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domingo, 18 de septiembre de 2022

HOBSBAWM SOBRE LA PRIMERA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

 

Niños trabajando en las minas de carbón


La obra La era de la revolución (1962), del historiador británico Eric Hobsbawm (1917-2012), abre su ciclo de grandes síntesis dedicado a la historia contemporánea. No soy historiador y por lo tanto no me atrevo a chapucear en un terreno en el que soy apenas un lector desprolijo. Sin embargo, como sociólogo corresponde hacer notar que las ciencias sociales surgieron como respuesta a las dos revoluciones, la Revolución Industrial y la Revolución Francesa. De ahí que La era de la revolución resulte de lectura ineludible para todas las personas interesadas en comprender el proceso que dio origen a la sociología. Al margen de estas consideraciones, leer a Hobsbawm siempre es un placer, entre otras cosas por la manera en que combina la historia económica y social con las transformaciones en la vida cotidiana de los hombres y las mujeres comunes.

Referencia bibliográfica:

Hobsbawm, E. J. (2009). La era de la revolución: 1789-1848. Buenos Aires, Argentina: Crítica. 344 p. (Biblioteca E. J. Hobsbawm de Historia Contemporánea). Traducción de Felipe Ximénez de Sandoval.

Abreviaturas:

GB= Gran Bretaña / RF= Revolución Francesa / RI= Revolución Industrial

 

Referencia bibliográfica:

Hobsbawm, E. J. (2009). La era de la revolución: 1789-1848. Buenos Aires, Argentina: Crítica. 344 p. (Biblioteca E. J. Hobsbawm de Historia Contemporánea). Traducción de Felipe Ximénez de Sandoval.

Abreviaturas:

GB= Gran Bretaña / RF= Revolución Francesa / RI= Revolución Industrial


Capítulo 2: La Revolución Industrial (pp. 34-60)

El capítulo se encuentra dividido en cinco apartados.

El primer apartado (pp. 34-40) está dedicado a precisar el significado del concepto Revolución Industrial y sus límites cronológicos, y a explicar las razones por las que se produjo en Gran Bretaña;

En términos muy generales, la RI es el proceso por el que

“por primera vez en la historia humana, se liberó de sus cadenas al poder productivo de las sociedades humanas, que desde entonces se hicieron capaces de una constante, rápida y hasta el presente ilimitada multiplicación de hombres, bienes y servicios” (p. 35)

Vista en perspectiva, la RI “fue probablemente el acontecimiento más importante de la historia del mundo y, en todo caso, desde la invención de la agricultura y las ciudades” (p. 36)

Los economistas dieron el nombre de take-off [despegue] a este proceso de crecimiento autosostenido.

La RI se inició en la década de 1780-1790, cuando las estadísticas tomaron un casi virtual impulso ascendente. Terminó en la década de 1840, con la construcción del ferrocarril y de una industria pesada en Inglaterra.

Se desarrolló en GB. Recién al final del período analizado comenzó a extenderse a otros países europeos.

Ahora bien, GB no poseía superioridad científica ni tecnológica. “La educación inglesa era una broma de dudoso gusto” (p. 37) No existía educación primaria porque los temores sociales cerraban el camino a la educación de los pobres.

“Las innovaciones técnicas de la RI se hicieron por sí mismas, excepto quizás en la industria química.” (p. 38)

GB tenía las condiciones legales requeridas por la RI:

a) El rey había sido juzgado y ejecutado un siglo atrás (Rev. burguesa) [Monarquía parlamentaria];

b) el beneficio privado y el desarrollo económico eran aceptados como objetivos supremos de la política gubernamental;

c) el problema agrario estaba resuelto: un puñado de terratenientes de mentalidad comercial monopolizaba casi toda la tierra, el suelo era cultivado por arrendatarios con trabajadores asalariados (jornaleros o propietarios de fincas diminutas), los productos de las granjas dominaban los mercados y la industria manufacturera se había difundido por el campo no feudal; 

d) La agricultura estaba preparada para cumplir tres funciones fundamentales en una era de industrialización: i) aumentar producción y productividad para alimentar a una población no agraria en rápido crecimiento; ii) proporcionar cuota de reclutas para las nuevas industrias; iii) suministrar mecanismo de acumulación para la acumulación de capital utilizable para los sectores más modernos de la economía;

e) El capital social para poner en marcha la economía ya estaba construido (buques, instalaciones portuarias, mejoras en canales y caminos)

En Europa el siglo XVIII fue un período de prosperidad y expansión económica. Pero esa expansión no condujo, salvo en GB, a la RI.

En el siglo XVIII el crecimiento económico surgía de las decisiones de muchísimos empresarios privados e inversores, guiados por el imperativo: comprar barato para vender más caro. Nadie podía saber que la RI conduciría a una aceleración sin precedentes.

Para producir (y sostener) la RI se requerían dos cosas: a) una industria que ofrecía enormes ganancias para el industrial que pudiera aumentar rápidamente la producción por medio de innovaciones sencillas y baratas (este era el caso de la industria textil); b) un mercado mundial monopolizado por la producción de una sola nación.

La primera condición fue cumplida con creces por Inglaterra: la RI la colocó a la cabeza de la industria textil, y ello en medio de la expansión colonial. La segunda condición se cumplió al finalizar el período de guerras entre Francia y Gran Bretaña (1793-1815), cuyo resultado fue la eliminación del principal rival de los ingleses en el mercado mundial.

El segundo apartado (pp. 40-44) abarca la cuestión de la industria textil inglesa.

La industria del algodón fue un producto del comercio colonial. Los fabricantes ingleses comenzaron produciendo (copiando) indianas (artículos de algodón indio); ganaron el mercado inglés por: (i) eran productos toscos pero baratos; (ii) la prohibición de la importación de indianas, medida promovida por los magnates del comercio de lanas.

La expansión de la industria del algodón pasaba por el comercio de ultramar. Durante el siglo XVIII, la esclavitud y el algodón marcharon juntos. Los esclavos africanos se compraban, en parte, con algodón indio. Los esclavos africanos eran llevados a las plantaciones de las Indias Occidentales; esas plantaciones producían algodón en bruto para la industria británica; los dueños de las plantaciones, por su parte, compraban grandes cantidades de algodón elaborado en Manchester. Luego del take-off [despegue] de la RI, la región de Lancashire, núcleo de la industria algodonera inglesa, mantuvo la esclavitud en el sur de los EE. UU., pues los industriales de Lancashire compraban casi la totalidad de la cosecha de algodón de los Estados sureños.

El comercio colonial fue el acelerador de la industria del algodón; las posibilidades de aceleración de ese comercio[1] fueron el estímulo para que los empresarios se lanzaran a la búsqueda de innovaciones técnicas.

“En tal situación, las ganancias para el hombre que llegara primero al mercado con sus remesas de algodón eran astronómicas y compensaban los riesgos inherentes a las aventuras técnicas. Pero el mercado ultramarino, y especialmente el de las pobres y atrasadas zonas subdesarrolladas, no sólo aumentaba dramáticamente de cuando en cuando, sino que se extendía constantemente sin límites aparentes.” (pp. 41-42)

Si se tomaba cada uno de los mercados ultramarinos por separado, su escala era muy pequeña e insuficiente para el take-off; sin embargo, dado que Inglaterra poseía el monopolio del comercio internacional, la suma de los mercados constituía un aliciente enorme para los fabricantes. En este sentido, Hobsbawm sostiene que “la Revolución Industrial puede considerarse, salvo en unos cuantos años iniciales, hacia 1780-1790, como el triunfo del mercado exterior sobre el interior” (p. 42)[2].

Las exportaciones inglesas fluían hacia los mercados coloniales o semicoloniales de la metrópoli. Esta tendencia se mantuvo luego del final de las guerras napoleónicas; en 1820, Europa importó 128 millones de yardas de algodones ingleses, en tanto que las importaciones hacia África y América fueron de 80 millones de yardas; en 1840, Europa importó 200 millones de yardas, en tanto que las “zonas subdesarrolladas” importaron 529 millones (p. 42)

En el aumento de las exportaciones inglesas de algodón y la consolidación del control de los mercados jugó un papel fundamental el Estado británico: (i) América Latina, “vino a depender virtualmente casi por completo de las importaciones británicas durante las guerras napoleónicas, y después de su ruptura con España y Portugal se convirtió casi por completo en una dependencia económica de Gran Bretaña, aislada de cualquier interferencia política de los posibles competidores de este último país” (p. 42); (ii) India [las Indias Orientales] fue tradicionalmente el principal exportador de mercancías de algodón. La RI cambió el panorama; el subcontinente indio fue desindustrializado y se convirtió en mercado para los algodones de Lancashire. Se reformateó así la relación histórica entre Europa y Asia (la primera siempre compró a Asia más de lo que le vendía).

Pero la RI no fue sólo cuestión de algodón. Las innovaciones técnicas para aumentar la producción y abastecer a los mercados ultramarinos estaban al alcance de la mano; eran baratas, sencillas y no requerían de conocimientos demasiado sofisticados. Los gastos podían ser afrontados por pequeños empresarios que empezaban con unas cuantas libras prestadas; la conquista de nuevos mercados y la inflación de precios crearon beneficios astronómicos. La materia prima provenía del exterior; esto permitía aumentar rápidamente la producción (por medio de más esclavos y la apertura de nuevas áreas de cultivo), sin depender de la lenta agricultura europea.

El tercer apartado (pp. 44-50) examina el desarrollo de la RI en el período comprendido hasta 1840, haciendo especial hincapié en los problemas económicos.

El algodón fue el paso inicial de la RI inglesa. Fue la primera industria revolucionada. Entre 1780-1815 se incorporaron máquinas dedicadas a hilar, cardar y otras operaciones secundarias; desde 1815 las máquinas también pasaron a ocuparse del tejido. Hacia 1830 la algodonera era la única industria en la que predominaba el taller (es decir, la maquinaria); las palabras ‘fábrica’ e ‘industria’ sólo se aplicaban a la producción textil algodonera. En 1833 la industria algodonera ocupaba en Reino Unido a 1 millón y medio de trabajadores. Pero sus efectos iban más allá: la algodonera era la única industria que tenía efectos multiplicadores sobre el resto de la economía; el algodón demandaba construcciones, máquinas, adelantos químicos, alumbrado industrial, buques, etc. Por último, la industria algodonera pesó de manera decisiva sobre el conjunto de la economía y sobre el comercio exterior británico[3].

El desarrollo de la industria algodonera y la consiguiente transición a una nueva economía tuvieron consecuencias sociales: miseria y descontento, materias primas de la revolución social. Levantamientos espontáneos de los pobres en zonas urbanas e industriales. Desarrollo del movimiento cartista en GB. Revoluciones de 1848 en el continente europeo. El descontento abarcó a trabajadores pobres, pequeños comerciantes, pequeños burgueses. Algunos trabajadores (con la simpatía de pequeños patrones y granjeros) destruyeron las máquinas [movimiento ludita].

Los empresarios pagaban bajos salarios a los trabajadores; aumentaban así sus ganancias. Esa transferencia permitía el aumento de la inversión y el desarrollo industrial. Los grandes financieros (rentistas nacionales y extranjeros) y los grandes empresarios eran los beneficiarios; los pequeños negociantes y los granjeros tenían poco acceso al crédito.

Los obreros y los pequeños burgueses descontentos fueron la base para el surgimiento y desarrollo de los movimientos de masas del radicalismo, el democratismo y el republicanismo.

Al lado del descontento social, la nueva economía capitalista presentaba tres fallos fundamentales: a) el ciclo comercial de alza y baja[4]; b) la tendencia a la disminución de la tasa de ganancia; c) la disminución de las oportunidades de inversión.

La tendencia a la disminución de la tasa de ganancia era el fallo más preocupante para los capitalistas. En el período inicial de la RI, que se extiende hasta 1815, nada hacía imaginar una disminución de las ganancias. La mecanización aumentó la productividad de los trabajadores, que percibían bajos salarios[5]. La construcción de fábricas era relativamente barata. El mayor costo del material en bruto fue drásticamente reducido por la rápida expansión del cultivo del algodón en el sur de EE. UU. La inflación beneficiaba a los empresarios (los precios eran más altos cuando vendían sus mercancías que cuando las producían).

A partir de 1815 las ventajas del período anterior se vieron neutralizadas por el angostamiento progresivo del margen de ganancias: (i) los efectos combinados de la RI y de la competencia produjeron una fuerte y constante caída del precio del artículo terminado, pero no así de los diferentes costos de producción; (ii) el ambiente general de precios era de deflación. Sin embargo, el aumento astronómico de las ventas compensaba la caída de la ganancia por unidad de producto. Pero empezó a quedar claro que había que detener la reducción de la tasa de ganancia. Ello sólo podía lograrse reduciendo los costos.

¿Cómo reducir los costos?

Los empresarios contaban con tres opciones: 1) reducción directa de jornales; 2) sustitución de los obreros expertos, de salarios caros, por obreros mecánicos[6], y por la competencia de la máquina.

La reducción de salarios tenía un límite fisiológico: el hambre de los trabajadores. Para reducir aún más los salarios era preciso disminuir el precio de los medios de subsistencia. Ello sólo se logró con el pleno desarrollo del ferrocarril y de los buques de vapor, que permitieron el transporte barato de materias alimenticias.

La opción elegida (de 1815 en adelante) fue la mecanización, pues ella reducía los costos al reducir el número de obreros. Se produjo la mecanización de los oficios manuales o parcialmente mecanizados. No se trató de una absoluta revolución técnica, sino de adaptación o ligera modificación de la maquinaria ya existente. Pero la industria algodonera británica se estabilizó tecnológicamente hacia 1830.

El cuarto apartado (pp. 50-55) analiza la construcción de una industria básica de bienes de producción. La creación de esta industria era indispensable para la continuidad de la RI, pues ella proveería las máquinas necesarias para la continuidad de la mecanización de las industrias.

En las primeras décadas de la RI GB no contó con una industria pesada del hierro; el déficit se notó, en especial, en la metalurgia. Salvo especuladores, soñadores y “locos”, casi ningún propietario individual estaba dispuesto a realizar las grandes inversiones necesarias, pues las ganancias (si las había) sólo comenzarían a fluir mucho después de realizada la inversión.

GB tenía ventaja en la minería, en especial en el carbón. La importancia de este mineral radicaba en que era el principal combustible doméstico; el crecimiento de las ciudades creó una mayor demanda de carbón y se incrementó la explotación de las minas. A principios del siglo XVIII ya era la principal industria moderna; ella empleaba las primeras máquinas de vapor y los precursores de los ferrocarriles (los vagones con los que se transportaba el mineral desde el interior de la mina hacia la superficie). Las minas de carbón proporcionaron el estímulo para la invención que transformó las principales industrias de producción de mercancías: el ya mencionado ferrocarril. “Técnicamente, el ferrocarril es el hijo de la mina, y especialmente de las minas de carbón del norte de Inglaterra” (p. 52).

El ferrocarril se expandió de manera ininterrumpida desde 1830, primero en GB, y luego en el continente europeo y en EE. UU. Su construcción demandó enormes cantidades de hierro y acero, de carbón y maquinaria pesada, de trabajo e inversiones de capital. Por todo esto cabe decir que fue el motor de la industrialización a partir de la década de 1830.

Las inversiones en ferrocarriles rentaban bajas ganancias a los inversores; sin embargo, la abundancia de capitales (generada por las inmensas ganancias de la industria algodonera) permitió mantener un flujo incesante de inversiones. “Virtualmente libres de impuestos, las clases medias continuaban acumulando riqueza en medio de una población hambrienta, cuya hambre era la contrapartida de aquella acumulación.” (p. 54) En un primer momento los ahorros de las clases medias fueron hacia inversiones en el extranjero; el fracaso de éstas hizo que la inversión se dirigiera hacia los ferrocarriles.

El quinto apartado (pp. 55-60) está dedicado a examinar la adaptación de la economía y de la sociedad para mantener el camino iniciado con la RI.

Hobsbawm analiza los siguientes factores:

a) Trabajo: la creación de una economía industrial implicó el desplazamiento rápido de población desde el campo hacia las ciudades, un aumento general de la población del país y un brusco aumento en el suministro de alimentos. Antes de la RI hubo una modesta revolución en la agricultura, consistente en atención racional a la cría de animales, rotación de cultivos, abonos, instalación de granjas y siembra de nuevas semillas. Estos logros permitieron proporcionar (entre 1830 y 1840) el 98 % de la alimentación a una población que era entre dos y tres veces mayor que la de mediados del siglo XVIII.

Hobsbawm enfatiza que la transformación de la agricultura fue una transformación social antes que económica. En un proceso preparatorio que abarcó el período entre los siglos XVI y XVIII fueron eliminados los cultivos comunales medievales (con su campo abierto y pastos comunales), la petulancia de la agricultura campesina y las actitudes anticomerciales respecto a la tierra. GB pasó a ser un país de pocos grandes terratenientes, una cantidad moderada de arrendatarios rurales y muchos labradores jornaleros. Desapareció el campesinado como clase.

“En términos de productividad económica, esta transformación social fue un éxito inmenso; en términos de sufrimiento humano, una tragedia, aumentada por la depresión agrícola que después de 1815 redujo al pobre rural a la miseria más desmoralizadora.” (p. 56)

La miseria de pobres rurales fue la condición para la expansión del número de la clase trabajadora urbana; los pobres iban a las ciudades y se incorporaban a la industria. Las ciudades ofrecían altos salarios en dinero (comparados con la miseria rural) y mayor libertad.

La industria no sólo requería más trabajadores; necesitaba mano de obra experta y eficaz. Había que transformar a los indolentes campesinos en obreros incansables. Esto se logró mediante (i) disciplina laboral draconiana, (ii) salarios tan bajos que los obreros necesitaban trabajar toda la semana para ganar lo necesario para subsistir.

b) Capital: había abundancia de capitales en GB. Pero los poseedores de grandes capitales (terratenientes, comerciantes, armadores, financieros) no tenían intenciones de invertir en las nuevas industrias. Pero el despegue de la industria algodonera requirió de pequeños capitales, accesibles a los fabricantes. Además, los grandes capitalistas emplearon su dinero en obras necesarias para la industrialización (canales, muelles, caminos y luego ferrocarriles). Las técnicas del comercio y de las finanzas, públicas y privadas, se hallaban bien desarrollados. Hacia fines del siglo XVIII la política gubernamental estaba entrelazada con el mundo de los negocios.

“De esta manera casual, improvisada y empírica se formó la primera gran economía industrial. Según los patrones modernos era pequeña y arcaica, y su arcaísmo sigue imperando hoy en Gran Bretaña. Para los de 1848 era monumental, aunque sorprendente y desagradable, pues sus nuevas ciudades eran más feas, su proletariado menos feliz que el de otras partes, y la niebla y el humo que enviciaban la atmósfera respirada por aquellas pálidas muchedumbres disgustaban a los visitantes extranjeros.” (p. 59)

En 1848 GB era el “taller del mundo”. Su comercio era el doble del de Francia (país al que había superado ya en 1780). Su consumo de algodón era dos veces el de EE. UU. y cuatro veces el de Francia. Producía más de la mitad del total de lingotes de hierro del mundo desarrollado. Tenía invertidos en el exterior entre 200 y 300 millones de libras esterlinas, que la proveían de dividendos e intereses.

La RI comenzaba a transformar el mundo…

 

Villa del Parque, domingo 18 de septiembre de 2022


NOTAS

[1] Botón de muestra: entre 1750 y 1769 la exportación de algodones ingleses aumentó 10 veces (p. 41).

[2] A modo de prueba: en 1814 Inglaterra exportaba 4 yardas de tela de algodón por cada 3 consumidas en ella; en 1850, 13 por cada 8. (p. 42)

[3] Algunos números: la cantidad de algodón en bruto importado por GB pasó de 11 millones de libras (1785) a 588 millones (1850); la producción de telas aumentó desde 40 millones de yardas (1785) a 2025 millones (1850); las manufacturas de algodón representaron entre 40-50 % del total de las exportaciones británicas en el período 1816-1848 (p. 45)

[4] GB experimentó, luego de las guerras napoleónicas, crisis de grandes alzas y caídas de la producción en 1825-1826, 1836-1837, 1839-1842, 1846-1848.

[5] Además, la mayoría de los trabajadores del algodón eran mujeres y niños, cuyos salarios eran inferiores a los de los varones adultos.

[6] Es decir, por obreros que realizan tareas sencillas, rutinarias, automáticas.


domingo, 11 de septiembre de 2022

HOBSBAWM SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA DE 1789-1799

 

Sans-culottes bailando


La obra La era de la revolución (1962), del historiador británico Eric Hobsbawm (1917-2012), abre su ciclo de grandes síntesis dedicado a la historia contemporánea. No soy historiador y por lo tanto no me atrevo a chapucear en un terreno en el que soy apenas un lector desprolijo. Sin embargo, como sociólogo corresponde hacer notar que las ciencias sociales surgieron como respuesta a las dos revoluciones, la Revolución Industrial y la Revolución Francesa. De ahí que La era de la revolución resulte de lectura ineludible para todas las personas interesadas en comprender el proceso que dio origen a la sociología. Al margen de estas consideraciones, leer a Hobsbawm siempre es un placer, entre otras cosas por la manera en que combina la historia económica y social con las transformaciones en la vida cotidiana de los hombres y las mujeres comunes.

Referencia bibliográfica:

Hobsbawm, E. J. (2009). La era de la revolución: 1789-1848. Buenos Aires, Argentina: Crítica. 344 p. (Biblioteca E. J. Hobsbawm de Historia Contemporánea). Traducción de Felipe Ximénez de Sandoval.

Abreviaturas:

GB= Gran Bretaña / RF= Revolución Francesa / RI= Revolución Industrial


Capítulo 3: La Revolución Francesa (pp. 61-83)

La presente ficha aborda el capítulo 3 de la obra, que está dedicado a la Revolución Francesa. No tiene más pretensiones que proporcionar un resumen y formular algunos comentarios que pueden resultar útiles para el lector interesado en el libro.

Desde el punto de vista de su estructura, el capítulo 3 se divide en cuatro apartados: el primer apartado (pp. 61-72) caracteriza a la RF, señala su influencia a nivel mundial e indica cuáles fueron sus causas; el segundo apartado (pp. 72-75) relata de manera sucinta las alternativas de la RF entre 1789 y 1793; el tercer apartado (pp. 75-79) desarrolla la experiencia de la República jacobina (1793-1794); el cuarto apartado (pp. 79-83)

La Revolución Industrial modeló la economía del mundo en el siglo XIX; la Revolución Francesa, en cambio, contribuyó decisivamente a formar la política y la ideología de ese siglo.

Hobsbawm sintetiza la influencia de la RF:

“Entre 1789 y 1917, las políticas europeas (y las de todo el mundo) lucharon ardorosamente en pro o en contra de los principios de 1789 o los más incendiarios todavía de 1793. Francia proporcionó el vocabulario y los programas de los partidos liberales, radicales y democráticos de la mayor parte del mundo. Francia ofreció el primer gran ejemplo, el concepto y el vocabulario del nacionalismo. Francia proporcionó los códigos legales, el modelo de organización científica y técnica y el sistema métrico decimal a muchísimos países. La ideología del mundo moderno penetró por primera vez en las antiguas civilizaciones, que hasta entonces habían resistido a las ideas europeas, a través de la influencia francesa. Esta fue la obra de la Revolución Francesa.” (p. 61)

Es cierto que la RF formó parte de un período de crisis para los regímenes políticos europeos y para sus sistemas económicos, que incluyeron movimientos secesionistas en algunas de sus regiones y colonias[1]. Pero la RF fue mucho más profunda que cualquiera de los movimientos anteriores por tres razones principales:

a) Francia era el más populoso de los Estados europeos (uno de cada cinco europeos era francés en 1789);

b) fue una “revolución social de masas, e inconmensurablemente más radical que cualquier otro levantamiento” (p. 62);

c) fue la única revolución ecuménica. Su influencia indirecta fue universal, brindó el patrón para todos los movimientos revolucionarios subsiguientes.

Hobsbawm se pregunta por los orígenes de la RF. Éstos deben buscarse en la específica situación del Estado francés; a pesar de su desarrollo económico y colonial, Francia no era una potencia como GB, “cuya política exterior ya estaba determinada sustancialmente por los intereses de la expansión capitalista” (p. 63) Francia era la más poderosa de las viejas monarquías absolutistas y aristocráticas de Europa. Por lo tanto, en Francia era más agudo el conflicto entre las fuerzas del Antiguo Régimen [la nobleza feudal] y las nuevas fuerzas sociales en ascenso [la burguesía].

El programa de la burguesía consistía en: eficaz explotación de la fuerza, libertad de empresa y de comercio, administración estatal eficiente de un territorio nacional único y homogéneo, abolición de las restricciones y desigualdades sociales que obstaculizaban el desenvolvimiento de los recursos nacionales, tributación equitativa. Pero su implementación resultaba imposible por la oposición de los intereses tradicionales. En Francia estaba cerrado el camino para la reforma desde arriba.

La estructura social del país permite comprender la dinámica de las fuerzas en conflicto.

Hacia 1789 Francia tenía una población total de 23 millones de personas.

La nobleza (el “primer estado”) estaba constituida por unas 400 mil personas; gozaba de considerables privilegios (que incluían la exención de varios impuestos) y el derecho a cobrar tributos feudales. Pero su situación política era débil en relación a la monarquía; los nobles carecían de independencia y responsabilidad políticas; sus instituciones representativas (estados y parlements) languidecían, con sus atribuciones cercenadas por la monarquía. Desde el punto de vista económico, la nobleza estaba excluida oficialmente del ejercicio del comercio o de cualquier otra profesión; por ende, los nobles dependían de las rentas de sus propiedades o, si pertenecían a la minoría cortesana, de los matrimonios de conveniencia, pensiones regias, donaciones o sinecuras. Sus propiedades estaban, por lo general, mal administradas. Los gastos de los nobles eran elevados y sus ingresos (fijos) se veían afectados por la inflación. Para salir del atolladero económico, los nobles recurrían a sus privilegios: acaparaban los puestos estatales, cerrando el camino a la burguesía[2]; en el campo, la nobleza más pobre aumentaba la explotación de los campesinos, “resucitando” viejos derechos feudales para obtener más dinero y servicios. En suma, la nobleza irritaba a la burguesía y al campesinado, y debilitaba la eficacia de la administración estatal.

El campesinado constituía el 80% de la población. Sus componentes eran libres en general; entre ellos había terratenientes. La mayor parte eran pobres o con recursos insuficientes. El aumento de la población y el incremento de la presión de la nobleza (la ya mencionada exigencia de mayores tributos en dinero y servicios) generaban un ascenso de miseria general. Sólo unos pocos campesinos disponían de un excedente para vender. La situación del campesinado empeoró en los veinte años anteriores a la RF.

La monarquía experimentaba problemas financieros. El fracaso de las reformas de 1774-1776, impulsadas por el ministro Turgot (1727-1781) y boicoteadas por los intereses tradicionales, y la participación en la guerra de independencia estadounidense, dejaron exhausto al Tesoro francés. Los gastos superaban a los ingresos en un 20 %. “Guerra y deuda - la guerra norteamericana y su deuda - rompieron el espinazo de la monarquía” (p. 66)[3].

La crisis fiscal de la monarquía abrió el camino para que la burguesía hiciera un intento de recuperar sus privilegios. Las convocatorias a una Asamblea de Notables (1787) y a los Estados Generales[4] (1789). “Así, pues, la revolución comenzó como un intento aristocrático de recuperar los mandos del Estado.” (p. 66)

La RF no fue hecha por un partido o un movimiento político con un programa sistemático. “No obstante, un sorprendente consenso de ideas entre un grupo social coherente dio unidad efectiva al movimiento revolucionario.” (p. 66) Este grupo era la burguesía; sus ideas eran las del liberalismo clásico, formuladas por los “filósofos” y los “economistas”. Los filósofos pueden ser considerados:

“Los responsables de la revolución. Ésta también hubiera estallado sin ellos; pero probablemente fueron ellos los que establecieron la diferencia entre una simple quiebra de un viejo régimen y la efectiva y rápida sustitución por uno nuevo.” (p. 67)

La ideología de los revolucionarios de 1789 era la masónica. Las peticiones del burgués que hizo la RF están expresadas en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, manifiesto contra la sociedad jerárquica y los privilegios de los nobles, pero no a favor de una sociedad democrática o igualitaria. Propiedad privada derecho natural, sagrada e inviolable. Los burgueses liberales querían una monarquía constitucional basada en una oligarquía de propietarios, los cuales se  se expresarían a través de una asamblea representativa. Constitucionalismo + Estado secular con libertades y garantías civiles para la iniciativa privada + gobierno de contribuyentes y propietarios.

El rey dejaba de serlo por gracia de dios y pasaba a representar la voluntad general de la nación, es decir, del pueblo. La fuente de la soberanía era la nación. El pueblo, identificado con la nación, era un concepto revolucionario.

La reunión de los Estados Generales aceleró el estallido revolucionario. La clase media (líder del 3° estado, que contenía al 95% de la población francesa) luchó para lograr una representación igualitaria respecto a la nobleza (1° estado) y la Iglesia (2° estado). Luego impulsó que las votaciones se realizaran en conjunto y no por estados separados. Finalmente, se reunió aparte, en una Asamblea Nacional, a la que se unieron algunos nobles y clérigos.

“El tercer estado triunfó frente a la resistencia unida del rey y de los órdenes privilegiados, porque representaba no sólo los puntos de vista de una minoría educada y brillante, sino los de otras fuerzas mucho más poderosas: los trabajadores pobres de las ciudades, especialmente de París, así como el campesinado revolucionario.” (p. 68)

La agitación reformista de la burguesía liberal se convirtió en una verdadera revolución por la profunda crisis económica y social. Malas cosechas, encarecimiento de los precios del grano, hambre entre los campesinos pobres y aumento de los precios de los alimentos en las ciudades, combinada con reducción de las compras de productos manufacturados, desocupación y hambre entre los trabajadores urbanos. En ese marco, la campaña de propaganda electoral desarrollada entre 1788 y 1789 dio a “la desesperación del pueblo una perspectiva política al introducir en sus mentes la tremenda y trascendental idea de liberarse de la opresión y de la tiranía de los ricos. Un pueblo encrespado respaldaba a los diputados del tercer estado.” (p. 69)

La contrarrevolución, que intentó suprimir el intento de los diputados del 3° estado, transformó “a una masa en potencia en una masa efectiva y actuante” (p. 68) La reacción popular se hizo efectiva en la toma de la Bastilla[5] (14 julio 1789). Hobsbawm anota “en época de revolución nada tiene más fuerza que la toma de los símbolos” (p. 69; el resaltado es mío - AM-)

El acto siguiente de la RF fue el Grande Peur (Gran Miedo, finales de julio - principios de agosto de 1789), una serie de revoluciones campesinas que abarcaron buena parte del país y que combinaron insurrecciones en ciudades provincianas y una oleada de pánico masivo que se extendió por toda Francia. Consecuencias: la estructura social del feudalismo francés y la máquina estatal de la monarquía francesa quedaron destruídas. La aristocracia y la clase media aceptaron lo inevitable: la Asamblea abolió los privilegios feudales, aunque imponiendo montos elevados para la redención de las cargas feudales (el feudalismo sólo fue abolido en 1793).

Fines agosto 1789: Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, manifiesto formal de la RF.

El proceso que culminó en la sanción de la Declaración fue la primera manifestación de un ciclo que se repitió en las revoluciones subsiguientes (siglos XIX y XX) y cuyos movimientos fueron: 1) los reformistas moderados de la clase media movilizan a los sectores populares para quebrar la resistencia de la contrarrevolución; 2) las masas movilizadas van más allá del programa de los reformistas moderados e inician su propia revolución social; 3) los moderados se escinden en un grupo conservador que se une a los contrarrevolucionarios, y un ala radical decidida a llevar adelante el programa inicial del reformismo moderado con ayuda de las masas, aun con el riesgo de perder el control sobre éstas. El proceso culmina de dos maneras diferentes: el grueso de la clase media se pasa al bando conservador o es derrotado por la revolución social.

La peculiaridad de la RF reside en que “una parte de la clase media liberal estaba preparada para permanecer revolucionaria hasta el final sin alterar su postura: la formaban los jacobinos” (p. 70)

El radicalismo de los jacobinos se explica porque: (a) los revolucionarios de 1789 no tenían a la mano el antecedente de lo ocurrido en la … RF; (b) no existía una clase social que pudiera proporcionar una alternativa por izquierda al radicalismo jacobino. Los trabajadores no representaban todavía una clase social independiente; seguía a líderes no proletarios. El campesinado tampoco proporciona una alternativa política.

La única alternativa al radicalismo burgués eran los sans-culottes, “movimiento informe y principalmente urbano de pobres trabajadores, artesanos, tenderos, operarios, pequeños empresarios, etc. Estaban organizados en las “secciones” de la ciudad de París y otras ciudades, y constituyeron la fuerza de choque de la RF. A través de periodistas como Jean-Paul Marat (1743-1793) y Jacques-René Hébert (1757-1794) formularon una política cuyos componentes eran: respeto a la pequeña propiedad + odio a los ricos + trabajo garantizado por el gobierno, seguros y seguridad social para el pobre. Democracia libertaria e igualitaria, localizada y directa. Pero su ideal político (un áureo pasado de aldeanos y pequeños artesanos, o un futuro venturoso de pequeños granjeros y artesanos no perturbados por los millonarios y banqueros) era irrealizable. Entre 1793-1794 lograron poner obstáculos al desarrollo de la economía francesa, pero no pudieron ir más allá.

1789-1791= Burguesía moderada, Asamblea Constituyente. Se pone en marcha la obra de racionalización y reforma de Francia. La mayoría de las realizaciones duraderas de la RF datan de esta época. Política económica liberal: cercado de las tierras comunales y estímulo de los empresarios rurales; proscripción de los gremios; abolición de las corporaciones. Además, secularización y venta de las tierras de la Iglesia y de la nobleza emigrada. Constitución de 1791, monarquía constitucional. Pero la contrarrevolución no cedió; huida del rey y captura en Varennes (junio 1791). El republicanismo se convirtió en una fuerza masiva; “los reyes tradicionales que abandonan a sus pueblos pierden el derecho a la lealtad de los súbditos.” (p. 72)

Abril 1792= Estallido de la guerra contra las monarquías europeas. Las derrotas iniciales fueron achacadas al sabotaje real y a la traición. Nueva radicalización de las masas.

Agosto y septiembre 1792= La monarquía es derribada por los sans -culottes de París; proclamación de la República; año I del calendario revolucionario. Matanza de los presos políticos. Elección de la Convención Nacional y convocatoria a la guerra total contra los invasores. Encarcelamiento del rey. La invasión es detenida en el cañoneo de Valmy (20 septiembre 1792).

Segunda revolución (República jacobina del año II). La guerra fue promovida y dirigida inicialmente por los girondinos, partido dominante en la Convención, belicosos en el exterior y moderados en el interior. Pero la guerra revolucionaria tenía su propia lógica: era o la victoria total de la revolución o el triunfo completo de la contrarrevolución. No era una guerra limitada, había que movilizar a toda la nación. La joven República francesa descubrió cómo vencer: la guerra total, movilización de los recursos de la nación mediante el reclutamiento en masa, racionamiento, economía de guerra y abolición dentro del país de la distinción entre civiles y soldados. Los sans - culottes apoyaron la guerra, porque pensaban que con ella se derrotaba a la contrarrevolución y se instauraba la justicia social. Los girondinos vieron pronto que no podían controlar la movilización de las masas que habían provocado y tuvieron que competir contra la izquierda (los jacobinos).

2 junio 1793= Golpe de los sans-culottes. Caen los girondinos. Se inicia la República jacobina.

El Terror, tan denostado por muchos historiadores, fue el medio que encontró la República para sobrevivir. Para comprender el contexto: en junio de 1793, 60 de los 80 departamentos de Francia estaban sublevadas contra París; los ejércitos de los príncipes alemanes invadían el país por el norte y por el este; los ingleses atacaban por el sur y por el mar; el país estaba desamparado y en quiebra. Catorce meses después el país estaba firmemente gobernado y los ejércitos invasores habían sido rechazados más allá de las fronteras de Francia. Para la Convención, el dilema era: o el Terror con todos sus defectos para la clase media, o la destrucción de la Revolución y la desintegración del Estado nacional. Las perspectivas de la clase media francesa dependían “en gran parte de las de un Estado nacional unificado y fuertemente centralizado” (p. 77)

Los jacobinos movilizaron a las masas contra la disidencia de los girondinos y de los notables provinciales. Se aliaron para ello con los sans-culottes, cuyas exigencias relativas a la guerra coincidían con el sentido común jacobino. Se promulgó la Constitución de 1793, muy radical, que instauraba el sufragio universal, el derecho de insurrección, trabajo y alimento, la declaración de que el bien común era la finalidad del gobierno y que los derechos del pueblo eran operantes y no meramente asequibles. Fue la primera constitución democrática promulgada por un Estado moderno.

Los jacobinos tomaron otras medidas que dan cuenta de su radicalismo: a) la abolición sin indemnización de los derechos feudales todavía existentes; b) aumentaron las posibilidades de los pequeños cultivadores de explotar las tierras abandonadas por los emigrados; c) abolieron la esclavitud en las colonias francesas.

Consecuencias de largo plazo del gobierno jacobino:

“En Francia establecieron la inexpugnable ciudadela de los pequeños y medianos campesinos, artesanos y tenderos, retrógrada desde el punto de vista económico, pero apasionadamente devota de la revolución y la República, que desde entonces domina la vida del país. La transformación capitalista de la agricultura y las pequeñas empresas, condición esencial para el rápido desarrollo económico, se retrasó, y con ello la rapidez de la urbanización, la expansión del mercado interno, la multiplicación de la clase trabajadora e, incidentalmente, el ulterior avance de la revolución proletaria. Tanto los grandes negocios como el movimiento obrero se vieron condenados a permanecer en Francia como fenómenos minoritarios, como islas rodeadas por el mar de los tenderos de comestibles, los pequeños propietarios rurales y los propietarios de cafés.” (p. 77-78)

El centro del gobierno, conformado por una alianza entre jacobinos y sans-culottes, se inclinaba hacia la izquierda. En términos sociales, era una alianza entre la clase media y las masas obreras; dentro de ella, los jacobinos de clase media constituían la fuerza decisiva. Su centro era el Comité de Salud Pública (un subcomité de la Convención), verdadero gabinete de guerra. Allí la figura más descollante era Maximilien Robespierre (1758-1794). Su poder era el del pueblo (las masas de París); su terror, el de esas masas.

La dinámica de la guerra fue separando a los jacobinos de sus apoyos sociales. La confrontación bélica exigía la centralización; ello perjudicaba la democracia directa de los comités de sans-culottes; además, si bien éstos se beneficiaron con el racionamiento y las tasas de precios, se vieron afectados por el tope a los salarios. En el campo, las requisas de alimentos provocaron el enojo de los campesinos.

Abril 1794= Los jacobinos eliminaron a la oposición de derecha, encabezada por Georges-Jacques Danton (1759-1794), y a la oposición de izquierda (Hébert); pero en ese momento se encontraron aislados.

Junio 1794= Los ejércitos de la República ocupan Bélgica. Eso alejó la amenaza exterior. El gobierno jacobino perdió su finalidad (ganar la guerra).

27/07/1794 (9 termidor)= La Convención derribó a Robespierre, quien fue ejecutado al día siguiente junto a otros dirigentes jacobinos.

El cuarto apartado (pp. 79-83) aborda el final del período revolucionario (1794-1799).

El problema central para la clase media francesa consistía en conciliar estabilidad política y progreso económico, en base al programa liberal de 1789-1791. Había que evitar el doble peligro de la república democrática jacobina y de la restauración del Antiguo Régimen.

El régimen termidoriano, que había derribado a los jacobinos, era débil. Estaba jaqueado por derecha (los monárquicos) y por izquierda (los sans-culottes). El Directorio, forma política adoptada desde 1795, dependía cada vez más del ejército para mantenerse en el poder. Finalmente, el más notable de los generales de la República, Napoleón Bonaparte (1769-1820) terminó derrocando al Directorio.

 

Villa del Parque, domingo 11 de septiembre de 2022


NOTAS:

[1] Menciona, entre otros ejemplos, el movimiento de independencia de Estados Unidos (1776-1783).

[2] Hacia 1780 se necesitaban cuatro cuarteles de nobleza para conseguir un puesto en el ejército, todos los obispos eran nobles y las intendencias (cargo clave en la administración) eran acaparadas por los nobles.

[3] En 1788 la deuda consumía el 50% del presupuesto total; la guerra, la escuadra y la diplomacia el 25%; los gastos de la Corte, el 6%.

[4] La Asamblea feudal del reino, en la que participaban representantes de todos los Estados (nobleza, iglesia y el 3° Estado, que agrupaba al resto de la población del país y en el que dominaba la clase media - burguesía-), que no se convocaba desde 1614.

[5] La Bastilla era una fortaleza ubicada en París, utilizada durante mucho tiempo como prisión. El pueblo la asaltó buscando armas para hacer frente a la intentona contrarrevolucionaria.


domingo, 13 de octubre de 2019

CAPITALISMO Y DEMOCRACIA EN LA BELLE EPOQUE: APUNTES SOBRE LA ERA DEL IMPERIO, DE E. HOBSBAWM




El historiador británico Eric Hobsbawm (1917-2012) es autor de una trilogía de obras sobre el siglo XIX (La era de la revolución, La era del capital, La era del imperio). Su lectura es imprescindible para la compresión del desarrollo y la expansión del capitalismo. A esta altura es innecesario afirmar que resulta imposible hacer sociología sin un profundo conocimiento de la historia.

The Age of Empire, 1875-1914, fue publicada en 1987 (Londres, Weidenfeld and Nicolson). Abarca un periodo crucial en el desarrollo del capitalismo, cuyos indicadores más notables son la expansión imperialista, el desarrollo de los regímenes democráticos y el crecimiento del movimiento obrero y del socialismo.
La presente ficha está dedicada al capítulo 4, cuyo título es “La política de la democracia”.
Nota bibliográfica:
Trabajé con la traducción española de Juan Faci Lacasta: Hobsbawm, E. (1998). La era del imperio, 1875-1914. Buenos Aires: Crítica. Entre corchetes figuran los comentarios y elaboraciones a partir del texto.
Abreviaturas:
PGM = Primera guerra mundial.

En el último tercio del siglo XIX el problema fundamental de la política de la sociedad burguesa era la cuestión de su democratización. La experiencia de la Comuna de París (1871) [1] produjo una “crisis de histeria internacional” entre los gobernantes europeos y puso en el centro del debate político la cuestión de la democracia. La burguesía estaba preocupada porque una expansión del derecho de voto podía poner en peligro su dominación.
“¿Qué ocurriría en la vida política cuando las masas ignorantes y embrutecidas, incapaces de comprender la lógica elegante y saludable de las teorías del mercado libre de Adam Smith [1723-1790], controlaran el destino político de los estados? Tal vez tomarían el camino que conducía a la revolución social, cuya efímera reaparición en 1871 tanto había atemorizado a las mentes respetables. Tal vez la revolución no parecía inminente en su antigua forma insurreccional, pero ¿no se ocultaba acaso, tras la ampliación significativa del sufragio más allá del ámbito de los poseedores de propiedades y de los elementos educados de la sociedad? ¿No conduciría eso inevitablemente al comunismo (…)? (p. 95).
Hobsbawm resume el dilema del liberalismo del siglo XIX:
“Propugnaba la existencia de constituciones y de asambleas soberanas elegidas que, sin embargo, luego trataba por todos los medios de esquivar actuando de forma antidemocrática, es decir, excluyendo del derecho de votar y de ser elegido a la mayor parte de los ciudadanos varones y de la totalidad de las mujeres.” (p. 95).
La burguesía restringía el derecho de voto para preservar su dominación política. Sin embargo, a partir de 1870 se hizo evidente que la democratización de la política era inevitable:
“El mundo occidental, incluyendo en él a la Rusia zarista a partir de 1905, avanzaba claramente hacia un sistema político basado en un electorado cada vez más amplio dominado por el pueblo común.” (p. 97).
En vísperas de la PGM, el proceso de democratización había registrado grandes avances en los países de Europa occidental. Entre el 30 y el 40% de la población adulta gozaba del sufragio universal. El voto femenino comenzaba, de modo muy incipiente, a plasmarse. [2]
Los políticos burgueses veían con malos ojos esta ampliación de derechos, pero entre 1880 y 1914 se resignaron a lo inevitable. De manera creciente, para ellos se trataba de encontrar los mecanismos más eficaces para manipular el voto y evitar que su dominación política y económica se viera socavada. Ensayaron toda una batería de medidas (existencia de dos cámaras legislativas, con un Senado mucho más restrictivo, colegios electorales – elección indirecta para los cargos públicos -, sufragio censitario (que podía incluir una cualificación educativa), manipulación de los distritos electorales, votaciones públicas para intimidar a los votantes, fraude, etc.
La ampliación del sufragio dio origen a un nuevo sistema político, centrado en “la movilización política de las masas para y por las elecciones, con el objetivo de presionar a los gobiernos nacionales.” (p. 97). Surgieron movimientos y partidos de masas, la política de propaganda de masas, los medios de comunicación de masas. Para los políticos se volvió imposible adoptar la “sinceridad” en sus discursos, pues sus palabras llegaban rápidamente a la masa de los electores. Se inauguró una época de hipocresía política.
Las masas que se movilizaban en la acción política estaban constituidas por: a) la clase obrera, “que se movilizaba en partidos y movimientos de base clasista” (p. 99); b) la pequeña burguesía tradicional, compuesta por maestros artesanos y pequeños tenderos, cuya posición era socavada por el desarrollo de la economía capitalista; c) los campesinos. Sin embargo, este último grupo nunca se movilizó políticamente como clase independiente; d) los cuerpos de ciudadanos unidos por lealtades sectoriales, como la religión o la nacionalidad.
La conformación de partidos políticos de carácter religioso (católicos, protestantes) se vio imposibilitada por la férrea oposición de la Iglesia a la Modernidad. Los católicos no tuvieron más remedio que apoyar a partidos conservadores o nacionalistas, en vez de conformar sus propias organizaciones.
El partido de masas disciplinado era la forma más extrema de la movilización política de masas. Se dio poco durante el período estudiado, salvo el caso del partido socialdemócrata alemán. No obstante, se fueron manifestando sus elementos constitutivos:
a)      Las organizaciones que conformaban su base. “El partido de masas ideal consistía en un conjunto de organizaciones o ramas locales junto con un complejo de organizaciones, cada una también con ramas locales, para objetivos especiales pero integradas en un partido con objetivos políticos más amplios.” (p. 103).
b)     Partidos ideológicos, en el sentido de que “eran algo más que simples grupos de presión y de acción para conseguir objetivos concretos. (…) A diferencia de esos grupos con intereses específicos, aunque ciertamente poderosos, el nuevo partido representaba una visión global del mundo. (…) La religión, el nacionalismo, la democracia, el socialismo y las ideologías precursoras del fascismo de entreguerras constituían el nexo de unión de las nuevas masas movilizadas, cualesquiera que fueran los intereses materiales que representaban también esos movimientos.” (p. 103).
c)      Promovían movilizaciones locales, que escapaban de los marcos locales de la acción política anterior. Los partidos de masas “Quebrantaron el viejo marco local o regional de la política, minimizaron su importancia o lo integraron en movimientos mucho más amplios.” (p. 104).
La paulatina conformación de partidos de masas y las nuevas formas de movilización política socavaron las estructuras que permitían el predominio de los “notables” locales. Surgió una nueva política. Pero no se trató de una política de la “igualdad”, en la que los participantes se relacionaban entre sí de igual a igual:
“La democracia que ocupó el lugar de la política dominada por los notables – en la medida en que consiguió alcanzar ese objetivo – no sustituyó el patrocinio y la influencia por el «pueblo», sino por una organización, es decir, por los comités, los notables del partido y las minorías activistas.” (p. 105).
Los partidos de masas no eran repúblicas de iguales. Su estructura jerárquica sirvió de base a los movimientos revolucionarios del siglo XX:
“El binomio organización y apoyo de masas les otorgaba [a esos partidos] una gran capacidad: eran estados potenciales. De hecho, las grandes revoluciones [del siglo XX] sustituirían a los viejos regímenes, estados y clases gobernantes por partidos y movimientos institucionalizados como sistemas de poder estatal.” (p. 105; el resaltado es mío – AM-). [3]
Como se indicó más arriba, las elites de los países europeos se oponían al proceso de democratización. Al hacerlo, su argumento podía resumirse en la siguiente pregunta: “¿No interferiría inevitablemente la democracia en el funcionamiento del capitalismo y – tal como pensaban los hombres de negocios -, además, de forma negativa?” (p. 106).
Pero el desarrollo de la movilización de las masas, que creció gradualmente en las décadas de 1870 y 1880, hizo insostenible la política de oposición de las elites a la democratización. Esto se reflejó en el pesimismo de la cultura burguesa a partir de decenio de 1880, que expresaba “el sentimiento de unos líderes abandonados por sus antiguos partidarios pertenecientes a unas elites cuyas defensas frete a las masas se estaban derrumbando, de la minoría educada y culta (es decir, fundamentalmente, de los hijos de los acomodados), que se sentían invadidos (…) o arrinconados por la marea creciente de una civilización dirigida a esas masas.” (p. 108). La irrupción del movimiento obrero como un fenómeno de masas en la década de 1890 no hizo más que agudizar el problema.
La respuesta de las elites consistió en integrar a las masas al escenario político. [4] “Antes o después (…), los gobiernos tenían que aprender a convivir con los nuevos movimientos de masas.” (p. 109). La burguesía liberal, que había predominado a mediados del siglo XIX, perdió posiciones en los Estados europeos con constituciones limitadas o derecho de voto restringido. En muchos países se conformaron coaliciones para enfrentar los desafíos de la revolución o de la secesión (el caso de Inglaterra e Irlanda, con los irlandeses procurando constituir su propio Estado independiente).
No se produjo una crisis de los valores liberales, más allá del pesimismo imperante en muchos intelectuales:
“La sociedad burguesa tal vez se sentía incómoda sobre su futuro, pero conservaba la confianza suficiente, en gran parte porque el avance de la economía mundial no favorecía el pesimismo. (…) La sociedad burguesa en conjunto no se sentía amenazada de forma grave e inmediata, tampoco sus valores y sus expectativas históricas decimonónicas se habían visto seriamente socavados todavía. Se esperaba que el comportamiento civilizado, el imperio de la ley y las instituciones liberales continuarían con su progreso secular.” (p. 110-111).
La burguesía dirigió su atención al movimiento obrero y socialista. Su propósito de integrarlo chocó con los empresarios, quienes defendían una política de mano dura hacia los trabajadores. La política de integración tuvo un éxito relativo: chocó con los partidos de la 2° Internacional (de orientación marxista), quienes rehusaron acordar con los gobiernos; no obstante ello, a partir de 1900 se fortaleció una tendencia reformista entre los partidos socialistas, cuyo principal teórico fue el socialista alemán Eduard Bernstein (1850-1932). Como resultado de ello, los socialistas quedaron divididos entre un ala conciliadora y reformista (más allá de su retórica revolucionaria) y un ala revolucionaria, que se hallaba generalmente en minoría (salvo el caso de los bolcheviques en Rusia). Además, “la política del electoralismo de masas, que incluso la mayor parte de los partidos marxistas defendía con entusiasmo porque permitía un rápido crecimiento de sus filas, integró gradualmente a esos partidos en el sistema.” (p. 112; el resaltado es mío – AM-.).
Hobsbawm describe así la política burguesa:
“Lo cierto es que la democracia sería más fácilmente maleable cuanto menos agudos fueran los descontentos. Así pues, la nueva estrategia implicaba la disposición a poner en marcha programas de reforma y asistencia social, que socavó la posición liberal clásica de mediados de siglo [XIX] de apoyar gobiernos que se mantenían al margen del campo reservado a la empresa privada y a la iniciativa individual.” (p. 113).
Esta nueva política derivó en el incremento de la importancia y el tamaño del aparato del Estado. La burocracia creció en número, aunque todavía era muy modesta si se toman en cuenta los parámetros de la segunda mitad del siglo XX. [5]
El gran problema político de las elites europeas era el siguiente: “¿Era posible dar una nueva legitimidad a los regímenes de los Estados y a las clases dirigentes a los ojos de las masas movilizadas democráticamente?” (p. 114).
Hobsbawm remarca la importancia del problema, pues “en muchos casos los viejos mecanismos de la subordinación social se estaban derrumbando” (p. 114). Un indicador del derrumbe era la caída de los votos de los conservadores y de la burguesía liberal en Alemania.
Para enfrentar la crisis de legitimidad,
“Los gobiernos, los intelectuales y los hombres de negocios descubrieron el ignificado político de la irracionalidad. (…) La vida política se ritualizó (…) cada vez más y se llenó de símbolos y de reclamos publicitarios, tanto abiertos como subliminales. Conforme se vieron socavados los antiguos métodos – fundamentalmente religiosos – para asegurar la subordinación, la obediencia y la lealtad, la necesidad de encontrar otros medios que los sustituyeran se cubría por medio de la invención de la tradición, utilizando elementos antiguos y experimentados capaces de provocar la emoción, como la corona y la gloria militar y (…), otros sistemas nuevos como el imperio y la conquista colonial.” (p. 115).
Los Estados recurrieron a la instauración de nuevas fiestas nacionales (por ejemplo, el 14 de julio en Francia), a las ceremonias de coronación de los monarcas (caso de Gran Bretaña), a la creación de símbolos patrios (como la bandera y el himno). Todo esto se desarrolló en el marco más general del “descubrimiento comercial del mercado de masas y de los espectáculos y entretenimientos de masas” (p. 116). La política se fue volviendo, cada vez más, otro espectáculo de masas. De ahí el carácter cada vez más hipócrita de los políticos, su imposibilidad para decir la verdad.
La nueva política se construyó en torno a una lucha fenomenal por el control de lo simbólico:
“Los regímenes políticos llevaron a cabo, dentro de sus fronteras, una guerra silenciosa por el control de los símbolos y ritos de pertenencia a la especie humana, muy en especial mediante el control de la escuela pública (sobre todo la escuela primaria) (…) y, por lo general cuando las Iglesias eran poco fiables políticamente, mediante el intento de controlar las grandes ceremonias del nacimiento, el matrimonio y la muerte.” (p. 117).
Los gobiernos de Europa occidental lograron el éxito en su tarea de controlar las movilizaciones de masas, por lo menos en el período 1875-1914. De hecho, tuvieron la suficiente habilidad como para utilizar a los enemigos del orden existente, empleándolos como catalizadores de la “unión nacional”: nada unía más que la convicción de que existía un enemigo común.
El estallido de la PGM no fue resistido por los partidos socialistas (con la solitaria excepción de los bolcheviques en Rusia y de un grupo de socialdemócratas alemanas liderado por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht). El masivo alistamiento de voluntarios fue el indicador más notable del “éxito de la democracia integradora” (p. 119).
A modo de conclusión, Hobsbawm escribe:
“En el período transcurrido entre 1880 y 1914, las clases dirigentes descubrieron que la democracia parlamentaria, a pesar de sus temores, fue perfectamente compatible con la estabilidad política y económica de los regímenes capitalistas.” (p. 120).
Siempre en el contexto limitado a los países de Europa occidental y con todas las limitaciones que tenían esas democracias (por ejemplo, la negación del voto a las mujeres), puede afirmarse que durante la belle époque se verificó la coexistencia de capitalismo y democracia. Esa coexistencia sirvió a los fines de la burguesía, pues le permitió integrar a sus enemigos (fundamentalmente los trabajadores, partidos socialistas y sindicatos) al sistema.
El delicado equilibrio de la belle époque se quebró en 1914, con el estallido de la PGM.


Parque Avellaneda, domingo 13 de octubre de 2019

NOTAS:
[1] La guerra franco-prusiana (1870-1871) tuvo como resultados la derrota del ejército francés, la caída de Napoleón III y la proclamación de la República. La población de París, que se había armado para resistir el sitio de la ciudad por los prusianos, se negó a entregar sus armas al gobierno burgués liderado por Thiers (18/03/1871). Comenzó así el primer gobierno obrero de la historia. Su existencia fue breve y debió enfrentar la ofensiva de las tropas que respondían Adolphe Thiers (1797-1877). La existencia de la Comuna concluyó el 28/05/1871, en medio de una ola de fusilamientos y encarcelaciones. Dentro de sus limitaciones, derivadas de la guerra civil y de la brevedad de la experiencia, la Comuna mostró que los trabajadores podían tomar el poder político y transformarlo; la revolución socialista dejó de ser una utopía y pasó a ser una posibilidad real. Su importancia para el movimiento socialista fue enorme. Basta mencionar que Karl Marx (1818-1883) modificó su concepción del Estado y de la revolución a partir del análisis de la experiencia de los trabajadores Franceses. Ver al respecto el tercer apartado de La guerra civil en Francia (1871).
[2] El voto femenino fue establecido en la década de 1890 en Wyoming (EE.UU.), Nueva Zelandia y el sur de Australia. Posteriormente, fue implementado en Finlandia y Noruega entre 1905 y 1913. (p. 96).
[3] El partido político de izquierda (socialistas, comunistas) se organizó a imagen y semejanza del Estado burgués, porque su era objetivo derrotar a éste y reemplazarlo por un nuevo Estado, que llevara a la sociedad hacia el socialismo. La jerarquía, cuyo vértice es el comité central, la circulación de órdenes e información de arriba hacia abajo y no a la inversa, la censura y el rechazo de los debates en la base, en la medida en que no se trata de meros rituales para legitimar la autoridad de los dirigentes, todo ello da cuenta del carácter estatal del partido. La pretensión de ser “vanguardia” no es otra cosa que una forma velada de manifestar la intención de conducir el proceso revolucionario, negando la democracia y la iniciativa de las masas.
[4] Alexis de Tocqueville (1805-1859) anticipó los fundamentos de esa política en su obra La democracia en América (vol. 1, 1835; vol. 2, 1840). Sostuvo allí que la ola de igualación, cuyas raíces se remontaban a la sociedad feudal, era imparable y que, por tanto, las elites tenían que dejar de oponerse a ella y pasar a intentar dirigirla.
[5] Hobsbawm aporta algunos datos estadísticos para efectuar la comparación: en  Gran Bretaña, el número de trabajadores al servicio del gobierno se triplicó entre 1891 y 1911. En 1914, el 3% del total de los trabajadores estaban empleados en el Estado en Francia, y la cifra trepaba el 5.5% en Alemania. En la década de 1970 y en los países de la Comunidad Económica Europea, la burocracia estatal constituía el 10-12% de la población activa. (pp. 113-114).