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lunes, 21 de julio de 2014

LA LARGA MARCHA DESDE JAURETCHE AL MODELO AGROEXPORTADOR: EL KIRCHNERISMO Y EL ACUERDO COMERCIAL CON CHINA

Los intelectuales “progresistas” que acompañan al kirchnerismo utilizaron la expresión “batalla cultural” (o “revolución cultural”) para designar al proceso por medio del cual se avanzaría hacia la “emancipación nacional y social”. Según estos intelectuales, muchos de ellos provenientes del viejo PC (Partido Comunista) argentino, la correlación de fuerzas era desfavorable para los sectores populares, de modo que resultaba imposible confrontar en el plano político o económico con las “corporaciones”. La única lucha posible era la “cultural”. A partir de una interpretación de la obra de Gramsci, en la que dejaban de lado la cuestión del poder en el lugar de producción, consideraban que era posible y necesario comenzar pugnando por la “hegemonía cultural”, pues era el único terreno en donde era posible enfrentar a las corporaciones sin poner en peligro la estabilidad democrática. Por último, estos “progresistas” concebían al kirchnerismo como un movimiento nacional y popular, ya sea como una continuación del viejo peronismo o como un nuevo movimiento histórico.

Ahora bien, hablar de “batalla cultural” era rentable, pues permitía acceder a cargos en el aparato estatal y/o en los medios oficialistas, sin afrontar ninguno de los rigores de la lucha política (cabe recordar que el kirchnerismo, a diferencia del peronismo del período 1955-1973, tenía el control del aparato estatal) y sin exigir demasiado a las neuronas, pues la batalla por la “hegemonía” podía librarse en los ámbitos más inofensivos, sin perturbar las ganancias de los empresarios durante la “década ganada”. La cuestión se complicaba, en cambio, cuando estos intelectuales tenían que adoptar definiciones en el terreno económico. El kirchnerismo representó la salida capitalista a la crisis de 2001 y se apoyó tanto en la devaluación emprendida por el duhaldismo como en la legislación laboral sancionada por el menemismo. Las ganancias empresariales a lo largo del período 2003-2014, acompañadas por la persistencia de la precarización laboral y la profundización de la desigualdad social, impedían hablar abiertamente de una economía orientada hacia la “emancipación nacional y social”. Pero los intelectuales “progresistas” y los peronistas recurrieron a un viejo comodín para evitar referirse a los aspectos desagradables del modelo. El crecimiento económico promovido por el kirchnerismo estaba dirigido a fortalecer a la “burguesía nacional”, paso imprescindible para poder avanzar hacia la “liberación nacional”. Las ganancias empresarias eran justificadas en función del desarrollo de dicha burguesía. Que se tratara de un “capitalismo de amigos” (la expresión es de los mismos kirchneristas), dedicados a enriquecerse a como diera lugar, carecía de importancia para los intelectuales “progresistas”, fascinados con supuesto renacimiento del movimiento nacional y popular.

Muy pronto la “burguesía nacional” demostró ser muy poco nacional. Como sucedió otras veces en la historia, la burguesía argentina se dedicó a los negocios con ganancias rápidas, a fugar capitales y a vivir a costa de los subsidios estatales. El crecimiento sostenido se terminó transformando en un estancamiento sostenido y la tasa de inversión disminuyó en vez de incrementarse.

El capitalismo argentino se ve obligado a una nueva reestructuración para salir de la crisis. Para los intelectuales la cuestión era peliaguda, porque la “burguesía nacional” se había diluido en la nada y el Estado nacional carecía de recursos para impulsar un proceso de inversión de la magnitud necesaria para la reconversión del modelo de acumulación. ¿Qué hacer? El camino obvio para los kirchneristas era recurrir a la inversión extranjera. Pero esto no era tan fácil de digerir para los intelectuales que se habían cansado de pregonar la “liberación nacional y social”.

Hernán Brienza, quien siempre se ha distinguido por su falta de escrúpulos y por su obediencia a los mandatos de la “Jefa” (Cristina Fernández), aporta la solución en un artículo publicado en la edición dominical del diario kirchnerista Tiempo Argentino (20/07/2014). Dicho de modo sintético, Brienza propone volver al modelo agroexportador, cambiando en este caso a Inglaterra por China en el rol de país que compra los alimentos producidos por Argentina y quien provee a este país de los bienes manufacturados. Con esta sola propuesta cancela definitivamente a la “burguesía nacional” y a la idea misma de una política medianamente autónoma en el plano internacional.

Démosle la palabra al amigo Brienza:

La tesis de Tulio Halperín Donghi sobre la inviabilidad de Argentina tras el derrumbe del Imperio Británico en el período de entreguerras tiene cierto fundamento. Si bien Mario Rappoport demostró que la economía argentina creció mucho más entre 1930 y 1980 que en los períodos sumados del modelo agroexportador (1860-1930) y el neoliberal (1980-2002), la inserción en el comercio internacional siempre fue dificultosa tras el derrumbe de Inglaterra. La razón es sencilla: Gran Bretaña, como Imperio, tenía una economía complementaria con Argentina; Estados Unidos, competitiva.
Hoy, después de muchas décadas, nuestro país tiene una oportunidad única. La potencia que va en camino a convertirse en la principal economía del mundo es complementaria a la nuestra. China necesita para alimentar a sus 1400 millones de habitantes, los productos que Argentina exporta con ventajas relativas: proteínas.

O sea, la “década ganada” volvió a parir el modelo agroexportador. Para quienes no lo recuerden, conviene decir que este modelo designa la relación entre Argentina y el Imperio Británico entre 1880 y 1930. En este período, nuestro país exportó trigo y carne a Inglaterra; a cambio, recibíamos productos manufacturados británicos. Es claro que la posición de Argentina en este proceso era dependiente. Nuestra burguesía se fortaleció al calor de esta relación, sin que en ningún momento se propusiera desafiar a los intereses ingleses. El período agroexportador demuestra con toda crudeza que la burguesía no tiene patria o, mejor dicho, que su lealtad a la patria está condicionada por la búsqueda de mejores ganancias. Este periodo también se caracterizó por la violencia con que fueron reprimidas las protestas obreras. Este hermoso modelo (al día de hoy reivindicado en medios tradicionales de la burguesía argentina como es el diario La Nación), es el que viene a proponernos ahora el amigo Brienza. Nuestro periodista podrá ser muchas cosas, pero es sobre todo un auténtico caradura. Sólo así puede entenderse el salto dialéctico que realiza al reclamar la vuelta al modelo agroexportador, después de haber llenado páginas y páginas de loas al pensamiento “nacional”.

La desfachatez de Brienza llega al extremo de apoyarse en palabras del empresario Franco Macri para justificar su opinión sobre el modelo agroexportador:

En este punto, sólo cabría agregar una oportuna declaración del empresario Franco Macri, quien sostuvo con precisión: "Nosotros hemos sido casi siempre súbditos y no aliados de Estados Unidos y de Inglaterra. De China somos aliados, y algunos no lo pueden entender. Nosotros con la infraestructura hemos perdido –de Frondizi hasta acá– el tren todo el tiempo, y necesitamos hacer de todo. No venimos atrasados del actual gobierno. El actual gobierno ha continuado y Néstor Kirchner ha tenido una visión muy importante de todo esto. Pero estamos años atrasados." 

Que Brienza tenga que recurrir al testimonio de Franco Macri, un empresario enriquecido gracias a los subsidios estatales, para abrochar su argumento, es un indicador de la crisis del pensamiento “nacional y popular”. Que acepte este testimonio en el sentido de que la relación entre Argentina y China será de alianza y no de subordinación es un chiste de mal gusto. Pero Brienza persevera y comenta así lo dicho por Macri:

“La cuestión que plantea Macri es más que interesante. La relación económica de complementariedad entre China y Argentina puede reconstituir un círculo de exportación virtuoso para nuestro país. Incluso una gran oportunidad para incorporar trabajo y valor a los productos de exportación primarios. Pero la pregunta que queda flotando es la siguiente: ¿tiene la industria argentina la capacidad para responder a la demanda del mercado chino?”

Es decir, Argentina exportará productos primarios a China. Volvemos otra vez a 1880, cambiando únicamente el destino de nuestra producción. Y pensar que el amigo Brienza mentaba hace unos años a Don Arturo Jauretche… Claro que piensa un margen de autonomía para Argentina: adecuarnos a las necesidades de la economía china…

El editorial de Brienza es de interés porque expresa la completa capitulación de la intelectualidad “progresista” frente a la lógica del capital. Que se entienda. Brienza es, por sobre todas las cosas, un mercenario al servicio de las necesidades diarias del kirchnerismo. En sus artículos aparecen todas las bajadas de líneas de Cristina hacia los intelectuales y los militantes. Es un pionero y un devoto de la práctica de “tragar sapos”. Pero por esto mismo expresa con toda claridad el “clima” de la época. El resto de la intelectualidad “progresista” se diferencia de Brienza en la mayor presencia de reparos para adaptarse a las demandas de momento de la “Jefa”. Pero todos ellos viven de los fondos públicos y no tienen grandes márgenes para sacar los pies del plato. Brienza expresa con franqueza y poca elaboración una tesis que es defendida con mayor pulcritud por otros intelectuales “kirchneristas”. Muerto el fantasma de la “burguesía nacional”, queda el recurso al fantasma del “modelo agroexportador”, aprovechando las “ventajas comparativas” de Argentina, ya sea en producción de alimentos, ya sea en la producción de combustibles (Vaca Muerta).

Brienza siempre se ha declarado peronista. Es curioso que un movimiento que comenzó con una gigantesca movilización obrera y que ganó su primera elección presidencial arremetiendo contra los EE.UU. (la consigna Braden o Perón), termine pidiendo a gritos un socio para reimplantar una versión moderna del modelo agroexportador. Por supuesto, la “curiosidad” se esfuma cuando se deja de ver la historia en términos de “nacional-populares” y se pasa a una concepción de la misma centrada en la lucha de clases.

Es sintomático que Brienza omita toda referencia a la clase obrera. En este punto también es sincero. El modelo agroexportador, en versión antigua o en versión moderna, implica un aumento de la explotación de los trabajadores. Pero esto queda fuera del horizonte de las “batallas culturales” de nuestros intelectuales “progresistas”.

En este artículo omití deliberadamente todo comentario respecto a la viabilidad del acuerdo entre Argentina y China. Es muy probable que en toda la difusión que se le ha dado al asunto haya mucho más de desesperación gubernamental por obtener dólares rápidamente, que de realidades concretas. Pero esta cuestión, con toda su importancia, es secundaria en relación con el tema central de este artículo. Frente a la crisis del modelo de acumulación de capital promovido por el kirchnerismo, nuestra burguesía responde planteando la necesidad perentoria de reinstaurar un modelo agroexportador. Esta es la cuestión de fondo. Todo lo demás son zonceras.



Villa Jardín, lunes 21 de julio de 2014

martes, 7 de enero de 2014

“ALGO HABREMOS HECHO…”: LA NUEVA MIRADA DEL KIRCHNERISMO SOBRE LA DICTADURA MILITAR

Hernán Brienza, a cargo del editorial político dominical del diario kirchnerista Tiempo Argentino, está empeñado a fondo en defender el ascenso del actual Jefe del Estado Mayor del Ejército, César Milani, al rango de teniente general.  Milani, acusado por organismos de derechos humanos, de ser por lo menos cómplice en el secuestro, tortura y asesinato de ciudadanos argentinos durante la dictadura militar de 1976-1983, fue puesto al comando del Ejército por la presidenta Cristina Fernández. Brienza, especialista en el arte milenario de ingerir sapos, emprende la defensa de su jefa (la señora presidenta) sin parar en escrúpulos.

En su editorial “El debate por Milani” (Tiempo Argentino, 22/12/2013) procuró transformar la cuestión en un problema moral. Milani, desgajado de la institución Ejército, es reducido a un individuo que obra a partir de las circunstancias. Alguna vez Miguel Hernández escribió “Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran”. Según Brienza, durante la dictadura a Milani lo arrastraban los vientos de las circunstancias. No encuentra, por tanto, ninguna responsabilidad en ese joven oficial que era Milani en 1976. Como esto parece no alcanzar para algunos estómagos que todavía sienten asco hacia los sapos, Brienza saca a relucir la adhesión de Milani al “proyecto nacional y popular”. En otras palabras, Milani puede ser un torturador, un ladrón de caminos y un asesino, pero todo ello no importa si adhiere al “proyecto”. Si es así, ¿para qué Brienza pierde el tiempo escribiendo zonceras sobre la moral y otras yerbas?, ¿no bastaba con decir, simplemente, a Milani lo bancamos porque la presidenta dice que es uno de los nuestros? Pero ser sincero no vende, así que tenemos que sufrir y hacer sufrir a otros armando argumentos inverosímiles para justificar cosas todavía más inverosímiles.

Brienza se supera en el editorial “Papá, ¿vos que hiciste en la dictadura?” (Tiempo Argentino, 29/12/2013). Da la impresión de que se dio cuenta de que para defender la enormidad que significa el ascenso de un oficial de Inteligencia acusado de violaciones a los derechos humanos era preciso recurrir a enormidades argumentativas. Ya no bastaba con hacer de Milani una víctima inocente de las “circunstancias”. El problema es sencillo: si otros argentinos no fueron víctimas de las “circunstancias”, Milani no podía ser defendido tan fácilmente. Era preciso extender la responsabilidad por la dictadura a todo el mundo, así nuestro teniente general nacional y popular queda a salvo de la maledicencia de las gentes. Brienza obra el milagro en este editorial, que constituye una verdadera obra maestra de la estupidez.

Nuestro autor pone manos a la obra de un modo característico: henchido de pretensiones, no se propone enunciar su punto de vista particular sobre la dictadura. No. Por el contrario, quiere aplicar la frase popular “si la vamos a hacer, hagámosla en grande”:

“Los argentinos nos merecemos una nueva mirada sobre los años setenta. Sin hipocresías. Sin fariseísmos. Sin querer sacar partido inmediato de esa experiencia atroz por la que atravesamos. Incluso, diría, sin resentimientos. Posiblemente, aquellos que participaron en aquellos años, sobre todo las víctimas del horror, les sea muy difícil hacerlo. Pero las generaciones posteriores tenemos la obligación y el deber de reconstituir un pasado que no esté signado por héroes ni por mártires ni por verdugos ni por dos demonios. Aunque todos hayamos sido y tenido un poco de eso. Algo parecido a esto escribí y vengo escribiendo desde 2003, cuando concluí mi libro Maldito tú eres.”

Lo suyo es proponer una nueva mirada sobre la década del ´70. Que esa mirada no tenga nada de novedoso carece de importante. Además, para seguir haciendo alarde de su modestia, nuestro héroe indica que en 2003 ya sabía por dónde venía la cosa. Cabe decir que una monstruosidad como el ascenso de Milani tiene que ser defendida por argumentos monstruosamente estúpidos. Y Brienza sabe mucho de esto.

“No me interesa mirar el pasado reciente con ojos de verdugo ni de mártir ni de héroe. No necesito hacerlo, por otra parte, ya que era un niño durante la dictadura militar. Aspiro a mirarlo con todas sus complejidades, con todas sus contradicciones, con toda la angustia que genera el mal absoluto del que podemos ser parte. Sencillamente, aspiro a mirar ese pasado con ojos de hombre. Es cierto, es una tarea titánica. Pero, quizás, sea la única forma en que podamos lograr que el horror no vuelva a repetirse.”

El argumento, dejando de lado todas las frases que muestran lo pagado de sí mismo que es este lamentable personaje, puede sintetizarse así: todos los habitantes del país, mayores de edad en 1976, son responsables de la dictadura porque no hicieron nada contra ella. Sólo quedan al margen los militantes de las organizaciones revolucionarias que fueron secuestrados, encarcelados o asesinados. Para el resto de los habitantes hay que aplicar la frase “algo habrán hecho” para justificar su supervivencia. Como sobrevivieron, fueron cómplices de la dictadura. Hay que ser un cínico descomunal para escribir semejante disparate y afirmar que constituye una “nueva mirada”. Véase el siguiente párrafo:

“Si una persona supo y no denunció, permítame añadirle una gran cuota de complicidad con lo que estaba ocurriendo en aquellos años duros. Si usted no está muerto, si usted no fue torturado, perseguido, encarcelado, si no se exilió –incluso esto puede discutirse– es porque prestó algún grado de consentimiento con los paladines del horror en la Argentina. No digo que haya golpeado las puertas de los cuarteles –como hicieron muchos–, tampoco que haya aplaudido a viva voz los desaguisados económicos de la "plata dulce", ni que haya aceptado el trabajo que había dejado vacante el "desaparecido". Tampoco lo acuso de haber sido aquel que levantó el teléfono para denunciar a su vecino a la policía porque andaba en algo raro. Pero si usted estuvo allí y puso cara de nada, permítame decirle: algo habrá hecho o, al menos, algo no habrá hecho para seguir con vida.

La dictadura militar no fue, por tanto, una confrontación entre clases y grupos sociales, con vencedores y vencidos. Nada de eso. La “nua mirada” de Brienza propone concebirla como un inmenso teatro donde se dirimían dilemas morales. Todo pasa por el individuo y su responsabilidad. El pueblo (para usar un término que pueda entender Brienza) es una suma mecánica de individuos, cada uno de los cuales decide el curso de su destino. ¡Y es este amontonamiento de lugares comunes lo que se propone como una “nueva mirada”, como “mirar el pasado con ojos de hombre”!

Brienza, además, pone especial empeño en mostrar que la clase media “progresista” fue responsable de la dictadura. No podía ser de otra manera, puesto que son precisamente los “progresistas” del kirchnerismo quienes muestran, dentro de las filas del oficialismo, las mayores dudas respecto al nombramiento de Milani.

“la dictadura tuvo no sólo complicidad en los sectores dominantes como empresarios, sacerdotes, políticos y periodistas, también tuvo consenso social, también fue apoyada por mayorías. Y, claro, por la clase media, incluso por muchos de sus integrantes que, en los primeros setenta miraron con simpatía a la "juventud maravillosa", que luego pidió a los gritos un poco de orden, que vivieron las fiestita del "deme dos" en Miami y que, a la vuelta de la esquina repitieron a diestra y siniestra con carita de buena gente "yo te juro que ni sabía lo que estaba pasando". (Cualquier parecido con lo ocurrido con el menemismo y la corrupción, aun sin el mismo nivel de tragedia, no es mera coincidencia). Si usted está dentro de esta categoría, le voy a ser sincero: prefiero que se saque la careta y me diga que sí, que es verdad, que usted fue cómplice de la dictadura –aunque no ejecutor de los delitos de lesa humanidad–, que usted comparte ideológicamente lo sucedido y que, bueno, "alguien tenía que hacer el trabajo sucio y les toco a los militares". Pero no me haga un "progre desentendido" ni un demócrata de Teoría de los Dos Demonios. No le sienta bien.”

O sea, todos somos cómplices de la dictadura, y la clase media más cómplice que nadie. Por lo tanto, como nadie está libre de pecado, nadie puede arrojarle ni una piedra al teniente general Milani.

La dictadura, despojada de carácter político, transformada en un dilema moral, pierde toda carnadura. Si se dice esto de Milani, ¿qué sentido tuvo juzgar a Videla, a Massera, etc., etc.? Si se acepta la argumentación de Brienza, ellos también fueron movidos por las “circunstancias”.  Si todos somos culpables, para qué recargar el peso de la culpa sobre unos pocos.

Nuestro héroe parece percatarse de ello y redacta un párrafo confuso para tratar de salir del paso:

“Ni olvido, ni perdón, ni reconciliación. Simplemente Justicia. Delimitar las responsabilidades y las acciones delictivas de los hombres en el marco de sus circunstancias. Ser certeros a la hora de delimitar las complicidades efectivas tanto civiles como empresariales. Pero sin sobreactuaciones. El Estado debe recomponer el valor de justicia y equilibrio en un país donde era más fácil torturar y asesinar a miles de personas que robarse un sánguche del escritorio de un juez. La impunidad genera anomia en cualquier sociedad humana.

“Sin sobreactuaciones”. No se nos ocurra impugnar los crímenes de un oficial de inteligencia devenido en jefe del Ejército. No se nos ocurra indignarnos porque la ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner, haya sido funcionaria de la dictadura, no se nos ocurra enojarnos porque hubo dirigentes sindicales simpatizantes del kirchnerismo que colaboraron con los servicios de inteligencia durante la dictadura. El cinismo requiere serenidad, no sobreactuación. A tragar sapos, pero con calma.

La “nueva mirada” es, por tanto, una vuelta de tuerca sobre la vieja frase “algo habrán hecho”. La dictadura deja de ser un episodio de la lucha de clases en la Argentina moderna y pasa a transformarse en el “horror”, la “maldad absoluta” y otras zonceras por el estilo. Esto permite no sólo disculpar a Milani, sino perder de vista que la distribución del poder en la sociedad actual deriva de ese hecho histórico fundamental que es la derrota de los trabajadores en 1976. 

Es por eso que hoy tenemos a Hernán Brienza escribiendo editoriales, y no a Rodolfo Walsh.


Congreso, martes 7 de enero de 2014

domingo, 8 de julio de 2012

DE LA CASA AL TRABAJO Y DEL TRABAJO A LA CASA: EL KIRCHNERISMO Y LOS TRABAJADORES


“Y cuando el buey agotado
 todo el trabajo hubo hecho,
aramos dijo el mosquito,
 muy orondo y satisfecho”


Hernán Brienza, editorialista político del diario Tiempo Argentino, nos ofrece en su artículo “Los dilemas de la CGT” una clase de “realismo político”, tal como lo entiende hoy día el “kirchnerismo”. La excusa es la división de la CGT (Confederación General del Trabajo) entre el sector liderado por Hugo Moyano y la pléyade de dirigentes sindicales más o menos acomodados con el gobierno de Cristina Fernández. 

Pido disculpas a los lectores, aunque no me corresponde a mi hacerlo, por el tono presuntuoso que se desprende de las citas de Brienza, pero deben comprender que la “alta política” esbozada por este señor no es materia sencilla para los mortales que sufren la realidad a diario. 

Desde el comienzo, Brienza muestra que sólo se preocupa por las cosas “importantes” y que le preocupa un bledo la situación de los trabajadores. Así procede un verdadero “realista” de la política: 

“Y como no hay mal que por bien no venga, el berrinche de Hugo Moyano de las últimas semana sirve, claro, para detenerse a revisar qué tipo de sindicalismo queremos los trabajadores argentinos y, sobre todo, qué estrategias sindicales, políticas, nacionales, pueden darse a sí mismas, no las agrupaciones de representación minoritarias, sino las formaciones gremiales con vocación mayoritaria.”

¡Clarísimo! Brienza no está para cosas chiquitas, tales como construir pacientemente organizaciones de trabajadores que no transen con la patronal. ¡No!, eso cosa propia de la “paleo-izquierda” (Horacio Verbitsky), que en este siglo XXI sigue pensando que existe la explotación de los trabajadores, y no de los periodistas consustanciados con la “causa nacional y popular” como el señor Brienza. Así que nada de agrupaciones de “representación minoritaria” que no le interesan a nadie. Vamos con las “formaciones gremiales con vocación mayoritaria”. Es cierto que este cuento tiene algunas fallas, tales como el hecho de que las “formaciones gremiales con vocación mayoritaria” se preocupan todo el tiempo por denunciar a los trabajadores que osan enfrentar a las patronales por salarios y demás condiciones laborales. Como los trabajadores saben (los trabajadores de carne y hueso, no los que practican el “realismo político”) los sindicatos están en connivencia con las empresas y recurren a todos los recursos a su alcance (incluyendo la intervención de las simpáticas barras bravas para “persuadir” a los opositores). La CGT puede dividirse y los dirigentes de las “formaciones gremiales con vocación mayoritaria” dedicarse al “rosqueo” sistemático, pero de ninguna manera una “agrupación minoritaria” puede pretender desafiar el régimen de lista única existente en los sindicatos. A este comportamiento “democrático” Brienza lo define como “vocación mayoritaria”.

Apaleados los opositores (¿recuerda Brienza el caso de Mariano Ferreyra, asesinado por las “formaciones gremiales con vocación mayoritaria”?) y establecido el régimen de lista única, el señor Brienza puede dedicarse a… contar los porotos, esto es, a practicar el “realismo político”.

“Ya es tiempo de dejar atrás el debate sobre la equivocación estratégica del líder de la CGT y pensar en los futuros reacomodamientos y, sobre todo, en el rol fundamental que deberán cumplir en los próximos años en el sostén de un modelo económico basado en los sectores productivos.”

Ya estamos en el terreno de la “alta política”. Pero para contrarrestar la tendencia del señor Brienza a volar por las nubes, es conveniente recurrir al testimonio de algunos exponentes de la “paleo izquierda”, con el objeto de poder caracterizar el modelo económico al que deben sostener las “formaciones gremiales con vocación mayoritaria”.

En primer lugar, cedo la palabra a la señora presidenta Cristina Fernández: 

“Yo quiero dirigirme a todos los argentinos para decirles que hay 9 millones de argentinos registrados, tenemos un 32 por ciento que está sin registro, trabajo en negro, más un 7 por ciento de desocupación porque está muy en boga este tema del impuesto a las ganancias, que en realidad más que impuesto a las ganancias es un impuesto a los altos ingresos, que existe en todas partes del mundo. Y yo quiero decirles que de acuerdo con nuestros archivos, a la información que contiene el SIPA, que tiene la AFIP, solamente de esos 9 millones 159 mil el 19 por ciento paga impuesto a las ganancias o a los altos ingresos; el 81 por ciento de los trabajadores no llega a los mínimos no imponibles, estoy hablando de los registrados. Vuelvo a reiterar: tenemos un 32 en negro y un 7 por ciento de desocupados que están cubiertos con la Asignación Universal por Hijo que cubre a 3.800.000 pibes y 1.800.000 familias. Estoy hablando de los que tienen la suerte de tener trabajo, obra social y jubilación asegurada, PAMI, etcétera.” (Palabras de la Presidenta en el lanzamiento de un nuevo plan de créditos para jubilados (ARGENTA), 26 de junio de 2012.)

A continuación, cito el testimonio del periodista Alfredo Zaiat: 

“Los niveles de pobreza siguen siendo significativos, la informalidad laboral alcanza a un tercio de la población y aún persisten importantes bolsones de desigualdad. El déficit habitacional es agudo, un porcentaje de la población no accede a infraestructura básica de servicios esenciales y todavía existen sustanciales brechas educativas según estratos socioeconómicos. El desempleo y el subempleo involucran al 14,5 por ciento de la población económicamente activa, el regresivo Impuesto al Valor Agregado se ubica en un elevado 21 por ciento y las jubilaciones mínimas son insuficientes. Este marco general convive con años donde han avanzando indicadores sociales, económicos y laborales, mejoraron las condiciones materiales de los trabajadores y a la vez se revirtió la tendencia negativa en la distribución del ingreso, ganando posiciones los sectores postergados por décadas. Esto significa que pese a la recomposición de la situación sociolaboral aún se mantienen rasgos estructurales de profunda desigualdad.”( Página/12, 1 de julio de 2012 )

No creo que el señor Brienza se atreva a acusar a Cristina Fernández o a Alfredo Zaiat de partidarios de las agrupaciones de “representación minoritaria”. De modo que tendría que estar anoticiado de que el modelo de acumulación imperante no ofrece solamente rosas a los trabajadores. Pero nada de esto preocupa al señor Brienza. La explotación o la emancipación de los trabajadores son cosas del precámbrico. Ahora la “política realista” pasa porque los trabajadores se dediquen a apuntalar a…los patrones. 

Cedo otra vez la palabra a nuestro “realista”:

Y como telón de fondo, lo verdaderamente importante: el rol importantísimo que deberá cumplir el movimiento obrero organizado como sostén fundamental –porque a juzgar por los resultados mostrados por la siempre flácida burguesía nacional− del modelo productivo nacional. Porque de eso se trata: una vez más, los trabajadores van a ser los únicos responsables de mantener sus propias fuentes de trabajo porque –como algunos ejemplos así lo indican− muchos empresarios van a defeccionar de su rol como clase dirigente en los momentos de crisis.”

¿No será mucho? 

Lejos de cualquier veleidad de “emancipación nacional y social”, Brienza plantea que: a) vivimos en una economía capitalista y que la clase dirigente es la burguesía (los empresarios); b) los trabajadores tienen que dedicarse a trabajar y, a lo sumo, conseguir una mejor posición en la venta de su fuerza de trabajo (mejores salarios), pero sin ofender al patrón. Todo esto era conocido desde la época de los dinosaurios, incluido el antiquísimo lamento sobre la “incapacidad” de la burguesía “nacional”. Sin embargo, el señor Brienza llega al colmo de la desvergüenza (perdón, del “realismo”) cuando sostiene que son los trabajadores quienes tienen que preservar sus fuentes de trabajo. ¿Qué puede significar esto en un contexto de crisis como el actual? Nada más ni nada menos que trabajar sin chistar, aceptando todo lo que proponga la patronal. A esto se reduce la sabiduría política que el señor Brienza predica a los trabajadores.

¿Quedó alguna duda? Nuestro autor se ocupa de despejarla en el siguiente párrafo: 

“El modelo económico –sacudido por la crisis internacional− necesita de un estado –¿y por qué no un Estado?− de compromiso en el cual empresarios y trabajadores moderen sus ambiciones en la puja distributiva. ¿Serán capaces los empresarios argentinos de calmar su voracidad? No, seguramente no. Será el Estado, entonces, el encargado de controlar las ganancias de los capitalistas marcándoles, a través de la presión impositiva –que incluya una reforma progresiva, también− e incentivos particulares y sectoriales, los márgenes de ganancia y de distribución de los excedentes. La CGT deberá ser, entonces, un ariete contra la codicia de los empresarios –industriales y (fundamentalmente) agroexportadores− pero nunca un factor de desestabilización del propio modelo. Y mucho menos llevar adelante medidas de fuerza irracionales que terminen favoreciendo a los sectores empresariales.”

El Estado, que como todos sabemos “nunca ha favorecido a los empresarios” (¡Líbrenos dios de pensar que es un Estado de la clase dominante!), debe regular las relaciones entre empresarios y trabajadores. Esto significa que los empresarios serán reconvenidos a moderar sus ganancias, pero no mucho, no vaya a ser que dejen de invertir. (De paso, hay que decir que esto implica aceptar la vigencia de la explotación de los trabajadores, aunque el “realista” Brienza seguramente piensa que hablar de explotación es absolutamente utópico y ridículo). Esto significa que los trabajadores tienen que aceptar los ofrecimientos de aumentos de salario de la patronal y no exigir una recomposición del salario real. El Estado, en esta relación, tiene que refrendar el hecho de que unos nacen para mandar y otros para laburar. Y aquí termina la cosa. Si hay quejas, seguramente serán motivadas por las “agrupaciones minoritarias”, que, como todos sabemos, no pinchan ni cortan en el mundo laboral. 

Amigo lector: tal vez piense que los dichos de Brienza son un poco increíbles o que exageré deliberadamente la nota. Dejo entonces, para su solaz, esta frase de Brienza que no tiene desperdicio:

“…se sabe, mientras no se invente “Un mundo feliz”, el trabajo es la única herramienta que tiene el laburante para pelearle a la pobreza a la que lo condena el capitalismo, y más precisamente el capitalismo neoliberal.”

O sea que el capitalismo condena a los trabajadores a la miseria…, pero no es “realista” pensar en organizarse para combatirlo. Lo único que puede hacer usted, amigo lector, es trabajar mucho, acostarse temprano y dejar de pensar en tonterías. No en vano nuestro autor invoca la figura de Augusto Timoteo Vandor al momento de referirse a un sindicalismo “realista”.

…Hace mucho tiempo, los trabajadores pensaban que las “únicas herramientas para pelearle a la pobreza” eran la organización y la lucha. Es muy probable que si se hubiera impuesto el “realismo” de los Brienza jamás hubiera habido, por ejemplo, un 17 de octubre de 1945, porque los trabajadores se hubieran dedicado a laburar en vez de marchar sobre Plaza de Mayo. Toda una paradoja del “realismo político”.

Buenos Aires, domingo 8 de julio de 2012

domingo, 9 de octubre de 2011

DE LA OBSECUENCIA COMO HERRAMIENTA DE CONSTRUCCIÓN POLÍTICA: NOTAS A UN EDITORIAL DE HERNÁN BRIENZA

Hernán Brienza (n. 1971) dedicó su nota editorial en TIEMPO ARGENTINO del domingo 8 de octubre (1) a defender un modelo de práctica política caracterizado por la conducción de un Líder y la obediencia de los militantes. Su opinión puede sintetizarse así: el kirchnerismo, conducido por la presidenta Cristina Fernández (n. 1953), representa el "movimiento nacional y popular" enfrentado a la "derecha". Algunos dirigentes sindicales (no da nombres concretos) se oponen a la conducción de Cristina aludiendo a cierto viraje a la "derecha" de la presidenta, plasmado en su acercamiento a los empresarios. Brienza, ni corto ni perezoso, les contesta a estos anónimos sindicalistas: "Pero si la conductora del movimiento nacional y popular Cristina Fernández de Kirchner considera que es tiempo de no apresurar, debería tener el voto de confianza, no sólo de ese más del 50% de la población que está dispuesto a votarla, sino también de las organizaciones sindicales. Regalarle títulos a la prensa hegemónica, intentar esmerilar la relación entre la presidenta y los trabajadores a menos de un mes de las elecciones no parece una política madura por parte de algunos dirigentes obreros." Brienza sostiene que los dirigentes obreros deben ser "leales" a la conducción de Cristina y aceptar sus decisiones, pues la presidenta es la única que tiene el panorama completo del tablero político, mientras que ellos sólo ven una parte del mismo. En fin, tienen que adoptar la lealtad como eje de su práctica política.

Dejemos por un momento en suspenso la discusión acerca de la pretensión de algunos sectores del "kirchnerismo" de estar protagonizando una epopeya política. Considero más pertinente hacer algunas observaciones sobre la cuestión de la "lealtad". Aceptemos por un momento que Cristina Fernández y cia. son la "izquierda" y que se encuentran confrontando con los empresarios para transformar la sociedad en beneficio de los trabajadores. En este contexto imaginario, el planteo de Brienza carece de todo sentido, pues una transformación de tal magnitud requiere de la participación masiva de los trabajadores y demás sectores populares en las decisiones políticas. Una revolución no se hace con lealtad, sino con la incorporación a la política activa de más y más personas, que pasan a intentar decidir su futuro por sí mismas. En este sentido, el planteo de Brienza ("seamos leales al líder") promueve cualquier cosa menos la incorporación a la política activa de los trabajadores y demás sectores populares. Pues, ¿cómo es posible lograr la participación de cada vez más personas en la política si no se asume el "riesgo" de que se multipliquen las demandas de quienes siempre se han limitado a obedecer las órdenes de sus "superiores"?

El planteo de Brienza tiene sentido, en cambio, si se acepta que el "kirchnerismo" representa la consolidación, en el plano político, de un modelo de acumulación capitalista construido en torno a la exportación de productos primarios, la expansión del mercado interno y la vigencia de la legislación laboral de la década de los '90. Este modelo requiere, para su funcionamiento eficaz, que los trabajadores no puedan "poner palos en la rueda". Dicho de otro modo, el modelo requiere de la plena subordinación de los trabajadores al capital. Para ello es necesario el trabajo en negro, la precarización, la prohibición tácita de las comisiones internas, la persecución a los delegados y la connivencia de los sindicatos con los empresarios. Es claro que estas condiciones son difíciles de mantener si los trabajadores y los demás sectores populares comienzan a participar activamente en política. De ahí que el "kirchnerismo" elogie tan calurosamente la incorporación de los "jóvenes" a la política y no diga una palabra acerca de las condiciones políticas imperantes en las fábricas, en las empresas.

La "lealtad" defendida con uñas y dientes por el señor Brienza ante algunos rezongos de los dirigentes sindicales expresa claramente los límites de la "revolución cultural" promovida por el "kirchnerismo". La política tiene que girar en torno al líder. La tarea de los militantes es obedecer. La tarea de los trabajadores es "ir del trabajo a la casa y de la casa al trabajo" (o, dicho de un modo más caro a los milicos, "subordinación y valor"). La vieja obsecuencia vuelve por sus fueros y se convierte en la máxima virtud política.

Mataderos, domingo 8 de octubre de 2011

NOTAS:

(1) El artículo se titula "Lealtad o pirotecnia discursiva" y se encuentra disponible online en el siguiente link: http://tiempo.elargentino.com/notas/lealtad-o-pirotecnia-discursiva

domingo, 17 de abril de 2011

LA PROPIEDAD PRIVADA DE LOS MEDIOS DE PRODUCCIÓN Y EL REALISMO EN POLÍTICA: UN COMENTARIO A UNA NOTA DE HERNÁN BRIENZA

Hernán Brienza, editorialista político del diario TIEMPO ARGENTINO y viejo conocido de este blog, dedicó su nota editorial del día de la fecha al análisis de las repercusiones de la decisión de la ANSES de hacer efectiva su participación en el directorio de las compañías de las que posee una parte del paquete accionario (1). Mi intención no es discutir la cuestión tal como ha sido planteada, y remito al lector a la cantidad de notas periodísticas que han aparecido en estos días referidas al nuevo papel de la ANSES. Demás está decir que resultan divertidas las quejas de los empresarios contra el intervencionismo estatal, habida cuenta de que vastos sectores de la economía argentina (en los que predominan, hasta donde sabemos, los intrépidos empresarios privados) funcionan con un importantísimo componente de subsidios estatales (directos o indirectos). Hasta ahora no tenemos noticias de que esos subsidios hayan sido devueltos por los adalides del empresariado competitivo y emprendedor. Hablando en criollo, el motor de los empresarios es la ganancia, y no tiene importancia si la misma se ve apuntalada por el Estado o es fruto de la "dedicación" del empresario. Billetes son billetes, dice nuestro simpático empresariado.


Prefiero dedicar estas líneas al comentario de un tema que plantea el señor Brienza en su artículo. Con la sinceridad que lo caracteriza (y que volvemos a elogiar aquí), plantea la que a nuestro juicio es la cuestión fundamental en discusión: la propiedad privada de los medios de producción. Cito a Brienza: "la cuestión de fondo es descubrir y debatir la naturaleza y el rol de las propias empresas (...) uno de los listones más altos en la batalla cultural e ideológica que deben dar aquellos militantes, cuadros y teóricos del movimiento nacional es cuestionar, justamente, la concepción del corazón del sistema capitalista: la propiedad privada de los medios de producción." (El resaltado es mío). Brienza plantea el problema de manera irreprochable. Las empresas no son un mero emprendimiento individual o una organización técnica de la producción; por el contrario, constituyen el eje de la sociedad capitalista, en tanto y en cuanto el proceso de producción genera los bienes y servicios que permiten la reproducción de la sociedad. Sin producción no dispondríamos de tiempo para dedicarnos a la militancia nacional y popular o para mirar los partidos del domingo. Es, por tanto, un hecho central y la propiedad privada constituye el núcleo de dicho hecho, pues quienes poseen la propiedad de los medios de producción tienen el poder para decidir qué, cómo, quién y en qué cantidad se va a producir. En otras palabras, quien tiene la propiedad decide las cuestiones primordiales para la reproducción de la sociedad.


Brienza, con realismo, entiende que "la batalla cultural e ideológica" a la que tantas veces hacen referencia los "kirchneristas" tiene sentido (o llega a su conclusión lógica) en la medida en que pueda llegar a cuestionar la propiedad de los medios de producción. En este sentido, cabe decir que se mueve en un terreno común a los movimientos revolucionarios de los siglos XIX y XX, que comprendieron que la sociedad sólo podía ser modificada radicalmente si se tocaban las bases del poder capitalista (la propiedad de los señores empresarios). En este punto coincidimos con Brienza en que este tiene que ser el eje de la discusión fundamental, y que uno no puede hacerse el distraido en este tema, pues la propiedad de los señores empresarios es el elemento principal para explicar de qué manera viven los trabajadores y los demás sectores populares. En otros términos, si decimos propiedad privada decimos shoppings elegantes y escuelas derruídas, si decimos propiedad privada decimos barrios privados y villas miserias, si decimos propiedad privada decimos sanatorios de lujo y hospitales públicos miserables. La propiedad privada de los medios de producción no es un tema académico, sino que hace a la vida cotidiana de las personas que habitan este bendito país y que han tenido la desgracia de no integrar el grupo selecto de los señores empresarios.


Pero el amigo Brienza nos deja con las ganas. Luego de afirmar que la propiedad privada de los medios de producción es uno de los "listones más altos" de la batalla ideológica y cultural emprendida por el "kirchnerismo, retrocede, admitiendo explícitamente que la propiedad sigue siendo una cuestión imposible de cuestionar para lo que ha dado en llamarse pensamiento "nacional y popular". En sus palabras, "Quizás ya no sean estos los tiempos del marxismo que siempre bregó por la apropiación por parte del proletariado de esos medios." El "quizás" de Brienza no tiene desperdicio. Hay que insistir que fue él (y no los marxistas paleolíticos) quien reconoció unas líneas atrás la importancia fundamental de la propiedad privada de los medios de producción. Para sacarse de encima una carga pesada, opta por ese "quizás" para salir del paso. En rigor, no se trata de que haya sido refutada la idea de que la propiedad privada de los medios de producción sea un tema central en la determinación del carácter que asume la sociedad capitalista. Si alguien piensa esto, lo invitamos a que intente convencer a los señores empresarios de ceder su propiedad en beneficio de la comunidad. Estos señores nos contestarán cortandonos el brazo con un instrumento filoso. El "quizás" esconde las terribles derrotas sufridas por el movimiento obrero en el mundo en general y en Argentina en particular desde los años '70. Brienza tendría que haber sido consecuente en su sinceridad y decir: "No podemos cuestionar la propiedad privada de los medios de producción porque seremos derrotados por los capitalistas. La propiedad privada es intocable." Este es el pensamiento que se esconde detrás de su curiosa frase, y sería deseable que fuera explicitado, en vez de jugar a la escondida detrás de la "revolución cultural". Para completar su retroceso, nuestro autor recurre a un viejo caballito de batalla del peronismo: "Pero sí es tiempo de poder discutir los usos sociales de la propiedad privada. Y, sobre todo, la posibilidad de traccionar políticamente para que el capitalismo tenga un mayor contenido social." (El resaltado es mío). Luego de empezar planteando la cuestión con realismo, Brienza desbarranca en la vieja (como la injusticia) utopía del "carácter social del capitalismo". Para decirlo de manera directa: el capitalismo YA tiene contenido social. TODA NUESTRA ORGANIZACIÓN SOCIAL ES CAPITALISTA. LOS EMPRESARIOS SE MUEVEN BUSCANDO INCREMENTAR SUS GANANCIAS Y LES IMPORTA UN BLEDO LA COMUNIDAD, SALVO EN LA MEDIDA EN QUE LA MISMA ACTÚE COMO COMPRADORA DE SUS MERCANCÍAS. Esto es así en la realidad, nos guste o no. Lo sabe cualquier trabajador que se encontró en trance de pedirle un aumento al patrón. ¿Por qué seguir insistiendo con viejas utopías y no abocarse a lo real para transformarlo? La respuesta es sencilla, Brienza se parece aun equipo que entra a la cancha sabiéndose derrotado y, como consecuencia, se lleva a la casa una goleada histórica.


En política hay que saber construir un equilibrio entre los deseos y la realidad. Si uno se recuesta en los deseos, se corre el riesgo de llegar a pensar que los señores empresarios, guiados por un Estado sensible a las necesidades populares, van a dejar de lado su afán de ganancias y que van a a contribuir generosamente al bienestar común. Esto es una utopía de la peor especie. Tan sólo imaginemos a Franco Macri puesto en esta situación. El capitalismo, y esto se demuestra todos los días en la calle, engendra explotación y desigualdad, nos guste o no. Todos los intentos por regularlo, por "humanizarlo", han terminado por engendrar más desigualdad y más explotación. A los amigos del pensamiento "nacional y popular" les vendría bien refrescar el recuerdo de las experiencias de Perón en 1946-1955 y del mismo Perón en 1973-1974. Los trabajadores y los sectores populares necesitan del realismo en política, para entonces poder pedir "lo imposible". Para utopías al estilo Brienza, tenemos la televisión.


Buenos Aires, domingo 17 de abril de 2011



NOTAS:


(1) La nota se titula "Techint y la pregunta de los millones" y fue publicada en TIEMPO ARGENTINO, 17 de abril de 2011. Disponible en formato electrónico en: http://tiempo.elargentino.com/notas/techint-y-pregunta-de-los-millones

domingo, 13 de marzo de 2011

APUNTES SOBRE EL PENSAMIENTO "NACIONAL Y POPULAR" EN LOS TIEMPOS DEL KIRCHNERISMO (TERCERA PARTE)


La nota editorial de Brienza subestima los logros del "kirchnerismo". Si tomáramos al pie de la letra lo escrito en su artículo, los gobiernos de Néstor Kichner y Cristina Fernández se habrían limitado a promover la movilidad social y a generar una capa de "empresarios amigos" de la presidencia. El "kirchnerismo" es mucho más que eso, pues representa una reconversión del capitalismo en Argentina luego de la crisis del neoliberalismo y de la Convertibilidad en 2001, y exige, por tanto, un tratamiento mucho más atento que el que da muestras nuestro amigo del campo "nacional y popular". Ahora bien, cabe preguntarse cuáles son las razones por las que el señor Brienza, editorialista del diario principal del "kirchnerismo", privilegia estos temas.

Aquí me veo obligado a volver al comienzo de esta nota. El pensamiento "nacional y popular" se ha vuelto a poner de moda, entre otras cosas, porque la implosión del neoliberalismo en 2001 dejó sin apoyatura ideológica a la burguesía argentina. La reconversión de la estructura capitalista de nuestro país requería de una nueva matriz ideológica, y lo "nacional y popular" estaba a mano y era accesible a los cuadros del peronismo, partido que llevó adelante la tarea de reestructurar el capitalismo argentino en la primera década del siglo XXI, así como también lo había hecho en la década de los '90. No es este el lugar para analizar las causas de la versatilidad ideológica del peronismo, basta con constatar el hecho de que sus cuadros retomaron la matriz "nacional y popular" con la misma relativa facilidad con que adhirieron a los preceptos del neoliberalismo.

Brienza retoma, por tanto, los temas centrales del pensamiento "nacional y popular". En un sentido, parece que hubiéramos vuelto a retomar el debate tal como éste se plasmó en la década del '60. Sin embargo, la destrucción de las bases económicas y sociales del peronismo del período 11945-1976 por la dictadura militar de Videla y Cia, y la influencia posterior de la década menemista, dejaron huellas profundas que aparecen a cada momento en el "nuevo pensamiento nacional y popular". Como ha sucedido con tantos movimientos artísticos, los temas del viejo pensamiento de los '60 se repiten una y otra vez, pero deformados, desfigurados, con su vigor inicial reducido a mero formulismo. Volvamos otra vez al texto de Brienza para tratar de aclarar esta afirmación.

John William Cooke (1920-1968) escribió, en su obra Peronismo y revolución, que "el peronismo sigue siendo el hecho maldito de la política argentina: su cohesión y empuje es el de las clases que tienden a la destrucción del statu quo." En otras palabras, el peronismo era "subversivo" porque representaba a la clase trabajadora, cuyo interés primordial era la destrucción de un régimen social basado en la propiedad privada de los medios de producción (y, por supuesto, en el desarrollo consecuente de la lucha antiimperialista). Se puede estar de acuerdo o no con Cooke, pero no puede negar que su definición del carácter "subversivo" del peronismo era clara. Casi medio siglo después, Brienza retoma la definición de Cooke, pero le da un contenido totalmente distinto. El peronismo sigue siendo un hecho "subversivo en esta sociedad". Pero esta "subversión" se ha visto transformada en la promoción de "una desprolija movilidad social" y en la "construcción de un capitalismo de «empresarios amigos». El pintor sigue usando los mismos colores, pero el cuadro que está pintando es muy diferente...

Se me podrá objetar que las situaciones políticas son muy diferentes a las de los '60 y '70, y que el "nuevo pensamiento nacional y popular" ha debido adaptarse a un nuevo contexto. Esto es muy cierto. Pero el problema radica en que Brienza no dice esto, no hace un análisis pormenorizado de la correlación de fuerzas en la sociedad argentina (un buen diagnóstico es siempre la base de una buena acción política). Por el contrario, prefiere arrancar con el "estamos ganando" y afirmar así que es "subversivo" todo aquello que tiene que ver con las condiciones de una sociedad capitalista en su fase expansiva. De este modo se asegura no entrar en confrontación con los empresarios, quienes pueden seguir explotando a sus trabajadores con la convicción de que están protagonizando un inmenso cambio cultural.

En 1973 el general Juan Domingo Perón (1895-1974) fue elegido por tercera vez presidente del país. Su proyecto económico giraba en torno al llamado Pacto Social, una alianza entre empresarios y trabajadores concebida con el objetivo de asegurar tanto el crecimiento económico como la redistribución de la riqueza. Para lograr ese propósito, Perón apeló a una parte del empresariado, representado por la CGE (Confederación General Económica), cuyo máximo dirigente era José Ber Gelbard (), ministro de Economía del tercer gobierno peronista. Para Perón la CGE era la encarnación de la burguesía nacional, cuyos intereses, antagónicos con el imperialismo y las grandes corporaciones multinacionales, iban de la mano con la creación de un modelo de capitalismo nacional. La historia mostró, en todo caso, la enorme debilidad de la supuesta burguesía nacional, y su escasa predisposición a marchar codo a codo con los trabajadores. Pero nadie puede achacarle falta de claridad a la política económica de Perón y Gelbard. 38 años después, Brienza retoma el viejo tema de la burguesía nacional. Pero la nueva versión es particularmente insulsa. El capitalismo de "empresarios amigos" (hay que agradecerle a Brienza por la franqueza) no es otra cosa que la aceptación incondicional de las reglas de juego del capitalismo.

El peronismo de las décadas del '50 y del '60, y el de la tercera presidencia de Perón, tuvo por meta una mejor distribución de la riqueza, cuyo punto ideal fue la concreción de un 50-50 (50% de los ingresos para los empresarios, 50% para los trabajadores). Era, por cierto, un ideal reformista y se basaba en el supuesto de que era posible lograr la armonía entre empresarios y trabajadores (la "comunidad organizada", diría el general). Pero implicaba la adopción de medidas concretas de redistribución y representaba un fortalecimiento de la posición de los trabajadores. En el fondo, partía del reconocimiento de las diferencias entre empresarios y trabajadores, en tanto las dos clases fundamentales de la sociedad capitalista. En el artículo de Brienza, el tema de la redistribución se ha transformado en el de la "desprolija movilidad social". Para no repetir lo ya dicho, basta con indicar que esto no es otra cosa que el capitalismo. Inclusive, y esto es a mi juicio un exabrupto de Brienza, centrarse en la movilidad social empequeñece el papel del Estado (tan enaltecido por los políticos e intelectuales "kirchneristas"), pues la movilidad social obedece, en principio, a la naturaleza misma de la sociedad capitalista.

En definitiva, Brienza plantea, tal vez sin proponérselo, una revisión de algunos de los puntos centrales del pensamiento "nacional y popular". No se trata, por cierto, de una reformulación definitiva ni aceptada por todos los intelectuales y publicistas "kirchneristas". Brienza ha escrito, con franqueza inusitada, un artículo editorial en el principal diario "kirchnerista", nada más y nada menos. Pero su planteo toma nota de un clima cultural, y resulta representativo en ese sentido. Parafraseando el epígrafe de estos comentarios, "hay que empezar por contar las piedras" para poder comprender la naturaleza de los cambios experimentados por la sociedad argentina en la primera década del siglo XXI. Sólo de ese modo podemos aspirar a ser verdaderamente "subversivos".

Mataderos, domingo 13 de marzo de 2011

viernes, 11 de marzo de 2011

APUNTES SOBRE EL PENSAMIENTO "NACIONAL Y POPULAR" EN LOS TIEMPOS DEL KIRCHNERISMO (SEGUNDA PARTE)


Ahora bien, ¿en qué consiste la transformación llevada a cabo por el peronismo? Brienza la describe así: "El peronismo es la forma plebeya que ha encontrado la Argentina para democratizarse. Por eso está vivo. Porque sus militantes, sus cuadros, sus dirigentes tienen hambre, tienen ganas. Desean. (...) En el peronismo todavía hay 'negros muertos de hambre'. Por eso están todo el tiempo conspirando, sucediéndose, peleando y reproduciéndose. Allí encuentra este movimiento. todavía, su valor subversivo en esta sociedad.". Dejando de lado la curiosa afirmación de que sólo los militantes peronistas tienen "hambre y ganas" (a Brienza le vendría bien recorrer algún centro cultural barrial, algún bachillerato popular, alguna agrupación barrial o darse una vuelta por un local de la izquierda "paleolítica" para expandir su visión de la realidad), que resulta todavía más curiosa si se tiene en cuenta que el peronismo ha sido el partido gobernante a lo largo de la última década y que, por tanto, sus militantes han tenido "hambre"...de cargos gubernamentales que estaban al alcance de la mano. Otra vez Brienza nos ofrece, sin querer, una pintoresca muestra de pensamiento elitista, al postular que sólo el peronismo posee el "deseo" y tiene la cualidad de "ser viviente" en política. También pasa por alto el hecho paradójico de que el "deseo" del peronismo encarnó en la década del '90 en el proyecto menemista, detrás del cual se encolumnó el grueso del actual partido gobernante. Todo esto es algo a lo que los intelectuales de la izquierda "híperracionalista" no podremos acceder jamás, habida cuenta de que Brienza nos ha despojado de la capacidad de desear.

Es mejor pasar a la caracterización que hace nuestra autor de la transformación implementada por el "kirchnerismo". Hay que comenzar diciendo que, más allá de sus alusiones a la "democratización", a la "redistribución de la riqueza", los logros apuntado por Brienza son bastante modestos, sobre todo si se tiene en cuenta que afirma que "el hecho de que una muchacha estudiante de Derecho de La Plata sea presidenta de la Nación y, además, ose plantarse de frente a las viejas élites, y decirles que el Estado no responde a las viejas corporaciones, es un hecho subversivo de un alcance inmenso. Significa que en la Argentina todo sigue siendo posible". Grandes expectativas requieren grandes realizaciones, pues de lo contrario se corre el riesgo de quedar un tanto descolocado. ¿Qué realizaciones adjudica Brienza al "kirchnerismo"?

En concreto, Brienza enumera dos grandes logros: a) "ha logrado cierta movilidad social en todos los terrenos"; b) "la construcción de un capitalismo de empresarios amigos que [reemplaza] a los amigos de los 'capitalismos ya construidos'". Vayamos despacio. Respecto al primero de estos "logros" hay que decir lo siguiente. En una sociedad capitalista (capitalismo es una palabra de la que nuestra autor se cuida mucho de utilizar), no existen posiciones sociales inmóviles, que perduren por los siglos de los siglos. Mientras que en el feudalismo los hijos y nietos de un noble siguían siendo nobles por el mero hecho de ser sus descendientes legítimamente reconocidos, en el capitalismo los hijos de Mauricio Macri pueden caer en la pobreza (aunque esto sea altamente improbable) si su padre maneja su fortuna particular con el mismo talento que demuestra en política. Esto es así no porque el capitalismo es una sociedad democrática (esto es otro asunto) , sino porque se trata de una forma de organización social en la que el poder reside en las cosas (cuya expresión más acabada es el dinero) y no en las personas. En Argentina que, repito, es una sociedad capitalista, existe movilidad social pues, de lo contrario, tendríamos otro tipo de organización social.

Llegado a este punto, corresponde preguntarse por el sentido que da Brienza a su afirmación. No puede ser una mera constatación del hecho de la existencia de la movilidad social, debido a que esto impediría diferencial al "kirchnerismo" del menemismo, del alfonsinismo o aún de la dictadura militar, pues en todas estas épocas hubo movilidad social. Este no puede ser el camino. Pero tal vez Brienza quiso decir que durante el gobierno de Cristina Fernández la movilidad social aumentó, es decir, que una número mayor de trabajadores se está convirtiendo en empresarios. Sin embargo, no aporta ningún dato estadístico al respecto.

Cabe la posibilidad que estemos enfocando mal la cuestión. Brienza no plantea las cosas tan a la tremenda. Él simplemente dice que el "kirchnerismo" ha logrado cierta movilidad social en todos los "terrenos". ¿Cuáles son estos terrenos? Aparentemente se refiere a los terrenos moral, económico, político y cultural: "En nuestro país (...) hay una desprolija movilidad social que pone los pelos de punta a todos aquellos que se creen parte de una aristocracia moral, económica, política y cultural, por ejemplo." La "subversión" llevada a cabo por el peronismo se reduce a decir en forma rebuscada y confusa algo que ya había sido dicho hace más de 160 años. En el Manifiesto Comunista (una lectura que supongo que Brienza considera anticuada), Marx y Engels, que hasta donde sabemos no eran "kirchneristas", habían afirmado que en el capitalismo todo lo sólido se desvanece en el aire. Pongamos las cosas en su sitio. En Argentina hubo un crecimiento económico fenomenal a partir de 2003. Dado que no se produjo una revolución ni nada parecido, ese crecimiento tuvo un carácter capitalista (que inclusive aprovechó la legislación laboral menemista de los '90). El capitalisno significa explotación, y esto ha sido particularmente evidente en el caso de los trabajadores rurales, los textiles, los tercerizados, etc. Sin embargo, una economía capitalista en auge genera posibilidades de enriquecimiento y de ascenso social. Esto es evidente, pero resulta oscuro para autores que han quedado deslumbrados por las invocaciones a lo "nacional y popular", y que han dejado la reflexión en manos de los "híperracionalistas". A esto se reduce la movilidad social a la que alude Brienza.

El otro gran logro del "kirchnerismo", siempre según Brienza, consiste en la construcción de un capitalismo de "amigos de los 'capitalismos ya construidos'". Brienza sostiene que esto es otra expresión de la "cierta movilidad social" a la que hicimos referencia en los párrafos anteriores. Para evitar repetir lo ya escrito, hay que decir que una economía capitalista en crecimiento como es la argentina desde 2003 (y en la que se han modificado las pautas del modelo de acumulación imperante en la década del '90) supone, entre otras cosas, la aparición de nuevos capitalistas, que pueden llegar a constituir o no nuevas fracciones de la clase dominante. Así planteadas las cosas, resulta difícil comprender el porqué deberíamos preferir estos capitalistas a los anteriores (que, por otra parte, tampoco desaparecieron), pues estos nuevos empresarios son amigos del gobierno "nacional y popular", pero no son tan "amigos" de los trabajadores que trabajan en sus empresas. Creo que la expresión que emplea Brienza es particularmente desafortunada, y que expresa mal una idea que forma parte de las tesis centrales del pensamiento "nacional y popular", esto es, la tesis de la burguesía nacional.

Brienza plantea que el carácter subversivo del "kirchnerismo" radica en que en la Argentina "todo sigue siendo posible". Como ya hemos tenido oportunidad de ver, ese "todo se encuentra limitado por la existencia del capitalismo. No podemos ir más allá. La "subversión" que nos propone Brienza está muy lejos del "combatiendo al capital", y puede conciliarse perfectamente con las compras en el shopping. Es el mismo Brienza quien, refiriéndose a la situación del periodismo, aclara el carácter de la nueva "subversión": "...en el periodismo (...) nadie quiere que desaparezcan o sean reemplazados los miembros de la élite que ocupan espacios de poder desde hace varios paradigmas. Se trata simplemente de que, además de aquellos empresarios de medios hegemónicos, cuyo valor principal es el de haber heredado las empresas de sus antepasados, exista la posibilidad de que gente como Roberto Caballero, hijo de un carpintero de Villa Celina, también tenga el derecho de ser director de un diario. Eso es subversivo en sí mismo. Y el Estado debería garantizar esa posibilidad ofreciendo una pauta oficial que asegure un tratamiento desigual hacia los desiguales. Porque esa es la verdadera igualdad. Lo otro es, sencillamente, apego a los privilegios heredados por parte de los anticuarios." Para nuestro autor el hecho "subversivo en sí mismo" es... el reconocimiento del carácter natural y eterno del capitalismo. Nada más.

Mataderos, viernes 11 de marzo de 2011

domingo, 6 de marzo de 2011

APUNTES SOBRE EL PENSAMIENTO "NACIONAL Y POPULAR" EN LOS TIEMPOS DEL KIRCHNERISMO (PRIMERA PARTE)

"Sistema, poeta, sistema.
Empieza por contar las piedras,
que luego contarás las estrellas."
León Felipe (1894-1968)


Lo “nacional y popular” ha vuelto a estar de moda. A medida que se aceleran los tiempos de la campaña electoral para las elecciones presidenciales de este año, los candidatos se ven obligados, en muchos casos con verdadero disgusto, a poner en palabras sus posiciones políticas. No es nuestra intención referirnos aquí a los balbuceos de la autodenominada “oposición”, pues sólo el alma de un santo varón puede pretender encontrar un discurso elaborado en los Cobos, los Duhalde, los Macri. Sus convicciones se conocen a través de sus exabruptos y no de sus discursos de campaña; en sí mismo, esto demuestra su orfandad teórica y su impotencia frente al “kirchnerismo”, que hoy ofrece garantías de seguridad a las clases dominantes en una medida que ninguno de los monigotes “opositores” puede garantizar. En verdad, su “presencia” resulta funcional al “kirchnerismo”, que de esa manera puede plantear una campaña electoral en términos de confrontación entre dos modelos de país.


El “kirchnerismo”, encarnado en la figura de Cristina Fernández (n. 1953), constituye, pues, el eje en torno al cual gira el debate político en esta campaña electoral. Mejor dicho, es el “kirchnerismo” quien plantea los temas de los debates, y los “opositores” se ven obligados a seguirlo, mostrando a cada momento su desnudez conceptual. Por lo tanto, el renacimiento de lo “nacional y popular” es fogoneado por el oficialismo, que encuentra en las concepciones que genéricamente pueden agruparse bajo esa denominación el paraguas ideológico que justifica su programa político. Esta es la razón por la que he decidido dedicar varias notas a la crítica de algunos de los aspectos centrales de la corriente de pensamiento “nacional y popular”.

Para empezar, quisiera poner en discusión algunas tesis sobre el peronismo, tal como son planteadas por Hernán Brienza (n. 1971) en su nota editorial “Pareto y el miedo de los anticuarios”, publicada en TIEMPO ARGENTINO el domingo 6 de marzo de 2011 (1). Como ya señalé en otra ocasión, Brienza se caracteriza por la franqueza en que expone sus concepciones, lo cual facilita el análisis. No voy a encarar un examen exhaustivo de las cuestiones tratadas en la mencionada nota editorial; dejaré de lado las referencias a Vilfredo Pareto (1848-1923) y a la cuestión del periodismo, para concentrarme en la caracterización del peronismo (2).

Brienza sostiene que ni el "liberal conservadurismo" ni "la izquierda marx(c)iana" permiten lograr la democratización de la sociedad argentina y la redistribución de la riqueza. Según su opinión, estas tareas sólo pueden ser realizadas por el peronismo. Para comprender las supuestas virtudes de este último es preciso empezar por examinar las falencias de los liberales y de los izquierdistas. Ya en la misma forma que adopta su análisis se encuentra una valiosa pista para entender las limitaciones de la política "kirchnerista"; así, el grueso de la nota editorial está dedicada a la refutación de la teoría de las élites desarrollada por el mencionado Pareto y por Gaetano Mosca, mientras que para los izquierdistas reserva un repertorio de chicanas (3), sin entrar a analizar sus concepciones. La diferencia en el tratamiento de uno y otro resulta interesante, pues saca a la luz la renuencia de los teóricos y publicistas del campo "nacional y popular" a discutir los rasgos concretos de una sociedad capitalista. Más adelante intentaré aclarar las razones de esta actitud.

Brienza describe así la teoría de las élites: "Para la teoría de las élites, la sociedad se divide en un grupo restringido gobernante ('clase superior' o 'aristocracia') y una masa de gobernados. (...) Pareto (...) escribió que 'la historia es el teatro de una continua lucha entre una aristocracia y otra'. (...) pensada en esa clave (la sociedad integrada por superiores e inferiores, y la historia como sucesión de élites que pelean apenas por su instalación sectorial) la humanidad no tiene posibilidad de progreso. Es una visión híperrealista (...) en la que no tiene sentido intentar transformar la sociedad porque lo único que se logra es el 'limo de una nueva burocracia', como diría Franz Kafka. Pensar la historia desde Pareto es ingresar en un laberinto conservador que impide o desdeña gran parte de la evolución progresista que ha tenido la humanidad." No es este el lugar para discutir la exactitud de esta caracterización. Basta indicar que Brienza, a pesar de que afirma expresamente su convicción de que la concepción de Gaetano Mosca (1858-1941) y Pareto es "equivocada", no termina de salir de los marcos conceptuales de la teoría de las élites. Esto se debe a que Brienza deja de lado la cuestión de las clases sociales. Veamos este punto con atención.

Frente a la teoría de las élites, Brienza afirma la posibilidad de que una nueva élite se apoye en los "sectores postergados" para acceder al poder y democratizar a la sociedad: "...a veces, en democracia, se produce el milagro de que la élite gobernante no es la misma que la económica, cultural, sindical, entre tantas otras. (...) Las nuevas élites - por el sistema de alianzas que realizan con los sectores postergados para acceder al poder en cada uno de sus rubros (económico, empresarial, territorial, político, cultural) tienen un rol profundamente democratizador de las sociedades en las que emergen: horizontalizan, descentralizan, desmonopolizan. Allí obtienen su fuerza transformadora." Los pasajes citados no tienen desperdicio, pues expresan con claridad algunos de los elementos fundamentales del pensamiento "nacional y popular":

1) La sociedad capitalista, en tanto forma social caracterizada por la propiedad privada de los medios de producción y los antagonismos consiguientes entre clases y sectores sociales, se ha esfumado. Si el capitalismo es lo central, y si principal en el capitalismo es el conflicto irreductible entre empresarios y trabajadores, es muy difícil pensar la factibillidad de una alianza entre la "nueva élite" y los "sectores postergados", en la que ambos polos salgan contentos y felices. Omitir el capitalismo significa dejar de lado la explotación y la desigualdad como rasgos constitutivos de nuestra sociedad. Así, queda preparado el terreno para la alianza de clases (aunque este último concepto - las clases sociales - no resulte simpático a los "nacionales y populares").

2) El capitalismo deja paso a la "democracia", forma social en la que existe una pluralidad de poderes (económico, empresarial, territorial, político, cultural). De ese modo, se pierde la importancia de la explotación en el lugar de trabajo como una fuente de poder y de desigualdad política. Como no hay capitalismo, no existe ningún centro de poder, ninguna relación social que marque el tono a las demás. Como en Cambalache, "todo es igual, nada es mejor". Lo curioso del caso es que esto significa una desvalorización de aquello que hacen las mayorías populares la mayor parte de sus vidas, es decir, trabajar. El tlrabajo, en tanto lugar de explotación y creación de poder político, se pierde de vista entre la multiplicidad de poderes existentes. De manera paradójica, los defensores de lo "nacional y popular" adoptan una actitud elitista frente al trabajo de los sectores populares.

3) Como en las democracias el poder se encuentra dividido, las nuevas élites pueden establecer alianzas con los "sectores postergados" (Brienza se ha propuesto rechazar férreamente el concepto de clase) y democratizar así las sociedades. Nada se dice acerca del proceso de estas nuevas élites, pues ello implicaría tener que realizar un análisis concreto. Las nuevas élites aparecen, democratizan y punto. Pretender saber más equivale, probablemente, a convertirse en un izquierdista "híperracionalista", y eso no va con lo "nacional y popular", que parece preferir los "sentimientos". Otra vez se observa la paradoja de que los partidarios de lo "nacional y popular" adoptan una posición aristocrática frente a los sectores populares, a los que consideran capaces de sentir pero no de formular (y de exigir) argumentos racionales.

Mataderos, martes 8 de marzo de 2011


NOTAS:


(2) Esta es la postura del mismo Brienza: "La cita de Pareto es muy estimulante. Pero no quiero aplicarla al egocéntricoy aburridísimo, a esta altura, tema del periodismo. Quiero aplicar a Mosca y a Pareto a la cuestión política de fondo."

(3) Brienza califica de "parafernalia discursiva" y de "discursos híperracionalistas e híperverdaderos" a las posiciones de los izquierdistas.