Como si se tratase de una
enfermedad crónica, en la última semana el debate político en Argentina giró
otra vez en torno a la corrupción. No hace falta precisar los detalles: el
presidente, Mauricio Macri, figura en los Panama
Papers como integrante del directorio de empresas off shore. Las revelaciones de Leonardo Fariña muestran la magnitud
de los dineros públicos apropiados por los ex presidentes Néstor Kirchner y
Cristina Fernández. Ninguna de las noticias es nueva. Tampoco lo son las
reacciones frente a ellos. Por eso en este artículo no pretendo decir nada
novedoso, sino recordar algunas cuestiones que suelen pasar al olvido toda vez
que se habla de corrupción.
El capitalismo es una forma
de organización social basada en la explotación de los trabajadores por los
capitalistas. La explotación es posible por la propiedad privada de los medios
de producción, que están en manos de los empresarios. El trabajo, es decir, la producción
de todo aquello que permite satisfacer necesidades y mejorar la vida, está en
manos de los capitalistas, que se mueven por el interés egoísta de obtener
ganancias. Cuanto más productivo es el trabajo, más se enriquecen los
burgueses. Más allá de los matices, de las indudables diferencias entre países,
la explotación de los trabajadores es la base del capitalismo.
Argentina es un país
capitalista. Eso está fuera de discusión. Por lo tanto, la riqueza de nuestra
clase dominante (que incluye a los Macri, los Kirchner, etc.) surge de la
explotación de los laburantes. Es cierto que los Macri y los Kirchner se han
especializado, por decirlo así, en el robo directo o indirecto de fondos
públicos. Pero para "robar“es preciso que haya “algo” que pueda ser robado.
Ese “algo” es la riqueza producida por los trabajadores (el plusvalor, en
términos técnicos). Para que los funcionarios públicos sean corruptos se
requiere una forma de organización social centrada en la explotación. La
corrupción no es una anomalía del sistema. El capitalismo genera corrupción porque
su eje es la explotación. Es corta la bocha.
Los periodistas y la “opinión
pública” acostumbran a fruncir la nariz y a perorar sobre los males que genera
la corrupción. Pero son berrinches de corta duración. Todos ellos saben que es
imposible desterrar la corrupción del sistema, pues éste genera a la primera.
En un país donde los hospitales y las escuelas están devastados, donde buena
parte de la clase trabajadora y los jubilados subsisten con sueldos de miseria,
donde es más barato morirse que comprar medicamentos ¿puede haber funcionarios
y políticos “honestos”? Defender a éste sistema social es en sí un acto de
corrupción.
Algunos compañeros de
organizaciones de izquierda sostienen que la corrupción es un síntoma de la “descomposición”
del capitalismo, un síntoma de que éste ha alcanzado sus límites económicos. No
estoy de acuerdo. El capitalismo tiene por objetivo primordial la búsqueda de
ganancias, sin importar su procedencia. Y la corrupción practicada por
ministros y demás funcionarios públicos brinda grandes oportunidades de hacer
buenos negocios. Por eso, más que hablar de “descomposición”, la corrupción expresa
una de las tantas formas en que los empresarios buscan ganancias. En rigor, no
hay nada anormal en ella.
Ahora bien, el hecho de que
la corrupción sea inseparable de una economía capitalista no quiere decir que
no puedan distinguirse formas y métodos específicos de cada país o época
histórica. La “corrupción argentina” tiene un sabor peculiar, en parte porque
es practicada a la luz del día y con todo desparpajo. Puede decirse con cierta
seguridad que se trata de un rubro en el que competimos por el podio en el
campeonato del mundo. No es casualidad ni el resultado de que nuestros
capitalistas sean más perversos que los del resto del planeta. Se trata de que
se sienten impunes pues saben, desde las grandes derrotas de la clase obrera en
1976 y 1989, que nadie cuestiona su dominación. En ese contexto, toda
posibilidad de ganancias, legal o ilegal, es explorada por nuestros intrépidos
emprendedores, que dejan todo en la cancha por obtener algunos puntos
porcentuales más de interés.
El capitalismo puede moderar
los niveles de corrupción. Pero jamás puede prescindir de ella. Siempre que
haya una oportunidad de obtener buenas ganancias habrá un empresario dispuesto
a hacer todo lo que sea necesario. Aquellos que se horrorizan con la corrupción
deberían recordar que nuestra clase empresaria no tembló en secuestrar,
torturar y asesinar a decenas de miles de compañeros con el objetivo de
aplastar a los trabajadores y…asegurar sus ganancias. El resto es silencio.
Villa del Parque,
miércoles 13 de abril de 2016
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