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domingo, 18 de septiembre de 2022

HOBSBAWM SOBRE LA PRIMERA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

 

Niños trabajando en las minas de carbón


La obra La era de la revolución (1962), del historiador británico Eric Hobsbawm (1917-2012), abre su ciclo de grandes síntesis dedicado a la historia contemporánea. No soy historiador y por lo tanto no me atrevo a chapucear en un terreno en el que soy apenas un lector desprolijo. Sin embargo, como sociólogo corresponde hacer notar que las ciencias sociales surgieron como respuesta a las dos revoluciones, la Revolución Industrial y la Revolución Francesa. De ahí que La era de la revolución resulte de lectura ineludible para todas las personas interesadas en comprender el proceso que dio origen a la sociología. Al margen de estas consideraciones, leer a Hobsbawm siempre es un placer, entre otras cosas por la manera en que combina la historia económica y social con las transformaciones en la vida cotidiana de los hombres y las mujeres comunes.

Referencia bibliográfica:

Hobsbawm, E. J. (2009). La era de la revolución: 1789-1848. Buenos Aires, Argentina: Crítica. 344 p. (Biblioteca E. J. Hobsbawm de Historia Contemporánea). Traducción de Felipe Ximénez de Sandoval.

Abreviaturas:

GB= Gran Bretaña / RF= Revolución Francesa / RI= Revolución Industrial

 

Referencia bibliográfica:

Hobsbawm, E. J. (2009). La era de la revolución: 1789-1848. Buenos Aires, Argentina: Crítica. 344 p. (Biblioteca E. J. Hobsbawm de Historia Contemporánea). Traducción de Felipe Ximénez de Sandoval.

Abreviaturas:

GB= Gran Bretaña / RF= Revolución Francesa / RI= Revolución Industrial


Capítulo 2: La Revolución Industrial (pp. 34-60)

El capítulo se encuentra dividido en cinco apartados.

El primer apartado (pp. 34-40) está dedicado a precisar el significado del concepto Revolución Industrial y sus límites cronológicos, y a explicar las razones por las que se produjo en Gran Bretaña;

En términos muy generales, la RI es el proceso por el que

“por primera vez en la historia humana, se liberó de sus cadenas al poder productivo de las sociedades humanas, que desde entonces se hicieron capaces de una constante, rápida y hasta el presente ilimitada multiplicación de hombres, bienes y servicios” (p. 35)

Vista en perspectiva, la RI “fue probablemente el acontecimiento más importante de la historia del mundo y, en todo caso, desde la invención de la agricultura y las ciudades” (p. 36)

Los economistas dieron el nombre de take-off [despegue] a este proceso de crecimiento autosostenido.

La RI se inició en la década de 1780-1790, cuando las estadísticas tomaron un casi virtual impulso ascendente. Terminó en la década de 1840, con la construcción del ferrocarril y de una industria pesada en Inglaterra.

Se desarrolló en GB. Recién al final del período analizado comenzó a extenderse a otros países europeos.

Ahora bien, GB no poseía superioridad científica ni tecnológica. “La educación inglesa era una broma de dudoso gusto” (p. 37) No existía educación primaria porque los temores sociales cerraban el camino a la educación de los pobres.

“Las innovaciones técnicas de la RI se hicieron por sí mismas, excepto quizás en la industria química.” (p. 38)

GB tenía las condiciones legales requeridas por la RI:

a) El rey había sido juzgado y ejecutado un siglo atrás (Rev. burguesa) [Monarquía parlamentaria];

b) el beneficio privado y el desarrollo económico eran aceptados como objetivos supremos de la política gubernamental;

c) el problema agrario estaba resuelto: un puñado de terratenientes de mentalidad comercial monopolizaba casi toda la tierra, el suelo era cultivado por arrendatarios con trabajadores asalariados (jornaleros o propietarios de fincas diminutas), los productos de las granjas dominaban los mercados y la industria manufacturera se había difundido por el campo no feudal; 

d) La agricultura estaba preparada para cumplir tres funciones fundamentales en una era de industrialización: i) aumentar producción y productividad para alimentar a una población no agraria en rápido crecimiento; ii) proporcionar cuota de reclutas para las nuevas industrias; iii) suministrar mecanismo de acumulación para la acumulación de capital utilizable para los sectores más modernos de la economía;

e) El capital social para poner en marcha la economía ya estaba construido (buques, instalaciones portuarias, mejoras en canales y caminos)

En Europa el siglo XVIII fue un período de prosperidad y expansión económica. Pero esa expansión no condujo, salvo en GB, a la RI.

En el siglo XVIII el crecimiento económico surgía de las decisiones de muchísimos empresarios privados e inversores, guiados por el imperativo: comprar barato para vender más caro. Nadie podía saber que la RI conduciría a una aceleración sin precedentes.

Para producir (y sostener) la RI se requerían dos cosas: a) una industria que ofrecía enormes ganancias para el industrial que pudiera aumentar rápidamente la producción por medio de innovaciones sencillas y baratas (este era el caso de la industria textil); b) un mercado mundial monopolizado por la producción de una sola nación.

La primera condición fue cumplida con creces por Inglaterra: la RI la colocó a la cabeza de la industria textil, y ello en medio de la expansión colonial. La segunda condición se cumplió al finalizar el período de guerras entre Francia y Gran Bretaña (1793-1815), cuyo resultado fue la eliminación del principal rival de los ingleses en el mercado mundial.

El segundo apartado (pp. 40-44) abarca la cuestión de la industria textil inglesa.

La industria del algodón fue un producto del comercio colonial. Los fabricantes ingleses comenzaron produciendo (copiando) indianas (artículos de algodón indio); ganaron el mercado inglés por: (i) eran productos toscos pero baratos; (ii) la prohibición de la importación de indianas, medida promovida por los magnates del comercio de lanas.

La expansión de la industria del algodón pasaba por el comercio de ultramar. Durante el siglo XVIII, la esclavitud y el algodón marcharon juntos. Los esclavos africanos se compraban, en parte, con algodón indio. Los esclavos africanos eran llevados a las plantaciones de las Indias Occidentales; esas plantaciones producían algodón en bruto para la industria británica; los dueños de las plantaciones, por su parte, compraban grandes cantidades de algodón elaborado en Manchester. Luego del take-off [despegue] de la RI, la región de Lancashire, núcleo de la industria algodonera inglesa, mantuvo la esclavitud en el sur de los EE. UU., pues los industriales de Lancashire compraban casi la totalidad de la cosecha de algodón de los Estados sureños.

El comercio colonial fue el acelerador de la industria del algodón; las posibilidades de aceleración de ese comercio[1] fueron el estímulo para que los empresarios se lanzaran a la búsqueda de innovaciones técnicas.

“En tal situación, las ganancias para el hombre que llegara primero al mercado con sus remesas de algodón eran astronómicas y compensaban los riesgos inherentes a las aventuras técnicas. Pero el mercado ultramarino, y especialmente el de las pobres y atrasadas zonas subdesarrolladas, no sólo aumentaba dramáticamente de cuando en cuando, sino que se extendía constantemente sin límites aparentes.” (pp. 41-42)

Si se tomaba cada uno de los mercados ultramarinos por separado, su escala era muy pequeña e insuficiente para el take-off; sin embargo, dado que Inglaterra poseía el monopolio del comercio internacional, la suma de los mercados constituía un aliciente enorme para los fabricantes. En este sentido, Hobsbawm sostiene que “la Revolución Industrial puede considerarse, salvo en unos cuantos años iniciales, hacia 1780-1790, como el triunfo del mercado exterior sobre el interior” (p. 42)[2].

Las exportaciones inglesas fluían hacia los mercados coloniales o semicoloniales de la metrópoli. Esta tendencia se mantuvo luego del final de las guerras napoleónicas; en 1820, Europa importó 128 millones de yardas de algodones ingleses, en tanto que las importaciones hacia África y América fueron de 80 millones de yardas; en 1840, Europa importó 200 millones de yardas, en tanto que las “zonas subdesarrolladas” importaron 529 millones (p. 42)

En el aumento de las exportaciones inglesas de algodón y la consolidación del control de los mercados jugó un papel fundamental el Estado británico: (i) América Latina, “vino a depender virtualmente casi por completo de las importaciones británicas durante las guerras napoleónicas, y después de su ruptura con España y Portugal se convirtió casi por completo en una dependencia económica de Gran Bretaña, aislada de cualquier interferencia política de los posibles competidores de este último país” (p. 42); (ii) India [las Indias Orientales] fue tradicionalmente el principal exportador de mercancías de algodón. La RI cambió el panorama; el subcontinente indio fue desindustrializado y se convirtió en mercado para los algodones de Lancashire. Se reformateó así la relación histórica entre Europa y Asia (la primera siempre compró a Asia más de lo que le vendía).

Pero la RI no fue sólo cuestión de algodón. Las innovaciones técnicas para aumentar la producción y abastecer a los mercados ultramarinos estaban al alcance de la mano; eran baratas, sencillas y no requerían de conocimientos demasiado sofisticados. Los gastos podían ser afrontados por pequeños empresarios que empezaban con unas cuantas libras prestadas; la conquista de nuevos mercados y la inflación de precios crearon beneficios astronómicos. La materia prima provenía del exterior; esto permitía aumentar rápidamente la producción (por medio de más esclavos y la apertura de nuevas áreas de cultivo), sin depender de la lenta agricultura europea.

El tercer apartado (pp. 44-50) examina el desarrollo de la RI en el período comprendido hasta 1840, haciendo especial hincapié en los problemas económicos.

El algodón fue el paso inicial de la RI inglesa. Fue la primera industria revolucionada. Entre 1780-1815 se incorporaron máquinas dedicadas a hilar, cardar y otras operaciones secundarias; desde 1815 las máquinas también pasaron a ocuparse del tejido. Hacia 1830 la algodonera era la única industria en la que predominaba el taller (es decir, la maquinaria); las palabras ‘fábrica’ e ‘industria’ sólo se aplicaban a la producción textil algodonera. En 1833 la industria algodonera ocupaba en Reino Unido a 1 millón y medio de trabajadores. Pero sus efectos iban más allá: la algodonera era la única industria que tenía efectos multiplicadores sobre el resto de la economía; el algodón demandaba construcciones, máquinas, adelantos químicos, alumbrado industrial, buques, etc. Por último, la industria algodonera pesó de manera decisiva sobre el conjunto de la economía y sobre el comercio exterior británico[3].

El desarrollo de la industria algodonera y la consiguiente transición a una nueva economía tuvieron consecuencias sociales: miseria y descontento, materias primas de la revolución social. Levantamientos espontáneos de los pobres en zonas urbanas e industriales. Desarrollo del movimiento cartista en GB. Revoluciones de 1848 en el continente europeo. El descontento abarcó a trabajadores pobres, pequeños comerciantes, pequeños burgueses. Algunos trabajadores (con la simpatía de pequeños patrones y granjeros) destruyeron las máquinas [movimiento ludita].

Los empresarios pagaban bajos salarios a los trabajadores; aumentaban así sus ganancias. Esa transferencia permitía el aumento de la inversión y el desarrollo industrial. Los grandes financieros (rentistas nacionales y extranjeros) y los grandes empresarios eran los beneficiarios; los pequeños negociantes y los granjeros tenían poco acceso al crédito.

Los obreros y los pequeños burgueses descontentos fueron la base para el surgimiento y desarrollo de los movimientos de masas del radicalismo, el democratismo y el republicanismo.

Al lado del descontento social, la nueva economía capitalista presentaba tres fallos fundamentales: a) el ciclo comercial de alza y baja[4]; b) la tendencia a la disminución de la tasa de ganancia; c) la disminución de las oportunidades de inversión.

La tendencia a la disminución de la tasa de ganancia era el fallo más preocupante para los capitalistas. En el período inicial de la RI, que se extiende hasta 1815, nada hacía imaginar una disminución de las ganancias. La mecanización aumentó la productividad de los trabajadores, que percibían bajos salarios[5]. La construcción de fábricas era relativamente barata. El mayor costo del material en bruto fue drásticamente reducido por la rápida expansión del cultivo del algodón en el sur de EE. UU. La inflación beneficiaba a los empresarios (los precios eran más altos cuando vendían sus mercancías que cuando las producían).

A partir de 1815 las ventajas del período anterior se vieron neutralizadas por el angostamiento progresivo del margen de ganancias: (i) los efectos combinados de la RI y de la competencia produjeron una fuerte y constante caída del precio del artículo terminado, pero no así de los diferentes costos de producción; (ii) el ambiente general de precios era de deflación. Sin embargo, el aumento astronómico de las ventas compensaba la caída de la ganancia por unidad de producto. Pero empezó a quedar claro que había que detener la reducción de la tasa de ganancia. Ello sólo podía lograrse reduciendo los costos.

¿Cómo reducir los costos?

Los empresarios contaban con tres opciones: 1) reducción directa de jornales; 2) sustitución de los obreros expertos, de salarios caros, por obreros mecánicos[6], y por la competencia de la máquina.

La reducción de salarios tenía un límite fisiológico: el hambre de los trabajadores. Para reducir aún más los salarios era preciso disminuir el precio de los medios de subsistencia. Ello sólo se logró con el pleno desarrollo del ferrocarril y de los buques de vapor, que permitieron el transporte barato de materias alimenticias.

La opción elegida (de 1815 en adelante) fue la mecanización, pues ella reducía los costos al reducir el número de obreros. Se produjo la mecanización de los oficios manuales o parcialmente mecanizados. No se trató de una absoluta revolución técnica, sino de adaptación o ligera modificación de la maquinaria ya existente. Pero la industria algodonera británica se estabilizó tecnológicamente hacia 1830.

El cuarto apartado (pp. 50-55) analiza la construcción de una industria básica de bienes de producción. La creación de esta industria era indispensable para la continuidad de la RI, pues ella proveería las máquinas necesarias para la continuidad de la mecanización de las industrias.

En las primeras décadas de la RI GB no contó con una industria pesada del hierro; el déficit se notó, en especial, en la metalurgia. Salvo especuladores, soñadores y “locos”, casi ningún propietario individual estaba dispuesto a realizar las grandes inversiones necesarias, pues las ganancias (si las había) sólo comenzarían a fluir mucho después de realizada la inversión.

GB tenía ventaja en la minería, en especial en el carbón. La importancia de este mineral radicaba en que era el principal combustible doméstico; el crecimiento de las ciudades creó una mayor demanda de carbón y se incrementó la explotación de las minas. A principios del siglo XVIII ya era la principal industria moderna; ella empleaba las primeras máquinas de vapor y los precursores de los ferrocarriles (los vagones con los que se transportaba el mineral desde el interior de la mina hacia la superficie). Las minas de carbón proporcionaron el estímulo para la invención que transformó las principales industrias de producción de mercancías: el ya mencionado ferrocarril. “Técnicamente, el ferrocarril es el hijo de la mina, y especialmente de las minas de carbón del norte de Inglaterra” (p. 52).

El ferrocarril se expandió de manera ininterrumpida desde 1830, primero en GB, y luego en el continente europeo y en EE. UU. Su construcción demandó enormes cantidades de hierro y acero, de carbón y maquinaria pesada, de trabajo e inversiones de capital. Por todo esto cabe decir que fue el motor de la industrialización a partir de la década de 1830.

Las inversiones en ferrocarriles rentaban bajas ganancias a los inversores; sin embargo, la abundancia de capitales (generada por las inmensas ganancias de la industria algodonera) permitió mantener un flujo incesante de inversiones. “Virtualmente libres de impuestos, las clases medias continuaban acumulando riqueza en medio de una población hambrienta, cuya hambre era la contrapartida de aquella acumulación.” (p. 54) En un primer momento los ahorros de las clases medias fueron hacia inversiones en el extranjero; el fracaso de éstas hizo que la inversión se dirigiera hacia los ferrocarriles.

El quinto apartado (pp. 55-60) está dedicado a examinar la adaptación de la economía y de la sociedad para mantener el camino iniciado con la RI.

Hobsbawm analiza los siguientes factores:

a) Trabajo: la creación de una economía industrial implicó el desplazamiento rápido de población desde el campo hacia las ciudades, un aumento general de la población del país y un brusco aumento en el suministro de alimentos. Antes de la RI hubo una modesta revolución en la agricultura, consistente en atención racional a la cría de animales, rotación de cultivos, abonos, instalación de granjas y siembra de nuevas semillas. Estos logros permitieron proporcionar (entre 1830 y 1840) el 98 % de la alimentación a una población que era entre dos y tres veces mayor que la de mediados del siglo XVIII.

Hobsbawm enfatiza que la transformación de la agricultura fue una transformación social antes que económica. En un proceso preparatorio que abarcó el período entre los siglos XVI y XVIII fueron eliminados los cultivos comunales medievales (con su campo abierto y pastos comunales), la petulancia de la agricultura campesina y las actitudes anticomerciales respecto a la tierra. GB pasó a ser un país de pocos grandes terratenientes, una cantidad moderada de arrendatarios rurales y muchos labradores jornaleros. Desapareció el campesinado como clase.

“En términos de productividad económica, esta transformación social fue un éxito inmenso; en términos de sufrimiento humano, una tragedia, aumentada por la depresión agrícola que después de 1815 redujo al pobre rural a la miseria más desmoralizadora.” (p. 56)

La miseria de pobres rurales fue la condición para la expansión del número de la clase trabajadora urbana; los pobres iban a las ciudades y se incorporaban a la industria. Las ciudades ofrecían altos salarios en dinero (comparados con la miseria rural) y mayor libertad.

La industria no sólo requería más trabajadores; necesitaba mano de obra experta y eficaz. Había que transformar a los indolentes campesinos en obreros incansables. Esto se logró mediante (i) disciplina laboral draconiana, (ii) salarios tan bajos que los obreros necesitaban trabajar toda la semana para ganar lo necesario para subsistir.

b) Capital: había abundancia de capitales en GB. Pero los poseedores de grandes capitales (terratenientes, comerciantes, armadores, financieros) no tenían intenciones de invertir en las nuevas industrias. Pero el despegue de la industria algodonera requirió de pequeños capitales, accesibles a los fabricantes. Además, los grandes capitalistas emplearon su dinero en obras necesarias para la industrialización (canales, muelles, caminos y luego ferrocarriles). Las técnicas del comercio y de las finanzas, públicas y privadas, se hallaban bien desarrollados. Hacia fines del siglo XVIII la política gubernamental estaba entrelazada con el mundo de los negocios.

“De esta manera casual, improvisada y empírica se formó la primera gran economía industrial. Según los patrones modernos era pequeña y arcaica, y su arcaísmo sigue imperando hoy en Gran Bretaña. Para los de 1848 era monumental, aunque sorprendente y desagradable, pues sus nuevas ciudades eran más feas, su proletariado menos feliz que el de otras partes, y la niebla y el humo que enviciaban la atmósfera respirada por aquellas pálidas muchedumbres disgustaban a los visitantes extranjeros.” (p. 59)

En 1848 GB era el “taller del mundo”. Su comercio era el doble del de Francia (país al que había superado ya en 1780). Su consumo de algodón era dos veces el de EE. UU. y cuatro veces el de Francia. Producía más de la mitad del total de lingotes de hierro del mundo desarrollado. Tenía invertidos en el exterior entre 200 y 300 millones de libras esterlinas, que la proveían de dividendos e intereses.

La RI comenzaba a transformar el mundo…

 

Villa del Parque, domingo 18 de septiembre de 2022


NOTAS

[1] Botón de muestra: entre 1750 y 1769 la exportación de algodones ingleses aumentó 10 veces (p. 41).

[2] A modo de prueba: en 1814 Inglaterra exportaba 4 yardas de tela de algodón por cada 3 consumidas en ella; en 1850, 13 por cada 8. (p. 42)

[3] Algunos números: la cantidad de algodón en bruto importado por GB pasó de 11 millones de libras (1785) a 588 millones (1850); la producción de telas aumentó desde 40 millones de yardas (1785) a 2025 millones (1850); las manufacturas de algodón representaron entre 40-50 % del total de las exportaciones británicas en el período 1816-1848 (p. 45)

[4] GB experimentó, luego de las guerras napoleónicas, crisis de grandes alzas y caídas de la producción en 1825-1826, 1836-1837, 1839-1842, 1846-1848.

[5] Además, la mayoría de los trabajadores del algodón eran mujeres y niños, cuyos salarios eran inferiores a los de los varones adultos.

[6] Es decir, por obreros que realizan tareas sencillas, rutinarias, automáticas.


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