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lunes, 18 de abril de 2016

EL REGRESO DE CRISTINA

Cristina volvió del Sur. La causa del regreso (la declaración en la causa judicial por las operaciones con el precio del dólar a futuro), no interesa a los fines de este artículo. Tampoco es relevante la discusión acerca del número de manifestantes en Comodoro Py. Basta con decir que ningún otro dirigente político en la Argentina de hoy tiene esa capacidad de convocatoria. Volvió Cristina y con su regreso sepultó los pronósticos sobre la desaparición inmediata del kirchnerismo. Los marxistas tenemos la obligación de analizar los hechos, no nuestros deseos. Guste o no, el kirchnerismo y Cristina siguen siendo actores principales en el escenario político.

Transcurridos cuatro meses del gobierno de Macri, algunas cosas comienzan a estar claras. De un lado, la solidez del consenso en torno a la necesidad del ajuste,  que llevó a la alianza Cambiemos a ganar la presidencia. Los golpes sobre la clase trabajadora han sido muy fuertes, sin que se observe por el momento ninguna acción contundente de parte de los afectados (sin desconocer por cierto, las luchas locales). El macrismo avanzó en un terreno abonado por la fragmentación y el individualismo, y por un estancamiento económico iniciado en 2011.

La cuestión política fundamental es el ajuste. La política económica del macrismo es una ofensiva a fondo para restablecer la tasa de ganancia de los empresarios. En la crisis se diluye la ilusión del Estado “de todos” y aparece el Leviatán de la burguesía en todo su esplendor. Los políticos burgueses, cuyo oficio consiste en diseñar vestiduras para cubrir las desnudeces del Estado, se ponen nerviosos, no saben muy bien qué hacer. Los rezongos de Carrió, de Massa, etc., disimulan apenas el consenso general en torno al ajuste.

Con el correr del tiempo, la desnudez burguesa del macrismo empieza a generar descontento. Las centrales obreras y los sindicatos, defensores consecuentes del orden burgués, dan señales de que tienen que hacer algo para calmar la bronca de muchos trabajadores, tanto de los que sufren en carne propia los despidos como de aquellos que ven cómo se evaporan sus salarios con la inflación. Pero tampoco pasan del terreno de la queja, pues ellos también comparten el consenso en torno al ajuste.

El kirchnerismo es, en esta coyuntura, la oposición políticamente correcta al macrismo; más claro, la oposición decorativa que todo gobierno precisa para mantener el entusiasmo de sus partidarios sin que se note demasiado que defiende los intereses egoístas de una clase de la sociedad. Parafraseando a Voltaire, Macri puede afirmar que “si no existiera el kirchnerismo habría que inventarlo”.

La dirigencia kirchnerista es incapaz de luchar contra el ajuste, aunque sea en el terreno de las reivindicaciones económicas más elementales (despidos, reducción de salarios, etc.). Si algo caracterizó a Cristina durante su carrera política fue una actitud de desprecio hacia las demandas obreras (el ejemplo más claro es su crítica a los docentes durante el discurso de apertura del Congreso en 2012). El kirchnerismo llegó al gobierno con el objetivo de restablecer la confianza en las instituciones capitalistas erosionada por la crisis de 2001; ello lo obligó a realizar concesiones a los trabajadores y demás sectores populares. Pero Cristina jamás se sintió cómoda con las cuestiones obreras. En la coyuntura actual, donde los trabajadores sufren el peso principal de la ofensiva macrista, Cristina ha permanecido callada ante las decenas de miles de despidos y el empeoramiento de las condiciones laborales.

La historia reciente del kirchnerismo lo coloca en mala posición para enfrentar el ajuste. Cristina asumió su segunda presidencia en 2011 e intentó durante los primeros meses imponer la “sintonía fina”, una política dirigida a implementar una versión moderada del ajuste de las tarifas de los servicios públicos. La política frente a la deuda externa del kirchnerismo consistió en pagar al contado todo lo que pudo (de ahí que Cristina haya podido vanagloriarse de ser “pagadora serial” de deuda externa) y en negociar con los acreedores para salir del default. En este sentido, el acuerdo con el Club de París (2014), llevado a cabo por el ministro Kicillof, puede figurar cómodamente en un ranking de negociaciones vergonzosas con los acreedores.

Ni Cristina ni los principales dirigentes kirchneristas están en desacuerdo con el ajuste. Como políticos de la burguesía saben que el estancamiento económico es intolerable y que hace falta crear condiciones para promover la inversión de los capitalistas. Por eso el silencio de Cristina durante estos meses. Sin embargo, las bases kirchneristas están convencidas de que Cristina es la única alternativa contra el ajuste. La ilusión tiene bases objetivas. Las concesiones que debió realizar el kirchnerismo para restablecer el orden capitalista conformaron la base de la popularidad de Néstor y Cristina, y les permitieron ganar holgadamente la mayoría de las elecciones en el período 2003-2015. Pasarse abiertamente a las filas del ajuste significaría lisa y llanamente el final del kirchnerismo como movimiento político. De ahí la radical imposibilidad de Cristina para impulsar un ajuste en regla durante el período 2011-2015.

Las causas judiciales arrinconaron a Cristina y a las principales figuras del kirchnerismo. La presión de las medidas económicas del macrismo se hace sentir entre las bases kirchneristas. La movilización realizada en Comodoro Py, con su carácter multitudinario, muestra las vacilaciones del kirchnerismo, su imposibilidad para decir o hacer nada serio respecto al programa económico macrista. Como todos los demás políticos, requiere que el ajuste tenga éxito. Sólo así podrá salir con éxito a la escena política, a intentar diferenciarse del macrismo. Pero a diferencia de los demás políticos, Cristina no puede hacer la plancha durante la implementación del ajuste sin que ello tenga consecuencias fatales para su carrera política. Por todo ello, Cristina está condenada a los gestos impotentes.

El éxito del macrismo requiere, paradójicamente, de la oposición del kirchnerismo. Macri necesita que Cristina sea su “enemiga”. Sólo así podrá aglutinar detrás de sí a los sectores que detestan al kirchnerismo. Al mismo tiempo, la presencia de Cristina como principal dirigente de la oposición asegura que el ajuste no será cuestionado seriamente.

La capacidad de movilización del kirchnerismo es innegable, así como el liderazgo de Cristina. Pero mucho más innegable es su papel lamentable frente al ajuste en proceso. La ausencia de alternativas de izquierda disimula su impotencia. En definitiva, esta ausencia representa la gran derrota de la clase trabajadora. Construir esa alternativa es el gran desafío que tenemos los militantes socialistas.



Villa del Parque, lunes 18 de abril de 2016

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