Oscar Varsavsky (1920-1976) publicó el “librito” Ciencia, política y cientificismo (CPC a partir de aquí) en 1969 (1) . La aparición de esta obra significó un verdadero milagro en el campo de los estudios sociales sobre la ciencia, aunque el término parezca desmesurado y repugne a los académicos. El autor era físico de profesión, y participó en la reorganización y desarrollo de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires en el período 1955-1966. No fue ni epistemólogo ni sociólogo de la ciencia. Tampoco historiador. Su libro no contiene una sola cita a pie de página ni una bibliografía con los títulos más consultadas y/o citados en su época. Es muy probable que de haber sido presentado ante algún tribunal de evaluación académica, los miembros del jurado lo hubieran rechazado con el argumento de la falta de seriedad del autor (2).
Sin embargo, y a pesar de todo lo dicho en el párrafo anterior, CPC inauguró un nuevo espacio de reflexión, esto es, el abordaje de las funciones sociales de la ciencia y la tecnología desde una perspectiva latinoamericana. Paralelamente, CPC planteó un enfoque centrado en la relación indisoluble entre ciencia y sociedad, que llevó a Varsavsky a defender la necesidad de una revolución política para liberar a la ciencia de las trabas que le imponía la “sociedad de consumo” (3) . Por último, y no por ello menos importante, CPC fue un éxito de ventas, a punto tal que para julio de 1975 y antes de que la dictadura suprimiera por la violencia el clima intelectual que nutrió a la obra, ya estaba en la calle la 6° edición del “librito” (4). Nunca antes, y nunca después, un libro dedicado a pensar la ciencia y la tecnología alcanzó tanta repercusión en Argentina.
En las líneas que siguen nos limitaremos a presentar algunos de los aspectos fundamentales del texto, a sabiendas de que la obra es ya un clásico (aunque poco leído en la actualidad, por lo menos en el sentido que le hubiera gustado a Varsavsky) y de que ha sido analizada y comentada en repetidas oportunidades. Propondremos, pues, una lectura política de CPC.
El punto de partida de las reflexiones de Varsavsky es la constatación de que existe una relación inseparable entre la ciencia y la sociedad. Así, escribe “creo (…) que la llamada ‘ciencia universal’ de hoy está tan adaptada a este sistema social como cualquier otra de sus características culturales” (p. 11); “esta distribución del esfuerzo científico está determinada por las necesidades del sistema (…) Para hacer esto posible [se refiere a la sociedad de consumo] es necesaria una altísima productividad industrial, con rápida obsolescencia de equipos por la continua aparición de nuevos productos. Esto requiere una tecnología física muy sofisticada, que a su vez se basa en el desarrollo rápido de un cierto tipo de ciencia, que tiene como ejemplo y líder a la Física.” (p. 18); “La ciencia actual (…) está adaptada a las necesidades de un sistema social cuyo factor dinámico es la producción industrial masificada, diversificada, de rápida obsolescencia; cuyo principal problema es vender – crear consumidores, ampliar mercados, crear nuevas necesidades o como quiera decirse – y cuya institución típica es el gran consorcio, modelo de organización y filosofía para las fuerzas armadas, el gobierno, las universidades.” (p. 38). Con enorme franqueza pasa por encima de lo que se consideraba (y se considera) políticamente correcto en el ámbito académico, y nos presenta a la actividad científica como un espacio que ha sido colonizado por el capitalismo (5). La supuesta libertad de elección de los científicos es, en buena medida, una concepción ideológica que tiende a ocultar la subordinación de los investigadores a las necesidades del mercado. El argumento de Varsavsky se fortalece porque no es producto de una reflexión aislada, sino que está basado en su experiencia como profesor y promotor de las reformas de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA (Universidad de Buenos Aires) en el período 1955-1966 (6). La cuestión resulta todavía más interesante porque el autor de CPC no pertenece al mundo de los economistas o de los sociólogos. Varsavsky no es un cientista social. Al contrario, proviene de la física, considerada como la CIENCIA por excelencia. En este sentido, el desparpajo de Varsavsky al criticar la ciencia “pura” hecha por los físicos sirve de herramienta para demoler las prenociones habituales acerca de la “majestad” del trabajo científico.
Utilizando como base de sus reflexiones su experiencia en la UBA, Varsavsky demuestra que los criterios elegidos para seleccionar investigadores y temas de investigación no son neutrales en términos políticos, sino que obedecen a una forma determinada de ciencia que, a su vez, está dirigida a dar respuesta a las necesidades de un tipo determinado de sociedad (en este caso, la “sociedad de consumo”). La elección del paper en particular, y de los criterios cuantitativos en general, no es fruto de la casualidad , y responde a formar científicos “productivos”, capaces de generar nuevos productos, de diseñar modernas herramientas de marketing, de formular instrumentos para regular los mercados, etc., etc. Varsavsky describe de este modo la tarea de los científicos: “No es de extrañar que la masa cada vez mayor de científicos esté absorbida por la preocupación de esa competencia de tipo empresarial que al menor desfallecimiento puede hacerle perder subsidios, contratos y prestigio, y se deje dominar por la necesidad de vender sus productos en un mercado cuyas normas es peligroso cuestionar. Y eso ocurre aunque políticamente esté a veces en contra del sistema social del cual el mercado científico es un reflejo.” (p. 30). Varsavsky apunta a que la competencia entre los científicos gira en torno del dinero (dicho de manera más elegante, de las fuentes de financiamiento). “La necesidad de dinero es general en todas las ramas de la ciencia. Sin contar las enormes sumas que requiere la investigación espacial o la subatómica, todas las ciencias naturales emplean costosos equipos de investigación. Pero también las ciencias sociales tienen presupuestos de apreciable magnitud, para sus encuestas y demás trabajos de campo. Hay además tres ítems comunes a todas las ciencias, tan importantes y caros como los anteriores: el procesamiento de datos, mediante computadoras y otras máquinas, los libros y revistas, y los sueldos de los científicos y sus numerosos asistentes de todas las categorías.” (p. 21-22).
Ahora bien, dado que vivimos en una sociedad capitalista, el dinero fluye hacia los lugares en los que se avizora alguna posibilidad de ganancia. ¿Qué el argumento de Varsavsky es esquemático? ¡Por supuesto que lo es, y Varsavsky es el primero en reconocerlo! Pero es un esquema que está a años-luz de las pálidas reflexiones académicas sobre las relaciones entre ciencia y economía, entre investigación y desarrollo. Los investigadores suelen tener vergüenza de reconocer que literalmente se venden al mejor postor, y procuran disfrazar su dependencia económica del capital, escudándose detrás de palabras (“neutralidad”, “rigor académico alejado de la ideología”, “amor por el conocimiento”, etc., etc.). En los casos más refinados, cuyo pudor intelectual les impide ocultar con frases las condiciones estructurales en que desarrollan su actividad, los científicos construyen teorías acerca de la multiplicidad de poderes en las democracias o sobre el papel del Estado como garante del interés general. Nada esto hay en CPC. Allí las cosas se tratan con una franqueza inusitada: los científicos compiten por dinero, y están obligados a servir a los poseedores de dinero.
El análisis del carácter que asume la relación entre la ciencia y la sociedad permite a Varsavsky impugnar de manera concluyente la tesis que afirma la “neutralidad” del trabajo de los científicos. Hay que decir que dicha impugnación no era novedosa en la época en que salía a luz CPC. En el campo de la filosofía de las ciencias, las críticas al positivismo (7) postulaban que ninguna observación y/o experimento eran “puros”, en el sentido de estar desprovistos de teoría. Dicho de otro modo, los científicos nunca trabajaban con datos “puros”, sino que los construían en función de una determinada teoría. Pero la discusión de la tesis de la neutralidad de la ciencia por los epistemólogos tenía límites bien definidos, pues de ninguna manera cuestionaba la relación de la ciencia con la lógica mercantil imperante en el capitalismo. Era, pues, una crítica epistemológica, no política.
Varsavsky emprende su refutación de la tesis de la neutralidad haciendo referencia a las múltiples formas en que lógica del mercado condiciona a la actividad científica. Como señalamos en párrafos anteriores, la ciencia está cada vez más dirigida hacia la producción de mercancías, retroalimentando así a la “sociedad de consumo”. Esto genera un modelo de ciencia cuyo eje es del desarrollo de aportes que tengan impacto en el mercado. “Hay hoy más científicos vivos que en toda la historia de la humanidad, y disponen de recursos en cantidad más que proporcional a su número. Con esos recursos adquieren aparatos y materiales maravillosos, asistentes bien entrenados y de sueldos nada despreciables. ¿Qué han producido con todas esas ventajas? Toneladas de papers (8) y muchos objetos, pero menos ideas que antes. Así, pues, insisto: a pesar de su frenética actividad, el superejército de los científicos de esta generación han producido en el estilo consumista, gran cantidad de bienes para su mercado, de calidad buena pero nada extraordinaria. Son los tecnólogos los que han brillado, creando extraordinarios bienes materiales para consumo de las masas, los ejércitos, las empresas y los científicos (…) Ramas enteras vegetan sin desarrollarse, y entre éstas la que más nos interesa: la ciencia del cambio de estructura social.” (p. 33).
Varsavsky afirma con razón que no hay nada natural en esto. El modelo de ciencia imperante responde a los problemas de un tipo específico de organización social, que es, como hemos dicho, el capitalismo. En este marco, nuestro autor concibe a la neutralidad como un problema político antes que epistemológico. Los científicos no pretenden ser “neutrales” porque sean adherentes al positivismo o a cualquier otra corriente moderna en filosofía de la ciencia. En rigor, la mayoría de ellos suele preocuparse muy poco de cuestiones epistemológicas. La neutralidad es, en cambio, una verdadera ideología de los científicos en tanto capa social específica, y expresa la forma en que ellos conciben su práctica cotidiana. Es por ello que hay que estudiar esa práctica para comprender las nociones epistemológicas formuladas por los propios científicos. Y esa práctica no puede separarse, como hemos visto, de las presiones que ejerce una organización social capitalista. Los científicos creen en la neutralidad porque piensan al capitalismo como la forma natural de sociedad, en la que los problemas sociales pueden reducirse a problemas técnicos, que exigen de la intervención de la tecnología para su solución, no de la política.
Planteadas así las cosas, podría pensarse que Varsavsky parte de una idea previa acerca de la naturaleza de la relación entre ciencia y sociedad, y que en base a ella construye un esquema sobre el condicionamiento de la ciencia por el capitalismo. Esto no es así. Uno de los logros de CPC radica en que formula la crítica a la tesis de la neutralidad de la ciencia mediante la descripción de la actividad práctica de los científicos. Varsavsky demuestra que el predominio de las técnicas cuantitativas en la investigación (9), y la elección de criterios cuantitativos para evaluar la producción de los científicos (10), constituyen la muestra más acabada de la colonización capitalista de la ciencia y de la tecnología. Hay que hacer notar que para Varsavsky también el trabajo cotidiano de los científicos es susceptible de ser sometido a la investigación científica. Ni los conceptos teóricos (por ejemplo, las teorías de la física), ni los métodos de investigación, ni los instrumentos empleados, son “neutrales”. El laboratorio deja de ser un templo donde no entran las pasiones, y pasa a ser un ámbito en el que el dinero (la mercancía) rige la conducta de las personas.
La crítica de la ideología de la neutralidad se extiende a la discusión del modelo de Universidad que se asienta sobre ella. En este sentido, una de las lecturas posibles de CPC consiste en considerar a la obra como una especie de autocrítica despiadada de la tarea llevada adelante por el autor en la Facultad de Ciencias Exactas. El tema no es menor, pues esta etapa es considerada aún hoy día como la “época de oro” de la UBA. Fiel a su estilo, Varsavsky arremete contra el mito y sostiene que los éxitos obtenidos en el período 1955-1966 expresan precisamente su contrario, es decir, el fracaso en construir una Universidad capaz de generar una ciencia orientada desde el punto de vista de los intereses populares, y no desde las demandas de los centros capitalistas .
Sin embargo, y a pesar de todo lo dicho en el párrafo anterior, CPC inauguró un nuevo espacio de reflexión, esto es, el abordaje de las funciones sociales de la ciencia y la tecnología desde una perspectiva latinoamericana. Paralelamente, CPC planteó un enfoque centrado en la relación indisoluble entre ciencia y sociedad, que llevó a Varsavsky a defender la necesidad de una revolución política para liberar a la ciencia de las trabas que le imponía la “sociedad de consumo” (3) . Por último, y no por ello menos importante, CPC fue un éxito de ventas, a punto tal que para julio de 1975 y antes de que la dictadura suprimiera por la violencia el clima intelectual que nutrió a la obra, ya estaba en la calle la 6° edición del “librito” (4). Nunca antes, y nunca después, un libro dedicado a pensar la ciencia y la tecnología alcanzó tanta repercusión en Argentina.
En las líneas que siguen nos limitaremos a presentar algunos de los aspectos fundamentales del texto, a sabiendas de que la obra es ya un clásico (aunque poco leído en la actualidad, por lo menos en el sentido que le hubiera gustado a Varsavsky) y de que ha sido analizada y comentada en repetidas oportunidades. Propondremos, pues, una lectura política de CPC.
El punto de partida de las reflexiones de Varsavsky es la constatación de que existe una relación inseparable entre la ciencia y la sociedad. Así, escribe “creo (…) que la llamada ‘ciencia universal’ de hoy está tan adaptada a este sistema social como cualquier otra de sus características culturales” (p. 11); “esta distribución del esfuerzo científico está determinada por las necesidades del sistema (…) Para hacer esto posible [se refiere a la sociedad de consumo] es necesaria una altísima productividad industrial, con rápida obsolescencia de equipos por la continua aparición de nuevos productos. Esto requiere una tecnología física muy sofisticada, que a su vez se basa en el desarrollo rápido de un cierto tipo de ciencia, que tiene como ejemplo y líder a la Física.” (p. 18); “La ciencia actual (…) está adaptada a las necesidades de un sistema social cuyo factor dinámico es la producción industrial masificada, diversificada, de rápida obsolescencia; cuyo principal problema es vender – crear consumidores, ampliar mercados, crear nuevas necesidades o como quiera decirse – y cuya institución típica es el gran consorcio, modelo de organización y filosofía para las fuerzas armadas, el gobierno, las universidades.” (p. 38). Con enorme franqueza pasa por encima de lo que se consideraba (y se considera) políticamente correcto en el ámbito académico, y nos presenta a la actividad científica como un espacio que ha sido colonizado por el capitalismo (5). La supuesta libertad de elección de los científicos es, en buena medida, una concepción ideológica que tiende a ocultar la subordinación de los investigadores a las necesidades del mercado. El argumento de Varsavsky se fortalece porque no es producto de una reflexión aislada, sino que está basado en su experiencia como profesor y promotor de las reformas de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA (Universidad de Buenos Aires) en el período 1955-1966 (6). La cuestión resulta todavía más interesante porque el autor de CPC no pertenece al mundo de los economistas o de los sociólogos. Varsavsky no es un cientista social. Al contrario, proviene de la física, considerada como la CIENCIA por excelencia. En este sentido, el desparpajo de Varsavsky al criticar la ciencia “pura” hecha por los físicos sirve de herramienta para demoler las prenociones habituales acerca de la “majestad” del trabajo científico.
Utilizando como base de sus reflexiones su experiencia en la UBA, Varsavsky demuestra que los criterios elegidos para seleccionar investigadores y temas de investigación no son neutrales en términos políticos, sino que obedecen a una forma determinada de ciencia que, a su vez, está dirigida a dar respuesta a las necesidades de un tipo determinado de sociedad (en este caso, la “sociedad de consumo”). La elección del paper en particular, y de los criterios cuantitativos en general, no es fruto de la casualidad , y responde a formar científicos “productivos”, capaces de generar nuevos productos, de diseñar modernas herramientas de marketing, de formular instrumentos para regular los mercados, etc., etc. Varsavsky describe de este modo la tarea de los científicos: “No es de extrañar que la masa cada vez mayor de científicos esté absorbida por la preocupación de esa competencia de tipo empresarial que al menor desfallecimiento puede hacerle perder subsidios, contratos y prestigio, y se deje dominar por la necesidad de vender sus productos en un mercado cuyas normas es peligroso cuestionar. Y eso ocurre aunque políticamente esté a veces en contra del sistema social del cual el mercado científico es un reflejo.” (p. 30). Varsavsky apunta a que la competencia entre los científicos gira en torno del dinero (dicho de manera más elegante, de las fuentes de financiamiento). “La necesidad de dinero es general en todas las ramas de la ciencia. Sin contar las enormes sumas que requiere la investigación espacial o la subatómica, todas las ciencias naturales emplean costosos equipos de investigación. Pero también las ciencias sociales tienen presupuestos de apreciable magnitud, para sus encuestas y demás trabajos de campo. Hay además tres ítems comunes a todas las ciencias, tan importantes y caros como los anteriores: el procesamiento de datos, mediante computadoras y otras máquinas, los libros y revistas, y los sueldos de los científicos y sus numerosos asistentes de todas las categorías.” (p. 21-22).
Ahora bien, dado que vivimos en una sociedad capitalista, el dinero fluye hacia los lugares en los que se avizora alguna posibilidad de ganancia. ¿Qué el argumento de Varsavsky es esquemático? ¡Por supuesto que lo es, y Varsavsky es el primero en reconocerlo! Pero es un esquema que está a años-luz de las pálidas reflexiones académicas sobre las relaciones entre ciencia y economía, entre investigación y desarrollo. Los investigadores suelen tener vergüenza de reconocer que literalmente se venden al mejor postor, y procuran disfrazar su dependencia económica del capital, escudándose detrás de palabras (“neutralidad”, “rigor académico alejado de la ideología”, “amor por el conocimiento”, etc., etc.). En los casos más refinados, cuyo pudor intelectual les impide ocultar con frases las condiciones estructurales en que desarrollan su actividad, los científicos construyen teorías acerca de la multiplicidad de poderes en las democracias o sobre el papel del Estado como garante del interés general. Nada esto hay en CPC. Allí las cosas se tratan con una franqueza inusitada: los científicos compiten por dinero, y están obligados a servir a los poseedores de dinero.
El análisis del carácter que asume la relación entre la ciencia y la sociedad permite a Varsavsky impugnar de manera concluyente la tesis que afirma la “neutralidad” del trabajo de los científicos. Hay que decir que dicha impugnación no era novedosa en la época en que salía a luz CPC. En el campo de la filosofía de las ciencias, las críticas al positivismo (7) postulaban que ninguna observación y/o experimento eran “puros”, en el sentido de estar desprovistos de teoría. Dicho de otro modo, los científicos nunca trabajaban con datos “puros”, sino que los construían en función de una determinada teoría. Pero la discusión de la tesis de la neutralidad de la ciencia por los epistemólogos tenía límites bien definidos, pues de ninguna manera cuestionaba la relación de la ciencia con la lógica mercantil imperante en el capitalismo. Era, pues, una crítica epistemológica, no política.
Varsavsky emprende su refutación de la tesis de la neutralidad haciendo referencia a las múltiples formas en que lógica del mercado condiciona a la actividad científica. Como señalamos en párrafos anteriores, la ciencia está cada vez más dirigida hacia la producción de mercancías, retroalimentando así a la “sociedad de consumo”. Esto genera un modelo de ciencia cuyo eje es del desarrollo de aportes que tengan impacto en el mercado. “Hay hoy más científicos vivos que en toda la historia de la humanidad, y disponen de recursos en cantidad más que proporcional a su número. Con esos recursos adquieren aparatos y materiales maravillosos, asistentes bien entrenados y de sueldos nada despreciables. ¿Qué han producido con todas esas ventajas? Toneladas de papers (8) y muchos objetos, pero menos ideas que antes. Así, pues, insisto: a pesar de su frenética actividad, el superejército de los científicos de esta generación han producido en el estilo consumista, gran cantidad de bienes para su mercado, de calidad buena pero nada extraordinaria. Son los tecnólogos los que han brillado, creando extraordinarios bienes materiales para consumo de las masas, los ejércitos, las empresas y los científicos (…) Ramas enteras vegetan sin desarrollarse, y entre éstas la que más nos interesa: la ciencia del cambio de estructura social.” (p. 33).
Varsavsky afirma con razón que no hay nada natural en esto. El modelo de ciencia imperante responde a los problemas de un tipo específico de organización social, que es, como hemos dicho, el capitalismo. En este marco, nuestro autor concibe a la neutralidad como un problema político antes que epistemológico. Los científicos no pretenden ser “neutrales” porque sean adherentes al positivismo o a cualquier otra corriente moderna en filosofía de la ciencia. En rigor, la mayoría de ellos suele preocuparse muy poco de cuestiones epistemológicas. La neutralidad es, en cambio, una verdadera ideología de los científicos en tanto capa social específica, y expresa la forma en que ellos conciben su práctica cotidiana. Es por ello que hay que estudiar esa práctica para comprender las nociones epistemológicas formuladas por los propios científicos. Y esa práctica no puede separarse, como hemos visto, de las presiones que ejerce una organización social capitalista. Los científicos creen en la neutralidad porque piensan al capitalismo como la forma natural de sociedad, en la que los problemas sociales pueden reducirse a problemas técnicos, que exigen de la intervención de la tecnología para su solución, no de la política.
Planteadas así las cosas, podría pensarse que Varsavsky parte de una idea previa acerca de la naturaleza de la relación entre ciencia y sociedad, y que en base a ella construye un esquema sobre el condicionamiento de la ciencia por el capitalismo. Esto no es así. Uno de los logros de CPC radica en que formula la crítica a la tesis de la neutralidad de la ciencia mediante la descripción de la actividad práctica de los científicos. Varsavsky demuestra que el predominio de las técnicas cuantitativas en la investigación (9), y la elección de criterios cuantitativos para evaluar la producción de los científicos (10), constituyen la muestra más acabada de la colonización capitalista de la ciencia y de la tecnología. Hay que hacer notar que para Varsavsky también el trabajo cotidiano de los científicos es susceptible de ser sometido a la investigación científica. Ni los conceptos teóricos (por ejemplo, las teorías de la física), ni los métodos de investigación, ni los instrumentos empleados, son “neutrales”. El laboratorio deja de ser un templo donde no entran las pasiones, y pasa a ser un ámbito en el que el dinero (la mercancía) rige la conducta de las personas.
La crítica de la ideología de la neutralidad se extiende a la discusión del modelo de Universidad que se asienta sobre ella. En este sentido, una de las lecturas posibles de CPC consiste en considerar a la obra como una especie de autocrítica despiadada de la tarea llevada adelante por el autor en la Facultad de Ciencias Exactas. El tema no es menor, pues esta etapa es considerada aún hoy día como la “época de oro” de la UBA. Fiel a su estilo, Varsavsky arremete contra el mito y sostiene que los éxitos obtenidos en el período 1955-1966 expresan precisamente su contrario, es decir, el fracaso en construir una Universidad capaz de generar una ciencia orientada desde el punto de vista de los intereses populares, y no desde las demandas de los centros capitalistas .
Buenos Aires, miércoles 16 de febrero de 2011
NOTAS:
(1) En este trabajo utilizo la 6° edición del libro, publicada en Buenos Aires por el Centro Editor de América Latina en julio de 1975. Cabe hablar del librito porque la obra, en la edición mencionada, tiene 69 páginas más el índice. Es significativo que esta edición se publicó en el marco de la colección “Grandes Éxitos del Centro Editor de América Latina”. Salvo indicación en contrario, todas las citas han sido tomadas de la mencionada edición, indicando entre paréntesis el número de página del pasaje transcripto.
(2) Varsavsky era conciente de ello. En el comienzo de la obra escribió: “En este pequeño volumen se plantean algunas cuestiones de cierta trascendencia para el científico sensible a los problemas sociales, y desde un punto de vista poco ortodoxo. En estos casos es muy necesario apoyar las afirmaciones discutibles con estudios sistemáticos y con el mayor número de referencias y datos, pero aquí sólo se encontrará una exposición cualitativa, basada en poco más de veinte años de participación en la comunidad científica – ‘y veinte años no es nada’ – y en apenas dos o tres incursiones como diletante en el campo de la sociología de la ciencia.
La única excusa que puedo ofrecer es que los especialistas de ese campo no se han ocupado de estos puntos de vista, y dada la actualidad de los problemas es preferible enunciarlos a este nivel a esperar un estudio académico que puede demorarse indefinidamente. Tal vez este planteo contribuya a disminuir esta demora.” (p. 7).
La única excusa que puedo ofrecer es que los especialistas de ese campo no se han ocupado de estos puntos de vista, y dada la actualidad de los problemas es preferible enunciarlos a este nivel a esperar un estudio académico que puede demorarse indefinidamente. Tal vez este planteo contribuya a disminuir esta demora.” (p. 7).
(3) Aquí respetamos la terminología adoptada por Varsavsky: “La sociedad actual, dirigida por el hemisferio Norte, tiene un estilo propio que hoy se está llamando ‘consumismo’. Confiesa tener como meta un ‘bienestar’ definido por la posibilidad de que una parte de la población consuma muchos bienes y servicios siempre novedosos y variados.” (p. 18).
(4) La 1° edición apareció en noviembre de 1969 (pocos meses después de que los obreros y estudiantes cordobeses protagonizaran el Cordobazo que hizo tambalear a la dictadura del general Onganía); la 2° edición vio la luz en octubre de 1971; la 3° en octubre de 1972; la 4° en octubre de 1973; la 5° en febrero de 1974.
(5) En rigor, Varsavsky sostiene que el socialismo (representado en su época por la URSS y los países de Europa oriental más Cuba, China y algunos otros países asiáticos) había generado una ciencia semejante a la que está criticando en CPC. Es por eso que prefiere agrupar a ambos (capitalismo y socialismo) debajo del paraguas del “consumismo”. En el capítulo 3 escribe: “…es muy importante notar que este fenomeno [la subordinación de la ciencia y de la tecnología a las necesidades del mercado] no está ligado a la propiedad de los medios de producción (otra falacia de simplicidad en el estudio de las sociedades). Los científicos soviéticos no han producido ideas comparables a las del mundo occidental y ni siquiera comparables a las que concibieron Mendeleiev, Pavlov, Chebichev, Lomonosov, en la época feudal zarista. Su ciencia natural actual es indistinguible de la norteamericana, y su ciencia social – campo en el que se suponía que el método y la teoría marxistas les darían amplias ventajas – es un desierto silencioso.” (p. 33).
(6) Ver al respecto el capítulo 6 de CPC (p. 64-69).
(7) Simplificando en extremo, podemos definir al positivismo como una corriente muy influyente en la filosofía de la ciencia en los siglos XIX y XX. Para el positivismo, los datos empíricos obtenidos por medio de los sentidos constituyen la única fuente de conocimiento seguro acerca del mundo.
(8) Un paper es un “artículo publicado en una revista científica” (p. 25).
(9) La coronación de la Física como ciencia principal, cuestión derivada del ascenso de la “sociedad de consumo”, hace que se perfeccionen “ciertos métodos: estandarización, normas precisas de control de calidad, eficiencia y racionalización de las operaciones, estimación de riesgos y ganancias, que su vez implican entronizar los métodos cuantitativos, la medición, la estadística, la experimentación en condiciones muy controladas, los problemas bien definidos, la súper-especialización, métodos que no tienen por qué ser los mejores para otros problemas.” (p. 19).
(10) La descripción que hace del papel que juegan los papers en la carrera de un científico no tiene desperdicio: “Sin exagerar demasiado, podemos decir que lo que el investigador produce para el mercado científico es el paper. Importantes, pero no tanto, son la asistencia y comunicaciones a reuniones y congresos, las invitaciones a dar cursos en instituciones prestigiosas, y sobre todo el reconocimiento personal de los que ya pertenecen a la élite. Pero lo fundamental es el paper.
De ahí la ansiedad por publicar, sobre todo al comienzo de la carrera científica El número de artículos publicados es tan importante como el contenido, y a veces más, pues dadas las miles de especialidades existentes es imposible hacer una evaluación seria de todo lo que se publica. Se admite que la aceptación por una revista especializada es garantía suficiente de calidad, y así aumenta el poder de los editores y referees de las revistas.” (p. 26).
(11) En este punto corresponde formular una aclaración importante. Las referencias que hace Varsavsky a la construcción de una ciencia orientada desde nuestro país no implican, de ninguna manera, que sea partidario de tirar por la borda la ciencia “europea”. Pensar esto es un disparate y significa ignorar el carácter del nacionalismo del autor. En el texto, al referirse a las ideas de Darwin, Einstein o Mendel, las califica de “ideas emocionantes, verdaderos momentos estelares de la humanidad” (p. 30). El nacionalismo de Varsavsky es un nacionalismo popular (no es este el lugar para discutir los límites de esta posición), cuyo objetivo principal en el plano de la ciencia y de la tecnología es construir disciplinas que puedan dar respuesta a las necesidades populares, rompiendo con la hegemonía de las imposiciones del mercado y de los empresarios. En el capítulo 4 plantea de manera clara qué entiende por “autonomía cultural”: “El que aspire a una sociedad diferente no tendrá inconvenientes en imaginar una manera de hacer ciencia muy distinta de la actual. Más aún, no tendrá más remedio que desarrollar una ciencia diferente. En efecto, la que hay no alcanza para el cambio y la construcción del nuevo sistema. Puede aprovechar muchos resultados aislados, pero no existe una teoría de la revolución ni una técnica de implementación de utopías. Lo que dijo Marx haca más de cien años y para otro continente no fue desarrollado ni adaptado a nuestras necesidades – ni corregido- de manera convincente, y hoy veinte grupos pueden decirse marxistas y sostener posiciones tácticas y estratégicas totalmente contradictorias. Si no se quiere proceder a puro empirismo e intuición, no hay otro camino que hacer ciencia por cuenta propia, para alcanzar los objetivos propios.” (p 38-39) (11).
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