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martes, 12 de julio de 2022

ARGUMENTOS HOBBESIANOS PARA AMAR AL LEVIATÁN O, POR LO MENOS, JUSTIFICAR SU EXISTENCIA

 

Coloso, pintura atribuida a Francisco de Goya


 "Si pudiéramos imaginar una gran multitud de individuos, 

concordes con la observancia de la justicia y de otras leyes de naturaleza, 

pero sin un poder común para mantenerlos a raya, 

podríamos suponer igualmente que todo el género humano hiciera lo mismo, 

y entonces no existiría ni sería preciso que existiera ningún gobierno civil 

o Estado, en absoluto, porque la paz existiría sin sujeción alguna."

Thomas Hobbes


En el Leviatán, la obra maestra del filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679), se encuentran algunos capítulos especialmente importantes desde el punto de vista de la ciencia de la sociedad. Ellos son el XIII, donde se describen las características del estado de naturaleza, el cual precede a la vida en sociedad, y el XVII, en el que se presentan las causas de la creación del Estado, así como la manera en que esa creación se lleva a cabo. Ambos capítulos, que por sí solos justifican la inclusión de Hobbes en cualquier antología del pensamiento político, ya fueron reseñados y comentados en este blog. Pero el trabajo quedaría incompleto si no procedemos a examinar el capítulo XVIII, que da un cierre al tema de la cuestión del surgimiento del Estado abordada en el capítulo que lo precede en la obra.

Antes de empezar es preciso contentar a los amantes de las noticias bibliográficas. Todas las citas del Leviatán fueron tomadas de la siguiente edición: Hobbes, T. (1998). [1°edición: 1651]: Leviatán o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil. México, D. F.: Fondo de Cultura Económica. 618 p. (Sección de Obras de Política y Derecho). Traducción de Manuel Sánchez Sarto.


Cumplidas las formalidades, ya podemos comenzar con el análisis del capítulo XVIII, cuyo título es “De los Derechos de los Soberanos por Institución”. [1]

Hobbes inauguró una corriente de pensamiento político conocida como contractualismo, cuya característica definitoria consiste en postular un estado presocial (el famoso estado de naturaleza), del que se sale mediante la realización de un pacto o contrato (de ahí el nombre de la corriente). A Hobbes no le importa si existió históricamente el estado de naturaleza, pues éste es más que nada un recurso lógico, que permite a nuestro autor modelar los rasgos del Estado. Para ser precisos, hay que decir que en la base de la argumentación hobbesiana se encuentra la noción de naturaleza humana. O sea, la serie argumental es la siguiente: naturaleza (o esencia) humana - estado de naturaleza - contrato o pacto - Leviatán (Estado). En entradas anteriores ya desarrollamos los primeros tres puntos de la serie argumental y, además, indicamos que la nota característica del Estado es el recurso al terror para lograr la paz. Nuestro filósofo no es afecto a lo políticamente correcto y prefiere mostrarnos la desnudez del Estado.

La necesidad del Estado se deriva de la situación de guerra de todos contra todos, propia del estado de naturaleza. El mismo egoísmo que provoca la confrontación entre los seres humanos propone el remedio para superarla: surge así en cada individuo la decisión de ceder a un tercero su derecho al autogobierno. De este modo cobra vida el Leviatán, cuya potencia inflige terror a las personas y las convence de respetar las reglas que impone.

Ahora bien, el Estado utiliza el terror para imponer la paz. Con ese objetivo concentra el poder para someter a los súbditos. Por ende, existe una asimetría brutal entre el poder estatal y el poder de los ciudadanos; simplemente no hay equivalencia entre uno y otro. Pero el gran poder del Estado tiene su contracara; los súbditos pueden considerar que la asimetría mencionada les proporciona más desventajas que utilidades. 

A primera vista, salir de la guerra de todos contra todos para pasar a la opresión estatal no parece ser un buen negocio.

Hobbes resuelve el problema mediante dos argumentos. El primero involucra la cuestión de la representación y es desarrollado al comienzo del capítulo. El segundo consiste en la comparación de la vida de las personas en estado de naturaleza y la vida bajo el poder del Leviatán, y se encuentra al final del capítulo. Dado que el segundo argumento remite a los fines del Estado y que, por tanto, toca la raíz de la cuestión, es preciso comenzar por éste a los fines de la claridad de la exposición, a pesar de que proceder así implica invertir la estructura del capítulo.

Como es su costumbre, Hobbes va al hueso:

“Puede objetarse aquí que la condición de los súbditos es muy miserable, puesto que están sujetos a los caprichos y otras irregulares pasiones de aquel o aquellos cuyas manos tienen tan ilimitado poder.” (p. 150)

La objeción es plausible dada la asimetría de poder entre el Leviatán y los súbditos. Y es todavía más pertinente si se acepta la concepción hobbesiana de la naturaleza humana: los seres humanos son egoístas por naturaleza y luchan entre sí por tres motivos, a saber, competencia, desconfianza, gloria. [2] Pues, si cada individuo procura someter a los demás, ¿qué no haría uno - o varios de ellos - colocado en una posición de poder? 

Parece ser que hemos salido del terror de la guerra de todos contra todos para sumergirnos en el terror del despotismo estatal.

Hobbes responde al problema de la asimetría Estado-súbdito mediante otra asimetría: el terror de la guerra de todos contra todos frente al terror estatal. El primero es la peor situación imaginable para los seres humanos, pues “existe continuo temor y peligro de muerte violenta; y la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve” (p. 103). En el estado de naturaleza impera “esa disoluta condición de los hombres desenfrenados, sin sujeción a leyes y a un poder coercitivo que trabe sus manos, apartándoles de la rapiña y de la venganza” (p. 150). Ese estado puede compararse a “la miseria y calamidades que acompañan a una guerra civil” (p. 150). 

Todos estos horrores son consecuencia de la ausencia de un “poder coercitivo” que ponga freno a la acción de las pasiones propias de la naturaleza humana.

Nuestro filósofo es taxativo:

“Las leyes de naturaleza (...) [en suma, la ley que dice haz a los otros lo que quieras que otros hagan para tí] son, por sí mismas, cuando no existe el temor a un determinado poder que motive su observancia, contrarias a nuestras pasiones, las cuales nos inducen a la parcialidad, al orgullo, a la venganza y a cosas semejantes. Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno.” (p. 137)

Por todo esto, el terror de la guerra de todos contra todos es inconmensurable. En consecuencia, el terror que impone el Leviatán es necesario, pues sin la existencia de un poder coercitivo la vida humana no es otra cosa que miedo e incertidumbre. 

El poder estatal provoca “incomodidades” a las personas, pero son insignificantes frente a los efectos de la guerra de todos contra todos. Este es, palabras más palabras menos, el argumento hobbesiano.

La historia nos enseña las atrocidades cometidas por los Estados. Está fuera de discusión la inigualable capacidad estatal para infligir daño y provocar sufrimiento. Pero Hobbes nos propone ampliar la perspectiva e indagar las causas de la existencia del Estado, pues el Leviatán existe con independencia de lo que pensemos de él. Su razonamiento es sencillo, pero apunta al núcleo de la cuestión: la necesidad de reglas para vivir en sociedad y, derivada de ella, la necesidad de un poder que haga cumplir esas reglas.

Tal como se indicó más arriba, Hobbes desarrolla otro argumento para resolver el problema de la justificación del Estado. Según esta otra argumentación, el Leviatán es instituido por la voluntad de cada uno de los individuos, expresada en el pacto. No es una imposición; su institución expresa la autonomía del individuo. Si bien Hobbes apenas menciona al pueblo (algo lógico, puesto que su postura es individualista metodológica), puede afirmarse que el Leviatán surge de la voluntad popular (entendida aquí como la agregación de cada uno de los individuos que firma el pacto). [3] Por ende, cada una de las leyes establecidas por el Estado debe ser considerada como la expresión de la voluntad de cada individuo pactante.

“Cada uno de ellos, tanto los que han votado en pro como los que han votado en contra [de la creación del Leviatán], debe autorizar todas las acciones y juicios de ese hombre o asamblea de hombres, lo mismo que si fueran suyos propios, al objeto de vivir apaciblemente entre sí y de ser protegidos contra otros hombres.” (p. 142)

El terror de que se sirve el Estado para imponer la paz es, por tanto, la manifestación de las voluntades de los individuos. Esta es una diferencia radical respecto a la situación del estado de naturaleza.

Hobbes profundiza el camino abierto por Maquiavelo (1469-1527) en El príncipe [4]. El pueblo es la fuente de la soberanía; el Leviatán es la representación del pueblo. Por esto el terror estatal expresa la voluntad del pueblo de poner fin a la guerra de todos contra todos.

Los dos argumentos que acabamos de exponer le sirven a Hobbes para justificar la necesidad del Estado. Ellos no agotan la variedad de temas desarrollados en el capítulo XVIII, pues allí se abordan dos cuestiones más: i) la soberanía y la representación; ii) los derechos y atributos del Estado. Pero aquí termina la ficha. Ya habrá oportunidad para tratar ambas cuestiones.

 

Villa del Parque, martes 12 de julio de 2022


NOTAS

[1] Se encuentra en pp. 142-150 de la edición mencionada.

[2] Hobbes escribió en el capítulo XIII: “Así hallamos en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia. Primera, la competencia; segunda, la desconfianza; tercera, la gloria.” (p. 102).

[3] El pasaje clave es el siguiente: “De esta institución de un Estado derivan todos los derechos y facultades de aquel o de aquellos a quienes se confiere el poder soberano por el consentimiento del pueblo reunido.” (p. 142)

[4] Ver al respecto el capítulo 9 de El príncipe.



viernes, 3 de enero de 2020

LOS FUNDAMENTOS DE LA FILOSOFÍA POLÍTICA ARISTOTÉLICA: NOTAS SOBRE EL LIBRO PRIMERO DE LA POLÍTICA




“La teoría se desarrolla libremente,
pero la práctica se pliega a las necesidades.”
Aristóteles, Política

La Política de Aristóteles (384-322 a.n.e.) es una de las obras más importantes de la filosofía política. Como todo clásico, la mejor presentación es la lectura directa de la obra, sin recurrir a terceros. Por ello, la presente ficha tiene por objetivo presentar algunos aspectos que considero centrales del texto, pero de ningún modo reemplaza el abordaje vis a vis del propio Aristóteles.
Desde el punto de vista temático, el Libro Primero puede dividirse en tres partes: 1) exposición de los principios teóricos y metodológicos en los que se basa la obra; 2) el argumento en defensa de la esclavitud; 3) la economía política de la polis.
Nota bibliográfica:
Para la redacción de esta ficha utilicé la traducción española de Manuela García Valdés: Aristóteles. (1988). Política. Madrid, España: Gredos. El Libro Primero está comprendido en las pp. 44-85. En las citas empleo la notación marginal, complementada con la paginación de la edición Gredos.


La cuestión del método: los supuestos de la filosofía política aristotélica
El objeto de estudio de la filosofía política es la polis [1]
“[Puesto que] toda ciudad es una cierta comunidad y que toda comunidad está constituida con miras a algún bien, es evidente que todas tienden a un cierto bien, pero sobre todo tiende al supremo la soberana entre todas y que incluye a todas las demás. Ésta es la llamada ciudad y comunidad cívica.” (1252a; 45-46)
La polis es la comunidad superior, pues tiende al bien supremo e incluye a todas las otras comunidades: la casa, la aldea (formada por varias casas). La polis es la “comunidad perfecta de varias aldeas (…) que tiene el nivel más alto de autosuficiencia, que nació a causa de las necesidades de la vida, pero subsiste para el vivir bien.” (1252b; 49).
Aristóteles concibe a la polis como una comunidad unida en torno al propósito de lograr una vida buena. Dejando de lado las finalidades éticas y morales, lo cierto es que la comunidad pretende lograr esa vida buena en un sentido material. De ahí la centralidad de la noción de autosuficiencia (la polis perfecta es aquella que se basta a sí misma en lo que hace a proveer lo necesario para satisfacer sus necesidades) y por ende el interés, (expresado en el tercer tema del Libro Primero) por las cuestiones materiales que requiere esa autosuficiencia. En otras palabras, la economía adquiere una importancia fundamental para la concreción de la vida buena. Es verdad que la polis excluye a los esclavos, las mujeres y los extranjeros. Pero, desde la perspectiva aristotélica, esto no implica ruptura de la unidad, pues son grupos inferiores en relación a los hombres libres y necesitan ser tutelados por éstos, debido a que carecen de autonomía (esta cuestión es desarrollada en el segundo tema del Libro Primero). Las cosas son bien distintas en el capitalismo, donde la unidad se encuentra desgarrada en clases sociales con intereses antagónicos. En la sociedad capitalista la unidad consiste en la imposición del dominio de una clase y, si se permite la aplicación de la expresión, la polis son varias polis: la polis de los capitalistas y la polis de los pobres.
Aristóteles se propone refutar la afirmación de que entre el gobierno de una polis (ejercido, por ejemplo, por el rey) y el administrador de una casa o el amo de sus esclavos hay sólo una diferencia cuantitativa; en otras palabras, discute la concepción de que la diferencia entre esas formas se deriva de la cantidad de personas que caen bajo su gobierno. Para encarar la tarea recurre a dos métodos: análisis, “dividir lo compuesto hasta sus elementos más simples” (1252a, 3; 46); historia, “si se observa desde su origen la evolución de las cosas” (1252a, 3; 46).
El punto de partida del filósofo griego es el reconocimiento de la existencia de un orden natural [2], una jerarquía que ordena a todas las cosas:
“En efecto, el que es capaz de pensar con la mente es un jefe por naturaleza y un señor natural, y el que puede con su cuerpo realizar estas cosas es súbdito y esclavo por naturaleza; por eso al señor y al esclavo interesa lo mismo.” (1252a, 2; 47). [3]
Aristóteles afirma que los seres humanos son desiguales por naturaleza: unos están preparados para mandar, por ello tienen el saber y pueden obrar con autonomía; otros están preparados para trabajar y carecen de autonomía. Por ende, amo y esclavo están en una relación de mutua conveniencia. En otras palabras, ambos se necesitan.
Existen distintos tipos de comunidades: la casa, la aldea (formada por varias casas), la ciudad. Esta última es “la comunidad perfecta de varias aldeas (…) que tiene (…) el nivel más alto de autosuficiencia, que nació a causa de las necesidades de la vida, pero subsiste para vivir bien” (1252b, 8; 49). Campea la teleología:
“Toda ciudad es por naturaleza, si también lo son las comunidades primeras. La ciudad es el fin de aquéllas, y la naturaleza es el fin. En efecto, lo que la cosa es, una vez cumplido su desarrollo, decimos que es su naturaleza, así de un hombre, de un caballo o de una cosa. Además, aquello por lo que existe algo y su fin es lo mejor, y la autosuficiencia es, a la vez, un fin y lo mejor.” (1252b, 8-9, 2; 49-50).
En el pasaje anterior, Aristóteles presenta los fundamentos de su filosofía política. La naturaleza presenta dos características: es inmutable (estática) y jerárquica. Cada cosa en el mundo natural y en el mundo social tiene un fin determinado, que existe de antemano (teleología). Todas las cosas están ordenadas en una jerarquía, que también es estática. La teleología suprime la evolución, entendida en el sentido darwiniano del término.
A continuación, presenta su tesis de más amplio alcance en la teoría social, que plantea que el ser humano es un animal social por naturaleza:
“La ciudad es una de las cosas naturales, (…) el ser humano es por naturaleza un animal social [4], y que el insocial por naturaleza y no por azar es un ser inferior o un ser superior al ser humano.” (1252b, 9;)
No hay manera de minimizar el significado de la tesis aristotélica. Ella expresa de manera clara una de las principales divisiones de aguas en el terreno de la teoría social. De un lado están aquellos que pensamos que la sociedad es la forma natural de existencia de los seres humanos; del otro, quienes sostienen que la sociedad es artificial y que sólo existen de manera natural los individuos. A esta última corriente de pensamiento se la denomina individualismo metodológico y surgió con los filósofos contractualistas de los siglos XVII y XVIII.
¿Por qué el ser humano es un animal social por naturaleza?
“La razón por la cual el ser humano es un ser social, más que cualquier abeja y que cualquier animal gregario, es evidente: la naturaleza, como decimos, no hace nada en vano, y el ser humano es el único animal que no tiene palabra. Pues la voz es signo del dolor y del placer, y por eso la poseen también los demás animales, porque no naturaleza llega hasta tener sensación de dolor y de placer e indicársela unos a otros. Pero la palabra es para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio del ser humano frente a los demás animales: poseer, él sólo, el sentido del bien y del mal, de lo justo y lo injusto, y de los demás valores, y la participación comunicativa de estas cosas constituye la casa y la ciudad.” (1252b, 10-12)
Aristóteles justifica la condición social del ser humano sosteniendo que la palabra lo distingue de los demás animales, y la palabra es esencialmente un medio de comunicación. Existe porque los seres humanos se relacionan entre sí y, a la vez, la palabra profundiza las relaciones entre las personas, hace que el mismo pensamiento de cada individuo adquiera un carácter relacional. Pero además hay otro argumento a favor de la condición social del ser humano: “la ciudad es anterior a la casa y a cada uno de nosotros, porque el todo es necesariamente anterior a la parte.” (1252b, 13; 51) En otras palabras, Aristóteles postula una especie de “colectivismo” metodológico, es decir, considera que el todo es anterior a las partes y por eso el todo es la clave para la explicación de la parte.
Aristóteles complemente el principio metodológico de la prioridad del todo sobre las partes con el que afirma que las cosas se definen por su función:
“Todas las cosas se definen por su función y por sus facultades, de suerte que cuando éstas ya no son tales no se puede decir que las cosas son por sí mismas, sino del mismo nombre.” (1252b, 13-14; 52)
Afirmar que no se puede hacer teoría social sin haber leído y comprendido a Aristóteles es, sin duda, una exageración, pero no por ello deja de ser válida. Una página del Estagirita vale más que muchos libros. Aquí, en pocas líneas, expone el carácter social de los seres humanos, el papel del lenguaje en la humanización esos seres humanos, la preeminencia de la totalidad sobre la parte. Cuando se piensa en ello, en la enormidad del aporte aristotélico, uno se siente abrumado y con razón.
En base a lo anterior, puede escribir que “la justicia (…) es un valor cívico, pues la justicia es el orden de la comunidad civil” (1252b, 16; 52-53). Coincide con el filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1677), quien decía que fuera de la sociedad no existe lo justo y lo injusto. [5] En otras palabras, el orden social, su plasmación en la legislación y en una moral determinada, son una construcción social. El esencialista Aristóteles, para quien, como ya se indicó, los seres humanos son desiguales por naturaleza, explora aquí las fronteras de ese esencialismo; la justicia es un determinado orden de la polis. Si bien el filósofo griego insiste una y otra vez que ese orden obedece a un orden jerárquico y teleológico existente en el cosmos, es posible recorrer otro camino a partir del reconocimiento aristotélico del carácter social de la justicia: concebir a esa justicia como el resultado de la lucha de clases.


El argumento en defensa de la esclavitud
Aristóteles comienza su argumento explicando en qué consiste la administración de la casa, pues la polis se compone de casas.
Enseguida nos encontramos con un primer llamado de atención: “La casa perfecta la integran esclavos y libres.” (1253b, 1; 53). Las partes de la casa son: amo y esclavo, marido y esposa, padre e hijos. Se trata de tres relaciones: heral [6], conyugal y procreadora. Los tres casos son definidos como relaciones jerárquicas, de dominación. En todos ellos el que manda es el varón. Además, y eso es algo que corresponde enfatizar, rige la desigualdad como rasgo propio de la esencia de los seres humanos. [7]
A continuación, Aristóteles desarrolla la cuestión de la necesidad de la propiedad: “sin las cosas necesarias es imposible tanto vivir como vivir bien.” (1253b, 4; 54). Por ello,
“Las posesiones son un instrumento para la vida y la propiedad es una multitud de instrumentos; también el esclavo es una posesión animada, y todo subordinado es como un instrumento previo a otros instrumentos.” (1253b, 2: 54).
El amo manda sobre el subordinado (el esclavo), quien, a su vez, manda sobre los instrumentos inanimados.
Aristóteles reconoce que las cosas podrían ser de otra manera:
“Si cada uno de los instrumentos pudiera cumplir por sí mismo su cometido obedeciendo órdenes o anticipándose a ellos, si (…) las lanzaderas tejieran solos y los plectros tocaran la cítara, los constructores no necesitarían ayudantes ni los amos esclavos.” (1253b, 3 – 1254a, 1; 55 - el resaltado es mío – AM- ).
La automatización es concebida como liberación del trabajo manual. Ahora bien, dada la existencia de clases sociales, el trabajo manual queda a cargo de los “subordinados”, de los dominados. Aristóteles sugiere que la cuestión se origina en un problema técnico (el bajo desarrollo de las fuerzas productivas). Alguien tiene que hacer “el trabajo sucio”. Jamás se le ocurre – como hace Thomas More en Utopía – abolir la propiedad privada y repartir el trabajo entre todos. Hay que recordar que el argumento aristotélico pro-esclavitud se basa en la desigualdad natural de los seres humanos.
Aristóteles establece una distinción entre producción, cuyo objetivo es producir un producto, que permanece luego de acabada la acción de producir; y acción [praxis], cuyo fin es la misma actividad y que no produce un resultado aparte.
“Los llamados instrumentos lo son de producción, mas las posesiones son los instrumentos de acción. En efecto, la lanzadera [instrumento] produce algo aparte, pero el vestido y el lecho [posesiones], sólo su uso. (…) La vida es acción, no producción, y por ello el esclavo es un subordinado para la acción.” (1254a, 4-5; 55).
De modo que la condición del esclavo se ve rebajada radicalmente: no puede vivir su vida como acción, sino que debe limitarse a producir para que los hombres libres gocen de la acción.
“El amo es solamente dueño del esclavo, pero no le pertenece. El esclavo, en cambio, no sólo es esclavo del amo, sino que le pertenece enteramente.” (1254a, 5; 56).
El amo es el todo – su naturaleza puede ser todo -; el esclavo es la parte, sólo puede llevar a cabo su producción para otros. Por ende, la esclavitud lo es por naturaleza:
“Cuál es la naturaleza del esclavo y cuál su facultad resulta claro de lo expuesto; el que, siendo ser humano, no se pertenece por naturaleza a sí mismo, sino a otro, ese es por naturaleza esclavo. Y es hombre de otro el que, siendo hombre, es una posesión. Y la posesión es un instrumento activo y distinto.” (1254a, 6; 56)
¿La esclavitud va contra la naturaleza?, ¿es mejor y justo para alguien ser esclavo o no?
La respuesta es contundente:
“Mandar y obedecer no sólo son cosas necesarios, sino también convenientes, y ya desde el nacimiento algunos están destinados a obedecer y otros a mandar. Y hay muchas formas de mandar y obedecer, y siempre es mejor el mando sobre subordinados mejores.” (1254a, V2; 56).
Todo proceso de trabajo implica divisiones funcionales: alguien que dirija una acción determinada; otros que ejecuten las órdenes de esa persona. Pero Aristóteles transforma la dominación en un atributo de la naturaleza humana.
“Dondequiera que uno manda y otro obedece, hay una obra común. (…) En todo lo que consta de varios elementos y llega a ser una unidad común, ya de elementos continuos o separados, aparecen siempre el dominante y el dominado.” (1254 a, 5, 3-4; 56-57)
Para justificar la existencia de la desigualdad natural entre las personas, el Estagirita recurre a la distinción entre alma y cuerpo. Ésta se da, según el filósofo, en todos los seres vivos. Según esta distinción, “uno manda por naturaleza y el otro es mandado.” (1254a, 5, 4; 57). El filósofo establece las siguientes distinciones: el alma gobierna al cuerpo, dominio señorial; la inteligencia gobierna al apetito, dominio político y regio; el hombre gobierna a los animales domésticos; el macho gobierna a la hembra por naturaleza, “uno es superior y otro inferior, uno manda y otro obedece.” (1254b, 8, 7; 57-58).
Sobre el final del Libro Primero, vuelve a insistir en la idea de que las relaciones de subordinación se originan en la diferente participación de las personas en las “virtudes morales”: “todos deben participar de ellas, pero no de la misma manera, sino sólo en la medida en que es preciso a cada uno para su función.” (1260a, 8; 82). Desde su nacimiento, cada individuo está encadenado a una función en la sociedad; las diferencias entre las personas son naturales y obedecen a un orden que abarca todo el universo.
¿Qué es, pues, un esclavo?
“Todos los seres que se diferencian de los demás tanto como el alma del cuerpo y como el ser humano del animal (se encuentran en esta relación todos cuantos su trabajo es el uso del cuerpo, y esto es lo mejor de ellos), estos son esclavos por naturaleza, para los cuales es mejor estar sometidos a esta clase de mando (…) Pues es esclavo por naturaleza el que puede ser de otro (y por eso precisamente es de otro) y el que participa de la razón tanto como para percibirla, pero no para poseerla, pues los demás animales no se dan cuenta de la razón, sino que obedecen a sus instintos.” (1254b, 8-9; 58 – el resaltado es mío- AM).
Entre el amo y el esclavo la diferencia es esencial: sólo el primero puede ser autónomo (no depender de otro), puesto que posee la Razón. Como ocurre en la crítica de Platón a la democracia, el peso del argumento está puesto en el conocimiento (los que saben o los que tienen la razón), no en la relación. Esa diferencia de conocimiento se origina en la naturaleza humana, está inscripto en ella.
“Así, pues, está claro que unos son libres y otros esclavos por naturaleza, y que para éstos el ser esclavos es conveniente y justo.” (1255a; 59)
Como el esclavo por naturaleza sólo alcanza a percibir la razón, pero no la posee, necesita de un amo que vele por sus intereses. A cambio, el esclavo realiza el trabajo físico. La esclavitud, lejos de ser una imposición por la violencia, es una relación de beneficio para ambas partes.
Aristóteles también examina la cuestión de las diferencias entre los esclavos y los artesanos:
“Pues mientras el esclavo participa de la vida de su amo, el artesano está más alejado, y sólo le concierne la virtud en la misma medida que su servidumbre, pues el obrero manual tiene una especie de servidumbre limitada, mientras el uno es esclavo por naturaleza, no así el zapatero ni ningún otro artesano.” (1260a, 13 – 1260b, 14; 83-84)
Sobre el final del argumento sobre la esclavitud se encuentra un pasaje que muestra la diferencia entre la mentalidad del amo en Atenas y la del empresario capitalista. Aristóteles se está refiriendo a la ciencia del amo, que es la de saber mandar a los esclavos, decirles a éstos lo que tienen que hacer. Y concluye: “por eso todos los que tienen la posibilidad de evitar personalmente sufrir malos ratos confían este cargo a un administrador, y ellos se dedican a la política y a la filosofía.” (1255b, 7, 5; 63)
La diferencia con el comportamiento y los ideales del empresario capitalista es abismal. El amo tiene que limitarse a recibir la renta, el excedente generado por los campesinos, ya sean éstos libres, siervos, esclavos, etc.).


La economía política de la polis
Dado que esta nota está centrada en el examen de la filosofía política aristotélica, dedicaremos poco espacio a la última parte del Libro Primero, dedicada precisamente a la economía de la polis. Esto no implica, de ningún modo, minimizar el aporte del Estagirita al estudio científico de la economía. Karl Marx (1818-1883) afirmó que Aristóteles fue el “gran investigador que analizó por vez primera la forma de valor, como otras tantas formas del pensar, de la sociedad y de la naturaleza.” [8]
Aristóteles distingue entre la economía, que es el arte de la utilización; y la crematística, el arte de la adquisición. (1256a, 8, 2; 65).
Al examinar los temas económicos, el Estagirita piensa teleológicamente. Un ejemplo: afirma que la naturaleza produjo todos los seres para que fueran utilizados por los humanos. (1256b, 12; 67).
Una vez planteado el punto de partida metodológico, Aristóteles da cuenta de su concepción de la riqueza. Concibe a ésta como “la suma de instrumentos al servicio de una casa y de una ciudad.” (1256b, 15; 68). Es decir, la piensa como suma de valores de uso, cuyo propósito es satisfacer necesidades. Y esta riqueza siempre es limitada, “pues la provisión de esta clase de bienes para vivir no es ilimitada.” (1256b, 14; 67)
Aristóteles trata específicamente de la crematística a partir de 1257a, 9,1; 68. La define como un “arte adquisitivo (…) para el cual parece no existir límite alguno de riqueza y propiedad.” (1257a, 9, 1; 68)
Para fundamentar la distinción entre economía y crematística, desarrolla las diferencias entre valor de uso y valor de cambio. (1257a, 9, 2). No podemos desarrollar su tratamiento de la cuestión, basta con indicar que se trata de una cuestión primordial para la ciencia económica. [9]
La crematística es el arte de producir bienes mediante el comercio; se centra en el dinero, etc. En otras palabras, se ocupa de la circulación y no de la producción de bienes. Trata del dinero, no del capital.
En medio del análisis se encuentra esta perla: “la teoría se desarrolla libremente, pero la práctica se pliega a las necesidades.” (1258b, 11; 75).
Para finalizar, el Libro Primero de la Política reúne los elementos metodológicos fundamentales para la comprensión de la filosofía política de Aristóteles. Estudia a la polis (la sociedad griega) como una totalidad; en ello reside uno de los mayores méritos de la obra.

Parque Avellaneda, viernes 3 de enero de 2019


NOTAS:
[1] Respecto a la definición del concepto de polis: “Cuando se habla de la polis (o ciudad-estado) no se debe perder de vista el hecho de que ella constituía el centro principal de la vida social de los griegos en la Antigüedad, corporación compuesta por un núcleo urbano (ásty) circundado por los campos de labor que constituían el territorio (khóra) de la polis conformando así una entidad indivisible. En dicho territorio, tenían sus parcelas los miembros reconocidos por la comunidad, siendo la apropiación privada de las tierras de cultivo en el marco de unidades de tipo doméstico (oîkos) uno de los rasgos primordiales de su organización económica. Por otra parte, la ciudad era el marco de existencia permanente de las instituciones de gobierno, pero dentro de un esquema en el que no se daba un dominio de la ciudad sobre el campo sino un modo de articulación de las relaciones sociales en el que ciudad y campo no podían ser divorciados. Esto comportaba la constitución de una colectividad política, un Estado que puede definirse como un gobierno sin burocracia debido a la participación directa de los ciudadanos en los asuntos públicos. Entre las cuestiones centrales que debía regular se encontraba el acceso a los miembros de la comunidad a las parcelas de tierra a través de mecanismos relativamente igualitarios ligados a dicho marco político participativo. Por lo tanto, para poder acceder a la tierra resultaba necesario ser reconocido como integrante de la organización social, lo cual implicaba la existencia de prerrogativas reservadas exclusivamente para los miembros de la comunidad.” (Gallego, J., El campesinado en la Grecia Antigua, Buenos Aires, Eudeba, 2009, p. 31-32).
[2] “La naturaleza no hace nada con mezquindad (…) sino cada cosa para un solo fin.” (1252b 3; 47). En otras palabras, tiene una concepción teleológica de la naturaleza y la sociedad.
[3] Aristóteles se preocupa por dejar en claro la desigualdad natural entre el hombre y la mujer. “Por naturaleza está establecida una diferencia entre la hembra y el esclavo  (…) Pero entre los bárbaros, la hembra y el esclavo tienen la misma posición, y la causa de ello es que no tienen el elemento gobernante por naturaleza, sino que su comunidad resulta de esclavo y esclava.” (1252b, 4; 47). Más adelante: “El hombre es por naturaleza más apto para mandar que la mujer – a no ser que se de una situación antinatural -, y el de más edad y maduro más que el más joven e inmaduro.” (1259b, 12, 1; 79).
[4] La expresión griega es politikón zôion. Más adelante se encuentra una justificación del carácter social del ser humano: “es evidente que la ciudad es por naturaleza y es anterior al individuo; porque si cada uno por separado no se basta a sí mismo, se encontrará de manera semejante a las demás partes en relación con el todo. Y el que no puede vivir en comunidad, o no necesita nada por su propia suficiencia, no es miembro de la ciudad, sino una bestia o un dios.” (1252b, 14; 52; el resaltado es mío – AM-). Más todavía, el ser humano “apartado de la ley y de la justicia, es el peor de todos [los animales]. La injusticia más insoportable es la que posee armas, y el ser humano está naturalmente provisto de armas al servicio de la sensatez y de la virtud, pero puede utilizarlos para las cosas más opuestas. Por eso, sin virtud, es el ser más impío y feroz y el peor en su lascivia y voracidad.” (1252b, 15-16; 52)
[5] Es curioso y alentador que dos filósofos tan opuestos entre sí en su concepción de la sociedad lleguen, sin embargo, a conclusiones semejantes. Hobbes afirma lo siguiente: “En esta guerra de todos contra todos, se da una consecuencia: que nada puede ser injusto. Las nociones de derecho e ilegalidad, justicia e injusticia están fuera de lugar. (…) Justicia e injusticia no son facultades ni del cuerpo ni del espíritu. Si lo fueran, podrían darse en un hombre que estuviera solo en el mundo, lo mismo que se dan sus sensaciones y pasiones. Son, aquéllas, cualidades que se refieren al hombre en sociedad, no en estado solitario.” (Hobbes, Thomas, Leviatán, México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 104).
[6] Derivado de heril: 1. Adj. Perteneciente o relativo al amo. [Real Academia Española online].
[7] Aristóteles indica al pasar que algunos consideraban que la esclavitud no era natural, “que la dominación es contra naturaleza, pues el esclavo y el libre lo son por convención, pero en nada difieren por naturaleza. Por esta razón tampoco es justa, ya que es violenta.” (1253b, 4; 54). El punto es importante. No todos estaban de acuerdo con la esclavitud en el mundo griego. En Atenas, por ejemplo, Solón (c. 638-c. 558 a. C.) debió abolir la esclavitud por deudas, debido a los conflictos que generaba y que ponían en riesgo la estabilidad de la polis.
[8] Marx, K. (1996). El capital: Crítica de la economía política. México: Siglo XXI, p. 72.
[9] El valor de uso es la cualidad que tiene un producto de satisfacer alguna necesidad humana. El valor de cambio surge del intercambio con otros productos; indica la proporción en que cada producto se cambia por otros. Ver Gastiazoro, E. (1978). Léxico de economía. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, p. 118-119.

sábado, 27 de abril de 2019

EL DEBATE SOBRE LA DEMOCRACIA: EL ARGUMENTO DE PROTÁGORAS


Protágoras de Abdera (c. 485-c. 411 a.C.)


A modo de prólogo
La obra de Platón (c. 427-347 a. n. e.) es punto de referencia ineludible para todos los interesados la teoría social en general. Platón dio su forma primera a la filosofía política. No se trata, por supuesto, de negar los aportes de los filósofos que pensaron los problemas políticos con anterioridad a él; pero Platón contribuyó decisivamente en la transformación de ese conjunto de reflexiones en una disciplina, cuyo núcleo fue el debate en torno a quiénes deben gobernar.
Ninguna teoría gira en el vacío. Mejor dicho, toda teoría se construye en contra de algo; el pensamiento es esencialmente belicoso. Las mejores ideas surgen de la confrontación, del conflicto. En este sentido, la fuerza de la filosofía platónica se deriva de la fortaleza del adversario que se propuso enfrentar: la democracia ateniense. Por eso es posible afirmar, con cierta exageración, que sin las características novedosas de esa forma de gobierno no existiría la filosofía platónica y, probablemente, la filosofía griega, por lo menos tal como la conocemos. No es este el lugar para una exposición detallada de los rasgos específicos del régimen democrático en Atenas. Basta con mencionar aquello que constituyó su base: la figura del ciudadano trabajador. [1] El rasgo fundamental de esta democracia fue la participación directa de campesinos y artesanos en el gobierno de la polis.
No han llegado hasta nosotros los argumentos con que los demócratas defendían la forma de gobierno basada en la asamblea; por el contrario, se han conservado las críticas contra la democracia, siendo Platón el representante más conspicuo de los críticos. Sin embargo, existe una excepción y se encuentra precisamente en un diálogo de Platón, Protágoras. [2]
Protágoras (c. 485- c. 411 a .n. e.), el más conocido de los filósofos sofistas, realiza una defensa del régimen democrático; su argumento puede considerarse como la única defensa de la democracia ateniense que ha llegado hasta nuestros días. [3] Además, y a diferencia de otros diálogos, en los que los interlocutores de Sócrates son presentados de modo muchas veces grotesco, en el Protágoras Platón trata con respeto al sofista.
El debate entre Sócrates (4) y Protágoras tiene por propósito establecer quiénes deben participar en el gobierno de la polis. [5] Sócrates sostiene que la democracia es una mala forma de gobierno porque permite que participen del gobierno aquellos que no poseen el saber necesario para hacerlo; Protágoras defiende la tesis de que el saber político está distribuido entre todos por igual y que se aprende por medio de la participación efectiva en el gobierno.
Para la redacción de estas notas utilicé la traducción española de Carlos García Gual: Platón. Diálogos I: Apología, Critón, Eutifrón, Ión, Lisis, Cármides, Hipias Menor, Hipias Mayor, Laques, Protágoras. Madrid, Gredos, 1985. El Protágoras se encuentra en pp. 487-589 de dicha edición. [6]

Sócrates: “no es enseñable la virtud” [7]
El disparador del intercambio es el reconocimiento por Protágoras de que su programa de enseñanza consiste en hablar de la ciencia política y hacer a los hombres “buenos ciudadanos” (319a).
Sócrates responde a Protágoras a partir de 319b. En su respuesta rechaza que se pueda enseñar a ser “buen ciudadano”. Toma la asamblea como piedra de toque para elaborar su argumento. Cuando ésta debe tratar asuntos relacionados con cuestiones técnicas (por ejemplo, construcciones), se llama a los que saben, a los especialistas (por ejemplo, los constructores). En cambio, cuando “se trata algo que atañe al gobierno de la ciudad [de la polis] y es preciso tomar una decisión” (319d), todos (carpinteros, herreros, curtidores, mercaderes, navegantes, ricos, pobres, etc) aconsejan sobre el particular. Sócrates concluye: “Evidentemente, es porque creen que no se trata de algo que pueda aprenderse.” (319d).
En síntesis, Sócrates cierra su argumento afirmando:
            “Creo que no es enseñable la virtud.” (320b).
Ahora bien, si la virtud política no es enseñable, ¿cómo se la obtiene? ¿Quién la posee? Platón aclara estas cuestiones en la República, donde plantea que la virtud política es patrimonio de los filósofos y que, por tanto, son ellos quienes deben gobernar. Los zapateros, los herreros, el conjunto de los trabajadores, carecen de virtud política y por eso están incapacitados para gobernar.

Protágoras: “sin la participación de todos en política no existirían las ciudades”
Protágoras es invitado a demostrar que la virtud es enseñable. Estructura su argumento en torno a un mito, el mito de Prometeo. Los dioses encargaron a Epimeteo el reparto de las capacidades a las “razas mortales”, para que existiera un equilibrio y ninguna de ellas fuera aniquilada. Epimeteo se encargó del reparto. Se olvidó de dotar a la especie humana. Prometeo resolvió el problema robándoles a Hefesto y Atenea “su sabiduría profesional junto con el fuego – ya que era imposible que sin el fuego aquella sabiduría pudiera adquirirse o ser de utilidad a alguien- y, así, luego lo ofrece como regalo a los seres humanos.” (321c).
Pero los seres humanos no poseían la ciencia política, pues ésta estaba en manos de Zeus. Los seres humanos formaban ciudades para defenderse de las fieras, pero sin arte político “se atacaban unos a otros (…) de modo que de nuevo se dispersaban y perecían.” (322b).  Zeus, observando semejante desastre, encomendó a Hermes “que trajera a los seres humanos el sentido moral y la justicia, para que hubiera orden en las ciudades y ligaduras acordes de amistad.” (322c).
En este punto aparece lo fundamental: Zeus resuelve que el sentido moral y la justicia tienen que estar repartidos entre todos los seres humanos, a diferencia de los saberes técnicos, que son dominados por algunos y no por todos. Zeus es terminante:
“Pues no habría ciudades, si sólo algunos de ellos participaran [del sentido moral y de la justicia], como de los otros conocimientos. Además, impón una ley de mi parte: que al incapaz de participar del honor y de la justicia le eliminen como a una enfermedad de la ciudad.” (322d).
Protágoras dice que ésta es la razón por la que todos participan de los debates políticos en la asamblea: “es el deber de todo el mundo participar de esta excelencia [política]; de lo contrario, no existirían ciudades.” (323a).
¿Por qué no existiría la polis sin la virtud política? Protágoras piensa a la polis como una unidad; si la ciencia política (el saber para gobernar) pertenece a algunos, esa polis se divide en varias polis: la de quienes gobiernan y la de quienes son gobernados, la de los ricos y la de los pobres. En otros términos, la ciudad se unifica por medio de  la participación de todos en su gobierno. Cabe acotar que esta unidad no incluye a todos, pues las mujeres, los esclavos y los extranjeros no participaban de la asamblea.
Luego de argumentar que la ciencia política está distribuida entre todos los seres humanos (que no es patrimonio de una minoría), Protágoras pasa a demostrar que dicha ciencia es enseñable. Para ello recurre a dos ejemplos: primero, toda vez que alguien carece de cualidades que se obtienen por “medio del ejercicio y la atención”, es reprendido por no haber hecho el esfuerzo para adquirirlos. Detrás de la reprimenda está el supuesto “de que se trata de algo que puede adquirirse por medio del aprendizaje” (324a). Segundo, el caso de los castigos a los criminales. En ellos se observa otra vez la idea de que la virtud es enseñable, pues no se castiga a los criminales por venganza (dado que es imposible volver atrás), sino “con vistas al futuro, para que no obren mal de nuevo ni éste mismo [el criminal] ni otro, al ver que éste sufre su castigo.” (324b).
En consecuencia, también los atenienses “son de los que creen que la virtud es algo que puede adquirirse o aprenderse. Es natural, pues, que tus conciudadanos admitan que un herrero o un zapatero den consejos sobre asuntos políticos.” (324c).
La consecuencia política de la teoría de que la virtud es enseñable y que está distribuida entre todos, consiste en que los trabajadores deben participar en el gobierno. Se vislumbra aquí la pertinencia de la figura del ciudadano-trabajador para comprender la especificidad de la democracia ateniense.
Por último, Protágoras apunta a otra objeción de Sócrates: el hecho de que los grandes políticos (como Pericles) no saben enseñar su saber a sus hijos. Para refutarla, comienza planteando la siguiente pregunta: “¿Acaso existe, o no, algo de lo que es necesario que participen todos los ciudadanos, como condición para que exista la ciudad?” (324c). La respuesta al interrogante es, precisamente, la ciencia política. Es por eso que, desde el nacimiento mismo nos van enseñando a ser justos: “Empezando desde la infancia, a lo largo de toda la vida la enseñan y aconsejan. (325d). Toda la enseñanza gira en torno a la virtud política.
En definitiva, “en este asunto de la virtud, si ha de existir la ciudad, nadie puede desentenderse.” (326e-327a). “Pues creo que la justicia y la virtud nos benefician mutuamente, por eso, cualquiera a quienquiera que sea le habla y le enseña animosamente las cosas justas y legales.” (327d).
Por todo lo expuesto, Protágoras concluye que, más allá de la enseñanza que los políticos proporcionen a sus hijos, “incluso el que te parece el hombre más injusto entre los educados en las leyes, ése mismo sería justo y un entendido en ese asunto, si hubiera que juzgarlo en comparación con personas cuya educación no conoce tribunales ni leyes ni necesidad alguna que le forzara a cuidarse de la virtud, es decir, que fueran unos salvajes.” (327c-d).

Villa del Parque, sábado 27 de abril de 2019

NOTAS:
[1] “La verdad es que, aunque en la mayor parte de los lugares y la mayor parte del tiempo diversas formas de trabajo forzado han sido una característica común, el estatus de que gozó el trabajo libre de la Atenas democrática no tiene ningún precedente y no ha sido igualado desde entonces. El ciudadano campesino de la Antigüedad clásica representa una forma social única que, en grados variables, es una característica de la sociedad tanto griega como romana, pero que en ningún lugar se desarrolló tanto como en la democracia ateniense” (p. 216). “No sería exagerado decir (…) que el carácter distintivo de la polis misma como forma de organización estatal radica precisamente en ello, en la unión del trabajo y la ciudadanía, y de manera específica en el ciudadano campesino.” (p. 219). Ambas citas corresponden al artículo de Ellen Meiksins Wood, “El trabajo y la democracia antigua y moderna”, incluido en Wood, E. M. (2000). Democracia contra capitalismo. México D. F.: Siglo XXI & Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, UNAM.
[2] García Gual ubica al diálogo analizado aquí entre los Diálogos socráticos, que pueden datarse entre 393-388 a n. e. y que corresponden al primer período de la producción platónica. El Protágoras es el último de dichos Diálogos.
[3] Wood indica que “se presenta bajo una luz más o menos amable al sofista Protágoras desarrollando el único argumento sistemático a favor de la democracia que ha sobrevivido desde la Antigüedad.” (Wood, op. cit., p. 224). Otro argumento favorable a la democracia ateniense se encuentra en el Discurso fúnebre de Pericles, pronunciado por éste en homenaje a los primeros caídos en la Guerra del Peloponeso (431-404 a.n.e.). Ver Tucídides, Historia de la guerra de la Guerra del Peloponeso, Libro II, 35-46.
[4] En los diálogos platónicos, la voz cantante corresponde a Sócrates, del que Platón había discípulo. Platón expresa sus ideas a través de la figura de su maestro.
[5] En este trabajo examino una parte del debate entre Protágoras y Sócrates, que se encuentra comprendida entre 319b y 328d).
[6] García Gual indica que en la traducción siguió, en general, la edición de J. Burnet, Platonis Opera, Oxford, 1903 (reimpresión, 1963).
[7] En el diálogo se entiende por virtud al saber político, esto es, la capacidad y el conocimiento para intervenir en el gobierno de la polis.