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viernes, 10 de diciembre de 2021

GRAMSCI Y LA CRÍTICA DE LA "REVOLUCIÓN CULTURAL": A PROPÓSITO DE LAS NOTAS SOBRE MAQUIAVELO.




Las Notas sobre Maquiavelo (1) constituyen, ante todo, una impugnación radical de una forma de concebir la práctica política, propia del sector mayoritario de los partidos que formaban parte de la II Internacional. La tarea emprendida por Gramsci en las difíciles condiciones de la prisión, sólo fue posible gracias a la experiencia de la Revolución Rusa de 1917, que marcó un antes y un después en la política socialista. A nuestro juicio es un error reducir la obra de Gramsci a una respuesta (particularmente lúcida por cierto) al triunfo del fascismo en Italia. La producción de Gramsci en la cárcel, con todos sus inconvenientes y su carácter fragmentario e inacabado, se inserta en un marco más general, marcado por la necesidad de encontrar una nueva forma de política obrera en la condiciones de la Europa occidental.
Gramsci abre el juego retomando la tesis central de Maquiavelo (1469-1527) en El príncipe, esto es, la cuestión de la construcción de la voluntad colectiva. En Maquiavelo el problema político fundamental es la construcción de una voluntad que sirva al surgimiento de un Estado nacional italiano, que libre a este país de la opresión extranjera. Para Maquiavelo no se trata de lograr esto mediante un caudillo que lidere a una masa que obedece ciegamente; al "temor de los súbditos" hay que agregarle el "amor del pueblo a su príncipe". El interés puesto en el logro de este "amor" representa la base para la posterior formulación de la teoría de la hegemonía. (2)
La voluntad colectiva puede ser el producto del Estado (entendido en términos modernos como expresión del bloque dominante). Pero Gramsci aborda el problema desde el punto de vista de los trabajadores, que deben liderar la lucha de las clases enfrentadas a la dominación del capital. Su "príncipe moderno" es el partido de clase (el Partido Comunista italiano). Así, "el príncipe moderno (...) sólo puede ser un organismo, un elemento de sociedad compleja en el cual comience a concretarse una voluntad colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Este organismo ya ha sido dado por el desarrollo histórico y es el partido político: la primera célula en la que se resumen los gérmenes de voluntad colectiva que tienden a devenir universales y totales." (p. 12). El elogio del jacobinismo no es otra cosa que una reivindicación del papel activo que tiene que jugar el partido en la construcción de la voluntad colectiva de los trabajadores, concebida como contrahegemonía frente a la dominación capitalista. "El Príncipe moderno debe tener una parte destinada al jacobinismo (en el sentido integral que esta noción ha tenido históricamente y debe tener conceptualmente), en cuanto ejemplificación de cómo se formó y operó en concreto una voluntad colectiva que al menos en algunos aspectos fue creación ex novo, original." (p. 13). (3)
Gramsci define a la voluntad "como conciencia activa de la necesidad histórica, como protagonista de un drama histórico efectivo y real" (p. 13). A partir de esto, se comprende mejor la tarea del príncipe moderno, que tiene que llevar a término la construcción de una voluntad colectiva nacional-popular (p. 13). En otras palabras, tiene que encargarse de dotar a la clase trabajadora de una conciencia clara de la necesidad de transformar el orden existente. Aquí hay que prestar atención a un tema importante. La construcción de una voluntad colectiva nacional-popular no es una tarea exclusivamente intelectual (o circunscrita al campo de "lo cultural", entendiendo este último en un sentido restringido); por el contrario, es una tarea eminentemente política (práctica), de la que participan, también, los intelectuales. Haciendo referencia al caso italiano, remarca que la existencia de "grupos sociales urbanos (...) que hayan alcanzado un determinado nivel de cultura histórico-política" (p. 14), es una de las condiciones requeridas para el desarrollo de dicha voluntad colectiva. Pero, "es imposible cualquier formación de voluntad colectiva nacional-popular si las grandes masas de campesinos cultivadores no irrumpen simultáneamente en la vida política." (p. 14). La construcción de contrahegemonía es, por tanto, una tarea política; de ahí el elogio del jacobinismo, al que Gramsci entiende básicamente como acción política para crear las condiciones objetivas y subjetivas de una voluntad colectiva).
El partido (el príncipe moderno) construye la contrahegemonía (la voluntad colectiva nacional-popular). Esto implica, en palabras de Gramsci, un momento cultural: "una parte importante del Príncipe moderno deberá estar dedicada a la cuestión de una reforma intelectual y moral, es decir, a la cuestión religiosa o de una concepción del mundo. (...) debe ser (...) el abanderado y el organizador de una reforma intelectual y moral, lo cual significa crear el terreno para un desarrollo ulterior de la voluntad colectiva nacional-popular hacia el cumplimiento de una forma superior y total de civilización moderna."(p. 15). Pero Gramsci considera que este momento cultural está incompleto y vacío si el partido no brega por la transformación de la economía (de las relaciones de producción). Incluso va más lejos y afirma que sólo la transformación en el plano económico indica la concreción del cambio cultural. En ningún momento se le pasa por la cabeza que la tarea cultural pueda estar divorciada de la lucha "económica" contra el capital. Defender esta separación equivale a retirarse del campo teórico del marxismo y pasarse a las filas de los defensores del statu quo. En palabras de Gramsci, "¿Puede haber una reforma cultural, es decir, una elevación civil de los estratos más bajos de la sociedad, sin una precedente reforma económica y un cambio en la posición social y en el mundo económico? Una reforma intelectual y moral no puede dejar de estar ligada a un programa de reforma económica, o mejor, el programa de reforma económica es precisamente la manera concreta de presentarse de toda reforma intelectual y moral." (p. 15).
Para comprender mejor el pasaje citado al final del párrafo anterior, hay que tener en cuenta que Gramsci escribe bajo las condiciones de la censura carcelaria, y se ve impedido, por tanto, de llamar a las cosas por su nombre. Es por eso que tiene que usar la expresión "príncipe moderno" y no "partido comunista". En el caso del párrafo al que hacemos mención aquí, al aludir a la "reforma económica" se está refiriendo a la transformación de las relaciones de producción capitalista, no a una mera redistribución de ingresos. Nótese que la expresión "reforma económica" está seguida inmediatamente por la frase "cambio en la posición social y en el mundo económico". Gramsci era un revolucionario. Comprendía que la pelea fundamental se da en torno a las relaciones de producción, y que el momento cultural es inútil si no está ligado a la erosión de la dictadura del capital en el lugar de trabajo. Como revolucionario, sabía en carne propia que la función primordial del Estado burgués consiste en dividir a las clases explotadas. Separar "lo cultural" y "lo político-económico" significa hacerle el juego al Estado burgués.

Mataderos, domingo 16 de octubre de 2011

NOTAS:
(1) Todas las citas de Gramsci están tomadas de: Gramsci, Antonio. (2003). Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno. Buenos Aires: Nueva Visión. La traducción del italiano fue realizada por José Aricó.
(2) La lectura de El Príncipe debe comenzar por el último capítulo del libro (el 26, titulado "Exhortación para liberar a Italia de los bárbaros), en el que Maquiavelo aboga por la aparición de un príncipe nuevo que logre unificar a Italia y la libere del yugo extranjero. Consultar Maquiavelo. (1955). El Príncipe. Madrid: Universidad de Puerto Rico y Revista de Occidente. (pp. 455-460).
(3) Refiriéndose al papel jugado por el jacobinismo, Gramsci escribe "la fuerza [una organización jacobina "eficiente"] que en las otras naciones ha suscitado y organizado la voluntad colectiva nacional popular fundando los Estados modernos" (p. 14).

jueves, 25 de noviembre de 2021

ECONOMÍA SEGÚN LA SÍNTESIS NEOCLÁSICA-KEYNESIANA: SAMUELSON-NORDHAUS, ECONOMÍA, CAP. 1



El libro de Paul Samuelson (1915-2009) y William Nordhaus (n. 1941), Economía con aplicaciones a Latinoamérica, es la 19° edición de un texto utilizado ampliamente en los estudios universitarios.

La ficha abarca el capítulo 1, “Los fundamentos de la economía” (pp. 3-24).

Nota bibliográfica 

Se utilizó la siguiente edición: Samuelson. P. A. y Nordhaus, W. D. (2010). Economía con aplicaciones a Latinoamérica. México D. F.: McGraw-Hill Interamericana. xxx, 722 p. Traducción española de Adolfo Deras Quiñones.


Como es habitual en los manuales de economía, los autores comienzan con una definición de la ciencia económica

Economía es el estudio de la manera en que las sociedades utilizan recursos escasos para producir mercancías valiosas y distribuirlas entre los distintos individuos.” (p. 4) (A)

El punto de partida es la sociedad, el foco está puesto en la producción y la distribución, el concepto clave es la escasez

La supresión de la escasez (“la utopía de las posibilidades ilimitadas - p. 4 -) también suprimiría la necesidad de la economía. Pero “este mundo es de escasez, lleno de bienes económicos” (p. 4)

¿Qué es la escasez? 

“Una situación de escasez es aquella en la que los bienes son limitados en relación con los deseos. (...) Si se suman todos los deseos [se refieren a EE.UU.], se descubriría de manera rápida que sencillamente no existen bienes ni servicios para satisfacer incluso una pequeña fracción de los deseos de consumo de todos.” (p. 4) (B)

Entre (A) y (B) pasamos de lo social a lo individual (el deseo). Ahora bien, no se entiende de dónde salen estos deseos, desligados de las posibilidades sociales, y cómo puede ignorarse la cuestión de las diferencias de clase en lo relativo a los deseos. Parafraseando a Maquiavelo (1469-1527), no se desea del mismo modo en una choza que en un palacio.

La escasez está conectada íntimamente con la eficiencia, entendida esta última como: 

“Uso más eficaz de los recursos de una sociedad para satisfacer las necesidades y los deseos de las personas. (...) La eficiencia económica exige una economía que produzca la combinación más elevada de cantidad y calidad de productos y servicios dada su tecnología y sus escasos recursos. Una economía produce con eficiencia cuando no se puede mejorar el bienestar económico de una persona sin afectar negativamente el de otra.” (p. 4)

Escasez y eficiencia constituyen conceptos sociales, no técnicos - o, mejor dicho, no primordialmente técnicos -. Afirmar su carácter social implica postular que se determinan a partir de una determinada distribución del poder social, una determinada estructura de clases, surgida de los resultados - siempre provisionales - de la lucha de clases. Es la sociedad, entendida como totalidad desgarrada por contradicciones (lucha de clases), la que engendra los deseos de los individuos. Adoptar esta perspectiva implica desarmar el enfoque individualista, base de la ciencia económica académica, pero de ningún modo supone negar la existencia de determinaciones técnicas en la producción, intercambio y distribución, lo cual sería una insensatez; por el contrario, la superación del enfoque individualista requiere la  articulación de las determinaciones técnicas con las determinaciones sociales. 

La distinción entre macro y microeconomía (p. 5) merece un tratamiento especial. La escisión entre ambas responde a los fundamentos filosóficos de la ciencia económica (sobre todo, al individualismo metodológico); un abordaje científico exige restaurar la unidad, articulando lo individual con lo social.

Los autores afirman que la macroeconomía, concebida como el “análisis de la conducta de la economía como un todo respecto de la producción, ingresos, nivel de precios, comercio exterior, desempleo y otras variables económicas agregadas” (p. 692) [1] , fue creada en su “forma moderna” por el economista inglés John Maynard Keynes (1883-1946) (p. 5). Esta afirmación no resiste el análisis basado en la historia de la teoría económica. Por ejemplo, ¿qué es El capital (1867) de Karl Marx (1818-1883) sino un enfoque de la totalidad del proceso económico y social capitalista? [2]

La microeconomía, por su parte, es el “análisis de la conducta de los elementos individuales de la economía, como la determinación del precio de un solo producto o la conducta de un solo consumidor o empresa” (p. 693)

Los economistas desarrollaron una técnica especializada, la econometría, que es la “rama de la economía que utiliza métodos estadísticos para medir y estudiar las relaciones económicas cuantitativas” (p. 686). Los autores agregan que se trata de un instrumento útil para orientarse en la maraña de datos.

Samuelson y Nordhaus recomiendan prestar atención a la lógica económica. En este terreno, destacan la importancia de comprender la falacia de la composición. [3] Luego de presentar varios ejemplos, concluyen: 

“En estos ejemplos [pp. 5-6] no hay trucos ni magia. Más bien son el resultado de sistemas de individuos que interactúan unos con otros. A menudo, el comportamiento del agregado [el conjunto] resulta muy distinto al de los individuos.” (p. 6)


Los autores avanzan un poco y hacen la siguiente afirmación: 

Un mercado libre y eficiente no necesariamente produce una distribución del ingreso que sea socialmente aceptable.” (p. 7; el resaltado es mío -AM-)

Samuelson y Nordhaus explicitan su ideal de economía: 

“La sociedad debe encontrar un equilibrio adecuado entre la disciplina de mercado y la composición de los programas sociales de gobierno. Si las mentes permanecen frías para informar a los corazones ardientes, la ciencia económica puede hacer lo que le toca para hacer una sociedad próspera y justa.” (p. 7)

 En toda sociedad hay tres problemas económicos fundamentales: 

  • ¿Qué mercancías se producen o en qué cantidades?

  • ¿Cómo se producen las mercancías?

  • ¿Para qué se producen los bienes?

Los tres problemas económicos se resuelven mediante los sistemas económicos. El planteo es esquemático: de un lado se encuentra el Estado (el gobierno), que emite las órdenes que fluyen por una jerarquía desde arriba hacia abajo; del otro, los mercados (individuos y empresas), que funcionan mediante acuerdos voluntarios para intercambiar bienes y servicios.

Los autores distinguen dos grandes sistemas económicos: 

a) la economía de mercado: “aquella en la cual individuos y empresas privadas toman las decisiones más importantes acerca de la producción y el consumo.” (p. 8) En ella las preguntas referidas al qué, el cómo y el para quién se produce se resuelven por el sistema de precios, los mercados y las ganancias, que proporciona incentivos y recompensas. Ejemplo: EE. UU. [4] El sistema es descrito así: 

“Las empresas producen las mercancías que generan las máximas utilidades (el qué) con las técnicas de producción que resultan menos costosas (el cómo). El consumo está determinado por las decisiones de los individuos respecto a cómo gastar los salarios y los ingresos sobre la propiedad que generan su trabajo y sus propiedades (el para quién).” (p. 8)

Sin embargo, no todo es mercado. Los autores destacan que,

El gobierno desempeña un papel importante en la supervisión de su funcionamiento [el mercado], aprueba las leyes que regulan la vida económica, produce servicios educativos y políticas y controla la contaminación.” (p. 8; el resaltado es mío - AM-)

b) la economía autoritaria: = “el gobierno toma todas las decisiones importantes acerca de la producción y la distribución” (p. 8). El gobierno es propietario de todos (o casi todos) los recursos. Ejemplo: la difunta URSS.

Ninguna sociedad encaja exactamente en esos dos extremos. Cabe hablar, por tanto, de economía mixta, que incluye elementos de economía de mercado y economía autoritaria.

Dado el supuesto de escasez, toda sociedad “debe tomar decisiones respecto de los insumos y productos de la economía” (p. 9) A continuación, pasan a definir insumos y productos. 

Los insumos son las “mercancías o servicios utilizados por la empresa en sus procesos de producción” (p. 691). También se los denomina factores de producción.

Los productos son “los diversos bienes y servicios que se consumen o usan en producción posterior” (p. 696)

La tecnología existente [la propia de cada época histórica] se utiliza para combinar insumos y obtener productos. En este punto aparece la noción de los factores de producción: tierra, capital y mano de obra. 

La tierra (o los recursos naturales), es un “regalo de la naturaleza para los procesos productivos” (p. 9). Comprende la tierra para la agricultura, para sustentar viviendas, fábricas y carreteras; los recursos no energéticos y energéticos; los recursos ambientales.

El capital son los bienes durables que sirven para producir otros bienes. 

La mano de obra es el tiempo que los seres humanos dedican a la producción. Anteriormente se lo denominaba trabajo.

De la preeminencia de la noción de escasez se deriva el concepto de fronteras de posibilidades de producción (o FPP): “muestra las cantidades máximas de producción que puede obtener una economía, dados sus conocimientos tecnológicos y la cantidad de insumos disponibles” (p. 10). En otros términos, la FPP es el menú de bienes y servicios de que dispone una sociedad. 

Los autores plantean que uno de los conceptos “mas profundos” en economía es el de costo de oportunidad, que es definido como el costo de las alternativas a las que se renuncia. O, dicho de otro modo, el costo de oportunidad de una “decisión es el valor del bien o servicio al que se renuncia” (p. 13)

El capítulo incluye un apéndice, “Cómo leer gráficos” (pp. 18 y ss.), de gran utilidad para el estudiante que da los primeros pasos en el terreno de la economía.


Villa del Parque, jueves 25 de noviembre de 2021


NOTAS

[1] La definición de macroeconomía está tomada del glosario que se encuentra al final del libro (pp. 680-701).

[2] Mucho antes que Marx, el médico y economista francés François Quesnay (1694-1774) elaboró el Tableau Économique (1758), una descripción del funcionamiento de la economía francesa de su época que puede ser considerada como una obra precursora de los modernos estudios macroeconómicos.

[3] Samuelson y Nordhaus definen la falacia de composición en el glosario: “Falacia de suponer que lo que vale para los individuos vale también para el grupo o todo el sistema.” (p. 689)

[4] El caso extremo de economía de mercado es la economía de laissez-faire, donde el gobierno no interviene en las decisiones económicas.


martes, 26 de octubre de 2021

CLÁSICOS RIOPLATENSES: TORRE, J. C. INTERPRETANDO (UNA VEZ MÁS) LOS ORÍGENES DEL PERONISMO (1989)

 



"Como nuestro libre arbitrio no se ha extinguido,

creo que de la fortuna depende la mitad de

nuestras acciones, pero que nos deja a nosotros

dirigir la otra mitad, o casi.”

Maquiavelo, El príncipe


A modo de introducción

El sociólogo argentino Juan Carlos Torre (Bahía Blanca, 1940) es autor de varios trabajos sobre la historia del movimiento peronista; entre ellos destaca el libro La vieja guardia sindical y Perón: Sobre los orígenes del peronismo (Buenos Aires, Sudamericana, 1990), de lectura imprescindible para todos los interesados en conocer los orígenes del peronismo. 

Entre la vasta producción de Torre se encuentra el artículo “Interpretando (una vez más) los orígenes del peronismo” (Desarrollo Económico, 1989, vol. 28, núm. 112, pp. 525-548) [1], donde ofrece un panorama del estado de la cuestión que, a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación, continúa  siendo útil como introducción al estudio del comienzo del movimiento liderado por Juan Perón (1895-1974).

Ficha

La introducción del artículo (pp. 157-162) presenta las dos explicaciones alternativas acerca del problema en cuestión. En primer lugar, la tesis  del sociólogo Gino Germani (1911-1979), según la cual los nuevos trabajadores, recién llegados del interior a la ciudad de Buenos Aires y empleados en la industria, se identificaron “con un liderazgo externo al mundo de trabajo” (p. 159) [2] Este argumento, elaborado por un antiperonista, coincidía con la versión desarrollada por los propios peronistas, quienes afirmaban que los trabajadores venidos del interior “desempeñaron el papel de fuerza regeneradora”, correspondiéndole a Perón los roles de intérprete y líder. En segundo lugar, la explicación expuesta por los sociólogos Miguel Murmis (n. 1933) y Juan Carlos Portantiero (1934-2007) [3], quienes plantearon que la vieja guardia sindical (dirigentes y militantes de larga actuación en el movimiento obrero) desempeñó un rol clave en el ascenso de Perón. Según estos autores:

“la respuesta positiva de los antiguos militantes a la gestión de Perón no podría ser vista como tributaria de un fenómeno de anomia colectiva o de un síndrome clientelista; más bien (...) fue el resultado de una deliberación racional, que opuso las desventajas del orden social y política anterior a las oportunidades nuevas que un orden también nuevo ofrecía.” (p. 159)

Torre elogia el aporte de Murmis y Portantiero porque permitió dejar de lado la distinción entre vieja y nueva clase obrera. Pero indica que posee un defecto: pone el acento en la racionalidad de los trabajadores y deja de lado la dimensión de constitución de nuevas identidades colectivas populares

“En su esfuerzo [de Murmis y Portantiero] por exorcizar la hipótesis del irracionalismo obrero, desplazan el foco del análisis del campo de la política - donde se plantea la cuestión del tipo de vínculo entre las masas y Perón - y dirigen su mirada hacia el campo de la lucha social en el que se articula el interés de clase.” (p. 160)

El punto de partida de Torre es el reconocimiento de la existencia de una conciencia política heterónoma entre los trabajadores, expresada en la adhesión al general Perón. Por ello es preciso ampliar la noción de la racionalidad de la clase: ya no se trata de mera búsqueda de utilidades, sino de reforzamiento de la cohesión y solidaridad de las masas obreras. El marco para comprender cómo la referencia a Perón sirve para cohesionar a la clase está dado por el estado de marginalidad política de los trabajadores en la década de 1930 y la modalidad de su acceso a la ciudadanía en 1943-1946.

El golpe de 1930 produjo la restauración conservadora y modificó el funcionamiento del sistema político, que: 

“Cesa de ser el vehículo de la presión de los sectores medios y populares y es confinado a un papel crecientemente marginal, mientras que el estado deviene el canal directo de las influencias del bloque económico dominante.” (p. 163)

Entre 1930-1943 la gran burguesía agraria capitalista (reunión de la oligarquía tradicional y la clase de los empresarios modernos) desempeñó “el papel económico dirigente junto con una gestión política volcada a la reproducción de su predominio político y sus privilegios” (p. 163). Esta situación fue rota por el golpe de 1943 y las ambiciones políticas de Perón. La coyuntura 1943-1946 

“aparece como el marco de un proceso de cambio político que rompe las fronteras de ese orden excluyente, incorporando a las fuerzas populares consolidadas durante el impulso modernizador.” (p. 163)

La Argentina de la década de 1930 puede ser analizada por medio del esquema de la modernización: la creciente diversificación y complejidad de las actividades económicas requiere la reacomodación de las instituciones políticas y sociales. Esas transformaciones fortalecieron el mundo del trabajo, pero los trabajadores quedaron fuera de los frutos del crecimiento y sin un incremento de la influencia sindical. El hecho distintivo de la coyuntura 1943-1946 consiste en la quiebra de la deferencia tradicional de los trabajadores hacia la clase dominante y representó la ruptura de la marginalidad política de la clase obrera.

La otra dimensión para el análisis de los años ‘30 es la de los conflictos de clase

“A medida que la sustitución de importaciones desplaza el dinamismo del desarrollo hacia adentro, se va gestando el espacio para la confrontación entre trabajadores y empresarios en el terreno de la producción. Sin embargo, la persistencia de formas de organización y de autoridad tradicionales en las empresas, así como la falta de protección legal, obstaculizan las negociaciones y afirman el arbitrio patronal. La militancia obrera, que no puede imponer su reconocimiento en las empresas, se orienta fuera de ellas y toma la forma de huelgas dirigidas a atraer la atención de los funcionarios gubernamentales para su causa. Pero esa voluntad de insertarse en los mecanismos del patronazgo estatal raramente encuentra el eco esperado, y la desidia y la represión suelen ser las respuestas más frecuentes.” (p. 166)

Torre relaciona así las dos dimensiones de análisis: 

“Estamos en presencia de una sociedad que (...) cambia y se moderniza, pero que al mismo tiempo es una sociedad ya dominada por las realidades y los problemas de una economía industrial. Esto implica que, paralelamente a las demandas de participación que entraña la puesta en movimiento de los estratos populares, los conflictos de clase se desarrollan, aunque se manifiestan en forma indirecta. Para decirlo en términos de la acción social: estamos ante la formación de un movimiento social mixto, en el que coexisten tanto la dimensión de la modernización y la integración política, como la dimensión de las relaciones de clase y los conflictos en el campo del trabajo.” (p. 167)

El concepto de movimiento nacional-popular resulta inadecuado para comprender la confluencia de las dos dimensiones mencionadas. En las condiciones argentinas, el componente de clase se deriva del hecho de que el sujeto de las demandas de participación es el proletariado antiguo y nuevo. 

“Es, pues, la doble vertiente de la exclusión del orden político y de la inserción en el núcleo dinámico del desarrollo la que interviene para dar su complejidad y su fuerza al movimiento popular y obrero.” (p. 168)

Pero no se trata únicamente de la conformación de la clase trabajadora argentina. En la coyuntura de 1943-1946, los trabajadores se enfrentaron a un bloque en el poder en el que se complementaban el papel dirigente-empresario y el papel político y culturalmente conservador. 

La confluencia de las dimensiones se da en el nivel político. Por un lado se da la crisis de participación (la exclusión de los trabajadores del sistema político); por el otro, la limitada institucionalización de las relaciones del trabajo, a punto tal que puede decirse que a fines de los ‘30 el acceso de los sectores populares y obreros a la ciudadanía industrial ocupa un lugar importante en la agenda de la sociedad argentina. 

Torre dedica dos apartados a examinar los obstáculos a la emergencia de un nuevo movimiento social (pp. 168-174). La restauración conservadora bloqueó el acceso de los trabajadores y sectores populares al Estado y obturó el avance de la sindicalización. Además, la elite interna obrera tuvo dificultades para encauzar la afluencia de nuevos trabajadores a las ciudades. 

“Resumiendo los datos de la escena histórica tenemos, entonces, el germen de un nuevo movimiento social que no alcanza a constituirse, trabado por las restricciones de una dominación arcaizante y un sistema político cerrado. En una coyuntura en la que el espacio para la intervención de las fuerzas de base está casi congelado, el centro de gravedad se desplaza hacia arriba, hacia las elites dirigentes. Es allí, en el nivel del estado, donde se juega, sea el reforzamiento del orden excluyente, sea la reversión de las antiguas barreras y la extensión de la participación social y política. Arribamos así a las vísperas del golpe de 1943.” (p. 174)

Torre utiliza la conceptualización del sociólogo francés Alain Touraine (n. 1925) [4] para analizar la coyuntura abierta por el golpe de 1943. Argentina no era una sociedad reformista, donde la incorporación de nuevas fuerzas se daba a través de las instituciones políticas; por el contrario, era una sociedad en la que estaba clausurado el camino de las reformas por un aparato de dominación y control autoritario. En estas condiciones, 

es la intervención del estado, orientada por una elite de nuevo tipo, la que mediante el recurso a una acción de ruptura puede debilitar las interdicciones sociales y desbloquear el sistema político para, de un mismo golpe, abrir las puertas a la participación de los sectores populares. Aquí, la constitución del movimiento popular no preexiste sino que es posterior a la iniciativa transformadora del agente estatal; ello habrá de traducirse en la subordinación de ese movimiento, por falta de una expresión política propia, respecto de las orientaciones de la nueva elite dirigente en el poder.” (p. 175)

Esta última situación se configuró a partir de 1944, con el ascenso de la política de apertura social del núcleo militar que rodeaba a Perón. Esa política tenía dos vertientes: 1) la modernización de las relaciones laborales por decreto; 2) la liberación de las energías del mundo del trabajo, traducida en la expansión de los sindicatos.

La política de reforma social formaba parte de un proyecto más amplio, cuyo objetivo era resolver la crisis de participación y fortalecer al aparato estatal. En otras palabras: 

“Ampliación de las bases de la comunidad política, consolidación de la autonomía del estado: he aquí los contornos del proyecto que se propone levantar un verdadero estado nacional en el lugar ocupado por el estado parcial de la restauración conservadora.” (p. 176)

Pero el proyecto de Perón tropezó con serias dificultades. Ante todo, las clases dominantes no se sentían amenazadas por los trabajadores; por ello desoyeron los llamados del coronel. Los partidos políticos tradicionales se negaron a darle apoyo a la aventura política de Perón. Además, la política de apertura social generó la movilización de los trabajadores y el ascenso de las luchas reivindicativas. De este modo, Perón desató la lucha de clases que afirmaba venir a conjurar: 

“El proyecto del estado trasciende el terreno de la producción para acelerar la crisis de la deferencia que la vieja sociedad jerárquica acostumbraba a esperar de sus estratos más bajos. [En consecuencia, aceleró] la descomposición de un modelo hegemónico global y el desencadenamiento de un estado de movilización social generalizado.” (p. 177)

El bloque en el poder pasó a confrontar abiertamente con Perón en 1945; las clases medias acompañaron ese desafío, pues se sentían amenazadas por el ascenso de las masas. En síntesis, se conjugaron la oposición de clase y la resistencia cultural 

Torre adopta la definición de Touraine: a partir de 1943 se desarrolló un proceso de democratización por vía estatal. Pero la experiencia de la clase obrera argentina, muy anterior a 1943, afectó seriamente el proyecto de la elite militar dirigida por Perón. 

“La intervención disruptiva de la elite militar, al quebrar esas barreras, abrió el campo a una fuerza obrera previamente formada en el marco de la industrialización de la década del treinta. Esto nos coloca delante de una doble realidad: si las características de su incorporación política nos obligan a hablar de la heteronomía popular, no es menos cierto que, paralelamente a esa acción política subordinada a las orientaciones del estado, es también una acción de clase la que se organiza y pasa a animar los conflictos de la sociedad argentina.” (p. 181-182)

Lo anterior nos lleva al papel central de la coyuntura de 1945 en la conformación de las características del peronismo (y del movimiento obrero posterior a esa fecha). En el período 1943-1944 el proyecto de intervencionismo social liderado por Perón había conseguido hacer pie en el movimiento obrero; a pesar de que sus alcances reformistas eran inicialmente modestos y de la reticencia de la vieja guardia sindical, la movilización popular iba en aumento; sin embargo, el Estado mantenía el control. Pero las cosas cambiaron en 1945: Perón no logró el apoyo de los empresarios ni consiguió bases de sustentación entre los partidos tradicionales; por el contrario, se enfrentó a la cerrada oposición de la gran burguesía, las clases medias y los partidos. En ese marco, Perón sólo contaba con la clase obrera. Lo que siguió fue un proceso de radicalización, que culminó en la movilización del 17 de octubre de 1945. 

“El 17 de Octubre instala en el centro de la escena la presencia de esa nueva fuente de legitimidad conjurada desde las alturas del poder, la de la voluntad popular de las masas. (...) entre Perón y la vieja guardia sindical se entabla una competencia por ocupar esa posición simbólica, por hablar en su nombre y apropiarse de la representatividad que emana de ella.” (p. 184)

En la campaña electoral de 1946 se dieron dos confrontaciones: por un lado, la que enfrentó a Perón contra la Unión Democrática (la unión de todos los partidos tradicionales); por el otro, la que se dirimió entre Perón y el Partido Laborista. Este último, conformado por la vieja guardia sindical apoyaba la candidatura del líder, pero bregaba por la autonomía de la clase trabajadora. El triunfo electoral del peronismo en las elecciones de febrero de 1946 precipitó el desenlace: la vieja guardia fue desplazada por dirigentes adeptos a Perón y el Partido Laborista fue disuelto. Sin embargo, el lugar alcanzado por la clase obrera gracias a su intervención en la coyuntura de 1945 no pudo ser recortado por Perón. 

“El triunfo del liderazgo de Perón es, paradójicamente, la instancia en la que el estado queda expuesto a la acción de los trabajadores sindicalizados y se convierte en un instrumento más de su participación social y política. El conjunto de derechos y garantías al trabajo incorporados a las instituciones públicas, la penetración del sindicalismo en el aparato estatal, todo ello aleja a Perón de su proyecto inicial, además de introducir límites ciertos a sus políticas, particularmente en el terreno económico. La tentativa de constitución de un estado nacional termina dando lugar a un estado que es - como lo era el de la restauración conservadora, si bien con un signo algo diferente - también un estado representativo, la congruencia de sus políticas con las demandas de un universo definido de intereses sociales habrá de debilitar su legitimidad política.” (p. 188)

Esa presencia de la movilización obrera obligará a Perón a renegociar de modo constante su hegemonía sobre las masas obreras, “y esto lleva al régimen a recrear periódicamente sus condiciones de origen” (p. 188). 

En conclusión, 

Estado, movimiento e ideología estarán marcados, pues, por el sobredimensionamiento del lugar político de los trabajadores, resultante de la gestación y el desenlace de la coyuntura en la que el peronismo llega al poder.” (p. 188)


Comentarios

No cabe duda que el texto de Torre provee una serie de elementos imprescindibles para la comprensión del peronismo. Sin embargo, hay que puntualizar varios problemas e insuficiencias en la argumentación del autor.

En primer lugar, en la apreciación de la situación del movimiento obrero en 1943-1945 deja de lado el problema de la inexistencia de unidad entre las diferentes corrientes. Autores como Hiroshi Matsushita (n. 1941) describieron las profundas diferencias al interior de la vieja guardia sindical. [5] Desde el golpe de mano de diciembre de 1935, cuando socialistas y comunistas desplazaron de la dirección de la CGT a los sindicalistas, la división había sido constante. En vísperas del golpe militar de junio de 1943 el mapa de la fragmentación era el siguiente: CGT N° 1 (dirigida por Domenech, socialista); CGT N° 2 (encabezada por Pérez Leirós, que agrupaba a socialistas y comunistas); FORA (anarquistas); USA (sindicalistas). Por tanto, hablar de vieja guardia sindical se presta a confusión, pues da idea de una homogeneidad que no era tal.

En segundo lugar, la desunión en el terreno de las organizaciones iba de la mano con la ausencia de homogeneidad ideológica en las filas de la vieja guardia sindical. Matsushita describe las transformaciones en la ideología de los trabajadores en la década del ‘30, las que pueden resumirse en dos hechos: 1) nacionalismo; 2) abandono de la prescindencia política. En este sentido, la mención a la clase oscurece la cuestión de los cambios ideológicos, que conducen al abandono de una posición clasista (entendida como la defensa de la autonomía política de la clase trabajadora). Además, estos cambios no pueden ser atribuidos a la incorporación de nuevos trabajadores provenientes del interior del país. La evolución del viejo sindicalismo revolucionario demuestra que el abandono de las posiciones clasistas venía de muy antiguo.

En tercer lugar, hay que matizar las ideas de Torre sobre el Partido Laborista en base a lo expuesto en los dos puntos precedentes. En 1945-1946, el movimiento obrero no defendía posiciones clasistas en el sentido indicado más arriba. Luchaba por reivindicaciones económicas y por el reconocimiento pleno de los sindicatos como interlocutores de los empresarios y del Estado. El Partido Laborista expresa la voluntad de las direcciones sindicales de mantener su margen de maniobra en la mesa de negociaciones. No había margen para un partido autónomo de la clase obrera, siquiera con objetivos reformistas. Esto le facilitó las cosas a Perón.

En cuarto lugar, las menciones al proyecto reformista encarnado en una nueva elite estatal sobredimensionan la supuesta coherencia de ese proyecto. En los hechos, las constantes luchas por el poder en el seno del gobierno militar (especialmente agudas en 1943-1944) muestran la debilidad de esa coherencia.

En quinto lugar, la ambición de poder de Perón aparece oscurecida en un análisis demasiado racional. Si, como dice Torre, la coyuntura de 1945 [6] marcó el final (temporario) de la dirección estatal del proceso de reforma, la ambición de Perón pasó a ser un factor fundamental. Esa ambición facilitó el abandono de todo prejuicio ideológico. Sólo así pudo expresar Perón las aspiraciones (reivindicaciones económicas) de la clase obrera.



Villa del Parque, martes 26 de octubre de 2021


NOTAS

[1] Para la elaboración de este texto se utilizó la siguiente edición: Torre, J. C. (2012). Interpretando (una vez más) los orígenes del peronismo. En Ensayos sobre movimiento obrero y peronismo. (pp. 157-188). Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.

[2] Torre menciona el libro de Germani, G. (1962). Política y sociedad en una época de transición. Buenos Aires, Argentina: Paidós.

[3] Murmis, M. y Portantiero, J. C. (1971). Estudios sobre los orígenes del peronismo. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI. 

[4] Touraine, A. (1976). Las sociedades dependientes. México D. F.: Siglo XXI.

[5] Matsushita, H. [1° edición: 1983]. (2014). Movimiento obrero argentino 1930-1945: Sus proyecciones en los orígenes del peronismo. Buenos Aires, Argentina: RyR. (Biblioteca Militante. Colección Historia Argentina; 8).

[6] Para un análisis pormenorizado del período 1943-1946 consultar: Campo, H. del. [1° edición: 1983]. (2005). Sindicalismo y peronismo: Los comienzos de un vínculo perdurable. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI Editores Argentina. (Historia y cultura).