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jueves, 12 de agosto de 2021

COMENTARIO A "LA ROSA ROJA DE NISSAN", DE JOHN HOLLOWAY



John Holloway (Dublín, 1947) es un autor marxista irlandés, uno de los principales representantes del autonomismo y simpatizante del movimiento zapatista. Su obra más conocida (aunque no la más importante desde el punto de vista teórico) es Cambiar el mundo sin tomar el poder (2002).

En 1987 publicó el artículo "La Rosa Roja de Nissan", en el que describió el proceso de crisis del modelo fordista de producción en Gran Bretaña, en el período comprendido entre 1970 y 1986. Para analizar la crisis del fordismo, Holloway concentró su atención en el caso específico de la empresa de la rama automotriz British Leyland. A su vez, y con el objetivo de mostrar las tendencias de la producción posfordista, examinó los rasgos principales de la radicación de la empresa japonesa Nissan, instalada en Gran Bretaña en 1986. Además de analizar el caso de la industria automotriz, el autor abordó las cuestiones más generales de las transformaciones del Estado inglés durante el período, así como también la nueva posición asumida por el partido Laborista y por una parte de los intelectuales.

En el citado artículo, Holloway presentó el proceso de derrotas obreras que permitió el triunfo del neoliberalismo . En lo que constituye una de las mejores partes del texto, conecta el proceso de derrota de los sindicatos con el surgimiento de la propuesta política encarnada por Margaret Thatcher (Grantham, 1925). A diferencia de muchos científicos sociales que sostienen que el neoliberalismo fue el resultado de la imposición de ciertas ideas de política económica que se oponían al "estatismo" vigente desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial (1945), Holloway afirma que el neoliberalismo expresó el triunfo obtenido por la burguesía entre fines de los ´70 y comienzos de los '80. En este sentido, Holloway escribió "la recuperación de la crisis [se refiere a la crisis del modelo fordista] significa para el capital, sobre todo, la reafirmación de su autoridad, su derecho a administrar y a mandar. Es dentro de este contexto - en el contexto de la crisis y no debido a elecciones o a alguna batalla de ideas autónoma - que hay un viraje de la estrategia capitalista hacia ideas más autoritarias, hacia una dirección empresarial más autoritaria. El creciente autoritarismo no resulta de los éxitos de la Nueva Derecha: al contrario, su éxito es el resultado de las presiones hacia un mayor autoritarismo. Para el capital, la reafirmación de la autoridad es la precondición de todo lo demás." (p. 52).

En un marco en el que el mundo académico evita toda mención a la lucha de clases, como si se tratara de la peste, el análisis que efectúa Holloway del triunfo del neoliberalismo en Gran Bretaña cobra enorme actualidad. Luego de casi tres décadas de predominio del pensamiento neoliberal en las ciencias sociales, resulta imperioso retomar el análisis social centrado en el carácter capitalista del proceso de producción y en la política concebida como lucha de clases.

El artículo de Holloway tiene otro mérito importante. En el capitalismo, la economía y la política aparece como espacios separados (1). Así, cuando se habla de política, se hace alusión a las elecciones, a la actuación de los dirigentes políticos y de los partidos, etc. En cambio, cuando se habla de economía se hace referencia a un espacio regido por la lógica del interés individual y la racionalidad medios-fines, en el que nada tienen que hacer los motivos políticos. De esta manera, el sentido común capitalista concibe a la política como el terreno propio de la ideología, en tanto que en la economía reina la racionalidad y la técnica. Por supuesto, y dado que la técnica es "neutral" en términos ideológicos, para este sentido común la economía es superior a la política, y está más autorizada, por su misma imparcialidad, para opinar sobre la sociedad.

Holloway deja de lado esta separación entre economía y política. En el texto demuestra que la lucha entre empresarios y trabajadores en British Leyland era un conficto político, en el que se dirimía la "cuestión" de quién tendría el mando en la empresa. Holloway cita a Michael Edwardes, ejecutivo jefe de la British Leyland a partir de 1977: "Para Edwardes, la clave del éxito estaba en la reafirmación del control del capital sobre el trabajo: «el sine qua non de la supervivencia era establecer el derecho a dirigir» (Edwardes, 1984, 54) y esto significaría «contrarrestar el poder de los delegados obreros» (Edwardes, 1984, 79)." (p. 28) (2). En otras palabras, en la fábrica no se estaba planteando una discusión técnica o una mera diferencia entre intereses corporativos, sino una cuestión abiertamente política que puede resumirse en la siguiente pregunta: ¿Quién tiene el poder de mando?

Si aceptamos el análisis de Holloway, la separación entre economía y política es insostenible. La fábrica y la oficina son lugares eminentemente políticos, y sólo pueden funcionar en un sentido capitalista a partir de una estructura de poder dictatorial, que nada tiene que ver con la democracia (3).

La sucesión de derrotas obreras que culminó en el neoliberalismo de Thatcher tuvo su necesario correlato en el campo de la teoría social. Como siempre sucede, las transformaciones en las relaciones de poder entre las clases sociales se reflejan, aunque de modo distorsionado, en el campo de la teoría social académica. Holloway resume así la posición de muchos intelectuales frente al triunfo del capital encarnado en el neoliberalismo: "En apariencia, la nueva realidad no consiste en el conflicto permanente entre capital y trabajo. Es una realidad que emerge y no confronta clases, sino «gente». Las clases no tienen lugar en este mundo: el cambio no se produce a través de la incesante lucha de clases sino a través de la democracia y ganando el apoyo de la opinión pública. (...) La gente de esta nueva realidad es toda gente razonable y gentil." (p. 50).

La teoría social que surge con el neoliberalismo es una teoría que ha perdido la cabeza, pues al abandonar la teorización sobre las clases sociales ha vaciado el contenido del concepto mismo de capitalismo. Al aceptar que sea el sentido común de la gente razonable, honorable y propietaria quien impone la temática de las ciencias sociales, la teoría social se ha transformado en una especie de cadete de los empresarios y de los organismos gubernamentales.

A modo de conclusión. El artículo de Holloway constituye una lúcida aproximación al estudio de las condiciones políticas que parieron al neoliberalismo. En este sentido, el énfasis en la lucha política al interior de la fábrica es su aporte fundamental al conocimiento de este proceso.


Buenos Aires, martes 5 de octubre de 2010


NOTAS:

En esta nota se ha utilizado la versión del artículo incluida en la compilación Holloway, John. (2003). Keynesianismo, una peligrosa ilusión: Un aporte al debate de la teoría del cambio social. Buenos Aires: Ediciones Herramienta. (pp. 17-55).
El texto se publicó originalmente en idioma inglés bajo el título "The Red Rose of Nissan" en la revista CAPITAL & CLASS, 1987, nº 167, pp. 142-164. Se encuentra disponible en: http://www.cseweb.org.uk/pdfs/032/032_142.pdf
(1) El filósofo alemán G. W. F. Hegel (1770-1831) pensó está distinción por medio de los conceptos de sociedad civil (el ámbito de las relaciones económicas) y de Estado (el ámbito del interés general).
(2) Holloway cita aquí la obra de Edwardes, Michael. (1984). Back from the Brink. Londres: Pan Book.
(3) Karl Marx (1818-1883) describió de un modo clásico la escisión entre política y economía, a través de la distinción entre mercado y proceso de producción, en el final del capítulo 4 del Libro Primero de El capital: "La esfera de la circulación o del intercambio de mercancías, dentro de cuyos límites se efectúa la compra y la venta de la fuerza de trabajo, era, en realidad, un verdadero Edén de los derechos humanos innatos. Lo que allí imperaba era la libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham. ¡Libertad!, porque el comprador y el vendedor de una mercancía, por ejemplo de la fuerza de trabajo, sólo están determinados por su libre voluntad. Celebran su contrato como personas libres, jurídicamente iguales. El contrato es el resultado final en el que sus voluntades confluyen en una expresión jurídica común. ¡Igualdad!, porque sólo se relacionan entre sí en cuanto poseedores de mercancías, e intercambian equivalente por equivalente. ¡Propiedad!, porque cada uno dispone sólo de lo suyo. ¡Bentham!, porque cada uno de los dos se ocupa sólo de sí mismo. El único poder que los reúne y los pone en relación es el de su egoísmo, el de su ventaja personal, el de sus intereses privados. Y precisamente porque cada uno sólo se preocupa de sí mismo y ninguno por el otro, ejecutan todos, en virtud de una armonía preestablecida de las cosas o bajo los auspicios de una providencia omniastuta, solamente la obra de su provecho recíproco, de su altruismo, de su interés colectivo.
Al dejar atrás esa esfera de la circulación simple o del intercambio de mercancías, en la cual el librecambista vulgaris abreva las ideas, los conceptos y la medida con que juzga la sociedad del capital y del trabajo asalariado, se transforma en cierta medida, según parece, la fisonomía de nuestras dramatis personae [personajes]. El otrora poseedor de dinero abre la marcha como capitalista; el poseedor de fuerza de trabajo lo sigue como su obrero; el uno, significativamente, sonríe con ínfulas y avanza impetuoso; el otro lo hace con recelo, reluctante, como el que ha llevado al mercado su propio pellejo y no puede esperar sino una cosa: que se lo curtan." Esta cita está tomada de Marx, Karl. (1996). El capital. México: D.F. (Tomo I, vol. I: 214).

lunes, 9 de marzo de 2015

NEOLIBERALISMO Y PROGRESISMO: UNA CRÍTICA A SADER

La reestructuración de los capitalismos latinoamericanos, acaecida en los últimos quince años, puso en el centro del debate ideológico la cuestión del neoliberalismo. Las políticas de libre mercado, de privatizaciones de empresas estatales y de flexibilización de la legislación laboral, se tradujeron en un aumento de la desigualdad social y en crisis políticas, cuyos exponentes más extremos fueron el Caracazo (1989) y los sucesos de diciembre de 2001 en Argentina. Entre finales de la década del ’90 y los primeros años del siglo XXI, se hizo evidente que el modelo de acumulación imperante se hallaba agotado. Con diferencias según cada país, comenzó un proceso de reestructuración que fue calificado de “izquierdista” o “populista” por numerosos intelectuales, quienes contribuyeron en no poca medida a legitimar dicho proceso. Emir Sader es un ejemplo de esta tendencia.

Sader es autor de un artículo, “La batalla de las ideas”, publicado en la edición del sábado 7 de marzo del periódico argentino PÁGINA/12. En él presenta de modo conciso varias ideas características de la corriente intelectual que apoya, desde el progresismo, la reestructuración capitalista. Si bien ninguna de ellas es original, corresponde someterlas a crítica dada la influencia que alcanzaron.

En primer término, conviene hacer un par de aclaraciones. Sader tiene por objetivo hacer pasar un proceso que fortalece el dominio del capital sobre la sociedad como si se tratara de una revolución sui generis, dirigida a repartir la riqueza de modo más igualitario. Para ello tiene que construir un enemigo que sirva de justificación a las tareas emprendidas por los gobiernos latinoamericanos: el neoliberalismo. Ahora bien, y puesto que el proceso latinoamericano está dirigido a satisfacer las necesidades del capital, Sader se encuentra obligado a romper toda conexión entre el neoliberalismo y la lucha de clases entre capital y trabajo. Sólo así es posible afirmar que se encuentra en marcha “la liberación latinoamericana de los poderes centrales”, “la construcción de la Patria Grande” y otros lemas grandilocuentes proclamados en la última década. Como el proceso latinoamericano fue dirigido desde arriba, Sader también está obligado a ignorar el carácter de clase del Estado, en tanto garante del orden social capitalista. Ambas tareas son realizadas en su noción de neoliberalismo, que transcribo a continuación:

“El neoliberalismo buscaba destruir la imagen del Estado –especialmente en sus aspectos reguladores de la actividad económica, de propietario de empresas, de garante de derechos sociales, entre otros—, para reducirlo a un mínimo, colocando en su lugar la centralidad del mercado. Fue la nueva versión de la concepción liberal, de polarización entre la sociedad civil –compuesta por individuos– y el Estado.”

El artículo de Sader es importante por lo que omite antes que por lo que afirma. En dichas omisiones se encuentra el núcleo de la concepción progresista de la sociedad, que poco o nada tiene que ver con el intento de transformarla a favor de los trabajadores. Sader nos quiere hacer creer que el neoliberalismo es una alternativa dentro del capitalismo (podríamos llamarla “el mal capitalismo”), dirigida a destruir la capacidad regulatoria del Estado, en perjuicio de los trabajadores y demás sectores populares. O sea, el Estado es el bien a preservar en contra del embate neoliberal.

“Construir alternativa al modelo neoliberal supone la reconstrucción del Estado alrededor de su esfera pública, rescatando los derechos sociales, el rol de inducción del crecimiento económico, la función de los bancos públicos. Haciendo del Estado un instrumento de universalización de los derechos, de construcción de ciudadanía, de hegemonía de los intereses públicos sobre los mercantiles.”

El Estado deja de ser un órgano de opresión de clase. La sociedad deja de estar dividida en clases enfrentadas entre sí. Por obra de la palabra de Sader, el Estado pasa a ser un instrumento en disputa que puede ser usado para cualquier cosa, inclusive para favorecer a los oprimidos y demases. Sólo así puede entenderse esta perorata que combina derechos sociales, crecimiento económico y bancos públicos. Pero la realidad manda. Desde que el capitalismo es capitalismo (y, a pesar de sus omisiones, no dudo que Sader esté de acuerdo con que vivimos en una sociedad capitalista), el aumento de las ganancias del capital requiere de un incremento de la explotación de los trabajadores. Dicha explotación es sostenida de múltiples maneras por el Estado, el cual se encuentra conectado por innumerables vínculos con el capital (que van, desde el financiamiento mismo del Estado hasta la forma en que éste gestiona los conflictos sociales).

Afirmar que el enemigo es el neoliberalismo y no el capital implica tomar partido por el capitalismo. Sostener que el Estado (capitalista) puede ser instrumento de liberación supone aceptar las reglas de juego del Estado, que son, precisamente, las reglas de juego del capitalismo. Así, en vez de apostar por la organización de los trabajadores como herramienta para combatir al capital (única opción posible si el objetivo es luchar contra el capitalismo), Sader prefiere recostarse en el Estado, que todo lo puede y todo lo soluciona. Además, y esto no es menos importante para intelectuales como Sader, el Estado es fuente de puestos bien remunerados por tareas casi inexistentes.

Del planteo de Sader se desprende que la contradicción de nuestras sociedades no es la existente entre Capital y Trabajo. ¡Dios nos libre y guarde caer en semejante anacronismo! Para nuestro autor, la cosa es mucho más relajada:

“Pasaron a proponer como campo teórico de enfrentamiento la polarización entre estatal y privado, escondiendo lo público, buscando confundirlo con lo estatal. Mientras que el campo teórico central de la era neoliberal tiene como eje la polarización entre lo público y lo mercantil. Democratizar es desmercantilizar, es consolidar y expandir la esfera pública, articulada alrededor de los derechos de todos y compuesta por los ciudadanos como sujetos de derechos. La esfera mercantil, a su vez, se articula alrededor del poder de compra de los consumidores, del mercado.”

El conflicto primordial se da, pues, entre lo público y lo mercantil. Sader aclara que ni lo público es lo estatal, ni lo mercantil es lo capitalista. Ahora bien, por más que le demos vueltas a la cosa, invocando al “giro lingüístico”, las palabras no cambian la dura realidad. Sin recursos materiales, lo público gira en el vacío. En cambio, lo mercantil se apoya en algo mucho más firme que las palabras de Sader: la propiedad privada. Claro está que hablar de lo público y lo mercantil suena más agradable que los viejos términos capitalismo y Estado, pero ¿cómo democratizar sin recortar el poder del capital?, ¿cómo construir ciudadanos sujetos de derechos cuando en nuestros países conviven chozas – muchas – y palacios – pocos-? Por supuesto, estas preguntas carecen de sentido en el esquema mental de Sader.

A esta altura es conveniente hacer notar un comportamiento curioso: a mayor profundización de la desigualdad social, mayor desprecio de los intelectuales onda Sader hacia las teorías y los conceptos que aluden al capitalismo como sistema basado en la explotación, a la lucha de clases, al Estado como órgano de dominación. No es, por cierto, una opción científica, desinteresada. Adoptar el punto de vista de la lucha de clases desde los trabajadores (Sader no tiene ningún problema – salvo el de mencionarlo – en adoptar el punto de vista de la clase dominante) implica dejar de lado las ventajas materiales que ofrece el sistema a los intelectuales. Evidentemente, Sader no está para esas patriadas.
Sader se define a sí mismo como “de izquierda”. Es una izquierda modesta, por cierto, que propone cosas como ésta:
“la izquierda tiene que construir sus gobiernos y su hegemonía. El Estado, refundado o reorganizado alrededor de la esfera pública, es un agente indispensable para la superación de los procesos de mercantilización diseminados por la sociedad. (/) Una de las condiciones del rescate de la capacidad de acción del Estado es recuperar su capacidad de tributación, para dotarlo de los recursos que tantas políticas nuevas requieren.”
Para Sader, la izquierda tiene que ser la cobertura ideológica del Estado capitalista. Ni más ni menos. Así, la épica de la lucha contra el neoliberalismo gira en torno a…la reforma tributaria. Pero la realidad es un poco más compleja que estas ilusiones. En Argentina, por ejemplo, donde uno de cada tres trabajadores padece el trabajo en negro, donde la precarización laboral garantiza niveles de superexplotación capitalista, donde el “gatillo fácil” (asesinato sumario) de la policía contra los jóvenes trabajadores es moneda corriente, las palabras de Sader suenan a falsedad vieja.

Villa del Parque, lunes 9 de marzo de 2015