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jueves, 18 de mayo de 2023

DURKHEIM Y LA CRÍTICA DEL INDIVIDUALISMO




Ariel Mayo (UNSAM / ISP Dr. Joaquín V. González)


“El ser humano es por naturaleza un animal social.”

Aristóteles (384-322 a. C.)


“El ser humano es (...) un animal que sólo

puede individualizarse en sociedad.”

Karl Marx (1818-1883)

 

A modo de prefacio: las ciencias sociales contra la concepción individualista de la sociedad

En la actualidad las ciencias sociales (o la teoría de la sociedad, si se prefiere) están obligadas a enfrentar el ascenso de las corrientes individualistas, según las cuales la sociedad no es otra cosa que la suma agregada de individuos. Que estas corrientes ocupan un lugar cada vez más significativo en la actualidad es una afirmación que no merece mayor discusión. El individualismo y la glorificación del egoísmo están a la orden del día. El individualismo se encuentra en el centro de numerosos movimientos políticos que combaten a los restos del Estado de bienestar (sea lo que fuere que esa expresión signifique hoy en día), al socialismo (al que se identifica, en parte capciosamente, en parte con mucho de razón, como estatista) y a cualquier vestigio de derechos de los trabajadores. El individualismo, en suma, es una de las piezas fundamentales en torno a los que se estructuran los movimientos y partidos que se conocen como liberales (o “libertarios”, como es el caso de Javier Miley en Argentina).

¿Por qué las ciencias sociales están obligadas a combatir el ascenso del individualismo?

La razón es sencilla: el individualismo, al escindir al individuo de la sociedad y al enfrentarlo a ella, no hace otra cosa que demoler los fundamentos sobre los que se construyó, trabajosamente, la ciencia de la sociedad. Esa ciencia (no importa aquí si se trata de la sociología o del marxismo) vio la luz planteando que la sociedad es una entidad diferente a los individuos que la componían, que la sociedad produce ideas y representaciones que no existen naturalmente en los individuos, y que la vida en sociedad moldea a las personas y permite el desarrollo de la individualidad. Por ende, postular que los individuos son previos a la sociedad y que crean a ésta a su imagen y semejanza, implica echar por tierra los fundamentos mencionados. En criollo, significa mandar al carajo todo lo hecho en el terreno de las ciencias sociales en los últimos 250 años.

Para las ciencias sociales, luchar contra el individualismo es luchar por su supervivencia como ciencias.

En este texto no podemos desarrollar en toda su extensión la crítica del individualismo, entendido como concepción filosófico y sociológica. Al fin y al cabo, este texto no es nada más ni nada menos que una ficha de trabajo; no obstante ello, la relectura de los clásicos resulta un punto de partida necesario para emprender la tarea de discutir las bases filosóficas que nutren al liberalismo conservador de la actualidad.

En sociología, al mencionar a los clásicos es imposible no tener en cuenta a Émile Durkheim (1858-1917). El sociólogo francés sentó las de una sociología científica; al hacerlo, confrontó inevitablemente con el individualismo. Para muestra de ello basta con ir a su obra La educación moral.  Pero antes de hacerlo corresponde decir algo sobre dicha obra en sí.

En el año lectivo 1902-1903, Durkheim dictó en la Sorbona (la Universidad de París) el primer curso sobre Ciencia de la Educación (hoy diríamos Sociología de la Educación). El sociólogo francés redactaba in extenso las lecciones de sus clases; gracias a ello poseemos el manuscrito de este curso, cuyo título es L’Éducation morale [La educación moral]. [1] Las lecciones cuarta, quinta y sexta están dedicadas al tratamiento de los grupos sociales. [2] Se trata de un material ineludible al momento de conocer las opiniones durkheimianas sobre el individualismo.

Información para bibliófilos:

Para la redacción del presente texto se utilizó: Durkheim, E. (1997). La educación moral. Buenos Aires, Argentina: Losada. 318 p. (Biblioteca Pedagógica). Todas las citas corresponden a esta edición, salvo indicación en contrario.


El todo es superior a las partes, o hablemos de los fundamentos de la crítica de la concepción individualista de la sociedad

Para poner en contexto el argumento desarrollado en La educación moral, hay que comenzar diciendo que la sociología construyó su espacio propio en el terreno de la teoría social por medio de la crítica del individualismo. Esto es particularmente notorio en Las reglas del método sociológico (1895). Allí Durkheim se esforzó por mostrar que la sociedad constituía un sustrato diferente a los individuos y que ella producía normas y representaciones que se imponían a las personas. [3]

En La educación moral, Durkheim vuelve a insistir en esta cuestión:

“porque los hombres viven juntos en vez de vivir separados, las conciencias individuales actúan unas sobre las otras y, a consecuencia de las relaciones que se establecen de este modo, aparecen ideas y sentimientos que jamás se hubieran producido en las conciencias aisladas.” (p. 76)

El comportamiento de las multitudes sirve de prueba positiva para la afirmación anterior:

“Los grupos humanos tienen una manera de pensar, sentir y vivir diferente de la que es propia de sus mismos miembros, cuando éstos piensan, sienten y viven aisladamente. Ahora bien, todo lo que decimos de las multitudes, se aplica, a posteriori, a las sociedades que no son otra cosa que multitudes permanentes y organizadas.” (p. 77)

Durkheim sostiene que lo anterior se deriva del hecho de que el todo es más que las partes que lo componen. O, dicho de otro modo, el todo posee propiedades diferentes a cada una de las partes que lo integran.

“Es pues un hecho constante que un todo puede ser diferente a la suma de sus partes. Nada hay en ello de sorprendente por esta razón, a saber: que los elementos, en vez de permanecer aislados, se asocian y se relacionan, actúan y reaccionan los unos sobre los otros, por lo cual, es natural que de estas acciones y de estas reacciones, que son producto directo de la asociación, que no habían tenido lugar antes de que ésta se hubiera realizado, surjan fenómenos enteramente nuevos, que no existían antes de verificarse aquélla.” (p. 76).

La tesis de que el todo es diferente a las partes que lo integran es la base de la crítica al individualismo y, a la vez, la justificación de la sociología como ciencia. De esa tesis se deriva que el objeto de estudio de la sociología son los hechos sociales [4] y no las conductas individuales. Más aun, las conductas individuales no son (salvo que se trate de una actitud patológica) otra cosa que los hechos sociales pasados por el tamiz de la experiencia individual.


La moral es lo que es y no lo que debe ser, o de cómo la sociedad produce sus propias normas

Enunciar las bases filosóficas de la crítica del individualismo y de la necesidad de la sociología es apenas el comienzo del trabajo. La tarea queda trunca si no se pasa a analizar las normas, costumbres y representaciones de una sociedad dada en un momento histórico determinado. Pero La Educación moral no emprende esa labor, sino que se concentra en el examen de un tipo específico de normas: la moral.

Durkheim deja de lado las concepciones que ponen el acento en la moral tal como debe ser; por el contrario, se dedica a examinar la moral tal cual es. [5] Esto supone concebir a ésta como “una infinidad de reglas especiales, precisas y definidas, que fijan la conducta de los hombres para las diferentes situaciones que se presentan con más frecuencia” (p. 35). En este sentido, el análisis de la moral se enlaza con la crítica del individualismo.

Repasemos lo visto hasta ahora. El núcleo de la crítica consiste en la afirmación de que la sociedad es una entidad diferente de los individuos que la componen. Esta tesis supone el rechazo de su contraria: la sociedad es una creación de los individuos. Si los individualistas tienen razón, la fuente de origen de la moral es cada uno de los individuos que viven en una sociedad dada. Ellos crean la moral. Pero en este punto Durkheim afila el cuchillo y pasa a demostrar que una moral nacida de los individuos sería amoral, es decir, una contradicción en sí misma. Su argumento es el siguiente.

La moral no consiste en la búsqueda de los fines personales de cada individuo. Durkheim rechaza esta concepción afirmando que ningún pueblo entiende a la moral de este modo, y que “lo que queremos conocer es esa moral tal como la entienden y aplican todos los pueblos civilizados” (p. 72). O sea, en base al principio metodológico que indica que tenemos que estudiar lo que existe antes de plantear lo que debe ser, el sociólogo está obligado a indagar cuál es la concepción de la moral que es aceptada por los distintos pueblos civilizados (nótese al pasar el tufillo a colonialismo que se desprende de algunos adjetivos empleados por Durkheim). Y esta concepción puede sintetizarse en la frase: “los actos prescritos por las leyes morales presentan todos el carácter común de perseguir fines impersonales” (p. 72)

Prosigamos. Si los actos del individuo guiados por sus fines personales no son morales, podemos calificarlos de amorales (en el sentido de que no pertenecen a las reglas incluidas en la moral de una sociedad determinada). La moral persigue fines impersonales. Pero fuera de los individuos no hay más que los grupos formados por la reunión de los individuos. El más extenso de esos grupos es precisamente la sociedad. [6] En otras palabras, la moral consiste en los actos impersonales dirigidos hacia la sociedad. Mejor dicho, “los fines morales son aquellos que tienen por objeto una sociedad. Obras moralmente es obrar en vista de un interés colectivo.” (p. 74)

La noción misma de interés colectivo resulta imposible de concebir si no se contempla la existencia de una entidad superior a los individuos (la sociedad). [7] La sociedad, esa totalidad de relaciones, acciones y representaciones, desarrolla intereses que no surgen naturalmente en las personas que la integran. Y esos intereses se expresan, entre otras cosas, en las normas morales.


¡Yo soy Espartaco!, o el individuo como ser social:

La crítica del individualismo va más allá del debate respecto a qué es la sociedad. La crítica apunta a la noción misma de individuo. El punto de partida de Durkheim es que el ser humano es un ser social:

“El ser humano se atiene tanto menos a sí mismo cuanto no se atiene más que a sí. ¿De dónde le viene esto? Es porque el ser humano constituye, en su mayor parte, un producto social. De la sociedad nos viene todo lo mejor de nosotros mismos, todas las formas superiores de nuestra actividad. El lenguaje es cosa social, y ocupa el primer lugar; la sociedad es la que lo ha elaborado y por la sociedad se transmite de generación en generación.” (p. 84)

Si esto es así, el ser humano sólo puede individualizarse en el marco de la sociedad. Los individuos aislados, si fuera posible que vivieran fuera de la sociedad, quedarían reducidos a las funciones orgánicas, encadenados a la satisfacción incesante de las necesidades más elementales. [8] En una sociedad moderna, donde la división del trabajo se ha extendido a niveles inimaginables en siglos anteriores, cada persona depende de las demás para satisfacer sus necesidades. Es precisamente esa extensión de la división del trabajo, de la interdependencia entre los individuos, la que genera la realidad y la ilusión de la autonomía del individuo. Realidad porque una división del trabajo extendida libera a las personas de pasar todo el tiempo trabajando para proveerse lo necesario para subsistir y abre un mundo de posibilidades para su desarrollo material y espiritual. Ilusión porque la economía mercantil hace que las personas se relacionen por medio del dinero y, por tanto, oscurece la percepción de la interdependencia entre los individuos. Quien posee dinero piensa que no necesita de los demás. La consecuencia de esta ilusión es el individualismo exacerbado.

Si se acepta que los seres humanos somos seres sociales, pierde consistencia el planteo que postula la existencia del antagonismo individuo-sociedad. Este planteo “está reforzado por viejos hábitos del espíritu que oponen la sociedad al individuo como dos términos contrarios y antagónicos, que no pueden desarrollarse el uno más que en detrimento del otro.” (p. 82). La antinomia individuo-sociedad se apoya, pues, en una concepción distorsionada de la relación social, que pone el acento en los extremos (el individuo por un lado, la sociedad por el otro), a punto tal que sostiene que son los extremos los que dan vida a la relación. Si se concibe de este modo a la relación, tiene sentido plantear la existencia de antagonismos irreductibles entre los extremos, sean cuales fueren estos (individuo-sociedad, individuo-Estado, patriotismo-cosmopolitismo, etc., etc.). Sin embargo, los antagonismos derivados de esa forma de pensar la relación no son otra cosa que abstracciones que oscurecen la comprensión de la relación real.

Durkheim propone un camino diferente. Individuo y sociedad constituyen una totalidad orgánica, en la que lo importante es la relación (en rigor, el conjunto de relaciones). El siguiente pasaje muestra con claridad la posición durkheimiana:

“Sin duda, lejos de existir entre ellos un antagonismo, lejos de que el individuo pueda adherirse a la sociedad sin abdicar total o parcialmente de su propia naturaleza, sólo a condición de adherir a ella es como el individuo realiza plenamente su naturaleza, es como llega a ser realmente él mismo.” (pp. 82-83).

La disolución del antagonismo individuo-sociedad disuelve las bases filosóficas del individualismo, pues el individuo no puede ser pensado por fuera de la sociedad o desarrollándose a espaldas de ésta. Para bien o para mal, el individuo está unido indisolublemente a la sociedad.

Un corolario de la argumentación anterior es la manera de concebir el conflicto. Para Durkheim se trata de conflicto social, no del choque entre el individuo y la sociedad. Un ejemplo de ello es el siguiente pasaje, que no tiene desperdicio:

“El individuo en sí mismo reducido a sus solas fuerzas es incapaz de modificar el estado social. No se puede actuar eficazmente sobre la sociedad más que agrupando las fuerzas individuales de manera que se opongan fuerzas colectivas contra fuerzas colectivas. Pero los males que procura curar o atenuar la caridad privada provienen generalmente de causas sociales. Abstracción hecha de casos particulares excepcionales, la naturaleza de la miseria, dentro de una sociedad determinada, proviene del estado de la vida económica y de las condiciones dentro de las cuales funciona, es decir, de su organización misma. Si existen hoy muchos vagabundos sociales, gentes fuera de toda vida social regular, es que hay dentro de nuestras sociedades europeas alguna cosa que impele a la vagancia. (...) Males tan manifiestamente sociales exigen que se les trate socialmente. Contra ellos nada puede el individuo aislado.” (pp. 98-99)

La argumentación de Durkheim refuta la idea, tan de moda en nuestros días, de que la posición de cada persona en la sociedad es el resultado de sus esfuerzos y sus méritos. Para que esos esfuerzos y esos méritos den resultados es necesario que existan determinadas condiciones materiales, sin las cuales el esfuerzo y el mérito giran en el vacío. Más todavía, cada sociedad forma en los individuos cierta idea del mérito y del esfuerzo. En definitiva, Durkheim aporta una visión realista, no utópica, de la relación individuo-sociedad.

El individualismo actual es cosa vieja. Sus fundamentos y su concepción de la sociedad fueron discutidos y refutados por las ciencias sociales hace ya mucho tiempo. Las razones de su elevación a verdadera moda también fueron analizadas hace más de un siglo. Nada hay de novedoso en él. Sin embargo, refutar teóricamente un argumento no implica refutarlo en la práctica. Con toda la importancia que tiene la discusión científica de los argumentos (viejos) del individualismo, no avanzamos un paso en su erradicación si la concepción correcta de la relación individuo-sociedad no se plasma en el sentido común de la sociedad. Parafraseando al viejo Marx, no alcanzan las armas de la crítica: hace falta la crítica de las armas. Pues en la medida en que la refutación del individualismo no se haga carne en lo cotidiano, se dará la paradoja de que lo viejo (el individualismo) se presente como lo nuevo.

 

Villa del Parque, jueves 18 de mayo de 2023


NOTAS:

[1] La obra fue publicada por primera vez en 1925. La edición estuvo a cargo del sociólogo francés Paul Fauconnet (1874-1938).

[2] Estas lecciones abarcan las pp. 61-110 de La educación moral.

[3] En el prólogo a la 2° edición de la obra se encuentra este pasaje: “Sí (...) esta síntesis sui generis que constituye toda sociedad da lugar a fenómenos nuevos, diferentes de aquellos que tienen lugar en las conciencias aisladas, no se puede por menos de reconocer que esos hechos específicos residen en la propia sociedad que los produce y no en sus partes, es decir, en sus miembros. Así pues, en ese sentido son exteriores a las conciencias individuales” (Durkheim, É., Las reglas del método sociológico, Barcelona, Altaya, 1998, p. 42).

[4] La noción de hecho social fue desarrollada por Durkheim en el capítulo 1 de Las reglas del método sociológico: “un orden de hechos que presentan caracteres muy particulares: consiste en modos de actuar, de pensar y de sentir, exteriores al individuo, y que están dotados de un poder de coerción en virtud del cual se imponen a él. Por consiguiente, no podrían confundirse con los fenómenos orgánicos, que consisten en representaciones y en acciones, ni tampoco con los fenómenos psíquicos, que no tienen existencia más que en la conciencia individual y por ella. Por consiguiente, constituyen una nueva clase y es a ellos, y sólo a ellos, a los que se debe dar el calificativo de sociales; éste es el calificativo adecuado, pues resulta claro que al no tener por substrato al individuo, no pueden tener otro que la sociedad, sea la sociedad política en su totalidad, sea alguno de los grupos parciales que encierra: confesiones religiosas, escuelas políticas y literarias, corporaciones profesionales, etc.” (Durkheim, É., Las reglas del método sociológico, Barcelona, Altaya, 1998, pp. 58-59)

[5] Durkheim sigue aquí la indicación metodológica propuesta por Maquiavelo en El Príncipe. Los fenómenos sociales, cualesquiera que sean, no pueden ser abordados desde el deber ser (nuestros deseos, nuestros ideales), sino que debemos estudiarlos tal como se presentan en la realidad. Maquiavelo lo expresa así: “mi intento es escribir cosas útiles a quienes las lean, y juzgo más conveniente irme derecho a la verdad efectiva de las cosas, que a cómo se las imagina; porque muchos han visto en su imaginación repúblicas y principados que jamás existieron en la realidad. Tanta es la distancia entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que quien prefiere a lo que se hace lo que debería hacerse, más camina a su ruina que a su preservación” (Maquiavelo, El príncipe, Madrid, Universidad de Puerto Rico y Revista de Occidente, 1955, p. 342).

[6] “Las relaciones morales son relaciones entre conciencias. Pero por fuera y por encima del ser consciente que soy y por fuera y por encima de los seres conscientes que son los otros individuos humanos, no hay otra cosa que el ser consciente que es la sociedad. Y yo entiendo por esto todo lo que es el grupo humano, tanto la familia como la patria o como la humanidad en la medida, al menos, como se realiza. (...) me limito a plantear este principio, a saber, que el dominio de la moral comienza allí donde comienza el dominio social.” (p. 74)

[7] Adam Smith (1723-1790) era consciente de esta dificultad y desarrolló la idea de “la mano invisible” del mercado para solucionarla. Pero la solución smithiana consiste en un reconocimiento tácito de la existencia de fuerzas sociales que se encuentran por encima del individuo y que se realizan a través de las acciones individuales, independientemente de los fines perseguidos por los individuos al realizarlas.

[8] Thomas Hobbes (1588-1679), el primero de los autores contractualistas (quienes pensaban que existía un estado de naturaleza, previo a la vida en sociedad), describió en estos términos como sería la situación de las personas fuera de la sociedad: “todo aquello que es consustancial a un tiempo de guerra, durante el cual el hombre es enemigo de los demás, es natural también en el tiempo en que los hombres viven sin otra seguridad que la que la propia fuerza y su propia invención pueden proporcionarles. En una situación semejante no existe oportunidad para la industria, ya que su fruto es incierto; por consiguiente no hay cultivo de la tierra, ni navegación, ni uso de los artículos que pueden ser importados por mar, ni construcciones confortables, ni instrumentos para mover y remover las cosas que requieren mucha fuerza, ni conocimiento de la faz de la tierra, ni cómputo del tiempo, ni artes, ni letra, ni sociedad; y lo que es peor de todo, existe continuo temor y peligro de muerte violenta, y la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve.” (Hobbes, Thomas, Leviatán, México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 103).