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lunes, 8 de julio de 2013

POPPER Y SU CRÍTICA AL HISTORICISMO: APUNTES DE LECTURA





Nota bibliográfica:

La primera edición de La miseria del historicismo apareció en 1957. 
Para la redacción de este trabajo utilicé la traducción de Pedro Schwartz: 
Popper, Karl. (1992). La miseria del historicismo. Madrid: Alianza.

Popper comprende bajo el término de “doctrinas historicistas” a todas las teorías que afirman que: 

a) la tarea de las ciencias sociales es poner al descubierto la ley de evolución de la sociedad, para poder predecir su futuro (p. 119)[1]

b) tienden a confundir a las tendencias (que dependen siempre de condiciones iniciales) con las leyes[2] (que, como tales, éstas incondicionadas), transformando a las primeras en “leyes de desarrollo” que llevan de manera irresistible en una cierta dirección hacia el futuro. De esta manera, formulan profecías incondicionales, apoyándose en estas tendencias devenidas en leyes (p. 143);

c) pretenden transformar a las ciencias históricas, cuyo eje es la búsqueda y experimentación de proposiciones singulares, en ciencias teóricas, cuyo interés principal es la búsqueda y experimentación de leyes universales[3]. Para efectuar esta transformación se concentran en las cuestiones de origen, es decir, las cuestiones que giran en torno a averiguar el cómo y el por qué. En esa búsqueda se enfocan en el descubrimiento de las leyes del proceso histórico y dejan de lado los acontecimientos singulares (p. 158-160).

Las doctrinas historicistas antinaturalistas son aquellas que plantean el contraste entre un mundo social cambiante y un mundo físico que se modifica. De ahí que se caracterizan por sostener la especificidad de lo social frente a lo físico. Por eso se las llama “antinaturalistas” (p. 120).

Las doctrinas historicistas pronaturalistas representan en cambio “un esfuerzo mal dirigido por copiar los métodos de las ciencias naturales” (p. 119). De ahí que terminan por afirmar que la tarea de las ciencias sociales consiste en establecer las leyes de la evolución de la sociedad, de modo análogo a lo que suponen que es la tarea de la biología[4].

Las doctrinas antinaturalistas y las pronaturalistas coinciden en reconocer la existencia de leyes evolutivas de la sociedad. Aquí confluyen la creencia antinaturalista de que lo específico de la sociedad es el cambio frente al carácter estático del mundo físico (y, por tanto, es preciso encontrar las leyes de ese cambio), y la creencia pronaturalista de que la sociedad tiene leyes evolutivas semejantes a las de la biología (Popper destaca aquí la influencia de la moda del evolucionismo en la moda del historicismo) (p. 119-120).

El autor procura establecer la diferencia entre las leyes universales y las hipótesis históricas.

Las leyes universales tienen validez en todos los casos que están regidos por ellas y no se encuentran condicionadas, es decir, no dependen de condiciones iniciales (de allí se deriva, justamente, su carácter general). “Hacen afirmaciones que (…) conciernen a algún suceso invariable: es decir, que conciernen a todos los procesos de una cierta clase” (p. 122-123). Son propias de las ciencias teóricas (p. 143). Ejemplos: leyes de la herencia, la segregación y la mutación (p. 121).

Las hipótesis históricas tienen carácter singular, y su persistencia “depende de ciertas condiciones iniciales específicas (las cuales a su vez pueden ser tendencias)” (p. 142)[5]. La evolución, según Popper, es una hipótesis y puede considerarse como una “proposición histórica singular” (p. 121).

Popper plantea dos alternativas para el estudio de las hipótesis históricas:



Popper sostiene que los partidarios de una ley de la evolución[6] pueden adoptar dos posiciones alternativas: 

a)    Negar la afirmación de que el proceso evolucionario es único. Esta posición se apoya en la creencia, de gran antigüedad, que sostiene que existe un ciclo de la vida, que se repite constantemente. De este modo, se intenta refutar la tesis de la unicidad (el carácter singular) del proceso evolutivo. Popper sostiene que esta posición no tiene en cuenta que “todos estos casos de repetición implican circunstancias profundamente diferentes y que quizá ejerzan una influencia importante sobre el desarrollo futuro.” (p. 125). Popper termina afirmando que esta alternativa constituye un caso de teoría metafísica aparentemente confirmada por los hechos. (p. 125).

b)    Afirmar que en un proceso evolucionario, aunque único, puede distinguirse una dirección o tendencia, y que, por tanto, es posible formular hipótesis que expresen esta tendencia. Popper indica que los principales elementos de esta concepción son la idea de una dinámica social (opuesta a una estática social), de movimientos evolucionarios de la sociedad y de direcciones de estos movimientos, los cuales no pueden retroceder sin quebrar las leyes del movimiento social. Popper refuta esta posición afirmando que se trata de un caso de mala aplicación de los modelos de la física y de la astronomía en las ciencias sociales: “puesto que no hay en una sociedad movimiento en algún sentido semejante o análogo al del movimiento de los cuerpos físicos, no puede haber tales leyes.” (p. 129). Además, y esto se desarrolla en las respuestas a las preguntas siguientes, las leyes y las tendencias son cosas radicalmente diferentes; uno de los errores centrales de los historicistas consiste, justamente, en confundir ambas.


El sociólogo francés Auguste Comte (1798-1857) defendía la existencia de leyes de sucesión, que determinaban la sucesión de una serie “dinámica” de fenómenos en el orden en el cual los observamos. Esta ley de sucesión le permitía explicar el orden en que se suceden los hechos históricos. Popper refuta enérgicamente la idea misma de leyes de sucesión, tanto en la naturaleza como en la sociedad, puesto que “prácticamente ninguna secuencia de, digamos, tres o más acontecimientos concretos con una conexión causal entre ellos tiene lugar según una única ley de la naturaleza” (p. 131).

John Stuart Mill (1806-1873) afirmaba, por su parte, que mediante el estudio y análisis de los hechos generales de la historia podía llegarse al descubrimiento de una ley del progreso, capaz de facilitar la predicción de acontecimientos futuros. Otra vez como en el caso de Comte, Popper sostiene que se produce aquí una confusión entre leyes y tendencias. (p. 132-133). A continuación se encontrará una explicación más detallada de porqué las tendencias no son leyes.

Las tendencias no son leyes porque, mientras que las segundas tienen carácter universal y son generales, es decir, no dependen de ciertas condiciones particulares, las primeras tienen carácter singular y dependen de la existencia de ciertas condiciones iniciales que las hacen posibles. Si desaparecen estas condiciones, dejan de verificarse estas tendencias (p. 142-143).

La pobreza del historicismo consiste en la incapacidad para imaginar todas las condiciones iniciales posibles que pueden darse y bajo cuáles de ellas la tendencia desaparecería.


Popper rechaza la concepción inductivista de que las hipótesis surgen a continuación de las observaciones. Por el contrario, sostiene que la ciencia no puede empezar con observaciones o con recolecciones de datos: “Antes de que podamos recolectar datos debe despertarse en nosotros un interés por datos de una cierta clase: el problema siempre viene en primer lugar. A su vez el problema puede ser sugerido por necesidades prácticas o por creencias científicas o precientíficas que por una u otra razón parecen necesitar una revisión.” (p. 136)[7].

Los problemas científicos surgen, por lo general, de la necesidad de explicación. En este punto Popper sigue a Mill y distingue dos casos principales de explicación: a) la explicación de determinado acontecimiento individual o singular; b) la explicación de alguna regularidad o ley. ¿Cómo describe Popper cada uno de estos tipos de explicación? En el caso de la explicación de un acontecimiento singular, la misma “consiste en deducir una proposición que describa este acontecimiento, de dos clases de premisas: por una parte, de algunas leyes universales, y, por otra, de algunas proposiciones singulares o específicas, que podríamos llamar condiciones iniciales específicas” (p. 137). La explicación causal de una regularidad “consiste en deducir una ley (que contiene las condiciones bajo las cuales tiene validez la regularidad propuesta) de un grupo de leyes más generales que han sido experimentadas y confirmadas independientemente.” (p. 140).

La unidad del método científico significa, en términos de Popper, que todas las ciencias teóricas o generalizadoras, ya sean ciencias naturales o ciencias sociales, usan el mismo método. Popper quiere decir con esto que en ciencia, independientemente de la ciencia de que se esté tratando, los científicos siempre se ocupan de explicaciones, predicciones y experimentos; ahora bien, el método para experimentar las hipótesis es siempre el mismo en las ciencias teóricas. Se trata del método hipotético deductivo[8].


Popper define al método científico como el método consistente en proponer hipótesis para resolver problemas que surgen de la práctica. De esa hipótesis se deduce un pronóstico que se confronta con los resultados de observaciones experimentales u otras. El acuerdo entre el pronóstico y las observaciones se considera como corroboración de la hipótesis, aunque no constituye una prueba final de ella; si, en cambio, el pronóstico está en discordancia con las observaciones, se toma esto como una refutación o falsación. Popper denomina a este método como HIPOTÉTICO DEDUCTIVO (o, también, como método de hipótesis o método deductivo inverso). Este método se basa en el reconocimiento de una asimetría entre verdad y falsedad, que sostiene que las hipótesis nunca pueden ser verificadas (cuando resisten la prueba de la experiencia, se dice que han sido corroboradas), mientras que sí pueden ser refutadas de manera concluyente. (p. 145-148).

En el contexto de descubrimiento, el científico propone enunciados o sistemas de enunciados para explicar un ámbito de la realidad, y los contrasta paso a paso. En el contexto de justificación, los epistemólogos ofrecen un análisis lógico del proceder de los científicos. En otras palabras, el contexto de descubrimiento hace referencia a todas las cuestiones que dan origen a una nueva hipótesis sobre el funcionamiento de un sector de la realidad; el contexto de justificación, por su parte, agrupa a todas las actividades dirigidas a comprobar la validez lógica de los procedimientos de los científicos[9].

Así las cosas, Popper establece una separación de incumbencias entre lo que denomina psicología de la ciencia, que tiene que ocuparse de los hechos empíricos relacionados con el descubrimiento científico (el campo de incumbencia de la sociología de la ciencia y la historia de la ciencia tradicionales), y la lógica del conocimiento, que se ocupa de las relaciones lógicas entre los enunciados científicos.[10]

Popper entiende por individualismo metodológico a un postulado que plantea que “la tarea de la ciencia social es la de contruir y analizar nuestros modelos sociológicos cuidadosamente en términos descriptivos o nominalistas, es decir, en términos de individuos, de sus actitudes, esperanzas, relaciones, etc.” (p. 151). En otras palabras, el individualismo metodológico supone comenzar el análisis de cualquier problema o fenómeno social a partir de los individuos.

El esencialismo metodológico, en cambio, implica afirmar que los modelos teóricos con los que analizamos la realidad son cosas concretas. Popper indica que “la mayoría de los objetos de la ciencia social, si no todos ellos, son objetos abstractos, son construcciones teóricas. (Incluso «la guerra» o «el ejército» son conceptos abstractos, por muy extraño que esto suene a algunos. Lo que es concreto es las muchas personas que han muerto, o los hombres y mujeres de uniforme, etc.). Estos objetos, estas construcciones teóricas usadas para interpretar nuestra experiencia, resultan de la construcción de ciertos modelos (especialmente de instituciones), con el fin de explicar nuestras experiencias” (p. 150-151). El esencialismo consiste en olvidar que esos modelos no son otra cosa que hipótesis o teorías, y que no son la realidad misma. Popper sostiene que lo real, lo que existe, son los individuos (de ahí su adhesión al individualismo metodológico), en tanto que las instituciones son modelos y no cosas concretas.

Popper elabora el método cero como respuesta a los problemas de las ciencias sociales. [11].

Popper denomina así al “método de construir un modelo en base a una suposición de completa racionalidad (y quizá también sobre la suposición de que poseen información completa) por parte de todos los individuos implicados, y luego de estimar la desviación de la conducta real de la gente con respecto a la conducta modelo, usando esta última como una especie de coordenada cero.” (p. 156). De este modo, tomando al modelo de conducta completamente racional, es posible explicar las conductas reales a partir de las desviaciones que presentan respecto a dicho punto fijo.
Popper sostiene que el método cero es propio de las ciencias sociales, debido a que las mismas estudian situaciones sociales, que se diferencias de las situaciones estudiadas por la física en que siempre existe en ellas un elemento de racionalidad. Esto no quiere decir, por supuesto, que los seres humanos actúen siempre de una manera completamente racional; por el contrario, casi nunca lo hacen así. Sin embargo, actúan de todas formas más o menos racionalmente, lo cual permite la utilización del método cero como herramienta metodológica. Popper se apoya en esta cuestión de la racionalidad en las conductas humanos para defender la tesis de que las ciencias sociales son, en este sentido, menos complejas que las naturales, en las que no aparece la racionalidad en el comportamiento de los objetos estudiados (racionalidad entendida como un comportamiento guiado de algún modo por el conocimiento de los fines buscados). (p. 155-156).

Las ciencias teóricas se diferencias de las históricas en que están dirigidas a la búsqueda y experimentación de leyes universales; las segundas, en cambio, se concentran en el estudio de los acontecimientos ocurridos, singulares o específicos, más que en leyes o generalizaciones (p. 158). Popper rechaza tajantemente que el objetivo de las ciencias históricas sea el de la formulación de alguna forma de leyes universales o de leyes de la evolución histórica (recordemos que esto es, según él, una de las principales características del historicismo).

Lo dicho en el párrafo anterior supone diferencias también en el papel jugado por la explicación causal. Popper afirma que en las ciencias teóricas, las explicaciones causales son medios para un fin: la experimentación de leyes universales. En las ciencias históricas, las explicaciones causales son medios para la explicación de un acontecimiento singular.


El análisis histórico tiene dos tareas importantes. a) la explicación causal de acontecimiento específicos; b) la descripción de un acontecimiento específico como tal. Esto trae como consecuencia el doble carácter del análisis histórico, que hace que un acontecimiento singular pueda ser considerado a la vez como típico, desde el punto de vista de la explicación causal, y como único, desde el punto de vista de la descripción de acontecimiento interesantes en su peculiaridad o unicidad. (p. 162).

Para Popper las doctrinas historicistas llenan un vacío importante en las explicaciones históricas (al menos en aquellas que se basan los relatos de los grandes hombres y en una búsqueda de la objetividad).

Popper explica este punto apoyándose en la descripción que hace el escritor ruso Tolstoi de la invasión napoleónica a Rusia en 1812 (en su célebre novela La guerra y la paz). Tolstoi está interesado en mostrar la falsedad de las explicaciones históricas que se basan exclusivamente en la conducta de los “grandes hombres” para explicar el desarrollo de los hechos históricos. En su novela, demuestra como los principales acontecimientos de la campaña de 1812 tuvieron como causa el comportamiento de una multitud de “pequeños hombres” y que los “grandes hombres” se vieron arrastrados por dichas conductas. Tolstoi intenta también demostrar que existe una necesidad histórica subyacente en estos acontecimientos históricos. Es por ello que Popper plantea que en Tolstoi se combinan el individualismo con el colectivismo metodológico. En un sentido más general, el historicismo viene a llenar, entonces, el vacío dejado por “el ingenuo método de interpretar la historia política meramente como la historia de los grandes tiranos y de los grandes generales” (p. 163-164). El individualismo metodológico permite explicar, según Popper, el comportamiento de los individuos, pero se muestra endeble cuando se trata de analizar tanto la lógica de las situaciones (el papel jugado por la necesidad y no por las decisiones en los acontecimientos históricos) como los movimientos sociales, es decir, la manera en que las instituciones sociales permiten a las ideas extenderse y hacer carne en los individuos

La importancia de la interpretación histórica radica en que sólo en las ciencias históricas el interés está concentrado en la explicación causal de un acontecimiento singular. Esto no lo ven los historicistas, para quienes la historia tiene que entenderse como la búsqueda de leyes universales del desarrollo del proceso histórico (p. 159). 

Popper contrapone la teoría institucional del progreso histórico a las teorías de Comte y de Mill, quienes afirman que dicho progreso puede explicarse a partir de la reducción a las leyes de la naturaleza humana. En otras palabras, la historia tiene que explicarse, según ellos, a partir de la psicología. (p. 168).
Popper está profundamente en desacuerdo con la afirmación anterior. En todo momento se encuentra preocupado por refutar el malentendido que consiste en transformar al individualismo metodológico (la posición epistemológica defendida por Popper) en psicología, pues esto impediría ver que el individualismo se sustenta en una concepción del carácter racional del comportamiento de los individuos. Popper define al individualismo metodológico como la doctrina que sostiene que “debemos intentar entender todos los fenómenos colectivos como debido a las acciones, interacciones, fines, esperanzas y pensamientos de los hombres individuales y como debidos a las tradiciones creadas y conservadas por los individuos” (p. 173). Ahora bien, el psicologismo reduce estos fines y tradiciones a cuestiones de la naturaleza humana; Popper demuestra que la naturaleza humana no es inmutable, sino que “varía considerablemente con las instituciones sociales y su estudio” (p. 173). En este sentido, la misma psicología es una ciencia social. De ahí que la psicología no pueda ser la base de la ciencia social.

Popper propone entonces dos tareas para explicar el progreso histórico. Por un lado, imaginar las condiciones bajo las cuales el progreso histórico se detendría. Esto muestra que las propensiones psicológicas, por sí solas, no bastan para garantizar la continuidad del progreso, pues éste depende de otras condiciones además de las psicológicas (en esto consiste su refutación de la concepción del progreso defendida por Comte y por Mill). Por otro lado, realizar un análisis institucional de las condiciones del progreso. ¿Qué significa esto último? Para poder verificarse, el progreso necesita de instituciones sociales[12]. En otras palabras, existe todo un entramado de instituciones sociales que garantiza lo que Popper denomina la libre competencia de pensamiento en la ciencia. Sin esa libertad, la ciencia derivaría en el estancamiento y en el dogma.
El progreso científico es posible en la medida en que una red de instituciones sociales garantice la vigencia plena de la libre competencia del pensamiento (Popper compara esto con las instituciones políticas que salvaguardan la libertad de pensamiento y, por ende, la democracia).  Popper plantea que la misma objetividad científica se basa, en buena medida, en instituciones sociales. Aquí se preocupa por refutar la opinión ingenua de que la objetividad se basa en una cierta actitud mental o psicológica del hombre de ciencia individual (que tiene su correlato en la opinión escéptica de que, dado que la objetividad dependería exclusivamente de cuestiones psicológicas, no es posible la objetividad científica). Por el contrario, la objetividad depende justamente del carácter social o público de la ciencia. En palabras de Popper, “Lo que la sociología del conocimiento olvida es precisamente la sociología del conocimiento, el carácter social o público de la ciencia. Olvida el hecho de que es el carácter público de la ciencia y de sus instituciones el que impone una disciplina mental sobre el hombre de ciencia individual y el que salvaguarda la objetividad de su ciencia y su tradición de discutir críticamente las nuevas ideas.” (p. 170-171).

 Villa del Parque, lunes 8 de julio de 2013

           









[1] Sostiene que esta idea puede describirse como la “doctrina historicista central” (p. 120).

[2] Afirma que esta es “la equivocación central del historicismo” (p. 143). Según Popper, los historicistas no llegan a concebir que las tendencias dependen de condiciones iniciales, y que “existen incontables posibles condiciones y [que] para poder examinar todas las posibilidades en nuestra búsqueda de la verdadera condición de una tendencia debemos intentar imaginar en todo momento las condiciones bajo las cuales la tendencia desaparecería.” (p. 144). En este sentido, Popper afirma que “la miseria del historicismo es (…) una miseria e indigencia de imaginación” (p. 145).

[3] Para que se entienda mejor. Popper da el siguiente ejemplo de la distinción entre ciencias teóricas y ciencias históricas: la sociología, la teoría económica y la teoría política son ciencias teóricas, en tanto que la historia política, social y económica son ciencias históricas (p. 158).

[4] Una aclaración. Popper sostiene que los historicistas pronaturalistas comprenden mal el método de las ciencias naturales. La biología, a diferencia de lo que piensan los historicistas, es una ciencia histórica, en el sentido de que se ocupa de acontecimientos singulares. Para Popper la evolución no es una ley universal, sino una hipótesis  (p. 120).

[5] “…son por regla general, proposiciones no universales, sino singulares, sobre un acontecimiento individual o un número determinado de tales acontecimientos” (p. 121).

[6] En esta respuesta, toda vez que Popper se refiera a la evolución, tiene que estar claro que está haciendo alusión a la historia, porque concibe tanto a la evolución biológica como a la historia humana como procesos singulares que no admiten ser explicados mediante leyes universales.

[7] Popper sostiene en varias de sus obras que no existe la observación de datos “desnudos”, es decir,  datos singulares que carecen de toda teoría previa. Frente a esta posición, Popper va a defender la “carga teórica de la observación”, es decir, toda observación se encuentra guiada por una teoría previa (o, al menos, por concepciones teóricas implícitas que establecen qué es significativo, qué debe observarse).

[8] Para la descripción del MHD (Método hipotético deductivo), también llamado método deductivo inverso.

[9] La distinción entre el contexto de descubrimiento y el contexto de justificación fue elaborada por el filósofo alemán de la ciencia Hans Reichenbach (1891-1953), integrante del Círculo de Berlín.

[10] El contenido de esta respuesta está tomado de Popper, La lógica de la investigación científica, págs. 27-30.

[11] También lo designa como método de la construcción racional o lógica.


[12] Popper da como ejemplos de instituciones sociales al lenguaje, los laboratorios de investigación, las revistas científicas, los congresos y conferencias científicas, las universidades y las escuelas, los libros, la imprenta, etc. (p. 169).

jueves, 27 de junio de 2013

ESTADO Y PROPIEDAD PRIVADA EN EL LIBERALISMO CLÁSICO: APUNTES SOBRE UN TEXTO DE LOCKE




“…el grande y principal fin que lleva a los hombres
 a unirse en Estados y a ponerse bajo un gobierno
es la preservación de su propiedad.”
John Locke (1632-1704)

Nota bibliográfica:
Para la redacción de estas notas se ha utilizado la traducción española de Carlos Mellizo: Locke, John. (2000). Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil: Un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del Gobierno Civil. Madrid: Alianza. Salvo indicación en contrario, todas las citas corresponden a esta traducción. Me limité a trabajar con los capítulos 8 y 9 de la obra.

La concepción del Estado desarrollada por Locke en el Segundo Tratado cobra sentido si se tienen en cuenta dos cuestiones: a) la obra es un libro de combate, escrito para justificar el orden político emanado de la Revolución Gloriosa de 1688, que consolidó la dominación de la aristocracia burguesa y de la burguesía aristocrática en Inglaterra; b) el punto de vista individualista metodológico del autor, según el cual el individuo es la clave para explicar la sociedad.

En el Segundo Tratado confluyen la defensa de la Revolución Burguesa y el desarrollo del individualismo como fundamento de la ideología política de la clase burguesa. 

Parafraseando a la Biblia, en el principio era el estado de Naturaleza (EN a partir de aquí). Se trata de un estado anterior a la sociedad, en el que los individuos viven libres de toda sujeción social o estatal. Tal como plantea en el capítulo 5 de la obra, la propiedad surge en el EN a partir del trabajo. Los individuos que viven en estado de naturaleza son libres, iguales e independientes. 

No corresponde discutir aquí la historicidad del EN. Basta decir que adoptamos la tesis de que se trata de una ficción dirigida a exponer con mayor claridad el punto de vista individualista acerca de la sociedad, pues a partir de postular la existencia de dicho estado es posible aislar las características de la naturaleza humana y plantear la manera en que ellas influyen en el surgimiento y las características de la sociedad. 

El tratamiento del EN por Locke difiere del llevado a cabo por Thomas Hobbes (1588-1679) en el Leviatán. Mientras que para el segundo se trata de un estado de guerra de todos contra todos, en el que es imposible la existencia de la propiedad, para Locke se trata de un estado de libertad e igualdad, donde florece la propiedad a partir del trabajo. El EN según Locke es una especie de paraíso de la burguesía. Sin embargo, el EN es inestable y más tarde o más temprano obliga a la constitución de una sociedad política.

“Así, la humanidad, a pesar de todos los privilegios que conlleva el estado de naturaleza, padece una condición de enfermedad mientras se encuentra en tal estado; y por eso se inclina a entrar en sociedad cuanto antes. Por eso sucede que son muy pocas las veces que encontramos grupos de hombres que viven continuamente en estado semejante.” (p. 136).

¿Cuáles son las causas que impiden la continuidad del EN?

Locke responde a esta pregunta en el capítulo 9 de la obra. En primer lugar, esboza una respuesta general a la cuestión:

“…aunque en el estado de naturaleza tiene el hombre todos esos derechos, está, sin embargo, expuesto constantemente a la incertidumbre y a la amenaza de ser invadido por otros. Pues como en el estado de naturaleza todos son reyes lo mismo que él, cada hombre es igual a los demás; y como la mayor parte de ellos no observa estrictamente la equidad y la justicia, el disfrute de la propiedad que un hombre tiene en un estado así es sumamente peligroso. Esto lo lleva a querer abandonar una condición en la que, aunque él es libre, tienen lugar miedos y peligros constantes…” (p. 134).

El buen burgués que vive en EN, “el hombre trabajador y racional” que construye su propiedad con su propio trabajo, siente que el piso se mueve bajo sus pies. La libertad y la igualdad de que disfruta en el EN se muestran demasiado frágiles, su independencia se viste de precariedad. Todo ello porque los individuos no observan ni la equidad ni la justicia. Nuestro individualista metodológico descubre bien pronto que el individuo separado de la sociedad es muy difícil de manejar y que es preciso situarlo cuanto antes en un contexto social. 

Locke menciona, además, tres problemas específicos del EN: a) la ausencia de “una ley establecida, fija y conocida” (p. 135); b) la inexistencia de “un juez público e imparcial, con autoridad para resolver los pleitos que surjan entre los hombres, según la ley establecida” (p. 135); c) la falta de un “poder que respalde y dé fuerza a la sentencia cuando ésta es justa, a fin de que se ejecute debidamente”. (p. 135).

Todos los problemas mentados en el párrafo precedente remiten a la propiedad privada, el tema que provoca los desvelos de Locke. La propiedad privada, originada en el propio trabajo, se vuelve una pesadilla en el EN, pues no existe un Estado capaz de defenderla frente a “los delirios y la avaricia de los revoltosos y los pendencieros” (p. 61). La tan alabada independencia y libertad del EN es dejada de lado porque hay que asegurar como sea el propio patrimonio. El liberalismo se muestra, en sus mismos orígenes, como lo que es: una ideología de la clase propietaria en la sociedad capitalista.

Locke concibe a la propiedad como algo que va mucho más allá de la mera posesión de cosas. Aclara expresamente que da el nombre de propiedad a las vidas, libertades y posesiones de las personas. La vida y la libertad son inseparables de la propiedad. Locke formula aquí la esencia de la sociedad capitalista: la propiedad es la llave para gozar de los frutos del trabajo social; el no propietario se encuentra fuera de la sociedad y su vida y su libertad son abstractas, carecen de concreción, en la medida en que no se apoyen en la propiedad.

El Estado (la sociedad política) viene a calmar la ansiedad del buen burgués que vive en EN. Huelga decir que el Estado tiene por objetivo fundamental la protección de la propiedad privada:

“…el grande y principal fin que lleva a los hombres a unirse en Estados y ponerse bajo un gobierno es la preservación de su propiedad, cosa que no podían hacer en el estado de naturaleza…” (p. 135).

Pero el burgués desconfía también del Estado. Al fin y al cabo, la experiencia política inglesa le había mostrado que los reyes eran propensos a meter mano en la propiedad privada a través, por ejemplo, de los impuestos. El escenario político posterior a la Revolución Gloriosa exigía limitar la potestad del Estado sobre la propiedad privada. En este sentido, Locke está obligado a construir una argumentación diferente a la de Hobbes, para quien es el Estado quien crea a la propiedad.

Aquí es donde entra a jugar, nuevamente, el individualismo metodológico de Locke. Ya indicamos que los individuos son libres e iguales en el EN. Por tanto, sólo pueden salir de este estado mediante su consentimiento:

“Al ser los hombres (…) todos libres por naturaleza, iguales e independientes, ninguno puede ser sacado de esa condición y puesto bajo el poder político de otro sin su propio consentimiento.” (p. 111).

Así como en el capítulo 5 de la obra la desigualdad en la propiedad no obedece a la violencia sino al consentimiento de las personas, que resuelven darle un valor determinado al oro y la plata, también la creación del Estado está desprovista de violencia. Son las personas, en pleno ejercicio de su libertad e igualdad, que resuelven erigir un Estado, una sociedad política:

“El único modo en que alguien se priva a sí mismo de su libertad natural y se somete a las ataduras de la sociedad civil  es mediante un acuerdo con otros hombres, según el cual todos se unen formando una comunidad, a fin de convivir los unos con los otros de una manera confortable, segura y pacífica, disfrutando sin riesgo de sus propiedades respectivas y mejor protegidos frente a quienes no forman parte de dicha comunidad.” (p. 111).

Cabe comentar que el EN, presentado inicialmente como una apoteosis de la libertad y la igualdad, se muestra muy mezquino en sus resultados, pues el buen burgués se pecha por dar el consentimiento a la constitución de un Estado. Pero nuestro burgués está en sus cabales. A su naturaleza egoísta sólo le interesa la propiedad. Él sabe de sobra que, sin propiedad, la vida es puro cuento. De la argumentación de Locke se desprende con claridad que la comunidad que se constituye mediante el contrato es la comunidad de los propietarios; los no propietarios, mal que les pese a los filántropos, quedan fuera del ordenamiento social racional. 

El contrato, una institución central en la circulación de las mercancías, se convierte en factor decisivo para la constitución de la sociedad política:

“En rigor, nada puede hacer de un hombre un súbdito, excepto una positiva declaración, y una promesa y acuerdo expresos. Esto es lo que pienso acerca del origen de las sociedades políticas y del consentimiento que hace a una persona miembro de un Estado.” (p. 133).
La entronización del contrato como factor primordial en el surgimiento del orden político cristaliza la ruptura con la filosofía política clásica. La sociedad deja de ser la forma de vida natural de los seres humanos y se transforma en un ente artificial, creado por la voluntad de los individuos expresada en el contrato.

“…el comienzo de la sociedad política depende del consentimiento de los individuos, los cuales se juntan y acuerdan formar una sociedad; (…) cuando están así incorporados, establecen el tipo de gobierno que les parece más adecuado.” (p. 119).

Como era de esperarse, los individuos que acuerdan formar una sociedad política tienen como principal objetivo la defensa de la propiedad. 

Transformada la sociedad en una construcción artificial, desgajado el individuo del marco social en el que se constituye como persona, santificada la indiferencia recíproca de las personas como un valor en sí mismo, reemplazada la violencia por el consentimiento, todo queda despejado para la marcha sin tropiezos del orden burgués. Pero las cosas suelen ser más complicadas en el mundo real…

Villa del Parque, jueves 27 de junio de 2013

viernes, 21 de junio de 2013

ADAM SMITH, LA DIVISIÓN DEL TRABAJO Y LAS BASES FILOSÓFICAS DE LA ECONOMÍA CLÁSICA





“…sin la asistencia y cooperación de millares de seres humanos,
la persona más humilde en un país civilizado no podría disponer
de aquellas cosas que se consideran las más indispensables y necesarias.”
Adam Smith (1723-1790)

Nota bibliográfica:
Para escribir esta ficha he utilizado la traducción española de Gabriel Franco: Smith, Adam. (1958). Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.

Adam Smith da cuenta en los primeros dos capítulos del Libro I de La riqueza de las naciones (RN a partir de aquí) de los fundamentos filosóficos de su teoría económica. Como la crítica de cualquier teoría social implica necesariamente el examen de sus supuestos filosóficos, la discusión de los mencionados capítulos es de vital importancia al momento de llevar a cabo la crítica de la economía dominante en la sociedad capitalista.

En esta ficha se hará una breve presentación de la concepción filosófica de Smith, tal como aparece en dichos capítulos. 

Smith comienza la obra con una constatación: la riqueza de una nación es generada por el trabajo: 

“El trabajo anual de cada nación es el fondo que en principio la provee de todas las cosas necesarias y convenientes para la vida, y que anualmente consume el país. Dicho fondo se integra siempre, o con el producto inmediato del trabajo, o con lo que mediante dicho producto se compra de otras naciones.” (p. 3).

Al hacer esta afirmación, Smith realiza un corte radical respecto a la tradición clásica en filosofía, que tendía a ignorar al trabajo. Para la filosofía clásica, el trabajo carecía de relevancia intelectual porque era una actividad realizada por las clases subordinadas, por aquellos que jamás iban a hacer filosofía. Un ejemplo es la actitud de desdén, hacia el empirismo en general y hacia el experimento en particular, demostrado por la filosofía anterior a la Modernidad. Es verdad que Smith no fue el primero en prestar atención al trabajo como un elemento fundamental para la filosofía política (véase el papel que le otorga Locke en el surgimiento de la propiedad privada en su Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil). Pero Smith fue el primero en desarrollar toda una reflexión acerca de la sociedad apoyándose en la noción de trabajo. No es casual que dicha reflexión se haya aplicado al terreno de la economía, pues en él resulta imposible soslayar al proceso de producción.

Smith empieza su investigación constatando la diferencia entre “las naciones salvajes de cazadores y pescadores” y las “naciones civilizadas y emprendedoras”. Así, mientras que en las primeras reina la miseria, en las segundas, 

“aunque un gran número de personas no trabaje absolutamente nada, y muchas de ellas consuman diez o, frecuentemente cien veces más el producto del trabajo que quienes laboran, el producto del trabajo entero de la sociedad es tan grande que todos se hallan abundantemente provistos, y un trabajador por pobre y modesto que sea, si es frugal y laborioso, puede disfrutar una parte mayor de las cosas necesarias y convenientes para la vida que aquellas de que puede disponer un salvaje.” (p. 4).

Dejemos de lado que Smith no dice nada de la tremenda desigualdad de riqueza que existe al interior de las naciones “civilizadas”, expresada a través de la diferencia de consumo. En este momento, interesa más la cuestión de la solución que propone Smith al problema de cómo explicar la diferencia de riqueza entre las naciones “civilizadas” y las naciones “salvajes”. En el fondo, toda su investigación en esta obra gira en torno a la explicación de la mencionada diferencia. Veamos cómo Smith elabora su respuesta al problema.

Ante todo, la diferencia entre naciones ricas y naciones pobres se explica a partir del “progreso en las facultades productivas del trabajo” (p. 4). Al proponer este criterio, Smith establece un parámetro objetivo para medir el progreso de la humanidad: la productividad del trabajo. Que se entienda bien. No se trata de un criterio absoluto. A mayor desarrollo de las “facultades productivas del trabajo”, mayor control sobre la naturaleza.


Smith va más allá del reconocimiento del trabajo como fuente de la riqueza. El núcleo principal de los dos primeros capítulos de RN es el descubrimiento del papel de la división del trabajo (DT a partir de aquí).
 

 
“El progreso más importante en las facultades productivas del trabajo, y gran parte de la aptitud, destreza y sensatez con que éste se aplica o dirige, por doquier, parecen ser consecuencia de la división del trabajo.” (p. 7).

En una sociedad en la que prima la producción de mercancías, es lógico que la división del trabajo se acentúe y profundice. Smith toma nota de este proceso y lo ilustra por medio de lo que sucedía en las manufacturas. En el capítulo 1 da el ejemplo clásico de la fabricación de alfileres (págs. 8-9). Mientras que un obrero, ejecutando todas las operaciones que requiere la producción de un alfiler, no puede hacer más de unos 20 alfileres diarios, varios operarios, realizando cada uno de ellos una operación, pueden fabricar decenas de alfileres diarios. La DT multiplica la producción, pero también engendra nuevos oficios y nueva maquinaria.

Smith expresa así las consecuencias de la DT: 

“Este aumento considerable en la cantidad de personas que un mismo número de personas puede confeccionar, como consecuencia de la división del trabajo, procede de tres circunstancias distintas: primero, de la mayor destreza de cada obrero en particular; segunda, del ahorro de tiempo que comúnmente se pierde al pasar de una ocupación a otra, y por último, de la invención de un gran número de máquinas, que facilitan y abrevian el trabajo, capacitando a un hombre para hacer la labor de muchos.” (p. 11).

El aumento de productividad derivado de la extensión de la DT hace que un campesino europeo, que vive en el marco de una sociedad donde la DT se ha incrementado poderosamente, disfrute de mayores comunidades que las de los reyes de los países africanos (p. 15). Según Smith, es la profundización de la DT la que permite distribuir mejor la riqueza en la sociedad:

“La gran multiplicación de producciones en todas las artes, originadas en la división del trabajo, da lugar, en una sociedad bien gobernada, a esa opulencia universal que se derrama hasta las clases inferiores del pueblo. Todo obrero dispone de una cantidad mayor de su propia obra, en exceso de sus necesidades, y como cualesquiera otro artesano, se halla en la misma situación, se encuentra en condiciones de cambiar una gran cantidad de sus propios bienes por una gran cantidad de los creados por los otros; o lo que es lo mismo, por el precio de una gran cantidad de los suyos. El uno provee al otro de lo que necesita, y recíprocamente, con lo cual se difunde una general abundancia en todos los rangos de la sociedad.” (p. 14).

De modo que la DT no sólo engendra la multiplicación de la riqueza social, sino también una mejor distribución de la misma. Smith anticipa aquí la célebre teoría del “derrame”, tan de moda durante el período neoliberal. Ahora bien, es interesante indicar cuál es el supuesto que se encuentra detrás de la tesis del enriquecimiento general de la sociedad. En el párrafo anterior se ve con claridad que Smith tiene en mente una sociedad de pequeños propietarios privados, cada uno de los cuales lleva la mercancía producto de su trabajo al mercado. No hay indicios de la concentración del capital que caracteriza a la versión capitalista de la producción mercantil. Cuando esta última se transforma en producción capitalista, los frutos de la producción de mercancías (el plusvalor) son apropiados por el capitalista y no por el trabajador. 

Smith no se queda en el mero registro de los efectos y consecuencias de la DT. Procura establece cuál es el motivo que hace que la DT se extienda. Al dar respuesta a este problema, Smith sale del terreno de la teoría económica y se adentra en la filosofía:

“Esta división del trabajo, que tantas ventajas reporta, no es en su origen efecto de la sabiduría humana, que prevé y se propone alcanzar aquella general opulencia que de él se deriva. Es la consecuencia gradual, necesaria aunque lenta, de una cierta propensión de la naturaleza humana que no aspira a una utilidad tan grande: la propensión a permutar, cambiar y negociar una cosa por otra.” (p. 16).

La DT, fuente de la opulencia de la sociedad moderna, es el resultado de la naturaleza humana. Es nuestra naturaleza la que determina que nos inclinemos hacia el comercio. Es nuestra naturaleza la que hace que nos inclinemos hacia aquello que hacemos mejor, hacia aquello para lo que estamos mejor dotados. La producción mercantil (y, más adelante, la producción capitalista) no es otra cosa que el desarrollo de nuestra propia esencia. Según Smith, nos guste o no, poseemos una esencia mercantil y egoísta (dicho esto último en sentido no peyorativo).

“…el hombre reclama en la mayor parte de las circunstancias la ayuda de sus semejantes y en vano puede esperarla sólo de su benevolencia. La conseguirá con mayor seguridad interesando en su favor el egoísmo de los otros y haciéndoles ver que es ventajoso para ellos hacer lo que les pide. Quien propone a otro un trato le está haciendo una de esas proposiciones. Dame lo que necesito y tendrás lo que deseas, es el sentido de cualquier clase de oferta, y así obtenemos de los demás la mayor parte de los servicios que necesitamos. No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas.” (p. 17).

La combinación de propensión al comercio y de egoísmo constituye el fundamento de la riqueza y de la civilización. En otras palabras, riqueza y civilización son producto de la naturaleza humana. Smith, que escribe en un siglo dominado por la creencia en la omnipotencia de la razón, concede a este un papel subordinado. Si “la sabiduría humana” procura promover la riqueza de un país, debe limitarse a dejar actuar a las tendencias presentes en nuestra naturaleza. Cualquier otro comportamiento resultaría antinatural y terminaría en fracaso. La razón, en todo caso, tiene que limitar su cometido a mejorar el conocimiento de nuestra naturaleza o a profundizar el conocimiento de la naturaleza. Reformar la sociedad, proponer planes para distribuir la riqueza, son albures que chocarían inevitablemente contra nuestra esencia.

Smith no se contenta con describir la importancia de la DT en el aumento de la productividad de la riqueza material. También propone aplicar el principio de la DT a la teoría social:

“Con el progreso de la sociedad, la Filosofía y la especulación se convierten, como cualquier otro ministerio, en el afán y la profesión de ciertos grupos de ciudadanos. Como cualquier otro empleo, también ése se subdivide en un gran número de ramos diferentes, cada uno de los cuales ofrece cierta ocupación especial a cada grupo o categoría de filósofos. Tal subdivisión de empleos en la Filosofía, al igual de lo que ocurre en otras profesiones, imparte destreza y ahorra mucho tiempo. Cada uno de los individuos se hace más experto en su ramo, se produce más en total y la cantidad de ciencia se acrecienta considerablemente.” (págs. 13-14).

En el párrafo precedente, Smith está planteando las líneas generales del proyecto de ciencias sociales desarrollado por la burguesía en los siglos XIX y XX: dividir el objeto de estudio (la sociedad) en una serie de parcelas (cada una de las ciencias sociales), separar al investigador de la sociedad (de la que forma parte de manera indisoluble), adoptar una postura neutral (buscar el conocimiento “para toda la sociedad”) y evitar toda referencia a la lucha de clases. Si se siguen estos pasos, queda garantizado el aumento del conocimiento del conjunto. Sin embargo, y como ocurre en el caso de la riqueza material, Smith pasa por alto el hecho de que en una sociedad dividida en clases, el conocimiento pasa a ser apropiado y utilizado por la minoría que controla los medios de producción.

La relación del descubrimiento del papel de la DT en la economía moderna queda incompleta si se deja de lado que Smith remarca que la DT fortalece el carácter social del trabajo. El énfasis puesto en el papel del egoísmo oscurece el hecho fundamental de que Smith tiene plena conciencia de que la DT refuerza la dependencia entre los individuos.

“Si observamos las comodidades de que disfruta cualquier artesano o jornalero, en un país civilizado y laborioso, veremos cómo excede a todo cálculo el número de personas que concurren a procurarle aquellas satisfacciones, aunque cada uno de ellos sólo contribuya con una pequeña parte de su actividad. Por basta que sea, la chamarra de lana, pongamos por caso, que lleva el jornalero, es producto de la labor conjunta de muchísimos operarios. El pastor, el que clasifica la lana, el cardador, el amanuense, el tintorero, el hilandero, el tejedor, el batanero, el sastre, y otros muchos, tuvieron que conjugar sus diferentes oficios para completar una producción tan vulgar. Además de esto, ¡cuántos tratantes y arrieros no hubo que emplear para transportar los materiales de unos a otros de estos mismos artesanos, que a veces viven en regiones apartadas del país! ¡Cuánto comercio y navegación, constructores de barcos, marineros, fabricantes de velas y jarcias no hubo que utilizar para conseguir los colorantes usados por el tintorero y que, a menudo, proceden de los lugares más remotos del mundo! ¡Y qué variedad de trabajo se necesita para producir las herramientas del más modesto de estos operarios!” (p. 14).

El párrafo precedente muestra que Smith veía con claridad que la DT reforzaba los lazos entre los individuos. El egoísmo de la naturaleza humana es contrarrestado por la dependencia general en que la DT pone a los individuos en la economía mercantil. Es cierto que Smith considera que esta dependencia es producto de la acción inconsciente de los individuos (que siguen a su naturaleza) y no de medidas conscientes. Pero el énfasis en el carácter social del trabajo fue retomado posteriormente por autores como Karl Marx y Emile Durkheim, permitiéndoles formular una concepción muy diferente de la sociedad. Claro que eso ya es otra historia.

Villa del Parque, viernes 21 de junio de 2013