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sábado, 10 de septiembre de 2016
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lunes, 29 de septiembre de 2014
CARTA ABIERTA Y EL AGOTAMIENTO DEL PROGRESISMO (I)
domingo, 10 de noviembre de 2013
MAX WEBER Y LA CARACTERIZACIÓN DEL CAPITALISMO MODERNO: APUNTES SOBRE LA INTRODUCCIÓN A LA ÉTICA PROTESTANTE
domingo, 8 de enero de 2012
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domingo, 13 de febrero de 2011
DE CÓMO EINSTEIN APRENDIÓ A VENDER CELULARES: REFLEXIONES SOBRE CIENCIA, IDEOLOGÍA Y CAPITALISMO
La omnipresencia de la ciencia y de la tecnología[1] en nuestras sociedades oculta el hecho de que la inmensa mayoría de las personas desconocen los rudimentos del pensamiento científico. Debido a que la “ciencia” es utilizada para vender todo tipo de productos y servicios (“comprá este cepillo de dientes porque ha sido científicamente testeado”, etc., etc.), nos vemos llevados pensar que la ciencia ocupa un lugar de privilegio en la vida cotidiana, desplazando a otras formas de pensar el mundo (por ejemplo, a la religión). Sin embargo, nada más alejado de esto. Al contrario, si hay algo que caracteriza el mundo en que vivimos en lo que a formas de pensamiento se refiere, es el predominio de manifestaciones irracionales, que supuestamente permiten acceder a las verdades últimas sobre el universo y la sociedad. En este sentido, parece que la ciencia (y la tecnología) sirve para hacer más “confortable” nuestra existencia, pero es desechada o dejada de lado al momento de explicar nuestra realidad. Utilizamos los bienes y servicios que nos proporciona la tecnología, pero no nos esforzamos en aprender y en comprender los principios científicos que permiten el funcionamiento de esos bienes y servicios tecnológicos. Si alguna vez Aristóteles (384-322 a. C.) dijo que “el asombro es la madre de la filosofía”, en nuestros días puede decirse que la ausencia de asombro es la base de una vida “confortable”.
¿A qué se debe esta desconexión entre la utilización de la ciencia y la tecnología en la vida cotidiana, y el desconocimiento de la mayoría de las personas acerca del pensamiento científico?
Para responder a esta pregunta hay que empezar por discutir algunos prejuicios habituales acerca del conocimiento científico, los cuales se encuentran estrechamente relacionados con la función social de la ciencia y de la tecnología.
En primer lugar, es falso que el progreso científico sea consecuencia de la acción de algunos “genios” que cambiaron el curso de la historia (por ejemplo, los casos harto repetidos de Galileo, Newton, Darwin, Einstein, etc.). La idea de que la ciencia es cosa de genios tiende a separar aún más a la misma de la vida cotidiana. Si la ciencia es ciencia gracias a los “genios”, resulta imposible decir nada acerca de ella, pues la genialidad es por definición algo imprevisible, algo que no se somete a las regularidades. Si esto es así, la sociedad en la que vive el “genio” no ejerce ninguna influencia sobre la ciencia. Este enfoque, que promueve la escisión entre los “genios” que hacen la ciencia y los “mortales” incapaces de comprenderla, abona el terreno para la exclusión de las mayorías de la formulación de políticas científicas (esto es, de políticas que establecen qué áreas de investigación tienen que ser financiadas por el Estado).
En segundo término, no es verdad que el objetivo de la ciencia sea la búsqueda del conocimiento “puro”. Como en el caso del “genio”, la afirmación de que la ciencia va en busca del conocimiento, sin contaminarse con ningún objetivo mundano, fortalece la separación entre los científicos y el resto de las personas (y esta separación deja, como en el caso anterior, malparados a los “mortales”, que aparecen como seres incapaces de comportarse de acuerdo con ideales “elevados”).
En tercer lugar, es errónea la creencia que afirma que la ciencia está alejada de toda relación con la política, constituyendo un terreno “neutral”, cuya misma “neutralidad” autoriza a los científicos a emitir opiniones “autorizadas” (“científicas”) sobre los problemas de la comunidad. En otras palabras, si la ciencia es neutral (si no se encuentra movida por ningún interés económico o político), sólo los científicos pueden decirnos qué corresponde hacer frente a cada situación en particular. En el límite, las decisiones políticas deberían quedar en manos de los científicos y de los técnicos, excluyendo a los ciudadanos comunes.
En cuarto lugar, es incorrecto postular que el conocimiento científico es la única forma de conocimiento, en tanto que el saber que posee el resto de las personas (y que les permite manejarse en la vida cotidiana) no puede ser denominado conocimiento. Este argumento, que ya fue defendido por algunos filósofos en épocas muy antiguas, lleva al establecimiento de una división tajante entre los “sabios”, que son los que tienen acceso al verdadero conocimiento, y los seres “comunes”, condenados a chapotear en un pantano de incertidumbres y opiniones siempre falibles.
Todos los argumentos expuestos hasta aquí forman parte de un verdadero universo de prenociones[2] acerca de la ciencia y la tecnología. A primera vista puede parecer sorprendente que buena parte de nuestro conocimiento sobre la ciencia (y sobre el mundo en general) adopte la forma de prenociones, pero esto no resulta tan llamativo si se tiene en cuenta que éstas forman parte de la ideología. Dado que este último es un término que emplearemos repetidas veces en este curso, dedicaremos el párrafo siguiente a desarrollar su significado.
Nicolás Maquiavelo (1469-1527) escribió que “no se piensa lo mismo en una choza que en un palacio”. Nada más oportuno como punto de partida para explicar el concepto de ideología. La ideología es el conjunto de ideas acerca del mundo y de la sociedad, generado por un determinado grupo social a partir de su experiencia vital específica. ¿Qué significa esto? En una sociedad, las personas no tienen todas la misma experiencia, esto es, sus padres tienen trabajos diferentes, ellas van a colegios distintos, trabajan en diversos oficios o son empresarios, etc., etc. ¿Qué es lo que determina estas diferencias en dicha experiencia vital? Ante todo, y simplificando en extremo la cuestión, son las posiciones que ocupan en el proceso de trabajo las que dan origen a esas diferencias. Al decir posiciones distintas en el proceso productivo nos estamos refiriendo a si son dueños de los medios de producción (máquinas, fábricas, campos, transportes, canales de televisión, etc.) o si, por el contrario, carecen de la propiedad de estos medios. Así, por ejemplo, quienes no poseen medios de producción y se ven obligados a subsistir como asalariados, tienden a ver el trabajo como algo desagradable, como una actividad que deben realizar porque no les queda más remedio. En cambio, quienes viven del laborar ajeno tienden a ensalzar las virtudes del trabajo. Estas formas disímiles de concebir la actividad productiva constituyen, precisamente, ejemplos de ideologías. De un lado, la ideología de los trabajadores; del otro, la ideología de los empresarios.[3]
Las prenociones sobre la ciencia que presentamos en los párrafos anteriores forman parte de la ideología dominante en nuestra sociedad[4]. La ciencia y la tecnología no son “libres”, en el sentido de que su desarrollo no obedece a la necesidad de dar respuesta a nuestra capacidad de “asombro” o a la búsqueda de mejoras a nuestra calidad de vida. La sociedad en que vivimos no es cualquier sociedad, sino que está fundada sobre la propiedad privada de los medios de producción y el trabajo asalariado de la mayoría de la población. En ella no se produce para satisfacer necesidades humanas, sino que el objetivo primordial es vender[5]. La ciencia y la tecnología son, como todas las demás cosas, susceptibles de apropiación privada. Así, el reconocimiento al mérito en la investigación se ha transformado en propiedad intelectual. La ciencia y la tecnología son valiosas en la medida en que contribuyen a producir nuevos productos para vender. La ciencia, lejos de ser una actividad que contribuye a desplegar las cualidades contenidas en potencia en los seres humanos, se convierte en una herramienta al servicio de los poderosos (que en la sociedad capitalista son los empresarios). La ciencia pierde su capacidad liberadora y se ve ella misma encadenada en la locura de la mercancía[6].
En nuestra sociedad, que es una sociedad capitalista[7], la ideología dominante tiene como uno de sus rasgos distintivos la transformación del conocimiento científico en una mercancía. Esto significa no sólo que los productos de la ciencia se pueden comprar y vender en el mercado, sino también que el conocimiento posee valor en la medida en que es una mercancía (es decir, que el conocimiento científico y tecnológico pueda producir mercancías). En el capitalismo, no existen otros fines socialmente valiosos que no sean los relacionados con la producción y ventas de mercancías. Esto implica vaciar de sentido al conocimiento científico.
¿Por qué es esta la ideología dominante? Porque en una sociedad capitalista, la clase social que tiene la propiedad de los medios de producción concibe al trabajo como un proceso orientado a la obtención de ganancias. Si no hay ganancias, la producción es inútil, independientemente de cuál sea el producto que se haya fabricado. De modo que la ideología dominante tiene como dos de sus características principales: a) la glorificación del éxito económico, elevado a la condición de objetivo fundamental de las personas; b) la transformación de las cosas, personas, actividades, en medios para el logro de dicho éxito. En este contexto hay que ubicar las prenociones sobre el conocimiento científico.
La ideología dominante concibe a la ciencia como un medio para obtener ganancias, y no como una actividad que hace mejores a los seres humanos al permitir el desarrollo de sus potencialidades, La ciencia es pensada como una cosa, cuyos fines son cada vez más ajenos a los de las personas. Es por ello que éstas tienden a concebir a la ciencia como algo que está fuera de su experiencia cotidiana y de su comprensión. No es algo que pueda ser hecho por personas comunes.
La aparente paradoja entre la omnipresencia de la ciencia y de la tecnología, y el desconocimiento casi absoluto de las personas sobre una y otra, expresa uno de los rasgos distintivos de la sociedad capitalista, esto es, que en ella las personas están al servicio de las cosas. En otras palabras, las personas no trabajan para satisfacer sus necesidades, sino para que el capital de los empresarios obtenga cada vez más ganancias. La producción escapa al control de los “mortales”, y aún los mismos empresarios (los dueños aparentes del juego) se ven obligados a actuar por las leyes de la competencia. La ciencia, alejada de los seres humanos, se convierte en un “misterio”. El espíritu científico, que contiene los gérmenes que conducen a la autonomía del pensamiento (esto significa pensar por sí mismo y sin intermediarios, ya sean éstos políticos o sacerdotes), se vuelve una superstición más, siendo funcional a una sociedad en la que hacer dinero es el fin último de la vida.
NOTAS:
[1] Para los fines de este texto, vamos a definir a la ciencia como la actividad dirigida a producir conocimiento de tipo teórico sobre un área específica de la realidad, en tanto que la tecnología es la aplicación práctica de dicho conocimiento. Así, por ejemplo, las leyes de la termodinámica son ciencia y forman parte de la física, en tanto que la máquina de vapor (basada en la aplicación de dichas leyes al problema práctico de generar energía para fines determinados) es tecnología.
[2] Al hablar de prenociones hacemos referencia a las nociones que nos sirven para explicar el mundo en el que vivimos y que no son fruto de la propia experiencia, sino que han sido adquiridas a partir de la interacción con familiares, amigos, compañeros de estudio y de trabajo, etc. Se trata de afirmaciones que son aceptadas de manera acrítica, sin pararse a pensar en lo que significan o en qué medida se sostienen sobre pruebas sólidas.
[3] Hay que insistir en que este planteo constituye un esquema que simplifica la cuestión a los fines didácticos. En rigor, existen muchas más ideologías en una sociedad. Pero hemos optado por concentrarnos en estas porque se derivan directamente del proceso de trabajo, el cual constituye a nuestro juicio la instancia fundamental para poder estudiar una sociedad dada.
[4] En la sociedad existe una ideología dominante porque el poder no se encuentra repartido de manera igualitaria. En otros términos, existe una ideología dominante debido a que hay un sector de la sociedad que posee más poder que el resto de los integrantes de esta. Este poder emana, siguiendo el esquema adoptado en este texto, de la propiedad sobre los medios de producción.
[5] Hay que aclarar que esto no significa que los productos del trabajo (de cada trabajo particular) no satisfagan necesidades concretas de los seres humanos. Pero el hecho principal consiste en que esa satisfacción tiene que darse en función de que el producto sea vendido. Así, los alimentos satisfacen necesidades bien concretas, pero esto no tiene importancia si los hambrientos carecen del dinero para comprarlos.
[6] Una mercancía es todo bien o servicio que es producido para el mercado, esto es, para ser vendido en el mercado. Así, si cocino una docena de empanadas, las mismas son mercancías en la medida en que las vendo, y dejan de serlo si las destino a satisfacer mi apetito o el de mi familia y/o amigos.
[7] El capitalismo es una forma específica de sociedad en la que un polo de la población concentra la propiedad de los medios de producción y los emplea para producir mercancías, en tanto que la mayoría se encuentra desprovisto de éstos. En una sociedad capitalista impera el trabajo asalariado (las personas que carecen de medios de producción venden su capacidad de trabajo en el mercado a cambio de un salario).