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sábado, 19 de febrero de 2011

COMENTARIOS A "CIENCIA, POLÍTICA Y CIENTIFICISMO" (1969) DE OSCAR VARSAVSKY (SEGUNDA PARTE)





La ideología de la “neutralidad” se manifestó en la Universidad por medio de la corriente de pensamiento denominada cientificismo. Varsavsky define al investigador cientificista como aquél que “se ha adaptado a este mercado científico [de las sociedades consumistas], que renuncia a preocuparse por el significado social de su actividad, desvinculándola de los problemas políticos, y se entrega de lleno a su ‘carrera’, aceptando para ella las normas y valores de los grandes centros internacionales, concretados en un escalafón.” (p. 35).

En el plano político, el cientificismo implica la subordinación de la Universidad y de las políticas científicas de un país a las necesidades de los centros capitalistas y de las corporaciones. Esto no se verifica de un modo mecánico, sino a través de numerosas mediaciones. La ilusión de una ciencia “pura” (encarnada en la física) se expresa a través del fomento de las llamadas “ciencias duras”, las que son orientadas cada vez más hacia aplicaciones prácticas favorables al mercado por medio de los subsidios gubernamentales y privados. Dado que estas ciencias requieren, por su mismo desarrollo, cada vez más dinero para financiar sus investigaciones, la agenda de temas de investigación pasa a ser controlada por quienes ponen el dinero para investigar. Le guste o no a los científicos, la Universidad y el laboratorio asumen un papel crecientemente empresarial. La ciencia “pura” esconde la desesperación por acceder a subsidios, becas y otras formas de financiamiento.

Es por lo expuesto en el párrafo anterior que puede decirse que el cientificismo oculta el sometimiento de la ciencia a las necesidades de la economía capitalista. A este respecto es fundamental comprender el análisis que hace Varsavsky de las distintas posiciones políticas de los investigadores. En CPC distingue entre los “fósiles”, a quienes identifica con las posiciones más reaccionarias, ancladas en la defensa de una Universidad aristocrática y alejada de la práctica; los “totalitarios”, quienes difunden las concepciones del comunismo en su versión soviética, que supeditan el desarrollo científico a las necesidades del partido; los “reformistas”, que plantean la necesidad de reestructurar la Universidad, adoptándola a los requerimientos de una economía capitalista moderna.; los “rebeldes”, que se oponen al sistema social vigente, considerando que la Universidad sólo podrá ser transformada mediante una revolución.

Dada esta la mencionada división política al interior de la Universidad, Varsavsky afirma que la fortaleza de los “reformistas” (defensores del cientificismo) consiste en que plantean las cosas de una manera simplificada, mediante el uso del procedimiento al que llama “falacia triangular”. Así, los reformistas se ven a sí mismos como los adalides de la investigación “desinteresada” frente a “fósiles” y “totalitarios”, que pretenden encadenar a la Universidad y a la ciencia a intereses políticos. Pero, y en esto consiste la falacia del argumento de los “reformistas”, éstos ignoran que existe otra alternativa, que es el grupo de los “rebeldes”. De este modo, los “reformistas” naturalizan la organización social existente (como diría el personaje del viejo Voltaire, “vivimos en el mejor de los mundos posibles”) y evitan pronunciarse acerca de la posibilidad de ir más allá de los límites del orden vigente.

Otra consecuencia del analisis realizado en CPC es que obliga a repensar los marcos de la filosofía de la ciencia. En este punto, podría afirmarse que la obra se encuentra vinculada al marco conceptual utilizado por Thomas Samuel Kuhn (1922-1996), quien en La estructura de las revoluciones científicas (1962) había defendido la tesis de que el estudio de la ciencia exigía necesariamente incluir a la historia (12) . De hecho, la década de 1960 estuvo marcada por una transformación de la epistemología, que la alejó de las concepciones del neopositivismo lógico y la acercó cada vez más al análisis de la práctica científica. No obstante esto, y siendo que CPC no tiene pretensiones académicas (Varsavsky nos cuenta que escribió deliberadamente un ensayo), la obra plantea una concepción mucho más rica que la de la epistemología académica, pues parte de la existencia de una conexión indisociable entre ciencia, política y sociedad. Más allá de sus mayores o menores méritos académicos, los epistemólogos tienden a naturalizar a la sociedad actual, lo que les impide percibir el carácter capitalista de la ciencia actual. Esto puede resultar curioso si se tiene en cuenta que muchos estudios de los epistemólogos e historiadores de la ciencia han contribuido a desnaturalizar las ciencias de épocas anteriores. Pero, la curiosidad deja de ser tal si se entiende que los filósofos de la ciencia pertenecen al mundo académico y tiene, por tanto, que respetar las reglas de este si pretenden sobrevivir y prosperar. Dicho mal y pronto, no quieren sacar los pies del plato de las becas y los subsidios.

En CPC la crítica al cientificismo va más allá de la descripción de los procedimientos por medio de los cuales la Universidad y los científicos se someten a las normas empresariales de producción. Al revisar la experiencia de la Facultad de Ciencias Exactas, Varsavsky plantea que el cientificismo iba de la mano del proyecto desarrollista (13) . En su opinión, la construcción de una ciencia centrada en dar respuesta a los problemas de la economía (una economía que seguía controlada por las corporaciones extranjeras y las grandes empresas nacionales) era funcional a un proyecto de país que consideraba al crecimiento económico como el objetivo supremo del Estado. Así, mientras que los defensores del cientificismo consideraban que la elaboración de una ciencia “neutral” o “profesional” representaba una contribución al progreso nacional, Varsavsky veía en esto una muestra de dependencia cultural (14). En CPC, el desarrollismo y el cientificismo constituían las dos patas de un mismo modelo económico, centrado en mantener a la Argentina en la órbita de la economía capitalista conservando su relación de subordinación a los centros capitalistas.

Ahora bien, al efectual el análisis de la relación entre desarrollismo y cientificismo, Varsavsky amplía los límites de lo que podría llamarse sociología de la ciencia (o, más genéricamente, de ese cúmulo de elementos de diferentes disciplinas agrupado bajo la denominación de “estudios sociales de la ciencia”. Pero lo más significativo es que dicha ampliación trasciende largamente los marcos de los estudios académicos. CPC se planta en el terreno político, en el reconocimiento de la necesidad de transformar revolucionariamente la sociedad, y esto le permite a Varsavsky desmitificar los planteos habituales sobre la neutralidad de la ciencia y de la tecnología. El “librito” es una obra extraña en el mundo académico, y esa “extrañeza” no es uno de sus menores méritos.

Varsavsky publicó su libro en 1969, año del Cordobazo, que representó el comienzo de un ciclo de movilización popular sin precedentes en la Argentina. Entre 1969 y 1976, los sectores populares potenciaron su capacidad organizativa y pusieron en jaque a las clases dominantes. En este marco, particularmente estimulante, surgió CPC. De ahí que hayamos optado por una lectura política de la obra. En definitiva, esto es lo que nos habría reclamado Varsavsky.

Buenos Aires, sábado 19 de febrero de 2011


NOTAS:

(12) En la filosofía de la ciencia del siglo XX se produce una tensión entre los partidarios de concentrar la epistemología en el estudio del contexto de justificación (el análisis de la coherencia lógica de las teorías científicas y de los argumentos con que las mismas se demuestran), y aquellos que defendían el énfasis en el contexto de descubrimiento (todo aquello que incidía en la concreción de un descubrimiento científico, y que incluía factores económico, políticos, sociológicos, religiosos, etc.). Al proponer que la filosofía de la ciencia tenía que darle un lugar a la historia, Kuhn se estaba situando en el marco de las epistemologías que reivindicaban la centralidad del contexto de descubrimiento para entender qué es la ciencia. Esta distinción entre contextos se debe al filósofo alemán Hans Reichenbach (1891-1953).

(13) El desarrollismo fue el proyecto económico y político promovido por el presidente Arturo Frondizi (1908-1995), quien gobernó el país entre 1958 y 1962. Frondizi sostenía que para superar los problemas de la economía argentina era necesario desarrollar la industria pesada, las industrias de bienes de consumo duraderos y mejorar la extracción de petróleo. Para llevar adelante este proyecto, Frondizi impulsó la radicación de capitales extranjeros, considerando que la inversión externa (sobre todo de las grandes empresas multinacionales) era el factor que dinamizaría a la industria nacional. Si bien Frondizi fue derrocado por un golpe militar en 1962, los lineamientos fundamentales del desarrollismo se mantuvieron vigentes a lo largo del resto de la década de 1960, más allá de las diferencias políticas entre los distintos gobernantes que se sucedieron en ese período.

(14) Lo que significa la autonomía cultural está en general claro, salvo justamente en lo que respecta a la ciencia (…) No es mucha la autonomía científica que podemos conseguir sin cambiar de sistema social o sin que ese sea nuestro objetivo. Y no cambiaremos gran cosa el sistema si no logramos independizarnos científicamente aunque sea en parte.” (p. 39). Dicho de manera todavía más explícita: “Aceptar la tecnología del Norte significa producir lo mismo que ellos, competir con ellos en el terreno que ellos conocen mejor, y por lo tanto, en definitiva, perder la batalla contra sus grandes corporaciones, suponiendo que se desee darla. Y digo esto último porque si aceptamos su ciencia y su tecnología, o sea si aceptamos que nos enseñan a pensar, haremos lo mismo que ellos, seremos como ellos, y entonces pierde sentido toda lucha por la independencia económica o incluso política. La solución lógica en tal caso es la que eligió Puerto Rico.” (p. 39-40). En estos pasajes se comprende el sentido de la impugnación que Varsavsky hace la desarrollismo.

miércoles, 16 de febrero de 2011

COMENTARIOS A "CIENCIA, POLÍTICA Y CIENTIFICISMO" (1969) DE OSCAR VARSAVSKY (PRIMERA PARTE)

Oscar Varsavsky



Oscar Varsavsky (1920-1976) publicó el “librito” Ciencia, política y cientificismo (CPC a partir de aquí) en 1969 (1) . La aparición de esta obra significó un verdadero milagro en el campo de los estudios sociales sobre la ciencia, aunque el término parezca desmesurado y repugne a los académicos. El autor era físico de profesión, y participó en la reorganización y desarrollo de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires en el período 1955-1966. No fue ni epistemólogo ni sociólogo de la ciencia. Tampoco historiador. Su libro no contiene una sola cita a pie de página ni una bibliografía con los títulos más consultadas y/o citados en su época. Es muy probable que de haber sido presentado ante algún tribunal de evaluación académica, los miembros del jurado lo hubieran rechazado con el argumento de la falta de seriedad del autor (2).

Sin embargo, y a pesar de todo lo dicho en el párrafo anterior, CPC inauguró un nuevo espacio de reflexión, esto es, el abordaje de las funciones sociales de la ciencia y la tecnología desde una perspectiva latinoamericana. Paralelamente, CPC planteó un enfoque centrado en la relación indisoluble entre ciencia y sociedad, que llevó a Varsavsky a defender la necesidad de una revolución política para liberar a la ciencia de las trabas que le imponía la “sociedad de consumo” (3) . Por último, y no por ello menos importante, CPC fue un éxito de ventas, a punto tal que para julio de 1975 y antes de que la dictadura suprimiera por la violencia el clima intelectual que nutrió a la obra, ya estaba en la calle la 6° edición del “librito” (4). Nunca antes, y nunca después, un libro dedicado a pensar la ciencia y la tecnología alcanzó tanta repercusión en Argentina.

En las líneas que siguen nos limitaremos a presentar algunos de los aspectos fundamentales del texto, a sabiendas de que la obra es ya un clásico (aunque poco leído en la actualidad, por lo menos en el sentido que le hubiera gustado a Varsavsky) y de que ha sido analizada y comentada en repetidas oportunidades. Propondremos, pues, una lectura política de CPC.

El punto de partida de las reflexiones de Varsavsky es la constatación de que existe una relación inseparable entre la ciencia y la sociedad. Así, escribe “creo (…) que la llamada ‘ciencia universal’ de hoy está tan adaptada a este sistema social como cualquier otra de sus características culturales” (p. 11); “esta distribución del esfuerzo científico está determinada por las necesidades del sistema (…) Para hacer esto posible [se refiere a la sociedad de consumo] es necesaria una altísima productividad industrial, con rápida obsolescencia de equipos por la continua aparición de nuevos productos. Esto requiere una tecnología física muy sofisticada, que a su vez se basa en el desarrollo rápido de un cierto tipo de ciencia, que tiene como ejemplo y líder a la Física.” (p. 18); “La ciencia actual (…) está adaptada a las necesidades de un sistema social cuyo factor dinámico es la producción industrial masificada, diversificada, de rápida obsolescencia; cuyo principal problema es vender – crear consumidores, ampliar mercados, crear nuevas necesidades o como quiera decirse – y cuya institución típica es el gran consorcio, modelo de organización y filosofía para las fuerzas armadas, el gobierno, las universidades.” (p. 38). Con enorme franqueza pasa por encima de lo que se consideraba (y se considera) políticamente correcto en el ámbito académico, y nos presenta a la actividad científica como un espacio que ha sido colonizado por el capitalismo (5). La supuesta libertad de elección de los científicos es, en buena medida, una concepción ideológica que tiende a ocultar la subordinación de los investigadores a las necesidades del mercado. El argumento de Varsavsky se fortalece porque no es producto de una reflexión aislada, sino que está basado en su experiencia como profesor y promotor de las reformas de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA (Universidad de Buenos Aires) en el período 1955-1966 (6). La cuestión resulta todavía más interesante porque el autor de CPC no pertenece al mundo de los economistas o de los sociólogos. Varsavsky no es un cientista social. Al contrario, proviene de la física, considerada como la CIENCIA por excelencia. En este sentido, el desparpajo de Varsavsky al criticar la ciencia “pura” hecha por los físicos sirve de herramienta para demoler las prenociones habituales acerca de la “majestad” del trabajo científico.

Utilizando como base de sus reflexiones su experiencia en la UBA, Varsavsky demuestra que los criterios elegidos para seleccionar investigadores y temas de investigación no son neutrales en términos políticos, sino que obedecen a una forma determinada de ciencia que, a su vez, está dirigida a dar respuesta a las necesidades de un tipo determinado de sociedad (en este caso, la “sociedad de consumo”). La elección del paper en particular, y de los criterios cuantitativos en general, no es fruto de la casualidad , y responde a formar científicos “productivos”, capaces de generar nuevos productos, de diseñar modernas herramientas de marketing, de formular instrumentos para regular los mercados, etc., etc. Varsavsky describe de este modo la tarea de los científicos: “No es de extrañar que la masa cada vez mayor de científicos esté absorbida por la preocupación de esa competencia de tipo empresarial que al menor desfallecimiento puede hacerle perder subsidios, contratos y prestigio, y se deje dominar por la necesidad de vender sus productos en un mercado cuyas normas es peligroso cuestionar. Y eso ocurre aunque políticamente esté a veces en contra del sistema social del cual el mercado científico es un reflejo.” (p. 30). Varsavsky apunta a que la competencia entre los científicos gira en torno del dinero (dicho de manera más elegante, de las fuentes de financiamiento). “La necesidad de dinero es general en todas las ramas de la ciencia. Sin contar las enormes sumas que requiere la investigación espacial o la subatómica, todas las ciencias naturales emplean costosos equipos de investigación. Pero también las ciencias sociales tienen presupuestos de apreciable magnitud, para sus encuestas y demás trabajos de campo. Hay además tres ítems comunes a todas las ciencias, tan importantes y caros como los anteriores: el procesamiento de datos, mediante computadoras y otras máquinas, los libros y revistas, y los sueldos de los científicos y sus numerosos asistentes de todas las categorías.” (p. 21-22).

Ahora bien, dado que vivimos en una sociedad capitalista, el dinero fluye hacia los lugares en los que se avizora alguna posibilidad de ganancia. ¿Qué el argumento de Varsavsky es esquemático? ¡Por supuesto que lo es, y Varsavsky es el primero en reconocerlo! Pero es un esquema que está a años-luz de las pálidas reflexiones académicas sobre las relaciones entre ciencia y economía, entre investigación y desarrollo. Los investigadores suelen tener vergüenza de reconocer que literalmente se venden al mejor postor, y procuran disfrazar su dependencia económica del capital, escudándose detrás de palabras (“neutralidad”, “rigor académico alejado de la ideología”, “amor por el conocimiento”, etc., etc.). En los casos más refinados, cuyo pudor intelectual les impide ocultar con frases las condiciones estructurales en que desarrollan su actividad, los científicos construyen teorías acerca de la multiplicidad de poderes en las democracias o sobre el papel del Estado como garante del interés general. Nada esto hay en CPC. Allí las cosas se tratan con una franqueza inusitada: los científicos compiten por dinero, y están obligados a servir a los poseedores de dinero.

El análisis del carácter que asume la relación entre la ciencia y la sociedad permite a Varsavsky impugnar de manera concluyente la tesis que afirma la “neutralidad” del trabajo de los científicos. Hay que decir que dicha impugnación no era novedosa en la época en que salía a luz CPC. En el campo de la filosofía de las ciencias, las críticas al positivismo (7) postulaban que ninguna observación y/o experimento eran “puros”, en el sentido de estar desprovistos de teoría. Dicho de otro modo, los científicos nunca trabajaban con datos “puros”, sino que los construían en función de una determinada teoría. Pero la discusión de la tesis de la neutralidad de la ciencia por los epistemólogos tenía límites bien definidos, pues de ninguna manera cuestionaba la relación de la ciencia con la lógica mercantil imperante en el capitalismo. Era, pues, una crítica epistemológica, no política.

Varsavsky emprende su refutación de la tesis de la neutralidad haciendo referencia a las múltiples formas en que lógica del mercado condiciona a la actividad científica. Como señalamos en párrafos anteriores, la ciencia está cada vez más dirigida hacia la producción de mercancías, retroalimentando así a la “sociedad de consumo”. Esto genera un modelo de ciencia cuyo eje es del desarrollo de aportes que tengan impacto en el mercado. “Hay hoy más científicos vivos que en toda la historia de la humanidad, y disponen de recursos en cantidad más que proporcional a su número. Con esos recursos adquieren aparatos y materiales maravillosos, asistentes bien entrenados y de sueldos nada despreciables. ¿Qué han producido con todas esas ventajas? Toneladas de papers (8) y muchos objetos, pero menos ideas que antes. Así, pues, insisto: a pesar de su frenética actividad, el superejército de los científicos de esta generación han producido en el estilo consumista, gran cantidad de bienes para su mercado, de calidad buena pero nada extraordinaria. Son los tecnólogos los que han brillado, creando extraordinarios bienes materiales para consumo de las masas, los ejércitos, las empresas y los científicos (…) Ramas enteras vegetan sin desarrollarse, y entre éstas la que más nos interesa: la ciencia del cambio de estructura social.” (p. 33).

Varsavsky afirma con razón que no hay nada natural en esto. El modelo de ciencia imperante responde a los problemas de un tipo específico de organización social, que es, como hemos dicho, el capitalismo. En este marco, nuestro autor concibe a la neutralidad como un problema político antes que epistemológico. Los científicos no pretenden ser “neutrales” porque sean adherentes al positivismo o a cualquier otra corriente moderna en filosofía de la ciencia. En rigor, la mayoría de ellos suele preocuparse muy poco de cuestiones epistemológicas. La neutralidad es, en cambio, una verdadera ideología de los científicos en tanto capa social específica, y expresa la forma en que ellos conciben su práctica cotidiana. Es por ello que hay que estudiar esa práctica para comprender las nociones epistemológicas formuladas por los propios científicos. Y esa práctica no puede separarse, como hemos visto, de las presiones que ejerce una organización social capitalista. Los científicos creen en la neutralidad porque piensan al capitalismo como la forma natural de sociedad, en la que los problemas sociales pueden reducirse a problemas técnicos, que exigen de la intervención de la tecnología para su solución, no de la política.

Planteadas así las cosas, podría pensarse que Varsavsky parte de una idea previa acerca de la naturaleza de la relación entre ciencia y sociedad, y que en base a ella construye un esquema sobre el condicionamiento de la ciencia por el capitalismo. Esto no es así. Uno de los logros de CPC radica en que formula la crítica a la tesis de la neutralidad de la ciencia mediante la descripción de la actividad práctica de los científicos. Varsavsky demuestra que el predominio de las técnicas cuantitativas en la investigación (9), y la elección de criterios cuantitativos para evaluar la producción de los científicos (10), constituyen la muestra más acabada de la colonización capitalista de la ciencia y de la tecnología. Hay que hacer notar que para Varsavsky también el trabajo cotidiano de los científicos es susceptible de ser sometido a la investigación científica. Ni los conceptos teóricos (por ejemplo, las teorías de la física), ni los métodos de investigación, ni los instrumentos empleados, son “neutrales”. El laboratorio deja de ser un templo donde no entran las pasiones, y pasa a ser un ámbito en el que el dinero (la mercancía) rige la conducta de las personas.

La crítica de la ideología de la neutralidad se extiende a la discusión del modelo de Universidad que se asienta sobre ella. En este sentido, una de las lecturas posibles de CPC consiste en considerar a la obra como una especie de autocrítica despiadada de la tarea llevada adelante por el autor en la Facultad de Ciencias Exactas. El tema no es menor, pues esta etapa es considerada aún hoy día como la “época de oro” de la UBA. Fiel a su estilo, Varsavsky arremete contra el mito y sostiene que los éxitos obtenidos en el período 1955-1966 expresan precisamente su contrario, es decir, el fracaso en construir una Universidad capaz de generar una ciencia orientada desde el punto de vista de los intereses populares, y no desde las demandas de los centros capitalistas .

Buenos Aires, miércoles 16 de febrero de 2011


NOTAS:

(1) En este trabajo utilizo la 6° edición del libro, publicada en Buenos Aires por el Centro Editor de América Latina en julio de 1975. Cabe hablar del librito porque la obra, en la edición mencionada, tiene 69 páginas más el índice. Es significativo que esta edición se publicó en el marco de la colección “Grandes Éxitos del Centro Editor de América Latina”. Salvo indicación en contrario, todas las citas han sido tomadas de la mencionada edición, indicando entre paréntesis el número de página del pasaje transcripto.

(2) Varsavsky era conciente de ello. En el comienzo de la obra escribió: “En este pequeño volumen se plantean algunas cuestiones de cierta trascendencia para el científico sensible a los problemas sociales, y desde un punto de vista poco ortodoxo. En estos casos es muy necesario apoyar las afirmaciones discutibles con estudios sistemáticos y con el mayor número de referencias y datos, pero aquí sólo se encontrará una exposición cualitativa, basada en poco más de veinte años de participación en la comunidad científica – ‘y veinte años no es nada’ – y en apenas dos o tres incursiones como diletante en el campo de la sociología de la ciencia.
La única excusa que puedo ofrecer es que los especialistas de ese campo no se han ocupado de estos puntos de vista, y dada la actualidad de los problemas es preferible enunciarlos a este nivel a esperar un estudio académico que puede demorarse indefinidamente. Tal vez este planteo contribuya a disminuir esta demora.” (p. 7).
(3) Aquí respetamos la terminología adoptada por Varsavsky: “La sociedad actual, dirigida por el hemisferio Norte, tiene un estilo propio que hoy se está llamando ‘consumismo’. Confiesa tener como meta un ‘bienestar’ definido por la posibilidad de que una parte de la población consuma muchos bienes y servicios siempre novedosos y variados.” (p. 18).

(4) La 1° edición apareció en noviembre de 1969 (pocos meses después de que los obreros y estudiantes cordobeses protagonizaran el Cordobazo que hizo tambalear a la dictadura del general Onganía); la 2° edición vio la luz en octubre de 1971; la 3° en octubre de 1972; la 4° en octubre de 1973; la 5° en febrero de 1974.

(5) En rigor, Varsavsky sostiene que el socialismo (representado en su época por la URSS y los países de Europa oriental más Cuba, China y algunos otros países asiáticos) había generado una ciencia semejante a la que está criticando en CPC. Es por eso que prefiere agrupar a ambos (capitalismo y socialismo) debajo del paraguas del “consumismo”. En el capítulo 3 escribe: “…es muy importante notar que este fenomeno [la subordinación de la ciencia y de la tecnología a las necesidades del mercado] no está ligado a la propiedad de los medios de producción (otra falacia de simplicidad en el estudio de las sociedades). Los científicos soviéticos no han producido ideas comparables a las del mundo occidental y ni siquiera comparables a las que concibieron Mendeleiev, Pavlov, Chebichev, Lomonosov, en la época feudal zarista. Su ciencia natural actual es indistinguible de la norteamericana, y su ciencia social – campo en el que se suponía que el método y la teoría marxistas les darían amplias ventajas – es un desierto silencioso.” (p. 33).
(6) Ver al respecto el capítulo 6 de CPC (p. 64-69).
(7) Simplificando en extremo, podemos definir al positivismo como una corriente muy influyente en la filosofía de la ciencia en los siglos XIX y XX. Para el positivismo, los datos empíricos obtenidos por medio de los sentidos constituyen la única fuente de conocimiento seguro acerca del mundo.

(8) Un paper es un “artículo publicado en una revista científica” (p. 25).
(9) La coronación de la Física como ciencia principal, cuestión derivada del ascenso de la “sociedad de consumo”, hace que se perfeccionen “ciertos métodos: estandarización, normas precisas de control de calidad, eficiencia y racionalización de las operaciones, estimación de riesgos y ganancias, que su vez implican entronizar los métodos cuantitativos, la medición, la estadística, la experimentación en condiciones muy controladas, los problemas bien definidos, la súper-especialización, métodos que no tienen por qué ser los mejores para otros problemas.” (p. 19).

(10) La descripción que hace del papel que juegan los papers en la carrera de un científico no tiene desperdicio: “Sin exagerar demasiado, podemos decir que lo que el investigador produce para el mercado científico es el paper. Importantes, pero no tanto, son la asistencia y comunicaciones a reuniones y congresos, las invitaciones a dar cursos en instituciones prestigiosas, y sobre todo el reconocimiento personal de los que ya pertenecen a la élite. Pero lo fundamental es el paper.
De ahí la ansiedad por publicar, sobre todo al comienzo de la carrera científica El número de artículos publicados es tan importante como el contenido, y a veces más, pues dadas las miles de especialidades existentes es imposible hacer una evaluación seria de todo lo que se publica. Se admite que la aceptación por una revista especializada es garantía suficiente de calidad, y así aumenta el poder de los editores y referees de las revistas.” (p. 26).

(11) En este punto corresponde formular una aclaración importante. Las referencias que hace Varsavsky a la construcción de una ciencia orientada desde nuestro país no implican, de ninguna manera, que sea partidario de tirar por la borda la ciencia “europea”. Pensar esto es un disparate y significa ignorar el carácter del nacionalismo del autor. En el texto, al referirse a las ideas de Darwin, Einstein o Mendel, las califica de “ideas emocionantes, verdaderos momentos estelares de la humanidad” (p. 30). El nacionalismo de Varsavsky es un nacionalismo popular (no es este el lugar para discutir los límites de esta posición), cuyo objetivo principal en el plano de la ciencia y de la tecnología es construir disciplinas que puedan dar respuesta a las necesidades populares, rompiendo con la hegemonía de las imposiciones del mercado y de los empresarios. En el capítulo 4 plantea de manera clara qué entiende por “autonomía cultural”: “El que aspire a una sociedad diferente no tendrá inconvenientes en imaginar una manera de hacer ciencia muy distinta de la actual. Más aún, no tendrá más remedio que desarrollar una ciencia diferente. En efecto, la que hay no alcanza para el cambio y la construcción del nuevo sistema. Puede aprovechar muchos resultados aislados, pero no existe una teoría de la revolución ni una técnica de implementación de utopías. Lo que dijo Marx haca más de cien años y para otro continente no fue desarrollado ni adaptado a nuestras necesidades – ni corregido- de manera convincente, y hoy veinte grupos pueden decirse marxistas y sostener posiciones tácticas y estratégicas totalmente contradictorias. Si no se quiere proceder a puro empirismo e intuición, no hay otro camino que hacer ciencia por cuenta propia, para alcanzar los objetivos propios.” (p 38-39) (11).

domingo, 13 de febrero de 2011

DE CÓMO EINSTEIN APRENDIÓ A VENDER CELULARES: REFLEXIONES SOBRE CIENCIA, IDEOLOGÍA Y CAPITALISMO

La omnipresencia de la ciencia y de la tecnología[1] en nuestras sociedades oculta el hecho de que la inmensa mayoría de las personas desconocen los rudimentos del pensamiento científico. Debido a que la “ciencia” es utilizada para vender todo tipo de productos y servicios (“comprá este cepillo de dientes porque ha sido científicamente testeado”, etc., etc.), nos vemos llevados pensar que la ciencia ocupa un lugar de privilegio en la vida cotidiana, desplazando a otras formas de pensar el mundo (por ejemplo, a la religión). Sin embargo, nada más alejado de esto. Al contrario, si hay algo que caracteriza el mundo en que vivimos en lo que a formas de pensamiento se refiere, es el predominio de manifestaciones irracionales, que supuestamente permiten acceder a las verdades últimas sobre el universo y la sociedad. En este sentido, parece que la ciencia (y la tecnología) sirve para hacer más “confortable” nuestra existencia, pero es desechada o dejada de lado al momento de explicar nuestra realidad. Utilizamos los bienes y servicios que nos proporciona la tecnología, pero no nos esforzamos en aprender y en comprender los principios científicos que permiten el funcionamiento de esos bienes y servicios tecnológicos. Si alguna vez Aristóteles (384-322 a. C.) dijo que “el asombro es la madre de la filosofía”, en nuestros días puede decirse que la ausencia de asombro es la base de una vida “confortable”.

¿A qué se debe esta desconexión entre la utilización de la ciencia y la tecnología en la vida cotidiana, y el desconocimiento de la mayoría de las personas acerca del pensamiento científico?

Para responder a esta pregunta hay que empezar por discutir algunos prejuicios habituales acerca del conocimiento científico, los cuales se encuentran estrechamente relacionados con la función social de la ciencia y de la tecnología.

En primer lugar, es falso que el progreso científico sea consecuencia de la acción de algunos “genios” que cambiaron el curso de la historia (por ejemplo, los casos harto repetidos de Galileo, Newton, Darwin, Einstein, etc.). La idea de que la ciencia es cosa de genios tiende a separar aún más a la misma de la vida cotidiana. Si la ciencia es ciencia gracias a los “genios”, resulta imposible decir nada acerca de ella, pues la genialidad es por definición algo imprevisible, algo que no se somete a las regularidades. Si esto es así, la sociedad en la que vive el “genio” no ejerce ninguna influencia sobre la ciencia. Este enfoque, que promueve la escisión entre los “genios” que hacen la ciencia y los “mortales” incapaces de comprenderla, abona el terreno para la exclusión de las mayorías de la formulación de políticas científicas (esto es, de políticas que establecen qué áreas de investigación tienen que ser financiadas por el Estado).

En segundo término, no es verdad que el objetivo de la ciencia sea la búsqueda del conocimiento “puro”. Como en el caso del “genio”, la afirmación de que la ciencia va en busca del conocimiento, sin contaminarse con ningún objetivo mundano, fortalece la separación entre los científicos y el resto de las personas (y esta separación deja, como en el caso anterior, malparados a los “mortales”, que aparecen como seres incapaces de comportarse de acuerdo con ideales “elevados”).

En tercer lugar, es errónea la creencia que afirma que la ciencia está alejada de toda relación con la política, constituyendo un terreno “neutral”, cuya misma “neutralidad” autoriza a los científicos a emitir opiniones “autorizadas” (“científicas”) sobre los problemas de la comunidad. En otras palabras, si la ciencia es neutral (si no se encuentra movida por ningún interés económico o político), sólo los científicos pueden decirnos qué corresponde hacer frente a cada situación en particular. En el límite, las decisiones políticas deberían quedar en manos de los científicos y de los técnicos, excluyendo a los ciudadanos comunes.

En cuarto lugar, es incorrecto postular que el conocimiento científico es la única forma de conocimiento, en tanto que el saber que posee el resto de las personas (y que les permite manejarse en la vida cotidiana) no puede ser denominado conocimiento. Este argumento, que ya fue defendido por algunos filósofos en épocas muy antiguas, lleva al establecimiento de una división tajante entre los “sabios”, que son los que tienen acceso al verdadero conocimiento, y los seres “comunes”, condenados a chapotear en un pantano de incertidumbres y opiniones siempre falibles.

Todos los argumentos expuestos hasta aquí forman parte de un verdadero universo de prenociones[2] acerca de la ciencia y la tecnología. A primera vista puede parecer sorprendente que buena parte de nuestro conocimiento sobre la ciencia (y sobre el mundo en general) adopte la forma de prenociones, pero esto no resulta tan llamativo si se tiene en cuenta que éstas forman parte de la ideología. Dado que este último es un término que emplearemos repetidas veces en este curso, dedicaremos el párrafo siguiente a desarrollar su significado.

Nicolás Maquiavelo (1469-1527) escribió que “no se piensa lo mismo en una choza que en un palacio”. Nada más oportuno como punto de partida para explicar el concepto de ideología. La ideología es el conjunto de ideas acerca del mundo y de la sociedad, generado por un determinado grupo social a partir de su experiencia vital específica. ¿Qué significa esto? En una sociedad, las personas no tienen todas la misma experiencia, esto es, sus padres tienen trabajos diferentes, ellas van a colegios distintos, trabajan en diversos oficios o son empresarios, etc., etc. ¿Qué es lo que determina estas diferencias en dicha experiencia vital? Ante todo, y simplificando en extremo la cuestión, son las posiciones que ocupan en el proceso de trabajo las que dan origen a esas diferencias. Al decir posiciones distintas en el proceso productivo nos estamos refiriendo a si son dueños de los medios de producción (máquinas, fábricas, campos, transportes, canales de televisión, etc.) o si, por el contrario, carecen de la propiedad de estos medios. Así, por ejemplo, quienes no poseen medios de producción y se ven obligados a subsistir como asalariados, tienden a ver el trabajo como algo desagradable, como una actividad que deben realizar porque no les queda más remedio. En cambio, quienes viven del laborar ajeno tienden a ensalzar las virtudes del trabajo. Estas formas disímiles de concebir la actividad productiva constituyen, precisamente, ejemplos de ideologías. De un lado, la ideología de los trabajadores; del otro, la ideología de los empresarios.[3]

Las prenociones sobre la ciencia que presentamos en los párrafos anteriores forman parte de la ideología dominante en nuestra sociedad[4]. La ciencia y la tecnología no son “libres”, en el sentido de que su desarrollo no obedece a la necesidad de dar respuesta a nuestra capacidad de “asombro” o a la búsqueda de mejoras a nuestra calidad de vida. La sociedad en que vivimos no es cualquier sociedad, sino que está fundada sobre la propiedad privada de los medios de producción y el trabajo asalariado de la mayoría de la población. En ella no se produce para satisfacer necesidades humanas, sino que el objetivo primordial es vender[5]. La ciencia y la tecnología son, como todas las demás cosas, susceptibles de apropiación privada. Así, el reconocimiento al mérito en la investigación se ha transformado en propiedad intelectual. La ciencia y la tecnología son valiosas en la medida en que contribuyen a producir nuevos productos para vender. La ciencia, lejos de ser una actividad que contribuye a desplegar las cualidades contenidas en potencia en los seres humanos, se convierte en una herramienta al servicio de los poderosos (que en la sociedad capitalista son los empresarios). La ciencia pierde su capacidad liberadora y se ve ella misma encadenada en la locura de la mercancía[6].

En nuestra sociedad, que es una sociedad capitalista[7], la ideología dominante tiene como uno de sus rasgos distintivos la transformación del conocimiento científico en una mercancía. Esto significa no sólo que los productos de la ciencia se pueden comprar y vender en el mercado, sino también que el conocimiento posee valor en la medida en que es una mercancía (es decir, que el conocimiento científico y tecnológico pueda producir mercancías). En el capitalismo, no existen otros fines socialmente valiosos que no sean los relacionados con la producción y ventas de mercancías. Esto implica vaciar de sentido al conocimiento científico.

¿Por qué es esta la ideología dominante? Porque en una sociedad capitalista, la clase social que tiene la propiedad de los medios de producción concibe al trabajo como un proceso orientado a la obtención de ganancias. Si no hay ganancias, la producción es inútil, independientemente de cuál sea el producto que se haya fabricado. De modo que la ideología dominante tiene como dos de sus características principales: a) la glorificación del éxito económico, elevado a la condición de objetivo fundamental de las personas; b) la transformación de las cosas, personas, actividades, en medios para el logro de dicho éxito. En este contexto hay que ubicar las prenociones sobre el conocimiento científico.

La ideología dominante concibe a la ciencia como un medio para obtener ganancias, y no como una actividad que hace mejores a los seres humanos al permitir el desarrollo de sus potencialidades, La ciencia es pensada como una cosa, cuyos fines son cada vez más ajenos a los de las personas. Es por ello que éstas tienden a concebir a la ciencia como algo que está fuera de su experiencia cotidiana y de su comprensión. No es algo que pueda ser hecho por personas comunes.

La aparente paradoja entre la omnipresencia de la ciencia y de la tecnología, y el desconocimiento casi absoluto de las personas sobre una y otra, expresa uno de los rasgos distintivos de la sociedad capitalista, esto es, que en ella las personas están al servicio de las cosas. En otras palabras, las personas no trabajan para satisfacer sus necesidades, sino para que el capital de los empresarios obtenga cada vez más ganancias. La producción escapa al control de los “mortales”, y aún los mismos empresarios (los dueños aparentes del juego) se ven obligados a actuar por las leyes de la competencia. La ciencia, alejada de los seres humanos, se convierte en un “misterio”. El espíritu científico, que contiene los gérmenes que conducen a la autonomía del pensamiento (esto significa pensar por sí mismo y sin intermediarios, ya sean éstos políticos o sacerdotes), se vuelve una superstición más, siendo funcional a una sociedad en la que hacer dinero es el fin último de la vida.

Mataderos, domingo 13 de febrero de 2011

NOTAS:

[1] Para los fines de este texto, vamos a definir a la ciencia como la actividad dirigida a producir conocimiento de tipo teórico sobre un área específica de la realidad, en tanto que la tecnología es la aplicación práctica de dicho conocimiento. Así, por ejemplo, las leyes de la termodinámica son ciencia y forman parte de la física, en tanto que la máquina de vapor (basada en la aplicación de dichas leyes al problema práctico de generar energía para fines determinados) es tecnología.

[2] Al hablar de prenociones hacemos referencia a las nociones que nos sirven para explicar el mundo en el que vivimos y que no son fruto de la propia experiencia, sino que han sido adquiridas a partir de la interacción con familiares, amigos, compañeros de estudio y de trabajo, etc. Se trata de afirmaciones que son aceptadas de manera acrítica, sin pararse a pensar en lo que significan o en qué medida se sostienen sobre pruebas sólidas.

[3] Hay que insistir en que este planteo constituye un esquema que simplifica la cuestión a los fines didácticos. En rigor, existen muchas más ideologías en una sociedad. Pero hemos optado por concentrarnos en estas porque se derivan directamente del proceso de trabajo, el cual constituye a nuestro juicio la instancia fundamental para poder estudiar una sociedad dada.

[4] En la sociedad existe una ideología dominante porque el poder no se encuentra repartido de manera igualitaria. En otros términos, existe una ideología dominante debido a que hay un sector de la sociedad que posee más poder que el resto de los integrantes de esta. Este poder emana, siguiendo el esquema adoptado en este texto, de la propiedad sobre los medios de producción.

[5] Hay que aclarar que esto no significa que los productos del trabajo (de cada trabajo particular) no satisfagan necesidades concretas de los seres humanos. Pero el hecho principal consiste en que esa satisfacción tiene que darse en función de que el producto sea vendido. Así, los alimentos satisfacen necesidades bien concretas, pero esto no tiene importancia si los hambrientos carecen del dinero para comprarlos.

[6] Una mercancía es todo bien o servicio que es producido para el mercado, esto es, para ser vendido en el mercado. Así, si cocino una docena de empanadas, las mismas son mercancías en la medida en que las vendo, y dejan de serlo si las destino a satisfacer mi apetito o el de mi familia y/o amigos.

[7] El capitalismo es una forma específica de sociedad en la que un polo de la población concentra la propiedad de los medios de producción y los emplea para producir mercancías, en tanto que la mayoría se encuentra desprovisto de éstos. En una sociedad capitalista impera el trabajo asalariado (las personas que carecen de medios de producción venden su capacidad de trabajo en el mercado a cambio de un salario).