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lunes, 21 de mayo de 2012

LA "COMUNIDAD ORGANIZADA" SEGÚN CRISTINA FERNÁNDEZ


Las épocas de crisis revelan la naturaleza de toda sociedad, pues en ellas los antagonismos aparecen a la luz del día, sin el maquillaje de los tiempos de normalidad.

El modelo de acumulación capitalista que sucedió al colapso de la Convertibilidad está padeciendo una crisis. Es cierto que la existencia misma de la crisis está en discusión, pues, si nos atenemos a los discursos de los periodistas “oficialistas”, estamos en el mejor de los mundos posibles; en cambio, si prestamos oídos a los periodistas “opositores”, nos encontramos en medio del Apocalipsis. Para zanjar esta discusión, no se nos ocurre nada mejor que recurrir a las palabras de la señora presidenta, Cristina Fernández, quien suele ser muy precisa en sus intervenciones, aunque muchas veces no se le preste la debida atención.

El viernes 11 de mayo, Cristina dio un discurso en la Casa Rosada, con motivo de la entrega de certificados de elegibilidad en el marco del Programa de Financiamiento Productivo del Bicentenario. Cristina expresó su opinión sobre la situación de crisis que padece la economía argentina y planteó su concepción sobre las relaciones entre empresarios y trabajadores. Dada la importancia política de ambos temas, nos parece conveniente reproducir extensamente sus opiniones, así como también formular una serie de comentarios sobre las mismas.

En primer lugar, Cristina reconoce la existencia de la crisis: “la verdad que nunca nos caímos del mundo, pero tenemos el problema que el mundo se está cayendo sobre nosotros.” Esto está muy lejos de la época en que la misma Cristina y muchos funcionarios afirmaban que nuestra economía estaba desconectada de la crisis de los países centrales, y que podíamos darle lecciones a las desventuradas naciones que sufrían los efectos del desbarajuste capitalista. Pero siempre hay tiempo para descubrir que existe un mercado mundial capitalista regido por la ley del valor y que las palabras no tapan las realidades, aunque gente como Laclau pretenda reducir la realidad a un discurso. Por si quedaba alguna duda sobre la gravedad del momento, hacia el final de su alocución, Cristina vuelve a la carga: “pongamos la fuerza y la energía en encontrar mecanismos de crecimiento, de ayuda y de cooperación entre el sector público y privado para seguir creciendo. Porque va a depender de nosotros, no nos caímos del mundo, el mundo se está cayendo encima de nosotros.” A confesión de parte, relevo de prueba.

Es cierto que Cristina sostiene que la crisis es externa y no interna. Es verdad. Y también es cierto que este argumento sirve para salir en defensa de su política económica en un momento de apuro. Por razones de espacio no vamos a discutir esto. Al fin y al cabo, ¿le corresponde a Cristina discutir su propia política económica? Nos parece más provechoso tomar nota del reconocimiento implícito de la situación de crisis y pasar adelante con el examen de sus propuestas para enfrentar “el vendaval externo” (son palabras de Cristina). Dichas propuestas permiten caracterizar la posición de clase del “kirchnerismo” en lo que hace a la relación fundamental de toda sociedad capitalista, la que se entabla entre el capital y el trabajo.

Así como Perón tenía en mente su “comunidad organizada”, Cristina tiene la suya y la expresa con claridad. A nuestro entender, sus palabras dan contenido a la expresión tantas veces repetida de “profundizar el modelo”. Veamos cómo describe Cristina su modelo ideal (insistimos en que las crisis tienen la virtud de mostrar a las personas y a las clases tal como realmente son).

En el principio era el capitalismo… Cristina, como tantas otras veces, considera que el capitalismo es la forma racional de organizar la producción social. Fuera del capitalismo está el caos (y el "anarcocapitalismo"). De ahí que en época de crisis la tarea del Estado sea “sostener la inversión”, y para ello es necesario “sentarnos también con todas las grandes empresas, pequeñas y medianas para que nos presenten sus planes de inversión”. En criollo, el Estado puede poner algunos mangos, pero la palanca que mueve la economía (la inversión) está en manos de las empresas. Los “kirchneristas” pueden despotricar a diario contra las “corporaciones”, pero la dura realidad obliga a sentarse a negociar con ellas, pues si no la economía no mueve la aguja. Cristina sabe esto y ahorra retórica. Reconoce, como otras veces, que los empresarios han multiplicado sus ganancias bajo el “gobierno nacional y popular”, y les pide un esfuerzo…que consiste en invertir. ¿Un esfuerzo? Desde que el mundo es mundo (o, por lo menos, capitalista), los empresarios invierten para obtener ganancias mediante la explotación de los trabajadores. Suena feo, pero es así. Que en el trabajo hay explotación suelen entenderlo mejor los trabajadores que los académicos, así que preferimos ahorrar la explicación acerca de la explotación capitalista. Sigamos con los empresarios. Las consideraciones nacionales, religiosas, sentimentales, les tienen sin cuidado. Ponen plata para ganar y punto. Cuando se los llama a invertir se les dice: “Señores, aquí tienen la posibilidad de buenas ganancias. No las desperdicien.” No parece un sacrificio muy grande el que Cristina les pide a los empresarios…

La cuestión es diferente cuando Cristina se refiere a los trabajadores. La asimetría en el trato respecto a lo que exige a los empresarios es llamativa. En “un mundo que se nos cayó encima”, los trabajadores tienen que ser responsables si quieren conservar sus puestos de trabajo. En palabras de la presidenta: “lo que tenemos que hacer es fortalecer este mercado interno, volvernos muy competitivos también porque el mundo va a ser  despiadado en la guerra de la competitividad y pedirle también a los dirigentes sindicales, que tienen la inmensa responsabilidad de representar a los trabajadores, pero no representarlos solamente en la época de la paritaria, representarlos todo el año  para mantenerle el trabajo, necesitamos mantener los 365 días del año a los trabajadores en sus puestos de trabajo. Y para esto es necesario tener una gran seriedad y vivir y ver el mundo que estamos viviendo.” Ta. Los trabajadores tienen que ser responsables y no pedir más que lo que los empresarios les ofrezcan. Estamos en guerra y a los obreros les corresponde hacer de soldados (alguien con espíritu maligno diría “carne de cañón”). Mientras tanto, los empresarios invierten, explotan y obtienen ganancias. No parece haber demasiada equidad en la relación… Pero sigamos adelante.

Cristina insiste: “Yo cuando escucho algunas demandas y algunas posturas en un mundo donde ya hay países con el 25 por ciento de desocupación, donde rebajan salarios, donde echan gentes, donde reducen presupuestos de educación, donde reducen seguridad social uno dice, qué es lo que está pasando que algunos no parecen darse cuenta. Y no digo todos porque sería muy injusto, hace pocos días cerramos la paritaria estatal. Fíjense qué curioso que podían haberse puesto muy duros porque el trabajador estatal tiene la seguridad y la estabilidad del empleo público que no tiene el trabajador del sector privado, inmensa ventaja esta de tener un trabajo donde no te puede echar, es un privilegio en el mundo contemporáneo tener un trabajo donde no te pueden echar. Entonces creo que todos tienen que tomar cuenta de estas cosas, ejercer esa responsabilidad, representar los intereses de sus trabajadores, de sus representados, pero preguntarse realmente cuál es la verdadera forma de ejercer  esa representación.” (El resaltado es mío). Es decir, si el mundo se derrumba, hay que dejarse de embromar con esa estúpida idea de pensar que el salario tiene que crecer en términos reales y acomodarse a lo que hay (a lo que se dignen a ofrecer los señores empresarios). Nuestro modelo “nacional y popular” es tan avanzado como para plantear que tener estabilidad en el trabajo es un “privilegio”. Queda claro que los trabajadores no están en igualdad de condiciones en el modelo propuesto por Cristina, salvo que consideremos como natural la aceptación sin chistar de la explotación capitalista por los trabajadores.

En la Comunidad Organizada de Cristina, los empresarios tienen que dedicarse a invertir, explotar a los trabajadores y obtener ganancias. Los trabajadores tienen que trabajar duro, agradecer siempre el tener trabajo y ¡no hacer huelgas! Cristina deja en claro que con las huelgas no se obtiene nada: “Quién puede pensar que este gobierno, que generó más de cinco millones de puestos de trabajo, que generó nuevamente la negociación colectiva de trabajo, con más de 2.500 convenciones colectivas de trabajo, que ha devuelto la dignidad a los jubilados, que no tenían un aumento hacía 10 años, cuando subió Néstor Kirchner él les comenzó a aumentar. Lo primero que hizo fue aumentarles a los jubilados, donde todavía no había ni ley de movilidad ni tampoco teníamos las AGFJP pero comenzamos a destinar recursos para que los jubilados vivieran mejor. ¿Quién nos puede decir que esto es obra de las demandas? No señores, los trabajadores ganaron más dinero producto del modelo macroeconómico, que permitió darles beneficios que nunca habían logrado. (Aplausos). No se mérito de ninguno que haya hecho una huelga más o una huelga menos. Porque fíjense si solamente haciendo huelgas o solamente haciendo bloqueos se lograran mejores salarios denle la receta a los europeos que vayan y bloqueen La Moncloa, que vayan y bloqueen el Palacio de Buckingham a ver si consiguen estar mejor. No nos engañemos más, estamos mejor porque tuvimos un modelo macroeconómico”. No es necesario decir mucho sobre el contenido de clase de esta declaración, sobre todo si se tiene en cuenta que se da en el marco de una inflación que carcome diariamente los ingresos de los trabajadores y con un 35% de la fuerza de trabajo “en negro” o en condiciones de precariedad. Pero si creemos conveniente recordar (la memoria no es algo que abunda en estos tiempos) que la señora presidenta representa a un movimiento cuyo origen mismo está ligada a una de las mayores huelgas y movilizaciones obreras de la historia argentina, el 17 de octubre de 1945. Claro que los tiempos han cambiado y la clase obrera ya no es “la columna vertebral del movimiento”.

Si los trabajadores quieren retobarse y porfían en la exigencia de mejores salarios, Cristina les recuerda que “no hay mayor disciplinador social que la desocupación.” La aseveración es absolutamente cierta, y el peronismo menemista la aplicó a discreción durante los años ’90. Es verdad que las afirmaciones de Cristina van dirigidas a los dirigentes sindicales y no a los trabajadores, pero nos parece un tanto redundante pedirles “responsabilidad” a dirigentes que hace tres décadas que vienen sirviendo, con contadas excepciones, a los intereses del capital (muchos de esos dirigentes son también empresarios). A buen entendedor, pocas palabras. Es la situación de crisis, inflación mediante, la que obliga a los dirigentes a pedir aumentos en las paritarias, para evitar tensiones con sus dirigidos.

La Comunidad Organizada según Cristina se parece a muchas cosas, pero no puede decirse de ella que sea un camino de liberación social para los trabajadores. Claro que esta es una cuestión que tiene sin cuidado a Cristina. 

Buenos Aires, lunes 21 de mayo de 2012

sábado, 5 de mayo de 2012

ZONCERAS ARGENTINAS: “YPF ES DE TODOS”


En dos notas anteriores afirmé que la expropiación de YPF no era producto del "patriotismo" del partido de gobierno y que, por el contrario, respondía a necesidades económicas bien concretas del capitalismo argentino. Aprobada la ley de expropiación por las dos cámaras del Congreso y habiendo sido promulgada por la presidenta Cristina Fernández, es un buen momento para revisar la idea fuerza con la que el gobierno defendió la expropiación. 

El argumento gubernamental puede resumirse del siguiente modo. La expropiación de YPF, si bien representa una medida imprescindible para evitar la sangría de divisas en importaciones de combustibles y para asegurar la provisión de energía a las empresas, responde a una lógica que trasciende el ámbito económico. La medida constituye la “recuperación” de YPF para la Nación. YPF ha dejado de ser una empresa privada y se ha convertido en una empresa “de todos”. La medida está en línea con la profundización de una política de reconquista de la “soberanía económica” (que incluye hitos como la cancelación de la deuda con el FMI, la estatización del sistema AFJP y la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central). La decisión de expropiar YPF debe leerse, pues, como un paso trascendental en la “liberación nacional y social” de nuestro pueblo. 

Es verdad que el argumento expuesto en el párrafo anterior no es compartido por el conjunto del partido de gobierno, y que ni siquiera Cristina Fernández lo defendió en su totalidad. Por el contrario, en estos días han abundado las argumentaciones que sostienen que YPF tiene que transformarse en un ejemplo de administración eficiente, para demostrar que el Estado puede hacer bien las cosas en la economía. También, aunque en menor medida, se ha sostenido la prioridad del logro de nuevas inversiones en el sector energético, lo cual obliga a una política de seducción del capital. Sin embargo, estas dos posiciones se mueven dentro de un marco conceptual que postula que el Estado representa “los intereses de todos”. La ambigüedad de esta expresión (y la política es, entre otras cosas, el arte de caminar sobre la ambigüedad para construir hegemonía) permite que la medida sea bien vista tanto por el conjunto del empresariado (mas allá de los rezongos de los nostálgicos de la década del ’90) como por las corrientes que representan la izquierda del “kirchnerismo”.

¿El Estado representa los intereses de todos? 

Si la respuesta es afirmativa, toda medida que tienda a reforzar la participación del Estado en la economía debe ser considerada como un fortalecimiento del interés general en detrimento de los intereses particulares. Cristina Fernández estaría obrando a favor de los intereses del conjunto de la sociedad. 

Si la respuesta es negativa, la expropiación de YPF tienen que pasar a ser evaluadas desde otra óptica, no tan optimista.

Si el Estado es el representante de los intereses de toda la sociedad, ¿por qué demora tanto – o no lo hace nunca – cuando se trata de hacer valer los derechos de los trabajadores, que constituyen el grupo más numeroso de dicha sociedad? Como ejemplo, basta recordar la tardanza en reaccionar frente a la masacre ocurrida en la estación Once del Ferrocarril Sarmiento. El grupo Cirigliano, cuyo “poder de fuego” es sensiblemente menor que el de Repsol, sigue al frente de la empresa, a pesar de la intervención de la misma y de la evidencia de que la catarata de subsidios recibidos desde el Estado no mejoró en nada la calidad del servicio. Es cierto que, probablemente, el grupo termine siendo desplazado de la concesión; esto no modifica el hecho de que fue el gobierno “nacional y popular” el que convalidó y diseñó un sistema de transporte que hace sufrir padecimientos cotidianos a una parte importante del “todos” que compone la sociedad, los trabajadores. Si se compara lo que ocurre diariamente en nuestro sistema de transportes con la celeridad con que se ha obrado en el caso YPF, cabe preguntarse por las razones de las diferencias de velocidad en uno y otro caso. En YPF, la falta de combustible barato perjudica directamente la acumulación de capital y las ganancias de los empresarios; en el caso del Sarmiento, los afectados son los trabajadores, cuya participación en el “paquete accionario de la sociedad” parece ser bastante inferior al 51%.

El Estado argentino, como cualquier Estado real, está obligado a respetar la lógica del capital, guste o no al elento dirigente de turno. Esto es así porque el capital) controla las palancas del proceso económico (los medios de producción); los empresarios,  mediante las inversiones, pueden acelerar o detener el crecimiento económico. Si hay un menor nivel de actividad económica, los ingresos del Estado se deterioran. Aunque esto es más viejo que la pólvora, conviene recordar que las finanzas públicas dependen de la buena salud de la economía capitalista. De modo que el Estado no puede ser neutral frente a la clase capitalista. El Estado puede ir en contra de tal o cual grupo de empresarios particulares, pero no puede ir contra la clase capitalista en su conjunto, pues ello implicaría poner en riesgo su propia estabilidad. En su discurso de ayer, Cristina Fernández aclaró que no está en contra de que los empresarios obtengan ganancias. Con esto marcó claramente los límites del “Estado de todos”. El Estado, aun el “nacional y popular”, tiene que asegurar la acumulación de capital y disciplinar a los trabajadores que no quieran respetar las reglas de juego. 

El Estado argentino, como cualquier Estado, es el representante de los intereses de todos…los capitalistas. En otras palabras, y de manera siempre ambigua y contradictoria, el Estado cumple la función de representar al interés general de los empresarios  frente a los del resto de la sociedad. Si se acepta esta argumentación, la frase “YPF es de todos” adquiere un sentido un tanto diferente al que se le da en estos días. La Argentina es de todos, pero algunos viven en Nordelta y otros en una villa miseria en Soldati o en tantos otros lugares. No somos una sociedad igualitaria (¡nunca puede serlo una sociedad capitalista!), por ello no puede analizarse una medida de política económica como si afectara del mismo modo a todo el mundo.  ¡Más vale!, como diría Mario Wainfeld, pero el olvido de esta verdad sencilla sirve para construir la hegemonía de la clase dominante.

Por último, el objetivo de la nota es mostrar la falsedad de la tesis de que “YPF es de todos” o de que “el Estado representa los intereses de todos los argentinos”. Nada de lo afirmo aquí es novedoso u original, pero ha sido olvidado luego de las tremendas derrotas sufridas por los trabajadores en nuestro país y en el mundo desde la década del ’70 del siglo pasado en adelante.  Sin embargo, reconocer el carácter del Estado es sólo el comienzo, y de ningún modo debe utilizarse para cerrar el análisis. Hago esta aclaración para responder a los compañeros que afirman que sostengo que el menemismo y el kirchnerismo son lo mismo. Si fuera así, no tendría sentido escribir estas notas. Bastaría con decir que todo lo que ocurre en el mundo es producto de las conjuras de los capitalistas. Pero con ese tipo de análisis es imposible hacer política. Hay que dejar de lado la frase “todos los colectivos me llevan bien” y pasar a distinguir cuáles son las condiciones concretas que hicieron que el Estado argentino  privatizara YPF en los ’90 y que ese mismo Estado expropiara YPF en 2012. Guste o no, estamos frente a dos modelos de acumulación de capital diferentes. Decir que en ambos manda el capital no implica afirmar que hay que pasar por alto las diferencias y peculiaridades de cada uno. En la percepción de las diferencias y de las ambigüedades está la clave de la política y de la construcción de hegemonía.

Buenos Aires, sábado 5 de mayo de 2012