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sábado, 29 de febrero de 2020

MONTESQUIEU Y LAS CIENCIAS SOCIALES: NOTAS DE LECTURA


Portada de "El espíritu de las leyes"


Irving Zeitlin es autor de un libro clásico sobre la historia de la sociología, Ideology and the Development of Sociological Theory (Englewood Cliffs: Prentice-Hall, 1968). Esta obra se caracteriza, entre otras cosas, por dedicarle un espacio considerable a los precursores de la sociología, es decir, a los autores que comenzaron a diferenciarse de la filosofía política y a elaborar un cuerpo teórico cuyo núcleo era el análisis del capitalismo, esa nueva forma de organización social que estaba reemplazando al feudalismo.
Entre los precursores se encuentra Charles Louis de Secondat, señor de la Brede y barón de Montesquieu (1689-1755). Durante toda su vida manifestó una insaciable curiosidad por conocer el funcionamiento de su sociedad y compararlo con el de otros países; en este sentido, fue uno de los pioneros de los estudios comparativos en ciencias sociales; su pertenencia a la aristocracia le permitió disponer del tiempo necesaria para estudiar la filosofía política y la historia, y para realizar viajes por el continente europeo; en 1728-1729 visitó Alemania, Austria, Italia y Holanda; posteriormente viajó a Gran Bretaña, donde permaneció dos años. Sus obras principales fueron: Cartas persas (1721); Consideraciones sobre la grandeza y la decadencia de los romanos (1734); El espíritu de las leyes (1748).
Zeitlin dedica el capítulo 2 de la obra a presentar los lineamientos fundamentales de la teoría social de Montesquieu. Esta ficha es un resumen de dicho capítulo.
Nota bibliográfica:
Para la redacción de esta ficha utilicé la traducción española de Néstor A. Míguez: Ideología y teoría sociológica. Buenos Aires: Amorrortu. (pp. 21-33).


Zeitlin afirma que Montesquieu fue “el primer pensador de los tiempos modernos que intentó construir una filosofía de la sociedad y de la historia” (p. 21). Esta afirmación, demasiado rotunda, requiere ser matizada. El mismo autor menciona una excepción: el caso de Giambattista Vico (1668-1744), quien identificó a las regularidades (sucesos que se repiten y que obedecen a las mismas causas) como la base de la ciencia social. [1] Podemos mencionar otra, la obra de Maquiavelo (1469-1527), que puede ser considerada en muchos sentidos la primera teoría social moderna. Aquí no disponemos de espacio para desarrollar la cuestión de los precursores de los precursores; en todo caso, será elaborada en fichas posteriores.
Más allá del debate sobre los posibles antecesores de Montesquieu en el desarrollo de la teoría social moderna, lo cierto es que éste:
“se emancipó totalmente de la herencia medieval. Su preocupación por las regularidades estaba más cercana a la concepción moderna; buscaba las leyes del desarrollo social e histórico, y éste era su propósito principal en el estudio de los hechos sociales. No estudiaba los hechos por sí mismos, sino para descubrir las leyes que se manifiestan a través de ellos.” (p. 22).
Sus preocupaciones también lo ubican en el terreno de la ciencia social y no de la filosofía política, pues Montesquieu procuraba distinguir las distintas formas de gobierno utilizando como criterio de demarcación a las formas de organización social correspondientes a cada una de aquéllas. En palabras de Zeitlin:
“Existen distintas formas de gobierno que reciben los nombres de república, aristocracia, monarquía y despotismo, y que no constituyen agregados de propiedades adquiridas de forma accidental, sino que son más bien la expresión de ciertas estructuras sociales subyacentes. Tales estructuras permanecen ocultas mientras sólo observamos los fenómenos políticos y sociales, es decir, los hechos. Estos son en primera instancia tan complejos y variados que parecen desafiar toda comprensión.” (p. 22).
El problema central de la teoría social consiste, por tanto, en encontrar las regularidades que permiten relacionar la multitud de hechos que se suceden todo el tiempo en cada sociedad. Para eso es preciso partir del supuesto de que todas las instituciones de una sociedad son interdependientes entre sí; ninguna de ellas existe por casualidad o para satisfacer un “deber ser” al que aspiran los individuos. Todo lo contrario.
“La educación y la justicia, las formas de matrimonio y la familia, y las instituciones políticas, no solo ejercen una influencia recíproca, sino que dependen también de la forma básica del Estado; el carácter de éste, a su vez, descansa en esos aspectos de la sociedad. (…) Si el examen de una sociedad revela determinada interdependencia entre sus elementos, y si una serie de sociedades tienen tantas cosas en común que se las puede clasificar en el mismo tipo, entonces los procesos de funcionamiento de estas sociedades también pueden manifestar ciertas tendencias características similares. Ni estos procesos ni el destino de los pueblos están determinados por accidentes.” (p. 23; el resaltado es mío – AM-.).
Montesquieu sienta así las bases de las ciencias sociales modernas, que se apoyan en el reconocimiento de la existencia de regularidades en todas las sociedades. Ahora bien, esas regularidades no son las mismas en cada sociedad ni en cada época histórica.
“Después de realizar un estudio empírico bastante cuidadoso de las sociedades pasadas y contemporáneas para determinar la causa de la variedad de las instituciones, llegó a la conclusión de que no había ningún gobierno que fuera universalmente apropiado. Las instituciones políticas deben adecuarse a las peculiaridades de la sociedad en la que deben funcionar. (…) no se puede legislar para todas las personas y todos los lugares partiendo de la suposición de que existen leyes universalmente aplicables. No vacilaba en señalar tanto virtudes como defectos en todas las formas de gobierno.” (p. 23; el resaltado es mío – AM-).
Como no existe una única forma de sociedad, Montesquieu elaboró procedimientos metodológicos para distinguir entre organizaciones sociales diferentes. En este sentido, fue el primer gran “metodólogo” de las ciencias sociales.
Toda ciencia tiene que describir la realidad, pero resulta complejo llevar a cabo esta tarea si esa realidad está compuesta por elementos que difieren completamente entre sí. De ahí la necesidad de identificar rasgos comunes y, de ese modo, establecer clasificaciones y tipologías. Para resolver el problema de la descripción de una realidad compleja, Montesquieu desarrolló los tipos ideales y los aplicó al estudio de las formas de gobierno.
“Su obra principal, El espíritu de las leyes, y en medida algo menor todos sus otros escritos, son análisis basados en tipos políticos y sociológicos. Se trataba de una herramienta intelectual indispensable, capaz de dar sentido a lo que de otro modo parecería una maraña incomprensible.” (p. 22).
Los tipos ideales se construyen a partir de la identificación de los rasgos comunes a diversas sociedades. En base a ellos se construye un tipo ideal de sociedad (en el caso de Montesquieu, de forma de gobierno), que permite clasificar a cada una de las sociedades realmente existentes. La condición de posibilidad de la formulación de los tipos ideales es la existencia de regularidades en las sociedades. Si todo fuera azar sería imposible construir una ciencia de la sociedad.
Zeitlin caracteriza así el uso de los tipos ideales por Montesquieu:
“Sus tipos no tenían pretensión alguna de trascender el tiempo y el lugar. Reconocía que las costumbres, las leyes y otras instituciones de las sociedades varían junto con las demás condiciones de su existencia. Discernía ciertos tipos generales, por ejemplo, la monarquía, pero también veía que las monarquías específicas varían según el tiempo y el lugar. Por ello, las reglas nunca pueden ser válidas para todas las sociedades y para todos los pueblos.” (p. 28).
Zeitlin señala Montesquieu no fue el primero en utilizar los tipos ideales. Aristóteles (384-322 a.C.), por ejemplo, también los empleó; pero, el filósofo griego “lo circunscribió [su uso] a las formas políticas.” (p. 27). Zeitlin cae aquí en error conceptual, pues las formas de gobierno en Aristóteles no son sólo formas de organización política, sino tipos de organización social. No cabe hablar de reduccionismo político. [2]
Ahora bien, “la ciencia exige algo más que descripción y clasificación; también supone interpretación y explicación.” (p. 27). Montesquieu sostiene que esto es posible en la medida en que puedan formularse leyes; sin ellas tampoco es viable una ciencia de la sociedad.
Las leyes implican el reconocimiento de la existencia de relaciones causales entre los hechos.
“Los sucesos percibidos no son arbitrarios ni fortuitos; ni la interpretación es la imposición de un orden totalmente subjetivo – un orden que solo existe en la mente – a una realidad en esencia caótica y errática, es decir, desordenada. También fue este uno de los supuestos que guió a Montesquieu en su análisis social.”  (p. 27).
Montesquieu sostuvo que las leyes no sólo se aplicaban a la naturaleza, sino también a la sociedad. De este modo, el terreno de lo social dejaba de ser patrimonio del azar, de la acción de las grandes personalidades, de la voluntad de Dios. La sociedad se convertía en un objeto de estudio, a semejanza de los astros que eran estudiados por la astronomía o de los cuerpos cuyos desplazamientos eran examinados por la física.
Respecto a la utilización del concepto de ley por Montesquieu es preciso desarmar un equívoco que, a esta altura del partido, forma parte del sentido común de toda presentación somera de la obra del filósofo político francés. Según este sentido común, las leyes hacen referencia a la influencia determinante de la geografía y el clima sobre las sociedades. Zeitlin refuta esta concepción:
“El volumen de la sociedad es para Montesquieu la causa principal de estos cambios [en la sociedad y la política]. (…) Las interpretaciones tradicionales de la teoría de Montesquieu han pasado por alto su reconocimiento de las variables sociales y han llamado la atención, en cambio, hacia otras variables: la geografía, la topografía, la fertilidad del suelo, el clima, la proximidad (o la lejanía) respecto al mar, etc. Montesquieu atribuía a todos estos factores una influencia restrictiva sobre la estructura de una sociedad; son las constantes retardantes cuya ausencia o presencia orientan a una sociedad en una dirección particular. Pero en su pensamiento estos factores eran menos importantes que las variables sociales.” (p. 31).
El filósofo político francés distinguió entre ley y costumbre.
“Las costumbres surgen espontáneamente de la existencia social; las leyes, en cambio, son establecidas por un legislador de manera formal y explícita.” (p. 31).
En la concepción de Montesquieu, cada sociedad “parece requerir ciertas leyes definidas que se adapten en grado máximo a la misma. Pero estas permanecen ocultas e implícitas (…), si algún legislador no las discierne y las formula explícitamente.” (p. 31-32).
Ahora bien, la tarea del legislador introduce la contingencia en la cuestión de las leyes de la sociedad, pues la legislación puede diferir de la naturaleza de la sociedad. “Una sociedad sería lo que prescribe su naturaleza, si no fuera por la ignorancia y los errores de quienes interpretan estas prescripciones.” (p. 32). [3]
Montesquieu formuló una clasificación de las sociedades. En ella distinguía las siguientes formas: república (que puede ser aristocracia o una democracia), monarquía, despotismo y una cuarta forma constituida por las sociedades que viven de la caza y la cría de ganado. [4] Con esos tipos ideales se refiere a sociedades totales, no sólo a sistemas políticos. No se basan en la aplicación de principios a priori, sino que se fundan en la observación. [5] Se interesó tanto en las diferencias entre las sociedades como en sus semejanzas. Zeitlin indica que:
“El razonamiento subyacente en esta clasificación es válido todavía hoy. Comprendió que el aumento de complejidad de las estructuras económicas y sociales, el acrecentamiento de las diferencias de riqueza, la aparición de estratos, etc., provocaban cambios en la estructura política.” (p. 29).
Fue el primero en indicar la importancia de la solidaridad social como mecanismo que desarrollaba la cohesión entre los miembros de una sociedad.
“Se percató del hecho de que una república como la Atenas o la Roma antiguas, donde la propiedad privada se hallaba poco desarrollada, lógicamente presentaría el mayor grado de solidaridad social; y que una sociedad moderna, caracterizada por una compleja división del trabajo y por la existencia de clases y de grupos especiales de intereses, debía presentar un grado menor de ella. En este último caso, cada individuo establece una tajante distinción entre su persona y su grupo especial de intereses por una parte, y la sociedad por la otra. La solidaridad social, en la medida en que puede existir en la sociedad moderna, brota de una fuente distinta. Ya no depende de la igualdad y la semejanza, sino precisamente de la división del trabajo, que crea la interdependencia de individuos y de grupos.” (p. 29-30).
El concepto de solidaridad social fue retomado por Saint-Simon (1760-1825), de quien lo recogió, a su vez, Durkheim (1858-1917), convirtiéndolo en una noción central de su clasificación de las sociedades.
Zeitlin sintetiza el aporte de Montesquieu a la teoría social moderna:
“Sin duda, es siempre erróneo rastrear el nacimiento de ciertas ideas hasta un pensador determinado. Sin embargo, puede considerarse a Montesquieu como un precursor importante del pensamiento sociológico, pues usó los conceptos de tipi ideal y de ley con mayor coherencia que cualquiera de sus predecesores o contemporáneos, comprendió la necesidad de los estudios comparativos y sostuvo la suposición de que los elementos de una sociedad son funcionalmente interdependientes.” (p. 33).
Por último, esta ficha es, a la vez, la continuidad de una serie dedicada a presentar el aporte de Zeitlin a la historia del pensamiento sociológico, y la primera de una serie de trabajos sobre la contribución de Montesquieu a la teoría social, basada en la lectura de El espíritu de las leyes.


Villa del Parque, sábado 29 de febrero de 2020


NOTAS:
[1] Sin embargo, Zeitlin sostiene que “en los escritos de Vico, las ideas fundamentales del Iluminismo, las referentes al progreso humano y a la perfectibilidad del ser humano en el ámbito secular, no aparecen por ninguna parte. Siguió siendo esencialmente medieval y teológico en su visión del mundo y consideró que el mejoramiento y la salvación dependen de la gracia de Dios.” (p. 21).
[2] Ver Aristóteles, Política, Libro IV. Por ejemplo, los tipos de régimen democrático son producto de una determinada relación de fuerzas entre las clases sociales de la polis. Estos tipos varían si se modifica la relación entre esas fuerzas sociales.
[3] “La concepción que Montesquieu tenía de la ley como expresión de la relación necesaria entre las cosas encierra elementos ambiguos. Parece creer que estudiando una sociedad es posible descubrir sus leyes (lo que su naturaleza exige) y, por tanto, crear las formas legales y otras instituciones que mejor se adapten a esa naturaleza. La creación de tales instituciones supone una interpretación de cuál es la verdadera naturaleza de una sociedad y, por lo tanto, está sujeta a error. Si faltara este elemento contingente – la ignorancia y/o el error – el ser humano concebiría leyes en total acuerdo con la naturaleza de la sociedad, y en apariencia esto sería beneficioso. La vida social del ser humano estaría totalmente determinada, y los elementos de la sociedad presentarían una articulación e integración perfectas. Los elementos contingentes que Montesquieu introduce parecen implicar que el ser humano nunca puede alcanzar una articulación tan perfecta.” (p. 32).
[4] Esta cuarta forma está conformada por sociedades que se caracterizan por tener “una población pequeña y poseer la tierra en común. Las costumbres, y no las leyes, regulan la conducta. Los ancianos gozan de la autoridad suprema, pero tales sociedades son tan celosas de su libertad, que no toleran ningún poder permanente. Montesquieu las divide, además, en dos subtipos: salvajes y bárbaros. Los salvajes son, por lo general, cazadores que viven en sociedades pequeñas y relativamente nómadas, mientras que los bárbaros crían ganado, viven en sociedades mayores y son relativamente sedentarias.” (p. 30).
[5] Como se indicó más arriba, Montesquieu fue un gran viajero, interesado en las costumbres y la legislación de los países que visitaba. Además de su propia experiencia, se basó en su conocimiento de la historia y en relatos de viajeros. Todo ello sirvió de material empírico comparativo para elaborar su clasificación de las sociedades.

martes, 4 de febrero de 2020

MARX, CRÍTICO DE LA DEMOCRACIA




“Cada paso del movimiento real
Vale más que una docena de programas.”
Karl Marx, carta a Wilhelm Bracke, 5/05/1875

A modo de prólogo:
Karl Marx (1818-1883) retomó en sus trabajos de la década de 1870 varios de los problemas abordados en los primeros años de su producción intelectual; en especial, aquellos referidos a los aspectos políticos de la dominación capitalista y a los problemas del Estado y la revolución. Así, La guerra civil en Francia (1871) puede ser considerada como la crítica del Estado [1], en tanto que la Crítica del programa de Gotha (1875)  representa la crítica de la Democracia.
Los textos mencionados en el párrafo anterior tienen en común el ser producto de la lucha de los trabajadores. Dicho de otro modo, Marx enfrenta los problemas del Estado y de la democracia a partir de la experiencia de la clase obrera. Su preocupación es, ante todo, la práctica.
La Comuna de París (marzo-mayo de 1871), a cuyo análisis está dedicada GCF, fue la primera experiencia de toma del poder por los trabajadores y los sectores populares, y planteó con agudeza el siguiente problema: ¿qué debía hacer con el Estado una revolución triunfante?
El desarrollo del Partido Socialista en Alemania, cuyos orígenes se remontan a la década de 1860 y que se encontraba en proceso de unificación en 1875, enfrentó a Marx con los problemas de la política práctica y, en especial, con la cuestión de la democracia [2]. En otras palabras, ¿cuáles eran las tareas de la organización política revolucionaria en un contexto de democracia?, ¿cómo actuar en un marco de legalidad?, ¿qué hacer con la democracia (burguesa)?
No es que Marx no hubiera encarado anteriormente los problemas prácticos de la política. Su actuación durante la revolución alemana de 1848-1849 y, en especial, su actividad en la Asociación Internacional de Trabajadores (1° Internacional) desde 1864, muestran que no era un recién llegado a la política. Pero el desarrollo del movimiento obrero europeo, el salto cualitativo que significó la Comuna y el crecimiento de los partidos socialistas, la paulatina legalización de los sindicatos, la extensión del sufragio universal, etc., generaron un cúmulo de nuevos problemas para los cuales no servían las viejas respuestas.
Los textos de la década de 1870 muestran la interacción entre las luchas de la clase trabajadora y el desarrollo de la teoría marxista, así como también la revisión constante de la teoría por un Marx atento a los cambios sociales. La expresión “todo lo sólido se desvanece en el aire”, acuñada por Marx y Engels para el Manifiesto comunista (1848), tiene plena vigencia al momento de analizar las respuestas de Marx a los nuevos problemas de la clase obrera.
Pero obras como GCF y CPG tienen también importancia desde una perspectiva actual. En ellas se discuten el Estado y la democracia. Y precisamente el estatismo y el culto a la democracia (burguesa) están ampliamente difundidos en las filas de las organizaciones de izquierda, a punto tal que puede afirmarse, con un poco de exageración, que constituyen una especie de pensamiento hegemónico que ha reemplazado al marxismo. Marx no nos puede ofrecer ninguna respuesta para los problemas actuales, pero sí podemos encontrar en la lectura de sus textos una perspectiva diferente para encarar esos problemas. Dicho de otro modo, contribuye a que podamos formular preguntas diferentes y, muchas veces, cambiar la pregunta es el principio de la solución.

Nota bibliográfica:
Para la redacción de este ensayo utilicé la traducción española de las Glosas marginales al programa del Partido Obrero alemán (Programa de Gotha), incluida en: Chiviló Villar, Matías, comp. (2013). Programas del movimiento obrero y socialista. Buenos Aires, Argentina: Rumbos. (pp. 85-100).
Abreviaturas:
CPG = Crítica del programa de Gotha / GCF = La guerra civil en Francia

CPG y la crítica de la democracia (burguesa):
Existen muchas maneras posibles de leer una obra. Cada una de esas lecturas es arbitraria, en el sentido de que se realiza en función de los intereses específicos del lector. En este caso, hemos optado por leer la CPG considerándola como una crítica de los grandes tópicos de la democracia burguesa, empezando por la noción de igualdad.
La preocupación por la democracia fue una constante en la producción de Marx. En sus escritos sobre la Revolución Francesa de 1848, Marx señaló que la democracia era la mejor forma de dominación de la burguesía. En El capital (1867) desarrolló las nociones de cosificación de las relaciones sociales capitalistas y de coerción económica. Los capitalistas son propietarios de los medios de producción. En virtud de esa propiedad, los capitalistas controlan el proceso de trabajo, la instancia en la que se producen los bienes que satisfacen las necesidades de los miembros de la sociedad.
Los trabajadores, en cambio, sólo poseen su fuerza de trabajo (sus saberes y habilidades para trabajar); por tanto, se ven obligados a venderse en el mercado como asalariados, pues únicamente así pueden acceder a los medios que necesitan para vivir. El trabajador va a trabajar por coerción económica (necesita el salario para comprar las mercancías que le hacen falta para subsistir); no necesita un capataz que le dé latigazos para levantarse de la cama e ir a trabajar.
En pocas palabras, los capitalistas no necesitan ser propietarios del Estado porque son propietarios de los medios de producción. De ahí la escisión entre Estado y sociedad civil, descripta en “Sobre la cuestión judía” (1844), característica de la sociedad burguesa. Esto permite la autonomía relativa del Estado, que aparece como el representante de toda la sociedad, el defensor del “bien común”, etc., y no como el instrumento que asegura la dominación de la clase capitalista. Una de las condiciones para que el Estado tome esta apariencia es la difusión de la ideología de la igualdad, que cobra auge con el desarrollo de la producción mercantil. Dicha ideología se plasmó en el derecho y se expresó en la educación “igual para todos”.
El conjunto de estos aspectos conforma esa formidable estructura de dominación que es la democracia. Sin este recorrido, que Marx realizó a lo largo de décadas de investigación sobre el capitalismo y que en CPG aparece plasmado como una crítica de los elementos centrales de la democracia, resulta imposible comprender la hegemonía burguesa.

La crítica de la igualdad:
Uno de los aspectos fundamentales de la CPG está referido a la discusión de la consigna “reparto equitativo del fruto del trabajo” [2], introducida en el programa por los partidarios de Ferdinand Lassalle (1825-1864). Marx critica la inclusión de la consigna desde dos perspectivas diferentes pero complementarias.
Por un lado, la ciencia económica demuestra que es imposible el reparto de todo el “fruto del trabajo”, pues eso impediría reanudar el siguiente ciclo productivo y condenaría a la muerte por hambre a todos los miembros de la sociedad. Antes de efectuar el reparto, es preciso hacer varias deducciones del producto del trabajo, a saber: 1) reposición de los medios de producción consumidos durante el ciclo productivo; 2) parte suplementaria para ampliar la producción; 3) fondo de reserva contra accidentes y trastornos naturales. Estas deducciones se derivan directamente de la necesidad económica. Una vez efectuadas, del producto generado en el ciclo productivo quedan los medios de consumo. Sin embargo, todavía no es posible proceder al reparto individual. Antes de poder realizarlo, es preciso hacer nuevas deducciones: 4) gastos generales de administración; 5) necesidades colectivas (escuelas, hospitales, etc.); 6) fondo para el mantenimiento de las personas que no pueden trabajar.
Una vez efectuadas las deducciones mencionadas en el párrafo anterior, es posible poner en práctica el reparto individual. En este punto Marx introduce otra perspectiva. Pasa a discutir la noción de igualdad, uno de los pilares de la ideología capitalista.
Es imprescindible hacer un rodeo antes de pasar a la cuestión principal. La producción de mercancías requiere de la igualdad; en otras palabras, el intercambio de mercancías es intercambio de equivalentes. ¿Qué significa esto? Quiere decir que las mercancías más diferentes (por ejemplo, computadoras y papel higiénico), elaboradas a su vez por medio de los trabajos más disímiles, se igualan en tanto producto del trabajo humano abstracto, en el que desaparecen todas las características específicas de cada oficio y sólo se conserva la cualidad de ser gasto de fuerza humana indiferenciada, cuya medida es el tiempo de trabajo. Todas las cualidades humanas (que se concretan en la elaboración de un producto determinado) son reducidas a tiempo de trabajo. Las diferencias entre los individuos (gustos, preferencias, etc.) son igualadas; las mercancías sólo admiten una diferencia entre sí: la cantidad de tiempo de trabajo que insume su producción. La noción de igualdad acompaña, pues, el desarrollo de la producción capitalista.
La igualdad, originada en el ámbito de la producción mercantil, es pieza fundamental de la ideología burguesa y constituye uno de los recursos más eficaces para el mantenimiento de la dominación de los capitalistas. Un sistema cuya norma declarada es la igualdad parece ser incompatible con la explotación de los trabajadores. De ahí la importancia de la crítica de Marx a la consigna del reparto del “fruto del trabajo”. No se trata de una discusión histórica sobre tal o cual posición de los socialistas alemanes en 1875 (aunque el texto puede leerse también de ese modo). Sin proponérselo, Marx está debatiendo una cuestión de urgente actualidad: ¿cómo enfrentar la ideología burguesa?
Como indicamos más arriba, el concepto de igualdad está en la base de la ideología democrática, y esta última forma parte de la ideología burguesa. Aquí corresponde advertir que, en CPG, Marx aborda el tema de la igualdad en referencia a la sociedad post revolución, cuando la burguesía ya ha sido derrocada. En esta organización social, el reparto de los bienes para el consumo sigue efectuándose en base a las reglas del derecho burgués. Cada persona recibe una retribución igual al trabajo aportado a la sociedad. Quién más trabaja, más recibe. Todo parece estar bien, pues rige el principio de igualdad.
No obstante, la igualdad se vuelve desigualdad. Por ejemplo, a y b son trabajadores, ambos aportan la misma cantidad de trabajo a la sociedad y reciben por su trabajo una remuneración igual al producto aportado por cada uno; pero a no tiene hijos, en tanto que b tiene dos hijos. El derecho igual otorga a ambos la misma remuneración, pero a sale ganando porque no tiene familia, en tanto que b debe repartir la retribución obtenida entre los miembros de su grupo familiar. El derecho burgués, cuyo núcleo es la igualdad jurídica de las personas, pasa por arriba de un hecho fundamental: los seres humanos son desiguales por naturaleza. En otras palabras, las seres humanos tienen diferentes gustos, habilidades, preferencias, etc.; también las personas arrancan de posiciones sociales diferentes (unos son empresarios, otros no tienen donde caerse muertos). Esto no aparece contemplado en el derecho burgués, porque su norma es la estandarización de los seres humanos, tal como ocurre con el mercado.
Por lo tanto, la sociedad posrevolucionaria sigue perpetuando formas de desigualdad. En palabras de Marx:
“A igual trabajo y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, uno obtiene de hecho más que otro, uno es más rico que otro, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual.” (p. 90).
El derecho burgués y la democracia se basan en el principio de igualdad; al hacerlo, convalidan la desigualdad existente y, a la vez, la legitiman bajo el paraguas de “lo igualitario”. Las afirmaciones de Marx sobre el derecho en la sociedad post-capitalista asumen más validez cuando se refieren a la sociedad capitalista. Defender la igualdad y la democracia, paradójicamente, significa defender la dominación de la burguesía. A eso conduce la aceptación acrítica de los pilares de la ideología burguesa.
De modo que la igualdad en la distribución del “fruto del trabajo” oculta la persistencia de la desigualdad en el acceso a los productos del trabajo. Es más, de persistir esa situación se producirá una acumulación desigual de bienes. Todo ello en condiciones de plena vigencia de la igualdad. Por lo tanto, el derecho burgués más igualitario es un derecho que legitima la desigualdad inherente al capitalismo. La propiedad privada de los medios de producción hace que las personas sean desiguales desde el vamos, y igualdad jurídica no hace más que reforzar la desigualdad inicial.
Marx llega aquí al núcleo de su crítica a la democracia. Los defensores de la ideología democrática, aun los más consecuentes, se limitan a modificar la distribución de los productos, sin tocar la propiedad privada de los medios de producción. Para ellos se trata de distribuir mejor lo producido, de que nadie pase hambre, de que todos puedan acceder a la escuela primaria, a la secundaria, a la universidad. De que todos puedan tener acceso a la salud pública, etc., etc. Pero la propiedad no se toca. Marx describe esta concepción en el siguiente párrafo:
“La distribución de los medios de consumo es, en todo momento, un corolario de la distribución de las propias condiciones de producción. Y ésta es una característica del modo mismo de producción. Por ejemplo, el modo capitalista de producción descansa en el hecho de que las condiciones materiales de producción les son adjudicadas a los que no trabajan bajo la forma de propiedad del capital y propiedad del suelo, mientras que la masa sólo es propietaria de la condición personal de producción, la fuerza de trabajo. Distribuidos de este modo los elementos de producción, la actual distribución de los medios de consumo es una consecuencia natural. Si las condiciones materiales de producción fuesen propiedad colectiva de los propios obreros, esto determinaría por sí sola una distribución de los medios de consumo distinta de la actual. El socialismo vulgar (y por intermedio suyo, una parte de la democracia) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución.” (p. 91).
La democracia es impotente frente al capitalismo porque no afecta la base de este modo de producción, la propiedad privada de los medios de producción.
Por ende, la igualdad y el derecho que la proclama no son el camino a la liberación de la explotación capitalista. Por el contrario, la organización revolucionaria está obligada a mostrar una y otra vez la conexión entre ese derecho y esa igualdad y la dominación de la burguesía. Sólo así la clase trabajadora puede desarrollar una conciencia política autónoma, capaz de superar la trampa de la democracia burguesa.

La educación estatal: [4]
La actitud de Marx hacia la educación a cargo de Estado es un ejemplo de lo expuesto en el apartado anterior. La democracia burguesa propone una educación basada en el principio de igualdad y a cargo del Estado. Pero no plantea la abolición de la propiedad privada que constituye la condición previa de esa educación. Por tanto, no hace más que reproducir en cada estudiante que egresa del sistema educativo las condiciones sociales de sus padres; en otras palabras, reproduce los supuestos de la sociedad existente. Además, es educación estatal. Esto significa que está a cargo del Estado, que es un órgano de dominación y opresión. El partido socialista no puede avalar una educación que pone a los niños en manos del Estado; está obligado a mostrar una y otra vez los límites de esa educación, que no son otra cosa que la expresión en un ámbito específico (el educativo) de las limitaciones implícitas de toda política burguesa.
El siguiente pasaje no precisa mayores comentarios:
“¡Una cosa es determinar, por medio de una ley general, los recursos de las escuelas públicas, las condiciones de capacidad del personal docente, las materias de enseñanza, etc., y, como se hace en los Estados Unidos, velar por el cumplimiento de estas prescripciones legales mediante inspectores del Estado, y otra cosa completamente distinta es nombrar al Estado educador del pueblo! Lo que hay que hacer es más bien sustraer la escuela a toda influencia por parte del gobierno y de la Iglesia.” (p. 99; el resaltado es mío – AM-).
Marx defiende, ante la mansedumbre respecto a la democracia y el Estado, las iniciativas autónomas de la clase trabajadora. Así, por ejemplo, refiriéndose a las cooperativas, escribe:
“Las sociedades cooperativas actuales (…) sólo tienen valor en cuanto son creaciones independientes de los propios obreros, no protegidas ni por los gobiernos ni por los burgueses.” (p. 96).
Lejos de buscar el apoyo estatal para las acciones de los trabajadores, Marx indica que la aceptación de ese apoyo supone subordinación al Estado. Y el Estado no es el representante de “todos”, sino que es el órgano de dominación política de la burguesía.

A manera de conclusión:
Marx propone frente a la democracia el desarrollo de la lucha ideológica  y la defensa de la iniciativa autónoma de los trabajadores. Es necesario comprender y defender la idea de que la democracia burguesa es una herramienta de dominación y no de liberación. Votar y ampliar la igualdad jurídica no modifica un ápice la dominación capitalista. Al contrario, al proclamar la igualdad como principio de la sociedad burguesa (y plasmarlo en medidas que son concretas, no meramente ideológicas), la democracia oscurece, disfumina, la opresión y la explotación. Ante una crisis capitalista, las elecciones aparecen ante la abrumadora mayoría del electorado como la salida política de las crisis. Nada de alborotos y revoluciones.
Nosotros, que escribimos y militamos en el siglo XXI, tenemos que reconocer dos cuestiones: a) que la burguesía puede hacer concesiones porque el capitalismo no está agotado; b) que la democracia capitalista fue capaz de construir sociedades más igualitarias, tanto en los países centrales como en los de la periferia. Sin estos reconocimientos es imposible la crítica de la democracia [5]. Y sin crítica de la democracia es imposible la revolución.
La crítica de la democracia y del Estado cumple un papel semejante (complementa) la crítica de la economía política emprendida en El capital (1867). En este sentido, los escritos de la política de la década de 1870 propones, pues, una perspectiva más amplia que la mera crítica “económica” del capitalismo.

Parque Avellaneda, martes 4 de febrero de 2020

NOTAS:
[1] Ver al respecto mi ensayo “Marx contra el Estado”, blog Miseria de la Sociología, publicado el 24 de enero de 2020.
[2] La Alemania de 1875 distaba mucho de ser un Estado democrático. En la CPG se caracteriza del siguiente modo al régimen político alemán: “un Estado que no es más que un despotismo militar de armazón burocrática y blindaje policíaco, guarnecido de formas parlamentarias, revuelto con ingredientes feudales e influido ya por la burguesía.” (p. 98).
[3] El proyecto de programa decía lo siguiente: 3. “La emancipación del trabajo exige que los medios de trabajo se eleven a patrimonio común de la sociedad y que todo el trabajo sea regulado colectivamente, con un reparto equitativo del fruto del trabajo.” (p. 87).
[4] Para un tratamiento más extenso de la cuestión, consultar mi ensayo “Marx, enemigo de la educación estatal”, blog Miseria de la Sociología, publicado el 19 de junio de 2016.
[5] Ambas afirmaciones tienen que ser desarrolladas. Basta decir que el capitalismo no se agotó porque fue capaz de seguir desarrollando las fuerzas productivas, y que su capacidad para conformar sociedades más igualitarias en términos relativos (respecto a sociedades anteriores) no elimina, sino todo lo contrario, la desigualdad y la explotación inherentes al modo de producción capitalista.