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sábado, 23 de marzo de 2013

24 DE MARZO, O DE CÓMO LA DICTADURA MILITAR GOZA DE BUENA SALUD



A 37 años del golpe militar de 1976 la consigna “Nunca más” se está plasmando en los juicios a los genocidas y en el repudio generalizado de la sociedad a los crímenes cometidos por la dictadura de Videla y cía. Todavía falta mucho por hacer, pero el gobierno “nacional y popular” ha tomado la senda del juicio y castigo a los genocidas. No sólo los militares están siendo llevados a los tribunales. El gobierno de los Derechos Humanos también ha puesto la lupa sobre los cómplices civiles de la dictadura. 

Todo marcha bien. La justicia se impone. Nunca más…

Un artículo dedicado a otro aniversario del golpe del 24 de marzo de 1976 bien podría empezar de este modo. O, empezar mentando el recuerdo de las compañeras y compañeros desaparecidos, de cómo su lucha no fue en vano y de cómo las nuevas generaciones han levantado sus banderas. 

Nada de esto sería honesto…

En el país del “Nunca más”, de los juicios a los genocidas, del repudio generalizado a la dictadura, de los cientos y miles de discursos y jornadas conmemorativas, de la proliferación de espacios dedicados a la “memoria”, la herencia de la dictadura sigue más presente que nunca.

¿Cómo es posible afirmar esto si los juicios a los genocidas son una realidad tangible y ni aún los fachos empedernidos se animan a defender abiertamente a la dictadura?

La respuesta se encuentra en la realidad misma.

“En estos días, también hubo un encuentro en uno de los salones de Diagonal Sur al 600 (Secretaría de Comercio) con industriales de primera línea en productos alimentarios. Allí el hecho llamativo –‘la sorpresa”, califican otros– fue la postura que asumió un directivo de la firma azucarera Ledesma, del grupo Blaquier. «El mercado está totalmente abastecido, y si hubiera alguna necesidad extra en estos 60 días, tenemos stock suficiente para atenderla y asegurar la reposición», garantizó el representante industrial. No es poco, proviniendo además de un grupo cuya cabeza principal (Carlos Pedro Blaquier) ha quedado seriamente comprometido por los juicios de lesa humanidad y la presunta participación y colaboración en secuestros seguidos de desaparición o muerte en Tucumán.” (Página/12, 10 de febrero de 2013. Nota firmada por Raúl Dellatorre)

No es una anécdota sacada de contexto. Ledesma, empresa que resolvió sus problemas laborales recurriendo a los servicios de los militares en la tristemente célebre “Noche del Apagón", expresa la concentración del capital que fue uno de los objetivos perseguidos por los milicos.

La dictadura se hizo, entre otras cosas, para mostrarle a la negrada que con el capital no se jode. Ledesma puede dar cuenta de la verdad de este aserto.

La dictadura no fue el producto de la maldad intrínseca de los militares argentinos, ni tampoco una confrontación teñida de un romanticismo trágico entre jóvenes idealistas que peleaban por una sociedad más justa y un montón de torturadores y asesinos amantes de todo lo retrógrado. Fue, ante todo, un esfuerzo racional y consecuente para resolver la crisis del capitalismo argentino en beneficio del gran capital (del que forma parte, por supuesto, Ledesma). La maldad (y la hubo a mares) estuvo al servicio de un proyecto de país cuyo eje era el sometimiento de la clase trabajadora. 

1976 no se comprende sin 1945 y sin 1969. El 17 de octubre marcó la irrupción de la clase trabajadora en la política argentina. Exagerando un poco, puede afirmarse que la clase obrera creó a Perón y al peronismo. El 17 de octubre puso límites a la burguesía argentina. A partir de allí y hasta 1976, los sucesivos intentos de reestructuración del capitalismo en nuestro país tropezaron con la capacidad de resistencia de la clase obrera. Esta poseía una conciencia reformista, es cierto, pero esta conciencia se oponía a ser pisoteada por los empresarios preocupados por la “eficiencia” y la “productividad”. 

El Cordobazo representó la irrupción del clasismo en la escena política del país. Si el 17 de octubre puede ser visto como el momento de toma de confianza por parte de la clase trabajadora, el Cordobazo abrió las puertas para que la lucha obrera fuera no sólo salarial. El Cordobazo constituye el momento en que la clase obrera argentina, a los tropezones y de modo desparejo y desprolijo, comienza a cuestionar el orden capitalista existente. 

La combinación de los efectos del 17 de octubre y del Cordobazo fue la causa profunda del golpe militar de 1976.

Que se entienda. No estoy diciendo que los obreros fueran bolcheviques en vísperas del golpe. La mayoría de los trabajadores eran peronistas, ni más ni menos. Pero el peronismo del período 1945-1976 era plebeyo, a diferencias de los peronistas del período posdictatorial. Esto a despecho de Perón, Vandor y tantos otros dirigentes. A pesar de adherir mayoritariamente al reformismo, la clase obrera era irreductible a los ajustes capitalistas. El fracaso del Rodrigazo en 1975 es el mejor ejemplo de la capacidad de resistencia de los laburantes y de su poder para imponer límites a los capitalistas.

El 24 de marzo de 1976 fue, sobre todo, un golpe a la clase obrera. Por razones que no podemos analizar aquí, los militares obtuvieron un éxito completo. Cuando Alfonsín asumió el gobierno en diciembre de 1983, ni 1945 ni 1969 eran ya un problema para los empresarios. El peronismo había perdido su carácter plebeyo y ya no asustaba a nadie. El clasismo, sobre el que se había descargado todo el peso de la represión, había quedado reducido a un papel insignificante. 

Es claro que la historia argentina no quedó congelada en 1983. Con posterioridad a los militares, los trabajadores sufrieron otras duras derrotas (¿es preciso recordar aquí al menemismo?). Pero 1976 es el huevo de la serpiente, la condición necesaria para las derrotas subsiguientes. Ledesma conserva su poder de fuego económico gracias a que los militares secuestraron, torturaron y asesinaron a los militantes obreros. 

Entonces, adoptar una actitud triunfalista y decir que los genocidas han encontrado su destino final, que es la cárcel, beneficia al principal heredero de la dictadura, que es la burguesía argentina (tanto la “nacional” como la “multinacional”).Si la dictadura hubiera sido derrotada no existiría, por ejemplo, Nordelta. No habría, por ejemplo, un tercio (y más) de trabajadores “en negro”. Los empresarios no levantarían sus ganancias “con pala”.

Mal que nos pese, todos nosotros seguimos moviéndonos dentro de los límites que la dictadura puso a la política. Así, por ejemplo, podemos repudiar a los genocidas octagenarios, pero consideramos como un hecho natural la dictadura de los empresarios en nuestros trabajos. 

Néstor Kirchner mandó sacar un cuadro de Videla, pero Ledesma sigue siendo una empresa monopólica. 

Hoy, 24 de marzo de 2013, combatir el legado de la dictadura es una tarea impostergable. Pero el combate no tiene que ser por la decoración de interiores, sin una lucha contra el principal heredero de los militares: la burguesía. Sólo así podremos empezar a clausurar el ciclo histórico iniciado en 1976.


Villa del Parque, sábado 23 de marzo de 2013

martes, 19 de marzo de 2013

EL PAPA FRANCISCO: EL MARKETING DE LA HUMILDAD



Hablar a esta altura del nuevo papa es una tarea pesada, sobre todo porque tanto charlatán de feria (pago y no pago) se ha dedicado a elevar hasta alturas celestiales la figura de Jorge Bergoglio, desde hoy llamado Francisco. En este artículo no haré mención a las cualidades personales de Bergoglio, pues los lectores saben que existe algo que se llama marketing, que éste se aplica a múltiples actividades y que una de ellas es la elección de un papa. Dada la profunda crisis que experimenta la Iglesia, es evidente que elegir un papa que viaja en el transporte público es más útil que elegir a otro que viaja en limusina. Si Bergoglio, en tanto persona, es efectivamente humilde o no, es algo que escapa a los límites de este artículo. Sólo cabe decir que una persona que profesa la humildad difícilmente se sienta cómoda en los palacios del Vaticano. Salvo que esa humildad sea una máscara útil para lograr otros fines.

Decir que la Iglesia Católica padece una profunda crisis no es novedad para nadie. La renuncia al papado de Benedicto XVI constituye la manifestación exterior más saliente de dicha crisis, pero la misma se remonta a mucho tiempo atrás. Con el desarrollo de las relaciones sociales capitalistas, basadas en la propiedad privada y en la producción de mercancías, el dinero se convierte en el principal vínculo social. En otras palabras, en la medida en que se tiene dinero se vuelve posible relacionarse con otras personas (por lo menos, con las mercancías que producen esas personas). Quien carece de dinero deja de ser persona. El dinero pasa a ser, por tanto, el bien más deseado en nuestra sociedad. Las relaciones sociales se encuentran cosificadas, en tanto se expresan como relaciones entre cosas (cantidades de dinero) y no entre personas. En este marco, la religión pasa a ocupar un lugar secundario, pues el dinero es la verdadera religión de la sociedad moderna. Los jerarcas de la Iglesia Católica saben esto y por eso se embarcan en una serie de escándalos financieros (el lector puede revisar los casos del Banco Ambrosiano o del IOR, y allí encontrará mucho material que contribuirá a la edificación de su alma). En la sociedad capitalista la “espiritualidad” pasa por el dinero. Los cruzados al estilo de Ricardo Corazón de León son un poroto al lado del cristiano que se pasa la vida buscando acumular dinero. 

En el capitalismo la única espiritualidad real es la del dinero. La Iglesia Católica, como todas las religiones, no puede ofrecer nada mejor a cambio. Entre el dinero, que permite acceder a todas los bienes terrenales, concretos, palpables, y la promesa en los “bienes celestiales”, la elección es clara. Las iglesias están vacías no porque exista una crisis de la fe, sino porque la fe en el dinero ha desplazado a la fe en los dioses celestiales. En definitiva, esta es la fuente de la crisis a la que hice mención en los párrafos anteriores.

La Iglesia Católica ha contribuido a su propia derrota. La prédica incesante en contra del comunismo, la defensa sin condiciones de la propiedad privada, encarnadas en la figura del papa Juan Pablo II, jugaron un papel en la expansión de las relaciones capitalista a escala mundial. Paradójicamente, fue el triunfo de la cruzada anticomunista emprendida por Juan Pablo II el detonante de la crisis más profunda experimentada por la Iglesia Católica a lo largo de su milenaria historia. Derrotado, por lo menos por el momento, el comunismo, la Iglesia perdió buena parte de su utilidad para la clase dominante (esto no quiere decir que la jerarquía católica no haga esfuerzos denodados por mostrar que sigue siendo útil para aplastar a los débiles y ensalzar a los poderosos). Sin el comunismo y con la “espiritualidad” copada por el dinero, la Iglesia Católica pasó a girar en el vacío. Pero como no queda más remedio que seguir viviendo, los curas se concentraron en cuestiones tales como las luchas cortesanas (el episodio del mayordomo de Benedicto XVI no tiene desperdicio), los escándalos financieros (no sólo de “espiritualidad” vive el señor cardenal) y la pedofilia elevada a grados pocas veces vistos en la historia.

El ascenso de un cardenal latinoamericano a la calidad de papa sólo puede comprenderse a la luz del grado de decadencia de la Iglesia Católica. Haya sido o no la intención expresa de quienes lo eligieron, Bergoglio representa, ante todo, una jugada dirigida a lavar la cara de la Iglesia. El discurso de la “humildad” (discurso que se predica desde el palacio) tiene por objeto volver más creíble el discurso “moral” de la Iglesia. Es, en este sentido, una maniobra de marketing. Como señalé más arriba, si Bergoglio es o no humilde en lo personal carece de relevancia. Predicar la “humildad” cuando se vive en el Vaticano, rodeado de servidores, resulta un poco antievangélico. Pero la realidad es que Bergoglio parece orientar su papado en torno a la noción de “humildad”. Con esto demuestra ser un buen político, porque ha sabido entender por donde sopla el viento.

Muchos comentaristas han escrito en estos días que el discurso “humilde” de Bergoglio representa un giro reformista en la Iglesia, a punto tal que el cardenal argentino es presentado como una persona preocupada por la suerte de los pobres. No interesa aquí analizar si Bergoglio se propone o no emprender una reforma en el seno de la Iglesia Católica, sino examinar en qué medida su nube de invocaciones vagas acerca de la “humildad” puede representar algún cambio en la orientación social de la Iglesia. La respuesta es un no rotundo. Bergoglio no se mueve un milímetro de lo que ha sido la posición tradicional de la Iglesia. Ser “humilde” y “preocuparse por los pobres” significa, en buen castellano, donar lo que sobra. A esto se reduce todo. El buen cristiano debe acumular, debe hacer su vida de burgués hecho y derecho, y dedicarle a sus hermanos menos favorecidos aquello que le sobra, aquello que no quiere utilizar. El buen cristiano puede explotar a sus hermanos en la fábrica, en el banco, en la oficina, pero se cura dando aquello que le es superfluo. ¡Pavada de compromiso! 

Como puede observarse, la prédica de Bergoglio es absolutamente inofensiva para el capital. Nada de esto es novedoso, pero es preciso volver a decirlo dada la avalancha de comentarios de los periodistas a los que les interesa (económicamente) el Vaticano. No hay que olvidar que Bergoglio viene de una parte del planeta donde, a despecho del progresismo de sus gobernantes, la miseria y la explotación son moneda corriente, mucho más corriente que la “humildad” predicada por el padre Bergoglio.

La “humildad” de Bergoglio cobra su verdadero sentido si se tiene en cuenta que representa a una Iglesia, la argentina, que participó activamente en el secuestro, tortura, asesinato y desaparición de los cuerpos de decenas de miles de compatriotas durante la dictadura militar de 1976-1983. Dicha “humildad” no alcanzó siquiera para pedir por el paradero de los cuerpos de los “desaparecido”, para que sus familiares pudieran darles cristiana sepultura. Dicha “humildad” no alcanzó para que la Iglesia argentina pidiera perdón por las atrocidades de las que fue cómplice. 

Bergoglio tomó el nombre de su papado de Francisco de Asís. Como suele suceder en la Iglesia Católica, las cosas se repiten. Sólo que aquello que inicialmente fue pasión y vida pasa a ser hipocresía, pura hipocresía. Esto vale perfectamente para el “humilde” monseñor Bergoglio.

Villa del Parque, martes 19 de marzo de 2013