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domingo, 28 de agosto de 2016

DURKHEIM Y LA DISTINCIÓN ENTRE LO NORMAL Y LO PATOLÓGICO


Nota bibliográfica:

La fuente para la redacción de estas ficha es: Durkheim, Emile. (1998). ⦗1º edición: 1895⦘. Las reglas del método sociológico y otros escritos sobre filosofía de las ciencias sociales. Barcelona: Altaya. La traducción al español corresponde a Santiago González Noriega. Trabajé con el capítulo III, “Reglas relativas a la distinción entre lo formal y lo patológico” (pp. 102-131). En la redacción utilicé las notas de lectura de mi compañera Pez López.

En esta ficha trabajé específicamente con la introducción y el primer apartado del mencionado capítulo III. En fichas posteriores presentaré el segundo y tercer apartados.



A modo de presentaciòn, cabe recordar que Durkheim dedica el capítulo I de Las reglas del método sociológico (1895) a establecer qué son los hechos sociales (HS a partir de aquí), esto, es, el objeto de estudio de la sociología. Luego pasa a esbozar en el capítulo II cuál es el método para estudiarlos, además de esbozar los rasgos principales de la teoría de las prenociones (el conocimiento de sentido común de los fenómenos sociales). Ambos capítulos ya han sido presentados en fichas anteriores

Al observar los HS, se plantea el problema de la distinción entre: a) “los que son todo lo que debe ser” (fenómenos normales); b) “los que deberían ser diferentes a como son” (fenómenos patológicos) (p. 102).

Durkheim formula el problema en los términos siguientes: “¿Dispone la ciencia de los métodos que permiten establecer esta distinción’” (p. 102)

A partir de la respuesta a dicho interrogante, es posible establecer el papel que corresponde a la ciencia (en especial, a las ciencias sociales). Nuestro autor comienza por distinguir la siguiente postura:

La ciencia no enseña nada sobre lo que debemos ser. Su objeto son los hechos. Todos ellos tienen el mismo valor y el mismo interés. Observa los hechos y no los explica; no los juzga. “A sus ojos el bien y el mal no existen. Ciertamente, puede decirnos como ciertos efectos, pero no qué fines son los que hay que perseguir.” (p. 103).

Como corolario de lo anterior, se desprende que la ciencia pierde eficacia práctica:

“Siempre hay varios caminos que llevan a una determinada meta, por tanto hay varios caminos que elegir entre ellos. Ahora bien, si la ciencia no puede prestarnos ayuda en la elección del mejor fin, ¿cómo podrá enseñarnos cuál es el mejor camino para alcanzarlo? ¿Por qué habrá de recomendarnos el más rápido más bien que el más económico, el más seguro más bien que el más sencillo o al revés? Si no puede guiarnos en la determinación de los fines superiores, no es menos importante cuando se trata de fines secundarios o subordinados que llamamos medios.” (p. 103).

[Durkheim omite señalar que la ciencia gana su mayor eficacia práctica al servicio de la acumulación de capital. Dicho de manera burda: sirve para que los empresarios ganen dinero. La ciencia no es una actividad ajena a la lógica del capital. Suponer que se encuentra desconectada de dicha lógica implica romper la totalidad dialéctica que es la sociedad, y que constituye la base del método marxista. No existen fines desinteresados para la práctica científica.]

La sociología ideológica (cuyos máximos exponentes fueron Comte y Spencer) era consciente del problema. Si la ciencia no puede determinar qué fines son más valiosos, la fijación de estos fines se llevaba a cabo por medios extracientíficos (por ejemplo, la religión). Pero los cultores del “método ideológico” (ver el capítulo 2) “eran demasiado racionalistas como para admitir que la conducta humano no tuviese necesidad de ser dirigida por la reflexión; y sin embargo, no verían nada en los fenómenos  - considerados en sí mismos y con independencia de todo dato subjetivo - que permitiese clasificarlos de acuerdo con su valor práctico. Parecía, por tanto, que el único medio de juzgarlos era referirlos a algún concepto que lo dominase; de este modo, el empleo de nociones que rigiesen el cotejo de los hechos, en lugar de derivar de ellos, se convertía en algo indispensable en toda sociología racional; pero sabemos que si en estas condiciones la práctica se convierte en algo reflexivo, la reflexión así utilizada no es algo científico.” (p. 103-104).

⦗El problema es más amplio de lo que plantea Durkheim. No se trata sólo de establecer una jerarquía entre los fines (los valores), sino también de formular criterios de distinciòn entre los fenómenos significativos (que deben ser estudiados) y aquellos que son irrelevantes. De este modo, al fijar dichos criterios la teoría estará en condiciones de guiar la observación.⦘

Durkheim quiere resolver el problema reivindicando los derechos de la razón y desechando la ideología. Para ello tiene que encontrar “un criterio objetivo, inherente a los hechos”, que permita  distinguir la salud (“buena y deseable”) de la enfermedad (“cosa mala, que debe ser evitada”) en los fenómenos sociales. De este modo la ciencia proporcionará un criterio para decidir en la vida práctica y mantendrá, a la vez, el método científico (“tratar los hechos como cosas”). (p. 104)

Aclara que el estado de “salud” se establece para el conjunto, no para el individuo, porque la ciencia todavía no puede decir nada de éste. Pero ese estado será “punto de referencia para orientar la conducta” (p. 104).




Durkheim dedica el primer apartado del capítulo III (p. 105-114) a establecer ese criterio. Para ello aplica el método presentado en el capítulo II. En concreto, la regla enunciada en p. 90. Mediante signos exteriores, distingue entre los fenómenos normales y los fenómenos patológicos.

Utiliza un criterio “estadístico” para establecer la demarcaciòn entre ambos tipos de hechos. Aquí corresponde indicar que presenta a la sociología como continuaciòn de la biología, pero sin justificar esto de modo convincente.

Todo hecho social puede presentar dos tipos de formas:

1) “Unas son generales en toda la extensiòn de la especie, se encuentran si no en todos los individuos al menos en la mayor parte de ellos y si no se repiten de idéntico modo en todos los casos en que se observan, sino que varían de un sujeto al otro, esas variaciones están comprendidas dentro de límites muy próximos.” (p. 110-111).

2) “Hay otras ⦗formas⦘ que son excepcionales; no sólo se encuentran en menos casos, sino que incluso cuando se producen lo más frecuente es que no duren toda la vida del individuo. Son una excepciòn tanto en el tiempo como en el espacio.” (p. 111).

A partir de allí construye el tipo medio = “ser esquemático que se formaría reuniendo en un mismo todo, en una especie de individualidad abstracta, a los caracteres más frecuentes en la especie junto con sus formas más frecuentes.” (p. 111).

El tipo medio es una construcción y constituye “el objeto de estudio inmediato de la ciencia y viene a ser el mismo que el tipo genérico.” (p. 111).

Agrega que las condiciones de salud y enfermedad no pueden ser definidas en abstracto ni son válidas para todos los HS. Cada tipo social tiene formas normales y patológicas de los HS que les son propios.

Hay que renunciar a la costumbre, muy extendida, de juzgar una institución, una práctica o una máxima moral, como si fuesen buenas o malas en sí mismas y por sí mismas, para todos los tipos sociales sin distinción.” (p. 112; el resaltado es mío -AM-).

El corolario de lo anterior es: “Así, pues, un hecho social sólo puede ser llamado normal en una especie social determinada en relación con una fase igualmente determinada de su desarrollo; por consiguiente, para saber si tiene derecho a recibir esta denominación, no basta con observar bajo qué forma se presenta en la generalidad de las sociedades que pertenecen a esta especie, sino que hay que tener cuidado tambièn con considerarlos en la fase correspondiente de su evolución.” (p. 113).

⦗La normalidad no es una esencia abstracta que define de una vez y para siempre a la cosa. Es histórica y, por tanto, mutable. Este rasgo de la sociología de Durkheim impide hacer “la fácil” de clasificarla como una variante del funcionalismo - entendiendo por éste una concepción estática de la sociedad - ⦘

Ahora bien, la anormalidad no puede ser el rasgo de una especie. No puede concebirse una especie cuyo carácter definitorio fuese la enfermedad. En consecuencia, “la especie es la norma por excelencia y, por consiguiente, no podría ser anormal bajo ningún concepto.” (p. 113).

Los caracteres que constituyen el tipo medio son los más frecuentes porque son los más ventajosos para la conservación de la especie. ⦗La mayor frecuencia estadística - criterio para seleccionar los caracteres que forman el tipo medio - es producto de la utilidad. Detrás está el supuesto de la sociedad concebida como organismo, es decir, la idea de que la sociedad es naturalmente armónica. Pero si se concibe la sociedad como una totalidad contradictoria, este tipo medio es funcional a la conservación de esas contradicciones. El tipo medio es el conjunto de caracteres propio de una sociedad de clases antagónicas. La normalidad expresa la relación de fuerzas entre las clases propia de una determinada distribución del poder social (ante todo, de la propiedad de los medios de producción). Pero esto excede largamente los límites de la presente ficha⦘


Villa del Parque, domingo 28 de agosto de 2016

martes, 2 de agosto de 2016

SOCIOLOGÍA, HECHOS SOCIALES Y REPRESENTACIONES COLECTIVAS EN DURKHEIM

Emile Durkheim


El hecho de atribuir carácter científico a una reflexión sobre la sociedad no es una cuestión meramente académica, sino que implica una legitimación de dicho discurso en detrimento de otras posiciones. Estos es así porque el prestigio alcanzado por las ciencias naturales y el enorme impacto de las mismas en la vida cotidiana a través de la tecnología, termina por comunicarse a toda actividad rotulada con el término ciencia. En otros términos, reconocer la cientificidad de una teoría social tiende a confundirse con la negación del carácter ideológico de dicho discurso, en tanto expresión de una clase de esa sociedad. Por esto es que resulta importante examinar la forma peculiar en que Emile Durkheim (1857-1917) atribuye carácter científico a su teoría social. (1)

Durkheim desarrolló su proyecto de construir una sociología científica en las obras de la década de 1890, sobre todo en Las reglas del método sociológico (1895). Para poder realizar esta tarea, emprendió la crítica del individualismo metodológico (IM a partir de aquí). En esa línea afirmó que la sociología tenía que basarse en los hechos sociales y no en las opiniones de los individuos, para así poder hacer afirmaciones de carácter objetivo.

En el programa durkheimiano, la constitución de la sociología como disciplina científica es inseparable de la crítica de la economía clásica, de la psicología utilitarista y de la utilización de explicaciones metafísicas en ciencias sociales. Paradójicamente, para hacer frente a la “crisis intelectual” de la burguesía, debió adoptar un punto de vista que presenta algunas similitudes con el del materialismo histórico. Ante todo, la sociología durkheimiana se presentó como una ciencia de la sociedad en su conjunto, rechazando la división en compartimentos estancos propia de la concepción burguesa de la sociedad. También señaló con precisión el origen histórico de las ideologías sociales, rechazando todo esencialismo. (2)

Para la redacción de este ensayo utilicé el capítulo I de Las reglas y el prefacio de la 2º edición de la obra. (3)

La delimitación del concepto de hecho social (HS a partir de aquí) es fundamental en el establecimiento de la sociología científica preconizada por Durkheim. La definición de hecho social va de la mano con la delimitación del objeto de estudio de la sociología  o, en otras palabras, con la conformación de la sociología como disciplina científica separada de la biología, de la psicología y de la economía. ⦗Y también, aunque Durkheim no lo explicite, del materialismo histórico de Marx, que es el verdadero enemigo a vencer.⦘

Durkheim comienza por constatar la imprecisión del término HS, su ambigüedad:

“De ordinario se la emplea para designar casi todos los fenómenos que ocurren en el seno de la sociedad, por poco que presenten, junto con una cierta generalidad, algún interés social. Pero, si se consideran las cosas de esa manera, no hay, por así decir, acontecimiento humano que no pueda ser llamado social.” (p. 56).

⦗Si se toma de esta manera a los HS, la sociología no se distingue de la biología ni de la psicología. Demarcarse de la psicología implica demarcarse del individualismo metodológico. Las críticas a Herbert Spencer (1820-1903) muestran la importancia otorgada por Durkheim a la refutación del IM. No es posible desarrollar este punto aquí, pero las críticas al IM aproximan a Durkheim a la concepción marxista. Pero la diferente manera en que Durkheim y Marx piensan a la totalidad sirve para precisar los rasgos fundamentales del materialismo histórico.⦘

Durkheim porfía en que existe en toda sociedad un grupo de fenómenos específicos, a los que cabe la denominación de HS. Ellos son el objeto de estudio de la sociología y permiten distinguirla de las otras ciencias de la naturaleza. (p. 56). Esta afirmación resultó especialmente conflictiva en su época, pues chocó con la concepción de sentido común que sostenía que la sociedad estaba compuesta por individuos. (4)

La mayor parte del capítulo 1 de Las reglas está dedicado a presentar las características de los HS. A continuación presento un resumen de las mismas.



1) Son “modos de obrar, de pensar y de sentir que presentan esta notable propiedad de existir fuera de las conciencias individuales.” (p. 57).

Durkheim explica que las personas nos encontramos desde nuestro nacimiento con deberes que no hemos creado: “no soy yo quien las he hecho, sino que los he recibido por medio de la educación.” (p. 57). “De igual manera el fiel se ha encontrado al nacer ya hechas las creencias y las prácticas de su vida religiosa; si éstas existían antes de él, es que existen fuera de él.” (p. 57).

Ejemplos: “El sistema de signos de que me sirvo para expresar mi pensamiento, el sistema de monedas que empleo para pagar mis deudas, los instrumentos de crédito que utilizo en mis relaciones comerciales, las prácticas aceptadas en mi profesión, etc., funcionan independientemente del uso que de ellas hago.” (p. 57).


2) “Estos tipos de conducta o de pensamiento no sólo son exteriores al individuo, sino que están dotados de un poder imperativo y coercitivo en virtud del cual se imponen a él, lo quiera o no.” (p. 57).

Es este carácter coercitivo el que permite distinguir a los HS de los fenómenos orgánicos, “ya que consisten en representaciones y en acciones”, y de los fenómenos psíquicos, “que no tienen existencia más que en la conciencia individual y por ella.” (p.58; el resaltado es mío - AM -). Como no se trata ni de fenómenos orgánicos ni psíquicos, “constituyen una nueva clase de ⦗hechos⦘ y es a ellos, y sólo a ellos, a los que se debe dar el calificativo de sociales; éste es el calificativo adecuado, pues resulta claro que al no tener por sustrato al individuo, no pueden tener otro que la sociedad, sea la sociedad política en su totalidad, sea alguno de los grupos parciales que encierra: confesiones religiosas, escuelas políticas y literarias, corporaciones profesionales, etc.” (p. 59; el resaltado es mío - AM-). Y concluye: “son el ámbito propio de la sociología.” (p. 59; el resaltado es mío - AM-).

Esta coerción no se percibe habitualmente, pues los individuos aceptan las reglas que regulan su existencia en sociedad. Sin embargo, cuando rechazan dichas reglas, la coerción salta a la luz. En otras palabras, el carácter coercitivo de los HS se expresa en la resistencia que genera la violación de las reglas sociales.

En el caso de las reglas del derecho: “Si intento quebrantar las reglas de derecho éstas reaccionan contra mí a fin de impedir mi acto si aún hay tiempo, o de anularlo y restablecerlo en su forma normal si se ha realizado ya y puede ser reparado, o de hacerme expiar sus consecuencias, si no puede ser reparado de otro modo.” (p. 57-58).

En el caso de las máximas puramente morales: “La conciencia pública reprime todo acto que las ofende por medio de la vigilancia que ejerce sobre la conducta de los ciudadanos y las penas especiales de que dispone.” (p. 58).

En el caso de las convenciones sociales: “Si no me someto a las convenciones de la sociedad, si en mi forma de vestir no tengo en cuenta en absoluto los usos aceptados en mi país y en mi clase, la risa que provoco y el alejamiento social en que me mantienen producen los mismos resultados que un castigo propiamente dicho, aunque de forma más atenuada.” (p. 58).

Los HS consisten tanto en creencias y prácticas instituidas (reglas jurídicas y morales, dogmas religiosos, sistemas financieros, etc.) como a corrientes sociales (por ejemplo, los movimientos de entusiasmo, indignación o de piedad que se producen en una asamblea). Todos ellos tienen en común que se manifiestan como una presión (coerción) en tanto el individuo se resiste a ellos. (p. 59-60). (5)

Durkheim afirma que “es indiscutible que la mayor parte de nuestras ideas y de nuestras tendencias no son elaboradas por nosotros sino que nos vienen de fuera (...) sólo pueden penetrar en nosotros imponiéndose, y eso es todo lo que significa nuestra definición.” (p. 59). El ejemplo más contundente es la educación: “toda educación consiste en un esfuerzo continuo para imponer al niño modos de ver, de sentir y de obrar que no se les habría ocurrido espontáneamente. (...) la educación tiene por objeto precisamente el hacer el ser social.” (p. 61).

La coerción externa que los HS ejercen sobre los individuos puede manifestarse a través de la existencia de una sanción determinada, o bien por la resistencia que impone a todo intento individual de zafar de las prescripciones colectivas. (p. 65).



3) Los HS están constituidos “por las creencias, las tendencias y las prácticas del grupo tomado colectivamente” (p. 62; el resaltado es mío - AM-).

Durkheim aclara que dichos estados colectivos son diferentes a las formas que revisten en los individuos. Esto permite demostrar categóricamente que se trata de “dos naturalezas distintas”. (p. 62):

“A causa de la repetición algunas de esas maneras de obrar o de pensar adquieren una especie de consistencia que, por así decir, hace que se produzca un precipitado y los aísle de los acontecimientos particulares que las reflejan. Adquieren así un cuerpo y una forma sensible que les es propia y constituyen una realidad sui generis, muy distinta de los hechos individuales que son manifestación suya. La costumbre colectiva no sólo existe en forma inmanente en los sucesivos actos que determina, sino que, en virtud de un privilegio del que no encontramos parangón en el reino biológico, se expresa de una vez por todas en una fórmula que se repite de boca a boca, que se transmite por la educación o que incluso se fija por escrito.” (p. 62). Ejemplos: reglas jurídicas y morales, aforismos y dichos populares, los artículos de fe que condensan las creencias de las sectas religiosas o políticas, los códigos de las escuelas literarias, etc. (p. 62).



4) Los HS son generales (es decir, son comunes a toda la sociedad o a la mayor parte de los miembros de ésta) porque son colectivos.

“Es un estado del grupo, que se repite en los individuos porque se impone a ellos. Está en la parte por estar en el todo, lo que es bien distinto de que esté en el todo por estar en las partes.” (p. 64; el resaltado es mío - AM-) (6)

⦗Esta característica de los HS es producto de la crítica del IM propio de la economía y de la sociología de Spencer. Mientras que el IM sostiene que las partes (los individuos) forman el todo, le dan sentido al mismo, Durkheim propone el punto de vista opuesto. Al tomar a la totalidad como punto de partida del análisis, el sociólogo francés se aproxima al marxismo.⦘

Puesto que la noción de representaciones colectivas juega un papel central en la sociología durkheimiana, conviene revisar la presentación del concepto en Las reglas. En el prefacio de la 2º edición, escribió: “Para comprender el modo como la sociedad se representa a sí misma y al mundo que lo rodea, lo que hay que considerar es la naturaleza de la sociedad y no la de los particulares. Los símbolos bajo los cuales se piensa cambian de acuerdo con lo que ella es.” (p. 43-44).

El corolario de esta afirmación es que la “psicología individual” no sirve para el estudio de las representaciones colectivas, pues se refiere a “órdenes de realidad” diferentes a los de la sociología.

En otras palabras, “en ningún caso la sociología podría limitarse pura y simplemente a tomar prestadas de la psicología tal o cual proposición para aplicarla sin más a los hechos sociales. Por el contrario, el pensamiento colectivo en su totalidad, tanto en su forma como en su materia, debe ser estudiado en y por sí mismo, con la conciencia de lo que tiene de singular, y hay que dejar al porvenir el cuidado de buscar en qué medida se parece al pensamiento de los individuos.” (p. 46) (7)



Al final del capítulo, Durkheim presenta la definición completa de HS:

Es hecho social todo modo de hacer, fijo o no, que puede ejercer una coerción exterior sobre el individuo; o, también, que es general en todo el ámbito de una sociedad dada y que, al mismo tiempo, tiene una existencia propia, independiente de sus manifestaciones individuales.” (p. 68).


Villa del Parque, martes 2 de agosto de 2016



NOTAS:
(1) Este párrafo está tomado casi literalmente de mi artículo “La cuestión de la cientificidad de la sociología en la obra de Emile Durkheim”, incluido en: Mayo, Ariel, comp. (2004). Epistemología de las Ciencias Sociales. Buenos Aires: Jorge Baudino Ediciones. (pp. 15-56). El párrafo citado se encuentra en p. 33.
(2) Ídem anterior.
(3) Trabajé con la traducción española de Santiago González Noriega: Durkheim, Emile. (1998). Las reglas del método sociológico. Barcelona: Altaya. Para la redacción del presente artículo utilicé las notas de lectura de mi compañera Pez López. Los pasajes entre corchetes corresponden a comentarios que van más allá del simple resumen del texto.
(4) “Pero, como la sociedad sólo se compone de individuos, al sentido común le parece que la vida social no podría tener otro sustrato que la conciencia individual; de otro modo parece que carece de base y flota en el vacío.” (p. 41).
(5) “...si este poder de coerción extrema se afirma con tal claridad en los casos de resistencia, eso quiere decir que existe en los casos contrarios, aunque de forma inconsciente. En esos casos somos víctimas de una ilusión que nos hace creer que nosotros mismos hemos elaborado lo que se ha impuesto a nosotros desde fuera. Pero aunque la complacencia con que nos hemos dejado llevar por ella oculta la presión que hemos experimentado, no la suprime. De igual manera, el aire no deja de ser pesado, aunque ya no sintamos su peso. Incluso cuando hemos participado activa y espontáneamente en la emoción común, la impresión que hemos sentido es completamente distinta de la que habríamos experimentado si hubiéramos estado solos. (...) lo que decimos a propósito de esas explosiones pasajeras es igualmente válido a propósito de esos movimientos de opinión más duraderos en cuestiones religiosas, políticas, literarias, artísticas, etc., que se producen sin cesar a nuestro alrededor, sea en todo ámbito de la sociedad, sea en círculos más restringidos.” (p. 60-61).
(6) Durkheim volvió sobre la cuestión en el prefacio de la 2º edición de Las reglas: “Si - como se admite - esta síntesis sui generis que constituye toda sociedad da lugar a fenómenos nuevos, diferentes de aquellos que tienen lugar en las conciencias aisladas, no se puede por menos de reconocer que esos hechos específicos residen en la propia sociedad que los produce y no en sus partes, es decir, en sus miembros. Así pues, en ese sentido son exteriores a las conciencias individuales, consideradas como tales, de igual manera que los caracteres distintivos de la vida son exteriores a las substancias minerales que componen el ser vivo.” (p. 42-43). Emplea este argumento para fundamentar la distinción entre la sociología y la psicología: “Los hechos sociales no sólo son cualitativamente distintos de los hechos psíquicos: tienen otro substrato, no evolucionan en el mismo medio, ni dependen de las mismas condiciones. Esto no quiere decir que no sean de alguna manera psíquicos, puesto que todos ellos consisten en modos de pensar o de obrar. Pero los estados de la conciencia colectiva son de distinta naturaleza que los estados de la conciencia individual; son representaciones de otro tipo. La mentalidad de los grupos no es igual a la de los individuos; tiene leyes propias.” (p. 43).

(7) Esta cita está tomada del prefacio de la 2º edición.

domingo, 17 de julio de 2016

APUNTES SOBRE LOS ORÍGENES DE LA SOCIOLOGÍA: BONALD, LE BON Y DURKHEIM




La Sociología se institucionalizó como ciencia autónoma recién a finales del siglo XIX, luego de un complejo derrotero iniciado en las postrimerías del siglo anterior y enmarcado por los efectos de las dos revoluciones (la Revolución Industrial y la Revolución Francesa). A sabiendas que se trata de una simplificación extrema, puede afirmarse la nueva ciencia representó el intento más elaborado de la burguesía para dar respuesta a las contradicciones del capitalismo. En otra oportunidad caractericé a la sociología como ciencia conservadora. Recientemente dediqué una entrada de este blog a comentar el trabajo de J. C. Portantiero sobre la sociología clásica y sus precursores. El presente trabajo tiene por objetivo presentar la relación entre la sociología y el pensamiento conservador a partir del ensayo “La apuesta de Durkheim”, del sociólogo argentino Emilio de Ípola. (1)

Existe una versión canónica del origen de las ciencias sociales (2), que sostiene éstas surgieron como respuesta a la disolución de los lazos sociales en el capitalismo.

“La sociología habría surgido (...) a la vez como teoría del lazo social y como comentario desolado sobre su disolución.” (p. 21).

Según esta versión, la joven sociología científica y el pensamiento conservador coincidieron en la reivindicación de los lazos sociales frente al egoísmo propio de la sociedad capitalista. Robert Nisbet planteó esta relación:

“La paradoja de la sociología (...) reside en que si por sus objetivos y por los valores políticos y científicos que defendieron sus principales figuras debe ubicársela dentro de la corriente central del modernismo, por sus conceptos esenciales  y sus perspectivas implícitas está, en general, mucho más cerca del conservadurismo filosófico. La comunidad, la autoridad, la tradición, lo sacro: estos temas fueron, en esa época, principalmente preocupación de los conservadores, como se puede apreciar con gran claridad en la línea intelectual que va de Bonald y Haller a Burckhardt y Taine.” (Nisbet, 1969: 33). (3)

Ípola discute el argumento de Nisbet y afirma que es preciso tomar distancia de éste, pues “la preocupación por el deterioro de los vínculos sociales (...) se inscribe en cada caso en el interior de problemáticas filosóficas-políticas claramente diferenciables, y en el fondo incompatibles.” (p. 23). En otras palabras, la reflexión de autores conservadores como Joseph De Maistre (1753-1821) y Louis de Bonald (1754-1840) y la de sociólogos como Émile Durkheim (1858-1917) pertenecen a planteos e interrogantes diferentes.


1.La Revolución y sus fantasmas (pp. 23-25).

Ípola desarrolla su posición mediante un examen de los escritos de Bonald, de Gustave Le Bon (1841-1931) y de Durkheim:

“Se trata (...) de tres perspectivas que tematizan divergentemente, a propósito entre otros temas, de la Revolución Francesa, la cuestión del lazo social. La primera, retrógrada para quejarse por su pérdida y recomendar la vuelta al pasado (Bonald); la segunda, autoritaria y policial, para llamar la atención sobre los agregados humanos como peligro permanente y teorizar acerca de muchedumbres y agitadores (Le Bon); la tercera, para contraponer a esa visión atemorizada y represora una visión positiva del lazo social cuya crisis, como la primera, no deja empero de percibir, aunque sin auspiciar por ello retorno alguno a los tiempos idos y colocándose resueltamente en un horizonte posrevolucionario y republicano (Durkheim).” (p. 24-25).



2. Bonald: Las luces y las sombras (pp. 25-28).

Bonald afirma que hay tres instituciones destinadas a asegurar la cohesión y estabilidad sociales: la familia, la Iglesia y el Estado. Estas instituciones, y el lenguaje que las precede, son todas de origen divino.

“El lenguaje no se constituye (...) a partir de la interacción social; por el contrario, el conocimiento y el lenguaje anteceden a la sociedad, la cual, a posteriori por así decir, se convierte en su contexto. Así pues, el hombre nace en sociedad y a través de ella, esto es, a través del trabajo formador de sus instituciones fundamentales, adquiere el lenguaje y tiene acceso a la verdad moral.” (p. 26).

La palabra de Dios es preservada por la familia, la Iglesia y el Estado: “cada individuo obedece de hecho la voluntad de Dios al someterse a las tradiciones e instituciones domésticas, religiosas y políticas de la sociedad.” (p. 26).

Bonald rechaza la tesis iluminista según la cual el lenguaje es producto de los seres humanos, pues entonces el significado de las palabras sería convencional, arbitrario y susceptible de cambios. También rechaza la noción de contrato social: “la sociedad no depende de la voluntad del hombre; no hay ningún contrato, sino relaciones naturales y necesarias, de origen divino.” (p. 27). Bonald añora el viejo orden medieval: “todo aquello que socava a la familia patriarcal y monógama, a la Iglesia Católica y al Estado monárquico, desemboca forzosamente en la anarquía y en última instancia viola leyes naturales, es decir, divinas.” (p. 28).

Bonald contribuyó a la articulación de los fundamentos del pensamiento sociológico con su crítica del individualismo de los teóricos del Iluminismo y su reivindicación de los lazos sociales comunitarios. (p. 28). (4)


3. Le Bon: De una demonología científica de las multitudes y los cabecillas (pp. 29-35).

Ípola resume así la posición de Le Bon:

“Para él, la sociedad es, en todas y cada una de sus manifestaciones, un sujeto sospechoso. Su convicción más constante es que allí donde un grupo tiende a formarse es mejor que, en las cercanías, haya un sólido destacamento de gendarmes para vigilarlos. Teme a lo social - desde la muchedumbre espontánea y efímera hasta el grupo organizado - porque está convencido de su intrínseca perversidad. Perversidad que hunde sus raíces en un inconsciente que el individuo reprime y que la colectividad desata y potencia.” (p. 29).

Le Bon no quiere la vuelta al pasado feudal ni el restablecimiento del Antiguo Régimen. Sostiene la necesidad de controlar todas las formas del “vivir en conjunto”. El argumento es el siguiente: la masa amorfa es el primer escalón del “ser-con-los-otros”: “constituye el más peligroso y repudiable modo de ser de los colectivos humanos. Puede sin dificultad tornarse violenta y mortífera porque, estimulados cada uno por el otro - vía contagio o tendencia natural a la imitación -, sus miembros tienden a ignorar normas y restricciones y a dar rienda suelta a sus instintos. A falta de una rápida y eficiente intervención represiva, el proceso se vuelve rápidamente incontrolable. Digamos, el salvaje que habita en cada uno se libera y se potencia infinitas veces: magma humano espontáneamente asesino, capaz de todo, inocente e implacable.” (p. 31).

La masa puede ser orientada por la acción de los cabecillas: “no están hechos para moderar las pasiones irracionales y perversas de las muchedumbres: por el contrario, su tarea en la que son expertos, consiste en encauzarlas en la dirección deseada o prevista” (p. 32). (5) Las masas de este tipo son de corta duración. Se desarrollan otras formas de socialidad más orgánicas (los grupos, los pueblos, las naciones, las sociedades). Pero ninguna de ellas ahuyenta el peligro fundamental: “la pluralidad humana es constitutivamente malvada, potencialmente criminal y, por ello, siempre sospechosa.” (p. 32). Los grupos humanos más organizados sólo muestran habitualmente la punta del iceberg; por debajo, “persisten, activos, los determinantes fundamentales: los afectos, los instintos, los apetitos irracionales. En el individuo, esas determinaciones, con ser actuantes, permanecen generalmente reprimidas. Pero basta el mero agrupamiento, basta la mera pluralidad para que se reúnan las condiciones necesarias de modo tal que lo reprimido se libere, los apetitos salgan a la luz, los instintos se desencadenen.” (p. 34).



4. Durkheim: Sociología y democracia (pp. 35-48).

De acuerdo con lo expresado al comienzo del texto, Ípola enfatiza las rupturas entre Durkheim y los pensadores anteriores:

“Su perspectiva no es la del pensador social romántico y desengañado; tampoco la del perseguidor profesional de complots, agitadores y multitudes. Es la de un sociólogo cuya ciencia convencerá sin duda menos que su pasión por la investigación, pero no invalidará a esta última; es también, la de un intelectual preocupado, desde una óptica republicana y democrática-liberal, por los problemas de la sociedad francesa: el incremento del suicidio, el auge de los conflictos laborales, el antisemitismo y la intolerancia religiosa. Problemas que hacen a la construcción de un orden en una sociedad - Durkheim no la ignora - irreversible moderna.” (p. 36).

El punto de partida de Durkheim es la constatación del resquebrajamiento del tejido ⅋social, comprobable tanto por el incremento del conflicto social y por las estadísticas (aumento anual de los suicidios y de la criminalidad). La sociología durkheimiana construyó su legitimidad por medio de la descripción y explicación de las desviaciones sistemáticas de la tasa de suicidios de los países de Europa. Sin embargo y más allá de los estudios empíricos como El suicidio, la sociología funcionó como una “ficción eficaz”, pues recurre a “operadores no ideológicos, no doctrinarios, sino ‘científicos’” (p. 37) (6) Al enfatizar el carácter científico de la sociología, Durkheim ya no pudo limitarse a racionalizar las respuestas que el Estado de la Tercera República francesa creía necesitar. Debió tomar distancia de esas respuestas, y en ese proceso de distanciamiento cobraron un nuevo significado los conceptos de la sociología (por ejemplo, solidaridad).

En la formulación del concepto de solidaridad se observa la posición de Durkheim respecto a las corrientes político-ideológicas con las que debatía la sociología:

a) Los liberales: “se oponen a la intervención del Estado en nombre de la economía de mercado, basada en la libre iniciativa de cada uno. Encarnan, en el plano político, el adversario teórico que, bajo diferentes figuras, se designa en la obra de Durkheim con el nombre de ‘individualismo’. El núcleo de la crítica a esta posición está presente ya en De la Division du Travail Social: siendo el individuo segundo con relación a la sociedad, y dependiendo de sus determinaciones tanto en aquella donde reina la solidaridad mecánica cuanto - y sobre todo - en aquella fundada en la solidaridad orgánica, no puede pretender aislarse de la sociedad ni mucho menos erigirse en su base.” (p. 38).

b) Los conservadores: “su aversión a la intervención estatal se apoya en la afirmación de la anterioridad de las asociaciones que llaman ‘naturales’ - la familia, la comuna…- sobre el Estado, asociaciones cuya solidez y cuya (...) ‘productividad’ en cuanto a la preservación de los lazos sociales las convertirían en los únicos garantes confiables de la armonía social. (...) Durkheim se separa con igual nitidez que con respecto a las liberales; preocupado por la cohesión social, no se le escapa, empero, que ella no puede ser asegurada (...) por retorno alguno al pasado.” (p. 38-39).

c) Los revolucionarios (anarquistas, blanquistas, proudhonianos): se apoyan en “la utopía rousseauniana de un orden puramente voluntario, basado en la asociación contractual de todos los productores libres. (...) Durkheim marca con claridad sus distancias. En efecto, es imposible (...) concebir el lazo social sobre la base de idea alguna de contrato. Puesto que la idea de contrato pretende consagrar la ruptura entre el orden de la naturaleza y el orden humano, bajo la forma de una intervención, sin génesis ni memoria, de la razón. (...) la hipótesis contractualista es rigurosamente incompatible con los esfuerzos por anudar los nuevos objetos sociales al orden a la vez necesario y factual que las ciencias de la naturaleza comienzan a escrutar de manera sistemática.” (p. 39).

d) Los marxistas (aliados a los revolucionarios): “no ven por cierto a la sociedad, a la manera de los liberales, como un agregado de individuos; tampoco postulan, como los conservadores, el carácter natural de ciertas asociaciones primarias; por último, su coalición con los revolucionarios en modo alguno los lleva a desposar el idílico voluntarismo de estos últimos. En cada sociedad existen relaciones de fuerza entre las clases sociales fundamentales; esas relaciones se traducen en un conflicto histórico, cuya resolución no depende del individuo ni de la naturaleza, ni solamente de la libre voluntad de las clases. Depende, en lo esencial, de la forma en que se procesa históricamente ese conflicto básico y también de las capacidades políticas de la clase dominada para capturar el poder del Estado y reorganizar, desde allí, gracias a la fuerza de coerción de este último, el conjunto de la sociedad.” (p. 40).

¿Cómo enfrentó Durkheim el desafío marxista?

Le contrapuso una concepción global de la sociedad. Rechazó la tesis de que la historia de todas las sociedades es la historia de la lucha de clases. (7). Su principio explicativo no es la lucha de clases, es la índole de la solidaridad, constituida en la ley objetiva fundamental de la sociedad.. El argumento es el siguiente: “a partir de sus formas elementales, las sociedades, en virtud de su crecimiento demográfico y del consiguiente incremento de sus contactos e intercambios, han evolucionado con arreglo a un principio de división de funciones y de densificación de su estructura. Ahora bien, al pasar de esas formas primeras a formas progresivamente más complejas, las sociedades no han perdido cohesión. Simplemente han pasado de la solidaridad mecánica, basada en las similitudes, a la solidaridad orgánica, fundada sobre la división social del trabajo, y sobre el carácter complementario de las funciones así diferenciadas.” (p. 41).

Al constituir a la solidaridad en ley fundamental de la sociedad, Durkheim tropezó con una dificultad concreta: el incremento de la conflictividad en la sociedad francesa parecía poner en duda dicha ley. Su solución al problema consistió en concebir al conflicto “como producto de una incapacidad, que es preciso explicar, de percibir esta solidaridad en ciertos miembros de la sociedad, como una anomia, una falencia en la idea que el individuo se forja de su ubicación en la sociedad, de lo que es dado y no le es dado legítimamente esperar. (...) el carácter violento de las diferencias entre patrones y obreros tiene su origen en la ausencia de una reglamentación clara que permita a cada uno saber qué puede dar por descontado habida cuenta del desarrollo alcanzado por la división del trabajo.” (p. 42; el resaltado es mío - AM -).

Ípola plantea aquí dos caminos posibles para caracterizar la posición de Durkheim frente al conflicto social. Por un lado, la tesis de que los conflictos obedecen a las representaciones (ausencia de normas) y no a fallas estructurales del sistema capitalista. (8) Por otro, la tesis defendida por Ípola, quien postula que Durkheim dejó abierta la solución al problema de la naturaleza de lo social. Durkheim desarrolló dos respuestas al problema, que coexistieron a lo largo de toda su obra: a) La tesis objetivista, que gira en torno a la noción de sociedad pensada con la metáfora del organismo. (9); b) la tesis de lo social como representación, es decir, que en última instancia su contenido es lo psíquico. (10).

Ípola resume así el punto:

“Creo que la actualidad y el interés del pensamiento durkheimiano residen esencialmente en ese movimiento pendular - e incluso en esa indecisión - entre la estructura y la representación, lo objetivo y lo subjetivo, que marcan silenciosamente su obra.” (p. 44).

La tensión mencionada en el párrafo anterior se prolonga en la dimensión política de su dimensión sociológica. Durkheim, partidario del proyecto demócrata-liberal y laico de la Tercera República francesa, oscila entre dos polos: a) el desarrollo de los grupos profesionales; b) la preocupación por la ausencia de representaciones colectivas y el consiguiente interés en la función de lo religioso en la vida social. (p. 43).

Para comprender la obra de Durkheim hay que tener presente que “algunas de sus preocupaciones centrales giran alrededor de la cuestión del orden, de la cohesión y la integración sociales. Pero estas preocupaciones no lo tornan un pensador retrógrado, ni tampoco (...) conservador (...) Durkheim está demasiado atado al modernismo, demasiado apegado al culto de la ciencia y demasiado impregnado de los valores de la democracia liberal, como para buscar acogerse a alguna de las opciones tradicionalistas que una política inepta y retrógrada pretendía imponer en Francia y Europa. (...) a diferencia de sus pares racionalistas, liberales y demócratas, Durkheim entendía que era imposible construir inmediatamente un orden estable sobre los cimientos intelectuales de la modernidad; que hasta tanto los valores de la ciencia y los de la democracia liberal se enraizaran en configuraciones sociales tan sólidas y cohesionantes como aquellas antaño fundadas en los pilares de la religión y la familia, y estuvieran imbuidas del respeto moral de que esas instituciones gozaron entonces, Francia y Europa persistirían en su actual situación de crisis, sepultando una a una todas las soluciones políticas que los reformadores propusieran.” (p. 45-46).

Ípola concluye que Durkheim sigue siendo “nuestro contemporáneo”. Las políticas neoliberales de la década de 1990 provocaron fragmentación y atomización sociales. Es por ello las preguntas (y no las respuestas) de Durkheim sobre el lazo social se vuelvan nuevamente actuales. (p. 48).

⟦No es mi intención negar la afirmación de Ípola sobre la actualidad de Durkheim. Pero sí corresponde enfatizar que Durkheim formula sus preguntas en el marco de un proyecto teórico cuyo objetivo es la estabilización del capitalismo. De modo que se pretende enfrentar al neoliberalismo con herramientas conceptuales forjadas para defender al capitalismo. Las limitaciones de esta propuesta son claras. Contraponer la sociología durkheimiana al neoliberalismo equivale a ignorar la relación entre capitalismo y neoliberalismo, como si el segundo fuera producto de la fatalidad y no el resultado lógico de la expansión del primero.⟧


Villa del Parque, domingo 17 de julio de 2016



NOTAS:

(1) Ensayo incluido en: Ípola, Emilio de. (1997). Las cosas del creer: Creencia, lazo social y comunidad política. Buenos Aires: Ariel. (pp. 11-49). El texto está fechado en Buenos Aires, en octubre - noviembre de 1991. En otras palabras, fue escrito durante el momento más agudo del impacto de las políticas neoliberales del presidente Menem (1989-1999).
(2) Ípola sostiene que bajo la denominación ciencias sociales se agrupa un “complejo dispositivo de instituciones, saberes y discursos” (p. 19).
(3) Nisbet, Robert. (1969). La formación del pensamiento sociológico. Buenos Aires: Amorrortu.
(4) Para profundizar el conocimiento de la obra de Bonald, puede consultarse: Zeitlin, Irving M. (1997). Ideología y teoría sociológica. Buenos Aires: Amorrortu. (Capítulo 5: Bonald y Maistre).
(5) Para que los instintos ocultos en el ser humano salgan a la luz hace falta una masa y un cabecilla. “El cabecilla es (...) el que revela a todo grupo, organizado o no, el costado oculto y horrendo de sí mismo y que, a la vez, induce a este último a manifestarse abiertamente. (...) es (...) el que saca a luz la verdad - siempre demoníaca y criminal - del grupo y la pone en funcionamiento. Es el que descubre detrás de las buenas maneras de un pacífico parlamento las mismas pasiones destructoras que exhibe sin pudor una multitud desencadenada.” (p. 34-35).
(6) Ípola se apoya aquí en la obra de Jacques Donzelot, L’invention du social (París, Fayard, 1984).
(7) “La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases.” (Marx, Karl y Engels, Friedrich, Manifiesto del Partido Comunista, Buenos Aires, Anteo, 1986, p. 34).
(8) Donzelet subscribe esta tesis en op. cit., p. 82.
(9) Esta posición es la más antigua y se encuentra en La división del trabajo social. Reaparece en Las reglas del método sociológico, donde enfatiza la exterioridad y objetividad del hecho social. En la sociedad moderna, fundada en la solidaridad orgánica, la conciencia colectiva pierde fuerza a medida que se desarrolla la división del trabajo. (p. 43). Esta línea culmina en el papel de los grupos profesionales, desarrollado en el Prefacio a la 2° edición de De la División del Trabajo.
(10) Esta concepción aparece en el Prefacio a la 2º edición de Las reglas del método sociológico y se desarrolla en Las formas elementales de la vida religiosa.