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jueves, 18 de mayo de 2023

DURKHEIM Y LA CRÍTICA DEL INDIVIDUALISMO




Ariel Mayo (UNSAM / ISP Dr. Joaquín V. González)


“El ser humano es por naturaleza un animal social.”

Aristóteles (384-322 a. C.)


“El ser humano es (...) un animal que sólo

puede individualizarse en sociedad.”

Karl Marx (1818-1883)

 

A modo de prefacio: las ciencias sociales contra la concepción individualista de la sociedad

En la actualidad las ciencias sociales (o la teoría de la sociedad, si se prefiere) están obligadas a enfrentar el ascenso de las corrientes individualistas, según las cuales la sociedad no es otra cosa que la suma agregada de individuos. Que estas corrientes ocupan un lugar cada vez más significativo en la actualidad es una afirmación que no merece mayor discusión. El individualismo y la glorificación del egoísmo están a la orden del día. El individualismo se encuentra en el centro de numerosos movimientos políticos que combaten a los restos del Estado de bienestar (sea lo que fuere que esa expresión signifique hoy en día), al socialismo (al que se identifica, en parte capciosamente, en parte con mucho de razón, como estatista) y a cualquier vestigio de derechos de los trabajadores. El individualismo, en suma, es una de las piezas fundamentales en torno a los que se estructuran los movimientos y partidos que se conocen como liberales (o “libertarios”, como es el caso de Javier Miley en Argentina).

¿Por qué las ciencias sociales están obligadas a combatir el ascenso del individualismo?

La razón es sencilla: el individualismo, al escindir al individuo de la sociedad y al enfrentarlo a ella, no hace otra cosa que demoler los fundamentos sobre los que se construyó, trabajosamente, la ciencia de la sociedad. Esa ciencia (no importa aquí si se trata de la sociología o del marxismo) vio la luz planteando que la sociedad es una entidad diferente a los individuos que la componían, que la sociedad produce ideas y representaciones que no existen naturalmente en los individuos, y que la vida en sociedad moldea a las personas y permite el desarrollo de la individualidad. Por ende, postular que los individuos son previos a la sociedad y que crean a ésta a su imagen y semejanza, implica echar por tierra los fundamentos mencionados. En criollo, significa mandar al carajo todo lo hecho en el terreno de las ciencias sociales en los últimos 250 años.

Para las ciencias sociales, luchar contra el individualismo es luchar por su supervivencia como ciencias.

En este texto no podemos desarrollar en toda su extensión la crítica del individualismo, entendido como concepción filosófico y sociológica. Al fin y al cabo, este texto no es nada más ni nada menos que una ficha de trabajo; no obstante ello, la relectura de los clásicos resulta un punto de partida necesario para emprender la tarea de discutir las bases filosóficas que nutren al liberalismo conservador de la actualidad.

En sociología, al mencionar a los clásicos es imposible no tener en cuenta a Émile Durkheim (1858-1917). El sociólogo francés sentó las de una sociología científica; al hacerlo, confrontó inevitablemente con el individualismo. Para muestra de ello basta con ir a su obra La educación moral.  Pero antes de hacerlo corresponde decir algo sobre dicha obra en sí.

En el año lectivo 1902-1903, Durkheim dictó en la Sorbona (la Universidad de París) el primer curso sobre Ciencia de la Educación (hoy diríamos Sociología de la Educación). El sociólogo francés redactaba in extenso las lecciones de sus clases; gracias a ello poseemos el manuscrito de este curso, cuyo título es L’Éducation morale [La educación moral]. [1] Las lecciones cuarta, quinta y sexta están dedicadas al tratamiento de los grupos sociales. [2] Se trata de un material ineludible al momento de conocer las opiniones durkheimianas sobre el individualismo.

Información para bibliófilos:

Para la redacción del presente texto se utilizó: Durkheim, E. (1997). La educación moral. Buenos Aires, Argentina: Losada. 318 p. (Biblioteca Pedagógica). Todas las citas corresponden a esta edición, salvo indicación en contrario.


El todo es superior a las partes, o hablemos de los fundamentos de la crítica de la concepción individualista de la sociedad

Para poner en contexto el argumento desarrollado en La educación moral, hay que comenzar diciendo que la sociología construyó su espacio propio en el terreno de la teoría social por medio de la crítica del individualismo. Esto es particularmente notorio en Las reglas del método sociológico (1895). Allí Durkheim se esforzó por mostrar que la sociedad constituía un sustrato diferente a los individuos y que ella producía normas y representaciones que se imponían a las personas. [3]

En La educación moral, Durkheim vuelve a insistir en esta cuestión:

“porque los hombres viven juntos en vez de vivir separados, las conciencias individuales actúan unas sobre las otras y, a consecuencia de las relaciones que se establecen de este modo, aparecen ideas y sentimientos que jamás se hubieran producido en las conciencias aisladas.” (p. 76)

El comportamiento de las multitudes sirve de prueba positiva para la afirmación anterior:

“Los grupos humanos tienen una manera de pensar, sentir y vivir diferente de la que es propia de sus mismos miembros, cuando éstos piensan, sienten y viven aisladamente. Ahora bien, todo lo que decimos de las multitudes, se aplica, a posteriori, a las sociedades que no son otra cosa que multitudes permanentes y organizadas.” (p. 77)

Durkheim sostiene que lo anterior se deriva del hecho de que el todo es más que las partes que lo componen. O, dicho de otro modo, el todo posee propiedades diferentes a cada una de las partes que lo integran.

“Es pues un hecho constante que un todo puede ser diferente a la suma de sus partes. Nada hay en ello de sorprendente por esta razón, a saber: que los elementos, en vez de permanecer aislados, se asocian y se relacionan, actúan y reaccionan los unos sobre los otros, por lo cual, es natural que de estas acciones y de estas reacciones, que son producto directo de la asociación, que no habían tenido lugar antes de que ésta se hubiera realizado, surjan fenómenos enteramente nuevos, que no existían antes de verificarse aquélla.” (p. 76).

La tesis de que el todo es diferente a las partes que lo integran es la base de la crítica al individualismo y, a la vez, la justificación de la sociología como ciencia. De esa tesis se deriva que el objeto de estudio de la sociología son los hechos sociales [4] y no las conductas individuales. Más aun, las conductas individuales no son (salvo que se trate de una actitud patológica) otra cosa que los hechos sociales pasados por el tamiz de la experiencia individual.


La moral es lo que es y no lo que debe ser, o de cómo la sociedad produce sus propias normas

Enunciar las bases filosóficas de la crítica del individualismo y de la necesidad de la sociología es apenas el comienzo del trabajo. La tarea queda trunca si no se pasa a analizar las normas, costumbres y representaciones de una sociedad dada en un momento histórico determinado. Pero La Educación moral no emprende esa labor, sino que se concentra en el examen de un tipo específico de normas: la moral.

Durkheim deja de lado las concepciones que ponen el acento en la moral tal como debe ser; por el contrario, se dedica a examinar la moral tal cual es. [5] Esto supone concebir a ésta como “una infinidad de reglas especiales, precisas y definidas, que fijan la conducta de los hombres para las diferentes situaciones que se presentan con más frecuencia” (p. 35). En este sentido, el análisis de la moral se enlaza con la crítica del individualismo.

Repasemos lo visto hasta ahora. El núcleo de la crítica consiste en la afirmación de que la sociedad es una entidad diferente de los individuos que la componen. Esta tesis supone el rechazo de su contraria: la sociedad es una creación de los individuos. Si los individualistas tienen razón, la fuente de origen de la moral es cada uno de los individuos que viven en una sociedad dada. Ellos crean la moral. Pero en este punto Durkheim afila el cuchillo y pasa a demostrar que una moral nacida de los individuos sería amoral, es decir, una contradicción en sí misma. Su argumento es el siguiente.

La moral no consiste en la búsqueda de los fines personales de cada individuo. Durkheim rechaza esta concepción afirmando que ningún pueblo entiende a la moral de este modo, y que “lo que queremos conocer es esa moral tal como la entienden y aplican todos los pueblos civilizados” (p. 72). O sea, en base al principio metodológico que indica que tenemos que estudiar lo que existe antes de plantear lo que debe ser, el sociólogo está obligado a indagar cuál es la concepción de la moral que es aceptada por los distintos pueblos civilizados (nótese al pasar el tufillo a colonialismo que se desprende de algunos adjetivos empleados por Durkheim). Y esta concepción puede sintetizarse en la frase: “los actos prescritos por las leyes morales presentan todos el carácter común de perseguir fines impersonales” (p. 72)

Prosigamos. Si los actos del individuo guiados por sus fines personales no son morales, podemos calificarlos de amorales (en el sentido de que no pertenecen a las reglas incluidas en la moral de una sociedad determinada). La moral persigue fines impersonales. Pero fuera de los individuos no hay más que los grupos formados por la reunión de los individuos. El más extenso de esos grupos es precisamente la sociedad. [6] En otras palabras, la moral consiste en los actos impersonales dirigidos hacia la sociedad. Mejor dicho, “los fines morales son aquellos que tienen por objeto una sociedad. Obras moralmente es obrar en vista de un interés colectivo.” (p. 74)

La noción misma de interés colectivo resulta imposible de concebir si no se contempla la existencia de una entidad superior a los individuos (la sociedad). [7] La sociedad, esa totalidad de relaciones, acciones y representaciones, desarrolla intereses que no surgen naturalmente en las personas que la integran. Y esos intereses se expresan, entre otras cosas, en las normas morales.


¡Yo soy Espartaco!, o el individuo como ser social:

La crítica del individualismo va más allá del debate respecto a qué es la sociedad. La crítica apunta a la noción misma de individuo. El punto de partida de Durkheim es que el ser humano es un ser social:

“El ser humano se atiene tanto menos a sí mismo cuanto no se atiene más que a sí. ¿De dónde le viene esto? Es porque el ser humano constituye, en su mayor parte, un producto social. De la sociedad nos viene todo lo mejor de nosotros mismos, todas las formas superiores de nuestra actividad. El lenguaje es cosa social, y ocupa el primer lugar; la sociedad es la que lo ha elaborado y por la sociedad se transmite de generación en generación.” (p. 84)

Si esto es así, el ser humano sólo puede individualizarse en el marco de la sociedad. Los individuos aislados, si fuera posible que vivieran fuera de la sociedad, quedarían reducidos a las funciones orgánicas, encadenados a la satisfacción incesante de las necesidades más elementales. [8] En una sociedad moderna, donde la división del trabajo se ha extendido a niveles inimaginables en siglos anteriores, cada persona depende de las demás para satisfacer sus necesidades. Es precisamente esa extensión de la división del trabajo, de la interdependencia entre los individuos, la que genera la realidad y la ilusión de la autonomía del individuo. Realidad porque una división del trabajo extendida libera a las personas de pasar todo el tiempo trabajando para proveerse lo necesario para subsistir y abre un mundo de posibilidades para su desarrollo material y espiritual. Ilusión porque la economía mercantil hace que las personas se relacionen por medio del dinero y, por tanto, oscurece la percepción de la interdependencia entre los individuos. Quien posee dinero piensa que no necesita de los demás. La consecuencia de esta ilusión es el individualismo exacerbado.

Si se acepta que los seres humanos somos seres sociales, pierde consistencia el planteo que postula la existencia del antagonismo individuo-sociedad. Este planteo “está reforzado por viejos hábitos del espíritu que oponen la sociedad al individuo como dos términos contrarios y antagónicos, que no pueden desarrollarse el uno más que en detrimento del otro.” (p. 82). La antinomia individuo-sociedad se apoya, pues, en una concepción distorsionada de la relación social, que pone el acento en los extremos (el individuo por un lado, la sociedad por el otro), a punto tal que sostiene que son los extremos los que dan vida a la relación. Si se concibe de este modo a la relación, tiene sentido plantear la existencia de antagonismos irreductibles entre los extremos, sean cuales fueren estos (individuo-sociedad, individuo-Estado, patriotismo-cosmopolitismo, etc., etc.). Sin embargo, los antagonismos derivados de esa forma de pensar la relación no son otra cosa que abstracciones que oscurecen la comprensión de la relación real.

Durkheim propone un camino diferente. Individuo y sociedad constituyen una totalidad orgánica, en la que lo importante es la relación (en rigor, el conjunto de relaciones). El siguiente pasaje muestra con claridad la posición durkheimiana:

“Sin duda, lejos de existir entre ellos un antagonismo, lejos de que el individuo pueda adherirse a la sociedad sin abdicar total o parcialmente de su propia naturaleza, sólo a condición de adherir a ella es como el individuo realiza plenamente su naturaleza, es como llega a ser realmente él mismo.” (pp. 82-83).

La disolución del antagonismo individuo-sociedad disuelve las bases filosóficas del individualismo, pues el individuo no puede ser pensado por fuera de la sociedad o desarrollándose a espaldas de ésta. Para bien o para mal, el individuo está unido indisolublemente a la sociedad.

Un corolario de la argumentación anterior es la manera de concebir el conflicto. Para Durkheim se trata de conflicto social, no del choque entre el individuo y la sociedad. Un ejemplo de ello es el siguiente pasaje, que no tiene desperdicio:

“El individuo en sí mismo reducido a sus solas fuerzas es incapaz de modificar el estado social. No se puede actuar eficazmente sobre la sociedad más que agrupando las fuerzas individuales de manera que se opongan fuerzas colectivas contra fuerzas colectivas. Pero los males que procura curar o atenuar la caridad privada provienen generalmente de causas sociales. Abstracción hecha de casos particulares excepcionales, la naturaleza de la miseria, dentro de una sociedad determinada, proviene del estado de la vida económica y de las condiciones dentro de las cuales funciona, es decir, de su organización misma. Si existen hoy muchos vagabundos sociales, gentes fuera de toda vida social regular, es que hay dentro de nuestras sociedades europeas alguna cosa que impele a la vagancia. (...) Males tan manifiestamente sociales exigen que se les trate socialmente. Contra ellos nada puede el individuo aislado.” (pp. 98-99)

La argumentación de Durkheim refuta la idea, tan de moda en nuestros días, de que la posición de cada persona en la sociedad es el resultado de sus esfuerzos y sus méritos. Para que esos esfuerzos y esos méritos den resultados es necesario que existan determinadas condiciones materiales, sin las cuales el esfuerzo y el mérito giran en el vacío. Más todavía, cada sociedad forma en los individuos cierta idea del mérito y del esfuerzo. En definitiva, Durkheim aporta una visión realista, no utópica, de la relación individuo-sociedad.

El individualismo actual es cosa vieja. Sus fundamentos y su concepción de la sociedad fueron discutidos y refutados por las ciencias sociales hace ya mucho tiempo. Las razones de su elevación a verdadera moda también fueron analizadas hace más de un siglo. Nada hay de novedoso en él. Sin embargo, refutar teóricamente un argumento no implica refutarlo en la práctica. Con toda la importancia que tiene la discusión científica de los argumentos (viejos) del individualismo, no avanzamos un paso en su erradicación si la concepción correcta de la relación individuo-sociedad no se plasma en el sentido común de la sociedad. Parafraseando al viejo Marx, no alcanzan las armas de la crítica: hace falta la crítica de las armas. Pues en la medida en que la refutación del individualismo no se haga carne en lo cotidiano, se dará la paradoja de que lo viejo (el individualismo) se presente como lo nuevo.

 

Villa del Parque, jueves 18 de mayo de 2023


NOTAS:

[1] La obra fue publicada por primera vez en 1925. La edición estuvo a cargo del sociólogo francés Paul Fauconnet (1874-1938).

[2] Estas lecciones abarcan las pp. 61-110 de La educación moral.

[3] En el prólogo a la 2° edición de la obra se encuentra este pasaje: “Sí (...) esta síntesis sui generis que constituye toda sociedad da lugar a fenómenos nuevos, diferentes de aquellos que tienen lugar en las conciencias aisladas, no se puede por menos de reconocer que esos hechos específicos residen en la propia sociedad que los produce y no en sus partes, es decir, en sus miembros. Así pues, en ese sentido son exteriores a las conciencias individuales” (Durkheim, É., Las reglas del método sociológico, Barcelona, Altaya, 1998, p. 42).

[4] La noción de hecho social fue desarrollada por Durkheim en el capítulo 1 de Las reglas del método sociológico: “un orden de hechos que presentan caracteres muy particulares: consiste en modos de actuar, de pensar y de sentir, exteriores al individuo, y que están dotados de un poder de coerción en virtud del cual se imponen a él. Por consiguiente, no podrían confundirse con los fenómenos orgánicos, que consisten en representaciones y en acciones, ni tampoco con los fenómenos psíquicos, que no tienen existencia más que en la conciencia individual y por ella. Por consiguiente, constituyen una nueva clase y es a ellos, y sólo a ellos, a los que se debe dar el calificativo de sociales; éste es el calificativo adecuado, pues resulta claro que al no tener por substrato al individuo, no pueden tener otro que la sociedad, sea la sociedad política en su totalidad, sea alguno de los grupos parciales que encierra: confesiones religiosas, escuelas políticas y literarias, corporaciones profesionales, etc.” (Durkheim, É., Las reglas del método sociológico, Barcelona, Altaya, 1998, pp. 58-59)

[5] Durkheim sigue aquí la indicación metodológica propuesta por Maquiavelo en El Príncipe. Los fenómenos sociales, cualesquiera que sean, no pueden ser abordados desde el deber ser (nuestros deseos, nuestros ideales), sino que debemos estudiarlos tal como se presentan en la realidad. Maquiavelo lo expresa así: “mi intento es escribir cosas útiles a quienes las lean, y juzgo más conveniente irme derecho a la verdad efectiva de las cosas, que a cómo se las imagina; porque muchos han visto en su imaginación repúblicas y principados que jamás existieron en la realidad. Tanta es la distancia entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que quien prefiere a lo que se hace lo que debería hacerse, más camina a su ruina que a su preservación” (Maquiavelo, El príncipe, Madrid, Universidad de Puerto Rico y Revista de Occidente, 1955, p. 342).

[6] “Las relaciones morales son relaciones entre conciencias. Pero por fuera y por encima del ser consciente que soy y por fuera y por encima de los seres conscientes que son los otros individuos humanos, no hay otra cosa que el ser consciente que es la sociedad. Y yo entiendo por esto todo lo que es el grupo humano, tanto la familia como la patria o como la humanidad en la medida, al menos, como se realiza. (...) me limito a plantear este principio, a saber, que el dominio de la moral comienza allí donde comienza el dominio social.” (p. 74)

[7] Adam Smith (1723-1790) era consciente de esta dificultad y desarrolló la idea de “la mano invisible” del mercado para solucionarla. Pero la solución smithiana consiste en un reconocimiento tácito de la existencia de fuerzas sociales que se encuentran por encima del individuo y que se realizan a través de las acciones individuales, independientemente de los fines perseguidos por los individuos al realizarlas.

[8] Thomas Hobbes (1588-1679), el primero de los autores contractualistas (quienes pensaban que existía un estado de naturaleza, previo a la vida en sociedad), describió en estos términos como sería la situación de las personas fuera de la sociedad: “todo aquello que es consustancial a un tiempo de guerra, durante el cual el hombre es enemigo de los demás, es natural también en el tiempo en que los hombres viven sin otra seguridad que la que la propia fuerza y su propia invención pueden proporcionarles. En una situación semejante no existe oportunidad para la industria, ya que su fruto es incierto; por consiguiente no hay cultivo de la tierra, ni navegación, ni uso de los artículos que pueden ser importados por mar, ni construcciones confortables, ni instrumentos para mover y remover las cosas que requieren mucha fuerza, ni conocimiento de la faz de la tierra, ni cómputo del tiempo, ni artes, ni letra, ni sociedad; y lo que es peor de todo, existe continuo temor y peligro de muerte violenta, y la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve.” (Hobbes, Thomas, Leviatán, México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 103).


domingo, 29 de septiembre de 2019

DURKHEIM, EL SUICIDIO Y LA CIENTIFICIDAD DE LA SOCIOLOGÍA



El suicidio, es uno de los principales trabajos del sociólogo francés Emile Durkheim (1858-1917) y se encuentra entre las obras más influyentes de la literatura sociológica. En ES confluyen varias problemáticas, a las que corresponde situar en el contexto de institucionalización de la sociología como ciencia. En esta ficha, dedicada a la Introducción de la obra, me concentraré en la importancia de ES para la fundamentación de la cientificidad de la sociología.
Nota bibliográfica:
Para la redacción de esta ficha trabajé con siguiente traducción española: Durkheim, E. (2006). El suicidio. Estudio de sociología y otros textos complementarios. Buenos Aires: Miño y Dávila. La Introducción se encuentra en pp. 99-115.

El primer apartado de la Introducción (pp. 99-105) se encuentra dedicado a la definición del suicidio. La cuestión es importante desde el punto de vista metodológico. Es imposible estudiar científicamente un problema si no se tiene en claro cuáles son los límites del mismo, aunque sea de un modo aproximado y preliminar.
Durkheim procede descartando la definición del “lenguaje usual”, pues posee carácter ambiguo. Su crítica de dicho lenguaje se encuentra concentrada en el siguiente pasaje:
“No sólo su significado está poco delimitado, sino que como la clasificación que las produce no procede de un análisis metódico y no hace más que traducir las impresiones confusas de la mayoría de las personas, ocurre con frecuencia que categorías de hechos diferentes se agrupan indistintamente bajo una misma rúbrica, o que realidades de igual naturaleza son designadas con nombres diferentes.” (p. 99).
Para resolver la dificultad, el investigador está obligado a “constituir los grupos que quiere analizar, a los efectos de darles la homogeneidad y la especificidad necesarias para su tratamiento científico.” (p. 100). En otras palabras, las categorías de hechos que debe analizar y comparar la sociología no se encuentran constituidas como tales en la realidad empírica, sino que tienen que ser construidas por los científicos. Se trata, en otras palabras, de constituir el objeto de estudio.
Durkheim procede de modo sistemático.
“Nuestra primer tarea debe (…) ser determinar el orden de hechos que nos proponemos estudiar bajo el nombre de suicidio. (…) Lo que nos importa (…) es constituir una categoría de objetos que, pudiendo ser etiquetados sin inconveniente bajo esta rúbrica, se encuentra fundada objetivamente, es decir, corresponde a una naturaleza determinada de cosas.” (p. 100).
Durkheim examina las distintas especies de muerte y encuentra que algunas tienen algo en común, que se expresa en tres particularidades: 1) la muerte resulta “de un acto cuyo paciente es el autor”, es obra de la misma víctima; 2) no importa la “naturaleza intrínseca de los actos que producen ese resultado”. Da lo mismo que la persona se mate rehusando comer o que se dispare a sí misma con un arma de fuego; 3) tampoco importa “que el acto producido por el paciente haya sido el antecedente inmediato de la muerte para que ésta pueda ser considerada como efecto suyo; la relación de causalidad puede ser indirecta, sin que el fenómeno cambie de naturaleza.” (Por ejemplo, el religioso que busca el martirio y comete, por tanto, un acto que sabe que va a ser castigado con la muerte).
A partir de lo anterior elabora su primera definición:
Se llama suicidio a toda muerte que resulta, mediata o inmediatamente, de un acto, positivo o negativo, realizado por la víctima misma.” (p. 101).
Acto seguido, Durkheim comienza a indicar los puntos flojos de dicha definición. Por ejemplo, contempla como actos de la misma clase “la muerte de un alucinado que se precipita desde una ventana elevada, porque la cree en el mismo plano que el suelo” y el salto al vacío de una persona que quiere matarse.
Con el objetivo de precisar la definición, aborda la cuestión de los motivos que llevan a una persona a cometer suicidio. Más en concreto, al problema de establecer sin lugar a dudas que ésa fue la intención del individuo.
“¿Cómo saber cuál móvil ha determinado al agente y si al tomar su resolución era la muerte lo que deseaba o si se proponía algún otro fin? La intención es una cosa demasiado íntima para que pueda ser apreciada desde fuera más que por aproximaciones groseras. Incluso se sustrae hasta a la misma observación interior. ¿Cuántas veces nos equivocamos sobre las verdaderas razones que nos mueven a obrar? Sin cesar nos explicamos como pasiones generales o sentimientos elevados, movimientos que nos inspiraron pequeños impulsos o una ciega rutina.” (p. 101-102). [1]
Todas las formas posibles de renuncia a la vida tienen en común “que el acto que la consagra es realizado con conocimiento de causa; que sea cual fuese la razón que llevara a conducirse así, la víctima en el momento de obrar sabe cuál va a ser el resultado de su conducta.” (p. 102-103).
A partir de lo anterior, es posible formular la siguiente definición:
se denomina suicidio a todo caso de muerte que resulte, directa o indirectamente, de un acto, positivo o negativo, realizado por la propia víctima, a sabiendas que debía producir ese resultado.” (p. 103).
Durkheim afirma que la principal ventaja de esta definición radica en que permite forjarnos mejor “una idea del lugar que los suicidios ocupan en el conjunto de la vida moral”.  Lejos de tratarse de fenómenos completamente alejado de esa vida, conductas cuyas motivaciones son puramente individuales,
“los suicidios no son más que la forma exagerada de prácticas usuales (…) el suicidio aparece bajo otro aspecto cuando se reconoce que se relaciona, sin solución de continuidad, por un lado, con los actos de valor y de abnegación; y, por otro, con los actos de imprudencia y de simple negligencia.” (p. 104-105).
Aquí se encuentra la clave de la importancia de la obra para la sociología. ES muestra que un fenómeno que se presenta como exclusivamente individual, se encuentra, no obstante, dentro del campo de incumbencia de la sociología, pues forma parte de los hechos morales (empleo aquí la terminología de Durkheim).

El segundo apartado (pp. 105-115) está dedicado a fundamentar porqué el suicidio es un tema de incumbencia de los sociólogos.
Durkheim presenta la cuestión con su habitual claridad:
“Puesto que el suicidio es un acto del individuo, que sólo afecta al individuo, parece que debe únicamente depender de factores individuales, y que concierne, por consiguiente, únicamente a la psicología.” (p. 105).
Durkheim no rechaza la posibilidad de estudiar los suicidios desde la psicología. Pero afirma que ellos constituyen un tema de estudio legítimo para la sociología:
“Si en lugar de ver en ellos más que acontecimientos particulares, aislados unos de otros, y que deben ser examinados cada uno por separado, se considera el conjunto de los suicidios cometidos en una sociedad dada durante una unidad de tiempo determinada, se constata que el total así obtenido no es una simple adición de unidades independientes, o una colección, sino que constituye por sí mismo un hecho nuevo y sui generis, que tiene su unidad y su individualidad, y como consecuencia, su naturaleza propia, y que, además, esta naturaleza es eminentemente social.” (p. 105).
Al pasar del tratamiento individual de cada suicidio a un tratamiento colectivo, realizado por medio del auxilio de la estadística, se construye un nuevo objeto de estudio, que cumple todos los requisitos para su tratamiento sociológico. Durkheim está reafirmando así el carácter científico de la sociología.
En base al examen de los datos estadísticos, Durkheim afirma:
“Cada sociedad tiene, pues, en cada momento de su historia, una aptitud definida para el suicidio. Se mide la intensidad relativa de esta aptitud tomando la relación entre la cifra global de muertes voluntarias y la población de todas las edades y sexo. Llamaremos a este dato numérico tasa de la mortalidad-suicidio propia de la sociedad considerada. Se calcula, generalmente, en relación con un millón o con cien mil habitantes.” (p. 107-108).
Una vez comprobada la existencia de una regularidad estadística, es preciso explicarla. Si bien corresponde decir que Durkheim dedica toda la obra a formular dicha explicación, avanza un poco en esa dirección.
La tasa de suicidios demuestra, a la vez, permanencia y variabilidad. Durkheim afirma lo siguiente:
“Pues esta permanencia sería inexplicable si no estuviese relacionada con un conjunto de caracteres distintivos, solidarios recíprocamente que, a pesar de la diversidad de las circunstancias de ambiente, se afirman de modo simultáneo. Esa variabilidad testimonia la naturaleza individual y concreta de estos mismos caracteres, puesto que se modifican como la peculiaridad social misma. En suma, lo que expresan estos datos estadísticos es la misma tendencia al suicidio que afecta a cada sociedad colectivamente. No vamos a explicar ahora en qué consiste esta tendencia, si es un estado sui generis del alma colectiva, con su propia realidad, o si sólo representa una suma de estados individuales. Aunque las consideraciones que presentamos sean difícilmente conciliables con esta última hipótesis, reservamos la solución del problema, que será tratado en el curso de esta obra.” (112).

En síntesis,
“Cada sociedad está predispuesta a producir un contingente determinado de muertes voluntarias. Esta predisposición puede ser objeto de un estudio especial que incumbe a la sociología.” (p. 112).

El estudio del suicidio sirve para poner en claro los alcances y límites de la sociología. El sociólogo busca
“las causas por medio de las cuales es posible actuar, no sobre los individuos aisladamente, sino sobre el grupo. En consecuencia, entre los factores del suicidio los únicos que le conciernen son aquellos que hacen sentir su acción sobre el conjunto de la sociedad. La tasa de suicidios es el producto de estos factores.” (p. 113).
Si el suicidio puede ser estudiado por la sociología, entonces no cabe ninguna duda de que la sociología tiene un objeto de estudio que le es propio. Durkheim reafirma así la cientificidad de la nueva disciplina social.

Parque Avellaneda, domingo 29 de septiembre de 2019

NOTAS:
[1] Durkheim se adelante a las críticas a la sociología comprensiva de Max Weber (1858-1917). Sin entrar en el debate específico, las objeciones del francés a la posibilidad de conocer las intenciones de los individuos son pertinentes. Durkheim agrega: “Por otra parte, y de una manera general, un acto no puede ser definido ateniéndose al fin que persigue el gente, dado que un mismo sistema de movimientos, sin cambiar de naturaleza, puede dirigirse a muchos fines diferentes.” (p. 102).

lunes, 23 de septiembre de 2019

LA CONCEPCIÓN DE DURKHEIM SOBRE LA RELACIÓN ENTRE DIVISIÓN DEL TRABAJO Y LA MORAL


Benito Quinquela Martín (1890-1977)


La división del trabajo social es la tesis doctoral del sociólogo Emile Durkheim (1858-1917), uno de los mayores exponentes de la llamada sociología clásica. Publicada en 1893, ha ejercido (y ejerce) gran influencia en el desarrollo de la teoría social. No dispongo de tiempo para explicar las razones de esa influencia, basta con señalarla. En todo caso, el lector interesado puede dedicar tiempo a la lectura de la obra, y así se hará un panorama de primera mano de la importancia de la misma. Como siempre, es preferible un abordaje directo de los clásicos a las interpretaciones de segunda mano.
La presente ficha de lectura está dedicada a la Conclusión de la obra.
Nota bibliográfica:
En la elaboración de esta ficha trabajé con la traducción española de Rocío Annunziata: Durkheim, E. (2008). La división del trabajo social. Buenos Aires: Gorla. La Conclusión se encuentra en pp. 429-440.
Abreviaturas empleadas:
DT = División del trabajo / DTS = La división del trabajo social / SM = Solidaridad mecánica / SO = Solidaridad orgánica


Ante todo, corresponde recordar que DTS es “un esfuerzo por considerar los hechos de la vida moral según el método de las ciencias positivas” (p. 117). En especial, Durkheim examina la cuestión de la DT, con el objetivo de mostrar que, lejos de profundizar la separación entre los seres humanos y, en el límite, provocar la disgregación de la sociedad, ella constituye un poderoso medio de unificación de los individuos. Además, es preciso tener en cuenta que Durkheim desarrolla su análisis de la DT en el marco del pasaje de las sociedades precapitalistas (caracterizadas por un tipo especial de lazo social, la solidaridad mecánica) a la sociedad capitalista (centrada en la solidaridad orgánica). En otros términos, el sociólogo francés aborda el problema desde una perspectiva dinámica (histórica) de los fenómenos sociales.
La Conclusión de la obra está dividida en tres apartados. En el primero (pp. 429-434), explica en qué consiste la moral y en qué medida la DT es un hecho moral, en el sentido de que contribuye a mantener unida a la sociedad.
Durkheim afirma que la moral consiste en la realización en nosotros de “la conciencia colectiva del grupo del que formamos parte” (p. 430). Ese grupo no es la humanidad entera, colectivo demasiado abstracto e imposible de aprehender por el individuo, sino la sociedad concreta de la que formamos parte. [1] En consecuencia, cada pueblo en cada época determinada tiene su moral propia.
Ahora bien, si se considera la cuestión desde el punto de vista histórico, existen dos grandes formas de lazos morales. En las sociedades premodernas, la conciencia individual procura identificarse completamente con la conciencia colectiva, es decir, con las ideas y valores aceptados por la comunidad en su conjunto. Se trata de la solidaridad mecánica. Las sociedades modernas, en cambio, “sólo pueden mantenerse en equilibrio si el trabajo está dividido” (p. 430); se genera así la solidaridad orgánica, que enlaza a individuos muy diferentes unos de otros.
Durkheim afirma que tanto los lazos que unen a individuos que se parecen entre sí (SM), como los que unifican a individuos bien diferentes (SO), cumplen la misma función: lograr la “cohesión de las sociedades”.
En palabras de Durkheim,
“La característica de las reglas morales es que enuncian las condiciones fundamentales de la solidaridad social. El derecho y la moral son el conjunto de los lazos que nos unen unos a otros y con la sociedad, que hacen de la masa de los individuos un agregado y un todo coherente. Es moral, puede decirse, todo aquello que es fuente de solidaridad, todo lo que fuerza al ser humano a contar con otro, a regular sus movimientos de acuerdo con algo más que los impulsos de su egoísmo, y la moralidad es tanto más sólida cuanto más numerosos y fuertes son estos lazos. Se ve cuán inexacto es definirla (…) por la libertad, ya que consiste más bien en un estado de dependencia. Lejos de servir para emancipar al individuo, para desprenderlo del medio que lo envuelve, tiene por función esencial, por el contrario, hacer de él la parte integrante de un todo y, por consiguiente, quitarle algo de la libertad de sus movimientos.” (p. 431; el resaltado es mío – AM-).
La moral nace de la sociedad, no de los individuos.
El ser humano sólo es un ser moral porque vive en sociedad, puesto que la moralidad consiste en ser solidario de un grupo y varía como esta solidaridad. Haced desaparecer toda vida social, y la vida moral se desvanece al mismo tiempo, no teniendo ya objeto al que adherirse.” (p. 431; el resaltado es mío – AM-). [2]
El pasaje de la SM a la SO es resultado del desarrollo histórico. Durkheim apunta que “a medida que se avanza en la evolución, los lazos que unen al individuo a su familia, al suelo natal, a las tradiciones que le ha legado el pasado, a los usos colectivos del grupo, se distienden.” (p. 432). La DT viene a reemplazar parcialmente a dichos lazos, generando la SO.
“He aquí lo que constituye el valor moral de la DT. Es que, a través de ella, el individuo toma conciencia de su estado de dependencia frente a la sociedad; de ella provienen las fuerzas que lo retienen y lo contienen. En una palabra, puesto que la DT se transforma en la fuente eminente de la solidaridad social, se vuelve al mismo tiempo la base del orden moral.” (p. 433).
Si la DT es la base de la cohesión social en las sociedades modernas, cada individuo está obligado a especializarse, pues contribuye con ello al bien común. En este punto, Durkheim critica al diletante y a los individuos que rechazan la especialización, pues actúan de ese modo en contra de la sociedad.


En el segundo apartado (pp. 434-437) examina la relación entre la DT y el desarrollo de la personalidad individual. Intenta dar respuesta a la objeción habitual, que afirma que la especialización de los individuos disminuye su personalidad, los convierte en apéndices de una tarea determinada.
Durkheim aborda el problema desde una perspectiva histórica. Niega la existencia de una naturaleza humana ahistórica.
“Se parte [los críticos de la DT] de que el ser humano debe realizar su naturaleza de ser humano (…). Pero esta naturaleza no permanece constante en los diferentes momentos de la historia; se modifica con las sociedades.” (p. 435; el resaltado es mío – AM-).
Si se acepta esta perspectiva, es posible comprender que tanto la SM como la SO responden a tiempos históricos diferentes:
“En los pueblos inferiores, lo propio del ser humano es parecerse a sus compañeros, realizar en sí todos los rasgos del tipo colectivo, que se confunde entonces, más aún que hoy en día, con el tipo humano. Pero en las sociedades más avanzadas su naturaleza es, en gran parte, ser un órgano de la sociedad, y lo que le es propio, por consiguiente, es desempeñar su rol de órgano.” (p. 435).
Nuestro autor va más allá y plantea que la especialización contribuye al desarrollo de la personalidad individual, pues hace que el especialista domine un campo de actividad, por más parcial que sea, y ese dominio le pertenece, siendo esta pertenencia la característica que lo distingue de los demás, la afirmación de su personalidad.


Por último, en el tercer apartado (pp. 438-440), Durkheim se dedica a mostrar que la DT tiene que ser considerada como “un sistema de derechos y de deberes” que ligan a las personas, y no sólo en un sentido económico (como un medio para incrementar la productividad del trabajo).
La crítica de Durkheim a los economistas se basa en que éstos conciben a la DT como una relación entre individuos. Nuestro autor, en cambio, afirma el punto de vista sociológico:
“La DT no pone frente a frente a individuos sino funciones sociales. Y la sociedad está interesada en el juego de estas últimas: dependiendo de que éstas converjan regularmente o no, será sana o enferma.” (p. 438).
En otras palabras, Durkheim confronta el individualismo metodológico de los economistas, que explican la sociedad a partir de los individuos, con la concepción sociológica de la sociedad, que postula que los individuos son moldeados por la sociedad, creando así las condiciones para el desarrollo de la personalidad individual.
Sobre el final, Durkheim reconoce que la moral atraviesa una profunda crisis, y que ésta es producto del pasaje de las sociedades premodernas a la sociedad moderna, de la SM a la SO: “nuestra fe se ha visto perturbada; la tradición ha perdido su imperio; el juicio individual se ha emancipado del juicio colectivo.” (p. 439). Se da una situación de anomia, en la que las normas morales propias de la SM no sirven para nuestra sociedad, pero todavía no se han desarrollado las normas adecuadas al nuevo estado social.
Dada la situación descripta en el párrafo anterior:
“Nuestro primer deber hoy es construirnos una moral. Una obra semejante no puede improvisarse en el silencio del gabinete; sólo puede elevarse por sí misma, poco a poco, bajo la presión de causas internas que la vuelven necesaria. Pero para lo que la reflexión puede y debe servir es para señalar el fin que hay que alcanzar. Eso es lo que hemos tratado de hacer.” (p. 440).
La tarea de la sociología consiste en estudiar el estado de la sociedad e indicar el tipo de moral que requiere. Pero la reforma moral (la elaboración e implementación de nuevas normas morales) es una tarea que compete a los prácticos, es decir, a las personas que viven en esa sociedad.
Parque Avellaneda, lunes 23 de septiembre de 2019


NOTAS:
[1] Durkheim critica aquí al “moralista que cree poder, por la fuerza del pensamiento, sustraerse a la influencia de las ideas que lo rodean, (…) [y no puede lograrlo] pues está impregnado de ellas por completo y, haga lo que haga, es a éstas que encuentra al cabo de sus deducciones.” (p. 430).
[2] En otro pasaje es todavía más enfático: “La moral, en todos sus grados, no se ha encontrado nunca más que en el estado de sociedad, no ha variado nunca más que en función de condiciones sociales. Es, pues, salirse de los hechos y entrar en el dominio de las hipótesis gratuitas y de las imaginaciones inverificables preguntarse qué podría ocurrir si la sociedad no existiera.” (p. 432).

domingo, 18 de septiembre de 2016

LA DIVISIÓN DEL TRABAJO SEGÚN DURKHEIM



El presente artículo tiene por objetivo presentar el prefacio la Introducción a la 1º edición de La división del trabajo social (1893), de Emile Durkheim (1858-1917). (1)

El tema central es el papel de la división del trabajo (DT a partir de aquí) en la sociedad.

Curiosamente (o no tanto), el sociólogo francés omite toda referencia a Marx en la Introducción. Pero fue Marx quien destacó los aspectos políticos de la DT, así como también la cosificación de las relaciones sociales. (2) Durkheim quita carácter político a la DT, al convertirla en un fenómeno común a la sociedad y a la biología. La DT pasa a ser así una característica de los organismos complejos, sean estos seres vivos o grupos humanos. Así, por ejemplo, la división entre el trabajo manual y el trabajo intelectual es concebida como una necesidad del organismo y no como el resultado de las luchas que se dieron al interior de la comunidad. El uso de la metáfora del organismo biológico para describir a la sociedad cobra así nuevo sentido.


Durkheim dedica el comienzo de la Introducción a precisar los alcances de la DT. Empieza por la economía y va registrando la ampliación de su campo de aplicación. La DT termina por abarcar todas las actividades humanas.

Durkheim toma nota del hecho de que la teoría social comenzó a estudiar la DT recién a finales del siglo XVIII (con Adam Smith). La DT es notoria en la industria moderna, pero también en la agricultura (p. 123-124). Pero su alcance va mucho más allá de la economía:

“Se puede observar su creciente influencia en las regiones más diferentes de la sociedad. Las funciones políticas, administrativas, judiciales se especializan cada vez más. Ocurre lo mismo con las funciones artísticas y científicas.” (p. 124).

La ciencia constituye un buen ejemplo del grado de extensión de la DT: “No sólo el sabio no cultiva ya simultáneamente ciencias diferentes, sino que ni siquiera abarca el conjunto de una ciencia. El círculo de sus investigaciones se restringe a un orden determinado de problemas e incluso a un problema único.” (p. 124)

El punto decisivo de la Introducción se encuentra en la afirmación de que la DT social constituye un caso particular de un fenómeno que abarca al conjunto del mundo biológico.

“No es sólo una institución ⦗la DT⦘ que tiene su fuente en la inteligencia y en la voluntad de los hombres, sino un fenómeno de biología general, cuyas condiciones parece necesario ir a buscar en las propiedades esenciales de la materia organizada. La división del trabajo social no se presenta más que como una forma particular de este processus general, y las sociedades, conformándose a esta ley, parecen ceder a una corriente que ha nacido mucho antes que ellas y que arrastra en el mismo sentido a todo el mundo viviente.” (p. 125).

Ahora bien, el salto del mundo social al biológico no está justificado adecuadamente. Mejor dicho, Durkheim lo justifica recurriendo a “las especulaciones recientes de la filosofía biológica”. (p. 125). (3) Es precisamente este salto el que permite omitir la política y concentrarse en la necesidad biológica.

A partir del reconocimiento de que la DT es un fenómeno común al mundo social y al mundo biológico, Durkheim se pregunta qué actitud debemos adoptar frente a ella: “¿Debemos tratar de convertirnos en un ser acabado y completo, un todo que se baste a sí mismo, o bien, por el contrario, no ser más que la parte de un todo, el órgano de un organismo?” (p. 125).

A pesar que muchas veces primó la búsqueda de un ser humano integral, cuyos saberes y habilidades abarcaran el conjunto de la experiencia humana, en la actualidad se impone la corriente que busca “la perfección en el hombre competente, que no busca ser completo, sino producir, que tiene una tarea delimitada y que se consagra a ella, que hace su servicio, que traza su camino.” (p. 126).

Expresado de un modo todavía más claro: “El ideal moral, que era uno, simple e impersonal, va diversificándose cada vez más. Ya no pensamos que el deber exclusivo del hombre sea realizar en sí mismo las cualidades del hombre en general, sino que creemos que debe tener las que corresponden a su empleo.” (p. 126).

Durkheim apunta que muchas personas ven con recelo la DT, y que la extensión de ésta se ve contradecida por una corriente contraria, que procura que todos los seres humanos deseen realizar el mismo ideal. La presencia de esta corriente refleja el carácter de la vida moral, en la que se cruzan tendencias contradictorias que se limitan y equilibran mutuamente. (p. 127).

La lucha de tendencias antagónicas en la vida moral sólo puede ser analizada recurriendo al método científico. Durkheim lo esboza así: “La única manera de llegar a apreciar objetivamente la división del trabajo es estudiarla primero en sí misma de manera completamente especulativa, averiguar para qué sirve y de qué depende, en una palabra, formarnos de ella una noción tan adecuada como nos sea posible. Hecho esto, estaremos en condiciones de compararla con los otros fenómenos morales y de ver qué vínculos mantiene con ellos. Si descubrimos que juega un rol similar a alguna otra práctica cuyo carácter moral y normal es indiscutido, que si en ciertos casos no cumple este rol es como consecuencia de desviaciones anormales y que las causas que la determinan son también las condiciones determinantes de otras reglas morales, podemos concluir que debe ser clasificada entre estas últimas.” (p. 128).

Durkheim aplica aquí el principio metodológico enunciado en Las reglas del método sociológico (1895): “Para saber qué es objetivamente la división del trabajo no basta con desarrollar el contenido de la idea que nos hacemos de ella, sino que es necesario tratarla como un hecho objetivo, observarla, compararla” (p. 129). De este modo, procura dejar de lado el método de los moralistas, quienes partían de su propia idea acerca de la organización de la sociedad, y en base a ella (a esta idea) ordenaban los hechos sociales.


Villa del Parque, domingo 18 de septiembre de 2016



NOTAS:
(1) Utilizo la traducción española de Rocío Annunziata: Durkheim, Emile. (2010). [1° edición: 1893]. La división del trabajo social. Buenos Aires: Gorla. (pp.123-129).
(2) Marx desarrolló su concepción de la DT en La ideología alemana (1845-1846). El argumento es el siguiente: “toda la estructura interna de cada nación depende del grado de desarrollo de su producción y de su intercambio interior y exterior. Hasta dónde se han desarrollado las fuerzas productivas de una nación lo indica del modo más palpable el grado hasta el cual se ha desarrollado en ella la división del trabajo. (...) Las diferentes fases de desarrollo de la división del trabajo son otras tantas formas distintas de la propiedad; o, dicho en otros términos, cada etapa de la división del trabajo determina también las relaciones de los individuos entre sí, en lo tocante al material, el instrumento y el producto del trabajo.” (Marx, Karl y Engels, Friedrich, La ideología alemana, Buenos Aires, Ediciones Pueblos Unidos, 1985, p. 20-21). “Con la división del trabajo, que lleva implícitas todas estas contradicciones y que descansa , a su vez, sobre la división natural del trabajo en el seno de la familia y en la división de la sociedad en diversas familias contrapuestas, se da, al mismo tiempo, la distribución y, concretamente, la distribución desigual, tanto cuantitativa como cualitativamente, del trabajo y de sus productos; es decir, la propiedad, cuyo primer germen, cuya forma inicial se contiene ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los esclavos del marido.” (Op. cit., p. 33). Sobre el caso específico de la separación entre trabajo físico y trabajo intelectual, cabe mencionar el siguiente pasaje: “La división del trabajo sólo se convierte en verdadera división a partir del momento en que se separan el trabajo físico y el intelectual. Desde este instante, puede ya la conciencia imaginarse realmente que es algo más y algo distinto que la conciencia de la práctica existente, que representa realmente algo sin representar algo real; desde este instante se halla la conciencia en condiciones de emanciparse del mundo y entregarse a la creación de la teoría pura.” (op, cit, p. 32).

(3) “Se sabe, en efecto, a partir de los trabajos de Wolf, de von Baer, de Milne-Edwards, que la ley de la división del trabajo se aplica tanto a los organismos como a las sociedades; incluso se ha podido decir que un organismo ocupa un lugar tanto más elevado en la escala animal cuanto más especializadas son sus funciones.” (p. 125).