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lunes, 18 de abril de 2016

EL REGRESO DE CRISTINA

Cristina volvió del Sur. La causa del regreso (la declaración en la causa judicial por las operaciones con el precio del dólar a futuro), no interesa a los fines de este artículo. Tampoco es relevante la discusión acerca del número de manifestantes en Comodoro Py. Basta con decir que ningún otro dirigente político en la Argentina de hoy tiene esa capacidad de convocatoria. Volvió Cristina y con su regreso sepultó los pronósticos sobre la desaparición inmediata del kirchnerismo. Los marxistas tenemos la obligación de analizar los hechos, no nuestros deseos. Guste o no, el kirchnerismo y Cristina siguen siendo actores principales en el escenario político.

Transcurridos cuatro meses del gobierno de Macri, algunas cosas comienzan a estar claras. De un lado, la solidez del consenso en torno a la necesidad del ajuste,  que llevó a la alianza Cambiemos a ganar la presidencia. Los golpes sobre la clase trabajadora han sido muy fuertes, sin que se observe por el momento ninguna acción contundente de parte de los afectados (sin desconocer por cierto, las luchas locales). El macrismo avanzó en un terreno abonado por la fragmentación y el individualismo, y por un estancamiento económico iniciado en 2011.

La cuestión política fundamental es el ajuste. La política económica del macrismo es una ofensiva a fondo para restablecer la tasa de ganancia de los empresarios. En la crisis se diluye la ilusión del Estado “de todos” y aparece el Leviatán de la burguesía en todo su esplendor. Los políticos burgueses, cuyo oficio consiste en diseñar vestiduras para cubrir las desnudeces del Estado, se ponen nerviosos, no saben muy bien qué hacer. Los rezongos de Carrió, de Massa, etc., disimulan apenas el consenso general en torno al ajuste.

Con el correr del tiempo, la desnudez burguesa del macrismo empieza a generar descontento. Las centrales obreras y los sindicatos, defensores consecuentes del orden burgués, dan señales de que tienen que hacer algo para calmar la bronca de muchos trabajadores, tanto de los que sufren en carne propia los despidos como de aquellos que ven cómo se evaporan sus salarios con la inflación. Pero tampoco pasan del terreno de la queja, pues ellos también comparten el consenso en torno al ajuste.

El kirchnerismo es, en esta coyuntura, la oposición políticamente correcta al macrismo; más claro, la oposición decorativa que todo gobierno precisa para mantener el entusiasmo de sus partidarios sin que se note demasiado que defiende los intereses egoístas de una clase de la sociedad. Parafraseando a Voltaire, Macri puede afirmar que “si no existiera el kirchnerismo habría que inventarlo”.

La dirigencia kirchnerista es incapaz de luchar contra el ajuste, aunque sea en el terreno de las reivindicaciones económicas más elementales (despidos, reducción de salarios, etc.). Si algo caracterizó a Cristina durante su carrera política fue una actitud de desprecio hacia las demandas obreras (el ejemplo más claro es su crítica a los docentes durante el discurso de apertura del Congreso en 2012). El kirchnerismo llegó al gobierno con el objetivo de restablecer la confianza en las instituciones capitalistas erosionada por la crisis de 2001; ello lo obligó a realizar concesiones a los trabajadores y demás sectores populares. Pero Cristina jamás se sintió cómoda con las cuestiones obreras. En la coyuntura actual, donde los trabajadores sufren el peso principal de la ofensiva macrista, Cristina ha permanecido callada ante las decenas de miles de despidos y el empeoramiento de las condiciones laborales.

La historia reciente del kirchnerismo lo coloca en mala posición para enfrentar el ajuste. Cristina asumió su segunda presidencia en 2011 e intentó durante los primeros meses imponer la “sintonía fina”, una política dirigida a implementar una versión moderada del ajuste de las tarifas de los servicios públicos. La política frente a la deuda externa del kirchnerismo consistió en pagar al contado todo lo que pudo (de ahí que Cristina haya podido vanagloriarse de ser “pagadora serial” de deuda externa) y en negociar con los acreedores para salir del default. En este sentido, el acuerdo con el Club de París (2014), llevado a cabo por el ministro Kicillof, puede figurar cómodamente en un ranking de negociaciones vergonzosas con los acreedores.

Ni Cristina ni los principales dirigentes kirchneristas están en desacuerdo con el ajuste. Como políticos de la burguesía saben que el estancamiento económico es intolerable y que hace falta crear condiciones para promover la inversión de los capitalistas. Por eso el silencio de Cristina durante estos meses. Sin embargo, las bases kirchneristas están convencidas de que Cristina es la única alternativa contra el ajuste. La ilusión tiene bases objetivas. Las concesiones que debió realizar el kirchnerismo para restablecer el orden capitalista conformaron la base de la popularidad de Néstor y Cristina, y les permitieron ganar holgadamente la mayoría de las elecciones en el período 2003-2015. Pasarse abiertamente a las filas del ajuste significaría lisa y llanamente el final del kirchnerismo como movimiento político. De ahí la radical imposibilidad de Cristina para impulsar un ajuste en regla durante el período 2011-2015.

Las causas judiciales arrinconaron a Cristina y a las principales figuras del kirchnerismo. La presión de las medidas económicas del macrismo se hace sentir entre las bases kirchneristas. La movilización realizada en Comodoro Py, con su carácter multitudinario, muestra las vacilaciones del kirchnerismo, su imposibilidad para decir o hacer nada serio respecto al programa económico macrista. Como todos los demás políticos, requiere que el ajuste tenga éxito. Sólo así podrá salir con éxito a la escena política, a intentar diferenciarse del macrismo. Pero a diferencia de los demás políticos, Cristina no puede hacer la plancha durante la implementación del ajuste sin que ello tenga consecuencias fatales para su carrera política. Por todo ello, Cristina está condenada a los gestos impotentes.

El éxito del macrismo requiere, paradójicamente, de la oposición del kirchnerismo. Macri necesita que Cristina sea su “enemiga”. Sólo así podrá aglutinar detrás de sí a los sectores que detestan al kirchnerismo. Al mismo tiempo, la presencia de Cristina como principal dirigente de la oposición asegura que el ajuste no será cuestionado seriamente.

La capacidad de movilización del kirchnerismo es innegable, así como el liderazgo de Cristina. Pero mucho más innegable es su papel lamentable frente al ajuste en proceso. La ausencia de alternativas de izquierda disimula su impotencia. En definitiva, esta ausencia representa la gran derrota de la clase trabajadora. Construir esa alternativa es el gran desafío que tenemos los militantes socialistas.



Villa del Parque, lunes 18 de abril de 2016

viernes, 8 de agosto de 2014

CRISTINA FERNÁNDEZ Y EL SOCIALISMO

“Cristina corazón, acá tenés los pibes para la liberación.”
(Canto que suele entonarse en los actos de Cristina Fernández).

“Billetera mata galán.”
(Viejo dicho popular).

Néstor Kirchner asumió la presidencia de la Nación en 2003 sin una estructura partidaria adicta y con un muy bajo porcentaje de apoyo electoral. En esas condiciones, una de las tareas centrales del nuevo gobierno fue construir una base de sustentación propia, que le permitiera llevar adelante la tarea de la recomposición del capitalismo argentino luego de la fenomenal crisis de 2001. Kirchner comprendió que era imposible realizar esa reconversión recurriendo a la ideología neoliberal que había imperado en Argentina durante los años ’90, a la que habían adherido casi todos los dirigentes del PJ (incluido el mismo Kirchner y su esposa, Cristina Fernández). Había que encontrar un sustituto de esa ideología.

Para resolver el problema, el kirchnerismo mezcló elementos del viejo peronismo, del progresismo, del socialismo “nacional” y del nacionalismo a secas. Simplificando en extremo, el kirchnerismo se presentó como el “peronismo del siglo XXI” (o, según el gusto del interlocutor, como la “izquierda posible” en las condiciones de la sociedad argentina). Colaboraron en la elaboración de la mescolanza intelectuales convencidos y tránsfugas desesperados por venderse al mejor postor. La inmensa mayoría de la izquierda proveniente del PC (Partido Comunista) apoyó con entusiasmo la construcción del “kirchnerismo”, porque sentían que por primera vez “estaban ganando” (o algo parecido). La lucha del gobierno contra la burguesía agraria en torno a las suba de las retenciones a las exportaciones (2008), hizo pensar a esos intelectuales que estaban participando de un proyecto “revolucionario” y animó a muchos que estaban renuentes a subirse al tren del “kirchnerismo”.

Una década después de iniciado el gobierno kirchnerista, quedó claro que la burguesía fue la gran beneficiada. Sus ganancias aumentaron de forma exponencial. Pero los intelectuales kirchneristas seguían planteando que estábamos en plena “revolución cultural” y que el kirchnerismo era un paso necesario para la “liberación nacional y social” de nuestro país.

En el día de ayer, Cristina pronunció un discurso en la Casa Rosada. Más de una vez señalé en este blog que Cristina, se piense lo que se quiera de ella, suele cometer verdaderos “sincericidios” en sus discursos. Esta vez tampoco fue la excepción.

En primer lugar, Cristina precisó cuál es el contenido fundamental de la “década ganada”. Así, refiriéndose a la necesidad de que los empresarios inviertan, dijo:

“… digo que también hay que invertir y seguir apostando al país. No solamente a los usuarios y consumidores, a los argentinos, sino también a los empresarios, sobre todo, que piensen un poco en todo lo bien que les fue en esta década”.

Nada hay de novedoso. En otras ocasiones, Cristina ya había expresado lo mismo con más crudeza, al decir que “los empresarios la levantaban con pala”.

Pero, y esto es mucho más importante que lo anterior, la presidenta dijo lo siguiente:

voy a repetir lo que me dice siempre el Dr. Kicillof que me recuerda que Adán [sic] Smith decía que el panadero no está para hacer beneficencia, el carnicero tampoco, el carpintero tampoco, están todos para ganar plata. Así que, por favor, terminen con esas locuras del socialismo y todas esas cosas. Y tienen razón, todos quieren ganar plata, así que bueno, vamos a hacerlo ganar plata, pero por favor hagamos las cosas bien.” [El resaltado es mío].

Cabe recordar que Adam Smith es considerado, entre otras cosas, el fundador del liberalismo económico.

Como nunca antes, Cristina desnudó hasta qué punto el “progresismo”, el “socialismo nacional”, la “emancipación nacional y social”, son puras pavadas, que sirven para garantizar el apoyo del progresismo y para aliviar la conciencia de los intelectuales que adhieren al kirchnerismo.

Hace muchos años, en los comienzos de la década del peronismo menemista, Adelina Dalesio de Viola, una dirigente de la UCD devenida menemista, dijo esta frase antológica:

            “Basta de proletarios, tiene que haber propietarios.”

Para Cristina, para Adelina y para los dirigentes de los partidos hegemónicos, el socialismo es una estupidez y/o algo que hay que combatir con todas las armas. Esto muestra, como nunca, la magnitud de la impostura del kirchnerismo al autodefinirse como la continuidad de la izquierda peronista de los ’70. En todo caso, si de continuidades se trata, el kirchnerismo se emparenta con el menemismo.

Para el kirchnerismo, el progreso social pasa por el enriquecimiento individual. Así lo declara Cristina, apoyándose en los consejos del ministro Kicillof. Al lector que  piense que esto es producto de armar una interpretación capciosa a partir de una frase aislada de la Presidenta, lo invito a leer con atención los discursos de Cristina. Allí encontrará numerosos reconocimientos del carácter del kirchnerismo, en especial de su defensa de la burguesía. No creo necesario agregar nada más al respecto.

A confesión de parte, relevo de pruebas.


Villa del Parque, viernes 8 de agosto de 2014

sábado, 3 de mayo de 2014

“PORTARSE BIEN O PORTARSE MAL”: LOS TRABAJADORES SEGÚN CRISTINA FERNÁNDEZ DE KIRCHNER



La Presidenta Cristina Fernández inauguró la planta de la empresa Siam en Avellaneda. Cristina se caracteriza, en tiempos normales, por una actividad frenética, reflejada en discursos, videoconferencias y otras intervenciones en los medios y en las redes sociales. Sin embargo, son escasas las veces en las que se refiere explícitamente a los trabajadores. En esta ocasión, en vísperas del 1° de Mayo, hizo una excepción y planteó francamente su punto de visto sobre la política que deben seguir los trabajadores frente a la crisis económica en curso.

Un poco de historia. El peronismo, por lo menos hasta 1976, planteó que el movimiento obrero era la “columna vertebral del movimiento”. La dictadura militar de 1976-1983 quebró esa “columna vertebral” y, a partir de la instauración del régimen democrático en 1983, los sindicatos pasaron a jugar un papel cada vez más secundario en el peronismo. Sin embargo, y aún en los tiempos del menemismo, se mantuvo una retórica que presentaba a los trabajadores como una parte importante del movimiento peronista. Con el advenimiento de los Kirchner, en 2003, la retórica se evaporó y fue reemplazada por una concepción a la que podríamos llamar bienuda (otros preferirían decir “gorila”) respecto a los trabajadores y su rol en la sociedad. ¿Qué es ser bienudo? Significa ver el mundo con ojos de un vecino del Barrio Norte de la ciudad de Buenos Aires, alguien que en muchos casos vive del trabajo de los otros, ya sea porque es empresario, accionista, propietario de campos, etc., o, en su defecto, sueña con vivir del trabajo de otros. En otras palabras y usando un lenguaje arcaico para estos tiempos, significa ver el mundo con ojos de burgués o aspirante a serlo. Desde esta óptica, los trabajadores son “buenos” en la medida en que trabajen “responsablemente”, esto es, sin protestar ni reclamar.

En sus intervenciones referidas a los trabajadores, Cristina Fernández suele adoptar el punto de vista de una bienuda. Esta actitud se muestra claramente en su discurso de Siam, en especial en el siguiente pasaje: 

“Hoy estaba leyendo un artículo en el diario Crónica, que es un diario que defiende permanentemente los intereses de los trabajadores, y estaban las declaraciones del compañero Pignanelli, secretario general del SMATA, donde hoy tenemos un problema en el sector automotriz, pero no por un problema estructural de la Argentina sino por un problema con Brasil, que fue por lo que indiqué ayer que el ministro de Economía Axel Kicillof viajara, porque ha bajado la exportación a Brasil y este es el principal problema que hoy tiene el sector automotriz argentino, y también la baja que hubo en la producción industrial argentina. Les contaba que hoy leía las palabras de Pignanelli y decía que era una paradoja, pero que pese a las suspensiones que se habían efectivizado en el sector automotriz, no convenía hacer una huelga, porque si no para los empresarios podía ser motivo de despido. Yo no diría que es una paradoja, yo diría que es una parábola. La parábola es una figura que se utiliza en el Evangelio para poder extraer enseñanzas y aprendizajes. ¿Cuál es la parábola? Que cuando los trabajadores están bien deben tender a tener comportamientos, conductas y demandas que permitan sostener y darle sustentabilidad a este presente. Porque muchas veces, con reclamos justos y con derechos legítimos, terminamos provocando, por diferentes situaciones, cosas que no queremos. Fíjense, se hace huelga cuando se está prácticamente con plena ocupación y no se hace huelga cuando tenés un problema de suspensión o desocupación. ¿Cuál es la parábola entonces? Debería ser que cuanto mejor estás peor te comportás y cuando mal estás mejor te comportás. Esto lo tenemos que modificar si queremos tener un país diferente, una Argentina diferente y fundamentalmente una clase trabajadora diferente. Yo quiero en esto ayudar a mis compañeros, ayudarlos a pensar bien, a decidir bien, a no equivocarse, por eso Rubén apelaba a esa concordancia entre capital y trabajo.”

Sólo alguien completamente alejado de la problemática de los trabajadores, alguien que razona con mentalidad de bienudo, puede ver una parábola en lo que es simplemente un hecho de la dura realidad del asalariado en nuestro país. Cristina, quien posiblemente haya recobrado la fe al producirse la entronización del cardenal Bergoglio como papa, maquilla su bienudismo con lenguaje bíblico y cree ver una parábola donde hay, por un lado, una muestra del comportamiento patronal de muchos dirigentes sindicales, y, por otro, una expresión de la desigualdad propia de una economía capitalista.

Empecemos por el final. Cualquier argentino que vive de un salario sabe que su posición no es igual de la del patrón (o la del empresario, o la del emprendedor, si el lector prefiere términos más modernos). Al momento de negociar no tiene otra cosa para ofrecer que su fuerza de trabajo (fuerza física, habilidades, conocimientos); el empresario, en cambio, es dueño de los bienes necesarios para producir. En este sentido, la igualdad jurídica es una máscara que oculta la desigualdad esencial imperante en el proceso de trabajo. Así, las decisiones respecto a qué producir, cómo producirlo, qué cantidad producir, para quién producir, son tomadas por el empresario sin consultar al trabajador. En otras palabras, donde manda capitán no manda marinero… Esta situación de desigualdad se manifiesta también al reclamar un aumento de salarios. En épocas de crisis, cuando aumenta la desocupación, el trabajador tiene que cuidar su trabajo y agachar la cabeza, porque sabe que hay muchos otros compañeros que están esperando ocupar su lugar si es despedido. En épocas de auge económico, cuando la ocupación aumenta, tiene la posibilidad de hacer sentir su reclamo, pues el empresario encuentra más dificultades para despedirlo. 

En síntesis, las épocas de crisis empeoran la desigualdad esencial entre empresarios y trabajadores; en épocas de aumento de la actividad económica, los trabajadores se encuentran en mejor situación para reclamar mejoras. Esto es así desde el principio de los tiempos o, por lo menos, desde que existe la empresa capitalista. 

Cristina Fernández pasa por alto estas verdades sencillas y prefiere volver a descubrir la pólvora. Para ella es extraño que los trabajadores hagan huelga cuando están en condiciones de plena ocupación, y, en cambio, no vayan al paro cuando hay suspensiones o despidos. Así, no sale del “asombro” al referir una experiencia del clasismo obrero de los años ’70:

“Ayer recordábamos junto a Carlos Zannini, también como una parábola, lo que pasó una vez en Córdoba, con el gremio Sitrac – Sitram, tal vez no se acuerden quien fue el gremio Sitrac- Sitram, era un gremio muy combativo allá por los años 70. Estaban comiendo en el comedor, en plena ocupación, los horarios más altos de América latina, los mejores salarios, e hicieron una huelga porque en el comedor les sirvieron tres veces seguidas congrio, que es uno de los pescados más ricos.”

Es extraño que un gobierno que hace un culto de la memoria se permita reducir las causas de la lucha entre capital y trabajo en la década del ’70 a un problema de menú. Pero así funciona la mentalidad del bienudo, para quien es imposible que exista un conflicto entre empresarios y trabajadores, dado que son los primeros, con su “inteligencia” (o sus “neuronas”, diría Cristina, como veremos más adelante), quienes pueden poner en marcha el proceso productivo. ¿Los trabajadores?...Bien, gracias, que se ocupen de laburar y punto.

Para Cristina, la enseñanza que deja la “parábola” consiste en que los trabajadores deben comportarse “bien” cuando su situación económica es buena, pues tienen la responsabilidad de cuidar las condiciones de su “bienestar”. En criollo: los trabajadores deben ser mansos y aceptar la autoridad de los empresarios en estos momentos de crisis, para lograr mantener así el “pleno empleo”. A esto, y a pregonar “la concordia entre capital y trabajo” se reduce el contenido del discurso de Cristina. 

Pero eso no es todo. Cristina elogia repetidas veces a los empresarios en la figura de la familia Di Tella. Para ella, estos empresarios no sólo innovaron en el plano empresarial y tecnológico, sino que también lo hicieron en el plano de la cultura (a través del Instituto Torcuato Di Tella). Aquí, la mentalidad bienuda se eleva a niveles inesperados: 

“El Instituto Di Tella marcó a toda una generación en innovación intelectual, de la misma manera que sus padres, sus abuelos habían marcado en materia de innovación tecnológica e industrial. ¿Saben qué pasa? Que cuando hay neuronas en una cabeza, y las neuronas funcionan adecuadamente, pueden funcionar para el arte, para la cultura, para la industria, porque todo hace a la calidad de vida de los argentinos.”

O sea, la principal dirigente del partido que alguna vez consideró que “el movimiento obrero era su columna vertebral” sostiene que los logros de la familia Di Tella son producto de las “neuronas que funcionan adecuadamente”. ¿Los empresarios son empresarios como producto de una actividad neuronal que funciona de manera “adecuada”? ¿Los trabajadores son trabajadores y no empresarios como producto de algún “desorden neuronal”? Misterio. 

Lo concreto es que Cristina retoma la vieja idea de la armonía entre capital y trabajo, pero le da un toque característico. Ya no se trata de que intereses, sino de “neuronas que funcionan adecuadamente” (del lado empresario) y de “portarse bien o portarse mal” (del lado de los trabajadores). 

En las condiciones actuales, “portarse bien” significa, siempre según Cristina: 

“…digo que tengamos todos la fortaleza, empresarios, trabajadores, funcionarios provinciales, municipales, la fuerza, la entereza, la inteligencia de poder sostener este modelo industrialista fundamentalmente, que aumentó exponencialmente y fue el de mayor aumento en el producto bruto industrial en toda América latina en la última década y es el que mayor participación tiene, el producto bruto industrial, en el PBI general.”

Que este modelo “industrialista” tengo como algunos de sus pilares el trabajo no registrado de un tercio de los trabajadores, los bajos salarios de los trabajadores en general y el deterioro de los ingresos de los asalariados vía devaluación no tiene la menor importancia. Que el modelo “industrialista” sea tan industrialista que se basa en el ensamblado de piezas importadas de otros países, tampoco. Importa, eso sí, que los trabajadores se “porten bien”. 

A la luz de lo anterior, cabe decir que pocas veces Cristina se mostró tan bienuda en su visión de los trabajadores como en este discurso. No es, por cierto, una cuestión de estilo, sino que es un reflejo de la crisis de un modelo de relación entre el Estado y el movimiento obrero. 

Villa del Parque, sábado 3 de mayo de 2014

sábado, 26 de enero de 2013

PERONISMO Y MOVIMIENTO OBRERO EN LOS TIEMPOS DEL KIRCHNERISMO



Hubo un tiempo en que la dirigencia del movimiento peronista decía que “el movimiento obrero era la columna vertebral del peronismo”. El tan mentado carácter plebeyo del movimiento peronista es inseparable de esta conjunción con el movimiento obrero. John William Cooke pudo afirmar que “el peronismo era el hecho maldito del país burgués” porque dicho movimiento se asentaba en la clase trabajadora. 

La asociación entre peronismo y clase obrera se modificó drásticamente a partir de la dictadura militar de 1976-1983. El logro más duradero de la dictadura consistió en reducir al movimiento obrero a la impotencia política. En otras palabras, si los sindicatos fueron un factor central en la política argentina entre 1945-1976, luego de la represión llevada a cabo por los militares perdieron la capacidad de incidir de manera significativa en el escenario político. No se trató, por cierto, de un fenómeno exclusivamente argentino. La derrota de la clase obrera argentina formó parte de un vasto proceso de derrotas sufrida por el movimiento obrero a nivel mundial entre las décadas del ’70 y del ´90. El neoliberalismo fue, ante todo, una ofensiva a fondo contra la clase trabajadora, plasmada en la dispersión de los trabajadores y en la legislación antiobrera conocida como “flexibilización laboral”.

La dirigencia peronista posdictadura tomó nota de la derrota de los trabajadores y obró en consecuencia. La “renovación peronista”, el menemismo, el kirchnerismo, fueron etapas en la aceptación del carácter marginal del movimiento obrero en la vida política del país. La “columna vertebral” dejó de ser “columna” y “vertebral” y pasó a ser considerada, a lo sumo, como un factor de poder más, diluido entre otros tantos. 

Los cambios estructurales experimentados por la economía argentina de 1983 en adelante reforzaron la fragmentación de la clase trabajadora y potenciaron su debilidad. La década del ’90, vía el peronismo menemista, representó el clímax de la ofensiva contra los trabajadores, plasmada en una legislación que se ocupó de desarmar las conquistas obtenidas por los sindicatos durante la etapa anterior al golpe de 1976. Dicha ofensiva fue posible, entre otras cosas, por los efectos de la hiperinflación de 1989 y la elevada desocupación persistente a lo largo de toda la década. 

El kirchnerismo llevó adelante una reconstitución del régimen de acumulación de capital. La crisis del régimen de acumulación neoliberal en 2001 mostró la imposibilidad de continuar por el camino de los ’90. En este marco, el kirchnerismo logró articular una salida a la crisis basada en la devaluación, los bajos salarios, la continuidad de la fragmentación de la clase trabajadora (el trabajo “en negro” reemplazó a la desocupación como factor central en la debilidad de la clase obrera) y el apoyo a la burocracia sindical. En este sentido, la alianza entre Néstor Kirchner y Hugo Moyano no significó una reconstitución de la vieja “columna vertebral”, sino el reconocimiento público de la nueva posición ocupada por el movimiento obrero en el seno del peronismo. Moyano aceptó ser socio del nuevo régimen de acumulación a cambio de garantizar la “paz social”. Dicha “paz” requería el reconocimiento de la legislación laboral del peronismo menemista y el hacer “la vista gorda” frente a la situación de los trabajadores “en negro”. Paritarias para los trabajadores “en blanco” y distintos grados de esclavitud laboral para los trabajadores “en negro”. El cacareo de la prensa “opositora” contra Moyano aliado de los Kirchner, la demonización del dirigente sindical aludiendo a su supuesto poder para hacer casi cualquier cosa, sirvió para ocultar prolijamente que el sindicalismo jugó un rol secundario y subordinado en el nuevo régimen de acumulación de capital promovido por el kirchnerismo.

La presidenta Cristina Fernández expresa como pocos la concepción del peronismo pos dictadura respecto al movimiento obrero. No hace falta rasquetear la pared para demostrar el papel que Cristina le asigna al sindicalismo. Así, Cristina ha calificado repetidas veces de “chantaje” a las medidas de fuerza llevadas adelante por algún sector de los trabajadores. Así, Cristina ha sostenido que los trabajadores deben estar contentos por tener trabajo y no padecer la desocupación como en los años ’90. Así, Cristina ha manifestado muchas veces que el rol de los empresarios consiste en invertir, en tanto que los trabajadores deben dedicarse a trabajar. 

Cristina no considera como un mal que la mitad de la clase trabajadora se encuentre “en negro”, o subocupada, o desocupada. 

Cristina planteó hacia fines del año pasado la necesidad de “democratizar” el Poder Judicial, pero no dijo jamás una palabra acerca de la necesidad de democratizar las organizaciones sindicales. Recomendamos al lector que haga el intento de armar una lista alternativa a la conducción en cualquier sindicato, y luego nos cuenta los resultados.

Al producirse la ruptura con Moyano, Cristina se apoyó en los llamados “gordos”, simpático eufemismo para denominar a los dirigentes sindicales que demostraron una enorme combatividad…siempre en contra de los trabajadores.

En otros tiempos, más candorosos, algún peronista podría haber dicho que Cristina era una presidenta “gorila”, en el sentido de apoyarse en los empresarios y no en el movimiento obrero. La cuestión es, por cierto, más compleja. Cristina es el exponente más claro de una generación de dirigentes políticos alumbrada por la derrota de los trabajadores en 1976. Para ella, como para el resto de su generación, el capitalismo es el horizonte intelectual y no es posible sacar los pies del plato. La emancipación nacional y social no es otra cosa que la aceptación de las reglas del juego del capital. Sólo así es posible entender como Cristina no se sonroja cuando afirma muy suelta de cuerpo que “los empresarios la levantan con pala”, haciendo referencia a las ganancias del capital bajo el nuevo régimen de acumulación. 

La visita de Cristina Fernández a Vietnam es un buen ejemplo de su concepción del movimiento obrero y su papel en la sociedad. Lejos de aquella vanguardia en la lucha contra el imperialismo norteamericano, Vietnam es hoy un campo fértil para que las empresas transnacionales aprovechen la mano de obra barata y obtengan enormes ganancias. Los trabajadores vietnamitas padecen en carne propia el pragmatismo de sus dirigentes. En este sentido, los elogios de Cristina hacia Vietnam cobran un significado un tanto diferente al que le atribuyen alguno de sus partidarios:

“Entonces cuando uno ve cómo se han recuperado, cómo han salido y lo que es fundamental: no hay odio, no hay rencor, al contrario, hay mucho trabajo, hay mucho sacrificio, hay mucho deseo de trabajar y de progresar, yo me acordaba de nosotros y decía qué buena lección para aprender todos y seguir tirando para adelante.” (1)

En otras palabras, los trabajadores trabajan, se rompen el lomo, y los empresarios ganan dinero, mucho dinero. Todo ello sin “odio” ni “rencor”. En este mundo ideal de Cristina, ¿qué sentido tiene, por ejemplo, un 17 de octubre?

Las expresiones de Cristina no son sólo unas notas de viaje. En el mismo discurso hace una advertencia a los dirigentes sindicales que se encuentran negociando salarios en las paritarias:

“El lunes nos visita el director general de la OIT, lo vamos a recibir, y bueno, los pronósticos en el mundo en cuanto a trabajo no son nada buenos, por eso por favor aterricemos en el mundo con buena onda, con buenas actitudes para lograr acuerdos, porque es imprescindible acordar. No es cuestión de ponerse a gritar, en España están gritando todos los días, todos los días gritan pero cada vez la desocupación sube más, el 26 por ciento. Con lo cual no es cuestión de grito ni de prepoteo ni de fuerza; inteligencia, ingenio, acuerdo, ver cómo mejoramos los recursos, cómo incentivamos el mejor aprovechamiento de las cosas. Hagámoslo.” (1)

En criollo, la protesta y la lucha no conducen a nada. De paso, resulta curiosa la mención del caso español para aleccionar a los dirigentes sindicales argentinos, pues durante años los propagandistas del kirchnerismo han declamado acerca de las diferencias entre España y Argentina. Para Cristina, el sindicalismo tiene que aceptar las pautas salariales queridas por el gobierno. ¿Qué la inflación es superior a esas pautas? , ¿Qué existe una enorme heterogeneidad en los salarios de los trabajadores?, ¿Qué las ganancias empresarias han sido enormes durante la década kirchnerista y que no se han “derramado” sobre los trabajadores? Todos estos son temas menores para Cristina. Para el kirchnerismo, el motor de la economía es el capital y es necesario lograr que los capitalistas inviertan. Los trabajadores no tienen otros roles que trabajar y consumir para fomentar el mercado interno.

Subordinación y valor. Todo sea por la emancipación nacional y social. O, siendo realistas, para ayudar a que los empresarios “la levanten con pala”.

Villa del Parque, sábado 26 de enero de 2013

NOTAS:
(1) Discurso pronunciado por Cristina Fernández en el acto de entrega de viviendas, celebrado en el Salón de las Mujeres Argentinas del Bicentenario, el 25 de enero de 2013.

sábado, 9 de junio de 2012

COMBATIENDO AL CAPITAL: CRISTINA FERNÁNDEZ Y EL ROL DE LA NUEVA YPF


"Por ese gran argentino
que se supo conquistar
a la gran masa del pueblo
combatiendo al capital"

La presidenta Cristina Fernández presentó al nuevo directorio de YPF, luego de la expropiación que desplazó a la multinacional Repsol de la conducción de la empresa. En otras notas ya me referí extensamente a la cuestión. Pero como la izquierda del kirchnerismo ha machacado una y otra vez acerca del significado “liberador” y “emancipador” de la expropiación de YPF, no está de más dedicar algún tiempo a examinar cómo la “jefa espiritual del movimiento” define la naturaleza de la “emancipación nacional y social” promovida por el “kirchnerismo”. Para ello tomaré el discurso de Cristina del 5 de junio pasado, fecha en que presentó el directorio de la nueva YPF, encabezado por Miguel Galuccio. Si bien en los párrafos que siguen haré uso abundante de la ironía, corresponde reconocer que Cristina ha sido siempre coherente en cuanto a su posición sobre el dominio del capital en la sociedad, y esta coherencia es pública y conocida. Sólo aquellos que desean ver la realidad según sus deseos pueden convertir a Cristina en una heroína de la emancipación social y a Néstor Kirchner en un compañero del Che y de Camilo en la Sierra Maestra. Del “kirchnerismo” pueden decirse muchas cosas, pero de ningún modo puede sometérselo a la calumnia de afirmar que le falta el respeto al capital. 

En los párrafos que siguen prescindo de todo otro material que no sean las palabras de Cristina en el discurso que pronunció con motivo de la presentación del nuevo directorio de YPF. Considero que las mismas son tan significativas que merecen una atención especial, sobre todo en tiempos en los que la militancia "kirchnerista" ha elevado a la figura de Cristina al rango de una especie de "madre de la patria".

Para empezar el analisis es preciso recordar algo que, de tan conocido, resulta ya banal. Todos sabemos que los empresarios hacen negocios para ganar dinero o, dicho de modo más preciso, para apropiarse el plusvalor generado por los trabajadores. Se puede ser marxista o liberal, pero no puede afirmarse, salvo que se padezca un grado extremo de candor, que los empresarios consideran a sus empresas como entidades de beneficencia o  instrumentos de bienestar social. Las empresas están para ganar, y para ello, aunque no sea agradable decirlo, deben explotar a los trabajadores. Si esto es así, hablar de “emancipación social” implica, como mínimo, la necesidad de confrontar con el capital. En algunos casos, dicha confrontación será tibia y tendrá por objetivo ponerle límites al capital (opción reformista); en otros casos, la lucha girará en torno a la supresión del poder del capital para dictar sus reglas al conjunto de la sociedad, y se hará efectiva en la exigencia de la supresión de la propiedad privada de los medios de producción (opción revolucionaria). Corresponde aclarar que aún los reformistas consecuentes, que no creen que sea preciso (o posible) suprimir la propiedad capitalista, están de acuerdo, sin embargo, en reconocer que el capital es un mal, aunque necesario. 

El caso de Cristina es diferente. Según ella, el capital (entendido como el poder de los empresarios para organizar la producción) es un componente ineludible de todo proceso productivo racional. La “emancipación social” es conducida por el Estado y los empresarios, y la explotación de los trabajadores pasa a ser, por tanto, uno de los logros de esa “emancipación social”. Si el lector sospecha que esto es una exageración, lo invitamos a leer los siguientes pasajes del discurso mencionado al principio de este artículo: 

uno de los principales problemas que hemos tenido y que todavía vemos es cómo se abandonó el concepto de capitalismo. Sí, se abandonó el concepto de capitalismo, que es la interacción entre el capital, el trabajo, la producción de bienes y servicios para solamente dedicarse a lo estrictamente financiero y pensar que el dinero podría reproducirse a sí mismo sin intervenir en el circuito de producción de bienes y servicios.”

Luego de más de dos siglos de luchas entre capital y trabajo, Cristina descubre que la emancipación social” no se logró todavía porque hemos abandonado el concepto de capitalismo. El capitalismo constituye, por tanto, la forma de organización social que garantiza la “liberación” de los seres humanos de la opresión y de la explotación (¿acaso no es este el significado del concepto de “liberación social”?). Pero como Cristina es una persona inteligente, se da cuenta de que el capitalismo ha producido enormes desastres en el mundo. Para evitar entrar en contradicción, plantea que la “emancipación social” no se logra con cualquier capitalismo, sino sólo con el verdadero capitalismo, aquél que se basa en la producción y no en el capital financiero. Cristina sostiene, por tanto, que no hay explotación en el proceso de trabajo, sino que éste es simplemente una “interacción” entre capital y trabajo. 

La presidenta no se queda en generalidades y da, más adelante, su descripción de cómo debe ser esa interacción virtuosa entre capital y trabajo en el caso de YPF: 

eso no significa que los contratistas tengan que trabajar a pérdida con la empresa. Nadie les va a pedir eso a ningún empresario, pero sí vamos a exigir eficiencia, tecnología, inversión, rentabilidad adecuada y también productividad a nuestros trabajadores, porque además son hoy de los mejores remunerados en el país.”

Traducido al criollo. En la interacción virtuosa entre capital y trabajo, a los empresarios les corresponde obtener ganancias (¡a quién se le ocurre que el capital pueda sufrir pérdidas!) y para ello es preciso que inviertan. Para los despistados: “exigir” inversiones parece mucho, pero no es más que un cacareo inofensivo para el capital. En una economía capitalista, la clase capitalista en su conjunto tiene la obligación de invertir, pues sólo con la inversión se pone en marcha el proceso productivo. Y es, justamente, el proceso productivo la fuente de dónde sale el plusvalor, cuya apropiación constituye la base misma del poder de los capitalistas. Sin inversión no hay producción. Sin producción no hay plusvalor. Sin plusvalor no hay dominación capitalista. ¿Y el dominio del capital financiero mentado por Cristina? No voy a negar el peso del capital financiero en una economía capitalista, pero si se entiende por capital financiero al dominio de los bancos sobre la economía (es una mala definición, pero la usamos porque es la que emplean los militantes de la “izquierda kirchnerista”) corresponde indicar que los bancos no producen nuevo valor, sino que se apropian valor ya producido. Para que los bancos puedan apropiarse una porción creciente del plusvalor, es preciso que ese plusvalor sea producido. Y el plusvalor es producido gracias a la EXPLOTACIÓN de los trabajadores. Cristina sabe esto, pero de ningún modo concibe al proceso de producción como un proceso en el que la clase capitalista explota a la clase trabajadora. Es por eso que, a la vez que les pide a los empresarios que “exploten a los trabajadores” (el pedido de que inviertan tiene que leerse de este modo, pues vivimos en una economía capitalista, a despecho de la puesta en marcha de la “emancipación nacional y social”), solicita a los trabajadores que se dejen explotar con alegría. “Muchachos, sean más productivos, déjense explotar un poquito más, para eso se los remunera mejor”, parece decir una Cristina nacional y popular. La “emancipación social” alcanza su clímax: ganancias para los empresarios, mayor explotación de los trabajadores a cambios de mejores remuneraciones para que se dejen explotar mejor. Prostitúyanse, pero que sea a cambio de una buena suma, así aportamos a la “emancipación” de los sufridos laburantes de nuestro querido país.

Pero la “emancipación social” exige esfuerzo. Las “mejores remuneraciones del país” deben ser sacrificadas en pos del ideal:

Lo que viene a plantear el ingeniero Galuccio como un desafío no solamente a los trabajadores de quienes necesitamos el mayor grado de productividad y de apoyo y trabajo a la empresa, que es apoyarse a ellos mismos. (…) en realidad éramos una empresa petrolera que comenzó a dar pérdidas. Por eso es importante el compromiso de los trabajadores.”

No hay dudas de que Cristina tiene razón. En una empresa en la que el dinero para las inversiones va a ser aportado por los contratistas privados, y dado que dichos contratistas van a pedir el oro y el moro como condiciones para invertir (léase la garantía de obtener grandes ganancias), es lógico que el Estado se ponga duro con los trabajadores. Total, ellos aportan “solamente” su trabajo para la empresa, y esto cotiza poco en el mundo de la “emancipación nacional y social”. Para Cristina, la interacción entre capital y trabajo implica que los trabajadores acepten los mandatos del capital, a tal punto que terminen por identificar al capital con ellos mismos. Dicho de otra manera, el trabajo se “libera” en la medida en que acepta que su conciencia tiene que ser la del capital.

La “emancipación nacional y social”, la “recuperación de la soberanía” son tan palpables que, incluso,  pueden ser mensuradas:

“si bien la locutora oficial me anunció como siempre lo hace, con ese énfasis y fervor, como: “la Presidenta de los 40 millones de argentinos”, hoy acá más que como Presidenta de los 40 millones de argentinos vengo como representante del 51 por ciento, me tomo el atrevimiento de asumir también la representación de los estados federales. (…) Así que en realidad más que como Presidenta vengo a hablar en representación de los principales accionistas, que no es poca cosa. ” (El resaltado es mío)

No es poca cosa, en verdad…

Si la “emancipación social” consiste en la plena aceptación de la mentalidad del capital, es coherente anteponer la participación en el paquete accionario de una empresa a la soberanía popular. Aceptado esto, el corolario es la generación de un clima favorable a las inversiones de los capitalistas:
 
“La Argentina en materia de libertad para invertir, en el G-20 solamente es superada por Alemania; en el resto de los países del G-20 hay más restricciones para la inversión extranjera que en la República Argentina. Y son datos de la OCDE, no son datos nuestros. Pero además en un conjunto de aproximadamente 60 países, en los cuales obviamente están el grupo de los ocho, de los nueve, de los diez, de los que quieran estamos contando desde los que más libertades tienen para la inversión extranjera, nosotros en 11 lugar, en el décimo primer lugar, solamente superados en toda América por Colombia y pegado a nosotros. Esto para aquellos que hablan de restricciones a las inversiones, etc., etc. Y también un informe muy importante en la calidad de nuestras inversiones: somos el país – entre Brasil, nosotros, Perú, Colombia, y otros países – de mayor porcentaje en inversiones de alta densidad tecnológica, 51 por ciento.” (El resaltado es mío).
            
La “emancipación nacional” es sinónimo de una legislación favorable a las inversiones extranjeras. En ideario nacional y popular, las palabras adquieren significados verdaderamente curiosos…

Quienes piensen que todo esto no es más que la aceptación de las condiciones que impone el capital para invertir y explotar a los trabajadores, no entienden la astucia de Cristina. La conductora indica que todo esto forma parte de un nuevo modelo de organización de la producción:

“el mercado ha advertido que los países ya no quieren desprenderse de sus reservas y que se las manejen privadamente, en todo caso están dispuestos a asociarse con quienes las operen, a través de tecnología, y de esta manera lograr rentabilidad o un ganador-ganador, win to win, que es en definitiva lo que estamos proponiéndole hoy al mercado, desde esta YPF y por eso hemos adoptado el modelo del 51 por ciento. Hubiera sido más fácil, tal vez, estatizar, nacionalizar, no estar bajo el control o la mira de la Comisión Nacional de Valores, de la bolsa local, o de nada menos que la Bolsa de Nueva York.” (El resaltado es mío).

No se trata, como dicen las malas lenguas, de que el Estado no tiene un cobre para invertir en YPF. Afirmar esto sería poco patriótico. Es mejor plantear que las condiciones de la expropiación han sido impuestas por el gobierno nacional y popular, y que atraer a esas instituciones filantrópicas (las multinacionales petroleras) es una movida genial destinada a asegurar la “emancipación social”. 


Luego de las aclaraciones anteriores, queda claro que la "emancipación social" que nos propone Cristina supone la creación de un "hombre nuevo". Claro que este hombre nuevo se parece poco al imaginado por el Che. Veamos cómo lo describe la señora presidenta:

“lo más terrible de todo es que nos estamos peleando adentro del zoológico por mercados que ya tenemos y resulta ser que hay millones y millones en  el mundo que están esperando todavía energías, alimentos, en continentes olvidados como el África, en el propio gigante asiático que todavía faltan de incorporar, en nuestra propia región de la América del Sur en la cual todavía tenemos que incorporar a muchos compatriotas latinoamericanos a mejores condiciones de vida, o sea tenemos gentes que está apta para consumir y también apta para trabajar, y si puede trabajar también puede generar riqueza porque hay que retornar al viejo apotegma capitalista, lo que acumula riqueza es el trabajo. Entonces tenemos que tener mucha gente que trabaje para que también consuma al mismo tiempo y que la sociedad funcione armónicamente. (…) Para eso vamos a necesitar empresas que reinviertan sus utilidades; para eso vamos a necesitar empresas que también adviertan que es imposible tener rentabilidades del 20 o del 25 por ciento; que tenemos que volver a números normales por lo menos hasta que se normalice el mundo, porque si no, las cosas no van a ir bien en el mundo.”

Este “hombre nuevo” no busca la liberación de todos los seres humanos, sino que es un emprendedor que recorre cada rincón del mundo buscando… oportunidades para hacer negocios. El “hombre nuevo” no se nutre de experiencias que enriquecen y desarrollan su personalidad. Cristina es demasiado moderna para caer en antigüedades obsoletas. El “hombre nuevo kirchnerista” se nutre del consumo, que desarrolla el bolsillo de los empresarios al realizar el plusvalor contenido en las mercancías. Si no podemos cambiar el mundo, por lo menos podemos cambiar el auto y el televisor. Es algo…

Y lo mejor de todo: para construir el “hombre nuevo” no hace falta ninguna revolución ni nada por el estilo. Mejor dicho, sí hace falta una “revolución cultural”: consiste en que los empresarios inviertan y en que los trabajadores. Cada cual a su función “natural”. 

Frente a la “emancipación social” propuesta por la presidenta, nada mejor que recordar los versos del gran Discepolín:

“Cuando estén secas las pilas / de todos los timbres / que vos apretás / buscando un pecho fraterno / para morir abrazao… / Cuando te dejen tirao / después de cinchar / lo mismo que a mí. / Cuando manyés que a tu lado / se prueban la ropa / que vas a dejar… / Te acordarás de este otario, / que un día, cansado, / ¡se puso a ladrar!


Buenos Aires, sábado 9 de junio de 2012