante ese período hubo un golpe militar (1955) que inauguró
una proscripción de 18 años para el peronismo, que durante ese período tan
dilatado la burguesía gobernó muchas veces por medio de dictaduras militares,
etc., etc. Cuando se trata de construir la mitología de una nueva fuerza
política se dejan de lado las “minucias” de la historia. El “populismo” gobernó
dejando de lado la iniciativa privada y concentrándose en la acción estatal. De
este modo, la inversión languideció y la Argentina se encontró una y otra vez
al borde del precipicio. El macrismo viene a rescatar al país de su crisis
secular, restableciendo la normalidad burguesa mediante el sencillo acto de
poner al “capital” en el centro de la economía.
En este punto llegamos a la
parte más interesante del editorial, pues da cuenta de uno de los caballitos de
batalla de la ideología macrista: la concepción del capital. La forma de
abordar la cuestión es característica por su desparpajo y da cuenta de una
burguesía que se siente libre de amenazas. Así, el autor del editorial recurre
a una cita de Marx y Engels para justificar la concepción macrista del capital:
“Dice el Manifiesto
Comunista (1848): «En el siglo corto que lleva de
existencia como clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas
mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas». Y
se pregunta: « ¿Quién en los pasados siglos pudo sospechar siquiera que en el
regazo de la sociedad fecundada por el trabajo del hombre yaciesen soterradas
tantas y tales energías y elementos de producción?».”
Así como el autor tergiversa descaradamente la historia argentina,
también hace un descalabro con la teoría marxista. Marx y Engels conciben al
capital como una relación social que se establece entre la burguesía y la clase
trabajadora. En dicha relación, la burguesía utiliza su propiedad privada de
los medios de producción para apropiarse del producto del trabajo de la clase
obrera. En términos marxistas, esto se llama explotación y permite comprender
cómo todo desarrollo bajo el capitalismo tiene un carácter contradictorio. En
otras palabras, cuánto más riqueza genera el trabajador, más se enriquece la
burguesía y más se empobrece en términos relativos la clase obrera. Son claras
las razones por las que el autor del editorial tiene que ignorar prolijamente
esta cuestión.
El “populismo” dejó de lado la formación de capital interno en pos de
fortalecer el rol del Estado: “Pero sin capital, el trabajo humano se malversa
y la dignidad humana se degrada. En los países donde no hay inversiones, los
trabajadores son explotados con salarios de subsistencia. A la inversa, cuando
hay inversiones, la mano de obra se encarece y el trabajo se dignifica. Hay
explotación cuando se combate el capital y no a la inversa.” No hay que
escandalizarse por la manera descarada en que el autor deforma la teoría
marxista. Son las reglas de una clase que detenta el poder, está interesada en
conservarlo y sabe que el marxismo siempre constituye una amenaza, así sea a
nivel teórico.
De lo expuesto en el párrafo anterior se desprende que los problemas de
la Argentina se resuelven fomentando la inversión de capital. El procedimiento
ideológico es sencillo y merece ser explicado dada su importancia política: la
burguesía argentina viene de cuatro años de estancamiento económico, que reduce
sus ganancias. De ahí que requiera un aumento de la inversión para poner en
marcha nuevamente el crecimiento económico. Para incentivar la inversión es
preciso generar condiciones favorables (por ejemplo, reducir los salarios y de
ese modo aumentar las perspectivas de ganancia para los inversores). Ahora
bien, todo esto es el interés particular de la clase capitalista. Construir
hegemonía implica, entre otras cosas, presentar ese interés particular como el
interés general de toda la sociedad. Al intentar mostrar que el capital no
implica la explotación de los trabajadores, el autor del editorial está construyendo
la hegemonía burguesa.
La refutación del argumento del editorial no basta para echar por tierra
la construcción ideológica del macrismo. Es propio del idealismo pensar que las
ideas (y sus refutaciones) hacen la historia. Pero las concepciones ideológicas
corren detrás de la historia concreta (no teórica). El macrismo sólo podrá ser refutado
en el terreno práctico. Y allí está todo por hacer.
Villa del Parque, martes 2 de febrero de 2016
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