Vistas de página en total

Mostrando entradas con la etiqueta Capitalismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Capitalismo. Mostrar todas las entradas

sábado, 10 de septiembre de 2016

MARX Y LA CRÍTICA DEL SENTIDO COMÚN BURGUÉS: EL OBJETIVO DE LA PRODUCCIÓN CAPITALISTA


“Billetera mata galán.”
Dicho popular.

El Capital (1867) de Karl Marx (1818-1883) constituye el estudio más profundo, sistemático y despiadado de la sociedad capitalista jamás escrito, a punto tal que es de Perogrullo afirmar que marca un antes y después en las ciencias sociales. A esta altura del partido, la montaña de publicaciones sobre la magnum opus del socialista alemán es prácticamente inabarcable. Este ensayo no pretende esclarecer ni el sentido general de la obra ni algún aspecto particular (basta, en ambos casos, con remitir a la inmensa bibliografía existente). Su objetivo es mucho más modesto. Se trata de describir, mediante un ejemplo, el modo en que Marx combatió las ideas fundamentales de la economía política, que son también las bases de la ideología burguesa. Detrás de las concepciones de la economía burguesa se encuentran las ideas populares (de sentido común) que intentan justificar el capitalismo. En este sentido, es posible afirmar que la refutación marxista de la economía política asume el carácter de una discusión del sentido común burgués.


En El Capital se encuentran dos críticas especialmente importantes de dicho sentido común. Uno de ellos está en el famoso capítulo 24, dedicado al análisis de la acumulación originaria de capital. Allí demuestra la falacia del argumento que sostiene que la fortuna de los empresarios se originó en el ahorro y en el trabajo personal de estos señores.


El otro caso es el examinado aquí. Se trata de la explicación del proceso de transformación de dinero en capital (capítulo 4 del Libro Primero). (1) El sentido común burgués nos dice que el capitalismo es la forma más racional y eficiente de organizar la producción; el objetivo de ésta es producir los bienes y servicios para satisfacer las necesidades de las personas. De este modo, el capitalismo consigue esa satisfacción de la manera más racional posible. Cualquier otra forma de organizar el proceso productivo es irracional y conduce al desastre.


Marx comienza indicando que el punto de partida del capital es la circulación de mercancías. Para que haya capital tienen que darse los siguientes supuestos históricos:


1) producción mercantil, los bienes y servicios son producidos para ser vendidos en el mercado; 2) circulación mercantil; 3) comercio (= circulación mercantil desarrollada).


El comercio implica que el conjunto (o la mayor parte) de la producción de la sociedad asume la forma de mercancías. Ello supone, a sus vez: a) la existencia de la propiedad privada; b) la extensión de la división del trabajo.


Ahora bien, “la circulación del dinero como capital es (...) un fin en sí, pues la valorización del valor existe únicamente en el marco de este movimiento renovado sin cesar. El movimiento del capital (...) es carente de medida.” (p. 186). Puesto que el objetivo del capital es la valorización del valor, está obligado a traspasar las fronteras nacionales y a expandirse por todo el planeta. El comercio tiene que ser mundial; de ahí que el capitalismo promueva el desarrollo del mercado mundial. Por esto el capitalismo fue la primera forma de organización económica capaz de expandirse hasta abarcar todo el planeta.


En las mercancías podemos distinguir el valor de uso y el valor de cambio. El primero es la propiedad que tienen de satisfacer las necesidades de los seres humanos; para satisfacer una necesidad concreto se requiere un trabajo concreto, específico. Por ejemplo, esta netbook en la que escribo satisface mi necesidad de escritura y es producida por la acciòn de trabajadores con saberes y habilidades específicas. El valor de cambio es, ante todo, la relación cuantitativa en que puedo intercambiar una mercancía dada por otra. Por ejemplo, puedo dar clases particulares de sociología y recibir dinero a cambio (el valor de cambio de mis conocimientos, que constituyen una mercancìa vendible en el mercado).


Marx demuestra que el valor de uso no puede ser el objetivo de la producción de mercancías. El propósito del comercio es la obtención de una cantidad de dinero mayor que la invertida. En otras palabras, comprar barato para vender caro. No importa el objeto o servicio vendido, importa hacer efectiva dicha diferencia. Su argumento es el siguiente.


La primera manifestación del capital es el dinero (p. 179). El dinero puede cumplir la función de auxiliar de la circulación de mercancías: M - D - M, ⦗M = mercancía; D = dinero⦘ forma típica del proceso de intercambio de mercancías, examinado en el capítulo 3, apartado 2 (Medio de circulación) de El Capital.


Marx describe así al proceso de intercambio: “transfiere mercancías de manos en las cuales son no-valores de uso, a manos en las que son valores de uso (...) el producto de una modalidad útil de trabajo reemplaza al de otra. Tan pronto como pasa al lugar en que sirve como valor de uso, pasa de la esfera del intercambio mercantil a la del consumo.” (p. 127). Mediante este paso obligado por el mercado, el capitalismo distribuye los bienes y servicios requeridos para satisfacer las necesidades de las personas. Esta transferencia no es directa, sino que requiere la mediación del dinero. Para poder comprar, primero debo vender mi mercancía y obtener así el dinero indispensable para la compra. Como es sabido, quien carece de dinero no puede participar del mercado.


A pesar de su importancia social, el proceso de intercambio de mercancías no es el objetivo primordial del capital. M - D - M está centrado en el valor de uso. El motor del capital es, como se indicó, la valorización del valor. En otros términos, el capitalismo no busca la satisfacción de necesidades, sino la obtención de más dinero. Esto se comprende cuando se examina la cuestión con más detalle.


La forma de circulación en que el dinero se transforma en capital es: D - M - D (comprar para vender). Es una forma particular del proceso de intercambio = intercambio de dinero por dinero.


Como es evidente, el proceso D - M - D carece de sentido si en la venta se obtiene el mismo dinero invertido en la compra. Es inútil comprar por 100 pesos para luego vender por 100 pesos.


D - M - D se justifica cuando la venta arroja más dinero que el que se puso en la compra. Compro por 100 pesos para vender a 110 pesos, por ejemplo. Es por eso que D - M- D’ es la forma plena del proceso. D’ es fundamental para el análisis del capital:


“D’ = D + ∆D, esto es, igual a la suma de dinero adelantada inicialmente más un incremento. A dicho incremento, o al excedente por encima del valor originario, lo denomino yo plusvalor (...) El valor adelantado originariamente no sólo, pues, se conserva en la circulación, sino que en ella modifica su magnitud de valor, adiciona un plusvalor o se valoriza. Y este movimiento lo transforma en capital.” (p. 184).


El secreto del capitalismo radica en que se trata de un sistema de producción dirigido a la producción de plusvalor. Marx demuestra más adelante que ese plusvalor es creado por los trabajadores y apropiado por los empresarios gracias a la propiedad privada de los medios de producción. Es por ello que afirma que el capitalismo está basado en la explotación del trabajo por el capital.


De modo que para comprender la transformaciòn del dinero en capital es preciso determinar cómo se genera el capital, es decir, cómo surge el plusvalor. A ello dedicaremos el próximo ensayo.

Villa del Parque, sábado 10 de septiembre de 2016


NOTAS:

(1) Marx, Karl. (1996). El capital: Libro Primero. El proceso de producción del capital. México D. F.: Siglo XXI. (pp. 179-214). Traducción española de Pedro Scaron.

lunes, 29 de septiembre de 2014

CARTA ABIERTA Y EL AGOTAMIENTO DEL PROGRESISMO (I)

“Cualquier cacatúa sueña con la pinta de Carlos Gardel.”


El agrupamiento de intelectuales kirchneristas conocido como Carta Abierta (CA) acaba de lanzar su carta n°17. El texto completo fue publicado por diario Página/12 en su edición del domingo 28 de septiembre. El estilo ampuloso de los documentos de CA, alejado por cierto de la sencillez profunda de lo popular, es característica de todo el escrito y dificulta su lectura completa. Hay muchísimo cacareo barroco y poca sustancia. Sin embargo, el documento no carece de importancia, como intentaré demostrar a continuación. El escaso tiempo de que dispone el autor de estas notas impide la formulación de una crítica exhaustiva del texto. Es por ello que he preferido concentrarme en los aspectos que considero más significativos.

Es importante tener en cuenta el contexto en que CA publica su Carta n° 17 antes de comenzar el análisis propiamente dicho. La crisis del modelo de acumulación instaurado por el kirchnerismo a partir de 2003 se encuentra en pleno desarrollo: el país no cuenta con las divisas necesarias para cubrir los pagos de importaciones y de intereses de deuda hasta diciembre de 2015; la recesión se dispara y se multiplican las suspensiones y despidos; la inflación pulveriza los salarios y hace que cada vez más trabajadores tengan dificultades para llegar a fin de mes; la pobreza (negada en las estadísticas oficiales) se hace sentir en las calles, a través de la multiplicación de indigentes. Se trata, por cierto, de un panorama poco propicio para agarrar la guitarra y sanatear. Es por ello que el documento tiene mucho de extemporáneo y de grotesco político.

En primer lugar, los autores no se andan con chiquitas y nos encajan la caracterización de una nueva etapa del capitalismo, cuya acta de nacimiento, aunque no lo digan expresamente, es el fallo del juez Griesa en contra de la Argentina. De este modo, los acontecimientos argentinos adquieren, por el mero poder de las palabras, un significado histórico-universal. Veamos cómo describen al capitalismo los intelectuales de CA:

“…los más concentrados gabinetes judiciales de Wall Street, donde el lenguaje de las finanzas se puede resumir ahora en amenazantes y lacónicas sentencias judiciales, que distorsionan acuerdos de pago sobre las deudas soberanas hechos en términos del lenguaje capitalista heredado, y que ahora parece escaso ante la nueva gendarmería judicial-financiera que recorre el mundo con su apocaliptico mensaje. Ni siquiera el viejo capitalismo, cuya proterva historia podemos visualizar desde la Liga Hanseática de los remotos tiempos hasta los acuerdos de Bretton Woods, es una cápsula válida para contener estos nuevos impulsos irracionales que le quitan un núcleo de realidad productiva que tenía el capitalismo arcaico, para situar la nueva lógica irracional en un reproductivismo de un mundo sin naciones, sólo regulado por la nueva división en regiones financieras de endeudamiento comprendido como nueva forma de mando imperial.

El lenguaje increíblemente enredado de los autores encubre una serie de afirmaciones sobre el capitalismo actual, que resumen todos los prejuicios de un progresismo acostumbrado a copiar las modas intelectuales y no a estudiar seriamente los fenómenos sociales. Veamos. El capitalismo se basa hoy en “impulsos irracionales”, desprovistos del “núcleo de realidad productiva” que tenía el “capitalismo arcaico”. Decir esto es una tremenda estupidez. El capitalismo (el arcaico, el actual o el que existe en las cabezas de los muchachos de CA) consiste en la producción de mercancías para obtener plusvalor. Ese plusvalor es apropiado por los propietarios de los medios de producción. En el capitalismo desarrollado, la centralización y concentración de los medios de producción alcanza niveles cada vez mayores, reforzando así el poder de la clase capitalista. Expresado de manera más sencilla: la base del poder de los empresarios es la apropiación del plusvalor, esto es, el trabajo gratuito producido por los trabajadores. Sin plusvalor no hay nada para repartir. Sin producción no hay plusvalor. Todas las disputas entre fracciones capitalistas presuponen la existencia de una producción capitalista como eje que articula a la sociedad. Los intelectuales de CA dejan de lado esta cuestión y pasan a afirmar que vivimos en un mundo en el que prima el “reproductivismo” (¿qué puede significar esta expresión?, sólo ellos lo saben). Plantear que hay “reproductivismo” sin producción es algo tan absurdo que los autores de la Carta no se animan a decirlo abiertamente.

Sigamos. El mundo se halla dividido en “regiones financieras de endeudamiento comprendido como una nueva forma de mando imperial”. Todo muy bonito, pero sostener que el endeudamiento es la nueva forma de dominación implica soslayar el momento de la producción, que es la instancia en la que se produce el plusvalor. Sin plusvalor, es imposible pagar el interés de ninguna deuda. Otra vez (perdón por la repetición), sin producción no hay plusvalor. Volveremos luego sobre las características de este “mando imperial”.

Los autores procuran precisar mejor la caracterización de la nueva etapa del capitalismo. Así, producen una nueva definición, en la que se aclara un poco más la noción de “reproductivismo”:

el cambio de situación en el seno de la globalización –concentración de pulsiones bruscamente unificadas de consumo de símbolos culturales en mundo políticos multipolares en lucha, con zonas ineluctables en guerras de carácter también novedoso, incluso en su ascenso a niveles desconocidos de crueldad–, con convenios de control financiero que se hallan en los nuevos tratos que permite la mundialización de los nodos de la mercancía (judiciales y económicos) que son parte de la reproductibilidad del capital desmaterializado: sólo son formas de captura de beneficios bajo la acción de un subproducto original del neocapitalismo, que su alianza privilegiada con sectores del poder judicial central, sella ahora un poder punitivo nuevo, bajo la forma de una gendarmería judicial mundial y nuevas coaliciones militares…”

El texto es increíblemente enredado. Se trata de un estilo muy utilizado en los ámbitos académicos y que consiste en adornar las tonterías más increíbles con palabras rebuscadas, hasta llegar a un punto en que el lector se marea y pierde toda noción de lo que se está diciendo. En este pasaje, los autores afirmar que el “reproductivismo” es propio del “capital desmaterializado”. Es una manera elegante de afirmar que la producción es obsoleta y que importa el pensamiento, las ideas, lo inmaterial. No dispongo de espacio suficiente para examinar de lleno la cuestión del “capital inmaterial”. Basta con decir que el capital es una relación social, no una cosa (ya sea ésta material o inmaterial), y que esa relación supone la existencia de propietarios de medios de producción y de no-propietarios que venden su fuerza de trabajo a cambio de un salario. En este sentido, no importa si los trabajadores producen autos o programas de computación; lo central es su subordinación al capital, plasmada en la producción de plusvalor que es apropiado por éste. Si se deja de lado al momento de la producción y se define al enemigo a partir del “reproductivismo”, de la apropiación de excedente, se llega al punto en que se defiende la alianza con los “capitalistas industriales” para hacer frente a los “malos capitalistas”, quienes viven del saqueo.

El nuevo capitalismo, al que denominan como “capitalismo de la globalización”, es caracterizado como “un subproducto original del neocapitalismo”, que vive de la captura de beneficios gracias a su alianza con sectores del poder judicial central y con un nuevo poder punitivo. O sea, Griesa es el emblema de una nueva forma de capitalismo.

Al principio del documento se halla la síntesis del “capitalismo de la globalización”:

En esta época a la que aún le falta nombre, pero a la cual no le sería el de capitalismo de la globalización, encontramos una novedosísima alianza entre el poder comunicacional, las guerras localizadas de extremo salvajismo, las guerras interreligiosas que se realizan en territorios con instalaciones petroleras y represas hidroeléctricas, los dictámenes jurídicos inherentes a una nueva clase estamental de la especulación en segundo grado. Se trata ésta de un tipo de especulación sobre la especulación, formándose fondos de acreencias que se tornan maniobras de ataque jurídico contra naciones soberanas que repentinamente asisten al proyecto de mengua de su soberanía ante un nuevo poder agresivo, no militar sino que recurre a arbitrios jurídicos propios de una legalidad inquisitorial. La dependencia, como la articulación en una estructura única de países desarrollados y subdesarrollados, en virtud de la capacidad endógena o inducida de crecimiento, cuya ruptura sería posible a través de la participación política de grupos sociales antes marginados, ahora incluye mayores sumisiones superestructurales como la subsunción jurídica en una legalidad global manejada por los centros imperiales y la “integración financiera”. (El resaltado es mío).

Por lo visto, el elemento central de esta nueva etapa del capitalismo es el jurídico (el juez Griesa como encarnación de todos los males). El lector puede notar las piruetas que hacen los autores para evitar hablar de burguesía.

Dejando de lado las citas, hay que decir que la caracterización de la etapa actual del capitalismo, realizada de modo tan desmañado por CA, implica dejar de lado dos cuestiones básicas: a) la existencia de una lógica del capital, que puede gustar o no gustar, pero a la que no se puede calificar de “irracional”; b) la comprensión de que el imperialismo supone actualmente la completa subordinación del trabajo al capital. En otras palabras, lejos de poder hablar de un “capitalismo inmaterial” o de la mar en coche, tenemos un capitalismo que desarrolla toda una serie de dispositivos para subordinar al trabajo y extraer de éste la mayor cantidad posible de plusvalor. El tan mentado “neoliberalismo” comenzó a partir de una serie de terribles derrotas del trabajo frente al capital y no en la preeminencia de lo “inmaterial” sobre lo “material”. Claro que los autores de CA reniegan del capitalismo real, de la producción real y de la lucha de clases real. Para ellos sólo existen las palabras (cuanto más enredadas, mejor).

Para finalizar esta primera parte. En toda su exposición, los autores evitan hablar de Estado para referirse al “nuevo mando imperial”. Así, los fallos jurídicos, el poder comunicacional, etc., giran en el vacío, como si los hubiera parido lo “inmaterial”. Ahora bien, en el capitalismo real (no en el imaginario de CA) es Estado es una pieza imprescindible en la dominación del capital. Siendo esquemático, puede decirse que el Estado actúa como una especie de capitalista colectivo, tutelando los intereses del conjunto de la clase capitalista. De ahí que actué, entre otras cosas, como regulador de las conductas de los empresarios individuales, impidiendo que la búsqueda individual de ganancia pueda poner en riesgo la estabilidad del sistema en su conjunto. Si se opina que el capitalismo es la mejor forma de organización social, resulta sensato postular al Estado como el elemento que puede construir un capitalismo “bueno”, opuesto al capitalismo “malo” de la especulación financiera. Pero si se considera que el capitalismo es una forma de organización social basada en la explotación de la clase trabajadora, cuyo eje es la apropiación del plusvalor creado por ésta, las cosas son bien diferentes. Lejos de ser la solución, el Estado pasa a ser parte del problema. Frente a la clase dominada, el Estado no sólo cumple funciones regulatorias, sino también funciones represivas. El Estado reprime cualquier intento de la clase trabajadora por sacar los pies del plato del capitalismo.

Cuando los intelectuales de CA se niegan a hablar de burguesía y de Estado, no hacen otra cosa que generar el espacio de posibilidad para una política subordinada a los intereses de la burguesía y centrada en el ámbito del Estado. El progresismo, más allá de las ropas que vista, es la aceptación lisa y llana del poder del capital, que en ningún momento se ve cuestionado.

El progresismo puede ser muchas cosas, menos un pensamiento anticapitalista. La seguimos en la nota siguiente.



Villa del Parque, lunes 29 de septiembre de 2014

domingo, 10 de noviembre de 2013

MAX WEBER Y LA CARACTERIZACIÓN DEL CAPITALISMO MODERNO: APUNTES SOBRE LA INTRODUCCIÓN A LA ÉTICA PROTESTANTE

Vincent Van Gogh, "La noche estrellada"



El sociólogo alemán Max Weber (1864-1920) es considerado como uno de los representantes más importantes del cuerpo teórico conocido como Sociología Clásica. De manera esquemática, podemos decir que las preocupaciones fundamentales de su obra son dos: 1) dar cuenta de la especificidad del desarrollo occidental, es decir, la pregunta por el capitalismo; 2) el esfuerzo por refutar teóricamente al marxismo. Ambas preocupaciones se cruzan y enlazan en la obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo. (1)

La Introducción a esta obra constituye una buena expresión de lo expuesto en el párrafo anterior. Weber presenta allí la formulación clásica del problema del desarrollo capitalista de Occidente:

“Cuando un hijo de la moderna civilización europea se dispone a investigar un problema cualquiera de la historia universal, es inevitable y lógico que se lo plantee desde el siguiente punto de vista: ¿qué serie de circunstancias han determinado que precisamente sólo en Occidente hayan nacido ciertos fenómenos culturales, que (al menos, tal como solemos representárnoslos) parecen marcar una dirección evolutiva de universal alcance y validez?” (p. 5).

Esos “ciertos fenómenos culturales” no son otra cosa que el capitalismo, como Weber indica más adelante. Para el sociólogo alemán, la ciencia, el arte, el especialista y el funcionario especializado, el Parlamento, el Estado, etc., son “fenómenos culturales” propios del desarrollo de la Europa Occidental.

“Y lo mismo ocurre con el poder más importante de nuestra vida moderna: el capitalismo.” (p. 8).

¿Por qué el capitalismo es un fenómeno específico de Europa Occidental?, ¿por qué el capitalismo posee una dinámica tal que le permitió expandirse por todo el planeta y construir el mercado mundial? Estas son las preguntas que desvelaban a Weber y a las que intentó dar respuesta en una serie de trabajos, entre los cuales La ética protestante es el más conocido. 

Antes de comenzar a examinar su concepción, tal como aparece en la Introducción a dicha obra, cabe indicar que detrás de la problemática weberiana subyace una cuestión de carácter aún más general: la búsqueda de las razones de la especificidad del desarrollo occidental remite, en definitiva, a postular una lógica histórica desprovista de linealidad. Así, el advenimiento del capitalismo en Europa Occidental no fue un fenómeno inevitable, sino el resultado de un proceso complejo, en el que intervinieron múltiples causas. Es significativo que en este punto Weber coincida con la opinión de Karl Marx (1818-1883), quien rechazaba la existencia de una determinación férrea del proceso histórico.

Weber presenta el problema de la especificidad de Occidente del siguiente modo. El capitalismo, en principio, es un fenómeno de alcance universal, presente en todas las épocas históricas:

“Lo decisivo de la actividad económica consiste en guiarse en todo momento por el cálculo del valor dinerario aportado y el valor dinerario obtenido al final, por primitivo que sea el modo de realizarlo. En este sentido, ha habido «capitalismo» y «empresas capitalistas» (incluso con relativa racionalización del cálculo del capital) en todos los países civilizados del mundo, hasta donde alcanzan nuestros conocimientos: en China, India, Babilonia, Egipto, en la Antigüedad helénica, en la Edad Media y en la Moderna; y no sólo empresas aisladas, sino economías que permitían el continuo desenvolvimiento de nuevas empresas capitalistas e incluso «industrias» estables (…). En todo caso, la empresa capitalista y el empresario capitalista (y no como empresario ocasional, sino estable) son producto de los tiempos más remotos y siempre se han hallado universalmente extendidos.” (p. 11).

Es cierto que Weber confunde la economía mercantil (producción de mercancías para el mercado) con la economía capitalista (producción de mercancías para el mercado en base a la concentración de la propiedad de los medios de producción y la explotación del trabajo asalariado). Pero no dice que el capitalismo actual sea una continuidad del antiguo. Por el contrario, observa que el capitalismo occidental difiere del presente en las épocas anteriores:

“Ahora bien, en Occidente, el capitalismo tiene una importancia y unas formas, características y direcciones que no se conocen en ninguna otra parte.” (p. 11).

Ante todo, y como sucede habitualmente en la ciencia, Weber comienza por refutar la noción de sentido común acerca del capitalismo. Así, el capitalismo no es simplemente afán de lucro, de ganancias desmedidas.

“«Afán de lucro», «tendencia a enriquecerse», sobre todo a enriquecerse monetariamente en el mayor grado posible, son cosas que nada tienen que ver con el capitalismo. Son tendencias que se encuentran por igual en los camareros, los médicos, los cocheros, los artistas, las cocottes, los funcionarios corruptibles, los jugadores, los mendigos, los soldados, los ladrones, los cruzados: en all shorts and conditions of men, en todas las épocas y en todos los lugares de la tierra, en toda circunstancia que ofrezca una posibilidad objetiva de lograr una finalidad de lucro.” (p. 8).

Weber apunta a un hecho inherente a la producción mercantil: la existencia del afán de lucro. Ahora bien, el sociólogo alemán observa que en las sociedades precapitalistas dicho afán se expresa en la búsqueda de ganancias desmesuradas (por ejemplo, en la rapiña de los bienes de los conquistados, como fue el caso de las Cruzadas, la conquista de América, etc., etc.). Esto es consecuencia (y Weber no dice nada al respecto, porque ignora en la introducción la existencia de la economía “natural” – es decir, aquella que produce bienes de uso para el consumo del individuo y/o el grupo -) de que en dichas sociedades el mercado es una institución menor en el mar de una economía que produce valores de uso y no mercancías.

Al revés de la opinión de sentido común, el capitalismo (es decir, el capitalismo en su variante occidental, que se expandió a todo el orbe) es lo contrario de la búsqueda de una ganancia extraordinaria:

“El capitalismo debería considerarse precisamente como el freno o, por lo menos, como la moderación racional de este impulso irracional lucrativo. Ciertamente, el capitalismo se identifica con la aspiración a la ganancia lograda con el trabajo capitalista incesante y racional, la ganancia siempre renovada, a la «rentabilidad». Y así tiene que ser; dentro de una ordenación capitalista de la economía, todo esfuerzo individual no enderezado a la probabilidad de conseguir una rentabilidad está condenado al fracaso.” (p. 9).

Es verdad que en el final de este párrafo Weber dice una obviedad, que sabe cualquier persona que vive bajo el capitalismo: que este sistema social tiene por objetivo fundamental la obtención de ganancias (Y no, dicho sea de paso, el mejoramiento de la vida humana). Pero lo principal es el reconocimiento de que el capitalismo supone búsqueda “racional” de ganancia. En otras palabras, el capitalismo occidental (para hablar en términos weberianos) requiere el establecimiento de condiciones sociales tales que los empresarios puedan calcular  anticipadamente las ganancias esperadas.

A partir de lo anterior, Weber pasa a definir el capitalismo:

“Para nosotros, un acto de economía «capitalista» significa un acto que descansa en la expectativa de una ganancia debida al juego de recíprocas probabilidades de cambio; es decir, en probabilidades (formalmente) pacíficas de lucro. El hecho formal y actual de lucrarse o adquirir algo por medios violentos tiene sus propias leyes, y en todo caso no es oportuno (aunque no se pueda prohibir) colocarlo bajo la misma categoría que la actividad orientada en último término hacia la probabilidad de obtener una ganancia en el cambio.” (p. 9).

Dicho de otro modo, el capitalismo occidental supone la “normalización” de la sociedad, de manera que los empresarios puedan calcular de antemano su ganancia sin esperar que los resultados sean muy diferentes a ese cálculo. Weber sostiene que esta lógica de acumulación es diferente a la acumulación por medios violentos. Sin embargo, se echa de menos en el texto el análisis de los medios por los que se pasa de una lógica de acumulación basada en la violencia (el afán desmedido de lucro) a una lógica basada en las expectativas racionales de ganancia. A diferencia de Marx, para quien la acumulación originaria (la expropiación violenta de los medios de producción que se encuentran en mano de los trabajadores – por ejemplo, la expulsión de los campesinos ingleses de las tierras que cultivaban desde tiempos inmemoriales - ) es un paso indispensable para la consecución de la “normalidad” capitalista, esto es, aquel estado de la sociedad en que la lógica de acumulación del capital funciona de modo “casi automático”.

Weber resume su posición en el siguiente pasaje:

“Este tipo de empresario, el «capitalista aventurero», ha existido en todo el mundo. Sus probabilidades (…) eran siempre de carácter irracional y especultativo; o bien se basaban en la adquisición por medios violentos, ya fuese el despojo realizado en la guerra en un momento determinado, o el despojo continuo y fiscal explotando a los súbditos.

El capitalismo de los fundadores, el de todos los grandes especuladores, el colonial y el financiero, en la paz y más que nada el capitalismo que especula con la guerra, llevan todavía impreso este sello en la realidad actual del Occidente, y hoy como antes, ciertas partes (sólo algunas) del gran comercio internacional están todavía impresas a ese tipo de capitalismo. Pero hay en Occidente una forma de capitalismo que no se conoce en ninguna otra parte de la tierra: la organización racional-capitalista del trabajo formalmente libre.” (p. 12).

Para Weber, la organización del trabajo es el elemento primordial para entender la especificidad del capitalismo moderno (2). No obstante este reconocimiento, nunca aborda en la introducción la cuestión de cómo los trabajadores llegaron a convertirse en sujetos que eran a la vez libres en sentido jurídico y libres en cuanto a que carecían de medios de producción. El abismo existente entre la acumulación originaria y la “normalidad” capitalista vuelve a manifestarse nuevamente.

Para Weber existen otros factores significativos al momento de comprender la naturaleza del capitalismo moderno.

“La moderna organización racional del capitalismo europeo no hubiera sido posible sin la intervención de dos elementos determinantes de su evolución: la separación de la economía doméstica y la industria (que hoy es el principio fundamental de la vida económica) y la consiguiente contabilidad racional.” (p. 13).

Weber, polemizando aquí con el marxismo (o lo que considera marxismo, esto es, un determinismo económico mecanicista y burdo), introduce factores que podríamos llamar “culturales” para explicar el desarrollo del capitalismo moderno. Es verdad que su análisis es más profundo que el de sus epígonos, para quienes el capitalismo tuvo origen en la mentalidad de las personas y no en sus labores cotidianas.

“En la actualidad, todas estas características del capitalismo occidental deben su importancia a su conexión con la organización capitalista del trabajo. (…) sin organización capitalista del trabajo, todo esto, incluso la tendencia a la comercialización (supuesto que fuese posible), no tendría ni remotamente un alcance semejante al que hoy tiene. Un cálculo exacto – fundamento de todo lo demás – sólo es posible sobre la base del trabajo libre; y así como  - y porque – el mundo no ha conocido fuera de Occidente una organización racional del trabajo, tampoco – y por eso mismo – ha existido un socialismo racional.” (p. 14; el resaltado es mío).

El análisis weberiano es interesante tanto por lo que dice como por aquello que omite. El fundamento del capitalismo es la separación, llevada adelante por medios violentos, del productor directo respecto a los medios de producción y los medios de subsistencia, con la consiguiente necesidad de vender su fuerza de trabajo en el mercado y la correlativa extracción de plusvalor por el capitalista (dueño de esos medios de producción). El cálculo exacto, la racionalidad capitalista, es una consecuencia de esto. Una vez concretada la expropiación de los trabajadores, la coerción extraeconómica (la violencia pura y simple) pasa a un segundo plano, y se impone la lógica del capital. Todo esto queda oscurecido en la introducción, en la que el factor cultural (el cálculo racional) queda poco a poco en el centro de la escena.

“…en una historia universal de la cultura, y desde el punto de vista puramente económico, el problema central no es, en definitiva, el del desarrollo de la actividad capitalista (sólo cambiante en la forma), desde el tipo de capitalista aventurero y comercial, del capitalista que especula con la guerra, la política y la administración, a las formas actuales de la economía capitalista; sino más bien el del origen del capitalismo industrial burgués con su organización racional del trabajo libre; o, en otros términos, el del origen de la burguesía occidental con sus propias características” (p. 15).
Al dejar de lado la cuestión de la acumulación originaria, Weber se encierra en el examen de los factores “culturales” que permiten entender la especificidad del capitalismo moderno. Es por ello que concede tanta importancia al factor religioso en la creación de una racionalidad capitalista.

“…lo primero que interesa es conocer las características peculiares del racionalismo occidental, y, dentro de éste, del moderno, explicando sus orígenes. Esta investigación ha de tener en cuenta muy principalmente las condiciones económicas, reconociendo la importancia fundamental de la economía; pero tampoco deberá ignorar la relación causal inversa: pues el racionalismo económico depende en su origen tanto de la técnica y el Derecho racionales como de la capacidad y aptitud de los hombre para determinados tipos de conducta racional.” (p. 17-18).

En definitiva, la omisión del carácter violento de la acumulación originaria y de la explotación de los trabajadores en el capitalismo moderno, son la condición para que Weber pueda concentrarse en los factores “culturales”. De este modo propone una sociología más “sofisticada” que la concepción marxista de la historia. Claro que esa “sofisticación” deja de lado el aspecto fundamental del fenómeno capitalista: el carácter político de la organización del trabajo, que de ningún modo puede reducirse a un fenómeno técnico o cultural.

Villa del Parque, domingo 10 de noviembre de 2013


NOTAS:

(1) Para escribir estas notas utilicé la traducción española de Luis Legaz Lacambra: Weber, Max. (1988). La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Barcelona: Península.


(2) En la introducción puede leerse la siguiente frase: “lo específico de Occidente, a saber, la organización racional del trabajo (lo más interesante para el problema desde mi punto de vista)” (p. 9).

domingo, 8 de enero de 2012

CAPITALISMO QUE ME HICISTE MAL Y SIN EMBARGO TE QUIERO: LOS INTELECTUALES KIRCHNERISTAS Y EL PAPEL DEL ESTADO


"Así como los cristianos son iguales en el cielo y desiguales en la tierra, 
los individuos que componen un pueblo son ahora iguales en el cielo de su mundo político,
desiguales en la existencia terrena de la sociedad."
Karl Marx (1818-1883).

Alejandro Robba es un economista argentino identificado con la polìtica del gobierno de Cristina Fernández. En el día de hoy el diario TIEMPO ARGENTINO publicó una columna en la que dicho economista hace algunas interesantes consideraciones sobre el papel que, en su opinión, debe jugar el Estado en "un gobierno nacional, popular y democrático". (1)

Luego de defender las medidas de política económica adoptadas recientemente por el gobierno nacional (entre ellas menciona las acciones para desalentar corridas especulativas contra el peso, la nueva política de subsidios, la Ley de Tierras, el nuevo Estatuto del Peón Rural y la declaración de interés público de la producción de papel prensa), Robba sostiene que todas ellas se basan en "la idea de que el Estado no es neutral, que es quien debe nivelar la cancha a favor de los sectores que menos posibilidades les da el «mercado» siempre ávido de profundizar las asimetrías y no de igualarlas. Es la política conduciendo la economía, que de eso se trata." Puesto que el argumento es característico de la posición "kirchnerista"  (y del progresismo en general) en el debate acerca del rol de Estado es conveniente hacer algunas observaciones a las afirmaciones de Robba.

En primer lugar, corresponde decir que el Estado nunca ha sido "neutral". En el capitalismo, el Estado tiene la obligación de defender las ganancias de los empresarios, pues éstas son el motor del proceso económico (luego volveremos sobre esta cuestión). En este sentido, la afirmación de Robba es innecesaria y genera confusión. Adam Smith (1723-1790), considerado el padre del liberalismo económico, escribió en su obra La riqueza de las naciones que "el gobierno civil, en cuanto instituido para asegurar la propiedad, se estableció realmente para defender al rico del pobre, o a quienes tienen alguna propiedad contra los que no tienen ninguna" (2). Pasando del terreno de la teoría económica al de la política económica, los políticos y economistas neoliberales que comandaron el ministerio de Economía a partir del golpe de Estado de 1976 tuvieron absolutamente claro que el Estado era una palanca formidable para disciplinar a la clase trabajadora y a los demás sectores populares. Es conveniente recordar esto porque se ha vuelto un lugar común del pensamiento progresista (en el que abrevan muchos intelectuales "kirchneristas") afirmar que el neoliberalismo promovió (y promueve) un debilitamiento en el rol del Estado en la economía, olvidando que el neoliberalismo es responsable de una intervención estatal a gran escala para suprimir la capacidad de resistencia de la clase trabajadora.

En segundo lugar, Robba sostiene que el Estado elige para qué equipo jugar, esto es, que decide ponerse la camiseta de los "sectores que menos posibilidades les da el «mercado»". Bien mirado, esto contradice la afirmación anterior sobre la "neutralidad". Si el Estado puede elegir, es producto de que está por encima de los intereses de los equipos que juegan el partido. En otras palabras, el Estado puede jugar el partido para uno de los equipos porque no es hincha de ninguno de ellos. Traducido a un lenguaje un poco más teórico. El Estado (por lo menos el "nacional, popular y democrático" defendido por Robba) es autónomo respecto a los intereses de quienes dominan el mercado por tener la propiedad de los medios de producción. 

En tercer lugar, Robba alude a una desigual distribución de las posibilidades de los distintos sectores, distribución que es responsabilidad del "mercado". Dado que el lenguaje de los intelectuales progresistas suele ser renuente a llamar al pan pan y al vino vino, la frase de Robba no deja de ser significativa, pues lleva implícito el reconocimiento de que el «mercado» es fuente de desigualdad. ¿Cómo genera "desigualdad" el "mercado"? Nuestro autor avanza un poco más, pues sostiene en la misma columna que la política del gobierno tiende a evitar que "los ganadores no sean los que pueden valerse por sus propios medios (poder, concentración, tamaño, posición dominante, etc.)". En otras palabras, el «mercado» supone una distribución desigual de las oportunidades, la cual se basa, a su vez, en una distribución desigual del "poder económico". Ahora bien, esto es propio de una economía capitalista, cuyo fundamento último es la propiedad privada de los medios de producción en manos de un sector de la población. La desigualdad es, por tanto, la base del capitalismo. Robba escribe: "siglos de capitalismo han comprobado que el mercado y la idea neoliberal de la libre competencia tienden a la concentración y a la desigualdad social". La frase suena lapidaria, pero hay que notar que en la misma no se alude a la propiedad privada de los medios de producción (¡qué es justamente la base de la desigualdad en el capitalismo!) y que en ella se sostiene que el capitalismo "tiende a la desigualdad", cuando que la realidad histórica muestra que el capitalismo supone la cristalización de la desigualdad. Decir que el capitalismo "tiende a la desigualdad" supone defender la idea de que esa tendencia puede ser corregida... por nuestro "gobierno nacional, popular y democrático". Como se verá más abajo, en la columna de Robba no se discuten de ningún modo los pilares de la dominación capitalista.

En cuarto lugar, es importante tener en cuenta la forma en que Robba alude a los sectores hacia los cuales se inclina el Estado. Se trata, según sus palabras, de "los sectores que menos posibilidades les da el «mercado»". La frase tiene su importancia. El autor no menta a los trabajadores o a los sectores populares o a los más humildes; escribe, "los sectores que menos posibilidades les da el «mercado»". Tomada literalmente, la frase permite incluir a los pequeños empresarios, a los medianos empresarios y aún a los capitalistas "amigos" que puedan resultar desfavorecidos en la competencia internacional. En criollo, todos somos argentinos y entre nosotros tenemos que ayudarnos; el Estado tiene que asegurar las ganancias de los empresarios y que los trabajadores tengan trabajo. Si la posición de empresarios y trabajadores está marcada por una profunda desigualdad es cosa que no tiene mayor importancia y queda para las elucubraciones abstractas de la "paleoizquierda". 

En quinto lugar, Robba afirma que la clave de la política "kirchnerista" radica en que "es la política conduciendo la economía". Esto es considerado como un logro en sí mismo y ya forma parte de los lugares comunes del progresismo nacional e internacional. Ahora bien, antes de salir a festejar a las calles conviene reflexionar un poco. Como ya indicamos, el capitalismo se basa en la propiedad privada de los medios de producción. Éstos son monopolizados por la clase capitalista, que hace que el proceso de trabajo gire en torno a la producción de plusvalor (si bien es no es del todo correcto, podemos hablar de ganancia para que se comprenda mejor el argumento). Quienes carecen de medios producción se ven obligados a contratarse como asalariados para obtener el dinero que compra las mercancías que precisan para vivir. Como los trabajadores son libres en términos jurídicos, los empresarios no precisan del látigo o del trabuco para obligar a los trabajadores a trabajar. La mejor prueba de ello es observar cómo se apiñan en las "horas-pico" en los cómodos medios de transporte para poder llegar a sus trabajos. Esto modifica radicalmente las condiciones de la dominación política. Si en las sociedades anteriores al capitalismo la clase dominante necesitaba controlar directamente el poder político, en el capitalismo impera la separación entre el interés público y el interés privado. Dicha separación es posible porque el control de los medios de producción permite que los capitalistas dominen las palancas de la economía. Todo el debate en torno al Estado tiene como punto de partida esta condición, habitualmente ignorada por los progresistas. Si esto es así, la frase de Robba sobre "el gobierno de la economía por la política" tiene que ser corregida. Decir que la política gobierna a la economía (o que la economía gobierna a la política) significa reconocer uno de los mecanismos fundamentales de la dominación capitalista. Puesto que los capitalistas controlan las palancas del proceso productivo, es de su interés defender la tesis de que la economía es el ámbito de lo privado, el  ámbito de lo "no político". De este modo se aseguran de que nadie piense que la propiedad privada es una institución política y de que las relaciones entre empresarios y trabajadores son relaciones políticas. Robba (y todos los intelectuales que suscriben frases por el estilo) reconocen implícitamente la dominación del capital, al que se le concede un ámbito que es "natural" (no existe otra economía posible que no sea la de "mercado"). La tarea del gobierno debe ser, por tanto, evitar la profundización de las "tendencias a la desigualdad". De ningún modo se trata de cuestionar la desigualdad misma, que es el capitalismo. Es por ello que Robba propone respetar el capitalismo, estando la acción del Estado (de su "gobierno" sobre la economía) limitada a corregir las tendencias a la "desigualdad, pero sin mencionar la "desigualdad" fundamental entre capital y trabajo.

Robba sintetiza el contenido de su columna con la frase "el Estado Nacional (...) es quien conduce (como en todo país soberano) el proceso de desarrollo económico, único camino para recortar aún más la brecha con los países de ingresos altos".  Este es "el rol que debe cumplir un Estado para que la sociedad sea cada vez más democrática e igualitaria". Frases agradables al oído, pero un tanto discordantes, pues Robba tendría que probar que el desarrollo capitalista (de ningún modo los intelectuales progresistas piensan en alguna otra forma de organización de la producción - ¡Ave María purísima, sin pecado concebida!) es compatible con la democracia y la igualdad. Tarea que a esta altura de la historia se parece a las viejas discusiones sobre el sexo de los ángeles.

Mataderos, domingo 8 de enero de 2012

NOTAS:


(2) Smith, Adam. (1958). Investigaciones sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. La cita se encuentra en la página 633.

domingo, 13 de febrero de 2011

DE CÓMO EINSTEIN APRENDIÓ A VENDER CELULARES: REFLEXIONES SOBRE CIENCIA, IDEOLOGÍA Y CAPITALISMO

La omnipresencia de la ciencia y de la tecnología[1] en nuestras sociedades oculta el hecho de que la inmensa mayoría de las personas desconocen los rudimentos del pensamiento científico. Debido a que la “ciencia” es utilizada para vender todo tipo de productos y servicios (“comprá este cepillo de dientes porque ha sido científicamente testeado”, etc., etc.), nos vemos llevados pensar que la ciencia ocupa un lugar de privilegio en la vida cotidiana, desplazando a otras formas de pensar el mundo (por ejemplo, a la religión). Sin embargo, nada más alejado de esto. Al contrario, si hay algo que caracteriza el mundo en que vivimos en lo que a formas de pensamiento se refiere, es el predominio de manifestaciones irracionales, que supuestamente permiten acceder a las verdades últimas sobre el universo y la sociedad. En este sentido, parece que la ciencia (y la tecnología) sirve para hacer más “confortable” nuestra existencia, pero es desechada o dejada de lado al momento de explicar nuestra realidad. Utilizamos los bienes y servicios que nos proporciona la tecnología, pero no nos esforzamos en aprender y en comprender los principios científicos que permiten el funcionamiento de esos bienes y servicios tecnológicos. Si alguna vez Aristóteles (384-322 a. C.) dijo que “el asombro es la madre de la filosofía”, en nuestros días puede decirse que la ausencia de asombro es la base de una vida “confortable”.

¿A qué se debe esta desconexión entre la utilización de la ciencia y la tecnología en la vida cotidiana, y el desconocimiento de la mayoría de las personas acerca del pensamiento científico?

Para responder a esta pregunta hay que empezar por discutir algunos prejuicios habituales acerca del conocimiento científico, los cuales se encuentran estrechamente relacionados con la función social de la ciencia y de la tecnología.

En primer lugar, es falso que el progreso científico sea consecuencia de la acción de algunos “genios” que cambiaron el curso de la historia (por ejemplo, los casos harto repetidos de Galileo, Newton, Darwin, Einstein, etc.). La idea de que la ciencia es cosa de genios tiende a separar aún más a la misma de la vida cotidiana. Si la ciencia es ciencia gracias a los “genios”, resulta imposible decir nada acerca de ella, pues la genialidad es por definición algo imprevisible, algo que no se somete a las regularidades. Si esto es así, la sociedad en la que vive el “genio” no ejerce ninguna influencia sobre la ciencia. Este enfoque, que promueve la escisión entre los “genios” que hacen la ciencia y los “mortales” incapaces de comprenderla, abona el terreno para la exclusión de las mayorías de la formulación de políticas científicas (esto es, de políticas que establecen qué áreas de investigación tienen que ser financiadas por el Estado).

En segundo término, no es verdad que el objetivo de la ciencia sea la búsqueda del conocimiento “puro”. Como en el caso del “genio”, la afirmación de que la ciencia va en busca del conocimiento, sin contaminarse con ningún objetivo mundano, fortalece la separación entre los científicos y el resto de las personas (y esta separación deja, como en el caso anterior, malparados a los “mortales”, que aparecen como seres incapaces de comportarse de acuerdo con ideales “elevados”).

En tercer lugar, es errónea la creencia que afirma que la ciencia está alejada de toda relación con la política, constituyendo un terreno “neutral”, cuya misma “neutralidad” autoriza a los científicos a emitir opiniones “autorizadas” (“científicas”) sobre los problemas de la comunidad. En otras palabras, si la ciencia es neutral (si no se encuentra movida por ningún interés económico o político), sólo los científicos pueden decirnos qué corresponde hacer frente a cada situación en particular. En el límite, las decisiones políticas deberían quedar en manos de los científicos y de los técnicos, excluyendo a los ciudadanos comunes.

En cuarto lugar, es incorrecto postular que el conocimiento científico es la única forma de conocimiento, en tanto que el saber que posee el resto de las personas (y que les permite manejarse en la vida cotidiana) no puede ser denominado conocimiento. Este argumento, que ya fue defendido por algunos filósofos en épocas muy antiguas, lleva al establecimiento de una división tajante entre los “sabios”, que son los que tienen acceso al verdadero conocimiento, y los seres “comunes”, condenados a chapotear en un pantano de incertidumbres y opiniones siempre falibles.

Todos los argumentos expuestos hasta aquí forman parte de un verdadero universo de prenociones[2] acerca de la ciencia y la tecnología. A primera vista puede parecer sorprendente que buena parte de nuestro conocimiento sobre la ciencia (y sobre el mundo en general) adopte la forma de prenociones, pero esto no resulta tan llamativo si se tiene en cuenta que éstas forman parte de la ideología. Dado que este último es un término que emplearemos repetidas veces en este curso, dedicaremos el párrafo siguiente a desarrollar su significado.

Nicolás Maquiavelo (1469-1527) escribió que “no se piensa lo mismo en una choza que en un palacio”. Nada más oportuno como punto de partida para explicar el concepto de ideología. La ideología es el conjunto de ideas acerca del mundo y de la sociedad, generado por un determinado grupo social a partir de su experiencia vital específica. ¿Qué significa esto? En una sociedad, las personas no tienen todas la misma experiencia, esto es, sus padres tienen trabajos diferentes, ellas van a colegios distintos, trabajan en diversos oficios o son empresarios, etc., etc. ¿Qué es lo que determina estas diferencias en dicha experiencia vital? Ante todo, y simplificando en extremo la cuestión, son las posiciones que ocupan en el proceso de trabajo las que dan origen a esas diferencias. Al decir posiciones distintas en el proceso productivo nos estamos refiriendo a si son dueños de los medios de producción (máquinas, fábricas, campos, transportes, canales de televisión, etc.) o si, por el contrario, carecen de la propiedad de estos medios. Así, por ejemplo, quienes no poseen medios de producción y se ven obligados a subsistir como asalariados, tienden a ver el trabajo como algo desagradable, como una actividad que deben realizar porque no les queda más remedio. En cambio, quienes viven del laborar ajeno tienden a ensalzar las virtudes del trabajo. Estas formas disímiles de concebir la actividad productiva constituyen, precisamente, ejemplos de ideologías. De un lado, la ideología de los trabajadores; del otro, la ideología de los empresarios.[3]

Las prenociones sobre la ciencia que presentamos en los párrafos anteriores forman parte de la ideología dominante en nuestra sociedad[4]. La ciencia y la tecnología no son “libres”, en el sentido de que su desarrollo no obedece a la necesidad de dar respuesta a nuestra capacidad de “asombro” o a la búsqueda de mejoras a nuestra calidad de vida. La sociedad en que vivimos no es cualquier sociedad, sino que está fundada sobre la propiedad privada de los medios de producción y el trabajo asalariado de la mayoría de la población. En ella no se produce para satisfacer necesidades humanas, sino que el objetivo primordial es vender[5]. La ciencia y la tecnología son, como todas las demás cosas, susceptibles de apropiación privada. Así, el reconocimiento al mérito en la investigación se ha transformado en propiedad intelectual. La ciencia y la tecnología son valiosas en la medida en que contribuyen a producir nuevos productos para vender. La ciencia, lejos de ser una actividad que contribuye a desplegar las cualidades contenidas en potencia en los seres humanos, se convierte en una herramienta al servicio de los poderosos (que en la sociedad capitalista son los empresarios). La ciencia pierde su capacidad liberadora y se ve ella misma encadenada en la locura de la mercancía[6].

En nuestra sociedad, que es una sociedad capitalista[7], la ideología dominante tiene como uno de sus rasgos distintivos la transformación del conocimiento científico en una mercancía. Esto significa no sólo que los productos de la ciencia se pueden comprar y vender en el mercado, sino también que el conocimiento posee valor en la medida en que es una mercancía (es decir, que el conocimiento científico y tecnológico pueda producir mercancías). En el capitalismo, no existen otros fines socialmente valiosos que no sean los relacionados con la producción y ventas de mercancías. Esto implica vaciar de sentido al conocimiento científico.

¿Por qué es esta la ideología dominante? Porque en una sociedad capitalista, la clase social que tiene la propiedad de los medios de producción concibe al trabajo como un proceso orientado a la obtención de ganancias. Si no hay ganancias, la producción es inútil, independientemente de cuál sea el producto que se haya fabricado. De modo que la ideología dominante tiene como dos de sus características principales: a) la glorificación del éxito económico, elevado a la condición de objetivo fundamental de las personas; b) la transformación de las cosas, personas, actividades, en medios para el logro de dicho éxito. En este contexto hay que ubicar las prenociones sobre el conocimiento científico.

La ideología dominante concibe a la ciencia como un medio para obtener ganancias, y no como una actividad que hace mejores a los seres humanos al permitir el desarrollo de sus potencialidades, La ciencia es pensada como una cosa, cuyos fines son cada vez más ajenos a los de las personas. Es por ello que éstas tienden a concebir a la ciencia como algo que está fuera de su experiencia cotidiana y de su comprensión. No es algo que pueda ser hecho por personas comunes.

La aparente paradoja entre la omnipresencia de la ciencia y de la tecnología, y el desconocimiento casi absoluto de las personas sobre una y otra, expresa uno de los rasgos distintivos de la sociedad capitalista, esto es, que en ella las personas están al servicio de las cosas. En otras palabras, las personas no trabajan para satisfacer sus necesidades, sino para que el capital de los empresarios obtenga cada vez más ganancias. La producción escapa al control de los “mortales”, y aún los mismos empresarios (los dueños aparentes del juego) se ven obligados a actuar por las leyes de la competencia. La ciencia, alejada de los seres humanos, se convierte en un “misterio”. El espíritu científico, que contiene los gérmenes que conducen a la autonomía del pensamiento (esto significa pensar por sí mismo y sin intermediarios, ya sean éstos políticos o sacerdotes), se vuelve una superstición más, siendo funcional a una sociedad en la que hacer dinero es el fin último de la vida.

Mataderos, domingo 13 de febrero de 2011

NOTAS:

[1] Para los fines de este texto, vamos a definir a la ciencia como la actividad dirigida a producir conocimiento de tipo teórico sobre un área específica de la realidad, en tanto que la tecnología es la aplicación práctica de dicho conocimiento. Así, por ejemplo, las leyes de la termodinámica son ciencia y forman parte de la física, en tanto que la máquina de vapor (basada en la aplicación de dichas leyes al problema práctico de generar energía para fines determinados) es tecnología.

[2] Al hablar de prenociones hacemos referencia a las nociones que nos sirven para explicar el mundo en el que vivimos y que no son fruto de la propia experiencia, sino que han sido adquiridas a partir de la interacción con familiares, amigos, compañeros de estudio y de trabajo, etc. Se trata de afirmaciones que son aceptadas de manera acrítica, sin pararse a pensar en lo que significan o en qué medida se sostienen sobre pruebas sólidas.

[3] Hay que insistir en que este planteo constituye un esquema que simplifica la cuestión a los fines didácticos. En rigor, existen muchas más ideologías en una sociedad. Pero hemos optado por concentrarnos en estas porque se derivan directamente del proceso de trabajo, el cual constituye a nuestro juicio la instancia fundamental para poder estudiar una sociedad dada.

[4] En la sociedad existe una ideología dominante porque el poder no se encuentra repartido de manera igualitaria. En otros términos, existe una ideología dominante debido a que hay un sector de la sociedad que posee más poder que el resto de los integrantes de esta. Este poder emana, siguiendo el esquema adoptado en este texto, de la propiedad sobre los medios de producción.

[5] Hay que aclarar que esto no significa que los productos del trabajo (de cada trabajo particular) no satisfagan necesidades concretas de los seres humanos. Pero el hecho principal consiste en que esa satisfacción tiene que darse en función de que el producto sea vendido. Así, los alimentos satisfacen necesidades bien concretas, pero esto no tiene importancia si los hambrientos carecen del dinero para comprarlos.

[6] Una mercancía es todo bien o servicio que es producido para el mercado, esto es, para ser vendido en el mercado. Así, si cocino una docena de empanadas, las mismas son mercancías en la medida en que las vendo, y dejan de serlo si las destino a satisfacer mi apetito o el de mi familia y/o amigos.

[7] El capitalismo es una forma específica de sociedad en la que un polo de la población concentra la propiedad de los medios de producción y los emplea para producir mercancías, en tanto que la mayoría se encuentra desprovisto de éstos. En una sociedad capitalista impera el trabajo asalariado (las personas que carecen de medios de producción venden su capacidad de trabajo en el mercado a cambio de un salario).