Vistas de página en total

Mostrando entradas con la etiqueta FILOSOFÍA DE LA ILUSTRACION. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta FILOSOFÍA DE LA ILUSTRACION. Mostrar todas las entradas

domingo, 22 de diciembre de 2024

KANT, ¿QUÉ ES LA ILUSTRACIÓN? (1784): FICHA DE LECTURA

 

 


Ariel Mayo (ISP J. V. González / UNSAM)

 

“Nada está más allá del poder del pensamiento,

salvo lo que implica contradicción absoluta.”

David Hume (1711-1776)

 

Leer los clásicos es un viaje al futuro. El filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) no es la excepción a esta regla. Su intento de definir los alcances de la Ilustración, ese vasto movimiento filosófico y cultural que se desarrolló en el siglo XVIII, nos interpela directamente a quienes vivimos en el siglo XXI. Esa interpelación es tanto más fuerte debido a que la razón se ha vuelto exclusivamente instrumental[1] o es negada en aras de los sentimientos (que operan como herramientas para asegurar la dominación de quienes se sirven de dicha razón instrumental). En pocas palabras, en la actualidad la razón ha sido “cancelada” en tanto vía para lograr la emancipación humana (mejor dicho, la idea misma de “emancipación humana” ha sido borrada del horizonte intelectual de nuestra época). De ahí que volver al viejo Kant, quien reivindicaba el papel emancipador de la razón, resulte una manera de conectarnos con nuestro presente y con nuestro futuro.

El texto elegido es el famoso artículo Beantwortung der Frage: Was ist Aufklärung? [Contestación a la pregunta ¿Qué es la Ilustración?], publicado originalmente en la revista Berlinische Monatsschrift [Berlín, Prusia] en diciembre de 1784.

El artículo de Kant puede dividirse en tres partes: 1) la definición del concepto de Ilustración; 2) la distinción entre uso público y uso privado de la razón; 3) la evaluación de las posibilidades de desarrollo futuro de la Ilustración.

Dado que se trata de una ficha de lectura, se ha optado por seguir la estructura del artículo, agregando comentarios y notas cuando nos ha parecido pertinente. Los comentarios se hallan encuadrados entre corchetes [].

Referencia bibliográfica:

Kant, I. (2013). Contestación a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? En ¿Qué es la Ilustración? y otros escritos de ética, política y filosofía de la historia (pp. 85-98). Madrid, España: Alianza. Traducción de Roberto R. Aramayo.

La sigla AK significa Edición de la Academia: Escritos completos de Kant; los números romanos remiten al número de tomo y los arábigos al de la página. Ejemplo: AK, VIII, 35 significa Escritos completos de Kant, tomo VIII, pág. 35. Además, se ha incluido el número de página correspondiente a la traducción de Roberto R. Aramayo.


¿Qué hay que entender por Ilustración?

El punto de partida kantiano es la definición de Ilustración: “significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo” (AK, VIII, 35; pág. 87).

Kant entiende por minoría de edad la “incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado por algún otro.” AK, VIII, 35; pág. 87). Las causas de esta incapacidad son “pereza y cobardía” (AK, VIII, 35; pág. 87). Se trata de una situación cómoda, pues “no me hace falta pensar, siempre que pueda pagar; otros asumirán por mí tan engorrosa tarea” (AK, VIII, 35; pág. 88). Quienes se encargan de tutelar a los seres humanos no están interesados en que ellos salgan de esa tutela, pues dichos tutores se benefician con ella. Para ello utilizan: “Reglamentos y fórmulas, instrumentos mecánicos de un uso racional - o más bien abuso - de sus dotes naturales, constituyen los grilletes de una permanente minoría de edad.” (AK, VIII, 36; pág. 88)

¿Por qué afirma que uno mismo es responsable? Porque la causa de la falta de entendimiento es la “falta de resolución y valor para servirse del “suyo propio [del propio entendimiento] sin la guía de algún otro” (AK, VIII, 35; pág. 87).

[Hay que apuntar dos cosas: a) la noción de “minoría de edad” cobra especial relevancia en estas primeras décadas del siglo XXI, en las que se ha decretado la muerte de la Ilustración a manos del posmodernismo. En la actualidad, pocas personas quieren pensar por sí mismas, en buena medida porque están convencidas de que ello sólo trae angustia y frustración. Derrotadas de antemano, se sumergen en ese Leteo perverso que es el sistema conformado por los medios de comunicación y las redes sociales; b) la propuesta kantiana naufraga en el hecho de que considera que sólo puede llegarse a la Ilustración mediante esfuerzos individuales y no por medio de un movimiento colectivo. En este sentido, el énfasis kantiano en la individual deja de lado la preocupación por la modificación de las condiciones materiales de vida, algo que necesariamente debe acompañar al esfuerzo por pensar por sí mismo. ]

Kant propone la consigna Sapere aude[2], es decir: “ten valor para servirte de tu propio entendimiento” (AK, VIII, pág. 87), como lema de la Ilustración. Ahora bien, para que el público se ilustra es preciso que se le conceda libertad. Pero los prejuicios difundidos por los tutores hacen que el público se oponga a quienes piensan por sí mismos[3]; por esto, las personas sólo pueden acceder lentamente a la Ilustración.

Kant considera que una revolución no servirá a los fines de la Ilustración, pues:

“Mediante una revolución acaso se logre derrocar un despotismo personal y la opresión generada por la codicia o la ambición, pero nunca logrará establecer una auténtica reforma del modo de pensar; bien al contrario, tanto los nuevos prejuicios como los antiguos servirán de rienda para esa enorme muchedumbre sin pensamiento alguno.” (AK, VIII, 36; pág. 89)

Descartada la vía revolucionaria, insiste con la cuestión de la libertad. Para lograr la Ilustración, “tan sólo se requiere libertad y, además, la más inofensiva de cuantas puedan llamarse así: el hacer uso publico de la propia razón en todos los terrenos” (AK, VIII, 37; pág. 90).

En este punto, formula un diagnóstico sombrío: “impera por doquier una restricción de la libertad”. (AK, VIII, 37; pág. 90)[4].


Uso público y uso privado de la razón

Kant distingue entre uso público y uso privado de la razón. El primero es definido como “aquél que cualquiera puede hacer, como alguien docto, ante todo ese público que configura el universo de los lectores.” (AK, VIII, 37; pág. 90); el segundo, es el “que cabe hacer de la propia razón en una determinada función o puesto civil, que le haya sido confiada” (AK, VIII, 37; pág. 90).

El uso público “tiene que ser siempre libre y es el único que puede procurar ilustración entre los hombres” (AK, VIII, 37; pág. 90). En cambio, el uso privado tiene que muchas veces que ser restringido, sobre todo para el mejor funcionamiento de las tareas estatales[5]. Pero el funcionario puede hacer uso público de la razón “en su condición de alguien instruido que se dirige sensatamente a un público mediante sus escritos” (AK, VIII, 37; pág. 91). En tanto funcionario (es decir, en el desempeño de esas funciones de funcionario) no es libre, pues está “ejecutando un encargo ajeno” (AK, VIII, 38; pág. 93).

Para examinar los alcances y limitaciones de ambos usos de la razón, Kant toma el caso de las organizaciones eclesiásticas.

En este sentido, se pregunta qué hacer si una asociación eclesiástica se organiza para ejercer una tutela incesante sobre todos sus miembros, para no variar una coma de la doctrina. Y se responde: “yo mantengo que tal cosa es completamente imposible” (AK, VIII, 39; pág. 93). El contrato propuesto por dicha organización es “absolutamente nulo o inválido”; no se puede frenar la Ilustración; no se puede condenar a la generación siguiente a no ilustrarse. Hacer eso implicaría cometer un “crimen contra la naturaleza humana” (AK, VIII, 39; pág. 93).

Aquí introduce un juicio de valor al afirmar que “el destino primordial” de la naturaleza humana consiste en el progreso de la Ilustración[6].

Ahora bien, ¿como resolver la cuestión de las organizaciones eclesiásticas? Propone la siguiente ley:

“Que todo ciudadano y especialmente los clérigos sean libres en cuanto expertos para expresar públicamente, o sea mediante escritos, sus observaciones sobre los defectos de la actual institución; mientras tanto el orden establecido perdurará hasta que la comprensión sobre la índole de tales cuestiones se haya extendido y acreditado públicamente tanto como para lograr, mediante la unión de sus voces (aunque no sea unánime), elevar al trono un propuesta para proteger a esos colectivos que, con arreglo a sus nociones de una mejor comprensión, se hayan reunido para emprender una reforma institucional en materia de religión, sin molestar a quienes prefieren conformarse con el antiguo orden establecido.” (AK, VIII, pág. 39; pág. 94)

Kant también aborda la cuestión de la monarquía. En este punto su propuesta es cauta, resulta evidente que  no quiere ir de frente contra la institución monárquica.

El objetivo de Kant es lograr la coexistencia del orden existente con cualquier mejora “presente o auténtica” del sistema político [o sea, más libertad][7].  Por ello opina que el rey “daña su propia majestad cuando se inmiscuye sometiendo al control gubernamental los escritos en que sus súbditos intentan clarificar sus opiniones” (AK, VIII, 40; pág. 95).


El futuro de la Ilustración

Por último, Kant aborda la respuesta a la pregunta: ¿Vivimos actualmente en una época ilustrada? Su respuesta es categórica: ¡no! Sin embargo, ello no significa que la Ilustración no se esté expandiendo. Al respecto argumenta lo siguiente: 

“Pero sí vivimos en una época de Ilustración. Tal como están dadas las cosas todavía falta mucho para que los hombres, tomados en su conjunto, puedan llegar a ser capaces o están ya en situación de utilizar su propio entendimiento sin la guía de algún otro en materia de religión. Pero sí tenemos claros indicios de que ahora se le ha abierto el campo para trabajar libremente en esa dirección y que también van disminuyendo paulatinamente los obstáculos para una ilustración generalizada o el abandono de una minoría de edad de la cual es responsable uno mismo. Bajo tal mirada esta época muestra puede ser llamada época de la Ilustración o también el Siglo de Federico[8].” (AK, VIII, 40; págs. 95-96)

Manifiesta optimismo hacia el futuro:

“Los hombres van abandonando poco a poco el estado de barbarie gracias a su propio esfuerzo, con tal de que nadie ponga un particular empeño por mantenerlos en la barbarie.” (AK, VIII, 41; pág. 97).

Sobre el final del artículo aborda la objeción acerca de por qué se ocupa tanto de la religión y no de cuestiones políticas. Dice dos cosas: a) la minoría de edad en materia religiosa es “la más nociva e infame” (AK, VIII, 41; pág. 97)[9]; b) los mandatarios no se preocupan por ser tutores de los súbditos en las artes y las ciencias. Pero se puede ir más lejos de ésta primera Ilustración y pasar a hacer uso de la razón en el tema de la legislación, dado que ello no constituye peligro alguno pues el ilustrado Federico II de Prusia posee un ejército numeroso “para la tranquilidad pública de los ciudadanos [y la suya propia]. De este modo, Federico II puede decir: “Razonad cuanto queráis y sobre todo cuanto gustéis, ¡con tal de que obedezcáis!” (AK, VIII, 41; pág. 97) [Más claro imposible. El desarrollo de la Ilustración no debe ir en contra de la monarquía prusiana. Si ello ocurriese, la monarquía dará garrotazos a quienes se atrevan a discutirla. Se trata, pues, de una Ilustración controlada, cuyos límites son fijados desde el Estado. Por esta razón Kant prefiere centrar su crítica en el ámbito religioso, en el que corre menos riesgo que enfrentando al Estado prusiano.]

Entonces, se da una paradoja: Un grado mayor de libertad civil es bueno para la libertad espiritual del pueblo, pero le coloca “límites infranqueables”; en cambio, un grado menor de libertad civil permite un mejor desarrollo de la libertad espiritual. En consecuencia, Kan prefiere un desarrollo lento pero seguro [tal como se indicó más arriba, no ve con buenos ojos la ruptura violenta del orden político]. Ello llevará con el tiempo a que el gobierno considere conveniente “tratar al hombre, quien ahora es algo más que una máquina, conforme a su dignidad” (AK, VIII, 42; pág. 98).

 

Balvanera, sábado 21 de diciembre de 2024

 



NOTAS:

[1] El filósofo y sociólogo alemán Max Horkheimer (1895-1973) describe así a la razón instrumental: “Al abandonar su autonomía, la razón se ha convertido en instrumento (...) La razón aparece como totalmente sujeta al proceso social. Su valor operativo, el papel que desempeña en el dominio sobre los seres humanos y la naturaleza, ha sido convertido en criterio exclusivo. Las nociones se redujeron a síntesis de síntomas comunes a varios ejemplares. Al caracterizar una similitud, las nociones liberan del esfuerzo de enumerar las cualidades y sirven así a una mejor organización del material del conocimiento. Vemos en ellas meras abreviaturas de los objetos particulares a los que se refieren. Todo uso que va más allá de la sintetización técnica de datos fácticos (...) se ve extirpado como una huella última de la superstición. Las nociones se han convertido en medios racionalizados, que no ofrecen resistencia, que ahorran trabajo. Es como si el pensar mismo se hubiera reducido al nivel de los procesos industriales, sometiéndose a un plan exacto; dicho brevemente, como si se hubiese convertido en un componente fijo de la producción.” (Horkheimer, M., Crítica de la razón instrumental, Madrid, Editora Nacional, 2002, pág. 26).

[2] Locución latina que puede traducirse como “Atrévete a saber”. Esta frase fue acuñada por el poeta romano Horacio (65-8 a. C.) en su Epístola II del Epistularum liber primus, publicado en 20 a. C.

[3] Kant hace una aguda observación sobre el poder de los prejuicios: "...así de perjudicial resulta inculcar prejuicios, pues éstos acaban por vengarse de quienes fueron sus antecesores o sus autores." (AK, VIII, 36; pág. 89)

[4] Un poco más de veinte años antes de la publicación del artículo de Kant, el filósofo francés Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) escribía lo siguiente: “El hombre ha nacido libre, y por doquiera está encadenado. Hay quien se cree amo de los demás, cuando no deja de ser más esclavo que ellos.” (Rousseau, J. J., Del contrato social. Discurso sobre las ciencias y las artes.Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Madrid, Alianza, 2000, pág. 26).

[5] El gobierno promueve una “unanimidad artificial” para lograr los fines públicos (AK, VIII, 37; pág. 91).

[6] Para la concepción del progreso propia de la Ilustración es preciso ir a la obra del filósofo francés Condorcet (1743-1794), Esquisse d’un tableau historique des progrès de l’esprit humain, 1795. Hay edición española: Condorcet. (1980). Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano. Madrid, España: Editora Nacional. 249 p. (Clásicos para una Biblioteca Contemporánea; 2). Traducción de Marcial Suárez.

[7] Mucho tiempo después, el filósofo y sociólogo francés Auguste Comte (1798-1857), sintetizó dicha idea en la frase “Orden y progreso”.

[8] Alaba así a Federico II de Prusia (1712-1786; tercer rey de Prusia, cuyo reinado se extendió desde 1740 hasta 1786)), al que caracteriza como un rey que considera como un deber suyo no prescribir nada en cuestiones de religión (AK, VIII, 40; pág. 96).

[9] Unos sesenta años después, Karl Marx (1818-1883) volvía sobre el tema de la relevancia de la crítica de la religión: “En Alemania la crítica de la religión ha llegado en lo esencial a su culminación y la crítica de la religión es la premisa de toda crítica. (...) La superación de la religión en tanto dicha ilusoria del pueblo es la exigencia por su dicha real. La exigencia de abandonar las ilusiones sobre una circunstancia en la exigencia para que se abandone un estado de cosas que necesita de ilusiones. La crítica de la religión es, pues, en germen, la crítica del valle de lágrimas cuyo halo de santidad es la religión.” (Marx, K., Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel: Introducción. En Escritos de Juventud sobre el Derecho: Textos 1837-1847, Barcelona: Anthropos., 2008, pág. 95-96).

viernes, 21 de diciembre de 2018

EL ILUMINISMO Y LA TEORÍA SOCIAL: A PROPÓSITO DE LA LECTURA DE ZEITLIN







“Puesto que ningún ser humano tiene una autoridad natural sobre su
semejante, y puesto que la fuerza no produce ningún derecho, quedan (…)
las convenciones como base de toda autoridad legítima entre las personas.”
Jean-Jacques Rousseau, Del Contrato Social (1762)

En una nota anterior me referí a la importancia de las dos Revoluciones (la Revolución Industrial inglesa de fines del siglo XVIII y la Revolución Francesa de 1789-1794) en la conformación del capitalismo moderno. Su impacto fue especialmente importante en la constitución tanto de las ciencias sociales como del marxismo, rival teórico y político de las primeras.
La Revolución Francesa es, después de la Revolución Rusa de 1917, el acontecimiento político más significativo de la Modernidad. Forma parte del ciclo de las revoluciones burguesas, iniciado en el siglo XVI con el levantamiento de los Países Bajos contra la dominación española. Su influencia es resultado de la gigantesca movilización de masas producida durante su desarrollo; esa movilización fue el rasgo más notable de la revolución iniciada en 1789.
La Revolución Francesa llegó a ser el modelo de revolución burguesa (o, mejor dicho, de revolución en general). En un notable artículo, “Sobre la cuestión judía”,  un joven Karl Marx (1818-1883) la tomó como ejemplo paradigmático de la emancipación política:
“Los derechos del hombre, los derechos humanos, se distinguen como tales de los derechos del ciudadano, de los derechos cívicos. ¿Cuál es el hombre a quien aquí se distingue del ciudadano? Sencillamente, el miembro de la sociedad burguesa. ¿Y por qué se llama al miembro de la sociedad burguesa «hombre», el hombre por antonomasia, y se da a sus derechos el nombre de derechos humanos? ¿Cómo explicar este hecho? Por las relaciones entre el Estado político y la sociedad burguesa, por la esencia de la emancipación política.” (p. 196).
Como todo acontecimiento social, la Revolución Francesa no puede explicarse en base a la acción de un único factor; fue el producto de la confluencia de múltiples causalidades y casualidades. Entre ellas, está la filosofía de la Ilustración. En esta cuestión está presente la eterna tentación de explicar los hechos en base a las ideas. Como pocas veces, la tentación parece justificada: tal es el peso de autores como Rousseau (1712-1778). No obstante, las ideas sólo pueden florecer en un ambiente apropiado. La lenta desintegración del feudalismo, a la que también contribuyeron las ideas de la Ilustración, proporcionó ese ambiente.
Hechas las salvedades del caso, es posible ocuparse de los rasgos principales del la filosofía de la Ilustración. Para ello tomé el primer capítulo de la obra de Zeitlin, Ideología y teoría sociológica (Zeitlin, 1997: 13-20).

Ante todo, la Ilustración fue un nuevo modo de pensar la función política de la filosofía y, por extensión, de la teoría social:
“La filosofía ya no es una mera cuestión de pensamiento abstracto, sino que adquiere la función práctica de criticar las instituciones existentes para demostrar que son irrazonables e innaturales. El Iluminismo exige el reemplazo de estas instituciones y de todo orden anterior por otro nuevo, más razonable, natural y, por ende, necesario. La realización del nuevo orden es la demostración de su verdad. El pensamiento del Iluminismo tiene, pues, tanto un aspecto negativo y crítico como un aspecto positivo. Lo que de la una cualidad nueva y original no es tanto la peculiaridad de sus doctrinas, axiomas y teoremas, sino el proceso de criticar, dudar y demoler, así como el de construir.” (pp. 14-15).
La filosofía era revolucionaria porque se apoyaba en la razón, es decir, en la capacidad de los seres humanos de explicar el universo por medio del pensamiento racional, de los argumentos basados en pruebas sometidas a la consideración de todos (más abajo precisaré la concepción iluminista de la razón). Las explicaciones religiosas eran rechazadas por irracionales, los milagros eran reemplazados por el análisis de las causas y efectos.
Zeitlin muestra la mutua implicación entre estudio científico de la naturaleza y crítica de la sociedad:
“Más que los pensadores de cualquier época anterior, los Iluministas adherían firmemente a la convicción de que la mente puede aprehender el universo y subordinarlo a las necesidades humanas. La razón se convirtió en el dios de estos filósofos, quienes se inspiraron principalmente en los avances científicos de los siglos precedentes. Tales avances los llevaron a una nueva concepción del universo basada en la aplicabilidad universal de las leyes naturales. Utilizando los conceptos y las técnicas de las ciencias físicas emprendieron la tarea de crear un mundo nuevo basado en la razón y la verdad. (…) no la verdad basada en la revelación o la autoridad, sino aquella cuyos pilares gemelos serían la razón y la observación.” (p. 13).
Los filósofos de la Ilustración tenían claro que las instituciones políticas y sociales eran el principal obstáculo para la creación de una sociedad más justa e igualitaria:
“Los philosophes investigaron todos los aspectos de la vida social; estudiaron y analizaron las instituciones políticas, religiosas, sociales y morales, las sometieron a una crítica implacable desde el punto de vista de la razón y reclamaron un cambio en aquellas que la contrariaban. Por lo general, descubrían que los valores e instituciones tradicionales eran irracionales. Esto solo era otra manera de decir que las instituciones vigentes eran contrarias a la naturaleza del ser humano, y por lo tanto, inhibían su crecimiento y su desarrollo: las instituciones irrazonables  impedían a las personas realizar sus potencialidades.” (p. 13).
Los filósofos no contaban con un partido político o un movimiento que combatiera al feudalismo. Esto explica que su principal herramienta de acción fuera la crítica. En este sentido, se parecen a los jóvenes hegelianos, que en los años ‘40 del siglo XIX emprendieron la crítica del absolutismo prusiano.
Los Iluministas compensaron la ausencia de expresión política propia con una filosofía crítica: “todos los aspectos de la vida y la obra del ser humano estaban sujetos a examen crítico” (p. 15). Según ellos, esa combinación de razón y crítica era el camino que conducía al “progreso general del ser humano” (p. 15).
Zeitlin destaca la influencia del físico inglés Isaac Newton (1643-1727) sobre los filósofos de la Ilustración:
“A diferencia de los pensadores del siglo XVII, para quienes la explicación debía partir de la deducción estricta y sistemática, los philosophes construyeron su ideal de explicación y comprensión según el modelo de las ciencias naturales contemporáneas. No se inspiraban en Descartes, sino principalmente en Newton, cuyo método no era la deducción pura, sino el análisis. Newton estaba interesado en los «hechos», en los datos de la experiencia; sus principios y el objetivo de sus investigaciones descansaban, sobre todo, en la experiencia y la observación; para resumir, tenía una base empírica. El fundamento de sus indagaciones era la suposición de que en el mundo material rigen el orden y la ley universales. (…) El orden es inmanente al universo, creía Newton, y no se lo descubre mediante principios abstractos, sino mediante la observación y la acumulación de datos. Esta es la metodología que caracteriza al siglo XVIII, y su enfoque peculiar la distingue de la que adoptaron los filósofos continentales del siglo XVII.” (p. 15). [1]
Para los filósofos de la Ilustración, Newton había demostrado la posibilidad real de realizar la síntesis entre lo “positivo” (lo científico) y lo racional. El éxito de las ciencias de la naturaleza (básicamente de la física) era el ejemplo práctico de esa síntesis.
“En el transcurso de un siglo y medio la ciencia había realizado un paso hacia delante de carácter verdaderamente cualitativo: la compleja multiciplicidad de los fenómenos naturales fue reducida a una única ley universal y comprendida como tal. Se trataba de una victoria impresionante del nuevo método. (…) El universo finito se había convertido en una máquina infinita, eternamente en movimiento, gracias a su energía y mecanismos propios. La causalidad externa explicaba su funcionamiento desprovisto en apariencia de propósito o significado. El espacio, el tiempo, la masa, el movimiento y la fuerza, eran los elementos esenciales de este universo mecánico, que podía captarse en su totalidad aplicando las leyes de la ciencia empírica y de la matemática. Esta concepción ejerció una influencia incalculable sobre los intelectuales del Iluminismo. Era para ellos un magnífico triunfo de la razón y la observación, del nuevo método que tomaba los hechos observados y ofrecía una interpretación para explicar lo observado, de modo que si esta era correcta podía guiar a los observadores en su búsqueda de nuevos hechos.” (p. 16-17).
Los iluministas dieron un paso: consideraron que era posible aplicar el método de la física a todos los fenómenos. La filosofía política de la segunda mitad del siglo XVIII comenzó a aplicarlo al estudio de la sociedad. Ese es el contexto en el que, por ejemplo, surgió la economía política moderna, cuya expresión clásica es La riqueza de las naciones (1776), de Adam Smith (1723-1790). Es imposible comprender el surgimiento de las ciencias sociales sin tomar en cuenta la adopción del método de las ciencias naturales por los filósofos de la Ilustración.
Frente a los filósofos del siglo XVII, con su racionalismo alejado de los hechos empíricos, los iluministas presentaron un nuevo método, que combinaba ciencia y razón, lo empírico y lo racional. El filósofo alemán Ernst Cassirer (1874-1945) señaló que la lógica de este método era nueva, pues no era “la lógica de la escolástica ni la del concepto puramente matemático; es, más bien, la «lógica» de los hechos”. (Cassirer, 1950: 9).
Los Iluministas tenían una concepción de la razón que difería sustancialmente de la de los filósofos del siglo XVIII. Para Descartes (1596-1650), Spinoza (1632-1677) y Leibniz (1646-1716), la razón era el dominio de las “verdades eternas”, tanto para los seres humanos como para dios. Los filósofos de la Ilustración pensaban de modo diferente:
“Tomaban la razón en un sentido diferente y más modesto. Ya no es la suma total de las «ideas innatas» anteriores a toda experiencia y reveladoras de la esencia absoluta de las cosas. Ahora se la considera más como una adquisición que como una herencia. No es el cofre de la mente en el que se halla atesorada la verdad, como una moneda; es más bien una fuerza intelectual original que guía el descubrimiento y la determinación de la verdad. (…) Todo el siglo XVIII entiende la razón en este sentido; no como un sólido conjunto de conocimientos, principios y verdades, sino como una especie de energía, una fuerza que solo es totalmente comprensible en su acción y en sus efectos.” (Cassirer, 1950: 13).
La razón y la observación pasaron a ser los instrumentos para alcanzar la verdad. En este sentido, los philosophes realizaron un esfuerzo enorme para construir una metodología unificada. Ella debía reunir los aportes de las dos corrientes filosóficas más influyentes de la primera Modernidad: el empirismo y el racionalismo. Zeitlin destaca en especial el influjo de la obra de John Locke (1632-1704) sobre los ilustrados:
“Locke sostenía, en oposición a algunos de sus contemporáneos, que las ideas no son innatas en la mente humana. Por el contrario, al nacer, la mente es una tabula rasa, eso es, se halla en blanco y vacía; solo a través de la experiencia penetran en ella las ideas. La función de la mente es reunir las impresiones y los materiales que suministran los sentidos. Según esta concepción, el papel de la mente es esencialmente pasivo, con poca o ninguna función creadora u organizadora, y es evidente que tal punto de vista había de prestar gran apoyo a los métodos empíricos y experimentales: solo podía aumentarse el conocimiento ampliando las experiencias de los sentidos.” (p. 18).
Los filósofos franceses adoptaron las ideas de Locke a sus propios fines. Las utilizaron para desarrollar el materialismo científico, “un arma ideológica efectiva contra el dogma de la Iglesia” (p. 19). Entre los representantes más destacados de ese materialismo se encontraron autores como Helvétius (1715-1771), Holbach (1723-1789) y La Mettrie (1709-1751). Por ejemplo, Holbach “rechazaba toda causa espiritual y reducía la conciencia y el pensamiento al movimiento de moléculas en el cuerpo material.” (p. 19).
Condillac, por su parte, desarrolló una versión más creativa del empirismo lockeano:
“Atribuye (…) un cierto papel creador y activo a la mente; el conocimiento se obtiene de alguna manera por medio de la mente y su capacidad de razonamiento. Mientras que la teoría de Locke atribuía un papel pasivo al observador – este era un mero receptor de impresiones sensoriales y su mente no desempeñaba un papel activo en la organización de las mismas -, Condillac sostiene que, una vez que se despierta en el ser humano la facultad de pensamiento y de razonamiento, deja de ser pasivo y de adaptarse simplemente al orden existente. Ahora el pensamiento puede avanzar e incluso levantarse contra la realidad social.” (p. 19; el resaltado es mío – AM-).
Zeitlin destaca la obra de Condillac porque éste planteó explícitamente la cuestión de la teoría social. La sociedad es un cuerpo artificial, compuesto de partes que ejercen una influencia recíproca. En esto sigue a los contractualistas, quienes había roto con la tradición clásica, para quienes el ser humano era un ser social. Los contractualistas, en cambio, sostenían que la sociedad era algo artificial, producto del pacto entre los individuos.
Zeitlin resume el aporte del Iluminismo: “El conocimiento de la realidad natural o social depende de la unidad de la razón y la observación en el método científico.” (p. 20). A esto hay que agregarle el carácter negativo (crítico) de la filosofía de la Ilustración: “mantenían siempre una actitud crítica frente al orden existente, el cual, según opinaban, ahogaba las potencialidades del ser humano y no permitía que lo posible emergiera del «es». Estudiaban científicamente el orden fáctico existente para aprender a trascenderlo.” (p. 20).
La filosofía concebida como arma contra un orden político y social considerado irracional; la filosofía como pensamiento subversivo, revolucionario: he aquí el aporte más notable de los filósofos iluministas.

Villa del Parque, viernes 21 de diciembre de 2018

Bibliografía:
Cassirer, E. (1950). Filosofía del Iluminismo. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.
Marx, K. (2012) [1° edición: 1844]. “Sobre la cuestión judía”. En: Bauer, B. (2012). Sobre la liberación humana. Buenos Aires: RyR. (pp. 173-213).
Zeitlin, I. (1997). Ideología y teoría sociológica. Buenos Aires: Amorrortu.
Notas:
[1] El filósofo francés Étienne Bonnot de Condillac (1714-1780) justificó la metodología de los Iluministas en su obra Traité des Systèmes (Tratado de los sistemas, 1749). Propuso un nuevo método que uniera lo científico con lo racional. “Es necesario estudiar los fenómenos mismos para conocer sus formas y conexiones inmanentes.” (Condillac, citado por Cassirer, 1950: 16).