Vistas de página en total

lunes, 9 de marzo de 2015

NEOLIBERALISMO Y PROGRESISMO: UNA CRÍTICA A SADER

La reestructuración de los capitalismos latinoamericanos, acaecida en los últimos quince años, puso en el centro del debate ideológico la cuestión del neoliberalismo. Las políticas de libre mercado, de privatizaciones de empresas estatales y de flexibilización de la legislación laboral, se tradujeron en un aumento de la desigualdad social y en crisis políticas, cuyos exponentes más extremos fueron el Caracazo (1989) y los sucesos de diciembre de 2001 en Argentina. Entre finales de la década del ’90 y los primeros años del siglo XXI, se hizo evidente que el modelo de acumulación imperante se hallaba agotado. Con diferencias según cada país, comenzó un proceso de reestructuración que fue calificado de “izquierdista” o “populista” por numerosos intelectuales, quienes contribuyeron en no poca medida a legitimar dicho proceso. Emir Sader es un ejemplo de esta tendencia.

Sader es autor de un artículo, “La batalla de las ideas”, publicado en la edición del sábado 7 de marzo del periódico argentino PÁGINA/12. En él presenta de modo conciso varias ideas características de la corriente intelectual que apoya, desde el progresismo, la reestructuración capitalista. Si bien ninguna de ellas es original, corresponde someterlas a crítica dada la influencia que alcanzaron.

En primer término, conviene hacer un par de aclaraciones. Sader tiene por objetivo hacer pasar un proceso que fortalece el dominio del capital sobre la sociedad como si se tratara de una revolución sui generis, dirigida a repartir la riqueza de modo más igualitario. Para ello tiene que construir un enemigo que sirva de justificación a las tareas emprendidas por los gobiernos latinoamericanos: el neoliberalismo. Ahora bien, y puesto que el proceso latinoamericano está dirigido a satisfacer las necesidades del capital, Sader se encuentra obligado a romper toda conexión entre el neoliberalismo y la lucha de clases entre capital y trabajo. Sólo así es posible afirmar que se encuentra en marcha “la liberación latinoamericana de los poderes centrales”, “la construcción de la Patria Grande” y otros lemas grandilocuentes proclamados en la última década. Como el proceso latinoamericano fue dirigido desde arriba, Sader también está obligado a ignorar el carácter de clase del Estado, en tanto garante del orden social capitalista. Ambas tareas son realizadas en su noción de neoliberalismo, que transcribo a continuación:

“El neoliberalismo buscaba destruir la imagen del Estado –especialmente en sus aspectos reguladores de la actividad económica, de propietario de empresas, de garante de derechos sociales, entre otros—, para reducirlo a un mínimo, colocando en su lugar la centralidad del mercado. Fue la nueva versión de la concepción liberal, de polarización entre la sociedad civil –compuesta por individuos– y el Estado.”

El artículo de Sader es importante por lo que omite antes que por lo que afirma. En dichas omisiones se encuentra el núcleo de la concepción progresista de la sociedad, que poco o nada tiene que ver con el intento de transformarla a favor de los trabajadores. Sader nos quiere hacer creer que el neoliberalismo es una alternativa dentro del capitalismo (podríamos llamarla “el mal capitalismo”), dirigida a destruir la capacidad regulatoria del Estado, en perjuicio de los trabajadores y demás sectores populares. O sea, el Estado es el bien a preservar en contra del embate neoliberal.

“Construir alternativa al modelo neoliberal supone la reconstrucción del Estado alrededor de su esfera pública, rescatando los derechos sociales, el rol de inducción del crecimiento económico, la función de los bancos públicos. Haciendo del Estado un instrumento de universalización de los derechos, de construcción de ciudadanía, de hegemonía de los intereses públicos sobre los mercantiles.”

El Estado deja de ser un órgano de opresión de clase. La sociedad deja de estar dividida en clases enfrentadas entre sí. Por obra de la palabra de Sader, el Estado pasa a ser un instrumento en disputa que puede ser usado para cualquier cosa, inclusive para favorecer a los oprimidos y demases. Sólo así puede entenderse esta perorata que combina derechos sociales, crecimiento económico y bancos públicos. Pero la realidad manda. Desde que el capitalismo es capitalismo (y, a pesar de sus omisiones, no dudo que Sader esté de acuerdo con que vivimos en una sociedad capitalista), el aumento de las ganancias del capital requiere de un incremento de la explotación de los trabajadores. Dicha explotación es sostenida de múltiples maneras por el Estado, el cual se encuentra conectado por innumerables vínculos con el capital (que van, desde el financiamiento mismo del Estado hasta la forma en que éste gestiona los conflictos sociales).

Afirmar que el enemigo es el neoliberalismo y no el capital implica tomar partido por el capitalismo. Sostener que el Estado (capitalista) puede ser instrumento de liberación supone aceptar las reglas de juego del Estado, que son, precisamente, las reglas de juego del capitalismo. Así, en vez de apostar por la organización de los trabajadores como herramienta para combatir al capital (única opción posible si el objetivo es luchar contra el capitalismo), Sader prefiere recostarse en el Estado, que todo lo puede y todo lo soluciona. Además, y esto no es menos importante para intelectuales como Sader, el Estado es fuente de puestos bien remunerados por tareas casi inexistentes.

Del planteo de Sader se desprende que la contradicción de nuestras sociedades no es la existente entre Capital y Trabajo. ¡Dios nos libre y guarde caer en semejante anacronismo! Para nuestro autor, la cosa es mucho más relajada:

“Pasaron a proponer como campo teórico de enfrentamiento la polarización entre estatal y privado, escondiendo lo público, buscando confundirlo con lo estatal. Mientras que el campo teórico central de la era neoliberal tiene como eje la polarización entre lo público y lo mercantil. Democratizar es desmercantilizar, es consolidar y expandir la esfera pública, articulada alrededor de los derechos de todos y compuesta por los ciudadanos como sujetos de derechos. La esfera mercantil, a su vez, se articula alrededor del poder de compra de los consumidores, del mercado.”

El conflicto primordial se da, pues, entre lo público y lo mercantil. Sader aclara que ni lo público es lo estatal, ni lo mercantil es lo capitalista. Ahora bien, por más que le demos vueltas a la cosa, invocando al “giro lingüístico”, las palabras no cambian la dura realidad. Sin recursos materiales, lo público gira en el vacío. En cambio, lo mercantil se apoya en algo mucho más firme que las palabras de Sader: la propiedad privada. Claro está que hablar de lo público y lo mercantil suena más agradable que los viejos términos capitalismo y Estado, pero ¿cómo democratizar sin recortar el poder del capital?, ¿cómo construir ciudadanos sujetos de derechos cuando en nuestros países conviven chozas – muchas – y palacios – pocos-? Por supuesto, estas preguntas carecen de sentido en el esquema mental de Sader.

A esta altura es conveniente hacer notar un comportamiento curioso: a mayor profundización de la desigualdad social, mayor desprecio de los intelectuales onda Sader hacia las teorías y los conceptos que aluden al capitalismo como sistema basado en la explotación, a la lucha de clases, al Estado como órgano de dominación. No es, por cierto, una opción científica, desinteresada. Adoptar el punto de vista de la lucha de clases desde los trabajadores (Sader no tiene ningún problema – salvo el de mencionarlo – en adoptar el punto de vista de la clase dominante) implica dejar de lado las ventajas materiales que ofrece el sistema a los intelectuales. Evidentemente, Sader no está para esas patriadas.
Sader se define a sí mismo como “de izquierda”. Es una izquierda modesta, por cierto, que propone cosas como ésta:
“la izquierda tiene que construir sus gobiernos y su hegemonía. El Estado, refundado o reorganizado alrededor de la esfera pública, es un agente indispensable para la superación de los procesos de mercantilización diseminados por la sociedad. (/) Una de las condiciones del rescate de la capacidad de acción del Estado es recuperar su capacidad de tributación, para dotarlo de los recursos que tantas políticas nuevas requieren.”
Para Sader, la izquierda tiene que ser la cobertura ideológica del Estado capitalista. Ni más ni menos. Así, la épica de la lucha contra el neoliberalismo gira en torno a…la reforma tributaria. Pero la realidad es un poco más compleja que estas ilusiones. En Argentina, por ejemplo, donde uno de cada tres trabajadores padece el trabajo en negro, donde la precarización laboral garantiza niveles de superexplotación capitalista, donde el “gatillo fácil” (asesinato sumario) de la policía contra los jóvenes trabajadores es moneda corriente, las palabras de Sader suenan a falsedad vieja.

Villa del Parque, lunes 9 de marzo de 2015

2 comentarios:

Unknown dijo...

¡Muy de acuerdo! El error del "progresismo" latinoamericano es mayúsculo, incluso la denominación, propia del inicio del siglo XX, temerosa del socialismo emergente en ese momento. Cordiales saludos. Raúl Gil Alliaume (Uruguay)

Ariel Mayo (1970) dijo...

Muchas gracias por el comentario, Raúl. Respecto a la analogía con el progresismo de principios del siglo XX, considero que es pertinente. En todo caso, la diferencia radica en que el progresismo actual considera que el socialismo es una corriente ideológica y política obsoleta. Para los progresistas actuales no se trata tanto de competir con los socialistas sino de remarcar que el capitalismo es el límite del desarrollo social y que sólo cabe reformarlo, siendo imposible su reemplazo por otra forma de organización social. Saludos desde Buenos Aires