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martes, 26 de octubre de 2021

CLÁSICOS RIOPLATENSES: TORRE, J. C. INTERPRETANDO (UNA VEZ MÁS) LOS ORÍGENES DEL PERONISMO (1989)

 



"Como nuestro libre arbitrio no se ha extinguido,

creo que de la fortuna depende la mitad de

nuestras acciones, pero que nos deja a nosotros

dirigir la otra mitad, o casi.”

Maquiavelo, El príncipe


A modo de introducción

El sociólogo argentino Juan Carlos Torre (Bahía Blanca, 1940) es autor de varios trabajos sobre la historia del movimiento peronista; entre ellos destaca el libro La vieja guardia sindical y Perón: Sobre los orígenes del peronismo (Buenos Aires, Sudamericana, 1990), de lectura imprescindible para todos los interesados en conocer los orígenes del peronismo. 

Entre la vasta producción de Torre se encuentra el artículo “Interpretando (una vez más) los orígenes del peronismo” (Desarrollo Económico, 1989, vol. 28, núm. 112, pp. 525-548) [1], donde ofrece un panorama del estado de la cuestión que, a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación, continúa  siendo útil como introducción al estudio del comienzo del movimiento liderado por Juan Perón (1895-1974).

Ficha

La introducción del artículo (pp. 157-162) presenta las dos explicaciones alternativas acerca del problema en cuestión. En primer lugar, la tesis  del sociólogo Gino Germani (1911-1979), según la cual los nuevos trabajadores, recién llegados del interior a la ciudad de Buenos Aires y empleados en la industria, se identificaron “con un liderazgo externo al mundo de trabajo” (p. 159) [2] Este argumento, elaborado por un antiperonista, coincidía con la versión desarrollada por los propios peronistas, quienes afirmaban que los trabajadores venidos del interior “desempeñaron el papel de fuerza regeneradora”, correspondiéndole a Perón los roles de intérprete y líder. En segundo lugar, la explicación expuesta por los sociólogos Miguel Murmis (n. 1933) y Juan Carlos Portantiero (1934-2007) [3], quienes plantearon que la vieja guardia sindical (dirigentes y militantes de larga actuación en el movimiento obrero) desempeñó un rol clave en el ascenso de Perón. Según estos autores:

“la respuesta positiva de los antiguos militantes a la gestión de Perón no podría ser vista como tributaria de un fenómeno de anomia colectiva o de un síndrome clientelista; más bien (...) fue el resultado de una deliberación racional, que opuso las desventajas del orden social y política anterior a las oportunidades nuevas que un orden también nuevo ofrecía.” (p. 159)

Torre elogia el aporte de Murmis y Portantiero porque permitió dejar de lado la distinción entre vieja y nueva clase obrera. Pero indica que posee un defecto: pone el acento en la racionalidad de los trabajadores y deja de lado la dimensión de constitución de nuevas identidades colectivas populares

“En su esfuerzo [de Murmis y Portantiero] por exorcizar la hipótesis del irracionalismo obrero, desplazan el foco del análisis del campo de la política - donde se plantea la cuestión del tipo de vínculo entre las masas y Perón - y dirigen su mirada hacia el campo de la lucha social en el que se articula el interés de clase.” (p. 160)

El punto de partida de Torre es el reconocimiento de la existencia de una conciencia política heterónoma entre los trabajadores, expresada en la adhesión al general Perón. Por ello es preciso ampliar la noción de la racionalidad de la clase: ya no se trata de mera búsqueda de utilidades, sino de reforzamiento de la cohesión y solidaridad de las masas obreras. El marco para comprender cómo la referencia a Perón sirve para cohesionar a la clase está dado por el estado de marginalidad política de los trabajadores en la década de 1930 y la modalidad de su acceso a la ciudadanía en 1943-1946.

El golpe de 1930 produjo la restauración conservadora y modificó el funcionamiento del sistema político, que: 

“Cesa de ser el vehículo de la presión de los sectores medios y populares y es confinado a un papel crecientemente marginal, mientras que el estado deviene el canal directo de las influencias del bloque económico dominante.” (p. 163)

Entre 1930-1943 la gran burguesía agraria capitalista (reunión de la oligarquía tradicional y la clase de los empresarios modernos) desempeñó “el papel económico dirigente junto con una gestión política volcada a la reproducción de su predominio político y sus privilegios” (p. 163). Esta situación fue rota por el golpe de 1943 y las ambiciones políticas de Perón. La coyuntura 1943-1946 

“aparece como el marco de un proceso de cambio político que rompe las fronteras de ese orden excluyente, incorporando a las fuerzas populares consolidadas durante el impulso modernizador.” (p. 163)

La Argentina de la década de 1930 puede ser analizada por medio del esquema de la modernización: la creciente diversificación y complejidad de las actividades económicas requiere la reacomodación de las instituciones políticas y sociales. Esas transformaciones fortalecieron el mundo del trabajo, pero los trabajadores quedaron fuera de los frutos del crecimiento y sin un incremento de la influencia sindical. El hecho distintivo de la coyuntura 1943-1946 consiste en la quiebra de la deferencia tradicional de los trabajadores hacia la clase dominante y representó la ruptura de la marginalidad política de la clase obrera.

La otra dimensión para el análisis de los años ‘30 es la de los conflictos de clase

“A medida que la sustitución de importaciones desplaza el dinamismo del desarrollo hacia adentro, se va gestando el espacio para la confrontación entre trabajadores y empresarios en el terreno de la producción. Sin embargo, la persistencia de formas de organización y de autoridad tradicionales en las empresas, así como la falta de protección legal, obstaculizan las negociaciones y afirman el arbitrio patronal. La militancia obrera, que no puede imponer su reconocimiento en las empresas, se orienta fuera de ellas y toma la forma de huelgas dirigidas a atraer la atención de los funcionarios gubernamentales para su causa. Pero esa voluntad de insertarse en los mecanismos del patronazgo estatal raramente encuentra el eco esperado, y la desidia y la represión suelen ser las respuestas más frecuentes.” (p. 166)

Torre relaciona así las dos dimensiones de análisis: 

“Estamos en presencia de una sociedad que (...) cambia y se moderniza, pero que al mismo tiempo es una sociedad ya dominada por las realidades y los problemas de una economía industrial. Esto implica que, paralelamente a las demandas de participación que entraña la puesta en movimiento de los estratos populares, los conflictos de clase se desarrollan, aunque se manifiestan en forma indirecta. Para decirlo en términos de la acción social: estamos ante la formación de un movimiento social mixto, en el que coexisten tanto la dimensión de la modernización y la integración política, como la dimensión de las relaciones de clase y los conflictos en el campo del trabajo.” (p. 167)

El concepto de movimiento nacional-popular resulta inadecuado para comprender la confluencia de las dos dimensiones mencionadas. En las condiciones argentinas, el componente de clase se deriva del hecho de que el sujeto de las demandas de participación es el proletariado antiguo y nuevo. 

“Es, pues, la doble vertiente de la exclusión del orden político y de la inserción en el núcleo dinámico del desarrollo la que interviene para dar su complejidad y su fuerza al movimiento popular y obrero.” (p. 168)

Pero no se trata únicamente de la conformación de la clase trabajadora argentina. En la coyuntura de 1943-1946, los trabajadores se enfrentaron a un bloque en el poder en el que se complementaban el papel dirigente-empresario y el papel político y culturalmente conservador. 

La confluencia de las dimensiones se da en el nivel político. Por un lado se da la crisis de participación (la exclusión de los trabajadores del sistema político); por el otro, la limitada institucionalización de las relaciones del trabajo, a punto tal que puede decirse que a fines de los ‘30 el acceso de los sectores populares y obreros a la ciudadanía industrial ocupa un lugar importante en la agenda de la sociedad argentina. 

Torre dedica dos apartados a examinar los obstáculos a la emergencia de un nuevo movimiento social (pp. 168-174). La restauración conservadora bloqueó el acceso de los trabajadores y sectores populares al Estado y obturó el avance de la sindicalización. Además, la elite interna obrera tuvo dificultades para encauzar la afluencia de nuevos trabajadores a las ciudades. 

“Resumiendo los datos de la escena histórica tenemos, entonces, el germen de un nuevo movimiento social que no alcanza a constituirse, trabado por las restricciones de una dominación arcaizante y un sistema político cerrado. En una coyuntura en la que el espacio para la intervención de las fuerzas de base está casi congelado, el centro de gravedad se desplaza hacia arriba, hacia las elites dirigentes. Es allí, en el nivel del estado, donde se juega, sea el reforzamiento del orden excluyente, sea la reversión de las antiguas barreras y la extensión de la participación social y política. Arribamos así a las vísperas del golpe de 1943.” (p. 174)

Torre utiliza la conceptualización del sociólogo francés Alain Touraine (n. 1925) [4] para analizar la coyuntura abierta por el golpe de 1943. Argentina no era una sociedad reformista, donde la incorporación de nuevas fuerzas se daba a través de las instituciones políticas; por el contrario, era una sociedad en la que estaba clausurado el camino de las reformas por un aparato de dominación y control autoritario. En estas condiciones, 

es la intervención del estado, orientada por una elite de nuevo tipo, la que mediante el recurso a una acción de ruptura puede debilitar las interdicciones sociales y desbloquear el sistema político para, de un mismo golpe, abrir las puertas a la participación de los sectores populares. Aquí, la constitución del movimiento popular no preexiste sino que es posterior a la iniciativa transformadora del agente estatal; ello habrá de traducirse en la subordinación de ese movimiento, por falta de una expresión política propia, respecto de las orientaciones de la nueva elite dirigente en el poder.” (p. 175)

Esta última situación se configuró a partir de 1944, con el ascenso de la política de apertura social del núcleo militar que rodeaba a Perón. Esa política tenía dos vertientes: 1) la modernización de las relaciones laborales por decreto; 2) la liberación de las energías del mundo del trabajo, traducida en la expansión de los sindicatos.

La política de reforma social formaba parte de un proyecto más amplio, cuyo objetivo era resolver la crisis de participación y fortalecer al aparato estatal. En otras palabras: 

“Ampliación de las bases de la comunidad política, consolidación de la autonomía del estado: he aquí los contornos del proyecto que se propone levantar un verdadero estado nacional en el lugar ocupado por el estado parcial de la restauración conservadora.” (p. 176)

Pero el proyecto de Perón tropezó con serias dificultades. Ante todo, las clases dominantes no se sentían amenazadas por los trabajadores; por ello desoyeron los llamados del coronel. Los partidos políticos tradicionales se negaron a darle apoyo a la aventura política de Perón. Además, la política de apertura social generó la movilización de los trabajadores y el ascenso de las luchas reivindicativas. De este modo, Perón desató la lucha de clases que afirmaba venir a conjurar: 

“El proyecto del estado trasciende el terreno de la producción para acelerar la crisis de la deferencia que la vieja sociedad jerárquica acostumbraba a esperar de sus estratos más bajos. [En consecuencia, aceleró] la descomposición de un modelo hegemónico global y el desencadenamiento de un estado de movilización social generalizado.” (p. 177)

El bloque en el poder pasó a confrontar abiertamente con Perón en 1945; las clases medias acompañaron ese desafío, pues se sentían amenazadas por el ascenso de las masas. En síntesis, se conjugaron la oposición de clase y la resistencia cultural 

Torre adopta la definición de Touraine: a partir de 1943 se desarrolló un proceso de democratización por vía estatal. Pero la experiencia de la clase obrera argentina, muy anterior a 1943, afectó seriamente el proyecto de la elite militar dirigida por Perón. 

“La intervención disruptiva de la elite militar, al quebrar esas barreras, abrió el campo a una fuerza obrera previamente formada en el marco de la industrialización de la década del treinta. Esto nos coloca delante de una doble realidad: si las características de su incorporación política nos obligan a hablar de la heteronomía popular, no es menos cierto que, paralelamente a esa acción política subordinada a las orientaciones del estado, es también una acción de clase la que se organiza y pasa a animar los conflictos de la sociedad argentina.” (p. 181-182)

Lo anterior nos lleva al papel central de la coyuntura de 1945 en la conformación de las características del peronismo (y del movimiento obrero posterior a esa fecha). En el período 1943-1944 el proyecto de intervencionismo social liderado por Perón había conseguido hacer pie en el movimiento obrero; a pesar de que sus alcances reformistas eran inicialmente modestos y de la reticencia de la vieja guardia sindical, la movilización popular iba en aumento; sin embargo, el Estado mantenía el control. Pero las cosas cambiaron en 1945: Perón no logró el apoyo de los empresarios ni consiguió bases de sustentación entre los partidos tradicionales; por el contrario, se enfrentó a la cerrada oposición de la gran burguesía, las clases medias y los partidos. En ese marco, Perón sólo contaba con la clase obrera. Lo que siguió fue un proceso de radicalización, que culminó en la movilización del 17 de octubre de 1945. 

“El 17 de Octubre instala en el centro de la escena la presencia de esa nueva fuente de legitimidad conjurada desde las alturas del poder, la de la voluntad popular de las masas. (...) entre Perón y la vieja guardia sindical se entabla una competencia por ocupar esa posición simbólica, por hablar en su nombre y apropiarse de la representatividad que emana de ella.” (p. 184)

En la campaña electoral de 1946 se dieron dos confrontaciones: por un lado, la que enfrentó a Perón contra la Unión Democrática (la unión de todos los partidos tradicionales); por el otro, la que se dirimió entre Perón y el Partido Laborista. Este último, conformado por la vieja guardia sindical apoyaba la candidatura del líder, pero bregaba por la autonomía de la clase trabajadora. El triunfo electoral del peronismo en las elecciones de febrero de 1946 precipitó el desenlace: la vieja guardia fue desplazada por dirigentes adeptos a Perón y el Partido Laborista fue disuelto. Sin embargo, el lugar alcanzado por la clase obrera gracias a su intervención en la coyuntura de 1945 no pudo ser recortado por Perón. 

“El triunfo del liderazgo de Perón es, paradójicamente, la instancia en la que el estado queda expuesto a la acción de los trabajadores sindicalizados y se convierte en un instrumento más de su participación social y política. El conjunto de derechos y garantías al trabajo incorporados a las instituciones públicas, la penetración del sindicalismo en el aparato estatal, todo ello aleja a Perón de su proyecto inicial, además de introducir límites ciertos a sus políticas, particularmente en el terreno económico. La tentativa de constitución de un estado nacional termina dando lugar a un estado que es - como lo era el de la restauración conservadora, si bien con un signo algo diferente - también un estado representativo, la congruencia de sus políticas con las demandas de un universo definido de intereses sociales habrá de debilitar su legitimidad política.” (p. 188)

Esa presencia de la movilización obrera obligará a Perón a renegociar de modo constante su hegemonía sobre las masas obreras, “y esto lleva al régimen a recrear periódicamente sus condiciones de origen” (p. 188). 

En conclusión, 

Estado, movimiento e ideología estarán marcados, pues, por el sobredimensionamiento del lugar político de los trabajadores, resultante de la gestación y el desenlace de la coyuntura en la que el peronismo llega al poder.” (p. 188)


Comentarios

No cabe duda que el texto de Torre provee una serie de elementos imprescindibles para la comprensión del peronismo. Sin embargo, hay que puntualizar varios problemas e insuficiencias en la argumentación del autor.

En primer lugar, en la apreciación de la situación del movimiento obrero en 1943-1945 deja de lado el problema de la inexistencia de unidad entre las diferentes corrientes. Autores como Hiroshi Matsushita (n. 1941) describieron las profundas diferencias al interior de la vieja guardia sindical. [5] Desde el golpe de mano de diciembre de 1935, cuando socialistas y comunistas desplazaron de la dirección de la CGT a los sindicalistas, la división había sido constante. En vísperas del golpe militar de junio de 1943 el mapa de la fragmentación era el siguiente: CGT N° 1 (dirigida por Domenech, socialista); CGT N° 2 (encabezada por Pérez Leirós, que agrupaba a socialistas y comunistas); FORA (anarquistas); USA (sindicalistas). Por tanto, hablar de vieja guardia sindical se presta a confusión, pues da idea de una homogeneidad que no era tal.

En segundo lugar, la desunión en el terreno de las organizaciones iba de la mano con la ausencia de homogeneidad ideológica en las filas de la vieja guardia sindical. Matsushita describe las transformaciones en la ideología de los trabajadores en la década del ‘30, las que pueden resumirse en dos hechos: 1) nacionalismo; 2) abandono de la prescindencia política. En este sentido, la mención a la clase oscurece la cuestión de los cambios ideológicos, que conducen al abandono de una posición clasista (entendida como la defensa de la autonomía política de la clase trabajadora). Además, estos cambios no pueden ser atribuidos a la incorporación de nuevos trabajadores provenientes del interior del país. La evolución del viejo sindicalismo revolucionario demuestra que el abandono de las posiciones clasistas venía de muy antiguo.

En tercer lugar, hay que matizar las ideas de Torre sobre el Partido Laborista en base a lo expuesto en los dos puntos precedentes. En 1945-1946, el movimiento obrero no defendía posiciones clasistas en el sentido indicado más arriba. Luchaba por reivindicaciones económicas y por el reconocimiento pleno de los sindicatos como interlocutores de los empresarios y del Estado. El Partido Laborista expresa la voluntad de las direcciones sindicales de mantener su margen de maniobra en la mesa de negociaciones. No había margen para un partido autónomo de la clase obrera, siquiera con objetivos reformistas. Esto le facilitó las cosas a Perón.

En cuarto lugar, las menciones al proyecto reformista encarnado en una nueva elite estatal sobredimensionan la supuesta coherencia de ese proyecto. En los hechos, las constantes luchas por el poder en el seno del gobierno militar (especialmente agudas en 1943-1944) muestran la debilidad de esa coherencia.

En quinto lugar, la ambición de poder de Perón aparece oscurecida en un análisis demasiado racional. Si, como dice Torre, la coyuntura de 1945 [6] marcó el final (temporario) de la dirección estatal del proceso de reforma, la ambición de Perón pasó a ser un factor fundamental. Esa ambición facilitó el abandono de todo prejuicio ideológico. Sólo así pudo expresar Perón las aspiraciones (reivindicaciones económicas) de la clase obrera.



Villa del Parque, martes 26 de octubre de 2021


NOTAS

[1] Para la elaboración de este texto se utilizó la siguiente edición: Torre, J. C. (2012). Interpretando (una vez más) los orígenes del peronismo. En Ensayos sobre movimiento obrero y peronismo. (pp. 157-188). Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.

[2] Torre menciona el libro de Germani, G. (1962). Política y sociedad en una época de transición. Buenos Aires, Argentina: Paidós.

[3] Murmis, M. y Portantiero, J. C. (1971). Estudios sobre los orígenes del peronismo. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI. 

[4] Touraine, A. (1976). Las sociedades dependientes. México D. F.: Siglo XXI.

[5] Matsushita, H. [1° edición: 1983]. (2014). Movimiento obrero argentino 1930-1945: Sus proyecciones en los orígenes del peronismo. Buenos Aires, Argentina: RyR. (Biblioteca Militante. Colección Historia Argentina; 8).

[6] Para un análisis pormenorizado del período 1943-1946 consultar: Campo, H. del. [1° edición: 1983]. (2005). Sindicalismo y peronismo: Los comienzos de un vínculo perdurable. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI Editores Argentina. (Historia y cultura).

martes, 9 de febrero de 2021

RESEÑA: H. DEL CAMPO, SINDICALISMO Y PERONISMO (1983)

 

Portada de la 2° edición (2005)


“La convergencia de los planes de Perón y algunas tendencias básicas

del movimiento obrero de la época había dado a luz, así, a un híbrido

inédito hasta entonces: un movimiento político de base obrera y popular

dirigido por un militar autoritario y personalista.”

Hugo del Campo (n. 1941)


El peronismo es la llave maestra para comprender la peculiar conformación de la sociedad argentina. Por ello no resulta extraño que las disputas políticas en Argentina giren en torno al movimiento peronista. Lo mismo ocurre con los debates académicos, en la medida en que tienen por objeto explicar el rumbo seguido por nuestro país a partir de 1945.

El debate sobre los orígenes del peronismo, desarrollado en las ciencias sociales desde la década de 1960, proveyó un material riquísimo para entender el movimiento político liderado por Juan Domingo Perón (1895-1974). Entre las contribuciones al debate destaca el libro de Hugo del Campo, Sindicalismo y peronismo: Los comienzos de un vínculo perdurable, cuya primera edición data de 1983. [1]

Las líneas generales del debate pueden resumirse así: algunos, entre quienes que sobresale el sociólogo ítalo argentino Gino Germani (1911-1979), afirman que el peronismo surgió de la manipulación por el entonces coronel Perón de una masa de trabajadores recientemente incorporados a la clase obrera, como consecuencia de las migraciones internas (que iban del campo a la ciudad). Esos trabajadores, faltos de experiencia sindical y política, fueron presa fácil para Perón. [2] Otros, entre los que cabe mencionar a los sociólogos argentinos Juan Carlos Portantiero (1934-2007) y Miguel Murmis (n. 1933), sostienen que la clase trabajadora organizada (la “vieja” clase obrera, por contraposición a los migrantes recientes) jugó un papel crucial en el surgimiento del movimiento peronista. 

La tesis de Germani se entronca con una idea común a peronistas y antiperonistas, pues destaca el papel del Líder y la pasividad de la Masa (en definitiva, una concepción verticalista de la política, tan cara al peronismo). La tesis de Murmis y Portantiero, con todas las críticas que se le han hecho, fue más fructífera en términos científicos y políticos, pues puso la atención en el papel activo de los trabajadores en el surgimiento del peronismo.

El libro de del Campo se inscribe en la línea de trabajo inaugurada por Murmis y Portantiero. El autor relativiza la importancia de la distinción entre “viejos” y “nuevos” trabajadores, pues la insuficiencia de los datos empíricos impide llegar a una conclusión definitiva sobre el peso de unos y otros en los acontecimientos del período 1943-1946. [3] En cambio, se concentra en el desarrollo político y organizativo del MO anterior a 1943: 

“El problema de la transición del sindicalismo preperonista al sindicalismo peronista (...) se presenta, a mi juicio, como el asunto más crucial de la historia del movimiento obrero argentino y, en cierto modo, de toda nuestra historia más reciente.” (p. 20).

Esta forma de encarar la cuestión del origen del peronismo lleva al autor a plantear que la tarea principal es “mostrar el papel activo desempeñado por los dirigentes sindicales en la época de la formación del peronismo” (p. 15).

La obra está dividida en dos partes. En la primera, que consta de cuatro capítulos, el profesor del Campo describe el MO hasta 1943, prestando especial atención a la corriente sindicalista, que se volvió hegemónica en 1915 (en el IX Congreso de la FORA) y conservó esa posición hasta 1935 (cuando los sindicalistas fueron desplazados del control de la CGT por un golpe de mano que contó con la participación de socialistas y comunistas). [4] En sus comienzos el sindicalismo proponía la acción directa y la confrontación con el Estado para derrocar al capitalismo; sin embargo, en la década de 1930 sus rasgos principales eran bien distintos: burocratización, reformismo pragmático y vinculación con el poder político (p. 26). El predominio sindicalista en el MO durante dos décadas es el “eslabón perdido” para comprender el papel de la clase obrera en el surgimiento del peronismo. El sindicalismo proporcionó una ideología y unos métodos que allanaron el camino a la confluencia entre el MO y Perón. El pragmatismo desplegado por los sindicalistas en sus relaciones con el Estado y las empresas coincidió con el pragmatismo de Perón, ávido de crear una base social para sus aspiraciones presidenciales. 

En la segunda parte del libro (El movimiento obrero y el coronel Perón) el autor describe el proceso de acercamiento entre Perón y el MO, que desembocó en el 17 de octubre de 1945 y el triunfo de Perón en las elecciones presidenciales de febrero de 1946. Consta de seis capítulos y combina de manera brillante el análisis y la narración de los acontecimientos. El profesor del Campo logra presentar el surgimiento del peronismo como un proceso dinámico y contradictorio, en el que los protagonistas se ven arrastrados más allá de sus previsiones y expectativas. Así, el fracaso del proyecto inicial de Perón, quien buscó el apoyo de los partidos políticos, los empresarios y los trabajadores para construir su carrera política (fracaso derivado del rechazo de los partidos y de los empresarios), obligó al coronel a concentrarse en la clase obrera, su único capital político durante 1945. Por eso la alusión al fascismo de Perón, tantas veces formulada por antiperonistas de derecha e izquierda, resulta irrelevante al momento de explicar el curso de los acontecimientos de 1943-1946. Una de las claves del éxito de Perón es su pragmatismo, que hacía que siempre antepusiera sus objetivos políticos a las convicciones ideológicas. Por eso supo maniobrar con destreza en las circunstancias excepcionales de 1943-1946, algo que contrasta con la torpeza de maniobra de sus adversarios políticos. 

Pero la acción de Perón no alcanzaba por sí sola, por más notable que fuera su capacidad política, para dar origen a un movimiento de la magnitud del peronismo. El gran mérito de la obra del profesor del Campo consiste en demostrar el papel fundamental del MO en la aparición del peronismo. 

En la década de 1930 el MO desarrolló una ideología pragmática, burocrática, proclive a buscar acuerdos con el Estado; no obstante ello, no había ninguna garantía de éxito en alinearse detrás del proyecto político del coronel Perón. El MO había llegado dividido a 1943 [5]; sus dirigentes podían anotar pocos éxitos en su haber, por eso sus aceptaron las concesiones realizadas por Perón a través del DNT y la STP; sin embargo, fueron cautelosos en su apoyo al coronel, pues ir tras él representaba un salto al vacío, que implicaba en muchos casos abandonar viejas lealtades políticas (sobre todo para aquellos que militaban en el PS). Perón venció esa desconfianza convirtiendo en hechos las reivindicaciones exigidas por el MO organizado. A su vez, las concesiones al MO alejaban de Perón a los capitalistas, quienes cerraron filas con la oposición política (la Unión Democrática).

“...Perón había logrado ganar la confianza de vastos sectores de la clase trabajadora gracias, sobre todo, a la acción de la STP. Esa acción le había enajenado, en cambio, el apoyo de los sectores capitalistas, que Perón nunca había dejado de solicitar y que era indispensable para su proyecto basado en la conciliación de clases y en la unidad nacional. Paradójicamente, un proceso iniciado con esos objetivos iba a desembocar en la más profunda división y el más radical enfrentamiento que había conocido el país durante el siglo XX. Ante ese enfrentamiento que no podía evitar, Perón debía optar por una de las fuerzas y proceder a una progresiva redefinición de sus enemigos.” (p. 220). 

La clave del apoyo obrero a Perón reside en las conquistas obtenidas por los trabajadores a través de la STP. Es innegable que Perón utilizó la represión y/o la conformación de sindicatos paralelos frente a los irreductibles (los militantes comunistas y socialistas), pero eso fue secundario. Los trabajadores se hicieron peronistas porque obtuvieron ganancias concretas en lo salarial y en las condiciones laborales. La adhesión al peronismo fue el producto de una elección racional de los obreros, no la consecuencia de la manipulación y/o la violencia. 

El autor enfatiza el hecho de que el primer sindicato en apoyar la política de Perón fue la Unión Ferroviaria:

“El hábil y eficaz desempeño de Mercante [6] y sus asesores, así como la cantidad de reivindicaciones logradas y la actitud tradicionalmente pragmática del gremio hicieron, pues, que la organización sindical más importante del país - por su número, organización y disciplina, así como por su influencia sobre las demás - fuera la primera en depositar su confianza en el coronel Perón. Se trataba, por otra parte, de un gremio privilegiado, con mejores salarios y condiciones de trabajo que casi todos los demás y con una estabilidad desconocida por el resto de los trabajadores, lo que hacía el acceso a sus filas muy difícil, casi hereditario. 

Esto contradice (...) la versión habitual que presenta al peronismo asentándose sobre los sectores menos organizados y más explotados de la clase obrera, formados por trabajadores de reciente origen inmigratorio. Demuestra, por el contrario, cómo el reformismo pragmático practicado por Perón respondía a las necesidades de todos los sectores de esa clase, aun los mejor ubicados, y desmiente la afirmación de que fue la falta de experiencia sindical y política la que llevó a las masas trabajadoras a apoyar a Perón, ya que no había ningún gremio en que esa experiencia fuera más sólida que entre los ferroviarios.” (p. 256). 

El acercamiento del MO a Perón fue un proceso complejo, que no puede reducirse a estereotipos y fórmulas fáciles, difundidos por peronistas y antiperonistas. La experiencia efímera del Partido Laborista (conformado por los sindicatos para apoyar la candidatura presidencial de Perón) demuestra que la dirigencia sindical trató de mantener su autonomía frente al poder político. El autor dedica el capítulo 6 de la segunda parte (Un partido sindical, pp. 323-360) al análisis de esa experiencia, abortada rápidamente por Perón, quien luego del triunfo electoral decidió suprimir el partido y avanzar decisivamente sobre la autonomía del MO.

“...su [de Perón] concepción autoritaria del poder difícilmente podría soportar los controles y limitaciones que implicaba la subsistencia de una estructura partidaria democráticamente articulada como era la del PL [Partido Laborista]. Su virtuosismo político, que se había basado siempre en un pragmatismo ilimitado, exigía, para poder ejercitarse eficazmente, la más amplia libertad de movimiento. Finalmente, disponiendo ya legalmente de todos los resortes del poder [luego de su victoria electoral de febrero de 1946], el apoyo de los dirigentes sindicales perdía mucha de la importancia que había tenido en el momento de luchar por alcanzarlo. Pronto habrá advertido Perón, por ejemplo, que las ampliadas posibilidades de mantener un contacto directo con las masas y la notable eficacia de sus recursos en ese terreno hacían  prácticamente innecesaria la existencia de intermediarios.” (p. 353).

En síntesis, el libro de del Campo resulta fundamental para la comprensión del momento más crucial de la historia argentina contemporánea. 


Villa del Parque, lunes 8 de febrero de 2021


ABREVIATURAS

DNT = Departamento Nacional del Trabajo / MO = Movimiento obrero / PS = Partido Socialista / STP = Secretaría de Trabajo y Previsión


NOTAS

[1] Para la elaboración de esta reseña utilicé la siguiente edición: Campo, H. del. (2005). Sindicalismo y peronismo: Los comienzos de un vínculo perdurable. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI. 392 p. La primera edición del libro data de 1983 y fue publicada en Buenos Aires por CLACSO. 

[2] “Todas esas interpretaciones (...) coinciden, a mi juicio, en un punto común: en ellas los dirigentes sindicales aparecen como un elemento pasivo, impulsado o manipulado por Perón.” (p. 14).

[3] “Creo que es evidente que Perón recibió apoyos provenientes de ambos y que es imposible medir con exactitud su peso respectivo.” (p. 15).

[4] La FORA (Federación Obrera Regional Argentina) era la central obrera fundada por los anarquistas en 1904. En el IX Congreso de dicha central, los sindicatos sindicalistas se incorporaron a ella y le dieron una nueva definición, a punto tal que los anarquistas se retiraron y pasaron a formar la FORA del V Congreso. El 12 diciembre de 1935 un grupo de dirigentes encabezados por José Domenech (líder de la Unión Ferroviaria, el principal sindicato de la época), ocupó las oficinas de la CGT (Confederación General del Trabajo), impidiendo la entrada a las autoridades anteriores. Este golpe de mano, que contó con el apoyo de socialistas y comunistas, marcó tanto el final del predominio sindicalista en el MO como la puesta en práctica de métodos desconocidos hasta ese momento, como el recurso a la justicia (el Estado) para resolver las disputas internas de los trabajadores. Los términos sindicalismo y sindicalista figuran en bastardilla cuando se hace alusión a la corriente del movimiento obrero mencionada en el texto. 

[5] El 10 de marzo de 1943 se reunió el CCC [Comité Central Confederal] de la CGT. Se presentaron dos listas para Secretario General y miembros de la Comisión Administrativa. Dada la paridad de fuerzas, ambas listas se adjudicaron el triunfo en la votación, pero el resultado concreto fue que la organización se escindió en CGT N° 1, encabezada por José Domenech, y la CGT N° 2, liderada por Francisco Pérez Leirós (1895-1971), quien contaba con el apoyo de socialistas y comunistas.

[6] El coronel Domingo Mercante (1898-1976) jugó un rol importante en el ascenso de Perón, pues fue designado interventor de la Unión Ferroviaria y facilitó el acercamiento de los militantes obreros a Perón. Posteriormente fue gobernador de la provincia de Buenos Aires (1946-1952).


martes, 8 de diciembre de 2015

TRIACA: AJUSTE Y SINDICALISMO

El sainete sobre el traspaso del mando entre Cristina Fernández y Mauricio Macri ocupó la atención de los medios de comunicación en los últimos días. La desmesurada banalidad de la cuestión da cuenta tanto de la función social de dichos medios y como de la clase social a la que sirven. Sin embargo, si se pone atención en medio del océano de tonterías, es posible encontrar declaraciones significativas acerca del contenido del ajuste económico impulsado por el macrismo.

Jorge Triaca es el ministro de Trabajo del gabinete que acompañará a Mauricio Macri a partir del 10 de diciembre. No es preciso hacer mención a su “prontuario”, pues éste ha sido difundido en varias oportunidades por los medios alternativos. Triaca ocupará un lugar importante en el esquema de gobierno del macrismo, pues tendrá a su cargo la negociación con los sindicatos, vital para evitar que el conflicto social se desborde y complique la marcha del ajuste. Triaca es consciente de su tarea, tal como aparece expuesto en una entrevista brindada al canal de noticias TN y reproducida por el diario LA NACIÓN (Viernes 4/12/2015). El reportaje fue realizado luego de la reunión entre el presidente electo (Macri), y el titular de la CGT Azopardo (Hugo Moyano).

Triaca expresa con claridad cuál es el núcleo del diagnóstico del macrismo acerca de las causas del estancamiento de la economía argentina: “Vemos una economía a la que le falta un flujo de inversiones y creemos que hace falta credibilidad y confianza para conseguirlo.” En otros términos, el ajuste no es otra cosa que la puesta en marcha de un nuevo ciclo de acumulación de capital a partir de un incremento de la inversión de los empresarios. ¿A qué se refiere con “credibilidad y confianza”? A que los capitalistas tengan “confianza” en que el gobierno será implacable en la ofensiva contra los trabajadores, dirigida a reducir los salarios y a generar condiciones (sobre todo la expectativa de mayores ganancias) que hagan atractivo invertir en nuevos negocios.

En este marco, el macrismo precisa de sindicatos plenamente integrados al proyecto del capital. De ahí el énfasis de Triaca en la unidad del sindicalismo: "Nosotros necesitamos acordar para que todos los elementos donde haya conflicto se canalicen a través de las instituciones, por eso necesitamos que esas instituciones [en referencia a una CGT unificada] tengan fortaleza.” No es casual que el pasaje que acabamos de indicar esté inmediatamente antes de la referencia a las inversiones mencionada en el párrafo anterior. La “confianza” requiere como condición necesaria que el ataque a los ingresos de los trabajadores no se vea perturbado por la resistencia de éstos. La existencia de un movimiento obrero fragmentado crea un caldo de cultivo para la acción de la militancia de base, sobre todo la vinculada a los partidos de izquierda, pues debilita la capacidad de control de la burocracia sindical. El macrismo apuesta a la unidad de la CGT porque sabe que nada malo puede esperar de los jerarcas sindicales, pues tradicionalmente han operado como un aparato de dominación estatal. ¿Qué el pago de sus servicios suele ser muchas veces desproporcionadamente elevado? Por supuesto que sí, y Triaca sabe esto por experiencia familiar (Triaca padre amasó una fortuna como dirigente del sindicato de los trabajadores de la industria del plástico). Pero esto se compensa con los servicios que prestan al capital.

La burocracia sindical, de la que Hugo Moyano es el exponente más importante en esta época, tiene dos objetivos que orientan su acción: conservar el control de los sindicatos (fuente de su poder político) y asegurar el funcionamiento normal de la economía capitalista. Por eso Triaca puede decir: “Hay un proceso de unidad en el sindicalismo de Moyano y nuestra visión. Coincidimos con Moyano en que hace falta previsibilidad en la economía". Si se tiene en cuenta que más de un tercio de los trabajadores en actividad son “no registrados”, es decir, sus empleadores no pagan por ellos contribuciones a la seguridad social y al sistema previsional, y que el 50 % de los trabajadores ocupados gana menos de 6000 pesos mensuales, es posible entender a qué se refiere en qué consiste la mentada “previsibilidad de la economía”: la aceptación por parte del movimiento obrero del deterioro en sus condiciones de vida. Esa es la función primordial que el macrismo asigna al sindicalismo en la etapa que se inicia.

El instrumento político para concretar la alianza entre el nuevo gobierno y los sindicatos es el “pacto social”: “Vamos a convocar a un acuerdo social en el cual creemos que todos los sectores deben estar representados. Es una condición necesaria el pacto social para salir adelante, es parte del proceso de reconstrucción.” Por supuesto, la militancia clasista quedará excluida de dicho pacto.

Triaca culmina la entrevista volviendo otra vez sobre el tema principal, la búsqueda de nuevas inversiones. Sostiene que por medio de ella podrá combatirse al trabajo en negro, cuya extensión es mayor de lo que indican las estadísticas oficiales. Traducido a un lenguaje más llano: el macrismo procurará pagar con un aumento del empleo (generado por las nuevas inversiones) el apoyo de los sindicatos a la tarea de contención de las posibles resistencias obreras al ajuste.

Por último, la claridad con que Triaca expone su política es signo de la confianza que tiene la burguesía argentina en poder llevar adelante el ajuste. En este sentido, el PRO expresa la conciencia de que el período iniciado en 2001 se encuentra terminado y que es posible avanzar a fondo en la ofensiva contra los trabajadores.


Villa del Parque, martes 8 de diciembre de 2015

miércoles, 27 de agosto de 2014

EL PARO NACIONAL DEL 28 DE AGOSTO

En el actual contexto económico y social de la Argentina resulta fastidioso tener que dedicar tiempo a justificar la necesidad de un paro nacional. Crisis del modelo económico kirchnerista, caída de la inversión, recesión combinada con inflación, defol de la deuda externa, tarifazos varios en los servicios públicos, caída del salario real, despidos, suspensiones, jubilación mínima cada vez más retrasada frente a la suba de precios, etc., son motivos más que suficientes como para justificar una medida de fuerza de los trabajadores.

Sin embargo, es preciso explicar los motivos del paro. Hay dos razones fundamentales que nos obligan a hacerlo.

En primer lugar, la inmensa mayoría de los intelectuales (incluimos bajo esta denominación a periodistas, conductores de televisión, editorialistas de los medios oficiales y de la autodenominada oposición) son contrarios a la medida de fuerza.

En segundo lugar, porque la medida es producto de una convocatoria en la que confluyen diversos actores sociales, siendo Hugo Moyano el más prominente de ellos.

Comencemos por revisar los argumentos contrarios al paro formulados por los intelectuales kirchneristas.

El primero consiste en afirmar que el paro perjudica la lucha emprendida contra los “fondos buitres” por el gobierno de Cristina Fernández. Dicha pelea tendría por objetivola reafirmación de la soberanía nacional. Por tanto, quienes están en contra de la confrontación con los “buitres” son enemigos de la Patria. Aplicado al paro, los huelguistas del 28/08 son traidores de la patria, en la medida en que anteponen su interés particular al interés nacional encarnado por el gobierno de Cristina Fernández. El Jefe de Gabinete de Ministros, Jorge Capitanich, afirmó al respecto que los sindicatos que van al paro están pagados por los “fondos buitres”.

Ahora bien, el gobierno de Cristina Fernández, como el de Néstor Kirchner, procuró en todo momento cumplir con los pagos de la deuda externa. Esa deuda fue contraída por dictaduras militares, por gobiernos democráticos neoliberales y siguen las firmas. Ahora bien, si aceptamos el argumento “patriótico”, esa deuda se contrajo para perjudicar a la “patria”, recortándole al máximo la capacidad de tomar decisiones de manera autónoma. Videla, Menem y Cavallo, son algunos de los responsables de la deuda externa que el kirchnerismo quiere pagar a cualquier precio. Néstor Kirchner y Cristina Fernández aceptaron que la justicia norteamericana fuera el tribunal que juzgara los litigios derivados de los canjes de la deuda en 2005 y 2010. Hace poco, el ministro Axel Kicillof negoció la deuda existente con el Club de París; en la negociación, Kicillof acordó pagar un monto de deuda superior al que figuraba al comienzo de la negociación (punitorios dobles y otros mecanismos abultaron la cifra adeudada, Kicillof dijo a todo que sí).

A partir de lo anterior y si se toma al pie de la letra la cuestión de la patria, ¿es necesario decir que el kirchnerismo se ha comportado de un modo poco patriótico?

El concepto de patria carece de utilidad para explicar qué sucede en Argentina. Es más útil y práctico hablar de capitalismo y de los intereses de nuestra burguesía. Así, durante el menemismo, época en la que muchos de los hoy patriotas kirchneristas eran entusiastas neoliberales, la deuda externa fue abultada con el propósito de permitir que tanto las empresas privatizadas pudieran girar utilidades como para que la burguesía argentina fugara capitales al exterior. El endeudamiento proveía los dólares para hacer posible esto. La deuda externa, lejos de ser una perversidad, forma parte de los mecanismos de acumulación de capital de nuestra burguesía. No se trata de buscar la misteriosa burguesía “nacional” y separarla de la burguesía “cipaya”. La clave de la deuda externa está en nuestro país, no en el exterior .Es la lógica del capital, guste o no.

En un país como el nuestro, donde basta con caminar un poco para observar los efectos de la desigualdad social, la patria es el argumento invocado para tapar todas las porquerías que hace nuestra burguesía. En Argentina no hay un interés común que deba ser defendido frente a la voracidad de los “buitres”, sino una burguesía que vende hasta a su madre con tal de obtener beneficios. Los empresarios argentinos piensan que los trabajadores deben ser patriotas, lo que significa que los segundos tienen que hacer todos los sacrificios necesarios para asegurar las ganancias de los primeros. A esto se reduce el “patriotismo”, tanto de los kirchneristas como de otras especies de patriotas que andan pululando por ahí.

Si la burguesía argentina defiende sus intereses apelando a todos los recursos, ¿por qué no habrían de hacer lo mismo los trabajadores?

El otro argumento en contra de la huelga sostiene que hacer un paro perjudica la marcha de la economía y termina por generar más recesión. Dicho de otro modo, los trabajadores tienen que ajustarse el cinturón y trabajar más para asegurar las ganancias empresarias y así mantener la vitalidad de la economía. Como puede verse, nuestro intelectual (el kirchnerista y el de la autodenominada “oposición”) se ha convertido en un mero vocero del empresariado.

Para que la afirmación anterior sea correcta es preciso que los intereses de los empresarios y de los trabajadores sean comunes. Si esto fuera así, es claro que los trabajadores tendrían que poner el hombro junto a los empresarios. Pero esto es un cuento de hadas, algo que puede ser usado como propaganda pero que no tiene ningún sustento real. El empresario produce para obtener ganancias, no para hacerle un favor a la sociedad. Para obtener ganancias debe explotar a los trabajadores. Cuanto más producen los trabajadores, más ganancias se apropian los empresarios y, por ende, más se fortalece la posición de la burguesía. Es corta la bocha: esto es capitalismo, no una sociedad de beneficencia.

El argumento anterior puede sintetizarse diciendo que los trabajadores no sólo deben trabajar para los empresarios a cambio de un salario, sino que tienen que adoptar como propia la lógica del capital y deslomarse trabajando para que los empresarios estén contentos. Los paros, las tomas de fábricas, las movilizaciones, son “locuras”. El trabajador tiene que trabajar y punto. Si quiere hacer otra cosa, que junte dinero y que se haga empresario. Punto.

Es claro que el argumento anterior es inaceptable en la medida en que los trabajadores no quieran subordinarse a los empresarios. En las condiciones de la Argentina actual, el capitalismo ha llevado (¡otra vez!) a una profunda crisis, que empieza a ser pagada por los trabajadores por la vía de tarifazos, despidos, suspensiones y reducción del salario real. El argumento funciona bien para los empresarios, pero empieza a patinar cuando se aplica al trabajador que se levanta temprano todos los días, viaja horas en “cómodos” medios de transporte, realizar un trabajo tedioso y cobra un salario cada vez más reducido (inflación mediante).

Frente al argumento de los intelectuales devenidos empresarios, nuestra posición es que los trabajadores defienden sus intereses luchando contra la burguesía. Como muestra la experiencia de las últimas décadas, el capitalismo significa privaciones cada vez más agudas para los trabajadores, no sólo en lo que hace a la cuestión laboral, sino también a la salud, a la educación, al transporte, etc. Esto es algo que cada trabajador experimenta todos los días. No puede hablarse, pues, de intereses comunes entre empresarios y trabajadores, salvo que se tenga en mente un trabajador convertido en apéndice del empresario

Por último, está la cuestión Moyano.

Dejemos de lado los matices: Hugo Moyano es una lacra para los trabajadores (como lo son también el resto de los burócratas sindicales). Su interés radica en negociar las condiciones de venta de la fuerza de trabajo (el monto de los salarios), no en luchar contra el sistema que oprime a los trabajadores. Por eso Moyano ha estado siempre del lado de los empresarios. Por eso les resulta tan fácil a Moyano y a los demás dirigentes de la burocracia sindical convertirse en empresarios. Por eso Moyano está tan interesado en expulsar de los sindicatos a los militantes de izquierda, porque sabe con claridad que la izquierda “le escupe el asado”. Más allá de los alineamientos coyunturales (algunos burócratas apoyan a Cristina, muchos otros buscan nuevos horizontes para acomodarse con miras al 2015), todos ellos coinciden en que la izquierda es su enemigo común. Y en esto coinciden también con los empresarios y con Cristina Fernández.

Pero Moyano y Barrionuevo forman parte de los dirigentes y las organizaciones que convocan al paro.

El kirchnerista dice: ¡Horror! La izquierda va detrás de Moyano y Barrinuevo. A la izquierda no le interesa defender a los trabajadores. La izquierda hace de idiota útil de los Moyanos y los Barrionuevos.

El kirchnerista pasa por alto dos cuestiones. Por un lado, Moyano fue aliado de Néstor Kirchner y Cristina Fernández durante muchísimos años. Durante ese tiempo, “los jóvenes para la liberación” no se sintieron incómodos por tener esa compañía. Como en tantas otras cuestiones, otra vez el kirchnerista padece de mala memoria.

Dejando de lado las chicanas, hay algo fundamental. Tanto Moyano como Cristina, Macri como Scioli, Massa como Binner, ven en la izquierda al ENEMIGO. Las razones: la izquierda (sobre todo el Partido Obrero y los demás partidos que conforman el FIT) cuestiona las bases del capitalismo en Argentina. Sólo la izquierda se anima a sacar los pies del plato. De modo que Moyano convoca al paro (lo hace por sus propias necesidades políticas, que no podemos analizar aqui), pero se siente incómodo con la presencia de la izquierda. Una prueba de esto es que ni Moyano ni Barrionuevo van a estar presentes en la movilización convocada por la izquierda para el día de hoy. Moyano y Barrionuevo tienen tanto miedo de la izquierda que procuraron dejar en claro por todos los medios que no van a promover la realización del piquete durante estas jornadas de lucha.

No vamos a negar que la izquierda tiene todavía una influencia pequeña. Es por ello que no puede convocar por sí misma un paro general y debe acompañar las medidas de fuerza convocadas por personajes como Moyano. Pero la sola presencia de la izquierda cambia el contenido de la huelga. El lector puede tomar nota de las continuas críticas de Cristina, Capitanich, Pignanelli (SMATA), Berni y otros, al Partido Obrero.

La izquierda tiene todavía una influencia reducida. Pero está. Y eso modifica las condiciones de la lucha política. Cristina Fernández y Hugo Moyano lo saben. Por eso coinciden en pegarle a la izquierda. Porque la izquierda representa la única alternativa real a la lógica del capital en Argentina. Nada más, y nada menos, que eso.


Villa del Parque, miércoles 27 de agosto de 2014