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sábado, 6 de julio de 2024

LAS ILUSIONES CONGELADAS: AMÉRICA LATINA ENTRE 1825 Y 1850

 ´

Fusilamiento de Manuel Dorrego (1828)


“Lo estremeció la revelación deslumbrante de que

la loca carrera entre sus males y sus sueños

llegaba en aquel instante a la meta final.

El resto eran las tinieblas.

Carajos... ¡Cómo voy a salir de este laberinto!”

Gabriel García Márquez, El general en su laberinto (1989)

 

En Miseria de la Sociología continuamos, después de una larga pausa, la publicación de materiales referidos a la historia de América Latina. La importancia de la historia para la ciencia de la sociedad no requiere justificación, como tampoco necesita presentación el historiador argentino Tulio Halperín Donghi (1926-2014). En esta oportunidad publicamos una ficha de lectura sobre el capítulo 3 de la Historia contemporánea de América Latina (1969) [1], uno de los trabajos más significativos de Halperín Donghi. Allí se aborda el período comprendido entre la finalización de las guerras de independencia (1825) y el comienzo del despegue de las economías latinoamericanas (1850).

Referencia bibliográfica:

Halperín Donghi, T. (2005). Historia contemporánea de América Latina. Madrid, España: Alianza. 750 p. (El libro de bolsillo. Humanidades).


En 1825 concluyó el ciclo de las guerras de Independencia, cuya consecuencia fue la ruptura definitiva del vínculo político entre los países latinoamericanos y España. Sin embargo, el nuevo orden prometido durante el período revolucionario tardó décadas en nacer. En la mayoría de los nuevos Estados, el período comprendido entre 1825 y mediados del siglo XIX estuvo signado por las guerras civiles, la inestabilidad política y la imposibilidad de constituir un Estado nación.

Para comprender las causas del largo período de inestabilidad política hay que empezar por analizar las transformaciones provocadas por las guerras independentistas, pues “los cambios ocurridos son impresionantes: no hay sector de la vida hispanoamericana que no haya sido tocado por la revolución.” (p. 136)

Halperín describe tres cambios fundamentales:

1-Violencia: es la más visible de las novedades. La guerra de Independencia en el Río de la Plata, Venezuela y México (un poco menos en Chile o Colombia) fue un movimiento político que provocó la movilización militar. En este sentido, la guerra de Independencia puede ser caracterizada como un “complejo de guerras en las que hallan expresión tensiones raciales, regionales, grupales demasiado tiempo reprimidas” (p. 136).

Halperín caracteriza el proceso de movilización militar de los diferentes sectores sociales:

“Al lado de la violencia plebeya surge (en parte como imitación, más frecuentemente como reacción frente a ella) un nuevo estilo de acción de la elite criolla que en quince años de guerra saca de sí todo un cuerpo de oficiales: éstos, obligados a menudo a vivir y a hacer vivir a sus soldados del país – realista o patriota – que ocupan, terminan poseídos de un espíritu de cuerpo rápidamente consolidado y son a la vez un íncubo y un instrumento de poder para el sector que ha desencadenado la revolución y entiende seguir gobernándola.” (pp. 136-137)

La violencia llegó a dominar la vida cotidiana [2]. Luego de la guerra de independencia se volvió preciso difundir las armas para garantizar el orden interno: la consecuencia fue la militarización de la sociedad. Los jefes de grupos armados se independizaron de quienes los habían invocado y organizado. Los gobierno, para tenerlos a gusto y evitar así las rebeliones, destinaron la mayor parte de las rentas del Estado al pago de armas y sueldos a los militares. Pero, dada la exigüidad de los recursos financieros gubernamentales, se requirió más dinero; ello demandó a su vez más impuestos, con lo que se incrementó el descontento de las poblaciones agobiadas por las cargas fiscales y, por ende, aumentó la necesidad de militares. Se dio así una espiral de militarización [3].

Halperín señala, por último, que la militarización constituyó, en última instancia, el instrumento al que terminaron apelando las elites para contrarrestar la democratización originada en la revolución y las guerras de independencia.

“La gravitación de los cuerpos armados, surgida en el momento mismo en que se da una democratización, sin duda limitada pero real, de la vida política y social hispanoamericana, comienza sin duda por ser un aspecto de esa democratización, pero bien pronto se transforma en una garantía contra una extensión excesiva de ese proceso; por eso (y no sólo porque parece inevitable) aun quienes deploran algunas de las modalidades de la militarización hacen poco para ponerle fin.” (p. 138)

2-Democratización:

El proceso de democratización consistió en una serie de transformaciones que modificaron sustancialmente la estructura de la sociedad colonial:

a)    El cambio en la significación de la esclavitud. La guerra de Independencia obligó a manumisiones de esclavos, las que continuaron luego con las guerras civiles. Los objetivos de las manumisiones eran conseguir soldados y salvar el equilibrio racial (que los negros también pagasen su cuota de sangre) [4]. La esclavitud doméstica perdió importancia; la esclavitud agrícola se defendió mejor en las zonas de plantaciones. Cayó la productividad de los esclavos; la reposición se volvió muy complicada. Los negros emancipados no fueron reconocidos como iguales por la población blanca (tampoco por los mestizos).

b)    El cambio en el sentido de la división de castas. La situación de las masas indígenas de México, Guatemala, el macizo andino permaneció inmodificada: conservaron su estatus particular y también sobrevivió la comunidad agraria. Esto fue consecuencia del debilitamiento de los sectores urbanos, la falta de expansión del consumo interno y de la exportación agrícola, que impidieron que fuera económico avanzar sobre las tierras indígenas. Por el contrario, los mestizos y los mulatos libres aprovecharon mejor los cambios revolucionarios. Todo ello ocasionó un debilitamiento de la división en castas.

c)    El cambio en la relación entre las elites urbanas prerrevolucionarias y los sectores de blancos pobres y las castas (mulatos o mestizos urbanos). La revolución armó a vastas masas: fortaleció el poder del número y con ello encumbró a la población rural (y a sus dirigentes). En el campo la jefatura quedó en manos de los propietarios de tierras y de sus agentes, quienes dominaban las milicias organizadas para defender el orden rural. La radicalización revolucionaria resultó efímera y sólo se limitó a la organización para la guerra. Por ello, “la reconversión a una economía de paz obliga a devolver el poder a los terratenientes” (p. 142). En consecuencia, se produjo el ascenso del sector terrateniente (que ocupaba una posición subordinada en la Colonia). La victoria de la revolución debilitó económicamente a las elites urbanas y despojó de prestigio y poder al sistema institucional urbano. La Iglesia se empobreció y subordinó de manera creciente al poder político. En consecuencia, las elites urbanas prerrevolucionarias debieron aceptar integrarse en posición muy subordinada en un nuevo orden político, cuyo núcleo era militar. Los ganadores del cambio revolucionario fueron: los comerciantes extranjeros, los generales transformados en terratenientes.

d)    Un cambio en la división de funciones en el poder. Los sectores económicamente poderosos (hacendados, agiotistas que prestaban dinero a los gobiernos) pasaron a solicitarle favores al Estado y lograr así concesiones. El telón de fondo de este proceso es la ya mencionada pobreza del Estado surgido de la Revolución.

3-Apertura plena de Hispanoamérica al comercio extranjero:

En la primera mitad del siglo XIX no hubo inversiones de capitales extranjeros en América Latina. Las causas de ello deben buscarse, sobre todo, en las propias economías metropolitanas. Desde el punto de vista de las metrópolis, “lo que se busca en Latinoamérica son sobre todo desemboques a la exportación metropolitana, y junto con ellos un dominio de los circuitos mercantiles locales que acentúe la situación favorable para la metrópoli.” (p. 147)

Hasta 1815 Gran Bretaña inundó de mercancías a los países de América Latina [5]; luego, empezó la competencia europea y estadounidense. Desde la perspectiva hispanoamericana, este proceso se tradujo en pérdidas para quienes habían dominado las estructuras mercantiles coloniales. En toda la región, “la parte más rica, la más prestigiosa del comercio local quedará en manos extranjeras” (p. 149). Así, la ruta de Liverpool reemplazó a la de Cádiz. Gran Bretaña heredó la posición de España: su monopolio se apoyaba en medios económicos más que jurídicos, “pero se contenta de nuevo demasiado fácilmente con reservarse los mejores lucros de un tráfico mantenido dentro de niveles relativamente fijos” (p. 150)

Hacia 1825, y como consecuencia del proceso descrito en el párrafo anterior, Hispanoamérica consumía más que en 1810, porque la producción extranjera la proveía mejor que la artesanía local, a lo que debe agregarse la creación de un mercado nuevo. Pero el límite a este crecimiento estaba dado por la escasa capacidad de consumo popular. El aumento de las importaciones no se equilibró con el incremento de las exportaciones: por ende, se produjo un drenaje continuo de metálico, que terminó por no alcanzar para las necesidades de la circulación interna. En consecuencia, se verificó una ralentización del crecimiento de las importaciones.

También hacia 1825 cabe hablar del establecimiento un nuevo equilibrio económico:

“Así la economía nos muestra una Hispanoamérica detenida, en la que la victoria (relativa) del productor – en términos sociales esto quiere decir en casi todos los casos del terrateniente- sobre el mercader, se debe, sobre todo, a la decadencia de éste y no basta (…) para inducir un aumento de producción que el contacto más intenso con la economía mundial no estimula en el grado que se había esperado hacia 1810. Hispanoamérica aparece entonces encerrada en un nuevo equilibrio, acaso más resueltamente estático que el colonial.” (p. 152)

Gran Bretaña mantuvo la hegemonía en Hispanoamérica durante todo el período, aunque debió enfrentar el desafío de EE. UU. (entre 1815-1830) y luego el de Francia. Pero la preponderancia inglesa nunca fue realmente discutida. La hegemonía británica se ejerció de modo discreto: no buscaba involucrarse profundamente en la política latinoamericana, fuera de la defensa de los intereses de sus súbditos (v. gr., comercio). Contra lo que se piensa habitualmente, Gran Bretaña no apostó a la fragmentación política de Hispanoamérica: “Inglaterra no tenía motivo para temer la creación de unidades políticas más vastas, que ofrecieran a su penetración comercial áreas más sólidamente pacificadas” (p. 156)

Hacia 1850 reapareció la presencia de EE. UU., luego de su victoria en la guerra con México (1846-1848). La presencia estadounidense tuvo un doble sentido: a) expansión del sur esclavista sobre la frontera de las tierras iberoamericanas; b) el esbozo de una relación nueva, económica, centrada en América Central, y que se dará en el comienzo del siglo XIX.

Halperín dedica la última parte del capítulo a presentar en general y en particular el panorama político de Hispanoamérica en este período. Sus conclusiones son lapidarias: en 1840 el panorama político era desolador. Los rasgos principales de ese panorama eran: 1) degradación de la vida administrativa, desorden y militarización; 2) estancamiento económico.

Sobre ese marco general, el autor esboza la situación de cada uno de los países hispanoamericanos. Dado que el presente material es una ficha de lectura, nos limitamos a presentar en pocas palabras el análisis de Halperín.

El Río de la Plata (gracias a la ganadería) y la meseta central de Costa Rica (desarrollo de la producción de café) hallaron la fórmula de la nueva prosperidad: “una economía exportadora ligada al mercado ultramarino” (p. 160).

Brasil superó con éxito la crisis de la independencia, provocada, entre otras cosas, por el desequilibrio originado en el auge de la producción de azúcar en el NE y la ganadería en el extremo sur. Este desequilibrio geográfico, con producciones situadas en los extremos del país, repercutió en la vida política y el Imperio terminó por adquirir cierta cohesión con el café – producción localizada en el centro del país -). El nuevo equilibrio político comenzó a gestarse con la partida a Portugal del emperador brasileño Pedro I en 1831 y la llegada al trono de Pedro II (con una regencia que se extendió hasta 1840): ello marcó el comienzo del imperio parlamentario. Las décadas de 1830 y 1840 fueron turbulentas para la política brasileña, como consecuencia del conflicto entre liberales y conservadores. Pero en 1851 la situación se estabilizó y el éxito brasileño contrastó con los fracasos de Hispanoamérica (con la excepción de Chile, otro ejemplo de estabilidad política).

Halperín enfatiza que la fragmentación política de América Latina fue el resultado de una fragmentación preexistente a las guerras de Independencia: “Más que de la fragmentación de Hispanoamérica habría entonces que hablar, para el período posterior a la independencia, de la incapacidad de superarla.” (p. 169)

En ese marco ubica el fracaso del intento unificador de Simón Bolívar (pp. 169-174). En México, los intentos de la restauración del orden ocuparon buena parte de la primera etapa independiente y fracasaron lamentablemente, derivando en estancamiento económico e inestabilidad política. Una situación análoga se dio en Perú y Bolivia.

Por último, Halperín hace un breve resumen de la evolución de cada uno de los países de Hispanoamérica en el período abarcado por este capítulo. Por nuestra parte, dejamos al lector interesado en esos pormenores la tarea de ir a la fuente y declaramos concluida esta ficha en una fría mañana invernal.

 

Balvanera, sábado 6 de julio de 2024


NOTAS:

[1] El capítulo 3 lleva por título “La larga espera” y abarca las pp. 135-205.

[2] El autor señala, a modo de contraste, que durante la época colonial era posible recorrer una Hispanoamérica casi libre de hombres armados.

[3] Halperín indica que el ejército consumía, por lo menos, la mitad de los gastos del Estado en la mayoría de los países hispanoamericanos.

[4] Las elites tenían presente el ejemplo de la revolución haitiana, que puso en el poder a los esclavos liberados y expulsando a los blancos del país. Estas elites temían que la guerra contra España dejar en inferioridad numérica a los criollos blancos frente a la masa de esclavos y mestizos.

[5] El bloqueo continental, establecido por Napoleón I en noviembre de 1806 para debilitar a Gran Bretaña, obligó a los ingleses a buscar nuevos mercados para su producción manufacturera.

sábado, 29 de junio de 2024

VARIACIONES SOBRE EL USO DE LA NOCIÓN DE CULTURA EN CIENCIAS SOCIALES Y MÁS ALLÁ

 

Denys Cuche


En las ciencias sociales es habitual que los conceptos poseen diversas definiciones y que en torno a ellas se produzcan confrontaciones interminables. Uno de esos conceptos es el de cultura, cuya multiplicidad de usos (que excede largamente el marco académico) agudiza dichos enfrentamientos entre corrientes teórico-ideológicas. 

Para ilustrar la cuestión presentamos aquí la exposición realizada por Denys Cuche (n. 1947), etnólogo francés y profesor de Etnología en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad de París V, Sorbona. En 1996 el profesor Cuche publicó el libro La notion de culture dans les sciences sociales (París, La Découverte). En el capítulo 7 de la obra, el profesor Cuche aborda la problemática de los destinos y usos sociales de la noción de cultura, dedicando especial atención a la noción (reciente) de cultura de la empresa. Dado que se trata de exponer el planteo del autor, utilizamos el formato de ficha de lectura.

Nota bibliográfica:

Todas las citas realizadas aquí están tomadas de la traducción española realizada por Paula Mahler: Cuche, D. (2002). La noción de cultura en las ciencias sociales. Buenos Aires, Argentina: Nueva Visión. 160 p. (Claves).


Cuche comienza afirmando que en las últimas décadas se verificó un uso creciente de la noción de cultura, la cual se caracteriza por su polisemia: por un lado, se da un uso “noble”, en el sentido de “cultivado”; por otro lado, hay un uso en sentido etnológico particularista (cada grupo puede reivindicar una cultura propia). A estos usos hay que agregarle un sentido que apunta a la fragmentación de la experiencia humana: “toda forma de expresión colectiva se vuelve «cultura»” (p. 123), algo que va en línea con el individualismo que promueve el capitalismo desarrollado.

El profesor Cuche advierte que este último significado se contrapone al empleado en la antropología, donde cultura denota a los “sistemas globales de interpretación del mundo y de estructuración de los comportamientos” (p. 123).

Ahora bien, el uso descontrolado del concepto provoca un “embrollo conceptual”, pues genera una distancia cada vez mayor entre el uso social (ideológico) y el uso científico del concepto.

Cuche analiza distintos ejemplos de la utilización de la noción de cultura:

1)   Empleo en la sociología política, donde aparece como cultura política, concepto elaborada en el contexto de los procesos de independencia de los países coloniales. “Todo sistema político aparece ligado a un sistema de valores y representaciones, dicho de otro modo, a una cultura característica de una sociedad dada” (p. 125)

2)   Noción de cultura de la empresa. No se trata de un concepto propio de las ciencias sociales, sino que tuvo origen en el mundo de la empresa. La crisis económica debilitó la adhesión de los trabajadores hacia las empresas. El énfasis en la cultura de la empresa, surgido en el management, fue uno de los recursos empleados para fortalecer esa adhesión.

Cuche precisa el uso de la noción de cultura por los cultores del management:

“La cultura de la empresa no es una noción analítica, sino una manipulación ideológica del concepto etnológico de cultura, destinada a legitimar la organización del trabajo dentro de la empresa. La empresa pretende definir su cultura como define sus empleos: dicho de otro modo, aceptar el empleo es aceptar la cultura de la empresa (entendida en este sentido).” (p. 126).

 

Y eso no es todo, pues también podemos encontrar un enfoque sociológico de la cultura de la empresa:

 

“Para los sociólogos, el sentido de la noción de cultura de empresa es el que designa el resultado de las confrontaciones culturales entre los diferentes grupos sociales que componen la empresa. La cultura de la empresa no existe fuera de individuos que pertenecen a la empresa, no puede ser preexistente a ellos; se construye en las interacciones.” (p. 128)

En otras palabras, en la misma empresa coexisten distintas culturas. En consecuencia, la denominada cultura de la empresa es, en rigor, “fabricada” por todos los actores sociales que pertenecen a la empresa. Pero, cómo se fabrica esa cultura. Por medio de un juego de interacciones entre los grupos que componen la empresa.

Aquí conviene introducir el concepto de microcultura de un grupo:

“Para llegar a definir la cultura de una empresa hay que partir de la microcultura de los grupos que forman parte de ellas. Éstos, del mismo modo que la organización, aseguran el funcionamiento cotidiano de los talleres, de las oficinas, delimitan territorios, definen ritmos de trabajo, organizan las relaciones entre los trabajadores, imaginan soluciones para los problemas técnicos de la producción.” (p. 130)

En definitiva, la noción de cultura de la empresa tiene pertinencia sociológica si denota un sistema cultural complejo. Corresponde también estudiar el medio circundante (o sea, la cultura de la empresa no es simplemente la cultura de la organización).

“Esta [la cultura de la empresa] no es la pura y simple emanación del sistema de la organización. Es a la vez el reflejo de la cultura del entorno y una producción nueva que se elabora dentro de la empresa a través de multitud de interacciones que existen en todos los niveles entre los que pertenecen a la organización. El interés en hablar de «cultura de empresa» en el sentido etnológico de la palabra «cultura» reside en la posibilidad de designar la resultante compleja en un momento dado de un proceso de construcción cultural nunca terminado, que pone en juego grupos de actores y factores muy diversos, sin que ningún grupo pueda ser designado como el único que lleva adelante el juego.” (p. 131)

Luego, Cuche examina otras culturas: la cultura del inmigrante (de origen), multiculturalismo, diáspora. Pero ello excede el marco que nos hemos fijado aquí.

Para finalizar, nada mejor que reproducir una frase que figura al final del capítulo, en la que el autor afirma que “una cultura no se transmite como los genes” (p. 138; el resaltado es mío – AM-). En tiempos en los que el individualismo y el esencialismo se muestran fuertes en el terreno del sentido común de las sociedades, la frase de Cuche es un recordatorio de que la cultura no tiene origen en el individuo sino en la sociedad. ¿Qué se trata de una obviedad? Por supuesto que sí, pero hay que decirlo una y otra vez.

 

Balvanera, sábado 29 de junio de 2024

jueves, 20 de junio de 2024

EL FRACASO DEL FIN DE LA HISTORIA: LA SOCIEDAD DEL RIESGO

 

Gaza luego de los bombardeos israelíes, 2024



A veces, las palabras envejecen más rápido que las personas. Hay épocas en las que el cambio es tan desmesurado que la novedad de ayer se convierte en el trasto olvidado en el desván de hoy. Sería interesante indagar los motivos detrás del transcurrir irregular del tiempo social. Pero aquí no podemos hacerlo. Vamos a ocuparnos de la globalización, mejor dicho, de uno de los aspectos de ella, la llamada sociedad del riesgo, tal como lo presenta el sociólogo británico Anthony Giddens (n. 1938).

En el período 1989-1991 se desarmó el sistema de los países socialistas de Europa del este y desapareció la Unión Soviética. El socialismo se esfumó de la faz de la Tierra hasta la actualidad. La vida le reía y cantaba al capitalismo, alguno de cuyos intelectuales llegó a imaginar la llegada del fin de la historia y el pasaje a un presente continuo lleno de mercancías y democracias entendidas como el mero ejercicio del voto.

En ese contexto de economía de mercado y liberalismo victoriosos, muchos cientistas sociales plantearon que el Estado nacional, la herramienta que había sido compañera inseparable del capitalismo desde los albores del siglo XVI, era obsoleta y que los capitales ya no se hallaban encerrados en las fronteras nacionales. Había llegado el reino de la globalización, la palabra que adornó casi todas las publicaciones de ciencias sociales que vieron la luz en la década de 1990. En verdad, no se trataba ni de una realidad ni de un planteo teórico nuevos. De hecho, para mencionar un ejemplo conocido, Marx y Engels describieron la creación de un mercado mundial por el capitalismo en el Manifiesto comunista (1848). Pero el triunfalismo del capitalismo sepultó todos los antecedentes y todos los matices. Se estaba en el comienzo de una nueva era, en la que por fin los dueños del capital iban a poder expandir sin precauciones ni límites su búsqueda de ganancias.

El tiempo puso las cosas en su lugar. Hoy, treinta y tantos años después de los sucesos de 1989-1991, el mundo sigue siendo un lugar caótico, donde la amenaza de un conflicto nuclear toma cuerpo en el marco de la guerra de Ucrania. El sistema internacional dejó de ser unipolar y China (aliada a la Federación Rusa) y EE. UU. se disputan la hegemonía global, mientras emerge una pléyade de potencias regionales. La pretendida desaparición de los Estados nacionales dejó paso a un fortalecimiento de muchos ellos y a la conformación de bloques regionales que necesitan de los Estados de los países que los integran para imponerse en la competencia internacional. Por último, y no menos importante, el capitalismo no ha dejado de experimentar crisis desde 1991 hasta la fecha. Es cierto que el socialismo no constituye, por lo menos por ahora, una amenaza tangible, pero la propia dinámica del sistema capitalista no deja de generar problemas e incertidumbre en el corto, mediano y largo plazo. Nada más lejano del porvenir de orden y progreso ilimitado imaginado a comienzos de la década de 1990.

De la vasta literatura sobre la globalización queda poco para recordar. La mayoría de ella, acorde con la lógica imperante en el mundo académico, fue una moda y, como tal, dejó paso a otras modas. Sin embargo, hay trabajos que merecen ser recordados, aunque no necesariamente constituyan aportes novedosos en el campo de la ciencia de la sociedad. Es por ello por lo que queremos ocuparnos de un libro de Giddens, Un mundo desbocado, cuya primera edición (inglesa) data de 1999. [1] En el capítulo 2 [2], el autor describe las características de lo que denomina sociedad del riesgo. Veamos en qué consiste su argumento.


El sociólogo inglés se ocupa, como casi toda la sociología, de la cuestión de la transición de las sociedades precapitalistas a la sociedad capitalista. Pero lo hace desde un aspecto particular, poco trabajado en las grandes síntesis anteriores: el riesgo.

La afirmación central de Giddens consiste en que la idea de riesgo devela algunas de las características básicas del mundo actual.

En primer lugar, sostiene que la noción de riesgo no existía en las sociedades tradicionales, sino que tomó cuerpo en los siglos XVI y XVII. Fue utilizada originalmente por los navegantes para aludir a una zona de peligro (espacio), su uso se extendió luego al comercio (tiempo) y, finalmente, llegó a denominar a diferentes situaciones de incertidumbre.

“Las culturas tradicionales no tenían un concepto del riesgo porque no lo necesitaban. Riesgo no es igual a amenaza o peligro. El riesgo se refiere a peligros que se analizan activamente en relación a posibilidades futuras. Sólo alcanza un uso extendido en una sociedad orientada hacia el futuro —que ve el futuro precisamente como un territorio a conquistar o colonizar—. La idea de riesgo supone una sociedad que trata activamente de romper con su pasado —la característica fundamental, en efecto, de la civilización industrial moderna.” (p. 35)

Las sociedades tradicionales (incluso Grecia y Roma) vivían en el pasado. Esto significa que estas sociedades:

“Han utilizado las ideas de destino, suerte o voluntad de los dioses donde ahora tendemos a colocar el riesgo. En las culturas tradicionales, si alguien tiene un accidente o, por el contrario, prospera, bueno, son cosas que pasan, o es lo que los dioses y espíritus querían.” (p. 35)

Ahora bien, el riesgo tiene aspectos negativos (la ya mencionada incertidumbre), pero también posee aspectos positivos: es fuente de excitación y aventura; es la fuente de energía que crea la riqueza en la sociedad moderna. Estos dos aspectos aparecen en los orígenes de la sociedad industrial moderna.

El riesgo es la dinámica movilizadora de una sociedad volcada en el cambio que quiere determinar su propio futuro en lugar de dejarlo la religión, la tradición o los caprichos de la naturaleza.” (p. 36; el resaltado es mío – AM-.)

Giddens, en una línea de pensamiento inaugurada por Max Weber, afirma que el capitalismo moderno se diferencia de todos los sistemas económicos anteriores por su orientación hacia el futuro: “El capitalismo moderno se planta en el futuro al calcular el beneficio y la pérdida, y, por tanto, el riesgo, como un proceso continuo.” (p. 37)

Ahora bien, la idea del riesgo conlleva la del seguro (que debe ser entendido en un sentido no exclusivamente económico). El Estado de bienestar, entendido como forma elaborada del seguro, es un sistema de administrar el riesgo. “El seguro es la línea de base con la que la gente está dispuesta a asumir riesgos. Es el fundamento dela seguridad allí donde el destino ha sido suplantado por un compromiso activo con el futuro.” (p. 37)

El seguro sólo es concebible en una sociedad “donde creemos en un futuro diseñado” por las personas. “El intercambio y transferencia de riesgos no es un rasgo accidental en una economía capitalista. El capitalismo es impensable e inviable sin ellos.” (p. 38)

En otras palabras, el sistema capitalista está sometido a crisis periódicas (léase incertidumbre). No hay manera de suprimir esas crisis, pues forman parte de la dinámica del sistema y, tal como lo indica Giddens al tratar el problema del riesgo, representan uno de los motores del sistema. La búsqueda de ganancias, a pesar de todos los cálculos y las previsiones, implica un margen de incertidumbre. Por ello el capital reclama al conjunto de la sociedad que haga su aporte para reducir dicho margen.

Pero el proyecto de regular el riesgo no resultó como se pensaba. Giddens remarca que hoy lidiamos con nuevas formas de incertidumbre (ejemplo: el cambio climático). Para comprender la situación actual, propone distinguir entre riesgo externo (proveniente del exterior, de las sujeciones de la tradición o de la naturaleza), y riesgo manufacturado (creado por el efecto de nuestro creciente conocimiento sobre el mundo y que se refiere a situaciones sobre las que tenemos muy poca experiencia histórica, porque son novedosas).

En estos momentos estamos experimentando la transición desde la preocupación por el riesgo externo hacia los desvelos por el riesgo manufacturado. Mientras que las sociedades tradicionales y la sociedad tradicional hasta ahora se preocupaban por lo que podía hacernos la naturaleza, ahora pasamos a inquietarnos por lo que le hemos hecho a la naturaleza.

No se trata únicamente de riesgos relacionados con la naturaleza, sino que es un riesgo que involucra aspectos de la vida social (por ejemplo, el matrimonio). A diferencia de las sociedades tradicionales, donde el casamiento era fuente de certidumbre, no sabemos qué estamos haciendo, pues la familia ha cambiado muchísimo. En líneas generales, en el riesgo manufacturado “no sabemos, sencillamente, cuál es el nivel de riesgo, y en muchos casos no lo sabremos hasta que sea demasiado tarde” (p. 41; el resaltado es mío – AM-.).

Los problemas derivados del riesgo manufacturado se acrecientan por el cambio de actitud hacia la ciencia. En los dos últimos siglos la ciencia, que se suponía que iba a reemplazar a la tradición como dadora de certezas, se volvió ella misma una tradición. Las personas aceptaban la palabra de los científicos. Sin embargo, en la medida en que la ciencia (vía tecnología) se involucró de manera creciente en la vida cotidiana, las personas notaron que los científicos no se ponían de acuerdo en la mayoría de las cuestiones y que el carácter variable (no absoluto) del conocimiento científico era fuente de controversias sociales y políticas.

En este punto corresponde hacer un alto. La promesa del capital a comienzos de la década de 1990 consistía en el comienzo de una época de progreso continuo, libre de los conflictos que habían asolado la anterior época histórica. Giddens, uno de los intelectuales que se subieron al tren de la nueva era, advierte (menos de diez años después del inicio de la “nueva era”), que el capitalismo es una frazada corta: a la vez que tapa un problema deja al descubierto otro. No se trata sólo de eso: por primera vez en la historia un sistema social tiene la capacidad para destruir al conjunto de la civilización y, más todavía, al planeta entero. El capitalismo, en su devenir, genera problemas civilizatorios. Esto no significa, por supuesto, que mañana vaya a producirse el colapso. Pero da cuenta del fracaso de las ilusiones de la década de 1990.

Frente al riesgo manufacturado se adoptó el principio precautorio, que consiste en la limitación de la responsabilidad aun sin tener todavía evidencia concluyente (ejemplo: la actitud de Alemania Occidental frente a la lluvia ácida en la década de 1980, prohibiendo la emisión de las sustancias que la provocaban).

Giddens concluye:

“Nuestra era no es más peligrosa —ni más arriesgada— que las de generaciones anteriores, pero el balance de riesgos y peligros ha cambiado. Vivimos en un mundo donde los peligros creados por nosotros mismos son tan amenazadores, o más, que los que proceden del exterior. Algunos de ellos son verdaderamente catastróficos, como el riesgo ecológico mundial, la proliferación nuclear o el colapso de la economía mundial. Otros nos afectan como individuos mucho más directamente: por ejemplo, los relacionados con la dieta, la medicina o incluso el matrimonio.” (p. 47)

En este nuevo balance de riesgos y peligros se encuentra la fuente principal para el surgimiento de actitudes anticientíficas:

“Unos tiempos como los nuestros engendrarán inevitablemente movimientos religiosos renovadores y diversas filosofías New Age, que se oponen a la actitud científica. Algunos pensadores ecologistas se han vuelto hostiles a la ciencia, e incluso al pensamiento racional en general, debido a los riesgos ecológicos. Esta actitud no tiene mucho sentido. Sin el análisis científico ni siquiera conoceríamos estos riesgos. Nuestra relación con la ciencia, sin embargo, por las razones ya dadas, no será —no puede ser— la misma que en épocas anteriores.” (p. 47)

Por último, Giddens formula una advertencia: carecemos de las instituciones nacionales e internacionales para manejar el riesgo manufacturado. No obstante ello, es imposible para una economía dinámica y una sociedad innovadora adoptar una actitud puramente negativa frente al riesgo. Por el contrario, el sociólogo británico opina que es probable que haya que ser más audaces que cautelosos en el terreno de la ciencia y la tecnología.

El triunfo apoteósico del capitalismo en 1989-1991 no resolvió ninguno de los grandes problemas de la humanidad. Por el contrario, potenció la aparición de nuevos problemas. La globalización, vendida como un período de paz universal, basado en la extensión ilimitada del libre comercio, dio paso a un recrudecimiento de los conflictos bélicos y a la reaparición de la amenaza de una guerra nuclear. El orden y el progreso dan paso al riesgo manufacturado. Todo ello obliga a repensar la concepción del capitalismo y a revisar, nuevamente, el aporte de la ciencia de la sociedad (de las ciencias sociales, si lo prefiere quien lee estas líneas).

 

Balvanera, jueves 20 de junio de 2024


NOTAS:

[1] Giddens, A. (1999). Runaway World: How Globalization is Reshaping Our Lives. London, UK: Profile. Hay traducción española de Pedro Cifuentes: Giddens, A. (2000). Un mundo desbocado: Los efectos de la globalización en nuestras vidas. Madrid, España: Grupo Santillana. 109 p. (Pensamiento).

[2] El capítulo 2 se titula “Riesgo” y abarca las pp. 33-48 de la obra.


domingo, 28 de enero de 2024

UNA PEQUEÑA EXCURSIÓN POR LA TEORÍA DEL CAPITAL HUMANO, VERSIÓN T. W. SCHULTZ

 

Desierto de Gobi

Ariel Mayo (UNSAM / ISP Dr. Joaquín V. González)

 

“Los hombre olvidan antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio.”

Maquiavelo, El príncipe

 

“La desvalorización del mundo del hombre crece en proporción directa a la

valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce mercancías;

se produce a sí mismo y al trabajador como una mercancía.”

Karl Marx, Manuscritos económico-filosóficos de 1844

 

El economista estadounidense Theodore William Schultz (1902-1998) es conocido por sus estudios en el área de la economía de la educación. Fue uno de los creadores y principales exponentes de la teoría del capital humano (TCH a partir de aquí), junto al economista Gary Becker (1930-2014). Recibió el Premio Nobel de Economía en 1979, junto al economista británico Arthur Lewis (1915-1991), por sus investigaciones en el desarrollo económico, particularmente las referidas a los problemas de desarrollo de los distintos países.

La TCH tuvo su auge en la década de 1960, si bien sus orígenes se remontan a la década anterior. Surgida en el contexto de la expansión de los sistemas educativos (sobre todo en el nivel secundario y universitario) luego de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), la TCH brindó una justificación teórica al aumento del gasto público en educación. Para sus partidarios, la inversión en capital humano se traducía en un aumento de la productividad individual y proporcionaba la base técnica para un rápido crecimiento económico. La TCH fue sometida a fuertes críticas y cuestionamientos en la década de 1970, derivadas del fracaso de políticas públicas basadas en sus proposiciones (como la “guerra contra la pobreza” en EE. UU., y las política de apoyo al crecimiento económico del Tercer Mundo). Sin embargo, ello no significó su pase al olvido, sino que sus defensores se refugiaron en el campo de la sociología de la educación y desde allí ejercieron considerable influencia sobre los organismos financieros internacionales que se ocupan de la educación. Además, y esto ya constituye material para otro artículo, la teoría fue adoptada por los políticos de las corrientes “neoliberales” y, más acá en el tiempo, por los llamados “libertarios”. [1]

Más allá de los vaivenes que experimentó a lo largo de su historia, la TCH vino para quedarse, dado que proporciona (intenta hacerlo) legitimidad a las políticas educativas del capitalismo en el siglo XXI. Ello justifica su estudio y su crítica. Por estas razones, en Miseria de la Sociología decidimos prestarte atención. Fieles a nuestra costumbre, optamos por abordar el análisis de los textos de sus principales exponentes, recurriendo sólo de manera accesoria a las fuentes secundarias.


Las líneas principales de la teoría fueron expuestas por Schultz en 1960, en un discurso ante la Asociación Estadounidense de Economía, publicado luego en forma de artículo. [2] En ese texto, Schultz trata de explicar los motivos por los que el capital humano es ignorado por los economistas. El autor considera que esta omisión es significativa, pues sostiene que una porción relevante del crecimiento económico se explica por la inversión en capital humano y porque buena parte de lo que conocemos como consumo es inversión en capital humano.

En definitiva, procura de dar respuesta a la pregunta: ¿por qué cuesta reconocer que la habilidad y el conocimiento son una forma de capital?

El texto se encuentra dividido en los siguientes apartados: 1) Los economistas omiten tratar el tema de la inversión humana; 2) Crecimiento económico y capital humano; 3) Alcance y esencia de esas inversiones; 4) Observación final sobre los aspectos políticos del problema; Bibliografía.


La presente exposición no es más que una síntesis de los puntos fundamentales del artículo de Schultz, más algunos comentarios. El objetivo es que el lector se familiarice con los aspectos principales de la TCH y, de ese modo, pueda realizar un abordaje crítico de la misma.

El texto tiene dos ventajas, derivadas de haber sido concebido inicialmente como un discurso: es breve y va al grano, sin irse por las ramas. Esto no es poca cosa, sobre todo cuando uno se gasta la vista leyendo publicaciones académicas.

Schultz comienza señalando que los economistas reconocen que “los seres humanos constituyen una parte importante de la riqueza de las naciones”, pero no tienen en cuenta “la simple verdad de que las personas invierten en sí mismas y que estas inversiones son importantes” (p. 16).

Nuestro autor plantea que la moral y los principios filosóficos se encuentran entre los principales obstáculos al reconocimiento de la existencia del capital humano, pues prohíben considerar a los seres humanos como “bienes de capital”. Ese punto de vista fue expresado por el filósofo y economista inglés John Stuart Mill (1806-1873), quien afirmó que los habitantes de un país no deben ser considerados como riqueza, sino que la riqueza tiene que servir a los seres humanos. En el fondo, considerar a las personas como capital parece implicar que éstos pierden su libertad y se transforman en instrumentos de la acumulación capitalista. [3]

Schultz no está de acuerdo con la concepción expresada en el párrafo anterior y la despacha rápido, planteando que: “invirtiendo en sí mismos, los hombres pueden ampliar la esfera de sus posibilidades de elección” (p. 16). De este modo, las personas se libran de caer en las formas de servidumbre, porque amplían el margen de su autonomía. Dicho así, parece ser una variante más de la vieja frase “el conocimiento libera”, dado que esa mayor autonomía se logra mediante la “inversión en sí mismo”, sobre todo en el terreno de los estudios en el sistema educativo. Sin embargo, la utilización por Schultz del vocabulario económico (“inversión”) conduce el pensamiento hacia un terreno específico, reduciendo el alcance de la autonomía alcanzada mediante el conocimiento. En este sentido, resulta sintomático que Schultz piense que la única forma de lograr autonomía en nuestra sociedad sea (me adelanto un poco) aumentando la dotación de capital que posee cada individuo; dicho en otras palabras, las personas tienen que hacerse capitalistas para ser libres, pues de lo contrario vivirán sometidas…al imperio del capital (por supuesto, no es este el lugar para cuestionar los alcances de la libertad alcanzada en tanto capitalista).

Schultz se queja de que la corriente principal de la teoría económica siguió firme en su rechazo a aplicar el concepto de capital a los seres humanos. En este sentido, los economistas continuaron adhiriendo a la noción clásica consistente en identificar el trabajo con el trabajo manual “que requiere pocos conocimientos y habilidades”, cualidad que poseen casi todos los trabajadores.

En este punto hay que decir que nuestro economista presenta de un modo unilateral algunas cuestiones. En primer lugar, los economistas reconocen explícitamente que los seres humanos son un elemento central de la producción capitalista; de hecho, se considera al trabajo (la actividad de esos seres humanos) como uno de los factores de producción, junto al capital y la tierra. En el enfoque adoptado por Schultz las personas (en la medida en que inviertan en sí mismas) pasan a ser capital; si se mantiene la noción de factores de producción, desaparece (o se reduce considerablemente el factor trabajo), pues los trabajadores pasan a ser capitalistas. En segundo lugar, esa consideración del ser humano como elemento del proceso de producción capitalista implica su subordinación a las necesidades de acumulación del capital (algo que ya fue señalado por Marx en los Manuscritos de París de 1844). La realidad del proceso económico, no las ideas de los filósofos o las máximas morales, determinan que las personas se encuentran sometidas a la “servidumbre” del capital.

Schultz acelera el argumento y enuncia su idea fundamental:

“Los trabajadores se han convertido en capitalistas (…) por la adquisición de conocimientos y habilidades que tienen un valor económico. Esos conocimientos y habilidades son en gran parte el producto de la inversión y, junto con otras inversiones humanas, explican principalmente la superioridad productiva de los países técnicamente avanzados.” (p. 17) [4]

Cabe volver a insistir aquí en algo ya indicado anteriormente: sin querer, Schultz dice entre líneas que, para ser libre en el capitalismo es preciso convertirse en capitalista. Su afirmación tiene otro corolario interesante: si todos son capitalistas, no existe el menor resquicio para hablar de explotación, pues no hay trabajadores a quienes explotar. Y también se esfuma la noción misma de clase social; sólo hay individuos que gestionan los diferentes tipos de capital que poseen. En otros términos, Schultz nos propone una verdadera “utopía” capitalista.

Según el autor, la afirmación anterior permite explicar numerosas situaciones, tales como la mejor remuneración percibida por los trabajadores afroamericanos frente a sus homólogos blancos. Estas diferencias son producto de las diferencias en educación entre unos y otros. Contar con más años de permanencia en el sistema educativo permite acceder a mejores salarios. Detrás del reduccionismo propuesto por Schultz, se encuentra la afirmación de que, una vez desaparecidas las clases sociales, la diferencia entre los individuos en el marco de una economía de mercado, que hace de la competencia su regla básica de conducta, radica en su educación.

La inversión en seres humanos produce rendimiento a lo largo de un amplio período. Se trata de inversión en educación, en formación profesional y en movimientos migratorios de los jóvenes.

Schultz enuncia otra idea central: “El capital humano ha ido sin duda aumentando a un ritmo sustancialmente mayor que el del capital reproducible (no humano).” (p. 20) Esto es una consecuencia de la inversión humana. Así, explica el incremento de los salarios de los trabajadores en EE. UU. en la segunda posguerra como “un rendimiento de la inversión realizada en los seres humanos” (p. 21) El capital humano también permite explicar: a) la rápida recuperación de los países europeos en la segunda posguerra (a pesar de la destrucción de capital físico); b) las dificultades de los países pobres para hace un uso eficaz de las inversiones externas.

A continuación, Schultz da el paso siguiente y pasa a utilizar la denominación recursos humanos para designar a las personas.

Los recursos humanos tienen componentes cuantitativos (número de personas; porcentaje de la población activa, número de horas trabajadas, etc.) y cualitativos (habilidad, conocimientos y atributos similares). Respecto a estos últimos componentes, los gastos para mejorar estas capacidades aumentan la productividad de los individuos.

El autor se plantea la cuestión de ¿cómo medir calcular la magnitud de la inversión humana? Dado que la inversión humana incide en el aumento de los ingresos, se toma dicho aumento como indicador del rendimiento de la inversión.

Algunas de las actividades que mejoran la capacidad humana: 1) facilidades y servicios de sanidad; 2) la formación profesional; 3) la educación formal en todos sus niveles; 4) programas de estudio para adultos organizados por las empresas; 5) migraciones individuales y familiares para ajustar las cambiantes oportunidades de empleo.

Schultz se concentra en la inversión en educación, dado que aumentó a un ritmo muy rápido y que “por sí misma puede muy bien explicar una parte importante del, otra manera inexplicado, aumento en los ingresos de los trabajadores” (p. 25). Su análisis es cuantitativo, se preocupa establecer la magnitud de la inversión en educación y su rendimiento. Para ello utiliza varios supuestos no desarrollados en este artículo.

Afirma que una parte importante del crecimiento no explicado de la economía estadounidense en las últimas décadas se explica a partir de la inversión en educación.

Schultz dedica el final del artículo al examen de los aspectos políticos del problema. Entre esos aspectos destaca que las leyes impositivas discriminan en contra del capital humano. Además, sostiene que existen numerosos obstáculos a la libre elección de la profesión (menciona la discriminación racial y religiosa). [5] Por último, señala un problema en la asistencia económica a los países del Tercer Mundo, pues ella se concentra en el capital físico y deja de lado el capital humano, generando un límite fuerte a la eficacia de esa asistencia (pues pronto se agota la reserva de personal calificado para operar la tecnología más avanzada proporcionada por la inversión externa). [6]

Escribe a modo de conclusión: “Verdaderamente, la característica más distintiva de nuestro sistema económico es el crecimiento del capital humano. Sin él, habría únicamente trabajo manual y pobreza, excepto para aquellos que obtienen rentas de la propiedad.” (p. 31)

Llegamos al final de esta brevísima excursión por las tierras de la TCH. Ya sabemos en qué consiste y cuáles son sus planteos principales. También hemos formulado algunas (brevísimas) consideraciones. Todo esto es el punto de partida, no la llegada. En los tiempos que corren se pueden hacer muchas cosas, menos subestimar los argumentos del enemigo.

 

 

Balvanera, domingo 28 de enero de 2024


NOTAS:

[1] Javier Milei (n. 1970), quien asumió a la presidencia de Argentina en diciembre de 2023, creó el Ministerio de Capital Humano y subsumió en esa nueva estructura al viejo Ministerio de Educación.

[2] Schultz, Th. W. (1972). Inversión en capital humano. En M. Blaug, Economía de la educación (pp. 17-33). Madrid, España: Tecnos.

El artículo fue publicado originalmente en inglés en 1961: Investment in Human Capital. American Economic Review, (51), pp. 1-17. Se basa en el discurso pronunciado ante la Asociación Estadounidense de Economía [American Economic Association] en 1960.

Para la TCH pueden consultarse:

Aronson, P. P. (2005). La "teoría del capital humano" revisitada [ponencia]. IV Jornadas de Sociología de la UNLP. La Argentina de la crisis: Desigualdad social, movimientos sociales, política e instituciones, La Plata, Argentina. [23 al 25 de noviembre de 2005] http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.6705/ev.6705.pdf

Becker, G. (1983). El capital humano. Madrid, España: Alianza.

[3] El autor menciona tres economistas que consideraron a las personas como capital: Adam Smith (1723-1790), Johann Heinrich von Thünen (1783-1850) e Irving Fisher (1867-1947).

[4] Esta afirmación tenía un “atractivo directo (…) para los sentimientos procapitalistas [por] su insistencia en que el trabajador es un detentor de capital corporizado en sus habilidades y conocimientos, y que tiene la capacidad de invertir (en sí mismo). Así, en un atractivo golpe conceptual, el asalariado, que no es propietario y que no controla ni el proceso ni el producto de su trabajo, es transformado en capitalista.” (Karabel, J. y Halsey, A. H. (s. d.). La investigación educativa: Una revisión e interpretación. Traducción de Jorge G. Vatalas, p. 11. [Material preparado para la cátedra de Sociología de la Educación].

[5] Schultz critica la forma en que se lleva a cabo la asistencia estatal a los sectores de bajos ingresos: “Los bajos ingresos de determinados grupos sociales han sido durante mucho tiempo materia de interés público. La política, con demasiada frecuencia, se centra sólo en los efectos, ignorando las causas. Gran parte de los bajos ingresos de muchos negros, puertorriqueños, mejicanos, agricultores emigrantes, agricultores pobres y algunos trabajadores viejos, son producto de una escasa inversión en su salud y educación.” (p. 29)

[6] “Las naciones del Tercer Mundo eran pobres, no a causa de las relaciones económicas internacionales, sino debido a características internas, especialmente a su carencia de capital humano.” (Karabel y Halsey, op. cit., p. 12)



miércoles, 13 de diciembre de 2023

NO HAY PLATA NI IDEAS

 

Ruinas de la ciudad alemana de Dresde, 1945

Ariel Mayo (ISP Joaquín V. González / UNSAM)

Antes de comenzar esta nota conviene enunciar la regla que debe regir, en nuestra opinión, los análisis políticos y económicos, regla que fue esbozada por Maquiavelo en El príncipe: “De las acciones de los hombres, y más aún de las de los príncipes, que no pueden someterse a reclamación judicial, hay que juzgar por los resultados.”

El ministro de Economía, Luis Caputo, anunció ayer un “paquete de urgencia” (son sus palabras) para enfrentar la crisis. Como es lógico, no puede hablarse de resultados, dado que las medidas no empezaron a implementarse y que, muchas de ellas, fueron formuladas de manera muy imprecisa. Por lo tanto, nuestro análisis va a circunscribirse a la perspectiva general adoptada por Caputo, a las posibles consecuencias de las medidas concretas y a la orientación política que se vislumbra a partir del contenido global del paquete.

Se trató de un discurso grabado relativamente breve (17 minutos y 44 segundos), máxime si tenemos en cuenta la magnitud de la crisis. No hubo conferencia de prensa posterior.

Desde el punto de vista del contenido, el discurso se divide en dos partes, separadas por una transición donde plantea la existencia de una “oportunidad histórica”: a) el diagnóstico (los primeros 9 minutos); b) la enumeración de las medidas del paquete de urgencia (minuto 10 en adelante).

Del diagnóstico, que se encuadra en la línea de lo dicho por el presidente Milei en su discurso de asunción, podemos decir dos cosas.

En primer lugar, la notoria pobreza de las ideas expresadas (¿corolario intelectual de la consigna “No hay plata”). Caputo hace del déficit fiscal la causa de todos los problemas de la Argentina en los últimos cien años. Aceptemos, aunque sea a beneficio de inventario, que esto es así. Pero entonces, ¿qué genera el déficit fiscal? Según Caputo, la respuesta es “nuestra adicción al déficit fiscal”. ¿De dónde viene esta adicción? Silencio. No va más allá de eso. Somos “políticamente adictos al déficit” y punto.

Sobre esta explicación nebulosa se apoya el diagnóstico del ministro, quien afirma que los problemas de la deuda, del dólar y de la inflación son consecuencia del déficit generado por la mencionada adicción. Pero no nos dice una palabra acerca de dónde viene la adicción. Como sea, sabemos que un diagnóstico errado lleva a tomar medidas equivocadas. Por eso hay que extremar los medios para no caer en diagnósticos simplistas, como es el caso del realizado por el señor ministro.

En segundo lugar, el diagnóstico se mete con los últimos 100 años de historia argentina, y lo hace de manera ahistórica y bruta. ¿Por qué utilizamos calificativos tan duros? Desde 1923 hasta la fecha (tomemos lo de los 100 años en sentido literal) gobernaron radicales, conservadores, peronistas de variado pelaje, dictaduras militares, Macri. Cada uno de ellos afrontó problemas específicos y eligió diversas alternativas para resolverlos. Caputo reduce toda esta complejidad a dos términos: déficit fiscal y adicción al gasto. Se dan así algunas paradojas, como por ejemplo el caso de Menem, quien para Milei es “el mejor presidente del período iniciado en 1983”, o su aliado el Macri, quienes pasan a ser puestos en la misma bolsa con los demás “adictos al gasto”.

Sobre esta historia a-histórica se sustenta el diagnóstico de Caputo. Y vuelvo a repetir: un diagnóstico errado conduce a soluciones equivocadas.

Caputo resume el diagnóstico con una frase: “definitivamente estamos frente a la peor herencia de nuestra historia”. Para el señor ministro, esto es lo que genera “una oportunidad histórica”, dado que la ciudadanía votó a un político que sostuvo que el déficit fiscal es la causa de todos nuestros problemas. Ahora bien, Caputo omite algunas cuestiones: Milei hizo campaña prometiendo “ajustar a la casta”, “dolarizar”, “cerrar el Banco Central”. Nada de eso fue mencionado en el discurso de ayer. Es cierto que, dada la liviandad manifiesta del diagnóstico de Caputo, podemos permitirnos dudar de su capacidad para interpretar las preferencias del electorado.

Pero mejor pasemos a las medidas del “paquete de emergencia”. Al adoptar esta denominación, Caputo dice una verdad. No hay plan económico, en el sentido de un conjunto orgánico de medidas que permitan resolver la crisis y restablecer una senda de crecimiento. Las circunstancias que rodearon el camino de Milei a la presidencia hacen que la improvisación siga siendo la norma de sus funcionarios.

Dicho esto, Caputo enumeró una serie de medidas, algunas de carácter concreto y otras imprecisas (cuya aclaración se irá dando, suponemos, en los días subsiguientes).

La medida más concreta está referida, como cabía esperar al valor del dólar. Caputo anunció la fijación del tipo de cambio oficial en 800 pesos, esto es, una devaluación de más del 100% respecto a la cotización anterior. Pero esto no es todo. También dijo que se aumenta provisoriamente (aunque no precisó el monto) el impuesto país para las importaciones y las retenciones de las exportaciones no agropecuarias.

Sobre esta medida podemos hablar con cierta precisión: 1) favorece claramente al sector agroexportador, algo que señaló expresamente el ministro; 2) el Estado se beneficia con el aumento del impuesto país a las importaciones y retenciones a exportaciones no agropecuarias, algo que le permitirá, en principio, reducir la magnitud del ajuste fiscal (mediante impuestos, algo “curioso” desde el punto de vista del ideario de La Libertad Avanza); 3) la mayoría de la población verá reducidos sus ingresos por un nuevo salto de la inflación, dada la magnitud de la devaluación (que superó a los 650 pesos mencionados por el ministro del Interior Guillermo Francos hace algunos días); 4) los importadores se verán en serios problemas para importar insumos necesario para la producción, sobre todo la pequeña y mediana industria, algo que se traducirá en caída de la actividad económica (recesión) y aumento del desempleo. A todo esto hay que agregar otra cosa curiosa: parece que “las ideas de la libertad” incluyen aumentos de impuestos y mantenimiento de las retenciones. Como ocurre casi siempre, la realidad y las necesidades políticas matan ideología.

Otra medida significativa, aunque aquí también faltan precisiones, es el anuncio de la cancelación de las licitaciones de obra pública aprobadas (pero que todavía no han comenzado), y la decisión de no hacer nuevas licitaciones. Las consecuencias son previsibles: caída de la actividad económica y desempleo. Además, si la medida se mantiene en el tiempo habrá un deterioro todavía mayor de la infraestructura necesaria para la producción (por ejemplo, autopistas y caminos, puertos, etc., etc.), pues pensar que la inversión estatal en el área puede ser reemplazada por los capitales privados es algo bastante utópico.

Mención aparte merece el anuncio de la reducción de los subsidios a la energía y al transporte. Si bien no se anunciaron ni montos ni plazos, lo cierto es que esto implica una reducción de ingresos para buena parte de la población, ya sea por el aumento de las tarifas de los servicios (luz, gas, etc.), ya sea por el aumento del boleto de colectivos, trenes, etc.

Por último, algunas palabras sobre otras dos medidas. Por un lado, la no renovación de los contratos laborales del Estado que tengan menos de un año de vigencia se traducirá en aumento de la desocupación. Por el otro, la reducción al mínimo de las transferencias discrecionales del Estado nacional a las provincias debe leerse como aumento de la discrecionalidad (pues no se eliminan completamente). O sea, Milei combatirá la discrecionalidad con más discrecionalidad. Esto se traducirá en mayor rosca para lograr el apoyo de las provincias a los proyectos de ley presentados por el Ejecutivo.

El “paquete de urgencia” tiene una orientación general clara, más allá de su improvisación y falta de precisiones. El gobierno de Milei busca el apoyo, fundamentalmente, de la burguesía agroexportadora y, más en general, de la burguesía con capacidad de exportar y/de conseguir dólares. El Estado reduce su capacidad de intervenir en el proceso económico y se concede al capital privado la responsabilidad de reactivar la economía. La recesión y el ajuste fiscal (ayer faltaban precisiones sobre su magnitud, aunque se habla de una reducción de dos puntos y medio del PBI, pues otros tres puntos surgirían de los ingresos generados por el aumento del impuesto país – veremos-) son las herramientas elegidas para resolver los desequilibrios de la economía. Eso y algo de contención para los más pobres (duplicación de la AUH y un aumento del 50% de la Tarjeta Alimentar), probablemente para evitar algún estallido. Por el momento no hay mucho más. Se busca reducir el gasto, pero no hay ninguna indicación acerca de cómo se alcanzará el crecimiento ni como recuperarán poder adquisitivo el salario real, las jubilaciones y las pensiones. Demasiado poco, demasiado endeble, demasiado improvisado, para una crisis la que sufre nuestro país. Todo parece dirigirse a una tormenta inflacionaria y a una reducción extraordinaria de los ingresos de los trabajadores y demás sectores populares, mayor aún que la experimentada por Argentina en los últimos años.

En los próximos días habrá más precisiones. Pero podemos afirmar que la remera vendida en estos días tendría que tener como inscripción “No hay plata ni ideas”, pues ello daría cuenta de la situación en la que está en este momento la política económica de Milei.

 

Balvanera, miércoles 13 de diciembre de 2023